Opinión

UNO

Han sido semanas agitadas. Como nunca en el pais. Ha habido una polarización tremenda. Imposible evitar el símil, con las elecciones bolivianas de 2006, donde Evo Morales salió electo. Creo que los peruanos debemos entender que el modelo debe retocarse. Pedro Castillo no salió de la nada. Es la secuela natural de los vacíos del programa político-económico que se ha tenido en las últimas décadas. Uno de los centros mineros más importantes está a 48 km de Cajamarca, la tierra del actual Presidente. Esa es una señal ineludible.

“Estas ganando carajo”…gritaron sus seguidores. Y una sensación de temor invadió inmediatamente su rostro cobrizo. Por un instante, su cuerpo tembló. Las arrugas de antes, y las de ahora se tensaron. Unos ojos que delataban el miedo cerval, ante una situación inédita: ser Presidente del Perú.

Creo que nunca se le cruzó por su cabeza que podía ser electo, menos a Cerrón; cuando le ofreció la candidatura. Se adhirió a un plan, que no era propio (Vladimir lo elucubró en Cuba, como si aún fueran los años sesenta). No es un animal político. De ahí, sus debilidades, que quedaron en evidencia en diversas ocasiones, y más aún en los debates.

Si sale electo, le tocará gobernar y pactar. Sin mayoría en el Congreso, debe aprender a actuar como político. Y ahí, posiblemente, reside el temor. Incluso a los legisladores, de su propio partido, él no los eligió. Considero, que Verónika Mendoza cumpliría un papel clave en el Congreso. En especial, para formar coaliciones, tan indispensables para la aprobación de leyes.

Chirinos Soto indicó, en cierta ocasión, que el poder Ejecutivo es inferior al Legislativo. Y bien que lo demostró la bancada de Fuerza Popular, en el gobierno de PPK.

DOS

Pelo negro mezclado con canas, con barba tupida y mirada tranquilizadora: Pedro Francke (60 años), Magister en Economía y ex funcionario del BM, es la cabeza de su equipo económico. Declaró, si salen elegidos, se mantendrá la economía de mercado. Eso sí, es indispensable: aumentar los impuestos a las empresas mineras del país, y contar con un sistema de pensiones más equitativo.

El economista, que ha dado cierta tranquilidad a los inversores, fue nombrado hace poco por Pedro.

El otro caballito de batalla es lo de una Nueva Constitución. Según los entendidos, debería darse para el año 2022; otros, recomiendan incluso en su último año.

Considero que la urgencia mayor es la vacunación masiva, y levantar la alicaída economía.

Se vienen tiempos difíciles.

TRES

Keiko, en conferencia de prensa, señaló que va impugnar más de 800 mesas de sufragio. El peligro de todo esto es la inestabilidad política.

Usó un maniqueísmo tóxico y el miedo como herramienta. El apoyo de los medios y de una derecha recalcitrante les jugó, al final, en contra. Tal como sucedió en las elecciones de 1990, y que favoreció a su padre.

También se llenó de demagogia, ofreciendo de todo.

Seamos justos, ambos candidatos carecieron de ideas originales. Y para peor, Castillo no tenía un equipo de trabajo definido. La improvisación es su característica intrínseca. Mientras la candidata de Fuerza Popular, recicló personajes funestos de los 90. Eso tampoco la ayudó.

Lo que es cierto es que el país ha sido el perjudicado, ante la crisis política. No hemos podido dar el salto cualitativo hacia el progreso. La pandemia nos sorprendió. Desnudó nuestras falencias en el sector salud y la informalidad de la economía.

Como nunca salieron, a flor de piel, el racismo y la intolerancia, tanto de unos como de otros. Creo que el hecho de no reconocer como connacionales, a los peruanos que viven una fragilidad económica  (en distintas regiones) es un grave error.

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Pedro Castillo, Pedro Francke, Polarización

Corresponde al gobierno de Pedro Castillo empezar a revertir lo que llamo la degeneratividad de la economía peruana, que se origina, como la mayoría de nuestros males históricos, en la el proceso colonial, cuando lograron hacernos sentir inferiores, y por ello añorar el destino material ajeno sin considerar nuestro territorio y demografía. Degenerativo, en medicina, es aquella situación en la que un cuerpo empeora constante e incrementalmente – en algún momento de modo irreversible – a causa de exponerlo a contextos y hábitos reiterativos que violentan su sistema inmunológico, que son sus capacidades adaptativas frente a los peligros virales y ambientales del entorno, las fuerzas que lo regresan al equilibrio vital. El cáncer, la diabetes, el lupus, y muchas otras, son padecimientos de este tipo.

El sistema inmunológico de toda economía es su matriz y capacidad productiva, porque de ella depende su nivel del empleo y su interacción con el mundo. En el equilibrio más adecuado, tendremos cantidad y calidad suficientes de puestos de trabajo, de modo sostenible en el tiempo y según el patrón cultural de cada contexto.

Nuestra economía republicana es degenerativa porque siempre hemos pretendido un capitalismo occidental para el que no tenemos las condiciones territoriales e insumos necesarios. No sólo fracasamos en todos los intentos, sino que deterioramos – cada vez más – lo más importante de nuestra inmunología, lo único que puede aspirar a buen, cuantioso y sostenido empleo: la manufactura y la economía rural. A la primera se le deja a su suerte en un mercado que la aniquila, o se le quiere poner en una velocidad competitiva que le resulta inviable. A la segunda siempre se le ha visto como atraso disfuncional o geografía para grandes negocios, y codiciado como mano de obra barata. Nuestro equilibrio óptimo de bienestar depende de cuánto logremos revalorar y desarrollar estos dos sectores, no de descollar en exportación de materias primas, construcción o servicios de telecomunicaciones, que son negocios multimillonarios pero dan empleo de calidad a muy pocos. La historia es bastante elocuente, incluso cuando en este espacio no se pueda ser muy prolijo.

La economía que éramos, entre 1821 y 1850, da cuenta de lo lejos que andábamos de un capitalismo básico, con industria localizada en el Perú y trabajadores civiles asalariados. Y también hace notar cómo malentendíamos nuestro territorio y subestimábamos nuestra economía rural. En ambos está el germen de la futura degeneratividad. Tras 20 años de guerra y en crisis de  comercio exterior debido al nuevo protagonismo exportador del virreinato del Río de La Plata, éramos un país pobre, en general deteriorado, y con muchos de sus grandes comerciantes recién expulsados. No hay instituciones económicas para entonces: el sistema monetario es caótico e insuficiente, y no tenemos bancos sino prestamistas informales. El Estado recauda muy poco y el sistema judicial está abandonado y sin normativa vigente. El territorio nacional tiene aglomeraciones muy pequeñas y bastante desintegradas, porque en la costa hay dificultades para el uso de la rueda en tramos largos, el transporte marino es mínimo y hay un solo puerto. Pese a ser el 80% de la población (1.6 millones), la sierra está casi desvinculada del llano costero, debido a las dificultades de su geografía para el acceso y el transporte no animal. La selva no pasa del 4% y está casi absolutamente aislada. La costa es el resto.

Sobre esta evidente insuficiencia, se forman dos economías: un mercado urbano (comercial y primario-exportador), y las actividades agropecuarias de las comunidades rurales, que son el 61% de habitantes del país. El primero es una reducida red de medio millón de peruanos, cuya élite social – de consumo importado – alcanza a 160 mil personas (el 10% blanco de la población). El resto urbano es pobre y apenas posee de monedas, por lo que vive del trueque. No hay dinero ni conocimientos para la inversión industrial, ni hay volumen poblacional para una buena demanda demanda. Tampoco capacidades: no más del 20% de la población es alfabeta. Tres circuitos desconectados conforman esta dinámica: el de Lima – Costa Norte de entonces débil agro-exportación (tenemos permanente déficit en balanza de pagos) y sistema hacendario; el de Lima – Cerro de Pasco de minería argéntea y comercios de comida, ganado, lana y aguardiente, y el de la sierra sur, que interactúa con Bolivia e incluye a Puno, Cusco y Arequipa, vinculados por los negocios de lana, ganado, obrajes textiles y sastrerías. En estos dos últimos circuitos participan algunos latifundios poco productivos, abandonados en la guerra previa. La mano de obra es esclava o yanacona (sirviente) en todos los casos. La segunda y mayoritaria economía de nuestra post-independencia es la de las comunidades rurales, que son auto-suficientes, sólo comercian para conseguir monedas y poder tributar (algunas lo hacen con fines de acumulación), y se abastecen en ferias del trueque. Estas,  desde el principio, son vistas como una rémora para el progreso y un desperdicio frente a las necesidades urbanas de mano de obra. Y como el orden criollo no puede tomar sus territorios (casi siempre en lejanas y escarpadas alturas) o traerlos, decide olvidarlos. Todos asumieron – y asumen – rezago e irracionalidad ahí, porque no entienden que la riqueza de ellos era – y es – la sostenibilidad y la calidad de vida a partir de la cooperación, el naturalismo y el genio tecnológico.

Tan lejos estábamos de lo que se añoraba (capitalismo industrial), que debieron pasar 100 años para que empezáramos a cerrar el último de nuestros pendientes frente al anhelo de un mercado industrial a la manera europea: dejar las semi-esclavitudes y consolidar una clase obrera asalariada y con mínimos derechos. Lo empezábamos a hacer en 1930, luego de un largo siglo XIX, donde aumenta la población pero casi no se mueven los porcentajes demográfico-territoriales, incluido el de las comunidades rurales, que siguen aisladas en lo fundamental, sin interés alguno en romper dicha insularidad. La aproximación conservadora al tema y los lamentos racistas por falta de mano de obra (resuelta con esclavitud extranjera) seguirán en pie y promoverán tres décadas de decididas políticas de expansión poblacional. La estatalidad y la infraestructura habrán dado grandes saltos a partir de la falaz prosperidad guanera, así como habrán avanzado la institucionalidad económica y financiera, lo que facilita que la consolidación, a finales del siglo XIX, de un mercado industrial textil y de alimentos (con obreros muy explotados), estimulado por una importante diversificación primario-exportadora que potencia nuestra oferta a la región y dinamiza el mercado peruano a través del consumo de los sectores empresariales entonces favorecidos. Así, este crecimiento manufacturero tendrá una caída a inicios del siglo XX, y se recompondrá para crecer significativamente hasta 1929, año del crack y de un nuevo declive exportador. En adelante, todos nuestros esforzados procesos de industrialización se apoyarán en los ciclos exportadores y se harán dependientes de ellos. Es la dependencia de las materias primas, que siempre son cíclicas.

En los próximos veinte años – hasta 1950 – pasarán tres cosas muy determinantes, que le cambiarán el rostro al país: aumenta la población significativamente (por primera vez pasamos los 6 millones que éramos en 1535) y ya no se puede hablar de escasez de mano de obra. Se consolidan un conjunto de derechos laborales que los obreros venían disputando desde inicios de siglo, lo que es altamente difundido en el sector industrial (no así en las haciendas o minas). Y se inicia el gran progreso migratorio sierra-costa de mediados del siglo XX, producto de una severa escasez de tierras cultivables por aumento demográfico, y a la publicidad cultural de occidente que ahora llega a través de los medios masivos (primero la radio y luego la televisión). Así, el país entró a lo que Matos Mar llamó desborde popular, y nuestro pequeño mercado industrial, que siempre quiso al campesino como masa obrera, tuvo lo que tanto buscó, pero en incontrolable exceso.

La estadística oficial de esos años ya permite observar su precariedad industrial, que luego será degenerativa. No hubo mejoras salariales entre 1930 y 1940. Entre dichos años, la industria produce el 17% del consumo interno y conforma el 14.5% de la PEA, que era de 4 millones y tiene un desempleo de 38.5%. Dado el contexto, es razonable esperar un considerable sub-empleo obrero y general. Estos porcentajes productivos y laborales no cambian para 1950, aunque la población y la PEA se elevan, por lo que ya puede verse degeneratividad en la economía peruana, al menos a nivel de calidad laboral (algunos calculan un subempleo de 10%, otros de 25%). No puede asegurarse que sin explosión migratoria igual habría llegado el proceso regresivo a nuestra economía, pero tampoco puede descartarse, porque hasta antes de 1930 nuestro modesto mercado urbano estaba muy lejos de penetrar siquiera su propio territorio, cada vez más poblado. Y aunque faltan datos para observar el aumento de las brechas productivas y tecnológicas con respecto a las economías desarrolladas, sí se puede deducir la dimensión de éstas, muy fácilmente: mientras el Perú sigue arrastrando – y ve cada vez más lejos – el pendiente de formar un mercado industrial mínimamente inclusivo (así sea con empresarios extranjeros y productos de poco valor agregado), Estados Unidos produce el 27% de los bienes de consumo y el 52% de la maquinaria que utiliza el mundo industrial. Ni el capitalismo exportador es de todos por naturaleza (al contrario), ni estamos hechos para competirles en su reino. Nuestra riqueza es otra. Mientras tanto, hasta 1950, la economía de las comunidades rurales entra sigue abandonada por el Estado y se reduce por la crisis de tierras, pero está a leguas de desaparecer y sigue ocupando la mayor parte del suelo andino. Hasta hoy.

A partir de 1952, y producto de un nuevo auge primario-exportador, empezará el más importante ciclo de crecimiento de industrial de nuestra economía, que extenderá e intensificará hasta 1975, gracias a las gestiones desarrollistas de Fernando Belaunde y, sobre todo, de Juan Velasco Alvarado, quienes reciben la influencia del cepalismo latinoamericano y ponen en marcha un proceso de sustitución de importaciones, fomento y protección arancelaria en favor nuestro desarrollo industrial. El segundo, además, llevó a cabo la reforma agraria, luego de siglo y medio de negación e infamia. Por primera vez en la historia un gobierno peruano razona con la suficiente autonomía y nacionalismo, considerando nuestra realidad histórica y territorial: es evidente que nuestras carencias como economía capitalista nos obligan a unirnos, y es claro que debemos dar al mundo rural y agropecuario el auspicioso lugar que le corresponde en nuestro desarrollo. Sin embargo, no basta con ello para detener la degeneratividad.

Los muy buenos resultados del proceso industrializador son innegables: de 1954 a 1975, la manufactura pasa del 12.8% al 21.4% como generador del PBI, siendo el sector de mayor crecimiento en la economía peruana y elevando considerablemente la ocupación obrera de calidad. Sin embargo, en 1972 nuestro mercado laboral tiene un sub-empleo de 44.2%, cerca del doble de lo que teníamos 20 años atrás. El rezago de partida y nuestra demografía dificultan detener la degeneratividad, con mayor razón en breves 16 años.

Pese a sus logros, el modelo sustitutivo hace crisis porque, una vez más, se pretende lo que no tenemos, esta vez en grado y velocidad: no sólo se fomenta y protege la manufactura nacional, sino que se incentiva la demanda en exceso y con montos insostenibles –  que provienen de la siempre cíclica bonanza primario-exportadora -, así como se esperan saltos tecnológicos imposibles en nuestros cortos plazos de alto comercio exterior. Se apunta a cosechar grandes resultados y casi de inmediato, sin sacrificio ofrecer de ninguna de las partes. Se pacta un beneficio mutuo entre el Estado, los empresarios y los trabajadores, sin ver que  ese paraíso cuesta mucho más que lo que puede cubrir cualquiera de nuestros periodos de altos ingresos exportadores, que nos resulta impagable. Al punto de agotar rápidamente la capacidad productiva del país, lo que implica escasez e inflación.

La realidad habla, nos aterriza: sí debemos unirnos y protegernos para industrializarnos, pero no debemos incentivar excesivamente nuestra velocidad buscando niveles productivos y progresos tecnológicos tan distantes que nos descompensan estructuralmente, lo que a larga eleva nuestra degeneratividad. Para que nuestra manufactura crezca y genere empleo suficiente y sostenible, los empresarios deben apostar por el mercado industrial y nacional aunque ganen menos, y los peruanos debemos consumir los productos que somos capaces de producir. Y desde ese inevitable esfuerzo colectivo debemos crecer con músculo. No hay duda de que nuestras brechas tecnológicas, con respecto al mundo capitalista desarrollado, siguieron ensanchándose: mientras en el Perú la industrialización velasquista es políticamente derrotada, y no logra mejorar-elevar su  producción de maquinarias fordistas (la clásica fábrica de tecnología pesada), Estados Unidos y otros pocos están dejando ese mercado e ingresando a la revolución informática, propia del siglo XXI. Hoy son, para nosotros, literalmente inalcanzables, salvo escenarios teóricos. Y varios estudios indican que las diferencias no han parado de crecer desde la década de 1970. La reforma agraria, por su parte, fue justiciera, pero tuvo un esquema de cooperativismo capitalista occidental que nunca logró sus resultados, y nunca pudo dialogar con las comunidades rurales, dejándolas en última prioridad operativa.

La manifactura local tendrá un estancamiento hasta 1990. A la mitad, en 1980, la economía seguirá degenerando, con un subempleo que llega al 51.2%. Cabe destacar que todas las gestiones de este lapso – con idas y venidas, ortodoxias y heterodoxias – enfrentaron sus crisis macro-económicas evitando, en lo posible, desmantelar el aparato industrial y la políticas progresistas que las sostenían. Se sabía que había ahí empleo de calidad y posibilidad de hacerlo crecer. Nuestro trato de gobierno con la sierra sí vuelve a su ánimo habitual: las comunidades rurales son el grupo social peruano que recibe la mayor violencia terrorista de esos años, subversiva y de Estado.

El descalabro del gobierno pro-mercado interno de Alan García, más irresponsable que ninguno en cuanto a velocidad, permitió al régimen autoritario de Alberto Fujimori (hoy preso) vendernos el cuento de la globalización y el emprendimiento, y desmantelar la industria nacional, eliminando toda posibilidad de fomento en su favor, y quitando todo el apoyo arancelario que pudo. Esto, sumado a la flexibilidad laboral, es el escenario ideal para el mundo desarrollado al que importamos todo, y la riqueza segura del empresariado nacional-internacional que no nos conviene, porque no es intensivo en empleo de calidad, además de ser históricamente abusivo, predatorio y ladrón. Nadie ha cambiado ese esquema durante dos décadas. Antes de la crisis, nuestro sub-empleo era de 72%, hoy debe haber un 80% de peruanos dispuestos a ser sobre-explotados cuando termine la pandemia, y a ganar menos de sueldo mínimo. Nuestra  manufactura actual produce alrededor del 13% del PBI, cifra similar a la del periodo previo al auge industrial velasquista. Nuevamente no es necesario ponerle cifras exactas al aumento de las brechas productivas y tecnológicas frente al primer mundo, basta observar que mientras el 65% de nuestras unidades productivas son micro-empresas de subsistencia (muy precarias y de vida breve), y que nuestra mejor manufactura apenas vende al mundo productos de escaso valor agregado, las economías avanzadas exportan nano-tecnología, meteóricas unidades de transporte o productos muy baratos que boicotean a nuestros débiles manufactureros. ¿Hasta dónde debemos degenerar para darnos cuenta de nuestra enfermedad y cortar sus causas?

Las comunidades rurales, que hoy son el 35% de la población y ocupan la mitad del territorio nacional, no sólo están abandonadas por el Estado, sino que permanentemente se les busca debilitar en términos legales, con fines de facilitar inversiones millonarias cuyos tipos de producción las extinguen. No son pocas las voces del mundo avanzado que vienen diciendo que ahí está la sostenibilidad del planeta, lo que implicará ventaja geopolítica a nuestro favor, alta calidad de vida y soberanía, siempre que reconozcamos, protejamos e incorporemos dichos espacios a nuestros proyectos de desarrollo económico. Es posible, pero es imperativo hacerlo respetando sus patrones productivos y velocidades. No necesitamos competir con el mundo, menos crecer con vértigo e insalubridad social. Necesitamos avanzar en calidad de vida y empleo digno, para todos.

Hay un velo que no nos deja ver nuestra degeneratividad, que ha sido tejido durante siglos por quienes lo usufructúan. Por eso la mitad del país votó el domingo por Keiko Fujimori, cuando es manifiesto que Pedro Castillo se acerca mucho más a lo que necesita nuestra historia y nuestro territorio. Pero él no está solo, ni conviene que así sea, porque sólo la convicción mayoritaria logrará verdaderos y duraderos cambios. Es momento de plantear y discutir nuevos valores, y de aspirar a los modelos que de ahí se deriven.

** Los datos y hechos fácticos, hasta la década de 1950, han sido tomados de la bibliografía de Carlos Contreras, escrita o editada (varios autores) por él. Un par de cifras provienen de estudios de la CEPAL. Entre 1960 y hoy, las referencias son Félix Jiménez, Francisco Verdera y Jan Lust.

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Economía, Elecciones 2021, Pedro Castillo

Lapadula llega tarde. Siempre. Tiene 31 años. Cuando acabe la eliminatoria, tendrá 32. Debutó con Perú a los 30. Jugó su primer partido en la Serie A a los 26. Incluso, su debút en primera fue a los 23 años, en Eslovenia. Llega tarde siempre. Ayer en Quito, sin embargo, entró al estadio como si fuera el primer partido de su vida, como si ser el último en la tabla fuera un pretexto para ser el mejor. 

Lapadula corrió como si de eso dependiera su éxito o fracaso. Corrió a 2.800 metros de altura, una condición en la que estaba por primera vez en su vida. Corrió igual, aunque las piernas no respondieran, el aire fuera casi nulo y la boca no pudiera reconocer humedad alguna. Y no se quejó ante la situación. 

Lapadula entró a jugar una final, con un equipo colero, con un punto de quince posibles, tres derrotas seguidas con cero goles a favor y siete goles en contra, y contra un rival duro de vencer en su cancha. Eso dificilmente signifique motivación suficiente para jugarse la vida. Pero Lapadula ha añadido un nombre más a la garra, a la pasión y al sí se puede: “un nuevo comienzo”. 

En el banco de suplentes, Ruidiaz observa a Lapadula mientras celebra los goles de Perú. La ‘Pulga’ no es más que la segunda opción. Ya es hora de decirlo. Lo fue desde mediados del 2016, cuando reemplazó a Pizarro en aquel partido con Venezuela donde perdíamos 0-2 en Lima. Ruidíaz entró, hizo una asistencia para el 1-2 y sobre la hora puso la cabeza en el área chica y decretó el empate. Le salvó el cargo a Gareca, a su equipo de una desgracia histórica y a los peruanos de la desilusión de otra eliminación temprana. 

Han pasado cinco años y 38 partidos en los que Ruidíaz ha empezado de titular o ha entrado desde el banco, siendo la segunda alternativa peruana. Pero solo logró meter tres asistencia más y tres goles, dos en amistosos.

Su sequía goleadora tiene varias explicaciones. El destino final de todo ataque del Perú de Gareca es buscar la oportunidad con un único punta que pelea arriba, recibe de espaldas, gira, jala la marca, descarga, retrocede, presiona. Raúl no es ese delantero. Su mejor versión es recibir con opción de mirar el arco, algunos segundos para llevar la pelota pegada al pie y espacio para colocar. Es rápido y movedizo, pero pierde en el uno contra uno al choque. Tiene definición, tiro de media distancia y encuentra espacios cuando hay confusión. Es oportunista. Pero no un luchador, está lejos de ser el todoterreno que se necesita. 

El temor de quedarnos sin Guerrero pronto es ya una realidad. Contra Colombia, el capitán jugó 30 minutos, aunque estuvo en la cancha todo el partido. Llegó apenas recuperado de una lesión, falto de fútbol y propenso a sentirse de nuevo. A punto de cumplir 38 años, en Brasil dicen que buscará un nuevo club para el 2022. El Inter de Porto Alegre funciona bien sin su estrella, que aún seguro vende algunas camisetas. Pero Guerrero ya no “shegó”, sino que está por irse. 

Y ha quedado claro que Ruidíaz no es su reemplazo. Es una pena, porque es de esos delanteros notables que salen del Perú muy de vez en cuando y encuentran cómo romperla en alguna parte del mundo. Como Maestri en Chile o Mendoza en Bélgica. Raúl lleva 4 años entre México y Estados Unidos, donde ha jugado 150 partidos y ha metido más de 70 goles. Ha sido campeón, goleador de la liga, jugador del año y muchas veces figura del partido. Pero no se adapta a la propuesta de juego del Tigre con la bicolor. 

Hoy, en cambio, miramos al banco y tenemos un nueve más. Lapadula se hizo esperar, lo respetaron y ahora ya tiene cuatro partidos con la selección y dos asistencias. Pelea codo a codo con el defensa rival que en Eliminatorias te marca al cuerpo con patadas y codazos, sabe voltear, girar, pelear cuerpo a cuerpo, retroceder la pelota, encontrar espacios para pegarle. 

Lapadula ha demostrado cualidades incluso mejores. Tiene carisma, se adapta rápidamente, se hace amigo de todos y pone huevos. También va a todas. Tiene ganas de jugar. No regala el partido, presiona alto, busca la dividida, pide perdón cuando no llega, guapea a los compañeros en un esforzado español y va fuerte al choque para intimidar al rival. 

Lapadula tiene los mismos 31 años que Ruidiaz. Ha jugado cinco temporadas recientes en la Serie A y ha metido 37 goles. A decir verdad, no es una figura boyante del fútbol italiano. Lo que lo lleva a ser la mejor opción en el ataque nacional no son precisamente sus laureles en tierras europeas o sus habilidades en el juego. Lapadula tiene hambre. Hambre de gol, de ganar y de triunfar. Parece que entra a la cancha sabiendo que sus años en el fútbol no son infinitos y que ser titular de una selección que pelea la clasificación al Mundial es un bonus para seguir vigente en su carrera en Europa. Ha llegado a pelear el puesto en cada entrenamiento y partido, y a ganárselo. 

Esa misma actitud no la tiene Ruidiaz. A él parece que le sienta bien ser un personaje secundario y está resignado a que el equipo no se adapte a lo que él necesita. Sobre todo cuando hay que salir a buscar el partido ante defensores sudamericanos duros, que no van a dar una pelota por perdida y donde hay que ganarles la posición. Parece entrar a la cancha sabiendo que su carrera en Norteamérica va a seguir vigente triunfando o no en la selección.

Si Lapadula está, tiene que jugar. Que Gareca y el comando técnico busquen otra formación para incluirlo junto a Guerrero, hasta que este le deje el puesto. Aunque se le ha ganado a Ecuador, Perú sigue en el fondo y es momento de reinventarse para no regalar la eliminatoria. Cada partido merece una táctica nueva. La tabla ya no importa, es partido a partido. Como en los viejos tiempos. Esos de la adversidad, que Lapadula parece entender bien.  Tiene 31 años, le quedan pocos en el fútbol. Pero sí, cada vez que juega, parece que fuera su primer y último partido. 

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Deporte, Fútbol, Perú

Hace bien el presidente del Jurado Nacional de Elecciones, JNE, en anunciar que serán televisadas las sesiones en las cuales se discutirá las impugnaciones y observaciones a las actas de la segunda vuelta electoral.

Es perfectamente legítimo que Keiko Fujimori dispute las actas impugnadas. Pueden cambiar el rumbo de la elección (grosso modo hablamos de 140 mil electores) y claramente, en algunos casos, parecen obedecer a una estrategia de Perú Libre por dilatar el proceso o por sacar esas actas del conteo rápido que iba a efectuar Ipsos el domingo.

La voluntad popular manda y no se puede violentar por detalles absurdos, como muchos de los que se han conocido en las últimas horas. Y así sea por un voto de diferencia, quien gane en el conteo será el próximo Presidente de la República.

De hecho, a Keiko Fujimori no le han bastado los votos del exterior para alcanzar a Castillo. La única manera de lograr el triunfo es que las actas impugnadas sean en su mayoría a favor de ella y que las mismas sean validadas por nuestras autoridades electorales. De eso se trata, de hacer respetar la voluntad de las mayorías por encima de triquiñuelas de personeros adiestrados.

Cualquiera de los dos candidatos necesita la mayor legitimidad posible para emprender un mandato que nace polarizado y con crisis de representatividad (la mitad del país ha votado en contra del elegido, sea quien lo sea finalmente). No puede haber el menor atisbo de duda respecto de la legalidad del proceso y allí jugará un papel muy importante el JNE.

Gritar fraude de antemano es irresponsable. Keiko se cuidó de no hacerlo imputándoselo a las autoridades electorales, pero ha tensado el ambiente innecesariamente, aunque se entiende la necesidad de movilizar políticamente a sus huestes y así presionar a las autoridades a que fallen en conciencia y no por intereses políticos subalternos. Pero se espera que si gana Castillo, Keiko no solo lo reconozca de inmediato sino que lo salude democráticamente.

Si el país vota por un candidato de izquierda hay que aceptarlo y permitirle que ejecute un gobierno de esas características. Mientras no violente el Estado de Derecho ni la Constitución, tendría el legítimo derecho político de gobernar desde la izquierda y la derecha debe aceptarlo sin menoscabar su legitimidad y, por supuesto, mucho menos aún, invocar el fantasma de la interrupción militar del proceso, como algunos descabellados termocéfalos ya están haciendo.

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Elecciones 2021, Pedro Castillo

No hay fraude, lo que tenemos es el resultado de un proceso electoral extremadamente polarizado y agresivo que ha dejado graves heridas y afianzado temores en la población.

Estas elecciones serán recordadas no sólo por lo ajustado de los resultados, sino  fundamentalmente- por haber escindido mucho más a un país fuertemente afectado por el racismo y el clasismo, por haber mostrado esas taras sociales profundas y coloniales que – 200 años después de la “independencia”- se encuentran en nuestros imaginarios guiando no sólo el voto sino las narrativas de una parte importante de la población, que ha demostrado tener la capacidad de justificar prácticas corruptas y nocivas si se trata de bloquear, impedir y silenciar a esos otros/as que considera una amenaza.

Contradictoriamente, en nombre de la “la democracia”, se viene vulnerando sus principios fundamentales. Prácticas como: los insultos o descalificaciones racistas, la coacción del voto, el control de medios y la vulneración a la libertad de expresión, el despido de periodistas, la confluencia de poderes económicos hacia una misma candidata, la estigmatización de quienes comulgan con el pensamiento del opositor, el terruqueo impune y la invención de un supuesto fraude; nos colocan en un escenario de riesgo. Los intentos por deslegitimar el sistema electoral deben generar una alerta. Hay límites que no se pueden pasar.

A más del 98% de las actas contabilizadas sigue siendo el ganador Pedro Castillo, quién al parecer será el próximo presidente del Bicentenario, en un contexto preocupante de polarización y odios que afectará la gobernabilidad democrática. Es necesario que los diversos actores sociales y políticos – con responsabilidad- reconozcan el triunfo cuando este se haga oficial, bloqueando los intentos de poner en entredicho el trabajo de la ONPE y del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), rechazando narrativas como “el fraude en mesa”, que solo generan violencia, avivan los miedos y resentimientos que escinden mucho más al país.

Es muy irresponsable avivar las voces de un fraude electoral; si realmente los sectores opositores son coherentes con sus discursos de defensa de la democracia e interés por el país, deberán reconocer el trabajo realizado por las instituciones que son parte del sistema electoral y brindar la legitimidad que corresponde al ganador (elegido por voto popular y en el marco de elecciones libres).

Un presidente no puede gobernar solo, para garantizar la estabilidad democrática, para vigilar, para que este país siga adelante será necesaria la confluencia de actores con espíritu democrático de lo contrario asistiremos a nuevos periodos de crisis (como los vividos los últimos 5 años, gracias a la imposibilidad de un sector de la política de aceptar la derrota), pero esta vez en medio de una las peores crisis sanitarias, políticas y éticas de nuestra historia, lo cual agrava el escenario.

No hay fraude, lo que hay es preocupación e inconformidad de casi la mitad de la población, lo cual deberá ser tomado en cuenta por el próximo gobierno, para generar puentes de diálogo y encuentro. Sin embargo, también tenemos una gran “pataleta” del partido y la candidata opositora, actitud que ya se conoce y que debe ser rechazada. Si realmente la clase política quiere sumar esfuerzos a la reconstrucción de un país fuertemente golpeado por la tragedia, esta es su oportunidad.

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Elecciones 2021, Fraude, Polarización

Aparentemente, Castillo, si nos atenemos al pronunciamiento que ayer se ha encargado de circular el economista Pedro Francke, empieza a moderar su propuesta económica.

Si gana la elección sería una buena noticia para el país que abandone el escenario radical cerronista y eventualmente le agregaría valor que entienda que puede hacer un gobierno de izquierda sin necesidad de violentar la Constitución ni generando escenarios de confrontación con un Congreso adverso, lo que podría llevar a la reedición de indeseados escenarios donde la opción vacancia-disolución vuelva a estar sobre el tapete.

Por cierto, Castillo, si gana, tiene el legítimo derecho de desplegar un programa de gobierno de izquierda. Desde mi entender, eso será negativo para el país, en menor medida si se modera, en mayor si se radicaliza, pero nadie le podría negar ese derecho si lo gana en las urnas.

Lo que, sin embargo, es importante advertir desde ya es sobre la conducta política que desarrollará la oposición a Castillo en el Congreso. Si Castillo se modera, lo más probable es que pierda los 22 congresistas cerronistas, quienes seguramente serán los primeros en tratar de promover su vacancia. Castillo solo se quedaría con 15 congresistas propios más los 5 de Juntos por el Perú, apenas 20.

Allí va a ser crucial que la derecha congresal entienda que el peor error que podría cometer es arrinconar a Castillo, emprendiendo un plan de sabotaje equivalente al que el keikismo desplegó contra Kuczynski. Eso, lejos de ayudar a su moderación contribuiría a su radicalización y, sobre todo, al empleo de la calle como medio de presión para enfrentarse a un Congreso saboteador.

De darse el caso, lo inteligente es que la derecha le tienda un puente de plata a la eventual moderación de Castillo, marcando claramente su oposición al plan izquierdista que igual desarrollaría, pero no llevando esa distancia a niveles de obstrucción tales que le impidan gobernar a Castillo y lo coloquen más bien en manos del chantaje cerronista.

La polarización actual del país nubla la posibilidad de razonar con prudencia y en esa medida habrá que esperar a que se defina, primero, el resultado, y luego que se definan los planes de gobierno, pero desde ya es importante anticipar escenarios de diálogo y relativa conciliación, frente a la reiterada división del país en dos partes que no hallan puntos de encuentro. La clase política está llamada a fungir de facilitador de esos acercamientos.

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Elecciones 2021, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Cuando tu voto y el mío sean considerados en el cómputo oficial y nos digan que el conteo ya está al 100 %, los resultados serán ilegibles para ti y para mí. Podremos ver a un candidato encima del otro, tener la sensación de que ya existe un ganador, celebrar, enfurecernos, hacer lo que queramos; sin embargo —aun en ese momento— todo será fantasioso, un espejismo, una ilusión óptica.

El hecho se debe a que varias actas que contienen bolsones de voluntades populares a favor de Keiko Fujimori se están quedando al margen del conteo y están yendo a parar a las manos del Jurado Nacional de Elecciones, donde ni tú ni yo podremos saber qué hacen con ellas. Se van hasta allá porque los personeros del partido de Vladimir Cerrón las impugnaron, aduciendo ilegibilidad, como si se hubieran quedado miopes frente a su derrota.

Todas estas actas «ilegibles» para los lapicitos deberían ser vigiladas con más ferocidad, no solo por los personeros de Fuerza Popular; sino por los observadores internacionales que han venido al Perú para cumplir esa misión. Pero no, tal parece que a lo que en verdad vinieron fue a pasear y a tomarse un pisco sour porque hace unas horas los enviados de la OEA, por ejemplo, colgaron un video donde prácticamente el jefe se despide diciendo, a groso modo, que la jornada electoral fue muy bonita y que le encantó ver «indígenas y afroperuanos».

La diferencia de votos entre Keiko Fujimori y Pedro Castillo es demasiado estrecha. La situación es delicada como para subestimar los actos irregulares que sucedieron durante la elección: posesión ilícita de cédulas, personeros fungiendo de miembros de mesa, impugnaciones sospechosas, etcétera y etcétera. Si no se garantiza transparencia y trabajo serio de ahora en adelante, la cosa se puede salir del control. Es importante que nuestras autoridades electorales escuchen los pedidos que hacen los ciudadanos. Ya hay uno que propone televisar las sesiones de impugnación de las actas del proceso electoral. Es una idea buena y viable. Se trata de defender los votos de todos, hasta de quienes fueron a ejercer su derecho acompañados de un balón de oxígeno. Es hoy o nunca.

8 DE JUNIO DEL 2021

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Actas ilegibles, Elecciones 2021, Personeros

Aún nada está dicho. Al momento de escribir esta columna, la ONPE llevaba contabilizado el 94% de las actas (97% del Perú) y asomaba Castillo como ajustado ganador. Falta aún contabilizar las actas más alejadas de provincias, que deben favorecer a Castillo, y el 78% de las actas del extranjero, que deben favorecer a Keiko.

Habrá que esperar al 100%. El 2016, el conteo rápido de Ipsos le otorgó a Kuczynski una ventaja respecto de Keiko de 1% (50.5 versus 49.5%) y el resultado final de la ONPE terminó siendo 50.12% a favor de PPK y 49.88% para Keiko, una diferencia de apenas 0.24%. Anoche el conteo rápido ha dado una ventaja de 0.4% a favor de Castillo (50.2% Castillo, 49.8% Keiko). Matemática e históricamente se puede revertir.

En cualquier caso, lo relevante en estos momentos de zozobra y tensión por la incertidumbre del resultado, es justamente necesario hacer hincapié en el imperativo ciudadano de respetar los resultados sean cuales sean los mismos.

Personalmente, como consta a mis lectores, he considerado y considero que un eventual triunfo de Castillo, aún en su escenario moderado causaría enorme perjuicio al país, económica y políticamente. Y si opta por el camino radical, la catástrofe sería inminente.

Pero no obstante ello, si termina ganando la elección, pues habrá que dar la batalla para que se respete el resultado y los sectores termocéfalos de la derecha (civiles y militares), no crean que la Constitución se puede pisotear si no sale elegido el candidato de sus preferencias.

Solo cabría un “golpe restaurador” si Castillo se aparta de la Constitución, aplasta las instituciones democráticas y nos pretende llevar a la deriva venezolana. Mientras eso no ocurra, los cuarteles deben guardar cívico silencio verbal y práctico respecto de la voluntad popular expresada ayer en la segunda vuelta electoral.

Las responsabilidades de lo sucedido anoche, con la altísima votación de un candidato radical, improvisado y mediocre, son de muchos, pero entre otros, en gran medida, de la conducta secular de quienes ahora gritan histéricos y tocan descaradamente las puertas de los cuarteles.

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Elecciones 2021, IPSOS

Lo único cierto que tenemos hoy lunes 7 de junio es que no tenemos presidente. ¿Qué pasó en esta semana que no hizo posible la remontada de nadie? Tratamos de descifrar este acertijo.

Son las 6 de la mañana y al momento del cierre de este artículo la distancia por la que Fujimori separa a Castillo es de apenas 100,000 votos. El problema para Fujimori es que hace unas pocas horas era bastante más amplia la brecha. El problema para Castillo es que mientras más avance el ingreso de datos, más se normaliza y menos probable que la alcance.

¿Deja vu? Esto lo vivimos hace cinco años con la misma intensidad que ahora, solo que con mayor lentitud en el ingreso de los datos. En aquella ocasión PPK peleó con Fujimori voto a voto y se hizo de la elección con solo 42 mil votos de diferencia. ¿Pasará algo similar? ¿A favor de quién?

Esa predicción es complicada de hacer ahora mismo. Consideramos que por la dinámica de ingreso de datos y de lo cerradas de las cifras, recién al 95%-96% podremos tener un mejor panorama de quién será el presidente del bicentenario.  Por ahora, aterricemos como llegaron en esta última semana.

Las últimas encuestas publicadas daban cuenta de algo que no se había logrado visibilizar hasta este momento: Fujimori pasaba a Castillo. En empate estadístico feroz, pero la pasaba. Es decir, sin poder precisar la posición específica, la tendencia de los datos hacía que se pudiera presagiar una llegada más cómoda del fujimorismo al día D. Con debate no incluido en la evaluación encima, donde la mayoría de los analistas presagiaba que sería a favor de la candidata de Fuerza Popular, lo que le haría ganar un par de puntos adicionales.

Aparentemente así fue. Reportes de encuestas privadas dejan ver que no se detuvo la mínima pero creciente remontada fujimorista al menos hasta el jueves. A partir de allí parece que Castillo retomó algunos puntos perdidos y volvió a emparejar el conteo hacia el sábado. ¿Qué pasó?

A nivel simbólico, el remate de campaña de Fujimori no le jugó a favor. El último día de apariciones públicas, estar en los programas de magazine mientras que Castillo regresaba a su tierra generó -otra vez- un contraste innecesario de la fuerza mediática que acompañaba a Fuerza Popular. Incluyendo la aparición con su familia y sus hijas menores a las que ya había decidido incorporar en sus apariciones públicas (recordar el viaje a Chincha cuando se le vio con su hija mayor).  La incorporación además de la frase “palabra de mamá” fue extraña, contraproducente, pues fue la misma candidata la que metió en la campaña de una manera torpe el tema de las esterilizaciones forzadas. Otra vez la figura de David y Goliath se hizo presente.

Sumado a ello, la derrota aplastante de la selección peruana, un símbolo del que el equipo de campaña naranja se apropió, pudo haber generado una sensación de malestar y fastidio por el tema. Finalmente, la última de todas las juramentaciones que hizo, acompañada de Vargas Llosa, Cateriano, Leopoldo López, entre otros, nos genera la duda de si es que le sumó o restó.

En el aspecto simbólico, nos preguntamos si Fujimori no llegó al tramo final sumando negativos que al final le jugaron en contra. No logró recomponer la credibilidad que nunca llegó a tener y por lo tanto todos estos gestos se pudieron evaluar como falsos.

Desde el lado que -por como se planteó la campaña- tenían mejor desarrollado, también consideramos que tuvieron una parada en seco: la apelación al racional. Los últimos dos días fueron muy racionales y se metió en el debate la consideración de las implicancias del voto por Fujimori. Los endosos que algunos se animaron a hacer como Ed Málaga, también lograron acercar esa diferencia que Fujimori había logrado consolidar. La publicación de la encuesta del viernes con un evidente empate activó más aún la relevancia del voto antifujimorista.

En la vereda del frente después de un inicio de semana para el absurdo, con la presentación de un nuevo equipo técnico (?) y un “infiltrado”, le supieron poner paños fríos, aislaron al candidato y esperaron. La remezón de que era Cerrón el que dirigía el cierre de campaña parece que tampoco les afectó. No se aprovechó tampoco en suficiencia un discurso de cierre de campaña que tuvo varias “perlas”. Preferir darle toda la cobertura a Fujimori tuvo su consecuencia.

Lo que se viene es de pronóstico muy reservado. Nadie está en capacidad, salvo la ONPE, de dar un ganador de manera precisa. Anoche tuvimos tres resultados: el boca de urna, el conteo rápido (ambos de Ipsos) y los primeros resultados (ONPE).

EL boca de urna es una encuesta a la salida de los locales de votación. Tiene mucho error no muestral y suele ponderarse con el simulacro del día previo. En dicha encuesta, Fujimori ganaba por 0.6%.

El conteo rápido es levantamiento de información sobre la base de actas de mesas. Se muestrea, por lo tanto mesas y es información más confiable. En este indicador, Ipsos dio empate también, aunque con Castillo adelante por un muy ligero margen. Y los primeros resultados de ONPE daban ganadora a Fujimori como era predecible.

Como presentíamos, llegamos al final con más dudas que certezas. No hay un ganador claro. Nadie logró dispararse. Tenemos que esperar los resultados oficiales sí o sí. El resto es especulación. Lo que falta contarse en el Perú es mucho rural y en el extranjero casi todo. De esas sumas y restas saldrá el o la presidente del Perú.

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Antifujimorismo, Elecciones 2021, ONPE
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