Opinión

Ojalá la llegada del primer lote de vacunas y el compromiso firme de que llegarán pronto más, suponga un envión anímico para el país y le sirva de reenganche político al gobierno de Sagasti, que no ha hecho méritos para el duro castigo que las encuestas le han propinado luego de tres meses de gestión.

Lo del IEP suena a descalabro. Caer en los niveles de aprobación de 58% a 21% es un cataclismo. No hay antecedente en la historia política peruana -desde que se hacen encuestas- de un desplome semejante. Lo mismo sucede con la desaprobación. Pasa de 35% a 67% entre diciembre y enero.

Para ser justos, no lo merece Sagasti. Ha logrado conformar un gabinete solvente. Con pocas excepciones, son ministros capacitados para el cargo que desempeñan. Hay algunos morados a su alrededor pero no se le puede acusar de haber constituido un gabinete partidarizado. Por el contrario, es un consejo de ministros de ancha base y convocatoria amplia.

Lo que resalta son errores de comunicación severos. Dichos y desdichos, seguramente de buena voluntad, pero letales a la hora de construir confianza ciudadana. Falta de timing en muchos casos, expresiones desafortunadas en otros, pueden ayudarnos a explicar de algún modo el desenlace comentado.

Pero, sin lugar a dudas, la mayor factura que está pagando el régimen es el inmenso pasivo dejado por un gobernante mediocre y taimado como Martín Vizcarra, quien junto a sus ministros de Salud (Pilar Mazzetti incluida), se desentendieron puniblemente del tema de las vacunas, de la provisión de oxígeno, de la habilitación de camas UCI, de todos los problemas sanitarios con los que su sucesor hoy tiene que lidiar con la premura feroz de la segunda ola.

Vizcarra tiene el cuajo encima de criticar al gobierno o de atribuirse los logros. No ha encontrado respuesta del gobierno y quizás sea mejor así. Lo último que el país requiere en estos momentos es el fuego cruzado de Sagasti con Vizcarra y a lo mejor es algo que el segundo busca, cínico como es, para reforzar una candidatura que hasta el momento no prende.

Hacemos votos porque continúe fluidamente la llegada de vacunas, amaine la irritación ciudadana, se reestablezca la confianza con el gobierno y éste pueda llegar en buen pie a julio y entregar la posta a quien resulte electo, evitando así el asalto que la mafiosa coalición vacadora seguramente prepara so pretexto del problema pandémico que nos asola.

Los derechos políticos de las mujeres, que nos pueden parecer tan elementales hoy en día, se consiguieron, en el Perú y en el mundo, a través de un largo y sostenido periodo de luchas. El reconocimiento de cada uno de ellos en la política pública, fue una conquista histórica del mundo contemporáneo y sin duda uno de los mayores logros democráticos del siglo XX.

 

A puertas de las nuevas elecciones, y las conmemoraciones del bicentenario de nuestra independencia, se hace necesario recordar a las pioneras de la política peruana, aquellas que incursionaron en cargos que hasta entonces solo habían ejercido varones, su paso por la política no estuvo exento de dificultades y prejuicios, ellas fueron un ejemplo para sus contemporáneas, así como para las nuevas generaciones y con su ejemplo fue posible imaginar, que había un mundo más allá para las mujeres que el corset de las buenas esposas y las buenas madres.

 

Cabe señalar como antecedente, la participación de las mujeres en las Sociedades de Beneficencia Pública en 1914, primera función pública a la que tuvieron acceso. Este triunfo en la legislatura peruana fue impulsado por “Evolución femenina”, primera organización feminista, que posteriormente conformó el Consejo Nacional de Mujeres del Perú, institución que luchó por el voto femenino en el país durante muchos años.

 

Las primeras funciones públicas de facto, sin embargo, se ejercieron en los municipios en 1945. En octubre de ese año fueron elegidas las primeras regidoras de las juntas municipales de Lima, Miraflores y Surco, destacan entre ellas; María Jesús Alvarado como regidora de la Municipalidad de Lima, Alicia Cox de Larco, Luisa Benavides de Porras en el municipio de Miraflores; y Ana Chiappo, viuda de Mariátegui en el distrito de Surco. También incursionan en sus funciones, las primeras tenientes alcaldesas, las señoras; Eva Morales en Arequipa y Susana León en Matucana.

 

No obstante, un hito histórico poco reconocido, fue la elección de las primeras alcaldesas peruanas también en 1945, Dora Madueño elegida por Huancané en octubre y Angelica Zambrano en Urubamba algunas semanas después.

 

Luego de largos debates, en 1955 se aprueba en dos legislaturas el sufragio femenino para alfabetizadas y mayores de edad, el Perú fue el penúltimo país de la región en otorgar este derecho y la ley promulgada, no solo permitió a las mujeres elegir, sino también ser elegidas y es así que, en 1956, inician sus funciones las primeras congresistas del Perú.

 

El primer cuerpo parlamentario femenino estuvo conformado por una senadora y ocho diputadas; Irene Silva de Santolalla (Senadora por Cajamarca), Lola Blanco (Áncash), Alicia Blanco (Junín), María Eleonora Silva y Silva (Junín), María M. Colina (La Libertad), Manuela C. Billinghurst López (Lima), Matilde Pérez Palacio (Lima), Juana Ubilluz (Loreto) y Carlota Ramos (Piura).

 

La mayoría de las parlamentarias electas eran casadas, representaban a las provincias y provenían de diferentes agrupaciones políticas, la incorporación de ellas al Congreso, rompió con los esquemas de representación política masculina y esto se tradujo en las dificultades y prejuicios que tuvieron que enfrentar, tanto en el ámbito laboral como personal, en el texto La ampliación del cuerpo electoral, Roisida Aguilar recoge las experiencias de Juana Ubilluz y María Colina de Gotuzzo.

 

Ubilluz cuenta que tuvo el apoyo de su familia y de los militantes de su partido durante su labor de parlamentaria, sin embargo, no la de su esposo, esto fue clave dentro de su carrera política y fue el motivo que la hizo desistir de postularse para un segundo periodo, en un testimonio recogido por Roisida Aguilar, Ubilluz señala:

 

“En Loreto me pedían que continúe, para terminar las obras que habíamos comenzado, pero el que se oponía era mi esposo […] no le gustó mucho [decía]: ‘No, no porque la mujer no puede estar allí metida con hombres en el Congreso, no puede ser, quién va a ver a los hijos, las sesiones demoran hasta la noche’; pero, en cambio, el pueblo me pedía que haga esto, que hago lo otro, que ayude y que termine lo que había empezado”

 

Por otro lado, María Colina de Gotuzzo, como mujer casada y madre, tuvo que repartir su tiempo entre el trabajo y la familia al igual que Juana Ubilluz.

 

“…hasta las 8 de la mañana yo era la señora María Colina de Gotuzzo, madre de familia, de esa hora hacia delante, sabe Dios hasta qué hora porque no sabía a qué hora iba a terminar, era congresista”.

 

El testimonio de ambas pone de manifiesto, las tensiones e inequidades entre el ámbito público y privado. Las desigualdades en las responsabilidades domésticas asumidas entre hombres y mujeres, sigue siendo un desafío hasta el día de hoy para muchas de las mujeres que ejercen cargos públicos.

 

En las décadas que siguieron, las mujeres siguieron abriéndose paso en la política, sin embargo, los logros fueron dándose a cuenta gotas. Es recién en 1985, que una mujer imagina la posibilidad de ser presidenta del Perú, se trató de María Cabredo de Castillo, quien postuló a la presidencia de la República por el Partido Socialista.

 

Mercedes Cabanillas, se convierte en la primera mujer ministra en 1987 y durante la década del 90, contadas mujeres siguen sus pasos ocupando puestos en el Ejecutivo, cabe destacar entre ellas a Beatriz Merino, quien en el año 2003 se convierte en la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra, no solo en el Perú, sino en toda la región.

 

Es quizá, la incursión de liderazgos indígenas y de la comunidad LGTBQ uno de los hitos de la participación política de las mujeres en el siglo XXI, pues transforman el rostro de la política peruana y generan tensiones que abren al debate público, las taras y los prejuicios de una sociedad que hasta el día de hoy es poco inclusiva y sumamente machista; Paulina Arpasi, se convirtió en la primera mujer aymara electa para ejercer el cargo de congresista por el departamento de Puno en el año 2001, y en el  2006,  Hilaria Supa y María Sumire fueron las primeras congresistas en la historia del Perú en juramentar en sus lenguas originarias; el quechua cusqueño. Luisa Revilla Urcia por otro lado, se convirtió en la primera regidora transexual del Perú por Trujillo en el 2014.

 

Las mujeres, no obtuvieron sus derechos políticos esperando que una sociedad conservadora y patriarcal fuera iluminada por el chispazo de la igualdad, cada batalla, a veces minuciosa y otras veces ruidosa, ha sido y es, inherente al ejercicio político de las mujeres, y si ayer fue por el derecho a elegir y ser elegidas, hoy es por la paridad, la alternancia y por ejercer los derechos políticos sin acoso.

 

Estas batallas, sin duda, empujan los límites de la época, todas fueron y son trascendentales, porque abren un camino un poquito más justo a las que vienen, las mujeres han pasado por un largo y lento recorrido, de electoras a elegibles y de militantes a líderes y aunque falta aún mucho por recorrer, este bicentenario tendrá el rostro de las mujeres pioneras que rompen esquemas.

A lo largo de la carrera literaria de Vargas Llosa, el ejercicio de la crítica literaria como celebración de la creatividad, la reflexión infatigable sobre el elusivo proceso de la escritura, la indagación sobre el origen insondable de la creación y la vocación misteriosa que obsesiona al escritor, han sido actividades tan importantes ─y felizmente productivas ─ cuanto la invención y escritura misma de sus grandes novelas.

 

Sus autores ─en algún momento considerados “de cabecera”─ a los que Vargas Llosa ha dedicado esos libros, ensayos, conferencias y extensos artículos ─Lezama Lima, Tirante el Blanco, George Bataille, Gustave Flaubert, Faulkner, Onetti, entre los  universales─; ─Arguedas, Eguren, Heraud, Oquendo de Amat, entre los peruanos─ cobran una doble importancia: por un lado, informan al lector del contexto cultural en que el escritor se sitúa en el momento en que se fraguaron las novelas, convirtiéndose así en una suerte de documentación para quizás una futura Biografía Intelectual del escritor; de otro lado, esos textos permiten al lector observar, de manera sesgada, al escritor Vargas Llosa en acción, mientras examina, analiza, reflexiona sobre ciertos elementos propios de la estrategia narrativa, y que casualmente también se hayan en las novelas de Vargas Llosa: el sentimiento de nostalgia por la memoria, los personajes narradores, las anécdotas que se entrelazan y que reverberan hasta convertirse en una voz narrativa coral.

 

Su relación con Borges ─a quien Vargas Llosa ha dedicado un volumen que compila entrevistas, ensayos y conferencias, y que asombrosamente empieza, a modo de homenaje, con un poema titulado “Borges o la casa de los juguetes” ─ impone, sin embargo, una reflexión especial.

 

Porque a diferencia del mano a mano minucioso al que Vargas Llosa se libró, en las 450 páginas de “Historia de un deicidio” (1970), en las cuales inspecciona y reconstruye con rigor académico el recorrido intelectual que Gabriel García Márquez realizó desde sus primeros cuentos hasta “Cien años de soledad”, “Medio siglo con Borges” se anuncia desde el inicio más bien como un testimonio intelectual, pero también personal. El poema inédito, y que abre el volumen, fue escrito en 2004, en Florencia, y el último ─de los once textos que componen este libro de poco más de un centenar de páginas─ fue escrito para El País en septiembre de 2014. Lleva como título El viaje en Globo, y reseña de manera íntima y nostálgica un álbum de fotografías escrito por Borges en colaboración con María Kodama, titulado Atlas.

 

Y tratándose de Vargas Llosa, porque no comenzar por ese artículo que cierra el libro. Podría sorprender que Vargas Llosa dedique una reseña a un proyecto editorial menor de Borges publicado tres décadas antes, “Lo encontré en una librería de lance”. En apariencia, un artículo de circunstancias, en realidad se revelará al lector como un fascinante juego de espejos: el casi octogenario Vargas Llosa ─y, víctima de una tardía pasión amorosa, está a punto de descalabrar su vida familiar y terminar escandalosamente con cinco décadas de matrimonio─, y, ─como solamente un escritor obsesionado por los demonios de la literatura puede hacerlo─ busca orientación y consejo en la biografía amorosa de otro. Ese otro resulta ser ese “octogenario invidente”, quien a escasos dos años de su muerte también decidió entregarse a una relación amorosa e insólita con su secretaria, María Kodama. Así, Vargas Llosa convierte el “Muchas cosas he leído y pocas he vivido” de Borges, en una suerte de “Vivo lo que he leído”. Ese texto que celebra y defiende con exaltación insospechada y anacrónica las aventuras románticas de esa improbable pareja literaria del pasado, se puede leer como un grito a voz en cuello de su propia condición sentimental y que busca proclamarse de manera cifrada ante el mundo.

 

Vargas Llosa conoce a Borges en noviembre de 1963, año clave, en la vida del recientemente estrenado novelista, quien unos meses antes finalmente ha visto publicada la que se convertirá en su primera famosa novela, La ciudad y los perros. Borges está de paso en París, donde Vargas Llosa reside desde hace ocho años. La excusa para encontrar personalmente a ese Borges ─ya ciego, que ha cumplido 65 años, y apenas comienza a cobrar fama internacional─ es una entrevista que no se publicará sino hasta un año después, en El Expreso de Lima y no será recogida en ninguno de los volúmenes de “Contra Viento y marea”.

 

Esa primera entrevista con Borges no ha envejecido bien, y aparece bastante convencional. Se nota una cierta rigidez y distanciamiento en la conversación. Hay, sin embargo, una pregunta que vale la pena rescatar: en relación con Flaubert, Vargas Llosa le pide a Borges que escoja entre el novelista folletinesco de Madame Bovary y el narrador de novela histórica de Salambó. Borges responde que prefiere Bouvard y Pécuchet. Lo interesante es que Madame Bovary se convertirá ─o quizá ya lo sea, en ese momento─ en una novela fetiche de Vargas Llosa, y a la que, años más tarde, dedicará un ensayo. Pero también hay allí una pista de como opera la lectura en la vida del escritor: Emma Bovary ─heroína de la novela─, aburrida de su vida burguesa y de su soso marido se abandona a un adulterio fugaz e infortunado que la conducirá al suicidio.

 

Es interesante señalar que de alguna manera esa pregunta a Borges esté ligada con la vida sentimental de Vargas Llosa, quien en esos momentos está envuelto en una suerte de vorágine sentimental y ha decidido separase de su esposa Julia Urquidi para poder vivir una pasión transgresiva y algo incestuosa con Patricia ─su prima hermana─. Los detalles de cómo se conocieron Vargas Llosa y Julia Urquidi serán reutilizadas, años más tarde, por el escritor durante la creación de la novela “La tía Julia y el escribidor”.

 

Vargas Llosa vuelve a encontrar a Borges en Buenos Aires en 1981. Borges es un octogenario, y la entrevista es quizá utilizada en un programa de televisión dominical que conduce en un canal de la televisión peruana. Vargas Llosa es un escritor consagrado, ha publicado sus grandes novelas peruanas y se ha lanzado con éxito a la ambiciosa conquista literaria del continente latinoamericano con su obra maestra, La guerra del fin del mundo.

 

La visita a la casa de Borges, se convierte más bien en una inspección de la realidad domestica más recóndita del escritor argentino. Guiado por el narrador de la crónica, el lector se adentra con impudicia en el dormitorio de Borges, y descubre esa “celda angosta, estrecha, con un catre tan frágil que se diría de un niño”. Los lectores más avezados de Vargas Llosa sienten que gracias a la magia de la escritura han sido transportados al cubículo de Pedro Camacho ─personaje mítico de La tía Julia y el escribidor, publicada en 1977. También le llama la atención el tigre de cerámica azul ─”el animal borgiano por excelencia” ─ que adorna el salón de Borges, y que podría ser comparado con la serie de Hipopótamos que Vargas Llosa ahora colecciona, y que aparecerán como personajes en una obra de teatro que se estrenará por aquellos meses, “Kathie y el hipopótamo”.

 

Pero lo más importante es la reflexión sobre esa relación de Borges con una cultura localista porteña: “es mentira que se criara en un Palermo criollo, con compadritos en las esquinas”, hay en esa afirmación un programa literario e ideológico que Vargas Llosa seguirá desarrollando en el futuro, si Borges inventó personajes de pampa y cuchillo, los protagonistas del universo ficcional de Vargas Llosa serán dictadores, opresores, figuras políticas con dimensión política latinoamericana.

 

En uno de sus escritos Borges habla de la posibilidad de crear un mapa tan detallado que termine cubriendo la geografía que intenta cartografiar, los once escritos que componen este volumen se pueden leer como la historia de un escritor que al intentar recorrer esos mapas fantásticos de Borges y poblarlos con sus propias creaciones biográficas y ficcionales, termina creando otro universo maravilloso que no distingue entre vida y ficción, y que conocemos modestamente con el nombre de literatura.

 

Medio Siglo con Borges, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, Madrid, 2020, 112 páginas

 

Ginebra, 6 de febrero de 2021

Los géneros autobiográficos suelen tener dos encantos irresistibles: el primero, la posibilidad de hurgar en la intimidad del personaje; el segundo, una cercanía con la verdad fáctica que la ficción, como mandan los manuales, esquiva, esconde y enmascara de todas las maneras posibles.

 

Tampoco se trata de asumir, como lector, un papel inocente y creer letra a letra lo que dice una memoria, un diario o una autobiografía. La lectura de estos textos es siempre problemática, partiendo de su más radical y manifiesta imposibilidad: relatar de manera total la experiencia.

 

Su naturaleza, entonces, es fragmentaria y, sobre todo, confesional. El autor elige escenas significativas de su propia existencia y las rememora; selecciona personajes y traza el vínculo construido con ellos, pero, sobre todo, construye una imagen de su propia persona.

Estas reflexiones vienen a cuento a propósito de haber leído, con interés y placer, Confesiones de una editora poco mentirosa –aparecido originalmente el 2005–, de Esther Tusquets, volumen que llegó a Lima el año pasado en novísima edición, pero cuya difusión fue de hecho entorpecida por la pandemia.

 

Se trata del primero de tres volúmenes de memorias de la destacada escritora y editora, fundadora de la editorial Lumen, célebre por un catálogo de libros entre extraños y exquisitos que muchos recuerdan como una muestra de singularidad rara vez lograda por otros sellos. Los dos títulos que completan la trilogía son Habíamos ganado la guerra (2007) y Confesiones de una vieja dama indigna (2009).

La historia de una editora se entrecruza con la historia de la literatura misma, su figura es la de una suerte de coautora en la transformación del texto en libro, la conductora de ese mágico proceso –invisible a los lectores– por el cual un manuscrito (¿a qué se podría llamar hoy un manuscrito?) terminaba en las vidrieras de una librería.

 

Pero una editora que es además escritora, y eso Tusquets de sobra lo sabía, tiene un pie en cada orilla y, por lo que se lee en esta memoria, establece relaciones con los autores que edita para las que no encuentro mejor palabra que la complicidad, que es incondicional con los textos, pero relativa con las personas.

 

Así, al final del capítulo en el que narra pormenores de sus tratos con Camilo José Cela, remata, luego de poner de relieve la calidad de buena parte de su escritura: “Era un buen escritor, pero detrás de la aparatosa fachada no había (…) un ser que humanamente pudiera interesarme” (p.52).

 

Otro ejemplo tiene que ver con Mario Vargas Llosa, quien publicó en Lumen aquella irrepetible edición de Los cachorros con las fotografías de Xavier Miserachs. El texto iba y venía de Vargas Llosa a Tusquets, porque su autor, acusa la editora padecía de un perfeccionismo sin “límites ni remedio” (p. 68).

 

La aventura de editar, es una frase que podría sintetizar este libro, lleno de grandes personajes, de figuras míticas del campo literario, excepto por el último capítulo, que da cuenta del final abrupto e injusto de su carrera como editora. Tanta alegría necesitaba unas cuantas gotas de tristeza.

 

Confesiones de una editora poco mentirosa. Lumen: Barcelona, 2020.

Cuando Verónika Mendoza y junto con ella connotados líderes e intelectuales de la izquierda arremeten contra el Banco Central de  Reserva y su presidente Julio Velarde, en particular, no solo cometen un acto de injusticia sino que ponen de relieve cuáles con sus reales intenciones de política monetaria y fiscal en caso de hacerse del poder.

“La inflación más baja de América Latina en los últimos 20 años, desdolarización gradual exitosa, respuestas oportunas a las crisis, meritocracia que ya quisieran tener otras entidades y un presidente como Julio Velarde que prestigia al Perú”, les ha respondido con propiedad el economista Luis Alberto Arias, a quien no se le puede acusar de ser parte de un colectivo de derecha ni mucho menos. Pero los logros señalados parece que a la izquierda nativa le parecen irrelevantes.

Ella no parece haber entendido que el equilibrio macroeconómico no es de izquierda ni de derecha sino que es un lecho rocoso del cual el país no debería apartarse nunca, si quiere mantener la curva de crecimiento y de reducción de la pobreza y las desigualdades, como ha sucedido en líneas generales las últimas tres décadas.

La heterodoxia monetaria es el camino seguro a la inflación y a la recesión, y, por ende, al perjuicio para los más pobres del país. A la izquierda no se le teme porque le vaya a quitar privilegios a los ricos o porque, por fin, vaya a hacer justicia para los sectores populares. Habrá quizás algunos acomodados que se asusten por ello, pero son irrelevantes, social y políticamente hablando.

El mayor temor que provoca la izquierda peruana se debe a que sus propuestas económicas son garantía de un desastre como el que asola a países ricos como Venezuela o Argentina, ejemplos cercanos.

Claro está que la derecha económica no necesariamente es garantía de equidad. Al ser predominantemente mercantilista y no liberal, produce crecimiento, pero lo concentra en una minoría. Y en el caso peruano a ello le ha sumado un descuido histórico del sector público, sobre todo en materia de salud y educación, factura que hoy estamos pagando con creces.

Pero la izquierda tradicional es peor que la derecha mercantilista, porque igual resulta inequitativa, pero además empobrece aún más a los sectores populares.

El gobierno del Partido Morado, que se dice republicano (pero que ni siquiera entiende la profundidad de ese concepto, pues el republicanismo defiende la libertad como no-dominación), ha mostrado un cariz profundamente autoritario, al aprobar el a todas luces inconstitucional Decreto Supremo N° 008-2021-PCM que crea unos “centros de retención temporal” a cargo solamente de la policía, donde se priva de su libertad por cuatro horas a los ciudadanos que hayan infringido una medida administrativa como la de la inmovilidad social. Esto claramente contraviene el sentido mismo de nuestra Constitución que señala la defensa de la dignidad de la persona como el fin supremo de la sociedad y del Estado, así como la garantía a no ser detenido sin una orden judicial o en flagrante delito.

 

Los artífices de la sociedad moderna, como Rousseau, entendieron a la democracia como el paso de ser un individuo a convertirse en un ciudadano. Tal conversión no es posible sin la libertad, que tiene como fin preservar la autonomía de la persona como sujeto moral. Es decir, sólo la libertad nos garantiza el ejercicio pleno de nuestras potestades morales y nos constituye en personas autónomas y responsables. La ciudadanía entraña entonces una responsabilidad ante nosotros mismos (conciencia moral) y ante los demás, ser responsable quiere decir hacernos cargo de nuestras acciones y responder por ellas. No obstante, esto sólo es posible en la medida en que podamos ejercer nuestra libertad de manera irrestricta.

 

Aquellos artífices de la moderna sociedad democrática concibieron también al Estado como un Leviatán -un demonio- del que deberíamos desconfiar constantemente pues, con el uso del monopolio de la coacción, busca e intenta siempre restringir nuestra libertad. Pues bien, si la libertad es el bien humano, social y jurídico más preciado con el que contamos para ejercer nuestra ciudadanía, es indispensable protegerla y preservarla aún en las difíciles condiciones en las que nos encontramos producto de la pandemia por la covid-19.

 

La libertad es la condición de la dignidad y por eso la Constitución la coloca en primer lugar.  Nadie, ni siquiera el Estado, mejor diríamos, mucho menos el Estado, tiene derecho a detener o retener a una persona sin los supuestos contemplados en la Constitución. Esta es la garantía de nuestra libertad como ciudadanos. Poner un alto a los desenfrenos del Leviatán y recordarles al Presidente Sagasti y a su Ministro del Interior José Elice, que en lo mejor de la tradición republicana la libertad ha sido entendida siempre como la ausencia de servidumbre, es también nuestro deber como ciudadanos.

 

En los despropósitos a los que ya nos tiene acostumbrados el señor Elice ha intentado justificar esta arbitrariedad diciendo que no se trata de detenciones sino de retenciones, trayéndonos a la memoria otras celebres declaraciones de ese calibre como “no se cayó, se desplomó” o “no es plagio, es copia”. La distorsión del lenguaje al servicio de la incompetencia y el autoritarismo. Lo cierto es que bajo este pretexto los ciudadanos que incumplen la inmovilización social decretada por el gobierno, son trasladados a centros de retención especialmente creados para este propósito. Lugares donde los ciudadanos son sometidos a la humillación de permanecer cuatro horas de píe bajo el sol, pese a que muchos de ellos cuentan con las autorizaciones y permisos correspondientes. Esta es la cara más infame del autoritarismo que no podemos permitir. La represión, señor Ministro Elice, no es el modo de tratar con ciudadanos libres y autónomos. Como antiguo postulante al parlamento por un partido que se dice republicano debería saberlo.

 

Pero, esta situación, no sólo es moral y políticamente cuestionable, sino que además es ilegal. El abogado Carlos Caro Coria ha realizado un acucioso y bien informado análisis de estas retenciones y ha hecho notar su ilegalidad e inconstitucionalidad. Nos ha mostrado cómo esta  retención, en realidad, es una detención encubierta que no cumple con lo que legalmente regula el artículo 209 del Código Procesal Penal, que señala que toda retención (que además se hace bajo el contexto de una pesquisa) que haga la policía debe ser comunicada al Fiscal  nunca a criterio sólo de ésta o de las fuerzas armadas y menos aún del serenazgo. Ni siquiera la justificación de que los ciudadanos sean llevados a estos campos de retención para su identificación es justificable, pues ante una falta administrativa, como el incumplimiento de la inmovilidad social, lo único que cabe es la imposición de una multa, nunca la privación de la libertad.

 

Llama la atención que instituciones democráticas como el Congreso de la República y el Ministerio Público hayan abdicado de su deber. El primero al permitir estos atropellos y ni siquiera pedir explicaciones al Ministro haciendo uso del control político que siempre debería realizar. El caso del Ministerio Público es más grave pues como garante de la legalidad debería intervenir cada uno de estos campos de retención y ordenar la inmediata libertad de los ahí detenidos. Hubo un tiempo en que los fiscales estuvieron del lado de la ciudadanía defendiendo sus derechos y libertades. Ese tiempo tuvo un paréntesis durante la dictadura fujimorista y parece que también ahora durante el gobierno del partido morado. El Ministerio Público no debería abdicar de sus funciones y facultades y tendría que cumplir con su misión de defender los derechos de los ciudadanos ante los abusos del gobierno de turno.

 

Vivimos tiempos oscuros para la democracia, la historia nos enseña que a toda peste siguen abusos del poder y un profundo descrédito de la democracia. Este gobierno desde su inicio ha hecho gala del uso indiscriminado de la represión y el autoritarismo, como lo hizo con los agricultores que protestaron legítimamente, y como lo hacen ahora con sus detenciones encubiertas. Nos toca a los ciudadanos ser responsables y acatar las medidas que intentan cuidar de nuestra salud por el bien de todos. Pero, de ninguna manera y menos en tiempos como estos, cuando vivimos amenazados por la muerte y el Estado se hace más fuerte, podemos dejar de defender nuestra libertad, esa suprema conquista de la cultura de la democracia. Nos queda pues, estar atentos y vigilantes ante los abusos del gobierno que cada vez hace mayor gala de su intolerancia y autoritarismo. Señores del gobierno del partido morado con la represión no se combate una pandemia.

El comunicado de la Embajada de los Países Bajos respecto del transporte de las vacunas es muy discreto y sutil, pero claramente está desmintiendo al gobierno respecto de que haya sido la aerolínea connacional KLM la responsable del retraso logístico del tema. Si aquel no fuese tan diplomático dejaría en muy mal pie al gobierno y de hecho constituiría un torpedo político para un régimen que ya se encuentra duramente golpeado ante la opinión pública (según el IEP ha sufrido un desplome en sus niveles de aprobación del 58 al 21%).

La imagen que se le está endosando al gobierno por parte de sus adversarios es de que es izquierdista, primero, y de que es inepto, segundo. Lo primero es un disparate que solo la extrema derecha puede afirmar y creer, pero lo segundo sí está arraigando paulatinamente en la población, sobre todo por la demora en proveer la llegada de las vacunas y en la capacidad logística para manejar el tema de las camas UCI y la cobertura de oxígeno.

No se entiende la poca claridad del Ejecutivo respecto del tema de la llegada de las vacunas. ¿Los guía una desesperación tan extrema que los hace capaces de decir medias verdades en tema tan delicado? El país no necesita de mentiras piadosas.

No extrañaría que reverdezcan los pedidos de vacancia contra el Presidente, so pretexto de su aparente inutilidad para manejar la pandemia (no es excusa que gran parte de los pasivos y errores provengan de la gestión de Vizcarra, menos aún si la ministra de Salud, Pilar Mazzetti, fue parte de la gestión cuestionada, y ha sido mantenida en el cargo por Sagasti).

Tampoco es atenuante la constatación del inútil y paquidérmico Estado peruano, que no sirve prácticamente para nada y vive dominado por la inercia burocrática y la indolencia administrativa. Si hay propósito de sacar algo adelante pues se patean puertas y se empujan los obstáculos hasta lograr el cometido. Nadie en su sano juicio va a esperar a que algún iluminado empiece la ansiada reforma del Estado.

El anuncio de hoy a inicios de la tarde de que se ha firmado contrato con Pfizer se desdibuja cuando se conoce la mísera cuota de vacunas que nos llegará en marzo y abril de dicho laboratorio y nuevamente pone en entredicho a un gobierno que suma a dudas sobre su eficacia, una pésima estrategia comunicativa.

El panorama electoral parece conducirnos a un escenario en el cual probablemente habrá que esperar hasta el final de la primera vuelta para entonces, de acuerdo a como van las encuestas, terminar eligiendo al menos malo entre los dos que mayor chance tengan. Patética perspectiva para las elecciones del bicentenario.

En medio de la rampante mediocridad de la mayoría de candidatos, que confían más en su campaña publicitaria, en el manejo de la imagen del candidato o en la producción de golpes de efecto, hay que destacar, sin embargo, algunos intentos por ideologizar la campaña, que dadas como están las cosas parece maná caído del cielo.

Así, la propuesta insistente de Verónika Mendoza por cambiar la Constitución y el modelo económico ha obligado a algunos partidos como el fujimorismo a salirle al frente, en defensa de la carta magna del 93. Y en ello se ha generado un interesante intercambio de ideas que de algún modo recrean la vieja discusión entre si el Estado debe regir el funcionamiento de la economía o si debe ser el libre mercado.

El fujimorismo le está ganando por puesta de mano a Hernando de Soto o a Rafael López Aliaga ese lugar en el espectro ideológico. El ausentismo inexplicable del autor de El otro sendero, y la distracción del candidato de Renovación Popular en asuntos menores, le han puesto en bandeja a Keiko la captura de esa bandera programática.

Siempre se ha dicho que el debate de ideas no funciona en campañas electorales y que, más bien, quienes incursionan en aquel terminan por verse afectados negativamente. Pero en medio de una campaña tan empírica como la que hoy tenemos en curso, con candidatos impostados, carentes de ideas, con repetición cansina de lemas, cualquier intento de introducir propuestas programáticas será bienvenido.

Claramente lo que está en juego en las actuales circunstancias es si se continúa el proceso de transición democrática iniciado el año 2000, si se regresa a modelos más libremercadistas de los 90 o si se da un giro radical hacia la izquierda. Así se pueden perfilar más o menos las principales candidaturas. Lo que resulta deseable es que se pase del perfil natural a la propuesta proactiva y explícita que dé luces al electorado respecto de qué es lo que se hará desde el gobierno a partir del 28 de julio si finalmente las urnas le sonríen a cualquiera de los postulantes.

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Ideas

Esta columna se escribe en tiempos difíciles para la humanidad, cada persona que está viviendo o sobreviviendo a la pandemia no podrá negar que el contexto que tenemos es absolutamente atípico, agotador, doloroso, desafiante y bastante incierto.  Es evidente, que, aunque el COVID-19 puede afectar a cualquier persona, no nos afecta a todos/as por igual.

La desigualdad preexistente en nuestro país ha mostrado su rostro más cruel, precarizando la vida de millones de personas, especialmente de las mujeres, niñas, niños y personas LGBTIQ+. Más adelante podremos tener acceso a estudios que revelen el real impacto que ha tenido y tendrá este contexto en la vida, salud mental y medios de subsistencia de poblaciones históricamente discriminadas y excluidas.

Por el momento, lo que tenemos claro es que las mujeres y niñas no sólo se enfrentan a la pandemia, la cual ha incrementado los trabajos de cuidado y angustias económicas, sino además a la violencia de género y a mayores barreras para el ejercicio de sus derechos sexuales y reproductivos; ampliándose las brechas de desigualdad.

En cuanto a la violencia de género, las cifras del Ministerio de la Mujer reportan que en el 2020 los Centros de Emergencia Mujer (CEM) atendieron 57, 166 casos menos en relación al 2019,  a pesar que las llamadas de urgencia a la Línea 100 reportaron un incremento en más del 50% comparadas con el año anterior, concentrándose este aumento en los meses de mayo, junio, julio, agosto y septiembre, los cuales coinciden con los momentos más dramáticos de la pandemia durante la primera ola.

Estos datos nos confirman que es un error cerrar o reducir la capacidad del Estado para atender la problemática, en un contexto en donde la violencia tiende a profundizarse.

En ese sentido, es un acierto que, en el actual contexto de emergencia y periodo de confinamiento, los servicios para la atención de la violencia hacia las mujeres y los integrantes del grupo familiar a cargo del MIMP hayan sido declarados esenciales.

Aunque fundamental esta medida no es suficiente, pues tiene que ir acompañada de una fuerte estrategia informativa que oriente a las mujeres sobre las rutas que deben tomar en la actual coyuntura, así como garantizar la atención de calidad de los/as operadores/as de servicios y el desarrollo de una estrategia paralela con la Policía Nacional del Perú. Recordemos que el 77.6% de mujeres que busca ayuda asiste a una Comisaría.

Otra de las estrategias que se tienen que apuntalar, es vincular la lucha contra la violencia de género con políticas para garantizar la autonomía sexual y reproductiva de las mujeres. Para ello, es necesario que el MIMP trabaje de forma más coordinada con el MINSA en el contexto de pandemia, garantizando – por ejemplo- que los kits de emergencia (que incluyen la AOE) se entreguen a todas las víctimas de violencia sexual y que estas o sus tutoras/es sean informadas/os sobre lo que es el aborto terapéutico y las posibilidades de solicitar una evaluación por causal salud en los casos de embarazo producto de violación, especialmente de niñas y adolescentes.

Según datos del MINSA, durante el 2020 se entregaron a nivel nacional sólo 1325 kits de emergencia, mientras que el Programa Aurora reporta que fueron atendidos 16 618 casos de violencia sexual por los CEM y Equipos Itinerantes de Urgencia; ello nos grafica un panorama desolador. Así mismo, 1175 niñas menores de 14 años tuvieron partos, es decir fueron obligadas a continuar con embarazos producto de una violación.

La violencia contra las mujeres es esa otra pandemia que no ha sido superada y que corre el riesgo de ser minimizada sino se toman acciones concretas a corto, mediano y largo plazo para garantizar políticas integrales de prevención y atención.

El nuevo periodo de confinamiento, una creciente segunda ola y el riesgo de una tercera tal vez tan cruel como la que vivimos actualmente nos grafican un escenario incierto y doloroso, el Estado debe programarse para sobrevivir a esta tragedia en los próximos años, es claro que esta situación no acabará en los próximos 15 días, las medidas que se tomen deberán pensarse con enfoque de género y priorizando el derecho de las mujeres y niñas a vivir libre de violencia y discriminación. Gran reto.

 

 

 

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