Opinión

Desde la caída del muro de Berlín y desde el Congreso de Huampaní, si hay algo que ha caracterizado a la izquierda peruana, o mejor dicho a la izquierda limeña, es hacer política en torno a caudillos de cualquier tendencia política y no a instituciones perdurables en el tiempo. Allí tenemos el apoyo a diversos personajes polémicos como: Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Susana Villarán, Pedro Pablo Kuczynski, Martin Vizcarra y, ahora, a Pedro Castillo y no a construir partido que sostenga un proyecto político. Algo que les ha costado, y les sigue costando.

En teoría política se afirma que el grado de institucionalidad de una organización pasa no negar la existencia de tendencias al interno. Si las tendencias se convierten en facciones pues el partido político se debilita, generándose una ruptura. ¿Cómo surge Nuevo Perú? Dicha organización surge después de la ruptura del Frente Amplio, mejor dicho, surge después de las disputas entorno a Verónika Mendoza y el padre Marco Arana, que pudieron canalizar sus diferencias pero no lo hicieron, entorno a su desempeño como bancada en el Congreso de la República el año 2016 (año en el que obtuvieron 20 congresistas). 

No los unía ideas, los unía cuotas de poder. Efectivamente, eso podemos ver también en su actual alianza con Pedro Castillo. Desde la asunción al gobierno, el entorno de Pedro Castillo no ha estado exento de denuncias públicas (léase denuncias por vínculos con Movadef, brazo político de Sendero luminoso; denuncias por vínculos con el narcotráfico y por tráfico de influencias, entre otros). A pesar de ello, los miembros de Nuevo Perú en el gabinete ministerial no han mostrado disidencia alguna; por el contrario, han mostrado un apoyo reiterado, haciéndonos notar públicamente que importa más el sueldo y el cargo que las ideas que persiguen. 

Así, Nuevo Perú y Verónika Mendoza se alejan de toda proyección que generaban hasta entonces: la de ser moderados, la de haber aprendido de sus errores estatistas y la de querer construir institucionalidad. Con el apoyo a Pedro Castillo, dada la situación en la que se encuentra producto de corruptelas a su alrededor, Nuevo Perú pierde la oportunidad de lograr una llegada a la presidencia por un buen y largo tiempo. 

La trágica historia de finales de siglo XX se vuelve a repetir, por no lograr aprender de ella y avanzar hacia una socialdemocracia como lo hicieron partidos que tuvieron su mismo origen, no han logrado y no logran proyectar una imagen de modernidad. 

 

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Congreso de Huampaní, Democracia, Nuevo Perú, S.XX, Verónika Mendoza

No parece ser que vayamos a tener semanas tranquilas en bastante tiempo. El recuerdo de noviembre 2020 vuelve y vuelve sobre nuestra cabeza, porque cada vez está más cerca de repetirse. Con un escenario distinto y actores que parecen serlo también. En este escenario aparecen dos informes que son muy relevantes para estudiar y considerar, que nos ayudan a explicar lo que vamos viviendo en el país. Se trata del Pulso de la Democracia 2021, de LAPOP; y del informe Estado Global de la Democracia 2021: Construyendo Resiliencia en la era de la pandemia, de IDEA Internacional. Ambos de muy reciente lanzamiento, por ello su vigencia. EN todos los casos se trata además de estudios comparados que incluyen al Perú dentro de los países consultados. Voy a tratar de revisar algunos datos que son claves para entender el momento actual del país.

En el informe de IDEA Internacional la mirada es preocupante. Se señala con asombro que “más países que nunca están sufriendo de «erosión democrática» (declive en la calidad democrática), incluso en las democracias establecidas. El número de países que experimentan un «retroceso democrático» (un tipo de erosión democrática más grave y deliberada) nunca ha sido tan alto como en la última década”. Un dato clave para entender este tema es que aproximadamente la cuarta parte de la población mundial vive en países con este retroceso democrático. Nada menos.

Asimismo, el reporte señala que, en el mundo, el número de países que transitaron por vías autoritarias fueron más que aquellos que iban en una dirección democrática en el 2020. Afortunadamente, no se considera al Perú en este escenario. Pero uno de los elementos centrales de erosión de la democracia a nivel global es el cuestionamiento que se hace a la integridad electoral, sin fundamentos ni prueba. Allí sí nos coge mal parados y nos deja en el mismo grupo que USA, Brasil Myanmar y otros. 

Sin embargo, el informe también explicita que durante 2020 y 2021los movimientos a favor de la democracia han sido abundantes y han sabido enfrentarse a fuerzas represoras. Esto y la capacidad de plantear elecciones libres en plena pandemia son detalles que marcan un compromiso general con la idea de democracia.

Por su parte, el informe de LAPOP revela, en la región -pero sobre todo en el país-, descubrimientos igual de preocupantes. Si en Latinoamérica dos de cada tres ciudadanos consideran que la democracia es el modo de gobierno preferible a cualquier otra forma, en el Perú este indicador alcanza apenas el 50%, solo por encima de Haití y Honduras. Apenas el 21%, una de cada cinco personas, se siente insatisfecha con la democracia. Muy lejos del 82% que tiene Uruguay, por ejemplo.

Además, somos el país de América Latina que más toleraría un golpe de Estado en circunstancias de extrema corrupción (52%) y los segundos en tolerarlo en caso de una emergencia sanitaria (39%, solo superados por Jamaica). No nos quedamos cortos en la desconfianza hacia las elecciones. Solo el 33% de la ciudadanía confía en las elecciones en el Perú.

Un dato que pocos han relevado de este informe es que, en el país, el 89% de la población cree que los ricos siempre / algunas veces compra elecciones. La desconfianza en el sistema electoral tiene más que ver con la manipulación por ese lado antes que por fraudes como sostenían los ahora promotores de la vacancia.   

Hay bastante más información en ambos informes. Pero nos detenemos allí para repensar algunos de estos datos y someterlos a un juicio algo más sostenido. Una pregunta que jamás nos hacemos es ¿de qué forma queremos ser gobernados los peruanos? ¿Alguna vez nos hemos puesto a pensar si el sistema electoral actual, la manera de “vivir” la democracia, es relevante para los peruanos?

Creo que la trampa máxima en la que caemos al leer estos muy valiosos reportes es solamente compararnos con la región, pero no pensamos si es que hay preguntas más directas que hacerle a la ciudadanía nacional con respecto a su experiencia con la democracia.

Desde luego la primera que se me ocurre es ¿qué es la democracia para los peruanos? Pero la segunda con igual margen de importancia es: ¿es relevante? Sin una definición más o menos precisa de esto es difícil poder catalogar la calidad de la respuesta. Podemos decir lo profundamente antidemocráticos que somos como sociedad y ejemplificarlo de miles de formas. Pero no lo solemos hacer sino desde nuestra perspectiva o la que los manuales y libros nos enseñan.

La pregunta sobre relevancia decíamos que es incluso más importante. Porque es la que nos mete a fondo en la idea de a dónde vamos como sociedad. Si la democracia no es empata con una forma de vida, de desarrollo, de futuro, efectivamente que la valoremos o no es poco central. Y plantea otros retos para desarrollar que simplemente el indicador de aprobación.

Tengo la hipótesis no probada de que este es un tema muy poco -o nada- relevante en la vida de la gente. Que hay un circuito de razonamiento perverso que parte del axioma: “todos son iguales” y que por lo tanto es tan irrelevante a quién elijamos que aquel que genere alguna emoción, así sea un hipo, va a terminar llevándo mi voto. Pero además se trata de una profecía autocumplida: todos son iguales. Por lo tanto, ya no me decepcionan. Se que harán muy mal las cosas. 

Y la coyuntura termina siendo un circo mediático. Los hechos tampoco son relevantes. La presión de los medios no genera un circuito de realidad alterna. Si la TV trata de demostrar que ha subido el pollo y el pollo no ha subido, “el pueblo” lo sabrá porque lo compra a diario. Los medios ya no son informativos, son voceros. Por ello asistimos a un espectáculo permanente en el que los actores políticos tienen tanta relevancia como la farándula o el deporte. Y los casos se trivializan de la misma forma. El escándalo nos gusta por el morbo que genera no porque nos afecte directamente. Igual, mañana se vivirá un día diferente y ninguno de esos actores se relaciona conmigo. Esa es la política y esa es la democracia.

Por eso, que nos digan comunistas o fachos, izquierdistas o derechistas, IBA o DBA, nos resbala. Tratamos de relacionarnos de otra manera. Por eso botamos a Merino y a la siguiente elegimos a Castillo y tal vez a la siguiente a López Aliaga (¡madera!). ¿Transitamos ideológicamente tan a la ligera? No, simplemente elegimos lo que nos sale del forro.

Este artículo se escribe a las 7 de la noche del domingo. No sabemos qué gran primicia nos tiene reservada Gilberto Hume, en su delirio permanente. Lo que sí sabemos es que en general, a la gente con la que se va a cruzar hoy, que está apurada para llegar a su trabajo o quiere terminar sus asuntos lo antes posible, le va a importar muy poco.

Mientras no entendamos de qué forma queremos plantear la forma de ordenarnos, jugar a la democracia será cada vez menos importante para los peruanos.

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Democracia, política peruana

¿La derecha tiene que unirse? ¿Las circunstancias críticas por las que pasa el país obligan a un acto político que en circunstancias normales no sería necesario? ¿O, por el contrario, es importante que se siga produciendo una criba entre los diversos actores que van desde el centro a la derecha del espectro ideológico peruano?

En Uruguay se creó la llamada “coalición multicolor” que agrupó a los archienemigos partidos blanco y colorado e, inclusive, a grupos de extrema derecha, ganaron las elecciones y pusieron al derechista Luis Lacalle en la Presidencia, con mayoría en el Senado y en la Cámara de Representantes. Así pudieron derrotar al Frente Amplio, colectivo izquierdista que ya había estado en el poder con Tabaré Vásquez y José Mujica, entre el 2005 y el 2020.

En el Perú, los hechos no parecen obligar a ello. La izquierda no solo ha sufrido un enorme desprestigio en su corta gestión gubernativa con Pedro Castillo, sino que se ha dividido entre los sectores radicales y los que, desde dicha orilla (coincidiendo con la extrema derecha) llaman “caviares defensores del establishment”, la izquierda moderada.

No hay, pues, un gran enemigo al frente y, salvo que se produzca una vacancia expréss y precoz, jurídicamente injustificada, no hay forma de que resurja algún candidato disruptivo de izquierda en el futuro mediato o inmediato. La derecha no tendría necesidad de unirse electoralmente para alcanzar el poder.

Lo que sí parece necesario es que se diseñe un programa mínimo común, una suerte de Acuerdo Nacional centroderechista, que varios candidatos con pensamiento similar firmen, y que, una vez definida la elección, se ejecute un pacto que asegure no solo el cumplimiento de ese acuerdo sino la consecución de la mayoría suficiente en el Legislativo para evitar de plano cualquier posibilidad de que volvamos a asomarnos al escenario de inestabilidad que implica el juego perverso de la vacancia presidencial-disolución del Congreso.

Se necesitan tres o cuatro lustros continuos de gobiernos de derecha para asegurar, esta vez construyendo en paralelo un Estado eficiente y moderno (especialmente en salud y educación públicas), que el país prospere lo suficiente para desterrar para siempre extravíos populistas o regresiones izquierdistas.

-La del estribo: notable la serie televisiva Maradona, sueño bendito, que muestra los claroscuros de la vida del astro argentino del fútbol mundial, sin tamizar ninguna de las sombras tóxicas que arruinaron su vida, a la vez que nos devela el extraordinario carisma y liderazgo que le permitieron ascender de la pobreza extrema a la cúspide social. Va en Amazon, pero si no se tiene la suscripción, ya la tienen los proveedores amigos.

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Derecha, Izquierda, izquierda moderna

Se viene hablando del “Quinto Suyo” desde los años 90, cuando se hizo cada vez más visible la enorme ola migratoria de peruanos hacia el extranjero, motivada por las crisis económica y política de la década del 80, que además estuvo bañada de violencia, caos y corrupción. No que la cosa haya cambiado mucho desde entonces, aunque el país está más pacificado que en aquellos años, sin duda. (Muertos sigue habiendo, como Bryan e Inti y las víctimas de la represión estatal contra las protestas populares, sin mencionar el VRAEM, etc.; la necropolítica neoliberal, que le llaman). 

Lo cierto es que muchos peruanos continúan viendo en otras partes del mundo la posibilidad de alcanzar mejores niveles de vida y enriquecer su experiencia personal y profesional. Se calcula que deben ser cerca de tres millones los peruanos que viven en el extranjero, es decir, casi un 10% de la población del país. Son muchos peruanos, pues. Son muchas vidas transformadas. Son muchas y nuevas formas de peruanidad. Y eso revierte en la sociedad peruana a través de las remesas que envían esos “exiliados” a sus familias y las mil variantes de la globalización.

El coloso del norte ha sido el principal destino de la gran mayoría de esos nuevos migrantes. En conjunto, forman parte de la gran oleada que se conoce con el nombre de “los nuevos latinos”, no porque no haya habido migración peruana anterior, sino porque su número se ha multiplicado geométricamente en los últimos cuarenta años. Ahí están los estudios de don Teófilo Altamirano para probarlo. Entre esas vidas están las de numerosos artistas e intelectuales que han optado por hacer de los Estados Unidos su país de residencia.

El año 2015 la Asociación Internacional de Peruanistas y la Embajada del Perú en Washington organizaron el Primer Encuentro de Escritores Peruanos en los EEUU, con un éxito tan grande que más de 150 escritores profesionales (o al menos con un libro publicado) mandaron sus propuestas. Se hizo una selección rigurosa y el resultado todavía puede verse en el programa de ese Encuentro:

https://sites.google.com/site/encuentrodeescritoresperuanos/ 

El fenómeno de los escritores peruanos no ha hecho sino crecer. Existen editoriales de origen peruano como Pukiyari (dirigida por la escritora Ani Palacios), Axiara (del escritor Eduardo González Viaña) y Asaltoalcielo (que mantiene el poeta José Antonio Mazzotti), así como asociaciones y grupos de lectura que forman un mercado alternativo al de la academia y tienen cada vez un público más amplio, si bien hay que reconocer que las publicaciones en español son abrumadoramente minoritarias frente a las que ocurren en inglés en los EEUU. Mucho más las que se dan en lenguas originarias (el quechua, por ejemplo).

Por eso es importante reconocer que la literatura peruana en el país de Whitman, pese a su vigor, es todavía un fenómeno en transformación y crecimiento. Por lo mismo, los autores que llevan años o décadas acá (yo escribo ahora desde Colorado Springs) han ido asimilando el impacto del exilio de facto que viven cuando se mudan completamente (quizá para nunca volver, salvo por esporádicos viajes familiares) al terruño natal. Los peruanos llevamos al Perú siempre en el corazón, y lo mismo pasa con los escritores. Pero, a la vez, podemos experimentar con otras visiones, otros sabores y colores, otros sonidos. Eso, en el caso de narradores y poetas, deriva en novedosas producciones que difieren de los estilos, temáticas y preocupaciones de los autores que se quedaron en el Perú de manera permanente. Ni mejores ni peores. Simplemente diferentes.

Con ese motivo, el Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard ha organizado para las 3 de la tarde de este jueves 9 de diciembre (fecha emblemática para el Perú) un panel de lujo con tres especialistas en el tema: “Ulises Juan Zevallos-Aguilar, que se centrará en los narradores de los años setenta y ochenta; José Antonio Mazzotti, que analizará la poesía, con la nostalgia, el destierro y la renovación como conceptos clave; y Juanita Heredia, que abordará las migraciones y las ciudades como temas centrales en las narrativas del siglo XXI”, según reza el cartel oficial.

Va a estar jugoso, pues son cientos los escritores involucrados en este gran movimiento literario de nuestro Quinto Suyo. Los interesados pueden inscribirse previamente en este enlace, de manera gratuita:

https://bit.ly/RSVP-Observatorio

Como dicen por acá, “ si yu leiter, aligueiter”.

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“Quinto Suyo”, estados unidos, Instituto Cervantes de la Universidad de Harvard

No obstante las vacunas —logro extraordinario por donde se lo mire—, un mejor manejo médico en el marco de servicios de salud que ya llevaban un tiempo razonable operando de manera fluida, un conocimiento mucho más ilustrado del curso de la enfermedad y la promesa de antivirales efectivos para los días que siguen el contagio y, quizá, tratamientos con anticuerpos pluriclonales, en algunos días todo parece haber cambiado. El estado de ánimo colectivo, de todas maneras.   

Porque eso es lo que caracteriza lo que estamos viviendo: no hay, hasta ahora, nada que nos ponga después de, de regreso a las rutinas de antaño o defina con claridad el rostro del enemigo. Íbamos camino a mayor fluidez en los desplazamientos —a través de fronteras y dentro de ellas—, menores restricciones horarias, protocolos de protección personal flexibles, y, quizá sobre todo, el regreso a actividades deportivas, sociales, festivas y artísticas. Y, súbitamente, una letra más del alfabeto griego descoloca a gobernantes, especialistas y ciudadanos, y nos vemos frente a una cascada de congelamientos, retrocesos, reformulaciones y cancelaciones. 

Ómicron, una suerte de Avada Kedavra, la maldición asesina de la saga poteriana, amenaza colmar los hospitales y sus UCIs, esparcirse por doquier y ser el ladrón que se les escabulle a los celadores que las vacunas han puesto en nuestros organismos. ¿La pesadilla virológica se concretó?

Puede que sí, puede que no, depende. En realidad, una vez más —la única realidad inamovible durante esta inacabable pandemia— nuestra ignorancia es lo único seguro. ¿Podríamos acaso haber predicho que Minitel, un claro precursor de Internet, desaparecería, pero sería reemplazado por la red mundial; o haber tenido claro el futuro de Pac-Man o Space Invaders? O, si quieren los lectores, alguien hubiera afirmado que alguna vez no habría dinosaurios y que nosotros, los que estamos ahora tan asustados, seríamos los reyes del planeta? 

Sí, es un asunto de evolución, mezcla de azar y necesidad, destrucción creativa, de esa que tanto  promueven seminarios sobre las maneras de hacer emprendimientos exitosos. Porque si hay algo que se parece a la fascinante dinámica de los mercados, es la lógica de la naturaleza con sus espontáneas variaciones y variedades, sus inesperados éxitos e impensables fracasos, sus catástrofes y sus aparentemente inacabables supremacías (¡los dinosaurios fueron un negocio realmente exitoso 90 millones de años¡). 

Y así estamos. Cuando nos preparábamos a declarar la Delta manejada o al menos manejable, aparece un startup cuyas acciones se disparan. ¿Será un unicornio? En realidad no hay manera de saberlo, es muy temprano. Puede desplomarse o llegar a ser un monopolio. Pero, al igual que con la economía, no va a ser la última novedad. Quizá esa es la lógica que debemos entender. 

Mientras tanto, nuestros esfuerzos deberían ir más allá de lo médico y epidemiológico. Ni el sueño de cero virus a través de controles draconianos al movimiento de ideas y personas, la búsqueda de líderes mesiánicos que alzan la mano dura y juran por nosotros contra ellos; pero tampoco la ausencia de protocolos sanitarios y el ensalzamiento del cada uno a su suerte, que los débiles sucumban y los sobrevivientes sostengan el avance de la especie. 

Al final el camino más razonable es el centro. Ni la obsesión por la protección a costa de la libertad, ni el rechazo a la responsabilidad colectiva que la recorta parcialmente. Hay para rato.

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Omicron, startup

La polarización ideológica de la última elección pulverizó al centro, como opción política, aun cuando los resultados parlamentarios de Acción Popular y Alianza para el Progreso no son desdeñables, pero, la verdad sea dicha, ninguno de ellos es significativamente relevante en términos de cabal representación del ánimo popular centrista.

El último esfuerzo de construir una opción de centro, explícitamente identificado como tal, fue el Partido Morado de Julio Guzmán, pero cometió el grave error de soslayar el achicharramiento personal del candidato y fundador, y en lugar de presentar a otro postulante, insistió con él llevando al colapso a la agrupación que hace tan solo cinco años había sido protagonista principal de la elección.

Otro de los candidatos que reivindica semejante alternativa es Jorge Nieto, pero no fue capaz, siquiera, de inscribir su Partido del Buen Gobierno. Hoy mantiene un perfil promisorio, pero le queda mucho trecho por recorrer para erigirse en una opción nacional.

¿Qué implica ser de centro en el Perú? Básicamente, creer en la vigencia de una economía de mercado, pero con una dosis significativa de rol estatal en asuntos como la salud y la educación públicas, además de cierta regulación de sectores económicos que han confundido el libre albedrío con prácticas mercantilistas anticompetitivas.

En ese sentido, un mensaje de ese perfil tiene mucho terreno propicio por delante. La última encuesta del IEP resulta, al respecto, reveladora. Preguntada la población por su propia autoidentificación ideológica, un 41% dice ser de centro, un 35% de derecha y un 24% de izquierda.

Claro está que detrás de esa respuesta no hay necesariamente convicciones ideológicas claras (podría darse el caso de que alguien que dice ser de derecha al mismo tiempo sea partidario del control de precios, por mencionar un ejemplo) y, por ende, las respuestas no son un indicador previsorio de lo que podría ocurrir en un proceso electoral venidero.

Pero, de todas maneras revelan un estado de ánimo, mesurado en su mayoría, alejado de los extremismos vocingleros tanto de la izquierda como de la derecha. Es cuestión tan solo de que se construya una alternativa orgánica en ese sentido, que suponga una superación cualitativa del aguachento zafarrancho que hoy representan partidos como AP y APP, carentes de sustancia ideológica y propuestas programáticas claras.

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Derecha, Encuesta IEP, ideologías, Izquierda

«Ni la vegetación ni las gentes de este libro son enteramente ficticios. Pero, lector, ninguna persona retratada aquí es usted. Con una sola excepción. Usted, señor, señorita o señora —sea cual sea su país o su situación— es Albert Weener. Tanto como yo soy Albert Weener».

Así comienza el escritor norteamericano Ward Moore (1903-1978) su novela de ciencia ficción “Más verde de lo que creéis” (“Greener Than You Think”), una obra maestra de sátira social, lamentablemente desconocida para la gran mayoría de la crítica literaria y del público en general.

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Ward Moore

El pasado lunes 29 de noviembre Silvio Rodríguez, el cantante y compositor de la (ya no tan) nueva trova cubana, cumplió 75 años. Una noticia que entusiasma a sus fieles seguidores -a quienes no nos interesan los estigmas que caen de inmediato desde sectores de la “ultraderecha” nativa que, por brutos y achorados, se pierden su alucinante inspiración por mezquinas y torpes cuestiones ideológicas- sobre todo porque continúa en actividad. Un mes antes de su onomástico -en octubre- publicó su vigésimo tercer álbum en estudio, Silvio Rodríguez con Diákara, grabaciones que estuvieron guardadas en los almacenes de la EGREM (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales) durante 30 años. Una oportunidad para reconectarse con un artista cuya trayectoria se ha visto marcada por la polémica, la incomprensión y sus propios errores y perspectivas.

El sambenito impuesto por los (tampoco tan) nuevos parámetros del éxito material, la rentabilidad y el interés, según los cuales todo lo que huela a «social» debe ser mirado con recelo nace no solo de la ignorancia en sentido crudo (ignorar = no saber) sino que es también -y, quizás, eso sea aún más preocupante- expresión de insensibilidad y corto criterio. Porque admirar las canciones de Silvio no convierten a nadie en castrista, por mucho que el célebre autor de Unicornio, Te doy una canción, Canto arena, Ojalá, Por quien merece amor o Playa Girón -todos clásicos de la poesía musicalizada latinoamericana- siga, tozudamente, defendiendo a «la revolución» como si estuviéramos en 1959 (aunque, recientemente, ha expresado su insatisfacción con algunos aspectos del gobierno de Miguel Díaz-Canel).

Las letras de Silvio deben ser, junto a las de Joan Manuel Serrat y Alberto Cortez, las más brillantes de la Hispanoamérica del siglo XXI. Si quisiéramos equipararlas al universo pop-rock anglo, sus pares serían Bob Dylan, Leonard Cohen y Billy Joel (para quienes se preguntan por qué no puse a Tom Waits o Lou Reed en esa comparación, es porque tampoco mencioné a Joaquín Sabina), poseedoras de un contenido lírico y un dominio del idioma -uso de vocablos, juegos de palabras, rimas consonantes y múltiples figuras literarias (metáforas, pleonasmos, símiles, etc.)- que además tienen, por supuesto, innegables orientaciones políticas, metafísicas y humanistas. 

En el caso del cubano, como bien sabemos algunos, la ambigüedad es la base de su propuesta. Sus canciones de amor por la fallida y engañosa revolución de los barbudos fueron usadas por muchos como declaraciones románticas dirigidas a una mujer, incluso las que no van por ese camino, por la profunda carga conmovedora de sus versos o los divertidos desenlaces de sus historias. No me imagino a uno de los matones de «La Resistencia» sintiendo empatía hacia el anciano remolón de Monólogo (1992), el inocente joven engañado de La primera mentira (1982) o el filósofo hondo de Al final de este viaje (1978).

A Silvio Rodríguez lo aplaudieron desde que era un adolescente, lleva acumuladas casi seis décadas de grabaciones, conciertos -algunos de ellos multitudinarios, como los de marzo de 1990 en el Estadio Nacional de Santiago de Chile, tras la caída de Augusto Pinochet-, entrevistas pero, sobre todo, polémicas. Por ejemplo, es muy recordada su pelea con Pablo Milanés, en el 2011, por las nuevas posturas del cantante ante el régimen cubano; o sus cruces de posts y artículos en blogs con el panameño Rubén Blades. Y también polemizó, de manera directa o indirecta, con el público, la sociedad y la crítica, en canciones como Debo partirme en dos o en ese manifiesto contra los convencionalismos titulado La familia, la propiedad privada y el amor. La más reciente, sin embargo, no la desató él sino uno de sus siete hijos, Silvio Liam “Silvito El Libre” (39), quien fustiga al régimen de Díaz-Canel desde el hip-hop y las redes sociales. A contramano, también ha desarrollado intensas amistades con personajes de la música y la literatura como el uruguayo Mario Benedetti o el cantautor y poeta filipino-español Luis Eduardo Aute (fallecido el 2020) con quien lanzó, en 1993, un álbum doble en vivo titulado Mano a mano.

El público latino suele desarrollar una relación personal con sus artistas. O los odian o los adoran. Y en el caso del compositor nacido en San Antonio de los Baños, esa tensión visceral lo ha mantenido vivo, a pesar de mostrarse distante, podríamos decir hasta frío, aferrado a su guitarra y a sus ideas. Hay quienes no le perdonan seguir defendiendo a Fidel, quienes no resisten que viva a cuerpo de rey en la isla bloqueada. Muchos no entienden cómo pueden coincidir, en una misma persona, tanto preciosismo musical con tanta terquedad ante el desarrollo de la historia.

Pero no solo se trata de desacuerdos ideológicos entre masa y artista, eso sería demasiado ingenuo. Quizás a ciertos niveles sea así, pero hay un elemento más afín a estos tiempos. Sucede que la música de Silvio Rodríguez no sirve, actualmente, para nada en términos sociales y comerciales. No puede ambientar bares chill-out o recepciones institucionales. No sirve para hacer ejercicios en el parque ni para ir al gimnasio. Por cierto, nunca sirvió para esas actividades, pero hoy esa inutilidad es más patéticamente real que nunca. La indigencia intelectual y pobreza de espíritu que padece un alto porcentaje de adolescentes y jóvenes, ambiciosos de dinero, posesiones materiales y éxitos sociales hacen imposible que los mensajes de Silvio ingresen a ese limitado imaginario. Dicho sea de paso, dicha indigencia no solo es patrimonio de los más jóvenes pues el “modelo” ha permeado las mentalidades de un gran sector de adultos que ven, en esas coordenadas, la justificación perfecta para sus antiguos prejuicios, bravuconadas o malcriadeces.

Ni siquiera en ámbitos estudiantiles se da, actualmente, esa simbiosis entre el idealismo del artista comprometido y los grupos de jóvenes ávidos de acumular experiencias y conocimientos para cambiar el mundo, no solo el suyo sino el de todos. 

En esta aldea global moderna, en que las multitudes preuniversitarias sueñan con convertirse en “influencers”, canciones como La maza, El vagabundo, La gaviota, ¿Quién fuera? o Nuestro tema, deben sonar aburridísimas para fans de Ozuna y Becky G. El impacto que esos textos y cuerdas bien tratadas produjeron en generaciones previas fue único e irrepetible. Y, aunque siempre había espacio para la discusión o para incluso el rechazo -ningún género musical ni artista puede agradar por igual a todos- había también mayor apertura a opciones diferentes. Incluso un mismo individuo, hombre o mujer, de vida social activa y hasta discotequera, tenía capacidad de dedicarle algunos minutos a su melancolía, su romanticismo o su rabia contra lo políticamente correcto y escuchar, de vez en cuando, al buen Silvio y sus inspiradas canciones. Hoy eso no pasa. O pasa cada vez menos.

Quizás por eso, el sonido de Silvio Rodríguez también ha cambiado, en la medida que se ha convertido en un señor mayor. Si escuchamos sus últimos discos -en la mayoría de los cuales participa su actual pareja, la flautista y cantante Niurka González, 30 años menor que él- a partir de Expedición (2002), ya sentimos a un compositor más reposado, que usa menos la guitarra y se acompaña de tonadas que tienen algo de jazz, vaudeville y hasta pop-rock. De buena factura, pero alejados de las alturas trovadorescas de clásicos como Al final de este viaje, Mujeres (1978), Rabo de nube (1980), Unicornio (1982) o el alucinante Tríptico (1984). Su penúltima producción discográfica, Para la espera (2020), lo muestra en carátula, recostado, con su guitarra encima. Toda esa riqueza lingüística y sónica, de gran fama en nuestros países desde fines de los setenta, fue conocida en el mercado anglosajón recién en 1991, a través del recopilatorio Canciones urgentes que lanzó David Byrne, líder de Talking Heads, con su sello discográfico Luaka Bop (que también descubrió al mundo a Susana Baca).

Aunque sus trabajos más celebrados siempre han sido aquellos en que se acompaña de su virtuosa guitarra acústica, con la que pasa de hermosos y complejos arpegios, en clave de son, a rotundos golpes de acordes cerrados, Silvio también ha colaborado con ensambles como Afrocuba, Los Van Van de Juan Formell y Diákara, grupo de jazz-rock afrocubano liderado por uno de los fundadores de Irakere (legendaria banda de latin jazz que lo acompañó en los históricos shows en Chile), el percusionista Óscar Valdés Jr. (sobrino de otra leyenda de la música cubana, el bolerista Vicentico Valdés, quien fuera voz de La Sonora Matancera entre 1953 y 1958. Precisamente, con Diákara grabó, en México, las diez canciones que conforman su último disco, que incluye dos versiones de El necio y Flores nocturnas -originalmente lanzadas en Silvio (1992) y Rodríguez (1994)- y un arreglo especial de Venga la esperanza, con la participación del pianista Chucho Valdés, uno de los músicos más importantes de Cuba del siglo 21. 

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EGREM, Silvio Rodríguez

El presidente Castillo, en un claro afán de sobrevivir a la andanada pro vacancia que en estos momentos se diseña en el Congreso, con creciente convocatoria, ha convocado a Palacio a un diálogo con los principales líderes políticos del país.

Se equivoca el Presidente si cree que los salones dorados o los protocolos palaciegos alcanzarán para aquietar las aguas movidas de la política nacional o bastarán para evitar que se logren los votos necesarios no solo para hacerlo comparecer ante el Congreso sino, eventualmente, para sacarlo por la puerta falsa de Palacio.

Se va a requerir, de su parte, de acciones muy concretas. Y en ese sentido, deberá empezar por asegurar que el trasiego de influencias en el que ha sido descubierto por la prensa, con reuniones cuasi clandestinas en lugares inapropiados, cesarán. Y a renglón seguido deberá efectuar un giro político estratégico del cual deberá hacer partícipes a algunos de los convocados a la cita.

Por lo pronto, se asoman en el horizonte, uno, el descarte del intento de convocar a una Asamblea Constituyente, lo que produciría la tranquilidad de que no se quiere patear el tablero constitucional, y, dos, que se ajustará a los marcos del modelo económico, extendiendo su convocatoria ministerial y gubernativa más allá de la mediocre coalición de partidos de izquierda que hoy lo acompaña.

Si no hace algo de ese nivel de audacia, su convocatoria palaciega caerá en saco roto, será absolutamente inútil, y no lo ayudará a convencer ni siquiera a los partidos de centro que hasta el momento le han permitido salvar dos presentaciones de gabinetes y en las que él confía para salir bien librado de la vacancia, como son Acción Popular y Alianza para el Progreso.

Si Castillo quiere mantenerse en el poder, no puede seguir gobernando como hasta ahora. Seguirán saliendo denuncias periodísticas y las mismas irán calentando los ánimos parlamentarios, al punto de llegar a convencer, en algún momento, a quienes hasta hoy le conceden el beneficio de la duda, a traspasar la línea divisoria y sumarse al equipo vacador de la derecha.

Solo una gran coalición de centroizquierda podrá salvar al Presidente, más temprano que tarde, de una vacancia que parece inminente. ¿Estará el Primer Mandatario en capacidad de dar semejante paso? Lo vemos difícil, muy improbable. Un “sindicalista básico”, como bien ha sido definido Castillo, parece negado para juegos de alta política, ni siquiera en situaciones en donde debiera aflorar su instinto de supervivencia, como es el caso presente.

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Acción Popular, Palacio de Gobierno, Pedro Castillo
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