Opinión

Entre tanto se define el proceso electoral en el Jurado Nacional de Elecciones, ya se van produciendo realineamientos al interior de Perú Libre, partido que según el conteo rápido de Ipsos y el escrutinio de la ONPE ganó la elección, pero que debe esperar, como corresponde, a que el JNE dé la última palabra.

Claramente hay un intento de moderación del discurso ideológico original del partido del lápiz, que pasa por la convocatoria de técnicos como Pedro Francke y Oscar Dancourt, quienes esta semana han tranquilizado a los mercados al señalar los planteamientos que llevarían a cabo (salvo por la insistencia en una Asamblea Constituyente, planteamiento máximo al que Castillo debería renunciar dada la correlación de fuerzas congresales y la polarización social del país que conllevaría).

Pero este esfuerzo está claramente saboteado por las fuerzas cerronistas (22 de 37 congresistas de Perú Libre obedecen a Cerrón), que trata de “invitados” a los técnicos independientes que se acercan a Castillo y los pretende intimidar con el subrayamiento de que quien ha ganado las elecciones es Perú Libre, no siendo ello verdad, porque si no fuera por Castillo, PL habría sacado al histórico 5 o 6% que lo acompañó en los últimos procesos electorales (leer estupendo informe de Juan Carlos Chamorro sobre las tensiones internas en PL, hoy en Sudaca: ¿Cerrón sigue mandando?: La sombra que impide la moderación del plan de Castillo

Si Castillo emprende ese camino de moderación y despliega igual un gobierno de izquierda -nadie le niega ese derecho- puede lograr convocar a otras fuerzas en el Congreso (Alianza para el Progreso, Acción Popular, Somos Perú, eventualmente Podemos), que le permitirían gobernar sin que el chantaje cerronista lo ate de manos y lo someta al tironeo entre el ala radical de su propio partido y la derecha movilizada que se agrupa en Fuerza Popular, Renovación Popular y Avanza País.

Lo primero que deberá hacer Castillo apenas se defina legalmente la elección es tomar la decisión de cuál camino seguir. Si oye los cantos de sirena de Cerrón, pondrá a su gobierno al filo de la navaja, con un escenario de vacancia en la epidermis congresal. Debe entender que la mitad del país no ha votado por el camino convocado por él, y dentro de sus propios votantes la inmensa mayoría tampoco debe comulgar con un escenario de zozobra y polarización permanente. ¡Que lo mande a Cerrón de embajador en Cuba!

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JNE, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Empiezo esta columna con una frase que para muchos pasará como normal: “Se los dije”. Me refiero al triunfo del profesor Castillo, cuya candidatura he apoyado tratando de despejar prejuicios desde antes de la primera vuelta.

¿Pero por qué “se los dije” pasa como normal y no lo es? Porque el “lo” se refiere al objeto directo singular (“les dije que ganaría Castillo”). Cuando usamos dos pronombres, uno para el objeto directo y otro para el indirecto, ambos mantienen su condición plural o singular. Pero en Lima se habla de cualquier manera y pluralizamos el objeto directo para enfatizar que el público es el plural, aunque el “lo” no se refiera a ellos. Muchos limeños siguen diciendo “se los dije” (a ustedes, el triunfo de Castillo), o “se los traje” (el pan) o cualquier otra forma semejante. La forma correcta, en este caso, es “se lo dije”. A secas.

Lima, pese a su autocomplaciente prejuicio, no es el lugar donde se habla el mejor castellano. Este resabio colonial viene sin duda de haber sido por dos siglos la capital política y cultural de Sudamérica hasta que se fundaron los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata en el siglo XVIII. Entonces empezó la “decadencia” de Lima como trono de la cultura europea en América del Sur.

Pero los hábitos mentales son difíciles de desarraigar. Los limeños fueron creciendo en número gracias a la migración interna y externa; sin embargo, el estamento original de los criollos hijos y nietos de conquistadores y comerciantes españoles mantuvo una rivalidad de intereses con los peninsulares y poco a poco logró un férreo control de las instituciones, sobre todo a partir de la independencia.

Este criollismo es el que critica el gran Sebastián Salazar Bondy en su clásico ensayo Lima la horrible, de 1964. Allí nos pinta con lujo de detalles cómo Lima después de 143 años de la independencia seguía siendo la urbe racista y clasista que discriminaba a los habitantes del Ande y a los mestizos que “se atrevían” a vivir en la ciudad.

Más cercanamente, el 2016, otro gran ensayista y poeta, José Antonio Mazzotti, publicó un libro fundamental para entender el criollismo peruano: Lima fundida: épica y nación criolla en el Perú. La novedad de Mazzotti está en plantear que en Lima se fue forjando desde el siglo XVI un sentido de nacionalidad étnica que se mantuvo diferenciable del resto de naciones que habitaban y habitan el territorio peruano. Y pese a su elitista exclusivismo, los criollos siempre estuvieron y a veces adoptaron hábitos y símbolos del interior para validar su supuesta representatividad. Mazzotti acuña el título de libro (Lima fundida) a partir del célebre poema de Pedro Peralta Barnuevo, Lima fundada, de 1732, en que el sabio limeño glorifica las hazañas de Pizarro y los conquistadores.

Mazzotti le da vuelta al título de Peralta y nos explica las limitaciones y prejuicios de muchos limeños, sin darse cuenta de que a veces caen en el ridículo histórico con sus hábitos mentales coloniales. Y encima hablando mal.

“Se los dije”. Lima está fundida.

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Elecciones 2021, José Antonio Mazzotti, Lima

La revolución es el sufragio… es una célebre frase del célebre revolucionario, antimperialista y prócer de la independencia cubana José Martí, quien, adelantado a su tiempo, advertía que, en América latina, la sola consolidación del estado de derecho podría traer consigo el cambio, el desarrollo y la justicia social.

Los peruanos acabamos de vivir, literalmente, una semana para el insomnio cuando al conteo de los votos de la segunda vuelta electoral se le añadieron actitudes de los candidatos que elevaron innecesariamente la temperatura. No voy a entrar en detalles, tan fácil que hubiese sido manifestar confianza en los entes electorales y esperar el final del conteo.

Hoy domingo, al momento que lean estas líneas, es posible que ya Pedro Castillo haya sido proclamado Presidente de la República, o que falte muy poco para hacerlo, y la pregunta que tirios y troyanos nos hacemos es en qué consistirá esa tan mentada revolución que el profesor tacabambino llevará a cabo, la que pone a temblar a unos y entusiasma a tantos otros.

Quiero comenzar explicando la historia de Pedro Castillo. El no es “comunista viejo”, como se decía de los cristianos antiguos hace muchos siglos, para separarlos de los recién conversos. El rondero y dirigente del Sutep recién se inscribió a Perú Libre el año pasado para postular a la presidencia y nunca se imaginó en la segunda vuelta electoral. Por eso insisto en que lo fundamental de sus propuestas se ha expresado en el lapso que transcurrió entre la difusión de los resultados de la primera vuelta y la realización de la segunda.

Es en ese contexto donde Pedro Castillo se plantea realmente qué hacer frente a la eventualidad de convertirse en Presidente del Perú y sus pasos, desde entonces, son como señales que debemos leer detalladamente. En ese esquema, la alianza con Juntos con el Perú de Verónika Mendoza resulta crucial. Desde entonces, JPP no es solo un acompañante periférico, sino que dota a Castillo de sus principales técnicos, de los que Perú Libre carecía.

Entre ellos se ha destacado nítidamente la figura del economista Pedro Francke quien, de manera clara y reiterada, ha explicado las líneas maestras de la política económica del próximo gobierno, las reformas que hará y, muy importante, las que no.

De esta manera, Francke parece colocar el manejo económico del próximo gobierno en la línea de las reformas globales al neoliberalismo que hoy se producen en el mundo y que viene liderando Joe Biden, presidente de Estados Unidos. Recién hace unos días, el G7 ha decretado que las corporaciones paguen un 15% de impuestos no solo en los países donde tienen sus plantas instaladas, sino en cada país donde producen ganancias.

Al respecto, ha señalado Francke que renegociará con las empresas mineras y con Shell, que controla Camisea, para que le dejen más divisas al país. El caso de las mineras es especialmente sensible pues el precio del cobre ha alcanzado su pico más alto en años y viene muy bien un impuesto a las sobreganancias. Respecto de las AFP, ha señalado que el dinero de los ahorristas es sagrado y que, contrariamente a los que se ha dicho, la reforma buscará romper el oligopolio de las cuatro AFP que dominan el mercado para así ampliar las competencias y lograr que aumenten las ganancias, pero, esta vez, en favor de los pensionistas.

Otras medidas se caen de maduras. Una es romper con la concertación de precios de las farmacias que hacen que nuestras medicinas sean de las más caras de América Latina y otra es que nuestros grandes bancos y corporaciones le paguen a la Sunat los miles de millones que le deben hace décadas. Ciertamente hay políticas más técnicas vinculadas al desarrollo de la producción agrícola nacional, vinculando la producción de los medianos y pequeños productores con los mercados mundiales, entre otras.

Este conjunto de medidas, y otras más, persiguen la finalidad de aumentar la liquidez del país, en primer lugar, para atender la pandemia y, en el segundo, para mejorar revolucionariamente los servicios de un estado absoluta e indolentemente precarizado a pesar de 20 años consecutivos de bonanza económica que acabamos de vivir. De allí que la reinversión interna de las ganancias en el desarrollo de su infraestructura y servicios será una meta fundamental en lo venidero. Tema aparte: ciencia y tecnología, de la mano de Modesto Montoya y un equipo de científicos de primer nivel, es posible que asistamos al primer esfuerzo serio de desarrollo del ramo en el Perú, con la finalidad de añadir valor agregado a la manufactura, esto es, salir de la exportación primaria que remite a los tiempos en que los españoles se llevaban la plata a Sevilla, desde el centro minero de Potosí.

Nos queda hablar de lo que no hará Pedro Castillo: Pedro Castillo, no te va a quitar tu casa, no te va a quitar tus ahorros, no va a eliminar el TC, no va a eliminar instituciones, no va a nacionalizar los recursos naturales, ni las empresas privadas. Pedro castillo, no es ni Velasco, ni Polpot, ni Maduro, es pragmático, se ha sabido rodear de una izquierda del siglo XXI y se inscribe en la corriente mundial de reformas al modelo neoliberal, así que calma.

p.d. fundamental. ¿Cómo va a hacer Pedro Castillo para salir de Vladimir Cerrón? Es su piedra en el zapato.

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Pedro Castillo, Pedro Francke, Sufragio

El Jurado Nacional de Elecciones no puede cometer las torpezas que ha cometido ayer, al  dar pie, primero, a una ampliación del plazo para presentar impugnaciones, y luego retroceder en dicho propósito, al entender que ello vulneraba la legislación vigente.

Genera una impresión de parcialidad o de impericia que preocupa, ad portas del proceso de revisión de las actas observadas por la ONPE y las impugnadas tanto por Fuerza Popular como por Perú Libre.

Es más, ni siquiera hay ciencia cierta respecto de cuántas actas estamos hablando. Se menciona en las redacciones periodísticas que solo ingresaron 160 (si fuera así, el triunfo de Castillo sería irreversible), otros mencionan que entraron al final las más de 800. En fin, ello, quien debería precisarlo con celeridad y claridad es el propio JNE y no dejar que crezcan las voces que hablan de un fraude a la vista.

En una elección no sólo reñida sino polarizada ideológicamente, con gente movilizada en las calles de ambas partes, es imperativo que el JNE se conduzca con extraordinaria transparencia. Debería seguir, en ese sentido, el ejemplo dado por la ONPE que dispuso un equipo de respuesta inmediata en las redes sociales a la infinidad de fake news que circularon y aún circulan por doquier.

Sea cual sea la decisión final del JNE, habrá controversia y eventual tumulto. Pero si esa decisión sucede en medio de cuestionamientos a la probidad moral y profesional de los miembros de la autoridad electoral, el riesgo de una escalada del conflicto crece.

Las elecciones del bicentenario colocaron al frente a dos personajes discutidos hasta por sus propios votantes. Se habló por ello de votos vigilantes y críticos en ambos casos. Sabíamos, pues, que se venían y vienen tiempos complicados política y socialmente hablando. En ambos escenarios.

Lo peor que le podría pasar a un proceso social que de por sí ya va a ser azaroso y lleno de zozobra, es que el JNE no le brinde legitimidad a su fallo final respecto del portavoz final del mandato popular.

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Elecciones 2021, JNE, ONPE

Cada vez que escucho la música de Camel, pienso en lo profundamente degradada que está la capacidad de apreciación musical de la juventud en estos tiempos. Sus videos más antiguos -disponibles en YouTube, por supuesto-, en programas clásicos de la televisión británica como Top Of The Pops o The Grey Old Whistle Test, muestran a un público cuyas edades deben oscilar, a ojo de buen cubero, entre los 18 y 28 años, que presta atención y, sobre todo, disfruta de canciones construidas sobre una base innegablemente rockera -guitarras, bajos, teclados, baterías- pero que, de repente, insertan a un conjunto sinfónico con solos de oboes, clarinetes y violines, al estilo de las suites barrocas de Antonio Vivaldi o George Telemann.

Duele esta distancia con las preferencias actuales. Y no solo me refiero al mononeuronal reggaetón que impera, desde hace dos décadas, en Latinoamérica y su «Zona VIP», Miami. La poca sustancia y liviandad de los artistas que, durante el mismo período de tiempo, vienen capturando a las juventudes a ambos lados del Atlántico están a años luz de la sofisticación instrumental y orgánica autenticidad de lo producido por Camel en sus años dorados, una banda formada hace exactamente 50 años, en Surrey, condado británico al sur de Londres, en medio del auge del rock progresivo y psicodélico que surgió en Europa y los Estados Unidos, tras la resaca de la primera Invasión Británica, la Beatlemanía y el Festival de Woodstock. Entre 1971 y 1976, la consolidación de grupos de vanguardia como Yes, King Crimson, Pink Floyd, Genesis, Jethro Tull y otros, casi todos londinenses, afianzó al prog-rock como uno de los subgéneros más populares de la escena musical rockera, llenando prestigiosos teatros y dominando los rankings de ventas, sin abandonar su naturaleza alternativa, distante de las radios convencionales por las características de su propuesta.

El sonido de Camel se inscribe en esas coordenadas, por supuesto, con todos los méritos para ser considerado como uno de los exponentes fundamentales de la época. Sin embargo, y a pesar del prestigio que posee entre conocedores y nostálgicos de aquellos sonidos que combinaban el hard-rock con sonidos espaciales, extensos pasajes instrumentales e historias fantásticas tomadas de la literatura y la filosofía, nunca se les menciona en los superficiales recuentos sobre los años setenta que hacen, de vez en cuando, los medios comunes y corrientes, entre las notas informativas que reseñan los resultados del Grammy, las últimas paparruchadas de Maluma o la lista de nuevos inquilinos del Salón de la Fama del Rock and Roll, esa entelequia que admite a raperos como Tupac Shakur, Notorious B.I.G. o Jay-Z pero en la cual el nombre de Camel brilla por su ausencia, a pesar de ser elegibles para inducción desde 1998, en que se cumplieron 25 años de su epónimo álbum debut, lanzado en 1973.

El cuarteto original, integrado por Andrew Latimer (voz, guitarras), Doug Ferguson (bajo), Peter Bardens (voz, teclados) y Andy Ward (batería), consiguió llenar el histórico Royal Albert Hall en octubre de 1975 para presentar su tercer LP, (Music inspired by) The Snow Goose, acompañado por la Orquesta Sinfónica de Londres, nada menos. Como indica el título, este álbum está inspirado por la novela del norteamericano Paul Gallico del mismo nombre, una historia alegórica de amistad en tiempos de guerra, publicada originalmente en 1940 (ver aquí The Snow Goose/Friendship/Rhayader goes to town en vivo en la BBC, 1975). A lo largo de su discografía, Camel se caracterizó por esta clase de obras conceptuales, basadas en relatos de ciencia ficción como es el caso de The white rider, inspirada en la obra maestra de J. R. Tolkien, El señor de los anillos, tema incluido en Mirage, su segunda producción discográfica, de 1974. O como su noveno álbum, Nude (1981), en que la banda musicaliza un libreto acerca de un soldado japonés durante la Segunda Guerra Mundial.

Andrew Latimer es el principal compositor de Camel. Su habilidad lo ubica al nivel de David Gilmour (Pink Floyd) y Steve Hackett (Genesis) pero con un acercamiento más influenciado por el blues y el jazz. Por ejemplo, en temas clásicos de esta primera etapa como Lady fantasy o Mystic queen, ciertos segmentos recuerdan The Allman Brothers Band, Deep Purple y The Doors. Además de ser un afilado guitarrista, Latimer domina la flauta traversa. Aunque su voz no es particularmente notable –maneja tonos bajos, medio cavernosos- las seis cuerdas de Latimer brillan, emocionan y alcanzan, por momentos, alturas electrizantes. Una pasada a Never let go, corte emblemático de su primer disco, basta para interesarse en la banda.

Pero si Andrew Latimer era el líder e indiscutible motor creativo de Camel, el alma de la banda fue Peter Bardens, quien había trabajado desde mediados de los sesenta con luminarias del rock británico como Van Morrison, Rod Stewart, Peter Green y Mick Fleetwood. Bardens ayudó a Latimer, desde 1971, a dar forma al sonido del grupo con su creatividad como compositor, vocalista y productor. Sus extraordinarias capacidades en los teclados hacían perfecto maridaje con el vértigo de su socio guitarrista. Junto a ellos, Doug Ferguson y Andy Ward complementaban con una base sumamente sólida y de amplios recursos para resolver los complejos arreglos del tándem. El prominente rol del tecladista queda evidente en temas como Echoes (LP Breathless, 1978), Supertwister (Mirage, 1974) o las alucinantes Song within a song y Lunar sea (Moonmadness, 1976), solo por mencionar algunos ejemplos.

La formación original de Camel se quebró en 1976 con la salida del bajista Doug Ferguson. Su lugar fue ocupado por el ex Caravan, Richard Sinclair y la banda se reforzó con el ingreso del saxofonista/flautista Mel Collins, conocido integrante de King Crimson. Luego, en 1978, Peter Bardens decidió separarse del grupo para iniciar un largo camino como solista que terminaría, lamentablemente, con su prematura muerte el año 2002, víctima de cáncer pulmonar, a los 57 años. Por su parte, el baterista Andy Ward, se mantuvo hasta 1981, pero sus problemas con el consumo de alcohol y drogas, además de diversos episodios de trastornos mentales, lo llevaron a retirarse del grupo de manera definitiva tras la gira de ese año.

Latimer continuó al frente de Camel durante los ochenta, con diversos cambios de personal y tratando de adaptarse a las nuevas tendencias, algo que hicieron muchas otras bandas de su promoción. Su producción discográfica en esa década se limitó a tres álbumes –Nude (1981), The single factor (1982) y Stationary traveller (1984). Luego de autoexiliarse en los EE.UU. casi ocho años, Latimer volvió con una agenda recargada de conciertos y un sonido más cercano a sus raíces, con álbumes como Dust and dreams (1991), Harbour of tears (1996) y el extraordinario Rajaz (1999).

Camel, siempre con Andy Latimer como único integrante original, acometió el siglo 21 con un disco muy recomendable, A nod and a wink, lanzado en julio del 2002 y dedicado a Peter Bardens, fallecido a comienzos de ese año. Acompañado de Colin Bass (voz y bajo, en el grupo desde 1979) y dos extraordinarios músicos franco-canadienses, Guy LeBlanc (teclados) y Denis Clement (batería)- el grupo experimentó una ola de nueva popularidad con conciertos a casa llena en Europa y EE.UU., que se vio ligeramente interrumpida por una extraña enfermedad a la sangre que obligó al guitarrista a retirarse casi cinco años.

El 2014 la banda regresó triunfal con un DVD titulado In from the cold, grabado en vivo en el Barbican Theater de Londres, con un setlist que cubrió su amplio catálogo. El 2018, un par de años antes de la pandemia, el grupo –esta vez con el tecladista Peter Jones en reemplazo de LeBlanc, fallecido el 2014- se presentó en el Royal Albert Hall para tocar The Snow Goose en su integridad, tal y como lo habían hecho 43 años antes, en 1975.

Camel, de la mano de Andrew Latimer, hoy de 72 años, cumple cinco décadas de trabajo y su música suena tan fresca como siempre, reconocida como influencia de artistas contemporáneos del prog-rock como Marillion, Spock’s Beard, Opeth, Porcupine Tree, entre otros (chequeen esta versión de Lunar sea de Stratus Luna, trío de adolescentes brasileños. Su público ha envejecido también, con dignidad y elegancia, mientras sus nietos se retuercen como simios al ritmo del reggaetón o miran al vacío cuando un robótico DJ, ensimismado, los hace saltar en el TikTok. De lo que se pierden.

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Camel, Rock Progresivo

Cruella de Vil está de vuelta, la villana de los 101 Dálmatas ha regresado a la pantalla grande  en una versión live action dirigida por Craig Gillespie. El mismo realizador de la celebrada película  Yo, Tonya. Esta nueva versión resulta ser una precuela que da forma al malévolo  personaje de Disney inspirado en la novela de Dodie Smith escrita en 1956. 

La esperada cinta tuvo que posponer su estreno a finales del año pasado debido a la pandemia y hoy finalmente se presenta en la plataforma de Disney. Compañía que apuesta por la estrategia segura de reeditar sus clásicos films. Emma Stone interpreta a la joven Cruella y Emma Thompson a la Baronesa Von Hellman en los roles principales. Ambas actrices además asumieron la producción ejecutiva de este film. 

Esta es una película que gira en torno a la moda y deleita también por esa razón. Con diseños originales de alta costura y una elaborada producción artística, en donde cada detalle está orientado a impresionar. Lo que evoca a la película  El Diablo se viste a la moda y al personaje de Miranda, interpretado por Meryl Streep en paralelo también con el de la Baronesa en el reciente film. Grandes aciertos de esta producción. 

La historia nos cuenta el origen del personaje de blanca y negra cabellera desde su infancia.  Desde la propia narrativa, incluso con la voz en off, que resulta innecesaria, se van sucediendo una serie de incoherencias en la historia que reducen la atención que por otro lado logra su puesta en escena. Descuido que no se repite en sus créditos finales y en la oportuna selección de la banda sonora. 

Call me Cruella es el tema musical a cargo de la banda indie Florence and The Machine, que  no solo recoge la esencia oscura de este personaje, sino que resulta ser una verdadera joya. Su productor musical Nicholas Britell (conocido por la película Whiplash) intentó abarcar la estética rock de los 60s y 70s en Londres, grabando todo con equipo vintage y cinta analógica nada más que en los conocidos estudios de Abbey Road y Air Studios. Tema que mantiene un compás de sincronía con el proceso de transformación de Cruella hasta llegar a un notable éxtasis musical con el despertar de su locura. Acompañan canciones como Bloody well right de Supertramp o Feeling good de Nina Simone, entre otras más de la época. Elemento que adquiere especial importancia al intentar retratar el origen cultural del movimiento punk en Inglaterra. 

La pantalla grande y hoy quizás el monitor, han retratado diversas versiones de Cruella de Vil, desde la animada en 1961, pasando por el primer live action con la inolvidable interpretación de Glenn Close y las apariciones televisivas en series como Once upon a time o la película para televisión Descendientes. En todas ellas la esencia de su maldad radica en la obsesión de poseer abrigos con piel animal, en especial de los dálmatas. Si bien es cierto nunca antes existió una explicación por ese comportamiento, se podía suponer que era parte de un evidente desequilibrio. Sin embargo, la Cruella de Emma Stone intenta dar una motivación ante ello y esa misma premisa es la que cambia por completo la esencia del personaje.  

Esta versión que permite reconocer una serie de elementos de sus películas originales, no es consecuente con la perversidad de su personaje. Dibuja una suerte de redención en pleno siglo XXI con la intención de justificar el comportamiento de uno de los iconos más populares de la compañía cinematográfica de Disney. Quitando la propia esencia del personaje caricaturesco.  

Lo que termina por presentar una actuación irregular por parte de Emma Stone, a pesar de algunos momentos brillantes en los monólogos frente a la pileta. La otra Emma, más bien, encarna la potencia maligna de personajes tan icónicos como Meryl Streep en el Diablo viste a la moda o la misma Glenn Close en la versión de los 90s. La Baronesa Von Hellman captura esa atención como predecesora de lo que será en el futuro Cruella de Vil. 

El cuidado extremo de los detalles en la presentación de la villana de los 101 dálmatas, no equivale al de sus hilos narrativos. Lo que podría haberse convertido en una película de culto, por ser una versión femenina de la oscuridad, termina en las capas de la superficialidad. 

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101 Dálmatas, Cruella, Emma Stone

El Ministerio Público debería proceder, si cabe la figura legal, a denunciar penalmente a aquellos que, sediciosamente, andan promoviendo públicamente la participación de las fuerzas armadas para que “impongan el orden” e interrumpan el proceso electoral que hasta el momento le viene dando el triunfo a una opción de izquierda, como la de Pedro Castillo.

El respeto a la voluntad popular es una causa que excede los términos de izquierda y de derecha. Todos los que, inclusive, votamos críticamente por Keiko Fujimori, estamos obligados moral y políticamente a defender la democracia, aún si ésta arroja resultados diferentes a los que nuestra voluntad particular expresó en las urnas.

Es hora nuevamente de que la derecha separe la paja del trigo dentro de sus propias huestes. No es admisible dentro de los predios de la derecha liberal que se admita criterios tales como que es preferible un golpe antes que un  gobierno de izquierda.

Sigo creyendo firmemente que un gobierno de derecha liberal es lo que el Perú necesita para salir de la crisis institucional, política y económica por la que atraviesa el país. Un gobierno que despliegue un shock de inversiones capitalistas y le sume la reconstrucción de un Estado excluyente y deficiente como el que tenemos.

En esa medida, si se confirman los resultados del conteo rápido y de la ONPE, creo que el país ha perdido una oportunidad de lograr ese salto de calidad y que la izquierda encarnada en Pedro Castillo, aún si opta por un camino moderado, hará una gestión mediocre y generadora de más problemas que beneficios al país.

Pero ello no es argumento para sostener la insensatez delictiva de que la democracia peruana no debe tolerar que ese escenario se ejecute. Si la mayoría optó por un gobierno de izquierda, pues que se lleve a cabo. Habrá que estar vigilantes de que respete la democracia que lo ungió y no petardee las instituciones ni el Estado de Derecho, pero si se comporta dentro de los márgenes de la ley, habrá que respetar su gestión, no sabotearla, y esperar paciente y democráticamente a que en la próxima elección el país opte por una mejor alternativa. Eso es lo que corresponde.

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Elecciones 2021, Golpismo, Izquierda Radical

La escritora colombiana Pilar Quintana, reciente ganadora del Premio Alfaguara con la novela Los abismos (2021) consolida, con una obra breve, que incluye algunos cuentos y la magnífica nouvelle La perra, un estilo en el que brillan la economía del lenguaje, una habilidad para hablar sin tapujos de tabúes diversos (hay días en que se agradece la incorrección) y una mirada sobre las relaciones de género que se enfoca, sobre todo, en la experiencia cotidiana. Los abismos es, en esencia, una narración cuyo tema es el paulatino desgaste de una familia pequeña (padre, madre e hija) y su cada vez más amenazante disfuncionalidad. Lo interesante es que buena parte de la novela recoge el punto de vista de la niña –Claudia, igual que su madre–, quien adquiere conciencia precoz de las varias fisuras y medias verdades que conforman el mundo de los adultos.

En cierto sentido, esto podría configurar el relato del aprendizaje de Claudia (hija), a partir del resquebrajamiento de la inocencia, perfectamente simbolizada en una escena en la cual arroja su muñeca, llamada Paulina, por un barranco, y luego cuando le preguntan por ella responde con una perturbadora tranquilidad que la muñeca de ha suicidado. También se presenta el relato de Claudia (madre), una mujer castigada por el hastío, el desamor y la soledad, heridas que cura parcialmente con algunas aventuras extramatrimoniales y dosis excesivas de whisky. El padre, en tanto, es un ser absorbido por la rutina de su negocio, que acaso termina convirtiéndose en una especie de refugio personal.

La novela se articula en torno de una trama de secretos familiares y problemas intestinos que intentan ocultarse bajo el ropaje de las apariencias, cosas que la niña Claudia advierte, con una inteligencia clara que tarde o temprano empezará a intoxicarse de adultez. Su lenguaje es extremadamente económico, es incisivo y preciso, dando forma a un engañoso efecto de sencillez que oculta un arduo trabajo narrativo. A eso hay que sumar otro aspecto de interés: el punto de vista narrativo, que descansa mayormente en la mirada de Claudia (hija). Son los ojos de la niña los que nos guían por el abismo (los abismos, debiera decir) que los adultos construyen cotidianamente. Ella es testigo, es verdad, pero también le cabe el rol de protagonista. El relato de la debacle familiar recae fundamentalmente en ella.

Los temas de fondo no son menos interesantes: una niña en tránsito a ver la debacle que se cierne sobre su infancia –cada vez más privada de afectos– y un mundo adulto lleno de distorsiones y medias verdades, una familia que se va desintegrando entre un padre adicto al trabajo y una madre con problemas alcohol y aislamiento, que escapa del mundo enterrándose en la lectura de revistas frívolas. No hay una idealización de la familia sino un retrato crudo, irónico y mordaz. Si hiciéramos la analogía con un cuerpo, la familia en Los abismos estaría, digamos, a punto de descomponerse: huele mal, ha llegado a un grado muy alto de agotamiento y sus posibilidades de genuino afecto son esporádicas o, en todo caso, se reducen a escasos momentos. Una familia que vive, como si fuera un país a escala, una crisis diaria.

Los abismos. Bogotá: Alfaguara, 2021.

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Lenguaje, Los abismos, Pilar Quintana

Como si no fuera suficiente con el nivel de incertidumbre política generada por la no conclusión del proceso electoral, que permita ya dar un ganador de la justa electoral y tirar para adelante, en la mejor o peor de las circunstancias, en medio de tambores de guerra golpistas de parte de algunos sectores afiebrados de la derecha peruana, que no es capaz de digerir un eventual triunfo de una izquierda popular, no podía faltar el inefable Congreso de la República para agregar su cuota de insensatez.

Pretende, con la convocatoria a cuatro legislaturas sucesivas, modificar una infinidad de artículos de la Constitución, que en el fondo lo único que buscan es asegurar la bicameralidad que les permita a ellos volver a postular al Senado el próximo año. En el proceso, sin embargo, se están levantando en peso el equilibrio de poderes entre el Ejecutivo y el Legislativo y en algunos casos, están pretendiendo otorgarle al Presidente poderes omnímodos para convocar de facto y a título personal a una Asamblea Constituyente (el sueño dorado de Pedro Castillo para no tener que pasar por el Congreso, como la Constitución vigente ordena).

Bien ha hecho el propio presidente Sagasti en advertir el despropósito, más aún si el mismo se ampara en la oscuridad para perpetrar sus fechorías, considerado que la inmensa mayoría de la ciudadanía está desvelada por el tema electoral y le presta poca atención a lo que se pueda hacer en los pasillos del Legislativo.

Como colofón de la barbarie quieren elegir expresamente al menos a tres magistrados del Tribunal Constitucional, sin respetar los plazos prudenciales, simplemente para blindar la eventualidad de que el ente máximo de interpretación de la Constitución, termine por declarar inconstitucionales las reformas que se están haciendo (por lo pronto, el texto de la Carta Magna exige 87 votos en dos legislaturas ordinarias y las que se han convocado son extraordinarias, es decir que no calificarían para el propósito reformista).

Ha sido una constante en el periodo republicano democrático más prolongado de nuestra historia, el deterioro paulatino del poder Legislativo, pero difícilmente alguien podía imaginar los niveles de descrédito a los que se podría llegar. La movilización social, mediática y de la sociedad civil activa debe impedir tamaños despropósitos.

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Bicameralidad, Elecciones 2021, Pedro Castillo
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