Opinión

Es tarea fundamental de la centroderecha -si quiere pasar a la segunda vuelta- derrotar a Keiko Fujimori. Ella encabeza las preferencias electorales (Ipsos le da 10% antes de la muerte de Alberto Fujimori y ésta la va a beneficiar políticamente) y es la rival a derrotar, junto con la izquierda radical.

La propia encuesta de Ipsos nos da algunas pistas. Preguntada la ciudadanía sobre los hechos más negativos en la historia de Alberto Fujimori, destaca en primer lugar la corrupción (37%), las violaciones a los derechos humanos (35%) y su alianza con Vladimiro Montesinos (30%).

Hay varios factores que pueden ayudar a la campaña anti Keiko. Primero, el inicio del juicio por el caso cocteles. Personalmente pienso que se va a caer, que es un absurdo, pero va durar hasta la campaña electoral y la va a golpear (la aprobación histórica a Keiko empezó a caer con su proceso penal). Y otro elemento significativo es que Montesinos saldrá libre antes de las elecciones, trayendo al presente lo más ominoso de la década de los 90.

Si la centroderecha golpea allí, en ese flanco, podrá afectar la candidatura de Keiko Fujimori y,si no hacerla descender, por lo menos evitar que suba por el envión de la muerte de su progenitor. Si además logra consolidar alguna alianza potente -discúlpese la cargosería con el tema-, podría colocar a un candidato en la segunda vuelta que enfrente a la izquierda radical, o a la propia Keiko Fujimori, asegurándose, en ambos casos -es lo más probable-, el triunfo final.

Cualquier estrategia de marketing electoral de los candidatos de centroderecha deberá incluir un vector antikeikista obligadamente. No van a trasvasar sus votos a favor suyo (la matriz de transferencia del fujimorismo es variada), pero ya dependerá de quienes sean candidatos atraer su propio caudal. Lo importante es impedir que Keiko se dispare y se asegure el pase a la jornada definitoria.

Por naturaleza ideológica, la centroderecha es más anticomunista que antifujimorista, pero la cifra de su éxito electoral dependerá de que sepa balancear ambas campañas al mismo tiempo y con la misma intensidad.

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Keiko Fujimori-Rafael López Aliaga

[Agenda País] Los peruanos estamos acostumbrados a vivir con mentiras, aquellas que lindan con el cinismo, y otras pequeñitas, cotidianas, casi inocuas, pero mentiras al fin.

Es decir, los ciudadanos vivimos en un constante fraude social (https://sudaca.pe/noticia/opinion/aldo-parodi-el-fraude-social/), desde aquellas habituales costumbres como ser impuntuales sin tener consideración al prójimo, manejar por izquierda en carretera a 60 km/h y que se jodan los de atrás, hasta la gran corrupción y el cinismo de personajes nefastos de nuestra política nacional.

Esta manera de engaño constante que ahonda la sensación de vivir en una selva sin ley, ha llegado, lamentablemente, a las esferas de los medios de comunicación que, sin ningún pudor ni ánimo de autocensura, dejan que periodistas e invitados se explayen diciendo cualquier falsedad.

Ya estamos cansados de escuchar que a Alberto Fujimori se le condenó por delitos de lesa humanidad cuando hasta el propio juez César San Martín aclaró que la mención de lesa humanidad no era referida a algún delito sino una referencia retórica. Sin embargo, algunos periodistas, académicos y políticos ideologizados, siguen con ese mismo relato, quizá, bajo instrucciones superiores.

Es aún más grave cuando líderes comunicacionales sobreponen su interés político a la verdad, por ejemplo, cuando el Dr. Elmer Huerta azuzó la marcha por RPP contra el presidente Merino en plena pandemia diciendo que, en ese tipo de multitud, la posibilidad de contagio era casi inexistente. 

El pasado 7 de octubre, día en que se conmemoró la masacre de cientos de israelíes ultrajados, decapitados, quemados vivos y secuestrados por los terroristas de Hamas, el reemplazante de Fernando Carvallo, casualmente también en RPP, su tocayo Fernando Vivas, se refería a Hamas como “organización política no convencional”. ¡Suavecito! como diría el recordado Alex Valle.

Esta indignante aseveración de Vivas no fue corregida por su colega Mávila Huertas, ni por la entrevistada y pasó así, desapercibida, como si los miles de oyentes de RPP tuvieran pues, que aceptar el dicho de Vivas como la santa palabra.

La búsqueda de la verdad es fundamental para cerrar las heridas, cualesquiera que hayan sido. Desde una infidelidad matrimonial hasta una cruenta guerra.

Pero con comunicadores que sobreponen su ideología a la verdad, apañados y protegidos por una línea editorial cómplice dictada por los propietarios del medio, nunca podremos los peruanos, entrar en una fase de reconciliación y paz.

Estamos camino a la autodestrucción como sociedad, incluso peor que con el terrorismo de los ‘80s ya que, al azuzamiento del caos causado por las mentiras constantes de sectores ideologizados, se une el sicariato y la extorsión expandidos a todo nivel económico y social, teniendo como perla, unas próximas elecciones presidenciales con cerca de 40 candidatos que solo incrementarán la angustia de sentirnos en un fango sin salida.

Solo hablando con la verdad y anteponiendo los hechos a la ideología, podremos encontrar no solamente esa luz al final del túnel, sino también, esa mano amiga que nos ayude a salir del fango de la decadencia.  

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Más allá del balance contable que se haga respecto del acatamiento del paro o la magnitud de las marchas, lo cierto es que la protesta convocada hoy contra el gobierno posee una tremenda potencia política.

Rompe el dique de contención que inexplicablemente nos mostraba un país silente y sumiso frente a las tropelías de un Ejecutivo y un Congreso que no cesan en demoler la separación de poderes y el orden institucional democrático, pero que -y ese es el motivo de la protesta- no acompañaba su diligencia destructora en acciones efectivas contra los problemas reales que aquejan a los ciudadanos, como la inseguridad ciudadana y la corrupción.

Y es el punto de partida de una serie de protestas ya convocadas, entre ellas una que amenaza con ser contundente como es la huelga general indefinida del Sutep, y que podría significar un parteaguas político en el país.

Llamaba la atención que un Ejecutivo y un Congreso con tasas de desaprobación históricas no merecieran agitación callejera. Pues ya empezó y de ahora en adelante solo cabe esperar una espiral de crecimiento de la protesta. Enhorabuena, ante la apatía de la clase política opositora o los gremios formales más reconocidos.

Si no es el Congreso -cuestión casi imposible de que ocurra- solo la calle puede tumbarse a este régimen. Y ojalá crezca la protesta al punto de lograr la vacancia o renuncia presidencial y el adelanto de elecciones. El daño que le está produciendo al país la alianza ladina del Ejecutivo y el Legislativo es inmenso y va a tener un impacto electoral gigantesco si no se hace nada o no se le pone coto.

Es más, no importa si no se logra el objetivo (cabe mencionar que no es parte de la plataforma de hoy que se vayan todos); ya es bastante que la ciudadanía se movilice espontáneamente y exprese políticamente su malestar respecto del statu quo. Le hace bien al país, a la sociedad, a la democracia, al devenir electoral. La calle hace lo correcto en pronunciarse por fin respecto de un régimen mediocre, inoperante y antidemocrático.

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Según las encuestas, la mayoría de ciudadanos se autoidentifica de centro. Me parece, sin embargo, una definición engañosa, porque puede no decir nada, es decir no reflejar una postura ideológica alejada de las posiciones de derecha e izquierda tradicionales, sino simplemente esconder una indefinición.

En cualquier caso, hay un listado de personajes que habitan ese espacio y que, al parecer, pretenden tener protagonismo en estas elecciones, yendo a contrapelo de la polarización que parece que va a primar en la contienda, en beneficio de las posturas más definidas de derecha o izquierda.

Se puede mencionar entre sus inquilinos, a Jorge Nieto, Marianella Ledesma, Alfredo Barnechea, Francisco Sagasti, César Acuña, Martín Vizcarra, Flor Pablo, Marisol Pérez Tello, Mesías Guevara y Susel Paredes, entre otros tantos que todavía están por aparecer en el firmamento.

La verdad es que la segmentación ideológica es arbitraria y difusa, porque bien podrían distinguirse en la lista personajes más cercanos a la izquierda que a la derecha y a la inversa, que mejor harían en sumarse al esfuerzo que desde algunos sectores ya se están haciendo para aglutinar proyectos.

Salvo César Acuña, quien, aunque quiera, no va a encontrar nadie que quiera aliarse con él (salvo que sea Podemos o algún estropajo partidario de ese rango), o Martín Vizcarra, quien carga encima suyo severos cuestionamientos de corrupción que lo hacen inalienable (aunque sea, en los hechos, quien más posibilidades tendría si logra levantar la inhabilitación que pesa contra él), el resto es perfectamente sumable a una alianza más amplia.

Lo perjudicial es que de mantenerse en pie sus candidaturas sumarán aún más a la fragmentación del espectro que va del centro a la derecha. Casi todos los mencionados, por no decir todos, sostienen posturas ideológicas que no difieren mucho de las que proponen, por ejemplo, los candidatos de Libertad Popular o del PPC.

Por ello, igual que decimos respecto de la centroderecha, de este sector debemos decir lo mismo. La tugurización electoral solo va a beneficiar a Fuerza Popular y a la izquierda radical, y acrecienta el peligro de tener que definir una segunda vuelta entre Antauro Humala y Keiko Fujimori.

[La columna deca(n)dente] ¿Dina Boluarte decidió esto? Bueno, digamos que alguien ha considerado que al Perú le hace falta un pequeño retoque armamentístico. No estamos hablando de hospitales mejor equipados, ni de escuelas donde los niños no tengan que rezar para que el techo no se les caiga encima. No, estamos hablando de algo mucho más urgente para el país: 24 aviones de guerra, ni más ni menos, por la módica suma de 15 mil millones de soles. ¡15 mil millones de soles!

Como dice la canción: «Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena». Qué dolor y qué pena que no hayamos visto antes esta gran oportunidad para «protegernos». ¿De quién? Buena pregunta, porque no está muy claro quién es ese enemigo tan temible y poderoso que justifique semejante inversión. Pero no importa, el hecho es que Mambrú (o Dina, en este caso) ya está en camino, y su partida cuesta lo que un país con un sistema de salud en condiciones óptimas podría valer. Pero… qué dolor, qué pena que no tengamos uno así.

«Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá». O, en este caso, no sé cuándo llegarán esos hospitales mejorados, esas escuelas públicas con agua y desagüe, o esas carreteras asfaltadas. Ni hablar de poder trabajar sin el miedo constante de ser asesinado por los extorsionadores de turno. Pero lo que sí sabemos con certeza es que los aviones vendrán. Y cuando lleguen, ¡por fin podremos dormir tranquilos! Porque, claro, ahuyentarán a los extorsionadores y espantarán a las organizaciones criminales.

«Si vendrá para la Pascua, o para la Trinidad…». Nadie lo sabe con certeza. Lo que sí sabemos es que este gobierno de Boluarte tendrá la dicha de ser recordado por algo tan significativo como llenar el cielo peruano de aviones de guerra. De paso, el viento de las turbinas podrá barrer las ilusiones de los ciudadanos que esperaban soluciones a problemas más mundanos, como el acceso a agua potable o la reducción de la pobreza o la mejora de la educación pública. Pero claro, esas cosas no vuelan, ni hacen ruido, y mucho menos brindan una foto impresionante durante un desfile militar.

«Mambrú murió en la guerra, lo llevan a enterrar…». Esperemos que no sea la esperanza de los ciudadanos la que esté siendo enterrada en esta operación millonaria. En un país donde cada céntimo cuenta y las necesidades básicas parecen un lujo, alguien decidió apostar por un gasto digno de cualquier potencia militar. Con suerte, cuando entremos en la inevitable fase de austeridad y recortes en sectores como salud o educación, al menos podremos mirar al cielo y ver esos 24 aviones de guerra, cortesía de Dina Boluarte, recordándonos que, aunque no tengamos medicinas ni escuelas, al menos tenemos aviones.

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Solo el narcisismo exacerbado de sus protagonistas explica la inutilidad bajo la que se conducen hasta ahora los esfuerzos tímidos para producir un gran frente de centroderecha, que sea capaz de pasar a la segunda vuelta y allí derrotar o a Keiko Fujimori o al representante de la izquierda radical que termine por descollar.

El “síndrome Castillo” se ha apoderado de las mentes de sus líderes, que creen que la ruleta política, el sube y baja habitual de los tramos finales de las elecciones en el Perú hará que a alguno de ellos le sonría la fortuna y logre el triunfo anhelado (se recuerda que una semana antes de la primera vuelta, quien pasaba a la segunda vuelta por la izquierda no era Castillo sino Lescano).

En ese trance, resulta casi imposible hallar una salida, porque nadie quiere dar su brazo a torcer o si lo hace es imponiendo condiciones máximas, como asegurarse para sí la candidatura presidencial, cuestión que, obviamente, el resto no acepta planteada tan arbitrariamente.

Dificulta el proceso el hecho de que se agregue un punto porcentual de la votación por cada agrupación aliada, a las alianzas electorales, para que sus integrantes no pierdan la inscripción. Ello debería ser modificado por el Congreso y,además, permitir eventualmente que haya alianzas congresales y no presidenciales, que podría ayudar a evitar esta disputa de egos (al final las elecciones en primera vuelta serían una suerte de primarias presidenciales).

Es de vida o muerte que el Perú no se conduzca al escenario final de una disputa entre Antauro Humala y Keiko Fujimori (y tener, de mi lado, que volver a votar por Fuerza Popular ante la alternativa del desastre mayúsculo y desquiciado del etnocacerismo). Una opción así no asegurará que el quinquenio que se estrene el 2026 sea uno de refundación liberal y republicana, que con tanta urgencia necesitamos como país bicentenario.

 

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Antauro Humala, derecha peruana, Keiko Fujimori

Recién el Dr. Alfonso López Chau, Rector de la Universidad Nacional de Ingeniería, escribió sobre lo que a nadie le importa: la moderación y la ética en la política. Al mismo tiempo, leí en el titular de Salud, Dinero y Amor -un nuevo diario chicha- la noticia del supuesto ultraje sexual a Andrés Hurtado “Chibolín” en el penal de Ancón a manos de un prontuariado delincuente apodado “negro tres leches”. 

Ignoro la veracidad de esta última noticia. A no ser por la circulación en redes de este inefable titular, jamás hubiese sabido de una crónica que se merece más como una denuncia de violencia sexual antes que como una argucia de marketing para vender un pasquín, cuya motivación política, sin embargo, es inocultable: hoy las redes sociales comentan con sorna las supuestas penurias carcelarias del popular exanimador televisivo. 

Y a López Chau nadie lo leyó pero lo que nos dijo es fundamental. Recién me trataron de imperialista, proyanqui, reaccionario, fascista y una larga lista de epítetos análogos por expresar mi preocupación respecto de la reforma de la justicia que acaba de proponer Claudia Sheinbaum en México. Sucintamente, los jueces serán elegidos por aclamación popular, sin mediación alguna. Al parecer, alguien está confundiendo a la multitud plebiscitaria con la democracia y el constitucionalismo, el que, para todos los casos, establece procedimientos y mecanismos adecuados,  aunque muchas veces resulten disfuncionales.

Al mismo tiempo, me llamaron rojo, proterruco y defensor de bandas criminales por cuestionar a Nayib Bukele, y denunciar la casi desaparición del Estado de derecho y de la división de poderes en El Salvador. Se trata de lo mismo: otra vez el plebiscitarismo. Total, tanto a Sheinbaum como a Bukele (me queda claro que la primera no rompe el cerco democrático hasta hoy, mientras que el segundo lo rompió hace rato) los votaron más del 60% de sus connacionales ¿les dieron entonces un cheque en blanco? ¿les otorgaron la facultad de cambiar el régimen político?  ¿Cuándo es válido cargarse una república? ¿depende del color de la camiseta del caudillo de turno?

Y el Rector de la UNI, sin que nadie lo advirtiera, nos escribió sobre la moderación en el ejercicio del poder, sobre la ética y la responsabilidad del gobernante. Se puede aprender lentamente, el pecado consiste en repetir las lecciones y no aprender nunca. El debate que les estoy planteando no es distinto al de los inicios de nuestra era republicana hace doscientos años, o al recordaris de Hugo Neira en la segunda edición de su Hacia La Tercera Mitad: “hay que saber limitar republicanamente el poder”. 

Recién hemos criminalizado la protesta en el Perú, hay leyes que favorecen el crimen organizado en lugar de defender de este a la sociedad. ¿No hay salida más allá del extremismo? ¿una vez más nos creeremos el cuento de que los cuarteles y los fusiles son la solución cuando nuestra historia republicana demuestra exactamente lo contrario? Tal vez habría que pensar serenos, con moderación, en cómo fortalecer nuestras instituciones democráticas, con todo el peso de la ley, democracia fuerte sí, pero democracia al fin y al cabo, siempre democracia, en toda su amplitud y con un cabal conocimiento de sus inexpugnables fronteras. 

En Occidente triunfaron quienes lo tuvieron claro y lo llevaron a la praxis. Habría que comenzar por aclararnos nosotros mismos, y el primer paso es dejar atrás la polarización de extremos ideológicos que nos está forzando a elegir entre opciones políticas radicales que no solucionan nada y que nos mantendrán en la eterna caída libre por el despeñadero de la corrupción. 

Al respecto, parafraseando a Max Weber, Alfonso López Chau dijo que “se necesita mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad; es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas. No saber guardar distancias es uno de los pecados mortales de todo político y guardarlas es una de las cualidades cuyo olvido condenará a la impotencia”. 

Bien común, ciudadanía, derechos, instituciones. Recuperemos el vocabulario democrático básico. Garantizo que resultará más útil y edificante que regodearse con el patetismo degradante de un supuesto ataque sexual a Andrés Hurtado en Piedras Gordas. 

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Alfonso López Chau, andres hurtado, Chibolín, etica y política, Max Weber, moderación

No basta ser empresario para ser liberal. Comprender cómo funciona la economía puede generar también hábitos mercantilistas, es decir la búsqueda de privilegios estatales que distorsionen la libre competencia.

De ello hemos tenido en abundancia en los últimos lustros -recuérdese la enorme resistencia a las reformas liberalizadoras de los 90 por parte de los principales gremios empresariales del país-, aunque debe reconocerse que en el empresariado formal es una práctica cada vez menos extendida (salvo, por supuesto, en empresas corruptas que rompen la libre competencia al amañarla tramposamente).

El problema que se aprecia en el país es que un sector significativo del nuevo empresariado, el que surge del mundo informal, arrastra consigo una serie de mañanas mercantilistas tremendas. Hay un nuevo mercantilismo: el de las economías informales/ilegales que tienen mucha más influencia en las autoridades (por las buenas o las malas) que el empresariado formal. Véase las prórrogas al Reinfo (y lo difícil que le resultan a las mineras formales obtener sus permisos: años!!); mírese cómo patalean las desarrolladoras formales en todos los distritos (son chantajeadas por alcaldes) versus lo que ocurre en invasiones en la periferia que luego son legalizadas; atiéndase el caso de las universidades truchas o el de los transportistas informales que consiguen hasta apoyo legislativo a sus respectivos quehaceres.

No es casual que ese sector empresarial, en lugar de inclinarse políticamente por la derecha, como uno naturalmente tendería a pensar, dada su condición de empresarios privados, haya terminado apoyando a Pedro Castillo el 2021 y financiado inclusive la asonada de fines del 2022 y comienzos del 2023 luego de la caída del funesto Atila chotano. Castillo les ofrecía las prebendas que el sistema formal no les abría.

Es un problema grande porque lo que normalmente sucede es que esos empresarios informales a la postre terminan formalizándose ya que sus escalas les impiden seguir siendo informales, pero traen consigo un equipaje ideológico que no ayuda a que el sector empresarial sea un motor liberal, sino que resucitan viejas prácticas mañosas y destructivas de cualquier economía de mercado. Un problema más a atender de los tantos que ya tiene nuestro atribulado país.

Ojalá mejore un poco la situación económica en el 2025, como ha previsto Julio Velarde, presidente del BCR, y ello genere, a su vez, una relativa sensación de mejora o mayor bienestar en las empobrecidas clases populares peruanas.

Tal circunstancia podría amenguar en algo la irritación popular masiva y omnipresente que siente la plebe en el Perú, podría servir para aminorar la “cólera del pobre”, como la definía nuestro poeta mayor César Vallejo.

La pandemia sirvió para tumbarse la ilusión de que había surgido en el Perú una pujante clase media y fue útil también para demostrar la inexistencia del Estado para los más pobres, que recibieron una atención médica de país del cuarto mundo.

Y ese hecho los debe haber hecho reflexionar cómo les sucede lo mismo, en educación, en seguridad, en acceso a la justicia, en oportunidades, digámoslo claramente, de romper el círculo de pobreza en el que se hallan, desbaratando la ansiada mejoría de sus nuevas generaciones.

El Perú va a necesitar un gobierno extraordinario el 2026, que sea capaz de romper la inercia económica y hacernos retornar a la dinámica existente hasta el final del segundo gobierno de García, pero que, a la vez, y no en menor jerarquía, empiece a construir un Estado capaz de ejecutar políticas públicas, libres de ineficacia y de corrupción.

Lamentablemente, la mediocre y pueril gestión de Dina Boluarte atenta contra una opción así, porque favorece que el malestar popular busque fórmulas autoritarias, populistas, radicales, disruptivas, y soslaye las propuestas acomedidas de la sensatez.

Ya los expertos en marketing electoral tendrán ante sí la dura tarea de convertir el hartazgo popular en esperanza y optimismo. Pero ello va a depender, en gran medida, de que la centroderecha (¿o acaso el fujimorismo o la izquierda radical son opciones razonables?) logre unirse. Ayer me escribía un amigo de que con la lista de presidenciables de derecha que había colocado, la misma no iba a ningún lado. Con mayor razón, en su unidad puede alcanzar la virtud política que se traduzca en intención electoral. No veo otro camino.

La del estribo: gran expectativa y confianza en la dirección de la gran Mariana de Althaus para sacar adelante Detrás ruge el lago, una versión libre de La Gaviota de Antón Chéjov. Con un elenco encabezado por Tatiana Astengo y Leonardo Torres Villar promete buen teatro. Va en el Teatro La Plaza hasta el 22 de octubre. Entradas en Joinnus.

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BCR, Cólera del pobre, Julio Velarde
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