Opinión

La diferencia de intención de voto que muestra la encuesta del IEP en La República (41.5% versus 21.5%) -casi el doble- parece indicar que la elección ya estuviera ganada por el candidato de Perú Libre. Hay, sin embargo, tela por cortar y trecho por desbrozar. Cabe analizar la difícil estrategia que deberá realizar Keiko para remontar. Tendrá que ser una estrategia segmentada, multiverso e intensiva.

Derecha.- Primero va a tener que convencer a la propia derecha. Si uno, a priori, sumaba las votaciones en primera vuelta de la propia Keiko (10.9%), López Aliaga (9.56%), De Soto (9.4%), Acuña 4.9%), Forsyth (4.6%) y Beingolea (1.6%), la candidata de Fuerza Popular tendría que haber empezado la segunda vuelta con 40.96%. Pero según la propia encuesta, se ve cómo, por ejemplo, un 23.6% de los votantes de López Aliaga y un 18.3% de los de De Soto se han ido con Castillo en la segunda vuelta. En este segmento tendría la labor de cosecha aparentemente más fácil o propicia, pero hay trabajo por hacer.

Antifujimoristas.- según el IEP, hay un 21.2% de blancos/nulos y un 13.5% de indecisos. Allí anida el gran bolsón de centro y derecha antifujimorista y antikeikista (ella se ha ganado a pulso su propio antivoto por su deleznable actuación política de los últimos cinco años) al que Keiko va a tener que convencer con algo más potente que la sola invocación anticomunista que ha elegido como narrativa de inicio de campaña (suponemos, claro está, que es solo el primer paso de una estrategia más compleja). Gestos, anuncios, endoses más eficaces que los de Vargas Llosa, nombramientos anticipados, etc.

Anti establishment.- la gruesa mayoría del electorado y que cruza no solo todos los sectores sociales (hay un 26.5% del AB que votará por Castillo), sino también edades y regiones. Es el sector molesto con lo que identifica como “modelo económico”, al que se ha sumado desgraciadamente el bolsón de empobrecidos por la recesión pandémica, y al que solo se le puede conquistar con un discurso crítico de las enormes falencias de lo que hemos vivido los últimos veinticinco años. Keiko tendría argumentos para hacerlo. Pasa, por lo pronto, por recuperar en seis semanas el talante antiestablishment connatural al fujimorismo auroral que ella dice querer rescatar. Pero este es su nicho más refractario porque es un votante que tendría que robarle a su contendor, quien ya lo tiene consigo.

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Elecciones 2021, Keiko, Keiko Fujimori

“Vieja y mojigata Lima, devaluada bella durmiente siempre de espaldas al país ¿ya te diste cuenta de que Pedro Castillo es el outsider de esta elección y que probablemente será tu próximo Alberto Fujimori aunque sabe Dios bajo qué premisas?” 

 

El Epígrafe Sarcástico de esta nota lo posteé el 4 de abril, Pedro Castillo recién asomaba la cabeza y nadie daba ni medio por él. De hecho, me dijeron que el profesor tacabambino jamás llegaría a la segunda vuelta pero llegó. 31 años atrás, inmersos en la mayor crisis de la historia del Perú, las cosas estaban mucho más claras para los peruanos, al menos eso creíamos, pero no entendimos que entonces, en 1990, hablar de los peruanos no era lo mismo aquí que allá. Ahora tampoco lo es.

Un par de días después de la segunda vuelta escuché a Lourdes Flores hacer pésimas matemáticas en un audio, para obtener como resultado que los peruanos de acá eran más que los de allá, por lo que Keiko era fija para la segunda vuelta. Yo pensé, mas bien, que la bola de nieve de Castillo recién se había echado a andar y que se trataba más de multiplicar que de sumar, hasta que finalmente culmine su imparable recorrido. Mencioné que estas elecciones, como tantas otras en el Perú, serían más sociales, o socioculturales, que ideológicas.

Es que a la mayoría de peruanos eso del modelo económico les importa un comino, lo mismo que el enfoque de género o los derechos LGTBI. Yo los defiendo, como no, pero las masas secularmente postergadas buscan alguien que las mire, que las reconozca, que las humanice. Lo que quieren es precisamente al Estado, a sus servicios, a la educación, a la salud y el trabajo, y algo muy importante, a la reivindicación de su cultura pero en sus términos.  

Podría funcionar en otro lugar, pero en un país con identidad propia, cuya historia de postergación se remonta cinco siglos atrás, la revolución, la izquierda y hasta la democracia solo pueden entenderse desde sus raíces. Lo dijo tan claramente Hugo Neira: pensamos que ser república -ha señalado el intelectual abancaíno- consistía en dejar de tener un rey, y que el debate republicano lo habían zanjado Jefferson, Hamilton, Rousseau y Voltaire; y por la flojera de no pensar nuestra patria desde sus costumbres fabricamos tiranos a repetición que conducen reiteradamente a Tartarias y Satrapías (parafraseo). Hoy sucede exactamente lo mismo y por eso tenemos que escoger entre dos proyectos autoritarios, uno corrupto y el otro peruano, o pensado desde una peruanidad que se siente secularmente postergada. 

Cuando indiqué que la bola de nieve no había dejado aún de rodar, señalé también que la palabra la tenía el Perú informal, el que desciende del serrano. Aquel no ha detectado aún a Pedro Castillo, pero, si lo integra a su narrativa como lo han hecho ya todas las regiones andinas del Perú, entonces no habrá quien pare al profesor del lapicito. Y vendrán la desesperación y el terruqueo, que fue lo que hicieron con el “chino Fujimori” en 1990, cuando la Lima del “Palais Concert” comprendió que ni con todo el dinero de Confiep podría vencer al outsider japonés, y que hoy sueña con su heredera en Palacio. 

La primera encuesta de Ipsos, le da a Pedro Castillo 9 puntos sobre Keiko Fujimori ¿tan terruco será el profesor? ¿o ha llegado el momento de dialogar y estrechar puentes? Quizá sea llegada la hora de pensar y hacer realidad el desarrollo, esa palabra maldita que tanta flojera y ojeriza le produce a nuestras élites económica y política, tan fácil que ha resultado vivir del Estado, desde hace un Bicentenario.      

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Alberto Fujimori, Pedro Castillo

La mejor manera de conmemorar el Día del Libro en los EEUU fue sin lugar a duda la realización de la Primera Feria Internacional del Libro Latino y Latinoamericano (FILLT 2021) que ofreció Tufts University, en Boston, bajo la iniciativa del poeta e investigador peruano José Antonio Mazzotti y el apoyo del Departamento de Lenguas Románicas bajo el liderazgo del novelista Pedro Ángel Palou. Se inició el jueves 22 de abril y concluyó ayer, sábado 24, con un total de diecinueve horas de transmisión y la participación de cerca de cincuenta escritores, editores y académicos de alto nivel. Realmente fue una forma maravillosa de reencontrarnos en pantalla con muchos de nuestros colegas literatos, ya que por casi dos años no nos habíamos podido juntar por la pandemia que estamos enfrentando. (Ya pueden verse las grabaciones en la página de Facebook y de Youtube de la Revista de Crítica Literaria Latinoamericana).

Durante estos tres últimos días hemos podido respirar y nutrirnos de una variedad increíble de presentaciones, exposiciones, conversatorios y un simposio dedicado al “Inca Garcilaso de la Vega y el Bicentenario”. Asimismo, hemos presenciado la lectura de muchos escritores latinos que viven en los EEUU y otros que siguen habitando en nuestra querida Latinoamérica.

En el simposio sobre “El Inca Garcilaso y el Bicentenario” pudimos apreciar las múltiples facetas de nuestro gran historiador mestizo, que fue también traductor y soldado, desde distintos y novedosos ángulos. Figuras como Bernard Lavallé, Mercedes López-Baralt, Raquel Chang-Rodríguez, Ramón Mujica Pinilla y otros de renombre internacional nos regalaron su erudición y originales planteamientos. Creo que uno de los temas más relevantes sobre el Inca es el que mencionó Mazzotti sobre su actualidad al plantear “el bien común” como premisa fundamental del ejercicio político (al priorizar a los más vulnerables desde el cuidado estatal y no maltratar la naturaleza), la migración (que sufren a menudo millones de peruanos) y el bilingüismo (cuyo incentivo permitiría una mejor comprensión de las realidades heterogéneas de nuestro país). 

Estoy segura de que hoy en día, bajo las circunstancias que padece el Perú, el Inca Garcilaso hubiera estado definitivamente del lado del cambio político por muchas razones. Una de las principales es que como buen renacentista y humanista, pero de claras raíces andinas, no descalificaría nunca a una persona por venir de ámbito rural y por el uso de su castellano regional. Es el caso, por ejemplo, del candidato Pedro Castillo. Y es que en todos estos años hemos vivido una dictadura solapa de la derecha criolla, heredera corrupta de la colonia, teniendo como resultado un Perú zombi, donde la gente muere aun teniendo plata. ¿Por qué? Por la discriminación, el racismo y la carencia de hospitales y de educación, abandonados por el afán de lucro y la poca visión de nuestros gobernantes de los últimos treinta años. 

El Inca Garcilaso hubiera abogado por un estado benefactor, pero altamente eficiente. Demostró una y otra vez que sus parientes maternos lograron resolver el problema del hambre y la desocupación. Y sin duda, en el contexto actual, que no hubieran esperado ingenuamente que el “chorreo” neoliberal resolviera sus problemas.

No es que estemos planteando un regreso (imposible, además) al Tahuantinsuyo. Solo un despistado podría pensar en eso. Sin embargo, hay mucho que aprender de las soluciones que los antiguos peruanos y los hombres y mujeres andinos de hoy son capaces de crear para salir adelante, priorizando el cuidado de toda la comunidad del país. Y para eso se necesita aceptar que existe una mayoría a la que –ya es hora– le toca hacerse cargo de su propio destino. Hay riesgo, sin duda, pero el riesgo es mejor que el abismo en que ya nos encontramos.

Busquemos un Perú mejor, moderno, pero con más conciencia histórica, no solo para que una minoría egoísta se abastezca de dinero, enfangándonos a todos en el individualismo, sino para que, como nación, y asumiendo nuestras diferencias, podamos recibir con auténtico orgullo nuestro maltrecho y manoseado Bicentenario. 

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feria del libro, Inca Garcilaso, Pedro Castillo

Vivo en un pueblito agrícola de Alemania con un poco más de 300 habitantes, en medio del campo. La principal actividad económica es el cultivo de uvas para producir vinos de buena calidad. Pero también se cultiva papas, zanahorias, nabos, lechugas, coles, coliflor, brócoli, espárragos, remolacha azucarera, trigo, maíz y girasoles, además de manzanas, peras, membrillos, ciruelas, zarzamoras e higos. Los campos de cultivo empiezan a 50 metros de mi casa y rodean al pueblo por todos sus confines.

En el pueblo mismo no hay muchos negocios: cinco fabricantes de vino —dos de ellos incluidos en los prestigiosos catálogos vinícolas Gault&Millau y VINUM de Alemania—, una casa de huéspedes con un minúsculo restaurante que ofrece gastronomía local, un taller de mecánica automotriz, un anticuario, un experto en jardinería y un corredor de seguros.

La gente es sencilla, amante de sus tradiciones gastronómicas y festivas. Muchos, sobre todo quienes han nacido y crecido en el pueblo, hablan un dialecto de difícil comprensión para quienes sólo manejan el idioma alemán oficial, con un acento peculiar que los identifica como oriundos de esta región, el Palatinado. Incluso hay entre ellos quienes entienden el alemán, pero no lo hablan, como si se tratara de una lengua extranjera.

Además de la calle principal que atraviesa el pueblo, hay sólo ocho calles más, todas asfaltadas.

Hay agua corriente, luz, gas e Internet, que ha mejorado desde que yo llegué aquí en 2013 desde 1 MBPS hasta los 1000 MBPS que serán posibles cuando este año se instale conexiones de fibra de vidrio hasta los domicilios, aunque quien desee opciones más económicas puede optar por planes de 200 MPBS o 400 MBPS.

En fin, un pueblito rural del país profundo, pero no olvidado, como suele ocurrir con los pueblos de provincias en el Perú.

Pero no siempre fue así. Por los testimonios de las personas octogenarias en el asilo de ancianos donde trabajo, he sabido que aquellos que habían vivido en pueblos en sus años jóvenes no tenían ni agua, ni luz, ni gas. El agua había que sacarla de pozos. En las noches se prendían velas o lamparines de petróleo. Se cocinaba con leña. Las verduras, cereales y frutas se compraban en el mercado local o se cultivaban en huertas propias. Carne se comía sólo los domingos. La gente tenía sus gallinas y sus cerdos, a veces también gansos una que otra vaca, y elaboraba los embutidos y jamones de manera casera. Se utilizaban técnicas tradicionales para elaborar conservas de verduras y frutas, que eran almacenadas en el sótano junto con las papas. La letrina era una cabina con un hueco en el suelo, separada de la casa, y los excrementos se utilizaban como abono en el campo. El trasero se lo limpiaban con papel periódico. Sólo podían bañarse una vez a la semana, generalmente el sábado en familia, porque el agua no alcanzaba para más. Y, sobre todo, se trabajaba duro desde el amanecer hasta el atardecer.

Y así fue más o menos hasta los años 50, cuando el milagro económico alemán fue convirtiendo a Alemania en un país desarrollado. Esto fue posible gracias a una auténtica economía social de mercado —no sólo de nombre, como figura en la constitución peruana del 93—, donde el desarrollo económico va íntimamente unido al desarrollo social. Una economía de mercado donde los agentes económicos tienen que garantizar el bienestar de los trabajadores; donde hay sindicatos fuertes que tienen representantes en los directorios de las grandes empresas y le hacen contrapeso al poder de los empresarios; donde las políticas del Estado impiden que se formen monopolios; donde el sustento, la vivienda y la salud deben estar al alcance de quienes reciben un sueldo o salario; donde el Estado interviene con subsidios cuando hay quienes caen por debajo del nivel de subsistencia; donde el Estado interviene regulando el mercado, sin afectar las ley de la oferta y la demanda ni la competitividad, para corregir las tendencias que ocasionan desigualdades extremas que generen conflictos sociales. Y donde hay una preocupación por el desarrollo sostenible hasta del último pueblo de provincia.

Sólo en épocas de crisis ha surgido en Alemania la tentación de los gobiernos extremistas y totalitarios. El hambre y la situación de caos que hubo a fines de la Primera Guerra Mundial, con la consiguiente abdicación y huida del káiser Guillermo II, gatillaron una revolución comunista a ejemplo de la Revolución Rusa, que fue sofocada violentamente por fuerzas de derecha y culminó con los asesinatos de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg. El otro momento fue la crisis económica de los años 20 y el fracaso de la República de Weimar, que ocasionaron la subida al poder de Adolf Hitler en 1933.

Pero desde los 50 casi no habido en el campo la tentación de votar por partidos extremistas, sino que el péndulo se ha movido continuamente entre los demócratacristianos y los socialdemócratas. Porque lo básico y esencial también está garantizado en el campo, no sólo en la ciudad. E incluso hay en Alemania quienes prefieren vivir en el campo —por ser más económico— y trabajar en la ciudad. Porque —también hay decirlo— el transporte público está entre los mejores del mundo y las comunicaciones viales son buenas, pudiéndose llegar a cualquier lugar con vehículo propio.

Si en el Perú de las últimas décadas las autoridades —desde el presidente hasta los alcaldes locales— se hubieran preocupado efectivamente por el desarrollo de los pueblos de provincia, sin dilapidar los recursos en la corrupción, no tendríamos al campo dispuesto a elegir una opción política extremista, que conlleva grandes riesgos para el futuro del país. Una opción que ha recogido el clamor del campo y de las zonas empobrecidas de las grandes ciudades, que promete el gran cambio que con justicia anhela la población olvidada y desfavorecida, y que probablemente salga victoriosa en las próximas elecciones ante una opción que garantiza la continuidad de lo mismo de siempre, con sus fuertes dosis de corrupción, impunidad e injusticia.

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Campo, Voto

En estos días, en que las palabras “socialismo” y “Cuba”, entre otras, vienen siendo asociadas a lo más parecido al infierno en la tierra, se me antojó reconectarme con una de las producciones musicales más bonitas y simbólicamente importantes que hayan brotado de la vieja isla, gracias a la conjunción de la voluntad integradora de dos artistas foráneos –un músico norteamericano y un cineasta alemán- que, como siempre ocurre, ven más allá de las mezquindades e intereses retorcidos de la política y revaloran las manifestaciones orgánicas nacidas de la tradición y el talento, la idiosincrasia verdadera del siempre manoseado y abusado “pueblo” (yo prefiero usar el término “población”), manoseado y abusado por dictadores, autoridades y eternos candidatos ávidos de poder. 

Después de casi 25 años de su lanzamiento original, Buena Vista Social Club –tanto el álbum como el documental, aparecidos uno detrás del otro entre 1997 y 1999- supera largamente la prueba del tiempo para convertirse en un clásico moderno, un rescate auténtico y bien intencionado de la riqueza musical de la Cuba que conquistó al mundo en las décadas previas a la llegada de Fidel Castro. Como siempre, la música funcionó en esa época como catalizador del sentir popular –la alegría, el ritmo, la sensualidad, el romance- ante una situación patética: el entreguismo absoluto por parte de la administración de Fulgencio Batista, que convirtió a La Habana en el patio de juegos de los Estados Unidos, motivo central de la irrupción de los barbudos, con las consecuencias que todos conocemos: la crisis de 1961-1963, la gesta del Che, el bloqueo, la corrupción en el eterno reinado de los uniformes verde olivo.

Escuchando las canciones de Buena Vista Social Club uno puede llegar a sentir que está caminando por las calles de La Habana Vieja, aun sin haber pisado nunca la capital isleña. Este efecto, que también consigue Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) con su extraordinario documental, es mérito del trabajo acucioso y, sobre todo, lleno de respeto, del guitarrista Ry Cooder (Los Angeles, 1947), instigador principal de esta reunión de artistas de la Cuba pre-revolucionaria que, tras ser muy conocidos en la isla y en el resto de Latinoamérica en los años cuarenta y cincuenta, habían caído en un injusto retiro y olvido. 

La mayoría de ellos en plena tercera edad –y, en el caso de Compay Segundo, del legendario dúo Los Compadres, rozando la cuarta- fueron redescubiertos gracias a Cooder y su cómplice cubano, el músico Juan de Marcos González, director de Sierra Maestra, una agrupación que recogió el legado y tradición musical de aquella Cuba con una mezcla de boleros, guajiras, sones, guarachas y descargas. 

De Marcos ayudó a Cooder –inquieto y recorrido músico que trabaja desde los años setenta con estrellas del rock y blues experimental como, por ejemplo, Taj Mahal, Santana, Captain Beefheart, Ali Farka Touré, entre otros, además de tener él mismo una muy estimable discografía personal de blues, country, world music y banda sonoras para cine y TV que supera la veintena de títulos- a juntar a todas estas leyendas vivas de la música cubana para grabar este disco titulado Buena Vista Social Club, nombre original de un nightclub habanero en donde muchos de estos artistas fueron aplaudidos en sus años juveniles. 

La atmósfera sonora es profundamente tradicionalista, con un par de ventajas: la alta fidelidad alcanzada gracias a las modernas técnicas de grabación existentes a finales de los noventa -algo imposible en las épocas en que estos intérpretes trabajaban-; y los arreglos preciosistas de Cooder y De Marcos, con el primero de ellos introduciendo los característicos «soundscapes» de su guitarra slide, sutiles ventarrones de electricidad en medio de un ensamble 100% acústico. 

En contraste, Compay Segundo (nombre real: Francisco Repilado), a sus 89 años al momento de las sesiones, demuestra vitalidad e inspiración con magistrales interpretaciones en voz y tres, el instrumento cubano de tres pares de cuerdas que dio origen al cuatro portorriqueño (difundido ampliamente por Yomo Toro con la Fania All Stars durante su época dorada), en canciones como Chan Chan (son escrito por él en 1987), y dos boleros: Veinte años, cantado a dúo con Omara Portuondo, vocalista de suave registro que, al momento de ingresar a los estudios EGREM de La Habana para este álbum, tenía ya 66 años de edad y una trayectoria amplísima en su país, que incluye una curiosa anécdota, conocida por pocos: fue ella quien presentó a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, cuando ambos apenas pasaban los 20 años de edad, en una de las jornadas previas a la formación del Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas (ICAIC), que daría nacimiento al movimiento de la Nueva Trova Cubana. 

Para el tema ¿Y tú qué has hecho?, compuesto en los años veinte por el trovador cubano Eusebio Delfín, Compay graba ambas voces, primera y segunda, y realiza hermosos arpegios de tres, acompañado por la slide de Cooder. Elíades Ochoa, ligeramente más joven, interpreta una cadenciosa versión de El carretero, clásico de Guillermo Portabales, e impone su presencia como vocalista y guitarrista a lo largo del disco. El álbum termina con La bayamesa, de Sindo Garay, el trovador cubano más representativo de finales del siglo 19 e inicios del siglo 20.

Los otros dos casos emblemáticos son los de Ibrahim Ferrer (voz, percusiones) y Rubén González (piano), de 70 y 77 años respectivamente, en aquel lejano 1996. Escuchar a Ferrer en clásicos como Dos gardenias o Murmullo son muestras de cómo se canta realmente el bolero; o sus fraseos en descargas como De camino a la vereda, Candela o El cuarto de Tula, simplemente fantásticos. Y en cuanto a González, pues se trata de un eximio pianista que había trabajado junto a Beny Moré y Arsenio Rodríguez, dos íconos de la música cubana, y era descrito como «el Thelonious Monk de Cuba». Gonzáles derrocha energía y sabor en los instrumentales Pueblo nuevo y Buena Vista Social Club, la primera escrita por él y la segunda por Orestes López, hermano de Israel «Cachao» López y padre de Orlando «Cachaíto» López, quien es el contrabajista en este disco. El patriarca de esta familia de contrabajistas es considerado uno de los creadores del mambo y el danzón, géneros cubanos por excelencia. 

Otros músicos de la misma generación que fueron convocados para estas sesiones -de las cuales también salió el disco A toda Cuba le gusta (1997), bajo el nombre Afro-Cuban All Stars, dirigidos también por Juan de Marcos-, fueron el trompetista Manuel «Guajiro» Mirabal, los vocalistas Pío Leyva y Manuel «Puntillita» Licea y el timbalero Amadito Valdés. Los músicos más jóvenes del ensamble son, precisamente, Juan de Marcos González y el laudista Barbarito Torres, quien se luce en El cuarto de Tula, los cuarentones del disco. Y, por supuesto, el hijo de Ry Cooder, Joachim, de solo 18 años, quien participa como percusionista. 

Varios de los integrantes de Buena Vista Social Club se hicieron muy famosos entre el público mundial después de esta exitosa aventura –el film recibió varios premios internacionales y una nominación al Oscar el año 2000- e incluso revitalizaron sus carreras con posteriores lanzamientos enmarcados en la onda comercial de la «world music». El 2008 se lanzó el disco doble At Carnegie Hall que recoge la actuación del grupo en la prestigiosa casa de conciertos de New York, ocurrida diez años antes. En este enlace pueden ver la versión de Chan Chan de aquel show, incluida en el documental de Wenders. En 2017 se estrenó otro documental, Buena Vista Social Club: Adiós!, en el que se cuenta la saga del proyecto en su vigésimo aniversario. 

Lamentablemente, los fallecimientos de Manuel «Puntillita» Licea (2000, 79 años), Compay Segundo (2003, 96), Rubén González (2003, 84), Ibrahim Ferrer (2005, 78), Pío Leyva (2006, 89) y Orlando «Cachaíto» López (2009, 76); aunque comprensibles por sus avanzadas edades, dejaron nuevamente huérfana a la música latina, que quedó a merced de la timba, la bachata y el reggaetón. 

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Actualidad, Opinión

El candidato Pedro Castillo ha empezado a moderar su discurso confrontacional. Intuye que con la persistencia radical de finales de primera vuelta y primeros tiempos de la segunda podía ir amasando un antivoto importante (ya la encuesta de Datum muestra que hay tanto anticomunismo cojo antifujimorismo).

Con ello desafía a Keiko Fujimori, quien tiene tremendo reto por delante. No le basta el terruqueo ni el antichavismo, aunque el argumento sí resuena. Ha empezado una eficaz campaña de marketing peruano/antiperuano, que es tan potente como la de Castillo pobres/ricos, pero aún así, eso no le será suficiente.

La candidata de Fuerza Popular debe asegurar la defensa del modelo -fuente primigenia de su base electoral-, pero a la vez debe reducir el enorme antivoto que sufre y, no bastando con ello, debe recuperar el espíritu auroral anti establishment del fujimorismo.

Quien mejor exprese el humor ciudadano, su malhumor para ser más preciso, podrá conquistar a los sectores populares, muchos de los cuales no han sido beneficiarios del modelo económico y otros han sido expulsados de sus logros por culpa de la recesión pandémica.

A ellos se suma el enorme bolsón poblacional de gente que no recibe nada del Estado y así identifica al modelo. Con una salud pública de país del cuarto mundo, con una educación pública que no es inclusiva ni igualitaria y con una seguridad que parece coto exclusivo de los ricos, no hay ciudadanía capaz de ser integrada al statu quo.

¿Cómo lograr que la defensa del modelo comulgue con la crítica al Estado asociado a él? Ese es el desafío de Keiko Fujimori y de la derecha peruana en general. Castillo, y la izquierda en particular, la tienen más fácil. Su discurso antisistema prende con mayor facilidad (en gran medida, el fracaso electoral de Verónika Mendoza pasa por haber rebajado ese perfil confrontacional en el tramo final de la primera vuelta).

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Elecciones, Keiko Fujimori, Pedro Castillo

Querida Manuela,

Soy Silvia Arispe querida compañera Manuela Sáenz. Te escribo esta primera carta para establecer contacto contigo, ya que creo que tú, como mujer luchadora e independista, debes saber lo que ha pasado en el Perú en los años previos al Bicentenario. Gracias a ti y a tus tertulias con Rosa Campuzano y otras ilustres damas en aquella casa de Pueblo Libre (Lima) llegamos a conseguir liberarnos de la Colonia. Allí recibiste a Simón Bolivar, Antonio José de Sucre y otros generales de Ejército Unido Libertador del Perú. ¡Qué épocas tan emocionantes! Tu sala conserva todavía los secretos de esas conversas e ideas revolucionarias, donde se diseñaban estrategias políticas y militares para ejecutar en el campo de batalla.

Las mujeres peruanas siempre hemos sido guerreras. Desde las rabonas que acompañaban a las milicias al campo de batalla; pasando por ti, que lideraste batallones a caballo con tu uniforme de húsar, espada en mano; hasta hoy, con el ejemplo de las dirigentes vecinales, organizaciones sociales de base y cocineras de las ollas comunes. Siempre adelante, cuidando a nuestra comunidad.

Soy abogada especializada en derechos humanos y comparto tus principios de libertad. Claro, ahora más mujeres podemos estudiar carreras profesionales, a diferencia de la educación que recibían en tu época las damas privilegiadas: bordado, elaboración de dulces, ingles y francés. Felizmente esto último te llevó a leer a los clásicos griegos y filósofos franceses que ayudaron a activar tus reflexiones y sembraron la semilla del cambio. Sin embargo aún nos queda mucho por avanzar.

Tu conocimiento y garra hizo que participes en la toma de Lima, mi ciudad querida, donde José de San Martín te dio el título de Caballersca de la Orden del Sol de Perú. No tuviste reparo en estar en las batallas de Pichincha, Junín y Ayacucho, con las que llegamos a nuestra independencia y a la de todo el continente. Combatiste bajo las órdenes del Mariscal Antonio José de Sucre en la división de Húsares de Vencedores y así ascendiste a ser Coronela del Ejército Colombiano. Cuántos méritos y cuánta ilusión por independizar al Perú.

Al igual que tú creo en lo mejor para mi país. Me formé con el sueño de realizar un cambio para el Perú. Por ello vengo trabajado activamente hace 20 años y quiero contarte en estas cartas como vamos llegando al Bicentenario en lo que se refiere a derechos humanos en especial para las mujeres, niños, niñas, adolescentes, pueblos originarios y comunidades vulnerables. Quedan dos meses para celebrarlo Manuela, ¿puedes creerlo? El tiempo vuela. En noviembre del año pasado fui por trabajo a Huánuco a inaugurar un hogar de refugio temporal para mujeres víctimas de violencia como Directora Ejecutiva del Programa Nacional Aurora-MIMP. De paso, paré frente al Obelisco de Chacamarca a ofrecer mis respetos. En mi regreso a Lima, por la radio de la camioneta oficial en la que viajaba, me enteré de que habían vacado al presidente de turno. Esto no es fácil Manuela, seguimos construyendo a pesar de dificultades. La independencia solo fue el primer paso y nuestra correspondencia recién comienza.

Un abrazo,

Sil

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Opinión

El extremismo de los resultados electorales ha despertado un gran temor al tener que escoger entre la líder de una de las organizaciones de mafia y corrupción más consolidada del país, y un dirigente sindical que promete un socialismo estatista. El temor a ambas propuestas (y a sus coincidencias) se ha manifestado a través de un conjunto de acusaciones entre los votantes según el extremo que consideran “el mal menor” como lo llamó Mario Vargas Llosa: que si se es delincuente, terruco, clasista, racista, ignorante, fanático, paternalista, vengativo, resentido, etc.

 

La pregunta de por qué la población peruana se ha descubierto en medio de estos extremos es muy obvia: al ladrón se le perdona cuando hace obra y al ladrón que roba al ladrón, se le deben muchos años de perdón. Keiko Fujimori, de liberar a su padre y gobernar con él, tendrá la mano dura necesaria, como en la década del 90 la tuvo Alberto, para “librarnos de la pobreza y el terrorismo”, sin importar (o todo lo contrario) la inversión en clientelajes y en las tajadas correspondientes a las grandes decisiones estatales. A la otra orilla, las estatizaciones y redistribución de la riqueza a través del Estado que propone tan simplificadamente Pedro Castillo pueden llevar a desbancar al país, pero estarán muy cerca de cumplir con la justicia popular reclamada por los pobres.

 

La pobreza es entonces la causa principal y ninguna otra la que nos ha llevado a este enfrentamiento. De acuerdo con el último Reporte técnico de Unicef sobre el impacto del COVID-19 en la pobreza y desigualdad en niñas, niños y adolescentes en el Perú (2021), la población más afectada es la que se encuentra en la sierra rural, con un incremento de la pobreza al 44.5% y en la selva rural, con un incremento durante este periodo a 51.5%. Si comparamos con el 2019 la pobreza rural ha crecido cerca de un 14%. Y no sólo en el campo. En las zonas más pobres de Lima metropolitana, la pobreza ha alcanzado también el 44%.

 

Y por alguna razón, a esa pobreza se le sigue dando la espalda y se continúa estigmatizando las protestas y reacciones apelando a la ilegalidad. Un ejemplo fueron las huelgas y protestas del sector agrícola. Es cierto que el estado ha entregado una serie de bonos y de incentivos económicos, pero en las zonas rurales la crisis de la economía agrícola migratoria, el aislamiento, la reducción de los servicios públicos, primordialmente el de salud, y la caída del sistema escolar, han hecho retroceder a la población casi una década de avances.

 

Otro ejemplo es el de las invasiones de terrenos en Lima. Es cierto que entre setiembre del 2020 y enero de este año, el Congreso aprobó una populista normativa que amplía los plazos de la titulación de terrenos hasta el año 2026 y que por esa razón se favorecerá la ocupación ilegal y el tráfico de terrenos. Pero los casos que hemos visto en Lima, tanto en Chorrillos como en Villa El Salvador, nos muestran que dos de cada tres inquilinos han tenido problemas para pagar sus alquileres debido a la pandemia. Las personas que se resisten a ser desalojadas no cesan de repetir que no tienen, simple y llanamente, a dónde ir.

 

Y en medio de todo este escenario, ¿qué representantes del Estado peruano se han sentado a escuchar, a tomar decisiones y a plantear alternativas concretas a la población? ¿La policía y los funcionarios sectoriales? La justificación de que estamos bajo la tutela de un gobierno transitorio no sirve de nada ante la pobreza que, con los resultados electorales, ya no pudo ser más maquillada, silenciada, escondida.

 

Irónicamente, hoy invadido, Villa El Salvador reubicó 50 años atrás a un grupo de 350 familias desesperadas por contar con un lugar donde vivir que tomaron una zona de Pamplona con el interés comercial suficiente como para que la policía interviniera de manera violenta. Avergonzado, el Estado de la mano con la iglesia católica progresista de aquel entonces, llevó el año 1972 a las familias hacia una zona urbana planificada por profesionales, de tal forma que respondiera a la organización autogestionaria que se propuso como modelo a la población. El tener donde vivir no acabó con la pobreza, pero pudo con la dignidad. En 1987 Villa El Salvador ganó el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, entregado por ser “La práctica ejemplar para organizar un tipo de ciudad solidaria y económicamente productiva”. Ahora viven en el distrito más de 420,000 personas.

 

Los terrenos urbanos en Lima sin duda cada vez son más escasos y lejanos, pero el Estado ¿simplemente los va a desalojar para combatir el tráfico de tierras? ¿Vamos a esconder que no tienen siquiera un lugar dónde dormir y dejaremos, como en las zonas rurales, que vean con un par de bonos al año cómo sobrevivir? Al menos en las comunidades más alejadas siempre hay un techo que ofrecer a la familia, esa que observa cómo sus niñas y niños han perdido ya dos años de formación escolar.

 

En este marco no es difícil imaginar por qué ambos candidatos se encuentran disputando la Presidencia de nuestro país.

 

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Elecciones 2021, Keiko Fujimori, Voto

Gracias a una buena estrategia de marketing, Keiko Fujimori logró pasar indemne la primera vuelta libre de los ataques de sus adversarios y liberada además del recuerdo de los últimos cinco años desastrosos y miserables del fujimorismo.

De algún modo, la izquierda y el centro liberal enfilaron sus baterías contra el ultraderechista Rafael López Aliaga y dejaron pasar exenta de cualquier cargamontón a la receptora del mayor de los antivotos.

No le va a bastar a Keiko invocar el anticomunismo para derrotar a Castillo -quien le hace al juego al plantarse en su postura radical, sin concesiones al centro (aunque hoy mismo, en RPP, acaba de lanzar un discurso más moderado)-, ni tampoco agregar a su pauta narrativa alguna vocación anti statu quo para sintonizar con los millones de peruanos hartos del modelo.

Es necesaria una reconciliación con los indecisos, con la propia derecha que no votó por ella en la primera vuelta y que aún no se inclina a su favor (el mayor número de blancos y viciados en la última encuesta de Ipsos está en Lima y en el norte, presuntos bastiones históricos del fujimorismo).

No es suficiente con que se comprometa a no indultar a Montesinos como le ha planteado Vargas Llosa (¿alguien en verdad temía que eso ocurriese?), nique asegure que solo se quedará cinco años en el poder. El compromiso debe ser mayor.

Debe abarcar una puntillosa política anticorrupción que evite una reedición de la putrefacta gestión de los 90, y una detallada agenda de cautelas y de respeto a los poderes constituidos para no repetir el copamiento de las instituciones públicas que perpetró no solo en los 90 sino que quiso reeditar en el último lustro.

Hay dos sectores claves para que Keiko Fujimori de muestras cabales de cambio de voluntad política: Educación y Premierato. Las peores salvajadas e intransigencias del fujimorismo de los Becerrril y las Beteta fue contra los titulares de Educación de PPK y Vizcarra. Tiene que anunciar allí a alguien  que continúe la reforma educativa, universitaria y magisterial, de los últimos años.

Y un Premierato independiente, de alguien alejado de los rediles fujimoristas, puede ser un buen punto de partida para amainar el legítimo grado de suspicacia que existe en la población no solo de izquierda sino también centrista y derechista respecto de las credenciales democráticas del fujimorismo.

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