Opinión

LA TANA ZURDA] En la escuela nos enseñaron que el Imperio Incaico o Tahuantinsuyo era una amplia extensión longitudinal que cubría sobre todo la parte central de los Andes y la costa sudamericana, desde el sur de la actual Colombia hasta el río Maule en Chile, pasando por las zonas montañosas de Bolivia y el norte de Argentina. Es decir, los mapas tradicionales del imperio lo identificaban como un territorio fundamentalmente serrano y costeño, con muy poca incidencia en la Amazonía debido a las difíciles condiciones que la inmensa llanura verde ofrecía y aún ofrece (calor, humedad, mosquitos, enfermedades, falta de rutas de penetración –salvo los ríos–, hostilidad de sus habitantes, etc.).

Pero en los últimos años han venido revelándose nuevos conocimientos a partir de evidencias arqueológicas hechas por equipos que utilizan técnicas de punta como ubicación por rayos infrarrojos, tecnología láser, carbono 14 y otros que nos confirman que los incas llegaron a tener un buen conocimiento del territorio amazónico, lograron construir diversos asentamientos tan dentro de la selva como el actual estado brasileño de Acre y que incluso incorporaron como parte de su universo mental la idea del océano Atlántico, al cual habrían llegado por el camino de Peabirú, que cruza el Chaco y llega hasta las costas del Brasil. En suma, la comunicación y el comercio con numerosos pueblos al este del Cuzco fue algo bastante más frecuente de lo que se pensaba.

El prestigioso historiador y antropólogo José Carlos Vilcapoma reúne todos estos datos y muchos más en su reciente libro Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico, publicado en Lima a mediados de este año por el Instituto de Investigaciones y Desarrollo Andino (IIDA). En él nos da una gran cantidad de detalles a través de mapas y una profunda revisión de las fuentes documentales, incluyendo crónicas coloniales.

Por ejemplo, rescata el dato del portugués Aleixo García, que habría llegado al imperio incaico en 1525 (antes que Pizarro) por la ruta del este, es decir, utilizando ese camino que cruza el continente sudamericano de lado a lado, orientado por los guaraníes del Paraguay. Este y otros pueblos alimentaban el mito de una «Tierra Sin Mal» en el oeste, es decir, en la zona andina, un reino sin enfermedades ni hambre con un gobierno justo. ¡A tanto llegaba el prestigio de los incas! A su vez, estos habrían recorrido tal camino e intercambiado objetos con aquellos pueblos que no llegaron a incorporar formalmente a su territorio, pero que les facilitaron información sobre la gran masa de agua en el oriente, donde nace el Sol, ese océano que los españoles llamaron Mar del Norte y hoy conocemos como océano Atlántico.

Examinando la información sobre los incas Túpac Yupanqui y Huayna Cápac, que gobernaron entre los siglos XV y XVI, Vilcapoma nos traza un cuadro amplio y preciso del conocimiento geográfico y político que los incas tuvieron de los inmensos territorios orientales y también en el oeste, considerando la gran expedición que comandó Túpac Yupanqui a la Polinesia. Esto es coherente con la visión del mundo de la civilización andina, que concebía al Sol como una entidad que se sumergía en las aguas del Pacífico o Mamacocha en occidente, pero que luego de nadar por la noche bajo la gran isla del kay pacha (Sudamérica) renacía en la vasta masa acuífera del Atlántico en el oriente.

José Carlos Vilcapoma tiene numerosos libros en su haber relacionados con la historia y el folclor andinos y amazónicos, a los que ha dedicado décadas de estudio y difusión. Fue el primer viceministro de interculturalidad cuando se inauguró el Ministerio de Cultura el 2009 y ejerce cátedra en la Universidad Nacional Agraria La Molina, además de ser un activista cultural de talla internacional. Los incas en la ruta del Antisuyo y el Atlántico es un libro sobriamente escrito y bellamente editado, que contiene mapas e ilustraciones poco conocidas, además de fotografías inéditas sobre los asentamientos incaicos que los equipos de investigadores brasileños y de otros países vienen descubriendo en la Amazonía.

El libro bien vale un Perú o, por menos, un buen Paititi. Lo recomiendo con orgullo de peruana.

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Lo que está ocurriendo con la Defensoría del Pueblo y con la Sunedu es la mejor demostración de cómo una coalición derechista conservadora es capaz de destruir instituciones, en base a los prejuicios ideológicos que acompañan su arsenal cognitivo.

Si a ello le sumamos el desastroso paso del alcalde Rafael López Aliaga por la Municipalidad de Lima y junto con él, de muchos de sus correligionarios distritales, deberá deducirse que este núcleo del espectro ideológico nacional puede haber alcanzado protagonismo, pero no profesionalismo político.

La derecha conservadora no tiene idea de cómo resolver los graves problemas nacionales que nos aquejan (inseguridad ciudadana, corrupción, crisis económica, reforma del Estado, fortalecimiento de instituciones, etc.). Está signada por un arsenal de frases efectistas, pero a la hora de ejecutar, como se aprecia en la esfera congresal y en la municipal, no da pie con bola.

Lamentablemente, la principal fuerza de la derecha peruana, el fujimorismo, en lugar de haber fortalecido su raigambre liberal, identitaria de lo mejor de los 90, se ha deslizado hacia senderos conservadores, mercantilistas y autoritarios, yendo a contrapelo de sus propios orígenes sociales e ideológicos.

Es casi tan malo que gane la izquierda extrema el 2026 como que lo haga la derecha conservadora. No habría ninguna reforma liberal y muy lejos de ello, el Perú retrocedería en muchas cosas positivas que se lograron, a cuentagotas, en la transición democrática, y nos despediríamos del avance de reformas importantes como las vinculadas a políticas de equidad de género, luchas feministas, respeto a la diversidad cultural, etc.

Si queremos salir del embrollo social, económico y político en el que nos encontramos, es menester que se fortalezcan opciones liberales, que incorporen fuerzas de derecha, de centro e, inclusive, de la centroizquierda que se mantuvo incólume de la tragedia castillista.

Entre la izquierda radical cavernaria y la derecha conservadora troglodita, nos aseguran el retroceso del país y la pauperización brutal de la convivencia política. Es imperativo que las fuerzas liberales y democráticas unan voluntades y le eviten al país ese terrible trance.

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[REFLEXIONEMOS PERÚ] Todas las campañas políticas ven a las plataformas digitales como el territorio para ganar las elecciones. Algunos con bailes, otros con parodias, y otros con formas bruscas para llamar la atención. Sin embargo, estos contenidos propiamente no son auténticos, ni propios.

En la actualidad, los ciudadanos digitales nos hemos convertido en consumidores de los contenidos digitales. La pandemia nos llevó a vivir también la política por medio de las redes sociales.

La política de la democracia liberal está pasando por una crisis debilitada, por una falta de credibilidad y apatía ciudadana. Y esto es muy preocupante.

Basta con ver las instituciones públicas y los partidos políticos desgastados en algo que no han sabido aprovechar, con todas estas crisis: el reposicionamiento de la marca institucional o la creación de marcas humanas políticas líderes de verdad. 

Esta política tan deteriorada, actualmente apuesta a la popularidad, pero sin construir marcas propias de los candidatos.

¿Popularidad es sinónimo de Liderazgo? No, son dos cosas absolutamente diferentes.

El ego que intenta gobernar con poder, control y autoridad, crea cuadros políticos que intentan ejercer su influencia sobre otros grupos de interés en sus ideas, pensamientos, y actitudes, sin hacer nada. Sin ni siquiera trabajar un liderazgo auténtico, y con credibilidad. Por eso es importante, rescatar el concepto del líder de opinión, desde la comunicación.

Un líder de opinión es aquella persona que ejerce una influencia en la sociedad, sobre otros que pertenecen a un grupo social, sirviendo de guía para los demás. Las personas con este prestigio de autoridad creíble funcionan como fuentes de información, consejos, análisis para dar al grupo humano líneas de interpretación verdaderas de la realidad.

Ahora bien, el liderazgo es un estilo de vida humano, donde se vive la disciplina, se encarnan valores y refleja coherencia entre el pensamiento, actitudes y comportamientos en la persona sobre el tema en especialidad que defiende y lidera. Para ser líder hay que tener características particulares, sobre todo en la actualidad.

En ese sentido, un líder político de verdad, debe tener valores que se reflejen en su actuar para que su audiencia o público, perciba la diferencia del resto de sus competidores. Su discurso debe reflejar un co-relato con su actuar. Se debe ser coherente en cuanto a la imagen que da, pensamientos, estilos de vida, gustos, y personalidad. Lo que conocemos como integridad.

Los líderes de verdad – en cualquier campo – además de ser auténticamente muy humanos, son íntegros.

Por otra parte, el líder además de tener empatía, que es un concepto que todavía no se entiende, porque no es estar a los pies de alguien sino ponerse en sus zapatos, para desarrollar esa sensibilidad humana, de lo que necesita. La empatía crea el puente hacia la conexión humana, como otro ser humano.

El líder también tiene debe tener habilidad para comunicar y este es uno de los grandes problemas que llegan a tener los políticos, porque no es clara. Nos han enseñado a asociar la comunicación por transmisión de mensajes y no como vinculo o puente que construye un encuentro a través del dialogo. La comunicación verbal y no verbal debe transmitir la unidad pensamientos, valores y creencias desde todo ángulo de la persona. No puede haber dobles discursos, dobles facetas, dobles vidas o dobles facetas.

El político que desea ser “influencer” desde las plataformas digitales, primero debe analizar su propia vida.

Los políticos con cargos de corrupción no pueden ser verdaderos líderes. Deben estar comprometidos con sus valores y los valores institucionales del partido, como con los problemas que aquejan a la población. Y uno de los valores claves que debe sentir es el del Bien común para servir al otro, y ayudar a la población, sin conveniencias, sino más bien por convicciones.

Sería interesante que las escuelas, las universidades, comiencen a considerar estas características de los líderes para que todo tipo de educación, formación desarrolle el potencial de los estudiantes en todos los niveles y podamos tener mejores cuadros políticos basados en valores y liderazgos verdaderos.

Los valores, la autoestima, el conocimiento de la persona, la dignidad, no son categorías mentales, creados por la razón. No son percepciones subjetivas. Son verdades absolutas antropológicas. Son realidades propias del ser humano y siguen siendo los insumos esenciales de la formación de todo líder, desde la educación.

Recordemos que un país que no educa engendra masas. Y si no colocamos la educación al centro de la persona, estamos deshumanizando su misma finalidad.

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[EN LA ARENA] Buena parte de la música criolla le canta al amor perdido. Cada canción expone alguna de las razones que explican por qué la pareja llegó a su fin: desde la condición de humilde plebeyo hasta considerarse una nube gris. Pero una de las razones de ruptura más duras en la Lima y las ciudades costeñas de antaño que fue poco atendida en las canciones populares fue la huida del matrimonio infantil. Probablemente porque en los tiempos en los que se producían esas canciones estaba naturalizado. Lo cierto es que el matrimonio de niñas y adolescentes (que sólo requirió hasta 1984 de la autorización de cualquier familiar para que la hija tuviera que casarse) terminaba cuando las chicas de catorce años o menos escapaban de las violencias con las que sus maridos les golpeaban el cuerpo y el alma, y quedaban con pocos recursos para sobrevivir.

Hasta mediados del siglo pasado a la mujer no le quedaba otra forma de vivir sino dentro del matrimonio (o el convento). En las ciudades algunas terminaban primaria, en las zonas rurales ni siquiera. Viudas o separadas debían realizar oficios vinculados al hogar y el panllevar. Eran muy pocas quienes terminaban secundaria y que estudiaban alguna profesión, que sí o sí seguía muy parecida al hogar. Fuera de esta élite, las demás debían casarse y según el nivel de pobreza, lo antes posible. Por tanto, separarse era para la mujer poner en riesgo su vida y la de sus hijos también.

No era la separación de la mujer un tema romántico que alguna persona quisiera tararear o cantar en una fiesta, pero hubo algunos aportes en los que se denunció la violencia aunque no la edad de la mujer, pues les era indiferente. Son canciones que sólo conocen especialistas, con poco espíritu de difusión. No obstante, aunque nos faltaron las canciones, sí hubo vidas que nos pueden contar cómo fue. Una de ellas es la de Lucha Reyes. La precariedad y violencia que sufrió su madre, la hizo cantar desde niña. Sin recursos para mantener a sus quince hijos, tuvo que entregarla a un convento, donde estudió algunos años de educación primaria. Trabajó como su mamá de lavandera y otros oficios que pudo ofrecer como niña. El año 1950 tenía 14 años. Segura de su voz, concursó en un programa de Radio Victoria. Cantó un vals muy conmovedor, “Abandonada” de Sixto Carrera, en el que una mendiga le cuenta a un desconocido, que por el maltrato del marido tuvo que abandonar a su hijo y se encuentra viviendo en la calle. Él reconoce a su madre, la recoge y la abraza. Quizá había un mensaje de la adolescente Lucila Sarcines Reyes para su mamá, pero quien irónicamente le responde es su primer esposo, un policía del que se separó para lograr sobrevivir. Con su siguiente esposo quedó embarazada y dio a luz a su primer hijo a los 16. La maternidad no la salvó de una nueva relación violenta, de la que también consiguió escapar. Pocos años después se convirtió en Lucha Reyes una de las cantantes peruanas más reconocidas en el mundo entero.

Mucho nos hubiera servido escuchar canciones criollas donde las adolescentes compartieran sus padeceres. Porque así, generaciones del siglo pasado y del presente quizá hubiésemos quedado advertidas de las uniones forzosas, de los embarazos no deseados y quizá, sabríamos cómo atender a mujeres aún tan niñas que hoy siguen sufriendo en el Perú la violación de sus derechos más íntimos y elementales; porque setenta años después, cuando el Congreso recién se debatirá el Proyecto de Ley para erradicar el matrimonio infantil, el presidente de la Comisión de Educación, José María Balcázar, se opone. Dice que las relaciones sexuales tempranas ayudan al futuro psicológico de la mujer. Porque setenta años después, en las oficinas del Ministerio de la Mujer un psicólogo abusa sexualmente de una adolescente, una trabajadora social impide el aborto terapéutico de otra abusada por sus abuelos. Ojalá el Congreso lo apruebe pronto, porque cada día de espera, cada día, dos niñas han dado a luz en nuestro país.

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[DETECTIVE SALVAJE] En 1944, Anthony Burgess era un diplomático británico que ejercía sus funciones en Malasia. La guerra le quedaba lejos. Su esposa, en cambio, estaba en Londres cuando un apagón sumió a la ciudad en la penumbra. Estaba embarazada, sola y e incomunicada. Tarde en la noche, un grupo de soldados estadounidenses desertores entraron a su departamento. La mujer fue golpeada y violada. Perdió a su hijo. Burgess se enteró de la tragedia a la distancia. En plena guerra, no era fácil regresar a su país.

El trauma y el gusto por la literatura distópica sembraron una semilla en el escritor. Leía a Orwell, a Huxley, a Zamiatin, y observaba a la sociedad londinense de la postguerra. La naranja mecánica narra las aventuras violentas de cuatro jóvenes colegiales, quienes, liderados por Alex, encuentran un retorcido placer en violentar sin motivo a personas inocentes. De alguna forma, son como niños que descubren la violencia partiendo por la mitad a una lombriz, o arranchándole las alas a una mosca.

La banda de Alex semeja a los Teddy Boys, una personalidad juvenil que vio su auge en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial. Vestían como los dandis de la antigüedad, adoraban el rock and roll, echaban por la borda los modales y llevaban una vida callejera. Era el desenfreno después de la opresión.

La naranja mecánica es una mezcla de todos estos elementos: la violencia injustificada, ya no bélica sino doméstica; las modas extravagantes, una juventud que ha perdido la sensibilidad por la vida. La escena trágica que sobrevivió la esposa del autor, Llewela Jones, está reproducida en una de las escenas del libro, cuando la banda de Alex entra a la casa de un escritor, atacan y violan a su esposa.

La literatura, entre sus tantas metamorfosis, en los momentos más oscuros suele ponerse la sotana, alzar una cruz y practicar exorcismos en los poseídos. A veces, el demonio abandona el cuerpo; otras, se replica sobre las páginas sin liberar al autor. Es el caso de la norteamericana Sylvia Plath. Sus poemas representaban la autodestrucción, el no pertenecer a un entorno materialista y artificial. Todo se hace claro en su única novela, La campana de cristal. Esther, la protagonista, está becada en una buena universidad, es aspirante a escritora y debe ser internada en el hospital psiquiátrico por su depresión e intento de suicidio. La experiencia de Plath coincide. Excepto por el final: si bien la protagonista se recupera y encuentra fuerzas para vivir, Plath se suicidó antes de que el libro se publicara.

A veces, las letras son más amables. Lo fueron con Mario Vargas Llosa, quien vivió el calvario del Colegio Militar Leoncio Prado para reproducirlo en La ciudad y los perros. El motivo por el que estuvo dos años en ese internado frente al mar también es relevante: a su padre le disgustaba su inclinación por la literatura. La consideraba femenina, y pensó que el antídoto era una estricta educación militar. Como Alberto, uno de sus personajes, Vargas Llosa reforzó su lado literario en contraposición a la barbarie. Las igualdades entre la vida del autor y la de los colegiales del libro son evidentes.

La vida militar ha sido un manantial para esta clase de literatura, en la que el trauma es el motor y la memoria la gasolina. En este caso, no hay mejor referente que Ernest HemingwayAdiós a las armas lo confirma. El autor, estadounidense de robusta constitución, fue voluntario para la Cruz Roja durante la Gran Guerra. Sirvió de conductor de ambulancia en las líneas italianas. En el frente, e igual que el personaje de la novela, Frederic, que también venía de Estados Unidos y manejaba ambulancias para el ejército italiano, Hemingway fue herido en la pierna por el impacto de un mortero austriaco.

Son ejemplos de literatura inevitable, que nace de un germen ajeno al artístico, que no sueña con aplausos, que se engendra casi por cuenta propia. Cabe un paralelo más siniestro: son los sacrificios sangrientos que, como los dioses de la antigüedad, el libro ha cobrado.

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No se entiende que haya partidos como Alianza para el Progreso o Renovación Popular que se opongan a la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). A la centroderecha, en general, le conviene que se haga realidad ese filtro que disminuya el número de candidatos de ese sector del espectro ideológico (en estos momentos, entre inscritos y por inscribirse, hay más de veinte postulantes de este tenor).

Otra lógica puede guiar a Fuerza Popular, interesada en la dispersión y proliferación de candidaturas de dicho perfil, porque sabe que tiene un núcleo duro de votantes que, dado el caso, le permitirán, con un pequeño empujón, volver a pasar a las lides definitorias, pero el resto de partidos centroderechistas debería estar en la primera línea de batalla para que las PASO se lleven a cabo.

Hay un gran riesgo de que, dada la consolidación de un poderoso ánimo antiestablishment en el país, y particularmente en las zonas andinas, haya dos candidatos de la izquierda radical en la segunda vuelta. Existe también una dispersión de candidatos de la izquierda (hay, al menos, ocho ya en carrera), pero no es comparable a la de la centroderecha, con lo cual, este escenario hipotético es altamente probable si no se produce un aglutinamiento del sector creyente, relativamente, en las bondades del modelo económico.

La mejor forma de evitar esa dispersión es aprobando la realización de las PASO, que además del beneficio señalado, incorporan la democrática transición hacia un sistema de designación de candidatos al Congreso por vía de la elección popular previa, restándole poder de discreción a los caciques partidarios que abundan en el endeble sistema de partidos del país.

El Perú no puede caer en manos de la izquierda el 2026. Sería calamitoso y podría llegar a ser terminal para la economía y la democracia peruanas. Evitar ese riesgo está en manos de la centroderecha, que, a pesar de todo, sigue siendo mayoría en el mapa ideológico peruano, pero parece encaminada a hacer todo lo necesario para favorecer las expectativas de este radicalismo de izquierda.

Se juega mucho en las elecciones venideras -las que, se espera, se produzcan el 2026, salvo que ocurra algún percance que se tumbe al gobierno de Dina Boluarte- como para que la centroderecha congresal actúe con cálculos mezquinos e irresponsables e irracionales decisiones.

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Las mascotas son parte esencial de mi vida. Perruno hasta la médula, siempre ha habido perros en mi casa, la paterna y la actual. Gruñón, un Jack Russel, se ganó su nombre cuando, recién llegado a casa, de apenas un mes, le mostró los dientes a un Siberian Husky y un pastor alemán que ya lo querían inspeccionar como bicho raro.

Hace trece años que nos acompaña, siempre fiel y extremadamente ostensible en sus muestras de alegría cuando llegaba a la casa algún familiar que le caía en gracia. Malgeniado como él solo, era capaz, sin embargo de ser el animal más dulce y juguetón cuando la simpatía era manifiesta.

Ayer partió, víctima del colapso de sus órganos internos, por las desventuras de la edad. Decidimos hacerlo dormir para que no sufra ningún dolor en medio de una condición de salud irreversible. La decisión fue muy dolorosa y a pesar de haber transcurrido apenas algunas horas de su partida, ya se le extraña.

Dormía en mi cama hasta que llegó a la casa un American Pitbull, a quien nunca quiso y decidió dormir en la sala del primer piso mientras el inmenso animalote que heredamos de nuestro hijo migrante a Nueva York, decidiera también dormir en nuestro lecho.

Era feliz tragando -era tan gordo que parecía un Jack Russel mutante, decían mis hijos, a quienes adoraba- (y tuvo que ser sometido a dieta cuando le aparecieron sus primeros problemas de salud), paseando con su adorada Karina, recibiéndonos a nosotros o a mis hijos de los viajes que realizábamos. Su único gran malhumor era con Maui, el pitbull, no le aceptaba ninguna invitación a la amistad. Su proverbial malgenio nunca lo abandonó.

Lo malo de las mascotas es que algún día parten y dejan un vacío afectivo enorme en el hogar. Su estela perdura, como la de tantos otros que hemos tenido y ya no nos acompañan, pero Gruñón era especial y fue compañía invalorable en la educación sentimental de mis hijos, quienes hoy lloran su partida a lo lejos (el mayor desde Brooklyn, el menor desde Buenos Aires), y de mi sobrina nieta Gianna, de diez años y que nació con Gruñón adorándola, quien ayer, lamentablemente ya no pudo visitarlo en la veterinaria -como pidió hacer- porque antes de ese momento, el animalito colapsó.

Las personas que tienen y quieren a sus mascotas merecen mi especial aprecio. Los perros, en especial son mi devoción y quiero dedicarle esta columna a un compañero vital en los últimos trece años. He llorado su partida y ella me sirve de estímulo para velar con mayor cuidado de Quipu, el siberiano que también ya anda con los problemas de la vejez, y el expansivo Maui, perro inmenso, pero noble y querendón. Sin mis perros yo no sería la misma persona y una hendidura emocional con la que tendré que lidiar se ha instalado en mi seno desde ayer. Buen viaje querido Gruñón.

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Días complicados, harto trabajo, emociones que van y que vienen, como el hombre común de la canción de Piero, el cantautor argentino, ese hombre “que viene y que va”. Somos un país futbolero que se sitúa en un mundo tan igual y al mismo tiempo tan distinto al de 1989, cuando se cayó el Muro de Berlín y cambiamos súbitamente de paradigma.

Somos parecidos al mundo de la Guerra Fría porque, al igual que con ella, subsisten gobiernos democráticos y dictatoriales en América Latina; pero diferentes porque, tras Berlín, parecieron consolidarse los derechos universales, al punto que, muy optimistamente, el filósofo alemán Jürgen Habermas escribió que habíamos recuperado los derechos del hombre de la Revolución Francesa de 1789, los que nos fueron sustraídos por el nacionalismo del siglo XIX, por la cuota de sangre que la nación -ese feroz artefacto cultural decimonónico[i]– le exigió a sus ciudadanos. De allí las guerras, entre todas las dos guerras mundiales, durante la primera mitad del siglo XX, cuyo recuerdo, inclusive hoy, estremece al mundo.

Lo cierto es que la recuperación de los derechos de 1789, apuntalados, además, por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, se diluyó mientras la década de 1990 se devaneaba zambullida en el neoliberalismo económico y poco preocupada por fortalecer las instituciones sobre las cuales la democracia se construye. Y llegamos al punto en que algunas fronteras, que resultaban del antiguo sentido común democrático, fueron atravesadas con total desparpajo e impunidad.

Esta arremetida, sin duda autoritaria, aunque situada en el marco de la convivencia democrática, provino, primero, del progresismo radical, a través de una vertiginosa transición que no puedo definir sino como paradójica.  Entonces ya no se podía decir, ni pensar nada, fuera de dichos derechos, llevados hasta su máxima expresión paroxística. La ola penetró en el lenguaje. Debías y debes cuidar qué es lo que dices, cómo lo dices, qué palabras utilizas porque el diccionario de la RAE fue súbitamente reemplazado por otro, jacobino y cancelatorio.

Y del lenguaje, se pasó a otras esferas de la vida social y cultural. La propia historia fue motivo de un ataque feroz. Yo fui formado en el entendido de que cada sociedad, cada tiempo, cada época tiene sus propios paradigmas, y que había que interpretarlos, comprenderlos, había que decodificarlos para que el presente pudiese disfrutar y conocer cómo pensaban nuestros ancestros hace décadas o siglos. Pero esto cambió: la historia, el pasado y la tradición podían ser muy reaccionarios y una amenaza para los derechos fundamentales, en plena eclosión de sus vanguardias más radicales.

Entonces había que cambiar la historia, lo que es peor, había que borrarla, había que ocultarla, había que silenciarla. Y el tribunal del pasado, entendido como paradigma histórico positivista, que tanto molestaba al maestro Marc Bloch, se convirtió en el tribunal del progresismo radical y es así como resultaron condenados al escarnio público muchos personajes históricos que actuaron en el pretérito de acuerdo con la mentalidad entonces vigente, y que ignoraban que siglos después serían condenados por vivir en conformidad con su propia normalidad.

Y el tema se llevó a la literatura, hay que reescribir a Agatha Christie, dijeron, la misma editora de la célebre escritora de misterio estuvo muy de acuerdo con la idea. Hay que quitarle a las obras de Christie comentarios sexistas, racistas o que no calcen con eso que hoy se denomina “corrección política”. Además, de esa manera los libros podrán venderse más, alumbrados por un aura plural y contemporánea; y evitar, al mismo tiempo, el escarnio público en medios de comunicación y redes sociales.

A Pedro Gallese se le está exigiendo ser un intelectual de izquierda, que conoce y aplica todos los criterios de la “corrección política”, pero Gallese es un futbolista y no hay que ser demasiado perspicaz para conocer el mundo cultural de la mayoría de sus colegas peruanos. De esta manera, el golero de la selección ha sido súbitamente convertido en un reaccionario ultraderechista por acceder a un saludo protocolar con la cuestionada presidenta Dina Boluarte. En realidad, sería larguísimo enumerar la lista de deportistas que han tenido que pasar por las horcas caudinas de saludar a presidentes autoritarios o impopulares (hasta el Papa Francisco, aunque con cara de pocos amigos). En cambio, la lista de quienes dijeron no, es bastante corta. Se me viene a la memoria el valiente desplante de Carlos Cazcely al dictador Augusto Pinochet en 1974.

En todo caso, la mayor polémica se ha desatado alrededor del gesto de Gallese, ese de arrebatarle el celular al joven hincha del astro argentino Leonel Messi, que invadió la cancha para abrazarlo, y arrojarlo al campo de juego. El tema me parece más sencillo que digno de excesivos análisis sociopolíticos. Gallese seguía compitiendo, es decir, estaba trabajando, y, aunque perdiendo, mantenía en alto su vergüenza deportiva y por ello se indigna con el joven hincha. Gallese declaró luego que la defensa de los colores del Perú merece más respeto y se le ha criticado también por la noción de patria, nación o nacionalismo que maneja.

En realidad, la noción tradicional de patria vinculada a la selección -principalmente la de fútbol- a los colores de la bandera, a los símbolos patrios, héroes de las guerras etc. es la mismo, mal que nos pese, en la que fuimos formados todos los peruanos y peruanas. A estos elementos se le han agregado luego la gastronomía, la pluriculturalidad, el folklore, los sitios arqueológicos etc. Queda claro que no estoy señalando que esta sea mi noción de patria o de nación. Lo que indico es que tanto la educación escolar, los medios de comunicación, las propagandas televisivas y pésimas pero populares películas como “Hasta que nos volvamos a encontrar” reproducen una idea de peruanidad probablemente simplista y superficial, pero que es el resultado de décadas de políticas culturales del Estado vaciadas de mejores contenidos y de un proyecto nacional que tienda puentes y desarrolle las nociones de solidaridad e igualdad entre todos los peruanos y peruanas.

Dentro de esta perspectiva, lo que no podemos hacer es convertir a Pedro Gallese en el “chivo expiatorio” de agendas ideológicas específicas, ni de proyectos políticos inconclusos y que muchos, entre ellos el suscrito, luchamos por obtener, como quien persigue una utopía que deberá concretarse algún día. Hasta que eso no ocurra, la selección peruana de fútbol, de la mano de Ricardo Gareca, fue un factor positivo de unidad y Gallese, en el campo de juego, ha defendido como un gigante esa esencia que parece que estamos perdiendo tan rápido como perdimos a la SUNEDU y al proyecto de mejorar, pero en serio, el nivel de la educación superior en el Perú. Pensemos en cómo hacer para transformar nuestras instituciones educativas y respetemos, al mismo tiempo, a un deportista que defiende la valla peruana con toda la gallardía del héroe antiguo, al que, aunque hoy no se le quiera tanto, ha cumplido y cumple el rol de mantenernos unidos y unidas, aunque sea apenas.

 

[i] Relativo al siglo XIX

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[EN EL PUNTO DE MIRA] Reitero que resulta preocupante dicho incremento porque, debido al despilfarro estatal y a la ineficiencia de las políticas sociales (como Beca 18, Cuna Más y Juntos) impulsadas por el gobierno de Humala y el dejar pasar y dejar hacer de PPK, los más perjudicados de todo este entramado tecnocrático son los peruanos y peruanas de a pie.

Salvo el gobierno de Alan García, la transición a la democracia estuvo dominada por los independientes y tecnócratas. ¿Qué nos quiere decir eso? Que han fracasado en su intento de gobernar el país exclusivamente desde su óptica. Que el país no solo tiene que ser “destrabar” los trámites administrativos en el Estado para las inversiones. Que deben –debido a ese fracaso- conversar y plantear una reforma institucional que apunte a profesionalizar la política, a convocar a los políticos experimentados, a pensar que la política no solo se debe conducir exclusivamente desde la macroeconomía y desde Lima.

La política implica motivación de voluntades, brindar horizonte y responsabilidad de asumir los costos de hacer política (como –por ejemplo- su posterior judicialización postgobierno). En el Perú aún quedan de aquellos que asumen todo lo que implica hacer política. La presidente Boluarte puede iniciar ese nuevo rumbo. He leído y visto su voluntad de dejar reformas importantes para reconstruir nuestra clase política. Ella puede ser el eje de esta nueva transición que vive el país.

La mayoría silenciosa –según diversas encuestas- no espera nada de la clase política. Eso se debe leer cuidadosamente, para pasar de una democracia electoral a una democracia de ciudadanos, en la que la prioridad sea que salir de la recesión económico en la que nos encontramos acompañado de instituciones políticas que realmente funcionen.

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