Opinión

A propósito del día internacional del orgullo LGTB celebrado el pasado 28 de junio, me involucré con una frase dolorosa que leí en las redes sociales: “El mundo no habla de mí”. Automáticamente se me presentó un concepto que se viene repitiendo hasta el cansancio, quizás sin comprender su implicancia en la creación de un mundo más inclusivo, y decidí escribir sobre su importancia en el proceso de hacer cine desobedeciendo al régimen patriarcal. Me refiero a la “empatía”, aquella que se hace notar cuando nos enfrentamos a contextos de lucha y dolor, a experiencias límite que nos animan a luchar por el cambio. Las corrientes feministas, más aún la cuarta ola, han incentivado a hacer cine desde otro lugar, desde la lucha por poner en escena los discursos que son socialmente rechazados hasta eliminar pensamientos como “usted todavía no tiene permiso para hablar”. Se puede notar una clara transformación en la deconstrucción del lenguaje del cine latinoamericano, desde su des aprendizaje hasta su redescubrimiento, así como también una ruptura de los límites de los géneros cinematográficos. En este sentido, el análisis de los estereotipos que proviene de la teoría feminista ha influenciado a que se inauguren festivales como “Asterisco”, el festival internacional de cine LGBTIQ fundado en Argentina que convocó a Albertina Carri como su directora.

Somos un continente que a lo largo de su historia ha vivido sometido y nuestro cine es un espejo de esta realidad. Un cine basado en un régimen de representación patriarcal influido por los discursos hegemónicos que hoy quiere hacerse cargo e ir en contra de las formas tradicionalmente aceptadas. El descubrir los tiempos propios es una de las principales características del nuevo cine de resistencia que está disconforme y quiere hablar. Pero este cine no solo se caracteriza por su evolución en los estereotipos de género, sino que, cabe mencionar, opera distinto a cualquier otro formato de producción. Es usual compararlo al formato de cine europeo, pero en realidad este último se asemeja mucho más al sistema de producción de estudios por contar con presupuestos mucho más elevados. En este sentido, nuestro proyecto de descubrimiento es único y con narrativas distintas, por lo que debería de ser tratado como tal, con una ampliación del lenguaje que reivindica al cine como experiencia libre y colectiva y como un espacio que prohíbe la invisibilidad.

Mubi, plataforma de streaming de cine independiente, cuenta con un podcast gratuito en Spotify llamado “Encuentros”. Esta semana se inauguró una conversación muy interesante y enriquecedora entre la ya mencionada Albertina Carri y Camila José Donoso, directora chilena, donde discuten sobre la urgencia de eliminar las jerarquías piramidales entre los que están detrás y delante de la escena. La lucha feminista ha despertado en ellas un cuestionamiento transgresor que ha influenciado profundamente en sus procesos de producción y en las narrativas de sus películas.

Por un lado, Camila Donoso es directora del proyecto “Transfrontera”, el cual busca liberar el proceso creativo del cine de los modos de producción industriales tradicionales. Ella cuenta que su forma de hacer cine va en contra de todo lo que le enseñaron en la universidad. Camila nos habla del concepto de “transficción”, el cual borra los límites entre el documental y la ficción. Su película “Casa Roshell” estrenada en Berlinale en el 2017, fue rodada como una experiencia comunitaria en la que existe el juego de hacer una película, pero también la retroalimentación de escribir la historia en conjunto con sus personajes, de habitarla colectivamente eliminando cualquier jerarquía y conservadurismo y estableciendo una relación horizontal. Un dato curioso es que fue grabada en tan solo 6 días, caso muy poco probable en las producciones occidentales.

Albertina Carri, por su parte, directora del festival Asterisco, se mantiene fiel al compromiso por la diversidad sexual y sostiene que las películas deben de explorar más con la cámara para descubrir narrativas y reflexiones propias. Una de mis películas favoritas de Carri es “Los rubios”, una obra maestra que habla sobre la mutabilidad de la memoria, sobre la cuestión de eliminar su dimensión monumental. Por muchos años hemos creído en el papel “poderoso” del monumento, en este caso hablamos del cine como tal, y como puede recordar por nosotros. En “Los Rubios” ocurre lo contrario, la memoria actúa contra-monumento, se resiste a su propia razón de ser y a su obligación de contar la historia. De esta manera, la película le devuelve al espectador esta carga y es así como amplía un lenguaje que antes no podía revelarse.

Pero esta nueva ola feminista, la corriente de cine LGTB, y otros movimientos que buscan eliminar las fronteras conservadoras, también llegaron al “Mainstream”, donde ya no solo se hace una denuncia a la violencia sexual, sino que se habla, por ejemplo, de identidades más fluidas, como en el caso de la serie “Euphoria”, una representación sin censuras de la generación Z, que así como en “Los Rubios” no explota la nostalgia por el pasado, sino que mira directamente al presente. Por otro lado, se encuentra una serie magnífica “Big Little Lies”, protagonizada por Reese Witherspoon y Nicole Kidman. Se trata de un pacto de solidaridad entre mujeres de 50 años aparentemente perfectas que tienen un papel muy definido en la ficción. Sus roles están muy asociados a los arquetipos clásicos de mujer, pero, con el transcurso de los episodios se observa cómo se alejan del rol tradicional establecido y nos muestran matices más complejos de sus personajes. Este hecho me lleva a la conclusión de que no se trata solo de discursos de sufrimiento, sino que es mucho más complicado y complejo.

El mensaje feminista se propuso llegar a todo sitio y lo está logrando. El feminismo Mainstream se ha llenado de protagonistas empoderadas hasta tal punto que puede ser problemático por los contextos donde se hace esta enunciación. Todas estas producciones se realizan desde los modelos capitalistas. Entonces me pregunto, hasta qué punto estas historias siguen siendo parte de la cuarta ola feminista si se siguen ejecutando dentro del paradigma de producciones que están bajo el modelo mercantilista. El rol de la mujer en el cine debe de venir desde detrás de la escena, desde la intención de la mujer creadora en la industria audiovisual. Series como “Gambito de dama”, “Poco Ortodoxa” o “El cuento de la criada” forman parte de esta corriente feminista del Mainstream en donde la protagonista es una mujer heroína y no es indicativo que el mensaje tenga que ser subversivo. En estos casos la intención si bien es reivindicar el rol de la mujer frente al régimen de representación patriarcal, también es divertir y entretener, por lo que dentro de la agenda Mainstream a pesar de que se usen los códigos cinematográficos de toda la vida, se reformula la tradicional figura del héroe, que hoy por hoy es inclusiva y colectiva.

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Camila José Donoso, feminismo

Resulta políticamente imperativo que el presidente electo, Pedro Castillo, dé a conocer a la opinión pública su postura global sobre el proceso electoral (tan cuestionado por la derecha recalcitrante), sobre Vladimir Cerrón y Los dinámicos del centro, sobre Pedro Francke y su eventual moderación económica, sobre la peregrina tesis de la Asamblea Constituyente y sobre cómo piensa llevarla a cabo, etc.

No basta con que se reúna ordinariamente y trascienda algo de lo que en esas reuniones se discute, no basta con sus tuits esporádicos o con las declaraciones de algunos voceros, por más autorizados o calificados que sean.

El panorama económico se le muestra propicio. No solo por los precios de las materias primas sino por el boom exportador a los Estados Unidos debido al incremento arancelario que Washington ha aplicado a las importaciones chinas. Si se maneja con sensatez, puede mostrar pronto cifras positivas en recaudación fiscal, volumen de exportaciones, crecimiento del PBI, disminución de la pobreza, etc.

Su problema radica en la parte política y en la incertidumbre que existe respecto de cuáles serán sus postulados institucionales, políticos y económicos. Se enfrenta y enfrentará a una recia deslegitimación interna y externa, llevada a extremos internacionales obtusos por Mario Vargas Llosa y sus satélites.

La pasividad que viene mostrando solo contribuye a tornarlo más precario y débil. La mayoría del país que votó por él debe estar en estos momentos desconcertada, desmovilizada, incipientemente hasta desilusionada porque su líder se esconde, no da entrevistas, no da conferencias de prensa, no se somete a interrogatorios acuciosos, no se pronuncia sobre la coyuntura.

Ya sabemos que Castillo no es un líder carismático ni potente. Eso, probablemente, no va a cambiar por más influjo que ejerza sobre él el poder, pero lo que no puede permitir es que se generan vacíos políticos a su alrededor. De buena fe, hay muchos que no votamos por él que deseamos que le vaya bien, que entienda la racionalidad y pragmatismo que exige su situación congresal y social y logre consolidar una propuesta de centroizquierda viable y potable. Pero su ausencia absoluta lo único que hace es abonar en el terreno de la duda sobre sus reales capacidades gubernativas y fortalece los peores augurios.

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Asamblea Constituyente, Mario Vargas Llosa, Pedro Castillo

Tres días de exequias en Italia, sentidos adioses de famosos colegas (Julio Iglesias, Raphael, Laura Pausini) y un inusitado homenaje durante una de las semifinales de la Eurocopa 2020 son solo tres botones de muestra de la imborrable huella que dejó la cantante, actriz y conductora de televisión Rafaella Carrà (Bologna, 1943), fallecida el martes de la semana pasada, a los 78 años. En la previa del partido Italia vs. España (su país natal y su segunda patria), el calentamiento de ambos equipos tuvo como música de fondo el tema A far l’amore comincia tu, más conocida entre nosotros por su versión en español, En el amor todo es empezar. En cuanto al funeral, se llevó a cabo el viernes en la iglesia Santa Maria de Ara Coeli de Roma, donde tuvo su última residencia. El anuncio de su muerte lo hizo el coreógrafo Sergio Japino, quien fuera su segunda pareja y cercano colaborador hasta sus últimos días. La causa: un fulminante cáncer al pulmón que venía padeciendo, en secreto, desde hace algún tiempo.

Reconocida por sus letras desenfadadas, su estampa de gimnasta y esa enérgica forma de sacudir la cabeza, con aquel flamígero cabello entre rubio y platinado, con cerquillo beatlesco, Raffaella Maria Roberta Pelloni (su verdadero nombre) fue el prototipo de ese, a veces incomprensible y, otras veces, terriblemente mal usado concepto de «vedette». Pero además de las coreografías de vaudeville y el elenco de bailarines siempre dispuesto a cargarla hasta seis veces por canción, su discurso artístico fue una abierta confrontación con la cucufatería de su tiempo.

Y, aunque actualmente su propuesta, vista en bloque, no sea capaz de moverle el piso a nadie si la comparamos con el vulgar libertinaje de las «divas» de hoy (por momentos luce hasta infantil e inofensiva), no puede negarse su naturaleza pionera en esto de sacarle la lengua a los convencionalismos y romper el molde de la cantante/actriz sufrida y dependiente. Recordando cómo mi madre, una sencilla y conservadora ama de casa que había nacido dos años después que ella, disfrutaba de sus canciones, cuando estas eran moneda corriente en radio y televisión, y cuánto admiraba -sin decirlo- esa actitud liberada y suelta de huesos frente a la sociedad, puedo imaginar fácilmente el profundo impacto que tuvo Rafaella Carrà en toda su generación y en las posteriores.

Aunque su formación artística comenzó a través del ballet y el cine -estudió danza y actuó en varias películas italianas épicas sobre hechos religiosos y leyendas de civilizaciones antiguas (Roma, Grecia) durante los años sesenta- fue como cantante que se hizo realmente conocida a inicios de la década siguiente, en su país, con un estilo que destacaba por su elegante y pícara sensualidad. En 1971, su primer single Tuca tuca causó sensación en la televisión italiana con un video que fue criticado hasta por el Vaticano porque la joven de 28 años aparecía “mostrando el ombligo”. Algunos años después lanzó una nueva versión, con un divertido video en el que alborota a varios señores por la calle. En estos clips, disponibles en YouTube, se aprecia ya la base de lo que vendría después, esa llamarada de personalidad escénica que la catapultó al estrellato.

Musicalmente hablando, lo que hizo Rafaella Carrà -de la mano de Gianni Boncompagni, su primera pareja, productor y compositor de casi todos sus éxitos entre 1971 y 1985- se inscribe en la onda del disco con sabor europeo, con bajos sintetizados a lo Giorgio Moroder (su célebre compatriota, productor de Donna Summer), fondos orquestales y ritmos que se alimentaban de diversas fuentes y géneros de raíz latina, elementos que le dieron a su discografía un aire inconfundible en un tiempo en que era difícil destacar, en medio de opciones musicales tan buenas como diversas. En esa época era muy común que artistas europeos, en especial italianos, lanzaran sus producciones en español -también lo hicieron, con enorme éxito, de otros países como Demis Roussos (Grecia), Charles Aznavour (Armenia/Francia), Abba (Suecia)- y, en ese sentido, Rafaella Carrà no se quedó atrás, uniéndose a la larga tradición de artistas bilingües con carreras altamente aceptadas por el público hispanohablante.

Antes de convertirse en personalidad de las televisiones italiana y española, Rafaella Carrà tomó por asalto las pistas de baile con canciones que, a pesar de los años transcurridos, siguen sonando frescas y vigentes. Desde la rumba española (Fiesta, 1977), el musical al estilo cabaret (Caliente, caliente, 1981 o la mencionada En el amor todo es empezar, 1976) o los guiños de samba brasilera en la controversial 53-53-456 (1976, que también grabó como 03-03-456 para evitar confusiones con un teléfono real en Argentina), la música de Rafaella Carrà era perfecta para el baile, la alegría y el desacato. Grabadas originalmente en italiano, todas tuvieron su versión en castellano, a través de las grabaciones que lanzó con el sello español Hispavox (distribuido por la multinacional Sony). Psicodélica en Rumores (1974), pícara en Pedro o romántica en Yo no sé vivir sin ti (ambas de 1980), Carrà no se guardaba nada en sus discos, con interpretaciones intensas y auténticas, las mismas que hacían juego con su carisma y simpatía.

Pero si hay una canción que identifica a Rafaella Carrà y su rol libertario es la desinhibida Hay que venir al sur (1978), cuya primera versión en español causó tal revuelo que se vio en la necesidad de grabar una segunda, más moderada, como un gesto de consideración hacia los públicos centro y sudamericanos, no tan acostumbrados a escuchar letras que incitaban a las mujeres a «buscarse otro más bueno» cuando un hombre las dejaba. Otras como la infantil Mamá dame 100 pesetas (1981) o la divertida Lucas (1978) también tocan temas controvertidos como las ansias de irse de casa o la homosexualidad, respectivamente, pero definitivamente, aquel coro que dice «para hacer bien el amor hay que venir al sur…» es hasta ahora su más claro grito de emancipación femenina.

Esta cadena de éxitos radiales la llevó por el mundo entero, pero fue en España y América Latina donde alcanzó inmensos niveles de popularidad. Visitó nuestro país en varias ocasiones entre 1979 y 1982. En tiempos en que los grandes conciertos eran inimaginables en el Perú, la presentación de Rafaella Carrà en el Coliseo Amauta, ante 15,000 personas, en 1981, fue uno de los eventos más sorprendentes de aquella época. Muchos años después, en 2005, volvió pero solo como turista, para visitar Machu Picchu.

Poseedora de un natural atractivo mediterráneo, sin aspavientos ni grotescas cirugías plásticas, Rafaella Carrà ponía especial cuidado en sus vestuarios, siempre sofisticados y sugerentes pero sin llegar a los exhibicionismos baratos de hoy. Tenía un brillo y elegancia que encandiló a hombres, mujeres y más allá, pues se convirtió en icono de la comunidad gay (en esas épocas no se hablaba de «LGTBI» ni nada por el estilo) De hecho, recuerdo haber escuchado, siendo yo un niño, el rumor de que “la Carrá” era un hombre travestido. Esta por supuesto, es una más de esas absurdas leyendas urbanas de la música, como las que afirmaban la muerte de Paul McCartney, la vida secreta de Elvis Presley después de 1977 o los mensajes satánicos de ciertos discos si los escuchabas al revés. Hay ecos de Rafaella Carrà a ambos lados del espectro artístico: desde la norteamericana Madonna y la española Alaska; hasta la argentina Susana Giménez o la peruana Gisela Valcárcel, tienen en sus apariencias algo de la italiana, ya sea por auténtica influencia en el caso de las mencionadas cantantes, o burda imitación en el de estas dos conductoras de televisión sudamericanas, provenientes del submundo del vedettismo y el humor de baja estofa.

Sus programas de televisión, en Italia, Argentina y España, impusieron ese estilo alegre, conversador y cercano al público que sería copiado hasta la saciedad. En paralelo mantuvo su carrera musical, aunque con menor presencia en las radios. Sus trabajos musicales más recientes incluyen una participación como jurado/coach en la versión italiana del reality La Voz y álbumes como Replay (2013) y Ogni volta che è Natale (2018) de canciones navideñas. El 2020 apareció Grande Rafaella, recopilación doble que, por primera vez, contiene todos sus grandes éxitos, lanzada como soporte de la película Explota explota, del español Nacho Álvarez, sobre su vida.

Rafaella Carrà nunca se casó y solo se le conoció dos relaciones (Gianni Boncompagni y Sergio Japino), largas y que, luego de concluidas, se convirtieron en estrechas amistades, lo cual podría hacer contraste con su imagen pública, siempre abierta a probar muchas experiencias como dice su canción emblema. Tampoco tuvo hijos. Quienes la conocieron de cerca la describen como una mujer, espontánea, de carácter fuerte, amable e inteligente. La artista, fanática del Juventus y de sólidas convicciones socialistas, será recordada siempre por los dos continentes que la vieron sobre los escenarios derrochando libertad, energía y buena música.

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Rafaella Carrà

Una vez superada la pataleta negacionista en la que un sector de la derecha está empeñada (incluyendo, increíblemente, a intelectuales como Mario Vargas Llosa), corresponde empezar a diseñar una estrategia de contención del proyecto izquierdista que desplegará Castillo para evitar que nos lleve al despeñadero.

Se puede entender que actualmente Keiko Fujimori y Rafael López Aliaga estén librando una batalla política por capturar el protagonismo de la oposición de cara al siguiente lustro y que en esa contienda exacerben posturas y radicalicen actitudes, pero eso va a acabar pronto, apenas se instale el próximo gobierno.

Entonces corresponderá trazar escenarios alternativos. Si Castillo efectivamente se modera y cancela políticamente el proyecto de llevar a cabo una Asamblea Constituyente, pues deberá merecer un trato democrático, refractario cuando despliegue iniciativas regulatorias de la economía de mercado, pero formalmente respetuoso de la legitimidad del gobernante.

Si, en cambio, el gobierno de Perú Libre pretende meter de contrabando una iniciativa tan absurda como la de la Asamblea corporativista que propone, la lucha deberá ser recia y sin concesiones. Si lo hace dentro de los márgenes constitucionales, pues corresponderá rechazar sin ambages el proyecto de marras convocando al centro a sumarse a ese rechazo a una iniciativa polarizante y que desequilibraría el país los siguientes años.

Pero si lo pretende hacer disolviendo el Congreso, o convocando la Asamblea de marras de facto, sin pasar por la plaza Bolívar, lo que corresponderá, todo dentro de la Constitución, es vacar a un gobernante incapaz de leer con racionalidad y pragmatismo no solo la realidad política del Legislativo (donde solo tiene 42 votos y por allí algunos más) sino la dimensión social sobre el tema (todas las encuestadoras coinciden en que la mayoría está en desacuerdo con una Constituyente).

A la postre, que la democracia peruana albergue y tolere una opción de izquierda y sobrelleve el desafío sin sobresaltos, fortalecerá la institucionalidad del país, pero el principal responsable de que eso ocurra es quien ocupará la Presidencia de la República. Si, envanecido o enceguecido, quiere gobernar a trompicones, pues va a recibir el vuelto, como es natural, y lo más probable es que termine su mandato antes de lo previsto y sin ninguna gloria.

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Asamblea Constituyente, Derecha, Pedro Castillo

Desde diversos ángulos y perspectivas, gran parte de la obra narrativa del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez (1973) constituye una exploración consistente y rigurosa en ese fragoroso pantano histórico que representa la violencia en el presente y la memoria de los colombianos.

El año 2015 apareció La forma de las ruinas, una ambiciosa novela que intentaba reconstruir y unir, de manera fragmentaria, dos magnicidios que marcaron la historia de Colombia: el asesinato del líder liberal Rafael Uribe Uribe, acaecido en 1914 y en 1948 el del reformista Jorge Eliecer Gaitán (que aquí sería un despreciable caviar según algunos doctos con tribuna), crimen que daría pie al “Bogotazo”.

Algunos de sus libros anteriores, como los cuentos de Canciones para el incendio (2018) y las novelas Las reputaciones (2013) y El ruido de las cosas al caer (2011) conceden a la experiencia de la violencia, en formas varias, un lugar central en su tramado. Hoy que hemos cerrado Volver la vista atrás (2020) su más reciente novela, la tentación de definir este corpus como una suerte de diálogo coral es grande y se justifica por la presencia de la violencia y sus efectos como columna vertebral.

Sin embargo, Volver la vista atrás tiene elementos novedosos, en relación con el universo al que Vásquez nos tenía acostumbrados. El más significativo es que los materiales que sirven de base a la narración son reales, es decir, provienen de lo fáctico y corresponden mayormente al testimonio-memoria del cineasta colombiano Sergio Cabrera (director de ese gran clásico que es La estrategia del caracol, 1993) que se divide en dos vertientes: el recuerdo de su padre, Fausto Cabrera, un catalán que huyó de la España franquista para recalar en Colombia; y la narración formativa de los años que pasaron el cineasta y su familia en la China de Mao, país donde Fausto reforzó su convencimiento revolucionario y tanto el cineasta como su hermana lograron el estatus de guardias rojos.

Es decir, el relato de base es la historia de una familia convertida a un ideal revolucionario y luego de abandonar China para volver a Colombia, integrada tanto a acciones de apoyo y logística (en el caso de los padres) como a la guerrilla (en lo que respecta a Sergio y a su hermana). A ese material se suma otro, producto de las pesquisas del propio escritor y del contacto con otros personajes aludidos a lo largo de la historia.

Anota Vásquez en la nota de autor: “Volver la vista atrás es una obra de ficción, pero no hay en ella elementos imaginarios. Esto no es una paradoja, o no lo ha sido siempre”. Basado en la autoridad enciclopédica de José Cuervo, apela con elocuencia a una acepción del verbo fingir: modelar, diseñar, dar forma a algo. Y añade: No es distinto lo que he intentado en estas páginas: el acto de ficción ha consistido en extraer la figura de esta novela del gigantesco pedazo de montaña que es la experiencia de Sergio Cabrera y su familia” (p.473).

Esta es pues una narración que sale del archivo familiar y aspira a convertirse en documento de una época en la que actividades como la guerrilla no estaban todavía sujetas al imperio moral y la justificada condena que pesa hoy sobre la violencia política como arma de transformación social. La novela prescinde de juicios de carácter moral sobre el relato de las peripecias familiares; del mismo modo, tampoco intenta cubrir con una pátina de romanticismo todas las correrías que pasan los personajes. Hay un logrado equilibrio en una novela que, lo digo sin resquemor, tiene todo para viajar al ecran.

Es octubre de 2016 y Sergio Cabrera está en Barcelona, presto a recibir un homenaje por su trayectoria cinematográfica, cuando se entera de la muerte de su padre. A partir de ahí se desencadena una historia llena de aventuras y desplazamientos que no impiden ver el fondo del asunto: esa curva que va del aprendizaje y entusiasmo revolucionarios a la más profunda decepción. Oportuna aparición en un momento como este, en que nada es más deseable que la paz para Colombia.

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Colombia, Juan Gabriel Vásquez

La reciente película de la compañía Disney-Pixar regresa con el brillo que anteriormente lograron cintas como Toy Story, Cars o Ratatouille.  Se trata de un fantástico film de animación que consigue envolver al espectador con un fresco relato y es a la vez una alegoría a las diversidades. Se estrenó el 18 de junio en la plataforma de Disney plus y espera conseguir el éxito que sus predecesoras han obtenido. 

Luca, es la historia de un niño que impulsado por su amigo Alberto decide dejar su hogar para conocer el mundo. Ambos con la fijación de conseguir una vespa (conocida motoneta italiana) que les permita lograr ese fin. Con ese propósito se embarcan en la Carrera de la Copa Portorosso, triatlón de un pueblo en la riviera italiana en donde conocen a Giulia, quien se unirá al equipo. 

La codiciada vespa no es otra cosa que el vehículo que los conducirá a la libertad de poder explorar un mundo que les ha sido negado por su condición de seres distintos. Por eso se convierte en un objeto de ensoñación y deseo. Cuando en realidad es una motoneta sencilla, pero que tiene todo un valor cultural en Italia. Podríamos mencionar este elemento también como parte de la inocencia que corresponde a la edad de los personajes. 

La aparente sencillez de esta historia captura al espectador con momentos divertidos e incluso surrealistas. Sin embargo, la clave de este relato está en la identidad de sus personajes. Luca y Alberto han huido de las profundidades del océano para adoptar forma humana ante la mirada de los demás, cuando en realidad son monstruos marinos. 

Esta premisa que hace alusión a las minorías, a lo diferente, satanizado por siglos, por temor y desconocimiento, es un importante punto de partida en esta última entrega de los estudios de animación. Si bien podemos recordar films también con este propósito como Monster Inc o Unidos, donde se presenta el primer personaje gay. En Luca, este concepto alcanza una dimensión con mayor impacto social.

Enrico Casarosa, quien dirigió la película, ha negado cualquier intención de darle al film un contenido LGBTQ. En declaraciones a la prensa se ha referido a que solo quiso reproducir experiencias de su infancia en Génova a lado de quien fue su amigo y que lleva el mismo nombre en la ficción: Alberto. “Una celebración a la amistad” mencionó. 

El director italiano expone una serie de componentes en Luca, como homenaje al séptimo arte. Admirador confeso del cine de Hayao Miyazaki, conocido por El viaje de Chihiro, como también de Federico Fellini, Wes Anderson, entre otros. Por lo que destacan los afiches de películas como La Strada en las calles del colorido pueblo, Vacaciones en Roma y guiños a cintas como El Rey León cuando sus protagonistas miran el cielo y se preguntan el significado de las constelaciones.

Lo cierto es que los elementos que deliberadamente el director ha incluido en esta película para hacer alusión a su cultura cinematográfica son considerables. Pero con respecto al argumento es inevitable pensar en La Sirenita y la restricción que los seres marinos tenían de contactar a los altamente peligrosos humanos. 

Jacob Tremblay, aquel niño galardonado que destacó por su actuación en La Habitación en el 2015, no ha parado de trabajar y hoy a sus 14 años ha dado la voz al personaje principal de este film. Por otro lado, en el papel de Alberto destaca Jack Dylan Grazer, conocido por su actuación en la película It. Acompañan Sacha Baron Cohen como el tío Hugo y Emma Berman como Giulia. 

Pixar debe escuchar las corrientes que van marcando las tendencias en el mundo. No hacer oídos sordos como lo hizo Disney cuando no aceptó el pedido de sus seguidores para presentar a Elsa de la película Frozen como un personaje LGTBI. Sin embargo, algo está cambiando y no es de sorprender que esta historia plantee figuras distintas a las que por muchos años Disney nos ha tenido acostumbrados. Giulia, es una niña impetuosa, capaz de confrontar a quien dude de sus capacidades. Un símbolo interesante de empoderamiento femenino y que se aleja del discurso conservador y patriarcal. 

En el mes del orgullo, donde se celebra a la comunidad LGTBI en su lucha por obtener los mismos derechos que las mayorías tienen, una película animada casualmente gráfica una realidad muy sencilla, pero dolorosa. Llamamos monstruos a todo lo que sea diferente y anormal, según lo que como sociedad se ha normalizado y legitimado. Ponemos la lupa sobre asuntos irrelevantes de la condición humana, por no profundizar en los océanos de cómo nos relacionamos como especie. 

A 35 años de la creación de los Estudios de Pixar, sus productores han elegido el mismo día de lanzamiento que tuvo hace 11 años Toy Story 3. Marcar tendencia hoy es apostar por la inclusión y por dejar de lado conceptos que sólo han alimentado el miedo a la diferencia. Parece que atrás ya han quedado las historias con las que miles de niñas crecieron soñando con el  príncipe azul y un sistema obsoleto de nobleza. Una nueva era también se refleja en la animación. 

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Disney-Pixar, Enrico Casarosa, Luca

Se lee recurrentemente en las redes sociales las palabras de satisfacción de muchos ciudadanos por haber sido beneficiarios del plan de vacunación anticovid y en algunos casos describen como placentera la sensación de que el Estado funcione.

No es solo una percepción subjetiva. Es relevante en términos de gobernabilidad democrática que haya un buen sistema de salud pública. Es una piedra de toque de la convivencia social y de la inclusión ciudadana que lamentablemente todos los gobiernos de la transición post Fujimori descuidaron con punible indolencia.

Se espera que el gobierno de Castillo le ponga especial énfasis a ello. Se ha dicho y escrito que se va a aumentar el presupuesto en salud pública y que los reajustes tributarios obedecen a esa intención.

Ojalá el nuevo gobierno sea capaz de integrar los sistemas de seguridad sanitaria y de provisión de salud pública (SIS, EsSalud, Minsa), que se anime a revisar con buen criterio el desastre que es la regionalización de los servicios de salud (se han vuelto un antro de corrupción), que sea capaz de reformar el manejo mafioso que se ha entronizado por parte de oligarquías sindicales refractarias a cualquier cambio en el sector (de repente, al ser un gobierno de izquierda le resulta más fácil domeñar a los colectivos sindicalistas).

Tanto Hernando Cevallos como Pedro Francke, los dos alfiles programáticos de Castillo, han formado parte, directa o indirectamente, del Foro Salud. Son plenamente conscientes de la problemática y de los posibles caminos de solución.

Hoy la urgencia es la pandemia y al respecto ojalá se apueste por la continuidad de equipos (inclusive de Oscar Ugarte o Fiorella Molinelli en sus respectivos cargos), hasta que concluya el proceso de vacunación que tan exitosamente ha empezado a funcionar en el país.

Esta vez, la eventual reconstrucción de la clase media -si se maneja la economía con sensatez- (ha disminuido casi a la mitad producto de la recesión pandémica) no puede soslayar la provisión de unas buenas salud y educación públicas, factores esenciales de edificación de ciudadanía inclusiva en el establishment del que todos los peruanos debemos sentirnos parte.

Si Castillo se olvida del despropósito de llevar al país al despeñadero político con una Asamblea Constituyente, y logra aumentar la recaudación fiscal y construir un sistema eficiente y digno de salud pública, habrá puesto un enorme grano de arena en la construcción de una cabal identidad nacional republicana.

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Pandemia, Pedro Francke, Vacunación

UNO

Gordo culón y caucásico, una alopecia lo acompaña desde tiempos pretéritos. Cuando es interpelado sufre de una incontinencia verbal. Su presencia, en el escenario político, es una secuela natural de la aparición del hombre-ridículo en la presidencia de los EE.UU.  Ante las cámaras, una pregunta incómoda y pertinaz lo acecha, la entrevistadora no ceja en su empeño. El candidato refunfuña, no se disculpa, monologa: “Soy dueño de la verdad pues, no necesito disculparme; soy millonario, carajo”.

“Darle vivienda, en un hotel 5 estrellas, a una niña violada es lo máximo que puedo darle de cariño”.

La blonda periodista lo interpela: “Hay un gran porcentaje de niñas de 9 y 12 años que son violadas, ¿piensa que es justo que den a luz?”.

“Entonces Ud. es asesina, quiere matar a dos personas”.

El Opus Dei ha parido 2 personajes en el ámbito político: Ambos célibes. Ególatras y bizarros.

Cada viernes, en su cubículo privado, con el torso desnudo, se arrodilla y empieza la flagelación. En ese momento, siente levitar, acercándose cada vez más a su Dios, a través del dolor. La mayoría, a eso, le llama sadomasoquismo.

Conservadores, católicos, protestantes, etc. se identifican con el orondo personaje. Sea por su autoritarismo, antifeminismo y homofobia. Gente que siente temblar, el piso de sus creencias, ante los cambios en la sociedad.

George W Bush era un converso también. Oró, con su gabinete, para tomar la decisión de invadir Irak. No encontró las armas de destrucción masiva; pero sí, encontró petróleo.

DOS

“Me interesa un comino esta elección, es lo que menos me importa en la vida…métanse la alcaldía al poto, a mí que me importa la alcaldía…” Lourdes Flores Nano – candidata a la Alcaldía 2010

Salida de un partido de derecha, del que solo quedan escombros. Lourdes, caderona de pelo frondoso y ya sesentona. Abogada de cierto prestigio y arropada; eso sí, con un poncho de marca. Locuaz, habla de maniobras fraudulentas en un puñado de mesas. Luego se contradice “hubo fraude”, y sentencia: “Keiko ha ganado en las mesas”. Días después, manifiesta, sin ruborizarse “hubo penetraciones en mesas”.

Queda en ridículo al denunciar fraude, porque los personeros  y jefe de mesa tenían el mismo apellido; insólito, porque es algo común en los pueblos del Perú profundo. No sorprende, es el desconocimiento inequívoco de parte de la derecha contumaz.

“Lo que me pasa hoy día es que, precisamente, no tengo ningún interés, no tengo en juego nada, pero sí tengo un sentimiento democrático”.

Conocido es el aporte financiero de Odebrecht a su campaña política. Hay pendiente un juicio. De la incólume e impoluta Lourdes, que emergió en 1985, ya no queda nada. Solo resquicios de una, impenitente fujimorista, que busca por todos los medios, desacreditar las instituciones democráticas.

TRES

“Nosotros somos socialistas y nuestro camino a una nueva Constitución es un primer paso, y si tomamos el poder, no lo vamos a dejar. Con todo el respeto que se merecen ustedes y sus pelotudeces democráticas, preferimos quedarnos para establecer un proceso revolucionario en el Perú” – Guillermo Bermejo

Piel cobriza, altisonante y con discursos cadavéricos de los años setenta. Genuflexo ante su líder Cerrón (“la sentencia es una error judicial”). Pareciera que no entiende que su discurso y posición, están a contramano con el presente.

Acusado de terrorismo, fue asilado político de la Venezuela de Maduro. Tiene pendiente un juicio.

En las antípodas de la izquierda moderna, es un conservador recalcitrante y supinamente ignaro en otros temas.

“No podemos estar en los mismos caminos que el Nuevo Perú y ellos […] No vamos a aceptar que nos vengan a imponer (…) género o aborto y tanta vaina, ahorita”.

Cuanto se dejan sentir Bedoya, Barrantes y Pease en el horizonte político.

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Guillermo Bermejo, Lourdes Flores, Rafael Lopez Aliaga

Aunque suele ser uno de los lugares comunes más eficientes para esconder la desinformación y el prejuicio hasta racista, es falso que considerar al mundo rural peruano como el futuro del país sea idealización o condescendencia culposa. Es más bien mirar la acción política con lógica, pero desde la amplitud y la multidisciplina. No es cualquier circunstancia ser cuna de civilización junto a otros seis entornos del mundo. El mérito no está en la antigüedad ni en la exclusividad, sino en la capacidad colectiva de crear una solución material y tecnológica sostenible frente al desafío de asentarse en una geografía para dejar atrás la tribu, el nomadismo y la endogamia.

Lo llamo genio civilizatorio andino, e implica una epistemología y una filosofía moral que deben mirarse más a menudo, para así calibrar mejor su vigencia y su grandísimo potencial de aportes. Para el peruano pre-colonial, la naturaleza es una totalidad sistémica viviente, diversa, dinámica, sapiente, volitiva y comunicativa, por lo que se manifiesta con frecuencia, aunque sin mostrar nunca su total e inimaginable inmensidad. Lo hace, por ejemplo, a través de plantas que pueden retirarse ante la vehemencia humana, activar nuestros sentidos al tomarlas o curar pendientes emocionales específicos con la empatía de una terapia conversacional; y de animales capaces de transferir poderes o fuerzas vitales internas. Por medio de fenómenos de escala astronómica que buscan conservar los equilibrios convenientes en medio de la mutancia general de las cosas, o de familiares cuya presencia física ha prescrito pero no han muerto, sino que sus espíritus reposan en una dimensión desde donde se comunican – para protegernos – vía energías que se expanden en ceremonias colectivas. El hombre es parte natural de este concurrente e inclusivo equilibrio, por tanto ni excluye ni pretende andar solo por la vida, porque esto sería contraproducente para su salud emocional – que requiere de  calor comunitario – y para el óptimo ejercicio de sus responsabilidades cósmicas con la especie, la comunidad y la familia. Por la misma razón, tampoco descuidará su propio equilibrio biológico saludable. Y mucho menos querrá dominar y deteriorar el soporte natural que le provee agua, alimentos, sabiduría y vida, sino que buscará resguardar y optimizar su sostenibilidad. Son ciudadanos de la madre tierra.

Esta realidad así concebida, que no es literatura garcimarquezana y puede perfectamente corroborarse, lleva a un entendimiento del evento cognitivo muy opuesto al del canon occidental, que ciertamente es cada vez menos hegemónico, a partir del arribo de corrientes como las teorías de los sistemas complejos, la física cuántica u otros, que han abierto la puerta a todo una nueva concepción del acto de conocer. La filosofía andina dialoga y coincide con esta vanguardia epistemológica, aunque sus convicciones no proceden de la abstracción racional y la aproximación estratégica del científico, sino de la experiencia cósmica cotidiana. Así, si la naturaleza es una morada cuya inmensidad supera nuestra razón y sólo se presenta parcialmente, entonces no hay posibilidad de verdades finales – todo es subjetivo y contingente entre nosotros – y, por lo tanto, no cabe la exclusión definitiva de ninguna perspectiva o persona: más bien se debe buscar lo contrario en casi todo momento, porque enriquece la posibilidad de soluciones. Y dado que la realidad física natural es un equilibrio de diversidades que se debe proteger, el invento técnico siempre será poco intrusivo frente al ambiente intervenido, y la salida para el daño disfuncional siempre será un reequilibrio paciente y progresivo de todas las fuerzas, una regeneración. Y en el extremo necesario, las secesiones y abstenciones serán empáticas con todas las partes implicadas, humanas o no. Finalmente, no hay hacedores y pensadores en la comunidad, todos son ambos, bajo la premisa de que es más fecundo buscar equilibrios que incluyan a la totalidad de actores con poderes relativamente similares, y de que nadie quiere ejercer derechos de autor para diferenciarse y quebrar la divulgación recíproca de los hallazgos técnicos. El exceso de saber, sin hacer o ser, hace daño en la filosofía pre-hispánica.

Estamos ante grandes planificadores, guardianes e innovadores de la diversidad natural, y en muchísimos contextos de extrema adversidad (por algo controlan las alturas del país que hasta hoy nadie conquista). Hay todo un increíble acervo de conocimientos y tecnologías capaz de derrotar a nuestro endémico subdesarrollo, porque han sido cientos de generaciones las que han vivido bajo esta cosmovisión y con este espíritu de creatividad colectiva, y porque el genio civilizatorio andino tuvo un altísimo y sofisticado conocimiento de la realidad físico-natural y sus energías, desde sus núcleos más elementales e imperceptibles (niveles cuánticos) hasta su dinámica astral. Con esos contenidos y esa cultura productiva, se construyen grandes reinos naturalistas y soluciones tecnológicas. Paso a mostrar sólo una parte de tres de sus principales dominios civilizatorios, que casualmente hoy son críticos en el Perú y en el mundo: el  agua, la alimentación y la salud.

En dos o tres décadas, a más tardar, empezarán a darse severos problemas de abastecimiento de agua en todas las ciudades costeras del país. Lima, por ejemplo, es una de las ciudades con mayor estrés hídrico del mundo, lo que se agrava considerando que en el 2050 seremos el doble de capitalinos. Pese a que estamos imposibilitados de acceder a las más modernas tecnologías de captación de agua, por diversas razones ya planteadas en anteriores columnas, seguimos olvidando o ignorando que la civilización andina aseguró la llegada de este insumo a todo su inmenso territorio, enfrentando con ello el problema de la estacionalidad de lluvias y las repentinas sequías de la sierra. Lo hicieron a través de las milenarias mallas de riego que, de generación en generación, fueron ampliando y perfeccionado, incorporándoles diversas ingenierías de obtención, recepción y traslado del líquido elemento.  En este momento, la cooperación internacional y el Estado peruano estudian, a 4000 metros de altura – distrito de Huamantanga, al norte de Lima región – una tecnología Wari de traslado del agua de la lluvia a los canales habituales del suelo y subsuelo, a través de grandes cuencos receptores (llamados amunas) cuyos filtros naturales son conectados a trasvases artificiales por donde el agua viaja hacia su cauce natural, elevando la cantidad de recurso disponible. De la reparación de las muchas amunas dañadas u olvidadas – lo que está en manos de Sedapal – depende el abastecimiento de agua potable de las ciudades de la costa para las décadas próximas.

La alimentación es otro genio civilizatorio andino. Se divulgó hace poco, por las celebraciones del Día del Campesino, que la agricultura familiar peruana produce el 80% de nuestra alimentación. Vale y mucho, pero se quedaron cortos: podemos alimentarnos sin depender de ninguna otra economía, lo puede hacer cada región incluso, y con los productos más nutritivos del planeta. Esto no sólo responde a la riqueza genética de la cordillera, sino a que la inventiva andina desarrolló muy eficientes técnicas para la conservación, el transporte a distancia y la optimización nutricional de alimentos, vía efectivos métodos de deshidratación. Con esta práctica se alimentó – con una calidad que hoy no nadie tiene en el mundo y acaso nunca más se tuvo – a millones de campesinos por siglos, en un territorio de dimensión continental. La falta de soberanía y de seguridad alimentaria nos cobrará factura durante la inmediata post-pandemia, y será un grave problema civilizatorio en pocas décadas. Los pocos países del mundo que puedan enfrentar con facilidad este contratiempo tendrán una enorme ventaja geopolítica. El Perú puede ser uno de esos elegidos históricos, si por fin nos reconocemos y aprovechamos lo nuestro.

Y también la salud – variable crítica para nuestros sueños de progreso – fue muy bien gestionada por los antiguos peruanos. Es bastante obvio que no nos alcanzan los recursos – de todo tipo – para tener servicios médicos de calidad y cantidad suficiente, y que el mercado mundial de los químico-farmacéuticos es excluyente y nocivo con las sociedades pobres. La sanación andina, mientras tanto, es muchísimo más barata, porque utiliza dietas, consumo de plantas – mucho más activas y asertivas de lo que solemos creer -, intercambio de energías con animales y contacto general con la naturaleza para lograr el retorno del equilibrio saludable. En realidad, lo que necesita que la medicina occidental peruana, dueña de nuestra institucionalidad de gobierno en el sector, se abra al mestizaje epistemológico y decida sumar a su complejidad, al mismo tiempo que enseñar lo suyo. Adquirir el conocimiento pre-hispánico de botánica y zootecnia podría implicar una revolución medicinal y científica del Perú para el mundo.

Gran parte de todos estos contenidos civilizatorios, claramente vigentes, son también promisorios porque siguen vivos en las más de 8000 comunidades rurales que, según los cálculos, existen en la sierra peruana, algunas veces en condición de total desconexión. No son saberes que se encuentran en las zonas urbanas de la sierra ni en las pequeñas aglomeraciones de las carreteras de las alturas mayores. Tampoco en las extensas propiedades agrícolas dedicadas al comercio de gran escala. En todos estos lugares, la filosofía civilizatoria es finalmente occidental, obviamente con un muy alto grado de mestizaje. Y por esa razón ahí – o en la escuela o cuando vienen a Lima – los campesinos refuerzan el sentimiento de vergüenza que les fue inoculado en la colonia, y la convicción de que lo sensato es dejar la vida agrícola y buscar la ciudad. Enferman así sus autoestimas y las de sus proles, mientras reman a kilómetros de lo que ambicionan y dejan morir el genio civilizatorio que necesitamos, y el único entorno donde podrían obtener mínima calidad de vida. El Estado peruano nunca ha visto riqueza en las comunidades rurales, y más bien – desde Bolivar – siempre ha querido parcelarlas en propiedad privada y desconocer legalmente su posesión grupal, con fines de facilitar su venta y hacerlas productivas bajo parámetros de monocultivo en grandes extensiones, lo que extingue la diversidad y fertilidad de las tierras. Es la lógica de la competitividad  capitalista occidental, opuesta en aspectos centrales a la cosmovisión pre-hispánica, y que siempre ha terminado en la explotación de migrantes campesinos que apostaron por lo nuevo, y luego no tienen los insumos para hacerse valer en el mercado ni pueden volver atrás porque vendieron o dejaron lo suyo. Es el mismo sentido común que se pone de lado de las empresas mineras cuando hay conflictos sociales por razones medio-ambientales.

Esta mirada – contenida en una economía del desarrollo neoclásica (liberales, pues) – domina la academia y el sector público peruanos desde los noventa, cuando se sumó a nuestro occidentalismo colonial republicano. Luego de una reforma agraria – que fracasó en su intento de cooperativizar a las comunidades – y del abandono en la década de 1980, se pasó la implementación un conjunto de programas sociales donde la unidad comunidad rural casi no existe, porque el objetivo casi siempre es hacer competitivos a los agricultores campesinos, y eso pasa por darles títulos individuales de propiedad y atomizarlos. Incluso el muy descriptivo término agricultura familiar, introducido por la FAO y facilitador de muchos entendimientos, es una conservadora negación de la realidad colectiva y un contrabando ideológico en favor de la venta de tierras. Hasta hoy, el Estado peruano no cuenta con un registro centralizado y definitivo de las comunidades campesinas de la sierra, pese a que su existencia colectiva es norma oficial desde los tiempos de Leguía. Sucede que no cualquier quechua-hablante puede hacer valer sus derechos en el Perú, y más bien son presa fácil de las conspiraciones institucionales y administrativas de los gobiernos de turno.

Es la riqueza civilizatoria de los Andes lo que necesitamos, que es de gobernanza comunal. Ellos no tienen ningún futuro de largo plazo bajo el orden competitivo global, salvo mayor deterioro: son brechas demasiado grandes las que tendrían que superarse. El único derrotero razonable es regenerar y conservar la trama y el contexto histórico de las comunidades rurales, poniéndolas en el centro de nuestras políticas nacionales, y dándoles el poder y los recursos necesarios para que puedan descolonizarse y recordar su valor histórico. Es necesario revitalizarlas a partir del acopio y la divulgación de conocimientos de los cerca de 6000 sabios ancianos que, según se calcula, todavía viven en el territorio que ocupa, por lo menos, la cuarta parte del suelo peruano. No sólo tienen un vasto y sorprendente entendimiento del pensamiento y hacer de sus ancestros, sino que transmiten y transfieren una energía muy reconstitutiva. El camino ideal, y quizá el único que permitiría lograr los objetivos aquí propuestos, es que la próxima constitución – que tarde o temprano vendrá – reconozca a la nación quechua como parte del Estado plurinacional peruano. Eso les garantizaría un orden de gobierno propio (hoy desmembrado pero visible), relevantes consideraciones culturales y representación política en el congreso, lo que hoy increíblemente no tienen. Ellos saben muy bien cómo reconstruirse, y el exceso de intromisión centralista de nuestro aparato público – si decidiera con sinceridad apoyarlos – únicamente ralentizaría un proyecto que es urgente. Nunca la sociedad andina se ha cerrado a occidente ni a su comercio, su filosofía y su historia son de apertura a la diversidad. Pero, como ha atestiguado nada menos que el gran Erick Hobsbawm – que sabía leer el espíritu de los pueblos -, los campesinos peruanos tienen una aguda conciencia de lo que hace peligrar su naturaleza, así como la paciencia ancestral necesaria para recogerse y seguir esperando el momento oportuno de expandirse. Con o sin nosotros, claro está.

* Este texto ha podido terminar su forma y conclusiones gracias a la muy valiosa información y perspectivas que me han provisto los esposos Javier Trigo y Noelia Pérez, grandes promotores, estudiosos y ciudadanos de la civilización andina, y el taita Santiago Agui de Cerro de Pasco, depositario de la sabiduría cósmica de los antiguos peruanos.

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