Opinión

La última semana se ha constatado que la tendencia electoral va en función de una Fujimori en avance y un Castillo entre estancado y en declive. A una velocidad acelerada, vale mencionar. ¿Es esto definitivo y nos acercamos a una presidenta el 7 de junio o tendremos una pelea con final impredecible? Ensayamos para eso una lista de escenarios y actores que pueden alterar el panorama

Si hay una tendencia clara luego del fin de semana y de conocer las últimas encuestas, es que Fujimori va avanzando y Castillo retrocediendo. Que además las distancias se han reducido ahora sí dramáticamente, poniéndolos, números más y números menos, a 5 puntos de distancia.

Lo otro que es claro también es que si no hay algo que pueda ser relevante o significativo, podemos cambiar el orden de los candidatos de cara al 6 de junio. ¿Por qué? Por la tendencia, pero también porque hay una candidata que hace campaña y otro que parece que quisiera minar la propia.

Castillo no quiere -o no puede- entrar en el juego de la campaña formal y queda continuamente descolocado frente a todo el despliegue de fuerza orgánica propia y la que le ha llovido gratis a Fujimori. Entonces, no hace cambios a la estrategia que lo llevó a ganar la primera vuelta y eso lo lleva a detener su avance y a retroceder en las preferencias.

La encuesta de ayer de IEP es muy clara en eso. Castillo ya no está estancado, retrocede. Y Fujimori ya no se nutre de indecisos, le está quitando votantes a Castillo. Ese escenario era el peor posible para un Castillo envalentonado pero sin aparato detrás que le asegure estrategia. Sin estrategia su campaña es contradictoria, opuesta, impredecible. Un día quiere ser garante de derechos y al día siguiente se tumba esa idea. Un día quiere A y el otro grita B en una plaza. Hace lo que en buena medida le nace hacer. Aunque la presidencia de la República no sea un cargo por impulso.

Por el otro lado, y como todo en su vida, la cosa viene muy fácil. Todos le regalan su apoyo de manera incondicional. Mejor corrupto conocida que comunista por conocer parece ser el derrotero de esta campaña. Es la definición perfecta del mal menor. Hay un juego mediático sin ningún contrapeso. Hay “iniciativas ciudadanas” que son campañas descaradas que nadie quiere cuestionar, porque no son partidarias. Hay endoso de apoyo sin criticidad. Muy fácil. Como fácil estudió, fácil fue su carrera política y fácil le ha sido zafar del acoso judicial, del que posiblemente se libre para siempre después de estas elecciones. Es impresionante la estrella de la candidata que ha logrado convertir adversos y hacerlos portavoces de su campaña.

¿Qué podría cambiar las tendencias y ponernos en escenarios distintos? Hay pocas cosas que hoy generen un contrapeso que vuelva a poner a Castillo en subida y a Fujimori en bajada, pero vamos a elaborar algunas hipótesis.

  1. La campaña de contacto directo vuelva a tomar impulso. Esa campaña que llevó a Castillo a triunfar en primera vuelta. Esa que privilegia la plaza pequeña, el boca a boca, el WhatsApp como la red de intercambio y propaganda. Esa campaña de la que tenemos tanto por aprender aún. Castillo demoró en prender en primera vuelta. ¿Podría estar demorando su explosión? Muy poco probable. Más si no da golpes de timón relevantes. Ya no estamos en el voto de protesta. Es quizás el voto de propuesta el que se manifiesta ahora. 
  2. La probabilidad de algún destape. O de algún hecho que se conozca de los candidatos en la campaña, aunque estamos seguros de que está más cerca, como probabilidad, de hundir a Castillo que a Fujimori. La candidata hoy tiene toda la prensa masiva de su lado, de una manera impúdica. Por ese lado, no es esperable que haya algo que a nivel de medios masivos pueda hacer que la candidatura fujimorista tambalee. Más bien tenemos que esperar más celo con Castillo y su entorno. Aunque cualquier noticiero local sea ya caja de resonancia de cualquier cosa que se diga para hundirlo.
  3. Adherencias. Creemos que más allá de la discusión sobre si implican votos o no, el que estructuras partidarias decidan su apoyo por uno u otro candidato puede ser definitivo. Si el apoyo de Mendoza y JP a Castillo es importante a nivel de discurso, el de APP y de RP a Fujimori es más significativo porque implica movilización y logística. Algo que a Castillo le falta a raudales. Lescano, Guevara y esa facción de AP aún podrían entrar más en campaña, pero no parecen cercanos a Castillo. Pero nadie más aparece en el horizonte para el lápiz.
  4. Estrategas. Desde la primera vuelta extrañamos la presencia de campañas inteligentes, orientadas, que supieran encauzar ideas y establecer ejes programáticos. En esta segunda vuelta es evidente que ello se mantiene. Una alternativa para Castillo puede ser la adhesión de algunos estrategas que puedan generar un impulso importante. En el caso de Fujimori, parece ser que los ecuatorianos que este portal destacó han hecho su trabajo. Se habla desde Otero hasta quienes llevaron la campaña del MAS en Bolivia como potenciales soportes de Castillo. Veremos si eso se materializa.
  5. Sociedad Civil. Un contrapeso importante en las últimas elecciones han sido las iniciativas libres de la sociedad civil. Desde la relevancia que tomaron los movimientos antifujimoristas en el 2016 hasta la calle que logró revertir el golpe de Estado de Merino hace apenas unos meses. Pero esa sociedad civil parece agotarse en la fórmula de manifiestos y acuerdos. No se percibe una efervescencia en la calle, una sensación tan fuerte que pueda hacer tambalear las tendencias actuales. A no ser que despierte pronto, no parece que la calle vaya a ser un factor importante. Si despierta, veremos lo que ocurre.
  6. El contexto -y aprovecharlo-. Hoy parece que vivimos en una burbuja y nada de lo que pasa alrededor importa en esta campaña. Casos como el estallido social y la represión de Duque en Colombia, o el anuncio de Biden de políticas tan a la izquierda que hacen parecer a Mendoza de centro, no juegan en esta campaña y algo podríamos pensar que nos quieren decir, pero nos miramos tan al ombligo que ni eso influye.

Creemos que estos 6 elementos podrían ser significativos en lo que queda de campaña. Pero no somos optimistas de considerar que lo van a ser. La mesa está servida para Fujimori. Va a depender sólo de ella sentarse a comer. Ojalá que quienes dieron apoyo público a su candidatura asuman ese costo. Del lado de Castillo, vale la pena preguntarse si realmente quiere ganar. 

La encuesta del IEP publicada hoy, la encuestadora que más generosa había sido con Castillo en su primera medición post primera vuelta (la tercera semana de abril le otorgó una ventaja de 20 puntos), hoy revela que la distancia se ha acortado a apenas 6.2 puntos; en la práctica, considerando el margen de error, casi un empate técnico.

Castillo se desploma. Cae 5.3 puntos, revelando una tendencia que coincide con otra de una encuesta privada seria. El puntero empieza a perder adeptos. En cambio, Keiko Fujimori sube nada menos que 8.5 puntos, manteniendo la tendencia que el resto de encuestadoras le asignan.

Sin duda, el parteaguas ha sido el debate de Chota. Por eso, Castillo se corre de tener otro encuentro de ese tipo porque sabe que las tendencias lo muestran como probable perdedor. Es por sus propios errores que está regalándole el triunfo a Keiko Fujimori.

La candidata de Fuerza Popular sigue un libreto muy eficaz y lo sigue al pie de la letra. Primero, se planteó la ecuación “peruanos versus el comunismo” como un modo eficaz de contrarrestar el “pobres versus ricos” propuesto inicialmente por su rival. Le ha resultado con creces. Ha recapturado el sector derechista, que es mayoritario en el país. Por más que los “genios publicitarios” aconsejen cambiar de guión, no se mueve lo que ha demostrado funcionar y falta aún cosechar en ese bolsón derechista o centroderechista indeciso.

Luego, sobre ese mantel se ha empezado a servir un buffet de ofertas, algunas de ellas populistas (canon directo, duplicación de Pensión 65, bono Covid, etc.) dirigido al aún refractario D y E. En ese esfuerzo está.

Y para conquistar el antivoto aún tiene tarea por desarrollar. Se impone un compromiso con la Patria o algo así, más extensivo e inclusivo que el promovido por la Conferencia Episcopal, que la verdad es que resulta demasiado laxo. Y si a ello le suma la convocatoria paulatina de personalidades no fujimoristas, tipo Luis Carranza, podrá atacar ese gran segmento, que es el fuerte antivoto, hoy exacerbado por la maquinaria mendocista prestada a su adversario.

Castillo no tiene estrategia. Va de tumbo en tumbo, yéndose de boca (ese desafío miserable a debatir en el penal de Santa Mónica le va a costar puntos), un día es moderado, al día siguiente lanza arengas radicales, rehúye los debates y la presentación de su equipo técnico, etc. A este paso, en Perú va a pasar como en Ecuador, donde Lasso ganó más que por sus méritos, por los errores del candidato correísta.

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Encuesta, IEP, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

No me sorprende que en el Perú no hayamos reparado que el pasado 29 de abril, Joe Biden, Presidente de los Estados Unidos de América, pronunció, ante la sesión conjunta del Congreso de la Unión, un histórico discurso que posiblemente represente el puntillazo final al neoliberalismo a ultranza que ha normado las relaciones económicas en el mundo desde su advenimiento a principios de la década de 1980. 

Para entonces las condiciones estaban dadas, la crisis del embargo del petróleo de la OPEP de 1973 había magullado las economías occidentales, pero, al mismo tiempo, había sumido en una crisis sin retorno a sus símiles socialistas. Los resultados no tardaron en llegar. Para 1987, Mijaíl Gorbachov, nuevo presidente de la URSS, ya negociaba con sus antiguos archienemigos la inyección de capitales frescos para el bloque oriental, pero era tarde: bajo el transparente empuje de la glasnost, el socialismo real estalló en pedazos ante los ojos atónicos del mundo, al punto que en 1991 no quedaba ya casi nada de él. 

Era la hora del neoliberalismo, el economista John Williamson se apresuró, en 1989, en llamar Consenso de Washington a las 10 recetas con las cuales el FMI, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro Americano impusieron un nuevo orden económico basado en la desregulación y la semi eliminación de la participación del estado en la economía. Había llegado la hora del mercado cómo supremo juez de las relaciones comerciales y como gestor de la estabilidad macroeconómica. 

Casi cuarenta años después de los tiempos en que Reagan y Thatcher  diesen los primeros pasos en la implantación de un nuevo orden mundial basado en un renovado laissez-faire, Joe Biden gira las tuercas en la dirección contraria con una energía que casi nos hace recordar los amables tiempos de George Marshall con Europa Occidental en la post Segunda Guerra Mundial: sustancial alza en los salarios, importante reducción en el precio de las medicinas, salud universal, sindicalización universal para una gran nación construida por sus trust de obreros y sus clases medias, y no por los hombres de Wall Street. 

El designio no puede ser más claro, la pelota ha cambiado de dueño en un país, y en un mundo, en el que las ganancias del capital crecen, como diría Thomas Piketty, en su célebre El Capital del siglo XX, a un ritmo mucho mayor que el del resto de la economía, y en el que la acumulación de la riqueza no se relaciona, ni por asomo, con su distribución(1). En este aspecto, la libertad del mercado fracasó estrepitosamente en el encargo de generar bienestar por lo que el Estado tendrá que invertir casi con tanta energía que en los aciagos tiempos de la New Deal de Franklin Delano Roosevelt, tras el Crack de 1929. 

América Latina 

No quisiera prolongar demasiado estas líneas. El mercado como regulador de la economía no existe. En su remplazo existen las grandes corporaciones multinacionales o internacionales y, para el caso de nuestros países, sus intermediarias, las grandes burguesías nativas. Suena a manual de marxismo para principiantes, pero funciona en la realidad, al punto de que por eso estalló Chile en 2019, donde las tesis de Thomas Piketty funcionaron a la perfección. Allí el dogmatismo del ortodoxo piloto automático fue tan extremo que bastó que una mañana unos jóvenes se negasen a pagan la tarifa del transporte público: el país estalló en llamas. La riqueza estaba demasiado mal distribuida, ni que hablar del acceso a los servicios de salud y educación. 

En caso colombiano parece más irreal. Tras la pandemia del COVID, la clase política, personificada en su presidente, ha pretendido recuperar lo perdido, una vez más, a costas de aumentar la carga tributaria sobre las clases medias y trabajadoras obteniendo el mismo resultado, otro país convulso, lo que me remite al título de este artículo: el presidente del uno por ciento, que es la idea central del discurso de Joe Biden ante el Congreso de la Unión. Dijo Biden que el pueblo ya estaba pagando suficiente, que ahora le tocaba a ese 1% que concentra casi toda la riqueza hacer el esfuerzo de pagar más impuestos para nivelar las cosas. 

El Perú: retrato de un país surrealista

Si algo pudiese preguntarle a nuestro nobel Mario Vargas Llosa es por qué le creyó a Ollanta Humala y no a Pedro Castillo. Ojo que Castillo acaba de firmar las mismas garantías democráticas que Humala, y Castillo, que yo sepa, no ha sido financiado por el Hugo Chávez de sus mejores tiempos, ni proviene de una formación castrense que pudiese amenazar el orden constitucional, al contrario, es un ex-rondero y maestro de escuela rural.  Pensando el tema, comienza a latirme que Vargas Llosa se sitúa, si acaso no lo estuvo siempre, entre quienes sostienen el modelo hasta las últimas consecuencias, y comienza a latirme también que lo que está en juego, lejos de la manida disyuntiva democracia vs comunismo es neoliberalismo autoritario vs democracia con reformas sociales las que, muy probablemente, deban pasar por profundos cambios constitucionales. 

Pedro Castillo usa poncho y sombrero, pero lo que verdaderamente aterra a nuestra derecha neoliberal es que su discurso lo acerca demasiado al programa reformista de ese apacible gringo llamado Joe Biden, a la sazón presidente de los Estados Unidos de América, no vaya a ser que arruine la fiesta, aquí en la tierra del sol.  Otra vez el Perú, y sus fuerzas económicas, remando contra la historia. La idea es salvar el kiosko, no importa si se incendia el barrio. 

(1) Andreu Missé. Biden, la utopía útil de Piketty. https://elpais.com/economia/2021-05-03/biden-la-utopia-util-de-piketty.html

¿En qué se parece el Perú a una madre?

No hace falta pensar mucho para llegar a una respuesta. Imágenes del país natal como una fuente generosa de recursos naturales y humanos abundan en la historiografía, no solo en el Perú, sino en todo el mundo. La convencional designación de “patria”, es decir, la colectividad más el territorio, unidos en una amalgama indivisible, es exaltada al rango de sagrada, hasta el punto de que muchos están dispuestos a sacrificar sus vidas por ella.

Pero, curiosamente, el nombre tiene una connotación masculina obvia, pues deriva del latín que señala el lugar de origen de nuestros padres. Se refería en la antigüedad a un espacio mucho más limitado, el de una ciudad o región, semejante a lo que hoy llamaríamos la “patria chica”. Más tarde, con la creación de los estados nacionales modernos y su afán de abarcar espacios más amplios y transregionales, la patria pasó a ser equivalente del país entero, homogeneizado bajo una administración central que supuestamente representa a todos sus habitantes, puestos en el mismo saco pese a sus diferencias.

En efecto, el nombre de “patria” tiene un origen masculino, pero se vuelve femenino por la necesidad de significar ese aspecto protector y a la vez intachable que nos permite pensar en ella con un orgullo profundo y una entrega incondicional. Por la patria se hacen guerras y por la patria se cantan himnos y se saludan banderas. Por la patria aguantamos mil pesares y trabajos, pues el sacrificio supone una mejora, aunque sea a largo plazo. Pero la patria, aparte de una idea, es también una realidad. Está en cada una de las personas que la habitan, en sus valles y sus cerros, en el mar que la besa, en sus ríos turbulentos, en el barrio en que crecimos, en sus “bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia”, como decía el poeta mexicano José Emilio Pacheco en su famoso poema “Alta traición”.

En el Día de la Madre quiero compartir esta breve reflexión no solo para rendirles homenaje a todas las madres peruanas y del mundo, sino también para subrayar lo importante que es pensar en términos de nuestro futuro, más allá de los lugares comunes que suelen decirse en esta fecha. Pensar en la madre es pensar en su bienestar, con agradecimiento; es pensar en que a ninguna madre le falte el cariño de sus hijos y que estos a la vez se vean siempre amparados por su ternura incondicional.

Pero nada de esto es posible si falta el alimento, el calzado, el mínimo cuidado de nuestra salud. Nada hiere más a una madre que la situación de abandono de sus hijos. Y nada debería herir más a un ser humano que ver a una mujer golpeada, maltratada, violentada, olvidando que en ella podríamos tener a nuestra propia madre, hermana o hija.

La estadounidense Anna Jarvis empezó en 1905 una ardua campaña por designar un día del año en homenaje a nuestras progenitoras. Y finalmente lo logró, instaurándose en la mayoría de países el segundo domingo de mayo para celebrar tal fecha. Las que somos madres sabemos lo que esto significa. Es un día de gozo si tenemos a nuestros hijos cerca y de nostalgia y orgullo si están lejos. Pero de ninguna manera es un día indiferente.

Cuidemos a nuestras madres y cuidamos a nuestra madre, el Perú. Todos sus hijos merecen atención, especialmente los más olvidados. Hagamos de nuestra patria una madre digna, plena, empezando por nuestra progenitora en la familia. Y que ese amor se extienda a todos los peruanos y peruanas, hijos como somos de la misma madre.

“Entre ti y el horizonte / mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos / Porque ante ti, madre, callan las rosas y la canción”.

 

En medio del bullicio electoral, hay un hecho político que está pasando relativamente inadvertido, y es la excelente gestión administrativa que está desplegando el presidente Sagasti en las tres materias que se comprometió a respetar: lucha contra la pandemia, salida de la crisis económica y neutralidad electoral.

Acaba de anunciarse la firma de un contrato para la llegada segura hasta fin de año de 60 millones de dosis de vacunas, cantidad suficiente para inmunizar a todo el país, de sobra. Y Sagasti recibió el gobierno con nada entre manos. La gestión lamentable de Vizcarra, Gustavo Zevallos y Víctor Zamora -prejuiciada ideológicamente o con intereses subalternos-, se la pasó entretenida enmaniobras políticas para mantener alta la popularidad gubernativa y no movieron un dedo para proveer al país del único medio seguro que existe para controlar la pandemia, como es la vacuna.

En ese sentido, hay que reconocer el trabajo valioso del Presidente, de la premier Violeta Bermúdez y de modo particular del canciller Allan Wagner, quien se ha puesto al hombro la tarea de gestionar los contactos y contratos con los laboratorios. Y en términos de vacunación la labor del ministro de Salud, Oscar Ugarte, complementada por la superlativa eficacia de Fiorella Mollineli en EsSalud, han garantizado un proceso ordenado y transparente.

Llama la atención por ello la estupidez soberana de algunos congresistas que pretenden censurar al gobierno si es que éste acude al Tribunal Constitucional por la ley que permite el retiro de fondos de las AFP. Personalmente, creo que el Gobierno debiera permitirle a la clase media recuperar algo de holgura presente, aun a costa de su jubilación futura, porque la emergencia la amerita, pero si decidiese otra cosa, lo entendería como un acto soberano del Ejecutivo.

Tirarse abajo en estos momentos al gobierno, supondría un acto de irresponsabilidad extrema. Sería ahondar la crisis política, atizando la hoguera de la cual se alimentan candidatos radicales como Pedro Castillo, cuya disrupción ha sido posible justamente por la simultaneidad de crisis que hemos soportado.

Ojalá las mayorías congresales no hagan eco de esta barbaridad y más bien reconozcan que el país está siendo bien conducido, a pesar de la emergencia bajo la cual llegó al manejo del Estado Francisco Sagasti, en medio de inestabilidad política y convulsión social.

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Allan Wagner, Francisco Sagasti, vacunas

Cuando trabajé en Karlsruhe (estado de Baden-Wurtemberg, Alemania) de 2008 a 2013 en el servicio telefónico multilingüe al cliente para unos productos (máquinas de diagnosis de automóviles) de la empresa Siemens, durante más de tres años —desde octubre de 2008 a febrero de 2012— tuve como compañero de trabajo a Odfried Hepp, un alemán ligeramente subido de peso, simpático, correcto, tranquilo y muy responsable que se encargaba de los clientes de habla alemana y francesa. Lo que yo ignoraba al principio era que quien realizaba sus labores a pocos metros de donde yo estaba sentado había sido el terrorista alemán más buscado por la Interpol entre 1983 y 1985 hasta su captura en París en este último año.

Nacido en 1958 en Achern, una localidad de la Selva Negra (suroeste de Alemania), Odfried se unió en su juventud al grupo paramilitar del neonazi Karl-Heinz Hoffmann y estuvo en el Líbano para ser entrenado en tácticas de guerrilla por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). En 1982 fundó junto con el neonazi Walter Kexel la célula terorrista Hepp-Kexel, a la cual se le atribuyen cinco asaltos a bancos y por lo menos once atentados con bombas a objetivos estadounidenses en suelo alemán entre octubre y diciembre de 1982, en los cuales, además de haber daños materiales, resultaron heridos soldados norteamericanos. Cuando la célula fue desactivada por la policía a inicios de 1983 con la captura de Kexel y otros cuatro miembros más, Odfried huyó a través de Berlín hacia la entonces República Democrática Alemana, siendo reclutado por el Ministerio para la Seguridad del Estado —más conocido como la Stasi, órgano de inteligencia del gobierno comunista—, cuyos representantes lo enviarían a Damasco para labores de espionaje en calidad de doble agente. En Medio Oriente tomaría contacto con el Frente para la Liberación de Palestina (no confundir con la OLP), se trasladaría a Túnez y después a Marsella (Francia) donde fungiría de contacto a fin de conseguir armas para los terroristas palestinos.

Odfried fue capturado en París en abril de 1985, cuando intentaba conseguir un nuevo pasaporte falso, y entre Francia y Alemania pasaría más de ocho años en prisión hasta su liberación en diciembre de 1993, obtenida gracias a su colaboración con la policía para detener a otros antiguos camaradas que habían estado activos en el ámbito del extremismo terrorista de derecha.

En el año 2000 Odfried terminaría graduándose en Ciencias Aplicadas de Lengua y Cultura en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia (en su sede en Germersheim, a 17 km de donde yo vivo actualmete) y se reintegraría al mercado laboral.

¿Una excepción? De ninguna manera. Pues el objetivo del Estado alemán nunca ha sido la eliminación de los ex-terroristas o la anulación de sus derechos, sino su reintegración en la sociedad. Tras cumplir su condena, tanto ex-terroristas de derecha como de izquierda que participaron en atentados incluso con víctimas mortales, se han reintegrado a la sociedad, trabajando en diversos oficios como maestros de escuela, escritores, documentalistas, traductores, transportistas, gastrónomos, etc. Algunos de ellos incluso han recibido una nueva identidad para que no se les vincule con su pasado.

Ser abogado de terroristas tampoco constituye en Alemania un motivo de deshonra, pues el derecho a una defensa legal le corresponde a todo aquel que sea acusado en un proceso judicial, independientemente de cuáles hayan sido sus delitos. En los 70 el abogado Otto Georg Schily (1932- ) defendió legalmente a terroristas de izquierda, miembros de la Fracción del Ejército Rojo, lo cual no fue obstáculo para que llegara a ser Ministro del Interior de Alemania de 1998 a 2005 durante el gobierno del canciller Gerhard Schröder.

Llamar terroristas a quienes son de izquierda, pretender vincular a los defensores de derechos humanos con grupos terroristas, considerar terrorista a quien tuvo encuentros casuales con personas que sí estuvieron vinculadas a grupos terroristas, señalar como apología del terrorismo las denuncias hechas contra quienes violaron derechos humanos en la lucha contra Sendero Luminoso y el MRTA, en fin, la infame práctica del terruqueo asume éstas y otras formas en su intento de descalificar a quienes no comulgan con las propias ideas. Detrás se esconde también una de las peores taras de la sociedad peruana: la discriminación de sectores enteros de peruanos y el recorte de sus derechos fundamentales.

Porque en el Perú nunca ha habido políticas para la reinserción social de quienes alguna vez militaron en grupos políticos que practicaron el terrorismo. O de quienes sólo colaboraron o simpatizaron con ellos. En el fondo se cree que la eliminación del terrorismo pasa por la eliminación de los terroristas, seres humanos de carne y hueso. Y como su eliminación física ya no es posible, se pretende eliminarlos como ciudadanos y dejarlos sin derechos.

Ciertamente, quienes planearon y ejecutaron acciones criminales deben ser juzgados y sentenciados, como se ha hecho con Abimael Guzmán, con Víctor Polay, y con varios militantes de Sendero Luminoso y del MRTA. Pero la pena debe consistir en la privación de la libertad y no en la anulación de los derechos inalienables que les corresponden por su condición humana.

El 25 de agosto de 2017 Mávila Huertas, conductora de Canal N, le hizo la siguiente pregunta al renombrado periodista César Hildebrandt: «Hace muchos años recuerdo mucho y claramente, cuando el cáncer era una enfermedad incurable, que me dijiste: “el terrorismo en el Perú es como un cáncer”. Claro, hoy el cáncer si se detecta a tiempo y se recibe los tratamientos adecuados quizá ya no sea una un enfermedad incurable. Pero en ese momento me dijiste: “Si las distancias sociales continúan en el Perú como está, siempre habrá caldo de cultivo para el terrorismo”. Si la estrategia hoy es pelear con ideas, teniendo en cuenta cómo están nuestros partidos, es decir, quienes entrarían a discutir ideas con el MOVADEF y con estas otras plataformas, ¿tú estarías de acuerdo en permitirles participación política, así como están las cosas hoy?»

Ésta fue la respuesta deHildebrandt: «Es que la otra vía es que el caldero empiece a hervir y no tenga desahogos ni salidas. Si ellos quieren convertirse en partido político, renunciando a la lucha armada… ¡hombre! ¿no ha pasado en Colombia? ¿no está pasando en España con ETA? ¿no pasó en el Reino Unido con Sinn Féin, con los que fueron los terroristas más perversos de Dublín? ¿Quiénes somos nosotros para decir: no, es que el Perú es especial, aquí nadie retrocede y aquí, en fin, los rencores son invictos y el pasado manda? ¡No, pues! […] Tendrían eso sí, por supuesto, que renunciar a la política de la lucha armada, de la violencia y del terrorismo. Pero si quieren convertirse en partido político, ¡bienvenidos, puente de plata! Hay que ser muy torpe para decirle “¡no!” al adversario que quiere transformarse y quiere tener una vía pacífica de presencia, de protagonismo».

En el Perú se logró reprimir el terrorismo mediante la captura de sus líderes y la derrota de sus seguidores mediante el uso de la fuerza. Lo que nunca se hizo fue ofrecerles la posibilidad de una reintegración en la sociedad a quienes habían militado en las filas de Sendero Luminoso y del MRTA. Por otro lado, la gran mayoría de las violaciones de derechos humanos efectuadas por las fuerzas armadas y avaladas por los gobiernos de Fernando Belaúnde Terry, Alan García y Alberto Fujimori —aquello que podríamos denominar “terrorismo de Estado”— han quedado impunes. Y mientras que tener vinculaciones con personas que apoyaron ese terrorismo de Estado no es mal visto en la sociedad peruana, la vinculación —por más remota que sea— con personas que participaron del terrorismo de izquierda es utilizada para desacreditar incluso a quienes ahora respetan las vías democráticas.

Mientras no se hagan realidad en el Perú políticas de inclusión que abarquen a todos los peruanos sin excepción —incluyendo a quienes alguna vez optaron erróneamente por el camino de la violencia—, seguirá habiendo miedo y rabia en el ambiente, y no podrán cicatrizar las heridas que ha dejado una historia de confrontaciones, divisiones y discriminación.

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Odfried Hepp, Terrorismo

«Mother, did it need to be so high?» («Madre, ¿era necesario estar tan alto?») suspira Roger Waters al final de esta extraordinaria canción del álbum conceptual The wall (1979) de Pink Floyd, en la que el cantante y bajista describe, con desgarradora oscuridad, el profundo daño psíquico que puede ocasionar una madre controladora, sobreprotectora, castrante, en la mente frágil de su hija/hijo adolescente, hasta el punto de convertirlo en una persona insegura, medrosa, antisocial y/o egoísta.

Esta versión críptica de la relación madre-hijo -que existe, por cierto, y es muchísimo más común de lo que hubiésemos querido en nuestras sociedades y familias-, colisiona frontalmente con el tratamiento más bien romántico y convencional que se suele darse a las madres en la música popular contemporánea. La chocante confesión del personaje central de aquel díptico floydiano respecto del carácter manipulador de su mamá puede ser dura, difícil de procesar para quienes hemos tenido madres que más parecían ángeles, pero es una realidad cuyas secuelas tienen una onda expansiva que afecta a muchos adultos de por vida.

Como es fácil de suponer, abundan más los ejemplos de composiciones que ensalzan el cariño, la inspiración, el bonito recuerdo de una madre perfecta, ideal(izada), mezcla de religiosidad y amor filial. Tenemos, por supuesto, a Paul McCartney cantándole, a un tiempo, a su madre Mary –fallecida cuando él tenía solo 14 años y a la que había visto en sueños durante la etapa más difícil de los Beatles diciéndole que “debía dejar ser las cosas para que salgan bien”- y a la Virgen María en Let it be («When I find myself in times of trouble Mother Mary comes to me…» / “Cuando me encuentro en problemas, Madre María se me acerca…”). O a John Lennon, declarando su devoción a la mujer que lo trajo al mundo, también fallecida prematuramente, en Julia («Half of what I say is meaningless but I say it just to reach you…» / “La mitad de lo que digo no tiene sentido pero solo lo hago para alcanzarte…”).

Ambos temas, clásicos de la última etapa del inmortal cuarteto de Liverpool (1968-1969), ofrecen ese homenaje tradicional a la madre, aquella persona incapaz de hacerte daño o hablar mal de ti, aunque cuando te haya dejado en ciertos momentos de tu vida. Lennon mismo compuso, ya como solista, Mother, en la que le reclama a Julia por haberse ido durante su infancia. El tema aparece en el primer LP de la Plastic Ono Band, publicado apenas unos meses después de la separación formal de los Fab Four.

A diferencia del Día del Padre, en el que solo escuchamos una canción (Mi viejo, del ítalo-argentino Piero, grabada originalmente en 1969), en el Día de la Madre las opciones son muchas y muy diversas. Podemos mencionar, al vuelo, el vals Cabellitos de mi madre, composición del arequipeño Elisbán Lazo, que grabara en 1974 Carmencita Lara pero que se hiciera más conocida en nuestro país en la versión de bolero cantinero de Ramón Avilés (uno de los cinco hijos del recordado guitarrista criollo Óscar Avilés). O las populares A la sombra de mi mamá (1964) y Se parece a mi mamá (1972), de los ídolos de la nueva ola argentina Leo Dan y Palito Ortega, respectivamente, ideales para actuaciones escolares. O el melodramático ruego de Camilo Sesto en Perdóname (1980), en que el atribulado cantautor español se postra ante una madre a la que hizo padecer por su personalidad desordenada y llena de conflictos. O Amor eterno, ranchera que la española Rocío Dúrcal grabó en 1984 en el sexto volumen de su serie de LPs, Canta a Juan Gabriel. La versión del mexicano, incluida en el álbum en vivo desde el Palacio de Bellas Artes (1986), se convirtió en un clásico del Día de la Madre, infaltable en serenatas y homenajes en toda Latinoamérica. En estos últimos dos casos, más de un psicólogo clínico nos sorprendería con sus hallazgos detrás de los mensajes emotivos, de amor exacerbado, escondidos en sus versos.

Pero si el autobiográfico Roger Waters construyó en los seis minutos de Mother un panorama psicopático de terror filial, a Jim Morrison -otro poeta maldito del rock- le bastó una línea inserta en un tema épico que dura el doble para tocar un tema tabú: el incesto, llevando al extremo el Complejo de Edipo. Me refiero, por supuesto, a The end, tema estrenado en el LP debut del cuarteto californiano The Doors, allá por 1967. Unos años después, en 1976, Brian May se conectó mentalmente con todos los palomillas del Perú y del mundo que, hasta ahora, hacen bromas y memes sobre la relación con sus suegras, y compuso la brillante y poderosa Tie your mother down, un guitarrero grito de liberación de la opresión materna, para el álbum A day at the races de Queen.

Pero volvamos a las madres buenas. Silvio Rodríguez, el genial trovador cubano, escribió en 1973 uno de sus mejores poemas musicalizados, titulado simplemente Madre, dedicado a los soldados vietnamitas que desactivaban minas antipersonales en 1969, por orden de Ho Chi Mihn, en pleno Día de la Madre. La letra es conmovedora y valiente, ubicando nuestra imaginación en la mente de hijos que, en guerra, piensan en sus madres («Madre, que tu nostalgia sea el odio más feroz. Madre, necesitamos de tu arroz…»). El tema no figura en ninguno de sus álbumes oficiales, pero vio la luz en una recopilación de 1977, Antología. También vale la pena recordar aquí la intensa relación que tuvo Facundo Cabral con su madre, Sara, la misma que era permanente protagonista de sus reflexivos y divertidos monólogos, en los que nos hablaba de una mujer poco instruida pero capaz de las respuestas más agudas. Cabral contaba que, antes de un concierto, el ex Presidente Carlos Menem se acercó al camerino y, tras rendirle sus respetos, le confesó que era gran admirador de su hijo, para luego preguntarle qué podía hacer por ella. «Con que no me joda, es suficiente», dijo la señora, dejando en claro su personalidad indomable.

Una carta al cielo es, probablemente, el vals que todo hijo peruano dedica a su madre fallecida. La imagen del niño que roba un ovillo de hilo hacer llegar su cometa «allá donde se ha ido mi adorada mamá» posee una potente e innegable efectividad emotiva. Compuesta por el trujillano Salvador Oda y popularizada por Lucha Reyes, «La Morena de Oro del Perú», en 1971, condensa el sentimiento de amor irreductible por la madre como esa entidad inmaculada, que no admite reproches. Amor de madre, éxito de Los Embajadores Criollos de fines de los años cincuenta, es otro de esos valses lacrimógenos que, en este caso, tiene como protagonista a un hombre huérfano que no puede creer cómo “hay hijos inconscientes que, lejos de adorarla, ultrajan a la madre con sus viles acciones”.

En la otra orilla -y de una forma mucho más brutal y agresiva- nos encontramos con el rapero blanco Eminem quien, el año 2009, grabó My mom, la peor de las varias diatribas que ha perpetrado contra su madre, Debbie Rae Nelson, a través de los años. En el tema, contenido en su sexta producción discográfica Relapse, el deslenguado artista urbano acusa a su mamá de haberle pasado, prácticamente desde la infancia, su adicción a los antidepresivos; y, en el colmo de lo terrible, haber envenenado a su perro con el coctel de fármacos que ella tomaba mañana, tarde y noche. Ya los Rolling Stones, en 1966, habían explorado el tema de las madres dependientes de pastillas en su clásico Mother’s little helper, del LP Aftermath (1966).

Como vemos, no solo las buenas madres han inspirado a los músicos del mundo, hasta las más desnaturalizadas y nocivas tienen su canción. En ese contexto no puedo dejar de mencionar dos temas, poco conocidos, con madres como protagonistas y temáticas diametralmente opuestas: Canto a la madre/Canto a la muerte, del panameño Rubén Blades (álbum Amor y control, 1992) y Yo’ mama, de Frank Zappa, que cierra el collage sonoro Sheik Yerbouti de 1979. En la primera, «El Poeta de la Salsa» llora la muerte de su progenitora. En la segunda, el líder de The Mothers Of Invention habla de una madre apañadora de sus hijos engreídos (“Maybe you should stay with yo’ mama, she can do your laundry and cook for you…” / “Quizás debas quedarte con tu mamá, ella puede lavar tu ropa y cocinar para ti…”). Hoy que las madres, más superficiales y vacías que nunca, quieren, de regalo, celulares 5G y son capaces de crearle un perfil en Tinder a sus hijos, en lugar de enseñarles a lidiar con sus fracasos amorosos de manera normal, resulta difícil pensar en madres que calcen con historias como las de Amor eterno, Una carta al cielo o Let it be.      

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Corroborando lo que venimos diciendo desde hace semanas, la diferencia inicial entre Pedro Castillo y Keiko Fujimori se ha ido reduciendo paulatinamente. De acuerdo a la última encuesta de Datum, ésta pasó de 41-26% (15 puntos) el 22 de abril, a 44-34% (10 puntos) el 30 de abril, y ahora se reduce a 5 puntos (41-36%).

El punto de quiebre claro parece haber sido, sin duda, el debate de Chota, que los keikistas consideran en la interna una “gesta” por las circunstancias adversas en las que se libró, y que ello le habría otorgado a Keiko la imagen de arrojo y valentía necesaria para proyectar un talante presidencial.

Keiko sube en casi todos los segmentos en que se divide la encuesta (hombres, mujeres, edades 18-24, 25-34, 35-44, 45-54, Norte, Centro, Sur, Oriente, A/B, C y D (solo cae un punto en el E y dos puntos en Lima). En cambio, Castillo cae en todos, menos en el Norte que crece 3 puntos.

De hecho, el parteaguas ha sido el debate. Según la propia encuesta de Datum, un 44% considera que Keiko Fujimori lo ganó y un 32% que lo hizo Castillo. Allí se puso en evidencia una prueba de carácter, pesando ello más que el contenido mismo del debate.

A sabiendas de las tendencias, Castillo ha intentado una jugada ansiosa con este pacto mostrenco con Juntos por el Perú, que no se sabe siquiera en qué consiste y nuevamente pone en evidencia la absoluta falta de tino y criterio político de Verónika Mendoza (con justicia bautizada como la “Lourdes Flores de la izquierda”).

Si se mantiene la tendencia de Datum, la próxima semana, aún a tres semanas de la elección, estaríamos hablando de un empate técnico entre ambos candidatos, con la ventaja para Keiko de la imagen proyectada de ir en ascenso frente a un Castillo estacionado o en plan descendente.

Está funcionando la estrategia keikista de conquistar primero el reducto derechista propio (de allí el mensaje “peruanos versus comunismo”) y empieza a rendirle frutos la inclusión de una narrativa disruptiva antiestablishment que la haga mejorar en los sectores populares. Lo que aún no se aprecia es la profusión de gestos necesarios para reducir el antivoto, considerando que en verdad lo que la presencia de los mendocistas en la campaña de Castillo le va a brindar es la facilitación de equipos publicitarios especializados en el antifujimorismo (por allí van a venir las balas de la izquierda en esta fase final).

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No es difícil imaginar que las vidas de algunos escritores pueden contener material suficiente como para un ambicioso biopic o una serie de varias temporadas. Unas vidas a caballo entre la aventura del lenguaje, innumerables viajes, importantes premios, homenajes en cantidades industriales, el testimonio directo y vivido de muchos hechos trascendentes y la aparición de personas igualmente relevantes. Sin duda, un arsenal de experiencias que podría terminar en la construcción de un mito, el mito de sí mismo.

Quienes leemos textos autobiográficos sabemos que ese es un riesgo siempre presente: que el autor, al seleccionar los materiales que conformarán ese discurso –por lo general ordenado y secuencial– de la propia vida, puede terminar eligiendo las máscaras más convenientes porque, al fin y al cabo, la ficción en sí misma no ofrece la posibilidad tan fluida de crear una identidad entre el autor y el narrador, como sí suele ocurrir en las memorias.

Hago este apunte por la reciente reedición de un clásico del discurso autobiográfico en América Latina: Confieso que he vivido, del poeta chileno Pablo Neruda. La reedición incluye textos inéditos, hallados en los archivos de la fundación que lleva el nombre del poeta; los textos pueden identificarse fácilmente en el tramado del texto, pues llevan una tipografía diferente. Se dice que Neruda quería publicar este libro en 1974, cuando cumpliera setenta años, pero falleció a pocos días del golpe de Pinochet, en 1973. La abnegación de su viuda, Matilde Urrutia, cumplió el deseo de manera póstuma.

Confieso que he vivido presenta una estructura fragmentaria, a pesar de su orden secuencial. ¿De qué otra manera puede recordarse o reconstruirse una vida si no es a través de retazos de la memoria que van entretejiéndose en la ilusión de que el tiempo transcurre? La infancia es la primera estación, donde no falta la escena de lectura como motivo central: “Fui creciendo. Me comenzaron a interesar los libros. En las hazañas de Buffalo Bill, en los viajes de Salgari, se fue extendiendo mi espíritu por las regiones del sueño” (p.24). 

Hay otra escena fundadora, aunque con un final no exento de ironía: el primer poema. “(…) tracé unas cuantas palabras semirrimadas, diferentes del lenguaje diario. Las puse en limpio en un papel, preso de una ansiedad profunda, de un sentimiento hasta entonces desconocido, especie de angustia y tristeza”. Luego de mostrárselo a su padre, este se limitó a preguntarle de dónde lo había copiado. “Me parece recordar –anota el poeta– que así nació mi primer poema y que así recibí la primera muestra distraída de la crítica literaria” (p.33).

También hay lugar para el primer libro, Crepusculario, de 1923, publicado no sin penurias: “Para pagar la impresión tuve dificultades y victorias cada día. Mis escasos muebles se vendieron. A la casa de empeños se fue rápidamente el reloj que solemnemente me había regalado mi padre (…) El crítico Alone aportó generosamente los últimos pesos, que fueron tragados por las fauces de mi impresor; y salí a la calle con mis libros al hombro, con los zapatos rotos y loco de alegría” (p.67-68). 

El retrato de César Vallejo es otro momento interesante en el recuento. Ocurrió en Montparnasse, en 1927. “Por esos días conocí a César Vallejo, el gran cholo; poeta de poesía arrugada, difícil al tacto como piel selvática, pero poesía grandiosa, de dimensiones sobrehumanas (…) Tenía un hermoso rostro incaico entristecido por cierta indudable majestad” (p.87).

Otra presencia peruana en esta memoria es la visita a Machu Picchu, que inspiraría uno de sus poemas más conocidos: “Me detuve en el Perú y subí hasta las ruinas de Machu Picchu (…) Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra; ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente (…) Había encontrado en aquellas alturas difíciles, entre aquellas ruinas gloriosas y dispersas, una profesión de fe para la continuación de mi canto” (p.193).

Exceptuando el deplorable episodio de la violación de la mujer tamil –que provocó justas e indignadas relecturas en años recientes– el relato va construyendo una imagen plenamente literaria y libresca de la persona. Amoríos, viajes, la evolución de la propia poesía, su amistad profunda con poetas españoles, entre ellos Lorca y Alberti, su militancia comunista, su vínculo fraternal con Salvador Allende, personaje que cierra la edición canónica del libro con notas de enorme tristeza: “aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile” (p.402).

Esta memoria, sin embargo, no está exenta de cuestionamientos que reseña muy bien Sergio R. Franco en su libro In(ter)venciones del Yo, donde se contrasta la opinión de varios críticos que descreen, por la fecha de composición, que Neruda hubiera escrito aquellas páginas finales, con el testimonio brindado por Matilde Urrutia quien expresa tajante y brevemente que nada fue quitado o añadido. Tras esta estela de suspicacias y sombras, nos esperan muchas vibrantes páginas de Confieso que he vivido. En todo caso, hay que decir que las infamias y las dudas que pesan sobre esta memoria le pertenecen plenamente y deben ser leídas en su dimensión precisa. 

Confieso que he vivido. Memorias. Bogotá: Planeta, 2020.

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