Opinión

“Estimados Padres de Familia: Les recordamos que según un comunicado enviado anteriormente, no estará permitido el ingreso en bicicleta, esto evitará la manipulación de dicho medio de transporte y la probable contaminación que pueda generar […]” 

Esta nota proviene de un colegio privado limeño. Según la administración del colegio, es mejor que los niños no vayan en bicicleta porque la bicicleta es un medio de contagio del covid.  

Al inicio de la pandemia había mucha incertidumbre sobre los posibles medios de contagio, y las medidas de protección correspondientes. Algunos estudios indicaban que era posible que el virus permanezca en las superficies, y en febrero del 2020 la OMS recomendó a las instituciones de salud y al público en general que las limpien constantemente. Pero desde entonces ha habido muchas más investigaciones, y ya en enero del 2021 la revista Nature señalaba, en un artículo de divulgación, que, si bien es posible, la transmisión a través de superficies no representa un riesgo significativo, contraviniendo una recomendación explícita del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU (CDC por sus siglas en inglés). Y ya para abril del 2021 la CDC anunciaba también que el riesgo de transmisión por superficies no es significativo. El consenso científico se transformaba en política pública. Es cierto que el virus puede permanecer en algunas superficies por varios días, pero es increíblemente difícil contagiarse por ese medio, básicamente porque hasta ahora solo se ha demostrado esa posibilidad bajo estrictas condiciones de laboratorio que son ridículamente poco probables en condiciones reales. 

En sus recomendaciones para la vuelta a clases, el MINEDU incluye desinfectar las superficies. A estas alturas, y con todo lo que se sabe, no debería hacerlo. Es una pérdida de tiempo y de dinero, y contribuye a crear paranoia que eventualmente puede ser contraproducente. Pero incluso si estas recomendaciones fueran razonables, lo de las bicicletas no tiene sentido alguno (para comenzar, el MINEDU no dice nada de bicicletas en sus recomendaciones). ¿Cómo podría la manipulación de una bicicleta aumentar el riesgo de contagio? ¿Una niña asintomática tose sobre el asiento de su bici, y en ese instante un niño que pasaba por ahí justo pone la mano en el asiento y se lleva la mano a la cara? Nada que no pueda suceder en otros ambientes del colegio también, y que no se pueda remediar pasándole un trapo al asiento. ¿Pero qué pasa si la gota no cae en el asiento sino en el fierrito de más abajo, que es más complicado de limpiar? Bueno, es poco probable que los otros niñitos toquen el fierrito de más abajo ¿Pero que pasa si el niñito justo se tropieza y para no caer tiene que poner su manito en el fierrito de más abajo, y luego se cae sobre su hombro izquierdo y se da la vuelta, y justo se pone la manito en la cara? …

Detrás de este tipo de razonamiento veo dos problemas interesantes. El primero es educativo, y tiene que ver con educar con el ejemplo. Se repite hasta el cansancio que los colegios deben enseñar a pensar críticamente, y no solamente a memorizar. Sin embargo, lo que muchos colegios están haciendo es precisamente repetir protocolos anticuados de memoria, sin analizarlos críticamente. Ya el MINEDU se maneja con protocolos anticuados, pero que el colegio radicalice estos protocolos con medidas más anticuadas aún porque fueron las que los administradores memorizaron varios meses atrás no tiene mucho sentido. Los colegios deberían aprovechar esta oportunidad para hacer pedagogía, mostrando la importancia de mantenerse informado y de actualizar sus creencias en base a la evidencia. 

El segundo problema tiene que ver con asignar valor quasi infinito a la variable “salud” o “vida” en el cálculo de riesgos. (Puedo sentir su indignación, querido lector, pero déjeme explicarle con un ejemplo). Mis hijas, de 3 y 2 años, son lo que más quiero en el mundo. Hoy en la mañana las subí al carro, sabiendo que podría haberme tropezado mientras las cargaba y que podrían haberse golpeado la cabeza. Luego las senté en sus car seats, a pesar de que no soy experto en car seats. Después manejé por diez minutos y las dejé en su nido. Estoy seguro de que hice lo correcto esta mañana. Por el bien de mis hijas, las llevé a que jueguen e interactúen con otros niños, y a que aprendan nuevas canciones y bailes. ¿Habría demostrado que las quiero más si me hubiera quedado en casa con ellas porque no estoy dispuesto a asumir el más mínimo riesgo, pues todo palidece frente al infinito que es mi amor por mis hijas? No. No subir nunca a mis hijas a un carro no sería amor, sino obsesión patológica que terminaría haciéndoles un terrible daño psicológico y tal vez físico. Justificar esa patología aduciendo que lo que pasa es que las amo demasiado sería absurdo. Bueno, pues eso es lo que muchos colegios le están haciendo a sus alumnos bajo la excusa de que la salud y la vida son valores inconmensurables frente al mínimo riesgo. Por eso es que algunos deciden no abrir, otros abren dos horas tres veces por semana, y otros prohíben el uso de bicicletas.   

[Artículo de Nature: https://www.nature.com/articles/d41586-021-00251-4#ref-CR1.]


* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. 

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Bicicleta, colegio privados, Coronavirus

 

Según UNICEF, el Perú está entre los 4 países donde menor porcentaje de estudiantes han regresado a las escuelas en Latinoamérica. Los números son realmente desoladores: mientras en Chile, Argentina, Bolivia, Colombia, Paraguay y México, más del 50% de estudiantes ya volvieron a algún tipo de presencialidad, en el Perú solo el 4,4% de los estudiantes tiene ese privilegio.

¿Los daños? No tienen nombre. De no realizar un giro de timón inmediato, este será el mayor desastre educativo que ha sufrido el país en décadas, cuya educación pública de por sí no estaba en condiciones óptimas. Según el Banco Mundial, la pobreza de aprendizajes -el % de niños de 10 años que no pueden leer y entender un texto simple- puede llegar a 70% por la pandemia. El impacto del cierre de escuelas además acentúa las brechas de desigualdad entre niños con más y menos recursos, y niños y niñas.

La situación peruana es desesperanzadora. La última conferencia de prensa del actual Ministro de Educación nos dejó en claro que las prioridades de este ministerio son los intereses de un sindicato minoritario. No hay planes concretos para regresar a clases; solo planes para tumbarse la meritocracia en la carrera magisterial.

Los colegios de elite limeña ya regresaron de manera semipresencial en su mayoría, y pronto seguirán los privados de todo el país. Si antes la brecha entre la educación pública y privada ya existía, ahora la diferencia será entre ir o no al colegio. E irónicamente será un gobierno de izquierda, liderado por un maestro, el responsable de esta diferencia abismal. De qué servirá que la educación sea un derecho en la Constitución, como nos han repetido hasta el cansancio, ¿si los niños NO asisten a clases?

Muchas personas que tienen la suerte de tener a sus hijos en colegios que ya abrieron, o quienes no tenemos hijos, podríamos creer que esto finalmente no nos afecta. Pero no señores: nos afecta a todos. Si no lo vemos hoy, lo veremos mañana. Tendremos toda una generación con problemas emocionales y de aprendizaje que hará muy difícil que seamos un país viable, por más crecimiento económico que haya. Si algo amerita que todos levantemos la voz, salgamos a marchar o hagamos un plantón, más que una reforma tributaria, es esto. Deberíamos estar indignados y no dejar de reclamar hasta que tengamos respuestas concretas. Un país sin educación simplemente no tiene futuro.

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

 

¿Es posible pensar que en lo que queda de este gobierno y hasta que se realicen las elecciones del 2026, se pueda edificar una opción electoral auténticamente liberal, que marque su propia cancha y se distinga de la derecha ultraconservadora, mercantilista o autoritaria que pulula en estos lares?

Sí, es perfectamente factible. Hay personajes que se identifican con esa postura liberal, sean de izquierda, de centro o de derecha, que bien podrían empezar a reunirse y evaluar o un nuevo partido o pactos entre los que ya existen para erigir una opción potable, atractiva y viable para las próximas elecciones presidenciales.

Los derechos fundamentales de la persona son, según el padre fundador del liberalismo, como corriente de pensamiento, John Locke, el derecho a la vida, la propiedad y la libertad, y entendía este último no como un mero derecho económico sino, sobre todo, político.

Por eso es que el liberalismo debe marcar distancia de tanto libertario conservador y/o autoritario que deambula por estos lares, que son antiderechos civiles, antienfoque de género, antidemocráticos (seguidores, por supuesto, de los esperpentos de Agustín Laje o Javier Milei en Argentina).

Y admitir que caben corrientes de izquierda o de centro en sus filas, dependiendo del énfasis que se le coloque a las políticas públicas, especialmente las vinculadas a la salud y educación.

El lecho rocoso lo constituyen la economía de mercado y la democracia. Llegado al gobierno, un partido liberal debe desplegar un shock de inversiones privadas (como lo hizo, cabe citarlo y reconocerlo, el segundo gobierno de Alan García), pero desenvolviendo, a la vez, reformas promercado, que el segundo alanismo no hizo ni por asomo (García no debe haber entendido ni siquiera en qué consistían).

En simultáneo, debe iniciar una profunda reforma política que construya una democracia descentralizada, cercana a las poblaciones pequeñas (distrito electoral múltiple) y de mayor representatividad (dos cámaras y más congresistas), entre otros puntos.

La opción liberal auténtica es una carta no jugada en el país. Lo que hemos tenido los últimos treinta años es un mediocre y corrupto mercantilismo proempresa, que no obstante tener resultados que mostrar, los mismos lloran, si se les antepone el contrafáctico de qué hubiera sucedido si desde los 90 se hacían las profundas reformas promercado que el país requería. Hoy el Perú, si, además, se hubiera seguido con esas reformas durante la transición democrática, sería otro, cualitativamente superior.

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2026, Derecha, Izquierda, opción liberal

Una de las voces más prolijas y auténticas de las últimas generaciones, Miguel Ildefonso (Llima, 1970) nos sorprende con una nueva publicación este año del Bicentenario. Se trata de Comentarios irreales (Lima: Horizonte, 2021), libro en que el reconocido poeta (uno de los más premiados en la historia de la poesía peruana) rinde homenaje a dos figuras notables de nuestra historia literaria: el Inca Garcilaso con su ya clásica crónica titulada Comentarios reales (1609) y Antonio Cisneros, con su propio poemario Comentarios reales (1964).

De este modo, Ildefonso se instala dentro de una prestigiosa tradición de “comentaristas” de la historia del Perú, cada uno con sus propios rasgos. Asimismo, incluye como epílogos de su libro dos largos poemas dedicados a otras dos figuras inolvidables de nuestra poesía en español: Alejandro Romualdo y Enrique Verástegui.

Como apunta lúcidamente Paul Forsyth en el prólogo: “Se trata de un Perú que es muchas voces, páginas, ruinas. Y es muchos años y asaltos, también, muchos poemas, huesos recuerdos, y mucha bala y mucho palo, y en sus páginas se encuentra el relato del poco oro, del poco pan, de la poca vida ante la tánta muerte…”.

El poemario, en efecto, es una larga denuncia del estado calamitoso del pueblo peruano. Si el Inca Garcilaso nos había pintado un imperio incaico justiciero y equibrado, con sus gobernantes piadosos y sabios y un pueblo feliz y rico en virtudes, donde no faltaba techo ni pan; y si Antonio Cisneros nos ofrecía un versión revisionista del heroísmo de nuestros próceres y figuras célebres, fundadoras de una república fallida, Ildefonso pone el dedo en la llaga con respecto a la corrupción, el abuso y la prepotencia del sistema tras cuarenta años de neoliberalismo.

Ya con una sólida carrera en la poesía peruana contemporánea, después de catorce poemarios como Vestigios (1999), Canciones de un bar en la frontera (2001), Las ciudades fantasmas (2002), Himnos (2008), Los desmoronamientos sinfónicos (2008), dantes (2010), El hombre elefante y otros poemas (2017) y Esquirlas (2019), entre otros, Ildefonso sigue trabajando su estilo poético, en el que confluyen diferentes elementos, donde destacan el estilo coloquial y la intertextualidad. Estos crean imágenes en que la sonoridad del lenguaje es muy importante.

En la primera parte del libro, titulada “Una saga distópica”, dividida en trece apartados, nos dice, por ejemplo:

sin ignominia

fabrica en sinonimia

la Sacra Católica Cesárea Mag

estad hurtando la falsificación de folios

​​masticando el oro

​​del diente hermano

O también:

Francisco de Chaves borrose de la lista

​​de Odebrecht

dejando como allegados en Caja

​​marca

67 soldados a caballo y 110 a pie

Este corte de palabras para adquirir nuevos sentidos (“Mag / estad”, “Caja / marca”) no es inusual en nuestra poesía reciente. Lo usan, por ejemplo, Róger Santiváñez y José Antonio Mazzotti en algunos de sus libros, pero no por eso en Ildefonso pierden efectividad.

Otro rasgo importante del libro es su versatilidad de imágenes, en que elementos de textos del pasado se mezclan con los del presente, creando un gran cuadro a manera de mosaico en que confluyen la tradición y la modernidad, fragmentos de crónicas y metáforas alucinadas, en cierto modo reflejo de nuestra heterogénea conformación como país.

Aparecido en este año del Bicentenario, Comentarios irreales es una valiosa reflexión sobre nuestro devenir, que reafirma a Miguel Ildefonso como uno de los poetas peruanos más interesantes de las últimas décadas.

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Bicentenario, Comentarios irreales, Miguel Ildefonso

Recientemente Alonso Cueto publicó la novela Otras Caricias que rompe la vieja e insuficiente definición del vals como una suerte de “alegría sollozante”. Cueto nos habla de una modesta elegancia, o de la elegancia de la pena, que es como observé el ángulo desde el cual nuestro célebre novelista se ha propuesto relanzar (y rescatar) el vals para nuestros tiempos presentes, y a sus ambientes viejos, con sabor a madera húmeda, que nos sumen en una profunda nostalgia para que comprobemos que, en él, tenemos, como en el tango porteño, o el bolero habanero, un género que será siempre nuestro, que espera por nosotros, todos los viernes a la misma hora, y que nunca le hizo daño a nadie.  

En esta ocasión, a propósito de celebrarse un aniversario más del día de la canción criolla, he querido referir la presencia de los celos en las letras de los valses, recurriendo para ello a cuatro temas. El primero es Zapatero Celoso, que aprendí de mi padre, cuando niño. De hecho, es un vals que hoy no pasaría el examen de la cultura de la cancelación pues, aunque muy alegre en la tonada, reza así: 

“Un zapatero celoso, 

le dijo a su mujer, 

cómo te encuentre con otro, 

yo te tiro con el tirapié” 

Felizmente, yo creo más en la explicación que puede ofrecer un disclaimer que en eliminar aquello que del pasado no le resulta políticamente correcto al presente. Este vals fue compuesto a fines del siglo XIX y es posible que su letra haya sido escrita inclusive antes. Por ello, corresponde al periodo denominado de la Guardia Vieja, donde lo común era el anonimato de las canciones. Ciertamente, dicha letra es expresión de una cultura popular patriarcal explícita, muy alejada de nuestros tiempos.

Pero para los años veinte del siglo pasado, Felipe Pinglo había llegado a revolucionar el vals tanto en sus líneas melódicas como en sus letras. Pinglo fue todo lo cosmopolita que pudo en la Lima de aquellos tiempos, tenía secundaría completa en Guadalupe, que no era poca cosa para un hombre de la Lima obrera, y una sensibilidad social y musical que le permitió retratar realidades y sensaciones con imágenes intemporales que se devanean entre nuestros días. Es en la década de 1920 que el Bardo de los Barrios Altos compone el vals Celos, que es una elegante metáfora entra las caricias que brinda la mujer idolatrada a las flores de su jardín y acerca de la brisa que  besa su rostro, una y otra vez, placer prohibido para el pretendiente cautivo: 

“Celos tengo de las flores que hoy me roban

El cariño de aquel ángel de pureza

Las envidio porque son acariciadas

Sin suplicas, sin lloros y sin ruegos.

Celos tengo de esos labios tan hermosos

Que depositan besitos tan intensos

Y celos tengo de la brisa mañanera

Que besa y besa, lo que besar no puedo” 

Pedro Espinel fue amigo barrial de Pinglo pero casi una década menor, aquel nació en 1908, este en 1899. Se dice que Espinel comenzó a componer tras el fallecimiento de Pinglo y, de hecho, lo sobrevive casi cinco décadas pues nos acompañó hasta 1981. De esta manera, si Pinglo fue un cosmopolita de los años 20 y 30, Espinel lo fue en las décadas siguientes. Sus letras, que acaso muestran algún diálogo poético con los requiebros románticos del bolero, así lo demuestran. 

Espinel cuenta con dos valses que tratan de los celos, uno de la mujer hacia el hombre, y el otro del hombre hacia la mujer. El primero se titula Rosa Elvira, y la música corresponde al también compositor criollo Carlos Saco. Es una belleza, trata de las palabras de seducción y tranquilidad del hombre a la mujer amada que está llena de inquietud por la prolongada ausencia de su amado: 

“La causa de este mal, yo creo adivinar

en que al no verme le torturan ya los celos

por eso al comprender que el remedio está en mí

a continuo mis labios le suelen decir:

Rosa Elvira de mi ensoñación

eres la única beldad

a quien ama de verdad

mi sensible corazón

ven y dime quien te puede amar

tan igual o más que yo

que te amo con gran devoción” 

Quizás la versión más sublimada y delicada de los celos en el vals, nos la ofrece de nuevo Espinel en su vals Celos Míos, donde el amante que se encuentra inseguro sin ninguna razón, abre su corazón a la intimidad de sus sentimientos. 

Amo y sufro, soy cautivo de espasmo,

que me inyecta el continuo cavilar,

no comprendo si tal vez sea un sarcasmo,

el amar y ser celoso por demás.

Pues los raros espejismos que, en mi mente,

los contemplo en continuo desfilar,

me han tornado en amante indiferente,

desconfiado y temeroso para amar.

Celos vanos que atormentas mi existencia,

prodigando la tortura y desamor,

quien pudiera imaginar lo que puede acontecer,

si los celos se apoderan del querer.

Creo que hemos discutido demasiado sobre el vals, innecesariamente, sobre todo en nuestras esferas intelectuales. Hoy que sabemos que el vals ni murió, ni siguió muriendo, debemos abrirle la puerta de nuestros hogares, tanto criollos y no criollos, para aprender a escuchar lo que tiene que cantarnos pero en voz baja, como un susurro al oído, modesto, como sugiere Alonso Cueto. 

No es casual que una nueva generación de músicos como Renzo Gil o Sergio Salas se haya abocado al rescate de verdaderas joyas musicales que no se encuentran en el repertorio valsístico tradicional y que nos ofrecen un auténtico género de culto. Al mismo tiempo, la colección De Familia fue un esfuerzo notable para reunir viejos y nuevos representantes de los clanes criollos de antaño, mientras que La Gran Reunión, agrupó antiguos exponentes que de otro modo no hubiesen podido establecer la sinergia de entrelazar juntos a su arte y sabor. En el plano editorial, la investigación de Gérard Borras Lima, El Vals y la Canción Criolla devela una inimaginable variedad temática que supera nuevamente a la “alegría sollozante”.

Los celos en el vals son parte de mi celo por el vals, por una riqueza que está para recogerse, rescatarse, pero sobre todo para disfrutarse y jaranearse, y no solo cada 31 de octubre: para eso fue creada. 

 

 

 

 

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Día de la Canción Criolla

Cae la aprobación de Castillo de 40 a 35% en un mes, y su desaprobación crece de 42 a 48%, según la última encuesta del IEP publicada hoy en La República. Un desastre político por donde se le mire. Es claro efecto de los dislates y contramarchas de un Primer Mandatario, a quien el cargo definitivamente le ha quedado grande.

El país se puede volver prontamente ingobernable si el Ejecutivo, de la mano de Mirtha Vásquez, cuyo gabinete tiene mayor respaldo que el Presidente (43%), no traza un plan de políticas públicas claras y rotundas que compensen el rumbo errático y contraproducente del Presidente.

Ya vemos cómo empiezan a estallar conflictos sociales en distintas zonas del país, por ahora enfocadas contra inversiones mineras, pero ya se anuncian protestas de diversa índole; la economía no tiene cómo crecer más del 2% anual, a partir del 2022 (tasa insuficiente siquiera para absorber la nueva mano de obra que entra al mercado), y se generará mayor desempleo, menor inversión y, por ende, mayor pobreza; la política se va a seguir enrareciendo: por pura sensatez de la oposición congresal lo más probable es que le otorguen la confianza al gabinete Vásquez, pero no hay puentes tendidos por parte del Ejecutivo y las relaciones entre ambos poderes probablemente se sigan deteriorando.

Si a ello le sumamos que pronto viene la tercera ola pandémica, y nos cogerá nuevamente sin la preparación debida, en camas UCI y oxígeno, otra vez se generará en el país la tormenta perfecta de crisis (sanitaria, económica, política y social), que ya hizo que el país patease el tablero electoral y eligiese a un candidato disruptivo antiestablishment y que, ahora, ya con el outsider en el poder, arremeterá con furia por la decepción de un gobierno mediocre a todas luces. Y ya no habrá elecciones para desfogar el malestar ciudadano.

El riesgo de un estallido social, a lo Chile o a lo Colombia, no lo corren solamente los gobiernos de derecha. También lo han sufrido gobiernos de izquierda (Venezuela, Bolivia, Ecuador de Correa en su momento, etc.), y como vamos, nos conducimos a pie firme hacia un escenario proclive a ese estado de cosas. Por pura incompetencia de un gobierno signado por la medianía y la improvisación.

La del estribo: recomendable Dos de Ribeyro (Confusión en la prefectura y El último cliente), dos obras teatrales de nuestro notable cuentista, bajo la dirección de Alberto Isola y las actuaciones de Javier Valdéz, Sandra Bernasconi y Roberto Ruiz. Va todo el mes, de viernes a domingo, en el entrañable Teatro de Lucía.

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aprobación, Presidente Castillo, Últimas encuestas

¿Preparando un viaje? Con toda la tranquilidad de una vacuna que se va haciendo universal, menos angustia alrededor de las salidas y encuentros, nos disponemos a apretar las rodillas sobre los flancos de Rocinante. ¡Pero vaya que encontramos molinos del viento en varios puntos del camino! Debe haber un concurso entre nostálgicos de los peores momentos, buscando ganar el premio al trámite más enrevesado. ¡Si cuando el  SRAS-CoV-2 hacía de Pac-Man con nosotros era más sencillo desplazarse!

Y, sí, los especialistas de la salud mental en medio de la carnicería pandémica tuvimos que hacer frente a numerosos casos de ansiedad generalizada, ataques de pánico y cuadros depresivos severos, pero nunca la seguidilla de intentos de suicidio ocurrida cuando las cosas parecen ir mejor. 

Y, espero no ser pájaro de mal agüero, este día de las brujas con jarana criolla, podría dejar a un grupo que no se atreve a sacar la nariz, terriblemente frustrado; y a otro que ha estado —me consta— preparando disfraces, con el hígado bastante maltratado y el rostro desfigurado en alguna bronca monumental. 

¿Qué pasa? Bueno, algo que podríamos calificar de posguerra. Me remito a un relato que escuché muchas veces durante mi adolescencia. 

Inicios de 1945. Habían sacado a los prisioneros de Auschwitz para transferirlos a otros campos. Los soldados alemanes conducían las marchas de la muerte para alejarse del avance aliado. Al atardecer de cada día los encerraban en graneros y en la madrugada los despertaban para continuar. 

Pero ese día no pasó nada. La puerta permaneció cerrada. Y siguió cerrada una, dos, tres horas. Nadie osó abrirla. Los barrotes del cautiverio también habitaban la mente. El ejército rojo los retiró. Mi interlocutora inició el camino de retorno. Lo recorrió como pudo en un mundo que ya no estaba en guerra. 

Fue, según ella, más terrible que el campo de concentración. Una experiencia borrosa en un escenario agitado más que alegre, sin reglas, lleno de personajes que podían pasar de la bondad a la maldad, y de regreso, de manera impredecible. Un interregno pleno de injusticias en nombre de la justicia, venganzas, acaparamientos, delaciones, apropiaciones y expropiaciones. La autoridad estaba escondida mientras los festejos y el desorden encubrían un todo vale cruel. 

Algo como lo que está pasando a estas alturas de la plaga. ¿Por qué ahora que el virus afloja y las calles se abren?

Quizá no sabemos aún qué reglas aplicar. Las que rigieron hasta hace no mucho parecían sencillas, eran dicotómicas, definían mapas con fronteras claras y límites precisos. Aún dentro de la informalidad que caracteriza nuestro país, el espíritu dominante era la protección, el recelo, el evitamiento, la reclusión. Se salía, sí, pero como exploradores a partir de una base de operaciones, para regresar rápido al refugio seguro. 

No es que las condiciones hayan cambiado de manera radical. Nadie en su sano juicio puede declarar que hemos derrotado a la peste. Incluso es posible afirmar que hay indicadores sanitarios que preocupan, como el aumento de las hospitalizaciones. Pero parece que vemos al virus como una suerte de francotirador agazapado que sigue matando porque no se ha enterado del final de las grandes batallas. Hay un estado de ánimo postbélico asumido por una colectividad que se lanza a a vivir sin cortapisas, digan lo que digan ministros, alcaldes y otras autoridades, o las voces sensatas. 

En ese entorno quedan los que no se mueven y siguen encerrados, los que salen a recorrer las calles y visitar las trincheras humeantes, los grupos que se rediseñan y buscan nuevas pertenencias y señales distintivas, así como ritos de iniciación y pasaje que aún no se consolidan. 

Muchos se han quedado sin explicaciones para algunas de sus conductas más estrafalarias en el sentido de la contracción autista o de la expansión transgresora. Nos quedamos frente a tareas pendientes, en todos los momentos del ciclo vital y en todos los papeles y funciones, que se habían trastocado o dejado en pendientes. 

Como dicen los pilotos, ¡a amarrarse los cinturones de seguridad!

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Covid-19, Salud Mental, Vacunación

Sabemos de los inmensos retos que tiene el Perú: necesita proveer servicios públicos de calidad, construir infraestructura de transporte, salud y educación, luchar exitosamente contra la corrupción, reducir sustancialmente la pobreza, generar oportunidades económicas para la población, entre otros.

En la constitución actual se consignan los servicios de salud y educación como derechos básicos, sin embargo estos continúan siendo escasos y de mala calidad debido a la incapacidad de gestión del Estado.

Corregir la incapacidad de gestión es una tarea difícil y lenta, que requiere liderazgo, capacidad y experiencia, un equipo de trabajo seleccionado meritocraticamente, planificación,  presupuesto, disciplina, así como estar dispuesto a luchar contra intereses enquistados y autoridades corruptas. 

Sin embargo, algunos políticos en el poder pretenden que la verdadera solución está en modificar la constitución o en nacionalizar el gas.

Sabemos que el Estado es propietario de los recursos que están en el subsuelo y que lo que otorga son concesiones extractivas a privados. ¿Si se plantea nacionalizar el gas porque no se usa esa misma lógica para nacionalizar todos los recursos mineros del país? ¿Por qué no nacionalizamos también todas las minas y usamos esos recursos para beneficio del pueblo? 

Si nacionalizamos estos recursos, ¿Quién los va a administrar? ¿El Estado que sabemos es ineficiente y corrupto? ¿Qué mensaje se da a los privados que invirtieron y asumieron riesgos en largos y complicados proyectos, dentro de una normativa establecida por el Estado para rentabilizar estos recursos? ¿De dónde van a salir los cuantiosos fondos que se necesitan para invertir en exploración y desarrollo minero?

Se habla de nacionalizar el gas pero la frase correcta sería comprar las empresas extractivas de gas, porque no va a ser gratis, el Estado peruano tendría que pagar 8 mil millones de dólares (según algunos estimados), y si no los quiere pagar se lo van a cobrar a través de un arbitraje internacional. 

¿Tendría sentido gastar esa cantidad de dinero en apropiarse de la infraestructura de gas en vez de invertirla en hospitales, colegios, carreteras y aeropuertos? ¿Y esto después de haber gastado 5 mil millones de dólares en una refinería de dudosa utilidad?

Finalmente es solo una distracción que oculta la incapacidad de los gobernantes para abordar los temas de gestión que son el problema principal del país. El Estado tiene fondos, lo que no sabe es administrarlos. 

Hace cinco décadas, en el contexto de una sociedad peruana muy distinta a la actual, muchos políticos de izquierda hablaban de la necesidad de una revolución en el Perú. En ese contexto se dio la reforma agraria y se otorgó el voto a los analfabetos. En el 2021 vivimos una situación muy distinta, en la cuál los peruanos tuvieron la libertad de elegir a un presidente de izquierda, maestro rural, serrano, hijo de familia humilde. Lo hicieron porque quieren cambios que mejoren su calidad de vida, no quieren perder el tiempo en quimeras. Si bien la izquierda puede tener muy buenas intenciones y puede realmente desear ayudar a las mayorías, sus propuestas de solución son pésimas. 

En el Perú de hoy, ser revolucionario es hacer los cambios que necesita el país:

Revolucionario sería tener un sistema meritocrático de contratación y remuneración de funcionarios en ministerios, organismos, municipalidades, gobiernos regionales y demás instituciones del Estado.

Revolucionario sería reorganizar el sistema de descentralización de manera que el rol de los gobiernos regionales sea supervisor mientras que el gobierno central sea ejecutor de los servicios públicos en todo el país. 

Revolucionario sería reorganizar el sistema municipal de manera que los alcaldes no sean elegidos democráticamente sino que sean contratados a través de un concurso público meritocrático entre candidatos profesionales con capacidad y experiencia, que sean remunerados con sueldos equivalentes al del sector privado e incentivos por cumplimiento de metas. En paralelo se podría elegir democráticamente un concejo municipal que supervise la administración del alcalde contratado. 

Revolucionario sería expropiar los terrenos que faltan para terminar obras que tienen más de una década sin concluir (como es el caso de la conexión entre la autopista Ramiro Priale y la carretera central en Lima)

Revolucionario sería ordenar el transporte público de manera que los ómnibus y combis paren solo en los paraderos, que un chofer con papeletas no pueda conducir, que un vehículo con papeletas impagas o que no tenga luces vaya al depósito, que se haga una campaña en todos los medios de respeto a las normas viales.

Revolucionario sería que las regalías mineras sean administradas por el gobierno central y no por municipalidades y gobiernos regionales corruptos, y que se dediquen a obras construidas con el sistema de gobierno a gobierno de manera que estas se ejecuten eficientemente y signifiquen real desarrollo para las regiones mineras.

Revolucionario sería negociar acuerdos con las comunidades de zonas mineras para que nuevos proyectos mineros, respetuosos de las normas ambientales, se activen y generen ingresos que beneficien a estas poblaciones y a todo el país.

Revolucionario sería asegurarse que nuestras pistas sean hechas por contratistas que cumplan las normas de calidad y no se deterioren al poco tiempo de construidas.

Revolucionario sería construir aeropuertos en ciudades intermedias de provincia para facilitar el transporte aéreo.

Revolucionario sería instalar internet en todos los pueblos del país.

Todas estas actividades y muchas otras más serían revolucionarias, pero mucho más fácil es distraer a la población con cuentos populistas.

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Gestión del estado, revolución

1.- Dar el voto de confianza al gabinete presidido por Mirtha Vásquez. Hay que saber distinguir lo que ella representa respecto del impresentable gabinete Bellido. Es una superación cualitativa y no cabe gastar una bala de plata tontamente. Con la nueva ley de la cuestión de confianza, el Ejecutivo casi no puede utilizar esa arma para arrinconar al Congreso. Sería torpe e insensato gastar una de las dos que tiene el Legislativo en bajarse a un gabinete que, por el contrario, hay que ponderar respecto de lo que significa en materia política. No darle el voto de confianza a Mirtha Vásquez sería hacerle el juego a Vladimir Cerrón.

2.- Proceder a la censura de ministros como el del Interior y el de Educación. Ofenden el sentido común que se mantengan en sus puestos. Ir de uno en uno cuando la situación lo amerite, como en este caso, que se justifica sobradamente. Un ministro prococalero y otro pro Movadef no pueden estar un día más en el gabinete ministerial.

3.- Coordinar estrechamente. A nivel de los voceros de las bancadas de oposición (Acción Popular, Alianza para el Progreso, Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País, Podemos, Somos Perú-Morados) o de los propios líderes de las mismas. Hacerlo con regularidad y construir así un muro de contención respecto de eventuales despropósitos de un Ejecutivo tan dado a ellos.

4.- No otorgar las facultades legislativas que en materia tributaria, fiscal, financiera y de reactivación económica ha presentado el Ejecutivo. Demasiada ojeriza -literalmente hablando- destila el titular del MEF como para entregarle carta blanca. Que presente sus proyectos uno por uno y se evaluarán en esa misma perspectiva.

5.- Ponerse de acuerdo para que los 88 votos que estas bancadas tienen alcancen para coordinar los nombres de los seis magistrados del Tribunal Constitucional a ser elegidos en marzo. Lo ideal sería que se vote en bloque y no individualmente para evitar los recelos y las sorpresas.

6.-  Acercarse a Julio Velarde, presidente del Banco Central de Reserva, BCR, y pedirle que él sugiera los tres nombres de los economistas o profesionales que desea para completar el directorio del instituto emisor. Y votar por ellos en bloque asegurando así un buen manejo de la política monetaria para los siguientes cinco años.

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