Opinión

Según un estudio de Ipsos realizado en el 2020, hoy hay 13.2 millones de peruanos en las redes sociales, los cuales pertenecen principalmente a Facebook (94%), Instagram (60%) y Twitter (29%).

Más allá de la reciente campaña electoral, el telenovelesco acontecer nacional saturó -y continúa saturando- las redes sociales de contenido político como nunca se había visto. La cantidad de información, polarización y noticias falsas, generaron un panorama confuso para los millones de jóvenes que hoy se informan a través de este medio.

Esto nos lleva a preguntarnos, en un contexto en el que la credibilidad por las instituciones y los expertos “tradicionales” es cada vez menor, ¿quiénes son aquellos líderes de opinión que son capaces de influir en el comportamiento y las decisiones de estas conectadas generaciones? ¿A quiénes escuchan y siguen realmente? A los influencers.

¿Qué es un influencer?

Según la RAE, un influencer es una persona con capacidad para influir sobre otras, principalmente a través de las redes sociales. Desde celebridades, hasta bloggers y creadores de contenido, pasando por expertos de un sector o tema específico, los influencers son las personas, las marcas y las personalidades en línea en las que la que esta generación confía.

Según un informe de la empresa Influency, Perú ya cuenta con 104,368 de influencers. Solo en Instagram, 53 cuentas ya llegan a más de 1 millón de seguidores (Statista, mayo 2020).

En los últimos meses, el rol y participación de los influencers frente al escenario de crisis política ha sido muy cuestionado. Nos encontramos frente a algunos que decidieron dar su opinión y terminaron siendo atacados por quienes no compartían su punto de vista. También influencers que, sin saber, compartieron información falsa y terminaron pidiendo disculpas. Probablemente no se animen a hablar del tema de nuevo. Y están aquellos que prefirieron no decir nada. Los que creen que de fútbol, religión o política no se habla ni en la mesa ni en su cuenta. También están los que tenían miedo de perder seguidores o las marcas que los auspician. No faltó el que trató de ser objetivo e imparcial y fue tildado de “tibio”.

Los influencers se han convertido en autoridades en su ámbito, expertos en su materia. La gente los escucha. Entonces, si bien para dar su opinión política no tienen que ser expertos en esa materia, es importante que reconozcan e interioricen el rol que tienen en influenciar a otros y, por tanto, la responsabilidad que tienen de dar una opinión informada.

Todos, incluidos los influencers, somos ciudadanos y debemos ejercer este rol. No podemos ser ajenos a la política (ya sabemos lo que cuesta). Si no sabemos de ella, aprendamos. Si no tenemos las herramientas para hablar de ella, busquemos fuentes confiables para compartir e informar al resto. Hablar de política no se trata solo de compartir tu posición, se trata de ayudar a los demás a construir la propia a través de información confiable.

A los influencers: canalicen de manera positiva la increíble capacidad que tienen de conectar y relacionarse con su comunidad. Esto no quiere decir que todos deban sentirse cómodos hablando de política o estén preparados para hacerlo. Y quien no lo haga no debería ser juzgado, criticado ni cancelado. Estamos en un momento de transición y las maneras en las que nos informamos están migrando. Que esta experiencia sea un aprendizaje de cómo abordar con sus seguidores temas sensibles como la política.

¿Quién hizo bien? ¿Quién se equivocó? ¿El influencer que habló o el que se quedó callado? Yo no tengo la respuesta. Lo que no podemos negar es que la era de los influencers apolíticos ha muerto. La política es y siempre será parte de nuestra vida como ciudadanos. Dependerá de cada uno si la incluye o no de su contenido. Y ustedes que opinan, ¿va o no va?

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Influencer, Influency, Redes sociales

¿Llegó para quedarse el discurso radical de derecha, ultraconservadora, clasista y racista, cuasi fascista que en algunos casos se ha disfrazado de liberal muchos años y hoy se ha sacado la careta desembozadamente (logrando criar algunos retoños contemporáneos con el mismo discurso)?

Hay quienes sostienen que estos son buenos tiempos para su desarrollo. No solo por la crisis económica -que suele ser caldo de cultivo para su desarrollo- sino también por el desorden social y la urgencia concomitante de valores (Dios, patria, familia, etc.), la oposición al comunismo (encarnado en Pedro Castillo) y el rechazo a lo extranjero (dada la migración venezolana).

Por supuesto, no hay que perderla de vista, porque su crecimiento sería una abierta amenaza a la democracia liberal y supondría un retroceso en los reales avances republicanos que hemos logrado las últimas décadas.

Pero hay que acotar mucho la amenaza de su expansión. Primero, lejos de avenir una crisis económica, si Castillo no comete exabruptos radicales -entre ellos la Asamblea Constituyente-, todo prefigura un venidero periodo de bonanza, producto en gran medida de circunstancias externas; el desorden social genera conservadurismo, pero hay que recordar que las principales víctimas de ello no son las élites de la DBA sino los sectores populares que le suman a ello otras urgencias mayores; la oposición al comunismo ha funcionado hasta ahora (hemos visto a personajes como Mario Vargas Llosa, Alfredo Barnechea, Lourdes Flores o Víctor Andrés García Belaunde, de reconocida solera democrática, coqueteando abiertamente con el golpismo), pero si, como todo lo hace indicar, Castillo se modera, este miedo se tornará cada vez más histérico, minoritario y desfasado; finalmente, difícilmente la aversión al migrante venezolano cuaje en una opción política, dado el carácter nacional de ser un país de migrantes de todas las etnias y procederes, y hay que considerar además el carácter étnico minoritario de las élites.

En el nudo de la tormenta de todas las crisis, como la que pasamos en plena primera vuelta, un grupo ultraconservador como el de López Aliaga apenas obtuvo 9.55% de los votos y la mejor manera de darse cuenta de que no era un voto ideológico de ultraderecha sino una reacción expectante a un candidato disruptivo, fue que en la segunda vuelta, casi un 20% de los votantes de López Aliaga lo hicieron por Castilllo, supuestamente ubicado en las antípodas ideológicas y políticas.

La ultraderecha es bullanguera, tiene respaldo de grupos económicos, tiene medios de comunicación alineados, pero carece de base sociológica para prosperar. Es muy difícil que la DBA, a rostro descubierto, logre dejar de ser una expresión antidemocrática minoritaria.

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DBA, Pedro Castillo

Continuando esta breve serie sobre el Perú ad portas de cumplir 200 años, desarrollamos ahora en qué condiciones vivimos los peruanos. Descubriremos los datos más relevantes de los avances en las condiciones de vida de los peruanos, pero también de las grandes desigualdades que aún nos caracterizan.

En el Perú existen cerca de 9 millones de hogares. Para el INEI, hogar es “el conjunto de personas, sean o no parientes, que ocupan en su totalidad o en parte una vivienda, comparten las comidas principales y atienden en común otras necesidades vitales básicas.” Es decir, aquellas personas -familia o no- con las que compartimos vivienda y  la comida y cubrimos en conjunto las necesidades básicas. Los más de 30 millones que somos nos reunimos en 9 millones de hogares. Cada hogar tiene entre 3 y 4 personas.

También tenemos un número similar de viviendas ocupadas. Anualmente el número de viviendas crece 3% aproximadamente. Llama la atención eso sí que la tasa anual de viviendas para alquilar o vender crece al ritmo de 10% anual. Sin embargo, el crecimiento de viviendas en cada departamento es dispar. En Madre de Dios, Tacna, Ica, Tumbes, Ucayali y Moquegua las viviendas crecen anualmente a niveles significativamente superiores al promedio nacional. Se va construyendo cada vez más oferta habitacional.

Aun así, son 5 departamentos los que concentran más de la mitad de las viviendas del Perú: Lima (nada menos que el 30%), Arequipa, Piura, La Libertad y Cajamarca tienen el 53% del total de viviendas que existen en el país. Oportunidades para el desarrollo de viviendas hay muchas como vemos.

El ratio hogar / viviendas da cerca de uno, por lo tanto, en general podemos afirmar que cada hogar comparte una vivienda. Cerca del 90% de viviendas en el Perú es casa independiente y apenas el 10% es departamento en edificio. Pero además somos un país de propietarios. El 75% de viviendas es casa propia y el 16% alquilada. Aunque solo la mitad de las viviendas particulares propias tienen hoy título de propiedad

Con respecto a la construcción de las viviendas, se tiene que el 56% de las paredes de las viviendas del Perú son de ladrillo o cemento. Esto era apenas el 35% en 1993, para que se comprenda como ha ido la mejora de la calidad de la vivienda en el país. Además, el 23% tiene paredes de adobe (43% en 1993) y el 9% de madera.

Pero este no es tampoco un dato uniforme. En Lima el 86% de sus viviendas presenta material noble en sus paredes exteriores y en Arequipa el 82%. Pero en Huancavelica apenas el 13%, en Amazonas el 17%, en Apurímac el 21% y Cajamarca el 22%. Una muestra más de la desigualdad que encontramos en el país. Aún más, el 58% de los 1874 distritos del país solo tienen hasta 10% de sus viviendas con esta condición. Más de la mitad.

Si analizamos el dato por material predominante en los pisos de las viviendas, encontramos que el 42% de éstas es de cemento, pero el 32% solo tierra. El 23% lo tienen de parquet o madera pulida o loseta, entre otros. Este es un indicador que ha avanzado también en los últimos años. El cemento predominaba apenas en el 32% en 1993, pero la tierra representaba el 50% de viviendas en ese año. En ratios departamentales, Madre de Dios, Arequipa, Ica, Lima y Tumbes son aquellos que superan largamente el promedio nacional. Pero Huancavelica (18%), Apurímac (24%), Cusco (26%) y Cajamarca (27% son los que están aún muy lejos de dicho promedio.  Otra vez la desigualdad.

Desigualdad que entendemos mejor si consideramos los departamentos que  tienen en mayor proporción que otros pisos de tierra en las viviendas: en Huancavelica, 8 de cada 10 viviendas lo tienen; en Apurímac 7 de cada 10; y en Cajamarca, Puno, Ayacucho y Amazonas, 6 de cada 10 viviendas tienen piso de tierra. Pero qué distinta es la situación cuando la vemos por piso de parquet o madera o loseta: Lima, Callao y Arequipa son los departamentos que tienen estos pisos en mayor proporción que los demás departamentos del país.

El 80% del total de viviendas, más de seis millones, cuentan ya con acceso al agua por la red de pública domiciliaria. Este porcentaje ha duplicado el porcentaje que se tenía reportado en el Censo del 2007. No deja de preocupar el 7% de viviendas que aún obtiene agua de pozos subterráneos o el 5% que la encuentra en un pilón de uso público y otro tanto que se abastece directamente en ríos, acequias o manantiales. Lo que es terrible es el 4% de viviendas que hoy compran agua a nivel nacional. Ahora bien, si hemos avanzado en el alcance de la disponibilidad de agua en las viviendas, no deja de ser preocupante que haya un 12% de quienes reciben agua por red pública que no la recibe los siete días de la semana y el 36% que no la recibe las 24 horas del día.

Asimismo, hay 35% de viviendas que no tienen servicio de cobertura de alcantarillado por red pública dentro de la vivienda. Por el contrario, el 21% de la viviendas del Perú dispone de pozo séptico o pozo ciego o pozo negro. Un problema que urge solución por las repercusiones sanitarias que tienen.

Viendo la situación de las viviendas y los hogares en el país, queda claro que se repiten los nombres de las regiones menos favorecidas en el país, las que deberían haber crecido en sus indicadores y no ocurre. También notamos un mejor desarrollo del alcance a mejores servicios y materiales, pero aún es insuficiente. En la siguiente entrega, culminaremos este breve repaso de qué Perú recibimos en el Bicentenario.

Nota: toda la información es del INEI y se encuentra en su portal institucional: www.inei.gob.pe

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Bicentenario, Perú

En esa época remota de finales de los 70s, tuve la suerte de conocer a una generación de profesores de Historia del Perú en la Universidad Católica del Perú. Todos ellos habían sido discípulos, alumnos, del gran historiador y maestro Don Jorge Basadre. En ese rincón que me parecía el más apartado del Fundo Pando, en las aulas del pabellón de Letras bañadas de la luz siempre gris de la costa limeña, José Antonio del Busto, Amalia Castelli, Cecilia Bákula y Margarita Guerra, nos introdujeron a un modo inédito de reflexionar sobre la Historia del Perú.

Las fechas, los personajes, las geografías, los hitos históricos eran reconocibles ante la visión de mi educación raquítica y mediocre recibida en un colegio nacional limeño. Empero, lo nuevo e importante eran la reflexión sobre las fuentes, la autoría —o, quién había compilado los textos—, la motivación de quien había recogido los relatos. Se trataba de un texto de Huamán Poma o un texto del Inca Garcilaso, era el texto de un visitador colonial o se trataba de información recabada de los asientos de fichas eclesiásticas de alguna parroquia andina. En esas pocas horas por semana, y en un par de semestres, estudiar la Historia del Perú se convertía en una introducción a lo que Foucault llamaba la Arqueología del saber.

Leyendo esos textos, discutiendo esas fuentes, reflexionando sobre el lenguaje que describía ese pasado andino, aprendí, guiado por la mano férrea y disciplinada de esos profesores, que los grandes hechos históricos no cuentan la verdad si no son analizados y comprendidos en su contexto económico, social, si no son cotejados, enfrentados a otros textos, a otras versiones de los mismos.

Un aparato bibliográfico para estudiar esa Historia del Perú no existía entonces, y —a pesar de los esfuerzos casi heroicos de esos hombres y mujeres— no tenemos aún una Historia del Perú digna de ese nombre. No existe un archivo nacional, no disponemos de un equipo de Historiadores que investigue, reflexione y que incite a los peruanos a pensar críticamente sobre nuestro pasado. Más trágico aún es que, en el contexto de nuestro inminente Bicentenario de la Declaración de la Independencia, esta deficiencia sistémica de nuestra educación y cultura nacional no sea considerada como digna de mención.

El Bicentenario

¿Qué celebraremos el 28 de Julio?  Sabemos que, observada desde su materialidad histórica, la Declaración de la Independencia parece ser no más que eso: una declaración, un ejercicio retorico, apasionada y elocuente, y a juzgar por lo que sucedió después, ingenua.

Jorge Basadre, en el primer tomo de su Historia de la Republica del Perú (1983), analiza el texto de la Proclama y atribuye al ataque de la frase “El Perú es, desde este momento, libre e independiente” un poder creador y fundacional, que marcaría el principio de una realidad histórica. Las palabras del insigne Don José de San Martín serían así una suerte de enunciado demiúrgico: una promesa de realidad futura, de una nación posible más que existente.

Pero esa misma Proclama, al mismo tiempo y en la misma frase, también excluía a los miles de esclavos negros y a los pobladores autóctonos, nacidos antes de ese histórico sábado 28 de Julio, y que constituían el capital humano de ese proyecto de Nación que se venía proyectando desde más de un año. Es más, por qué no celebramos las Declaraciones de Independencia de Trujillo, asentada el 29 de diciembre de 1820 o la de Piura, oficializada el 4 de enero de 1821, o la de Cajamarca, declarada el 4 de junio, otras ciudades norteñas que se proclamaron independientes meses antes por virtud de los llamados Cabildos Abiertos. Tal y como lo refiere José Agustín de la Puente Candamo en el Tomo VI de la Historia General del Perú (1993).

No he encontrado señas de investigaciones históricas que arrojen luz sobre los “secuestros” —como se denominaban las expropiaciones materiales a las autoridades coloniales y españoles peninsulares— y su generalización en los territorios del Virreinato. Tampoco tenemos detalles como esos nuevos grupos de “criollos” se hicieron propietarios de hecho o se declararon potenciales beneficiarios de una repartija de dimensiones colosales: si se considera que se trataba de un reordenamiento de propiedades inmensas y riquezas amasadas por el sistema colonial durante los 300 años de despojo a las poblaciones del Tahuantinsuyo.

Hay que señalar también que detrás del fausto de la celebración de la declaración se cierne a lo largo del territorio virreinal una realidad de “enfermedades, falta de alimentos y desordenes inminentes” debido al declive político y aislamiento del poder español de los centros de poder económico local. Las mismas familias coloniales, ese poder factico criollo, que había resistido al pedido de “cabalgaduras, reses, hombres y dinero” que el virrey les había hecho, van ahora solicitas a ofrecer esos dones al ejercito libertador. Tal como lo expresa una copla de la época.

“Venid, jefes inmortales,
Venid, San Martín triunfante.
Venid Cochrane arrogante.
Venid invicto Arenales,
A disipar tantos males
Venid o Libertadores
Que todos los moradores
De América agradecidos,
A vuestros triunfos debidos
Consagran dignos honores».

Cuando San Martín entra a Lima, invitado por el cabildo, el acto legal de adjudicación de poderes (en realidad un “golpe de estado” en toda regla efectuado por “personas de conocida probidad, luces y patriotismo”) había tenido ya lugar el Domingo 15 de Julio. En sesión presidida por el alcalde Isidro Cortázar y Abarca, conde de San Isidro, un noble español al cual el mismo Virrey la Serna le había confiado, por así decirlo, las llaves de la ciudad.

Gracias a Alberto Tauro del Pino y a su infaltable Enciclopedia Ilustrada del Perú (1987) se puede conocer detalles biográficos de la mayoría de los firmantes de lo que se podría considerar la partida de Nacimiento de nuestra República. Sin bien hay muchos “Criollos”, hijos de españoles nacidos en el Perú, abundan los españoles peninsulares, oficiales en funciones del virreinato.

No debe sorprendernos pues que después de los grandes fastos del 28 de Julio, todo siguiera igual pues los protagonistas en el tablado del poder seguían siendo los mismos.

Es importante reflexionar sobre ese momento fundacional de nuestra existencia como país, como estado, como nación. Pero hagámoslo con consciencia critica, sin complacencias. No olvidemos que quien “no conoce su historia, se condena a repetirla”.

Ginebra, 18 de julio de 2021

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Historia del Perú

En lugar de estar perdiendo el tiempo en conspiraciones golpistas o violentistas, la derecha haría bien en empezar a pensar cómo conforma una mayoría parlamentaria capaz de contener los arrestos constituyentes del presidente electo, Pedro Castillo, quien parece no entender que no es el momento, que no tiene la fuerza política para hacerlo y que además arruinará su aparente opción de moderación económica.

La derecha tiene 43 votos y el centro 44 (o 45 si Héctor Valer, expulsado por López Aliaga de Renovación Popular, se adhiere a este sector). Suman 88 votos, número suficiente para, inclusive, vacar a Castillo si éste decide romper los cánones constitucionales para emprender el camino constituyente, es decir, convoca a un referéndum de facto de inmediato o luego de recoger firmas (ni aunque recolecte diez millones puede saltarse el camino previo de la aprobación congresal).

Lo natural es que Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País conformen un bloque de centro derecha democrático junto con Acción Popular, Alianza para el Progreso, Podemos, Somos Perú y los morados. Juntos tienen el poder de disuasión suficiente para hacerle entender a Castillo que debe discurrir dentro de los márgenes constitucionales.

Podrá haber votación diferenciada en lo que se refiere, por ejemplo, a aprobar el paquete tributario que Pedro Francke ha anunciado respecto del sector minero o eventualmente apoyar alguna reforma constitucional puntual, pero en lo que debe haber una sólida y pétrea unidad es en impedir que Castillo apruebe la reforma del artículo 206 para conducirnos a una Asamblea Constituyente o, lo que sería más grave, que pretenda hacerlo sin seguir los preceptos constitucionales (si así lo hace, lo que corresponde de inmediato es que se procese su vacancia).

Lo más probable es que este acuerdo pase por la renuncia de Fuerza Popular y de Renovación Popular a presidir la Mesa Directiva. Sería lo más adecuado. Ambos partidos son polarizantes y será más fácil convencer al centro de sumarse a este acuerdo multipartidario si se antepone la vocación de renuncia al protagonismo.

Embarcada en teorías conspirativas absurdas, llamamientos golpistas y miradas de soslayo a actitudes violentas, la derecha se ha olvidado de hacer política y eso pasa en estos momentos por asegurar un Congreso de contención opositora.

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Asamblea Constituyente, Pedro Castillo, Pedro Francke

Un 6 de julio del 2021, en pleno apogeo del romántico verano francés, volvió a vislumbrarse presencialmente el anhelado festival de cine de Cannes. La 74ª edición arrancó con la proyección de Annette, una comedia musical de Leos Carax con una dosis de rock sombrío, protagonizada por Adam Driver y Marion Cotillard.

Durante el 2020, un año tristísimo para el cine por el cierre de las salas y la cancelación de rodajes a causa de la pandemia, muchas películas tuvieron que detener su estreno. Pero ha sido, como manifiesta el delegado general de Cannes, Thierry Frémaux, un hermoso retorno poético para el cine de autor. En sus propias palabras antes de inaugurar el festival: “Cannes se celebra por los autores, los cineastas, la prensa, por la ciudad de Cannes… Esperamos que cada día se confirme que hemos elegido bien”. Se esperaba que Frémaux de declaraciones sobre la organización del festival tras la pandemia, pero sus declaraciones no fueron acerca de la cantidad de pruebas antígenas que se hacían diariamente para poder ingresar al Palais, el epicentro del evento, ni sobre los casi 200 millones de euros que año tras año, regularmente, según el Ayuntamiento, le reporta a la ciudad el festival, sino que indicó que hubo un “triunfo absoluto y merecido”, una batalla ganada cuando se pensaba que con las plataformas de streaming el cine no iba a poder defenderse, ni mucho menos sobrevivir, pero lo hizo. De esto se trata, de superar las barreras y aplicar todos los protocolos para volver a nuestros rituales colectivos que nos fortalecen como sociedad.

Algo que me llamó la atención fue que no se contó con la presencia de Netflix, lo cual deja mucho que pensar sobre la industria de entretenimiento de EEUU, que se niega a cumplir con la norma de que las películas que se proyecten en Cannes tienen que estrenarse en salas en Francia, pero Amazon si estuvo presente. De hecho, Annette, la película de Carax, es de esa plataforma.

Me encanta que Cannes siempre se preocupe por representar en las pantallas las preocupaciones sobre el estado actual del mundo, sus quiebres cotidianos, los problemas colectivos latentes, el rol de la mujer, la política polarizada, el cambio climático, y no deja de lado ningún continente. Realmente se puede hablar de libertad de expresión, la verdadera celebración del cine sin censura.

Este año resaltaron películas como Ha’berech (Ahed’s Knee), dirigida por Nadav Lapid, quien arremete sin escrúpulos contra la política israelí. El protagonista de la película es el mismo director que protesta en contra de la amenaza de la censura. El director denuncia toda amenaza a la libertad de expresión, que son las mismas que sufrió con el Ministerio de Cultura al realizarse esta película, así como también la trama va en contra de toda política gubernamental de su país. Por otro lado, tenemos a películas como Ghahreman (A Hero), de Asghar Farhadi, quien narra con mucha crudeza sobre los devenires de la sociedad israelí por medio de la historia de un hombre que se encuentra en la cárcel por una deuda impagada. La temática feminista también estuvo presente en este certamen con películas como Lingui (Lingui, the Sacred Bonds), dirigida por Mahamat-Saleh Haroun. Se trata de una película política sobre la controversia que se desata en una familia a causa de que la hija adolescente, Amina, queda embarazada. La adolescente ansía el aborto, pero este está totalmente prohibido en su religión y en Chad, condenado por el estado. El tema principal de la película es por supuesto el derecho de las mujeres y el poder de decisión sobre su propio cuerpo. También se tiene que mencionar a películas como La Fracture (The Divide) dirigida por Catherine Corsini, una película francesa que retrata las crisis sociales actuales de su país. Se muestra un desmadejado sistema hospitalario, el cual se ha debilitado década tras década por los agotantes recortes presupuestarios y de personal. La película es un retrato de esta realidad que se exacerbó debido a la pandemia y quiere que el mismo personal hable y proteste, el mismo que se siente completamente abandonado e impotente.

En la clausura del festival, “Titane”, película dirigida por Francesca Julia Docournau, ganó la Palma de Oro a mejor película y el premio fue otorgado por la grandísima Sharon Stone. Dato interesante es que es tan solo la segunda Palma de Oro que gana una mujer directora en Cannes. La primera fue para Jane Campion en 1993 por su película “The Piano” (“El Piano”), que empató con “Adiós a mi concubina” dirigida por Chen Kaige, de China. La ceremonia de clausura será para el recuerdo, luego de que Spike Lee soltó la sorpresa de la ganadora mucho antes del final. Los spoilers están por todos lados, hasta en el mismo Cannes, por lo que solo queda reírnos un rato. Finalmente, Cannes ha demostrado que el cine sigue más vivo que nunca y que es necesario su papel como vocero de las fisuras cotidianas que suceden en el mundo que nos rodea.

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Annette, Cannes, Netflix

Cómo no recordar con emoción a Víctor Jara, el cantautor chileno, ejecutado en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, lugar elegido por la represiva dictadura de Augusto Pinochet para confinar a los opositores al régimen en septiembre de 1973. Allí se torturaron a los que se consideraba más vinculados al depuesto gobierno socialista de Salvador Allende y se ejecutaron extrajudicialmente a quienes se creía una amenaza para el proyecto político fascista-autoritario que se alzaba contra una esperanza de justicia, bastante idealista es verdad, y que se quedó trunca y con la voz quebrada, como la de Jara y su guitarra, sin manos, ni dedos con los cuales pulsar sus cuerdas.

Puede que en 1973 se haya tratado de ideologías, seguro que sí; era el mundo de las utopías, y el socialismo era visto como una. Yo viví todo aquello ya en sus estertores. En la secundaria escolar ochentera, tan llena de inquietudes, y en los primeros años universitarios, de 1986 en adelante, cuando buscábamos el cambio, sin darnos mucha cuenta de que todo aquello se acercaba irremediablemente a su final, al menos en su versión soviética, la del “socialismo real”, empaquetado, acartonado y básicamente totalitario, y que, sin embargo, nos vendían revestido de flores multicolores, con olor a libertad, aroma a justicia y aires de igualdad.

Éramos jóvenes y todo era paz y amor, y hasta el hipismo de Woodstock, que no tenía mucho que ver en el cuento, entraba en el combo de la revolución. Ni que hablar del Che, Fidel y Camilo Cien Fuegos, sobre todo el Che, que hasta ahora estampa los polos de cientos de miles de jóvenes en el mundo. Su legado ha cambiado con las décadas, la imagen no.

Por supuesto, que cuando cayó el muro de Berlín no compré el maniqueísmo de alguna derecha poco reflexiva que, sin más, trató de asesinos a aquellos revolucionarios. Como historiador puse las cosas en su contexto, máxime si yo mismo había respirado de él. Pero aquel aroma se fue, eso seguro. Distinto es que, en tanto que materia de estudio, un poco de rigor epistemológico me obligase a una interpretación justa y equilibrada.

Lo cierto es que en el plano ideológico me formé relativista pero con sus límites: una variable viene siempre acompañada de constantes, la libertad es una de ellas, la justicia social es otra, y otra más la lucha contra la opresión y contra cualquier forma de totalitarismo y de abuso del Estado contra el ciudadano, indefenso, solo, eso a lo que los ingleses, en el XVII, llamaron Habeas corpus, tener el cuerpo, verlo, tocarlo, tu esposa, mamá, hijo, para saber que no te están masacrando, por el amor de Dios.

¿Es importante si el que activa el interruptor de la electricidad que te sacude la crisma y te destroza los órganos reproductivos es socialista, fascista, o lo que fuere? En realidad, no, nunca lo fue. Pero si el mundo de las ideologías nos impidió ver las cosas con claridad y nos hizo justificar excesos como los del estalinismo, tal y como lo hizo Jean Paul Sartre, en el nombre de un supuesto bien mayor que jamás llegó; hace al menos tres décadas que se nos han acabado las razones para validar la violación de derechos humanos en el mundo. Y ningún deplorable embargo económico es suficiente para aceptar que Josiel Guía Piloto, presidente del Partido Republicano de Cuba, cumpla condena de cinco años en la Habana por criticar al expresidente Fidel Castro el 1 de diciembre de 2016.

Y la lista es larga, tan larga como sesenta años de atropellos que denuncia la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, la misma a la que hemos acudido juntos para protestar en contra de los crímenes de lesa humanidad del derechista régimen dictatorial de Alberto Fujimori, la que respondió solidariamente a nuestro llamado.

Más allá del modelo económico, el punto de partida para construir la sociedad del siglo XXI, ante el escepticismo de la postmodernidad, debe llevarnos a transitar por lugares seguros. Para eso están los derechos de todos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU, del 10 de diciembre de 1948. Esta marcó un hito para volver a empezar tras la Segunda Guerra Mundial, y hoy lo marca nuevamente para echarnos a andar en el mundo de la post Guerra Fría, aún tan lleno de incertidumbres.

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Víctor Jara

La última entrega del prolífico narrador Eduardo González Viaña está construida entre la ficción y la historia de un personaje sumamente importante para nosotros los peruanos, sobre todo en este contexto que vivimos, nuestro Bicentenario de la Independencia y la fundación de la república. En esta ocasión, la novela se centra en la gran figura del primer mestizo, el Inca Garcilaso de la Vega.

Mencionar lo que representa el Inca es afirmar nuestra condición de mestizos y migrantes, una situación que a él le pudo traer muchos problemas en la época en que vivió, pero por el gran apoyo y sabiduría de su madre incaica y una herencia monetaria que le deja su padre español, opta por dejar Cuzco e irse a buscar su futuro en el Viejo Mundo como se lo había dispuesto su padre.

Kutimuy, Garcilaso es la obra donde González Viaña (el gran novelista de la migración latina a los EEUU) plasma la vida del Inca, usando magistralmente una voz narrativa en tercera persona. El relato empieza in medias res…. para girar hacia la posible tragedia en medio de una tormenta cerca de Lisboa, lo que le permite al personaje evocar su pasado inca, la grandeza de su señorío, su propia niñez cuzqueña cuando era llamado Gomes Suárez de Figueroa. Al no ser una narración lineal, la novela utiliza giros en el tiempo para enaltecer la niñez del Inca y darnos un bagaje entre ficticio e histórico de lo que fue “el ombligo del mundo” en esos días. Asimismo, el relato narra las aventuras, anécdotas, reflexiones y travesías que le acontecen al Inca en su trayectoria hacia el Viejo Mundo y durante su larga estancia en España (56 años, la mayor parte de su vida) desde 1560.

El discurso entonces se configura a través de un lenguaje común, regional y actual, pero echando mano de fragmentos de los Comentarios reales del propio Inca Garcilaso de la Vega, de concilios y de documentos de archivo para abrir un diálogo con estos textos y afinar la verosimilitud del relato. Asimismo, notamos la presencia del quechua en ciertos términos y apelativos, pero también en cantos que se producen en fiestas como la del Taqui Onqoy en la década de 1560. El Inca Garcilaso recuerda su pasado constantemente porque esas imágenes siempre son duraderas, sobre todo si están ligadas a alguna historia de amor. Las descripciones son totalmente puntuales y en detalle, lo que permite al lector transportarse a nuestra sierra peruana, al Océano Pacífico y el Atlántico y también al Viejo Continente.

La relación de Garcilaso con su padre al principio de la novela es fundamental para entender por qué el Inca va a España, pero también para mostrar la relación y una situación tan compleja. Esa relación genera en Garcilaso una gran fortaleza y le brinda profundidad a su propia condición de mestizo, ya que además de ser letrado, también frecuenta ámbitos y acciones propias de los colonos, pero siempre arraigándose a sus raíces incas. Por ejemplo, Garcilaso aprende a montar a caballo desde muy joven y es por medio de la compañía de “Salinillas”, su rocín, que Garcilaso empieza a dar vislumbres de una personalidad imbricada entre la inca y la española, ya que llega a preguntarse si el caballo tenía alma. Es realmente un acierto configurar a nuestro Inca tan humano, tan pegado a sus raíces y tan tenaz en sus determinaciones.

Kutimuy, Garcilaso nos brinda una visión esperanzadora de nuestro país a través de la imaginación del pasado, al marcar un regreso al mestizaje, a Garcilaso propiamente tal. Volver a una nación que, aunque fragmentada, está viva en un mejor ambiente de confraternidad para así crecer como comunidad y celebrar un Bicentenario donde todos nuestros valores y nuestras raíces indígenas sean nuevamente evaluados bajo una luz más fresca y democrática.

Kutimuy, Garcilaso es un viaje y un regreso, pero no al Tahuantinsuyo, aunque sí al legado de nuestra más grande e importante figura literaria, el primer mestizo de nuestro suelo y el primero en ir a reclamar y a dejar muy en alto el nombre de lo que ahora conocemos como nuestro Perú. Y todo contado con una prosa deliciosa que captura de arranque al lector.

Vale la pena leer esta novela, ya en las prensas del Fondo Editorial de la Universidad César Vallejo. Y que regrese Garcilaso, que buena falta nos hace.

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Eduardo González Viaña, Inca Garcilaso de la Vega, Kutimuy

En medio de la batahola generada por su proclamación, con clara realidad en contra de la opinión pública respecto del tema y con una situación fáctica congresal adversa, Pedro Castillo lanza ayer un tuit insistiendo en la necesidad de una nueva Constitución.

Esperemos que solo sea un afán de insistir en una propuesta de campaña, pensada para aquietar las expectativas de algunos de sus votantes (los más ideologizados de izquierda), pero que pronto se soslayará por la sola fuerza de los hechos.

En el Congreso, ya se sabe que desde el centro, ni Acción Popular ni Alianza para el Progreso (los grupos mayoritarios fuera de la derecha) le darán sus votos para que pueda conseguir siquiera los 66 que le permitan dar inicio a la reforma del artículo 206 que a su vez le permita al Ejecutivo convocar a un referéndum que plantee la Constituyente.

Es una iniciativa que nace muerta. A lo más que podría aspirar Castillo, sin violentar la Constitución, es a aprobar algunas reformas puntuales, pero para ello tendría que lograr cierto consenso con el centro. Si no, no hay forma, a menos que se atreva a saltarse a la garrocha el orden constitucional y que se exponga a las consecuencias legales y fácticas se semejante dislate (lo que va desde una vacancia hasta un golpe militar restaurador del orden constitucional).

Tiene tanto por hacer en materia de reformas de políticas públicas y de hacerlo desde una perspectiva de izquierda, más allá del libre mercado, en salud y educación pública, en seguridad interna para los más pobres, inclusión digital de los sectores populares, en políticas tributarias, etc., que gastar energías en impulsar un cambio constitucional suena irracional y autodestructivo. Es un homenaje fallido a un fetiche de la izquierda.

Esperemos que Castillo entienda pronto la magnitud del desafío de lograr cambios cualitativos en las materias señaladas, el mismo que excede largamente lo que anteriores gobiernos han hecho en materia de reformas, para que abandone la terca insistencia en un proceso político que tirará por la borda su gobierno.

El día que la izquierda arrase en las elecciones presidenciales, obtenga además una mayoría congresal y encuentre al país comprometido con un momento constituyente, pues nadie le podrá negar el derecho de hacerlo. Pero ese día, claramente, no ha llegado con el triunfo ajustado de Castillo, con minoría en el Parlamento y con la ciudadanía más preocupada de la urgencia pandémica y la reactivación económica.

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Asamblea Constituyente, Congreso, Pedro Castillo
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