50 años después de que la reforma agraria supuestamente acabó con el gamonalismo y todo lo que este representaba, Vladimir Cerrón señaló, el 4 de agosto pasado, que la presentación del Gabinete Bellido en el Congreso de la República será la colisión de dos mundos, el criollo y el andino. Cada uno expresará su interés de clase subjetivo u objetivo, superficial o profundo, conservador o revolucionario, materialista o metafísico. En otras palabras, para Cerrón, Velasco no pasó por aquí, en el Perú no hubo reforma agraria, el Estado no ha extendido sus servicios a todos los distritos de Lima y la informalidad, a su manera, no ha terminado de igualar, en sus propios términos, todo lo que faltaba igualar en este confín que es antes paradoja que país, cada vez lo tengo más claro.
¿Deploro el discurso clasista de Cerrón? Claro que lo deploro. No solo es clasista. A lo que llama, en realidad, es a un choque de civilizaciones, a lo Huntington, de culturas y lo hace explícitamente. Pero partamos de una premisa, si por un lado no somos más la sociedad que, conforme a ley, divide a las personas de acuerdo a su raza y linaje, como sucedió en tiempos coloniales, tampoco somos el ágora ateniense en el que ciudadanos y ciudadanas discurren libremente sabiéndose y sintiéndose iguales. La sola campaña para la segunda vuelta ha revelado que sí subsisten seculares percepciones, actitudes y marginaciones que nos separan y de las que, en muchos casos, no somos ni siquiera consientes. Me refiero al trato cotidiano, al juego de roles, a la manera como nos tratamos unos a otros en la calle.
He escuchado a varios políticos, de los tradicionales, diciéndole al Presidente Castillo: “el Perú no es solo Chota, no es solo la sierra rural, el Perú somos todos”. La afirmación es cierta, cómo no, lo que pasa es que en doscientos años se ha producido todo lo contrario, el Perú ha sido Lima, como diría Valdelomar, y a Lima le ha importado un comino Chota, la sierra rural y el resto del país.
Para no ahondar en ejemplos históricos, vamos al presente: el arrasador voto rural andino por Pedro Castillo es el mismo voto desesperado que se repite en todas las elecciones buscando finalmente a quien pudiese representarlo o abogar por aquel. Hasta que encontraron a Castillo. La pandemia ha demostrado que en el Ande no hay Estado, el friaje de este año y la patética recolección de frazadas para proteger a niños que duermen a 20 o 30 grados bajo cero, es otro persistente ejemplo de dicho abandono.
Nunca nos importó el Perú rural andino, y ahora nos tiene que importar, esa es la cuestión y el problema adopta ribetes de patetismo cuando un sector de la representación parlamentaria, incluida su titular María del Carmen Alva, reaccionan casi asqueados cuando el Presidente del Consejo de Ministros “se arroba la atribución” de saludar y despedirse del país en Quechua y en Aimara. En el Perú no solo nos odiamos tanto: nos negamos y nos tememos patológicamente unos a otros. Dijo bien Jorge Basadre, al señalar que la Independencia debió producirse en 1815, durante la rebelión de los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua. De haber sucedido así, hoy seríamos una nación más integrada en sus diversas manifestaciones lingüísticas y culturales.
El Perú no ha votado por el comunismo; ese es un tema que tienen que comprender Castillo y Cerrón; Pero el Perú, mayoritariamente, ha votado por no dejar a nadie fuera del proyecto y por un Estado que se ocupe del Ande, su gente y su cultura, y también a la Amazonía, cómo no, como parte constitutiva de la nación y no como subordinados que esperan la buena fe de los señores del pueblo, como en el Puquio de Arguedas.
De la reconciliación entre los peruanos
Pero quería hablarles de reconciliar, lo primero que tengo que decir es que no se reconcilia colocando el problema bajo la alfombra, ni con discursos negacionistas. Todo lo contrario, se reconcilia reconociendo la afectación de quien ha sido afectado. Durante el segundo gobierno de Alan García (2006 – 2011) se creó el Museo Afro-Peruano y se le pidió disculpas a los afrodescendientes por la esclavitud que se prolongó, en tiempos republicanos, hasta mediados del siglo XIX.
Pues bien, el Perú rural andino merece una enorme disculpa, y no reiteradas afrentas, por parte del Estado peruano que permitió se le mantuviese en condición de servidumbre y limitado en sus derechos ciudadanos hasta bien entrado el siglo XX; sin acceso a servicios básicos como los de salud y educación. El perdón es el primer piso del edificio. Los gestos, a este nivel, son más importantes de lo que solemos creer, curan heridas, reivindican, sanan.
Después viene el reconocimiento, poner en valor, rescatar el aporte cultural de una manera más viva y menos “vintage” de lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Lo andino no es solo un producto para vender en ferias internacionales. Reconocer es participar en la fiesta, es escuchar, es aprender, es dejar que aquel a quien siempre vimos como el otro tome el micrófono, sea portador de la iniciativa y no solo el retrato que adorna una muestra fotográfica para una galería limeña o del exterior.
Finalmente vienen la reconciliación, sus políticas y sus espacios. He escrito en el pasado sobre el aula de clase. En el país, los últimos 20 años, se produjo un milagro: a nuestras universidades, públicas y privadas, ha llegado todo el Perú. En una misma aula puedes encontrarte con estudiantes de diferentes regiones, de diferentes distritos de Lima, y de distintos estratos socioeconómicos.
Yo siempre invito a esos jóvenes a charlar entre sí, a conocerse, invitarse en vacaciones a la casa de playa si es el caso, o a la estancia rural, o a la ciudad provinciana. Les digo que ellos tienen la oportunidad de construir la nación pues finalmente se ha operado el milagro de que estén juntos en el mismo espacio y que entonces tienen dos opciones: dividirse en trincheras y enfrentarse, como ha sucedido por siglos, sucede en el Congreso y sucede en las redes sociales juveniles, o conocerse, abrasarse y construir una nación pluricultural y desprejuiciada.
Esta política no es ocurrencia mía, necesariamente. Me inspiran las políticas para la juventud que aplicaron con sus juventudes franceses y alemanes después de la Segunda Guerra Mundial. La intención era que sus nuevas generaciones dejasen de vivir con rencor, como, paradójicamente, porque el tiempo transcurrido es mayor, vivimos aun muchos peruanos y chilenos, rencor de una parte, y orgullo de la otra. Eso sucede porque no hemos trabajado el tema en serio a través de las políticas de estado necesarias, y esto es exactamente lo que estoy proponiendo en el nivel interno, es decir, entre peruanos.
En fin, este es un ejemplo acotado, y ofrece la propuesta de un camino por donde transcurrir si queremos, de aquí a una o dos generaciones, dejar de ser un país de cruces de Borgoña y llamados a la confrontación entre las culturas a las que adhieren los peruanos.
Hay una premisa fundamental: hay que tomarse el problema en serio, lo que implica aceptar la parte que a cada a uno le toca, comprender desde dónde se mira el mundo y aprender a colocarse en la posición del otro. Sólo así lograremos ver la inmensa dimensión del problema que queremos (o no queremos) resolver.
*Amar con ternura y devoción