Opinión

Hasta antes de su exclusión por parte del Jurado Nacional de Elecciones de la contienda del 2016, Julio Guzmán llegó a tener 18% de intención de voto, y César Acuña 13%. Ambos se asomaban como eventuales contendores de la segunda vuelta electoral. ¿Qué ha pasado para que ahora muestren escuálidos resultados? Según la última encuesta de Ipsos, el líder morado tiene apenas 3.1% y el candidato de Alianza para el Progreso 2.6%.

Julio Guzmán: su incidente flamígero, definido como prueba de carácter, le ha jugado una muy mala pasada. Ha destruido su capital político y ello ya se vió en la última elección congresal de enero del año pasado, donde afectó a una buena lista parlamentaria. Guzmán no ha sabido reaccionar. Creyó que guardando silencio y perfil bajo iba a lograr que el incidente se olvidase. Inició así una campaña edulcorada, sin mayor filo, en medio de una situación en la cual la ciudadanía pide confrontación y radicalidad. Recién en la última semana ha empezado a mostrarse beligerante y agresivo. Puede ser demasiado tarde, pero también le puede resultar. Está al borde de la eliminación. Si no muestra crecimiento en la siguiente encuesta, ya casi podría ser descartado en esta contienda, aun a sabiendas de que en el Perú una semana es una eternidad.

César Acuña: se traumó por el escándalo de las denuncias por plagio de la campaña anterior. Se dedicó cinco años a limpiar su imagen y quizás pensó que toda la contienda actual iba a estar destinada a ese tema por parte de sus adversarios. Y resulta que no ha sido así. Por lo mismo, se quedó pasmado los primeros meses sin desplegar una estrategia correcta de campaña y huyendo de los medios de comunicación, temeroso de que su pobre elocuencia lo único que hiciese fuera aumentar la campaña de memes ridiculizantes que lo han agarrado de punto. Al final, ha sabido encontrar un filón productivo, como es el del empresario exitoso que surgió de la pobreza, que además reivindica su hablar como propio del pueblo. Tiene una marca potente, sobre todo en el norte del país. Quizás tiene un voto escondido por esa razón.

Ninguno de los dos está descartado. Dada la poca intención de voto de todos los candidatos, basta crecer cinco o seis puntos -lo que es perfectamente factible- para volverse a colocar en el partidor. Esta elección se va a definir faltando días u horas. Nadie está fuera aún. Por lo menos, no lo están los dos mencionados, los excluidos del 2016.

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César Acuña, JNE, Julio Guzmán

Es tiempo de visibilizar aquellas candidaturas que aprovechando un contexto de dolor traen consigo propuestas, personajes y una ideología de odio revestida de “superioridad moral” que amenaza con hacer daño, poniendo la palabra de “Dios” como justificación para retroceder décadas en materia de derechos de las mujeres e igualdad y profundizar un modelo económico deshumanizante que – en gran parte- es responsable del drama que se vive.

 

Concretamente me refiero a Rafael López Aliaga y su entorno plagado de personajes peligrosos, fanáticos y fundamentalistas, con pensamientos trasnochados y discriminatorios. No sólo su candidata a la Vicepresidencia Neldy Mendoza (que renuncia fuera de tiempo), sino además una de sus candidatas al congreso, la señora Milagros Aguayo; cada una de forma diferenciada ha señalado que las mujeres somos seres sin derechos, sancionando moralmente el uso de anticonceptivos, afianzando roles tradicionales de género e incluso una de ellas se ha atrevido a afirmar que somos menos inteligentes que los hombres por lo que no debemos cuestionar su autoridad.

 

En pleno siglo XXI estas dignas representantes del patriarcado nos devuelven a la edad media. Son ellas las guardianas del orden de género, ese que debe mantenerse para que el mundo de privilegios masculinos siga funcionando.

 

Pero acaso ¿son sólo ellas o es toda una organización política ideologizada y con propuestas peligrosas para las mujeres, empezando por su líder? El partido Renovación Popular trae consigo el pañuelo y color celeste, utilizado muchas veces por representantes de “Con mis hijos no te metas” en oposición al pañuelo verde de las feministas que defienden el derecho a decidir por años. Pero, además, el candidato, muy al estilo de los antiderechos ha tenido afirmaciones falsas sobre los contenidos de las guías de educación, señalando que estas quieren “homosexualizar a los niños.” Cuestión que es claramente errada y tendenciosa, pero que además pone en evidencia un trasfondo homofóbico.

 

De otro lado, las propuestas de este partido en materia de derechos de las mujeres son mínimas y nada ubicadas en la realidad. Primero, propone la reducción de Ministerios, lo que indicaría una intencionalidad de eliminar el Ministerio de la Mujer, así como una propuesta basadas en la meritrocaria, lo que desconoce por completo las desigualdades preexistentes y que hoy más que nunca son evidentes. Nada en relación a la violencia que mata y viola todos los días a las mujeres y niñas, ni a la educación, justicia o salud. Ver propuestas aquí: https://bit.ly/3dlrRIq

 

Este candidato al que no le importan las mujeres, las niñas ni las personas LGBTIQ+, ni ninguna población vulnerable; difunde un discurso peligroso y estratégico. Muchos/as han afirmado que, si Lopez Aliaga señala que se flagela para estar más cerca a Dios, si difunde que practica el celibato y afirma sin problema que si ve un “mujeron” piensa en la Virgen María, porque está enomorado de ella, es parte de su vida privada y no debe importarnos. Pienso todo lo contrario. Estas afirmaciones bastante desequilibradas, son parte de una estrategia para situarse desde una “superioridad moral”, construirse como un santo, una persona por encima de lo terrenal que guiará los destinos del país. No es su vida privada, es un mensaje de un candidato a la presidencia, por lo tanto, ni simple ni inocente. Hay una ruta trazada.

 

Sumado a todo ello, en los últimos días se han publicado evidencias de deudas con la SUNAT. Es decir, el candidato de la “moralidad” no estaría pagando sus impuestos, pero además en una reciente entrevista dejó claro que incurre en “pitufeo”, aunque luego intentó desdecirse con un descaro consternante, burlándose así de la justicia.

 

Lopez Aliaga no es un mal candidato, es el peor candidato que he visto en mucho tiempo, trae una propuesta peligrosa, quiere afianzar un modelo económico para enriquece a los que más tienen y empobrecer a la mayoría, es ultraconservador, fundamentalista, misógino, machista, antiderechos, fanático religioso y que ha decidido que colocarse como “superior moral” es un buen disfraz.

 

El Bolsonaro peruano al parecer odia a las mujeres, no defiende ninguno de nuestros derechos; por el contrario, afianza el sistema de dominación que nos ha relegado por siglos. Un posible presidente con este perfil fascista generaría retrocesos inimaginables, mayor violencia, discriminación, pobreza, desigualdad y corrupción. Un representante así jamás defenderá derechos básicos como la salud, la educación, el empleo digno, eso es lo que tenemos que entender, si se opone a la igualdad se opone a todo lo bueno en el mundo.

 

Bloquear su avance es una obligación ética con los derechos de las mujeres, con la igualdad, con la democracia y con el sentido común.

 

Solo basta un costurero y alguien que promocione el traje.

O una encuestadora y una portada. Trabajar en pared. Nada más.

 

Hace 5 años, entrevisté a Alfredo Torres, presidente de Ipsos, la encuestadora que innovó en cuarentena con encuestas por WhatsApp entre sus vecinos, yendo, incluso, contra sus propios principios de investigación. Alguna vez el director de Estudios de Opinión de Ipsos, Guillermo Loli, me explicó que para que una muestra sea válida, tiene que ser probabilística, tiene que ser aleatoria: «Yo no puedo seleccionar solamente a una zona porque ahí me interesa ir porque ahí están mis amigos», con ese argumento, Loli intentó convencerme de que Ipsos realizaba sus estudios sin sesgos y que, por eso, sus resultados eran fiel reflejo a la realidad. Lógico, así debería ser, pero los whatsappazos de Alfredo finalmente desdibujaron toda esa teoría idealista que me pintó Loli porque ¿a quién tienes agendado en el WhatsApp?: a tus amigos, a tus vecinos, a un grupo que no representa al Perú sino a tu mundo personal.

 

En la entrevista con Torres, justo después de que conociéramos los resultados oficiales de la primera vuelta presidencial del 2016, en la que resultaron contrincantes Keiko y PPK, le pregunté cómo influyeron las encuestas en el elector hasta ese momento. Alan, Acuña, Toledo, Popy, Ántero, Urresti, Reggiardo, Nano, Hilario, Gregorio, casi todos los derrotados en las urnas se habían quedado con el sinsabor de que las encuestas les jugaron en contra porque —claro— figurar en la cola del catálogo o en el club de los «otros» indujo al elector a usar el famoso «voto útil»; o sea a elegir a última hora entre los que sí tienen posibilidades de ganar según los resultados de las encuestadoras, por supuesto. Este comportamiento de sumisión del público ante «la opinión dominante» no es particular de los peruanos, está sustentado en un estudio de la politóloga alemana Elisabeth Noelle-Neumann publicado en 1977 al que ella denominó «La espiral del silencio». Esta teoría estudiada hasta hoy en las escuelas de periodismo reconoce que la tendencia de la gente, efectivamente, es enmudecer si detecta que sus opiniones forman parte de las minorías. En resumen, el comportamiento del público está influido por la opinión dominante. ¿Y cuál es la opinión dominante? Artificialmente la que aparece en las portadas de los periódicos. Un control social.

 

Con Torres, no hablé de la espiral del silencio, pero su respuesta a mi pregunta me convenció de que conoce bien la teoría y el comportamiento sumiso del público.

 

—¿Cómo influyeron las encuestas en el elector?

— Si quedan tres candidatos con opción [de ganar] y alguien tiene preferencia por el candidato que está sétimo, lo más razonable es votar por alguno que pueda pasar a la segunda vuelta, esa es una decisión que las encuestas ayudan a tomar —afirmó Alfredo Torres aquél día de abril del 2016.

 

Hoy, según la gran prensa: encuestas + portadas, la opinión dominante es que George Forsyth, el alcalde distrital inconcluso, es el segundo favorito de los peruanos, sí, el arquero que tiene el fetiche de eructar en la cara a las mujeres, como lo ha denunciado públicamente su propia esposa y víctima. Ella se apartó de él apenas 8 meses después de su boda, pero no sin antes contar a los medios que los maltratos comenzaron en el día cinco de su matrimonio, cinco días después de que todo el Perú observara por televisión el casamiento infeliz. ¡Ah!, no puedo dejar de mencionar el detalle de todo esto, el especial detalle que me hace pensar que probablemente Forsyth usó a una mujer para ganar popularidad electoral llevándola falsamente al altar: el matrimonio, televisado, se realizó en medio de la campaña municipal, 20 días antes de la elección de Forsyth como alcalde de La Victoria, distrito que por supuesto tampoco amó porque dejó botado tan fácilmente como dejó su matrimonio, para aspirar a algo… mejor, claro: ser presidente. ¿Tú votaría por él? Haz esa pregunta a diez personas y el resultado te dirá lo contrario a lo que dicen las grandes encuestadoras. Te lo aseguro. Ya lo hice.

 

¿Y con quién pasaría a la segunda vuelta George Forsyth, según las encuestas + portadas? Nada menos que con el castigado en el parlamento por acosar sexualmente a una periodista: Yonhy Lescano. ¡Mira ve! El obsceno personaje que pertenece al partido político «golpista» para la prensa vizcarrista hoy resulta ser presidenciable. Este «político tradicional», «dinosaurio», «viejo lesbiano» que desde el 2001 no ha sabido hacer otra cosa más que reelegirse como parlamentario hasta el 2019, hoy resulta ser presidenciable. Que este candidato puntee en las encuestas solo me lleva a concluir una cosa: que las marchas de noviembre antivacancia fueron fabricadas, nadie odiaba al expresidente Merino (acciopopulista como Lescano) por haber asumido el cargo que dejaba Vizcarra tras ser vacado por incapacidad moral permanente. No encuentro otra explicación.

 

Lescano, con todo su historial obsceno y cercano al terrorista Abimael Guzmán, no es presidenciable ni en el barrio donde vive. Lo ponen primero en las encuestas porque la argolla que dejó Vizcarra desea meterlo a la segunda vuelta para, cuando esta ilusión se haga realidad, en ese momento empujarlo al vacío sacándole todos sus trapos sucios y así destruir de una vez por todas al monstruo que hoy fabrican.

 

Y Forsyth, ¿dónde quedaría? Sentado en Palacio, siguiendo al cuidado del legado de Vizcarra que hoy está bien custodiado por el gobierno morado. La impunidad.

 

17 DE MARZO DEL 2021


Verónika Mendoza ha decidido romper con sus consejeros que le recomendaban migrar al centro y tratar de conquistar ese electorado mayoritario, pero indefinido que identifica a la ciudadanía peruana. Así, ha propuesto recientemente, por ejemplo, la nacionalización (estatización) del gas o la toma de posesión de todas las plantas de oxígeno privadas para atender la emergencia, etc.

Para quienes aspiramos a que en el Perú se construya una opción de izquierda creyente en el libre mercado, no es una buena noticia que la lideresa mayor de la izquierda peruana se radicalice, claro está, pero, sin duda, es su mejor estrategia electoral. En el caso de Mendoza, lo que de ella asusta a la alta burguesía limeña es lo que le gusta a su electorado de a pie.

Mendoza tiene un doble desafío por delante: arrebatarle votos a Yonhy Lescano, quien sin ser propiamente de izquierda, le ha quitado un caudal significativo de electores. Si Acción Popular lanzaba a Alfredo Barnechea o a Raúl Diez Canseco probablemente hoy estaría debajo de la valla electoral. Con Lescano la achuntaron. Ese bolsón de votos tiene que ser recuperado por Mendoza. Ese debería ser su objetivo estratégico (increíblemente vemos a sus huestes enfervorizadas haciendo campaña contra un zombie, como es el partido Morado)

Y para ello necesita propuestas concretas, audaces, como las referidas líneas arriba, no engolosinarse tontamente en abstracciones como el cambio de la Constitución, que además la mayoría del país apoya, pero porque quiere una Carta Magna más conservadora y autoritaria, no como aquella con la que sueña la candidata de Juntos por el Perú.

Y de otro lado, Mendoza no puede permitir que Pedro Castillo le quite los votos radicales del sur. Según la última encuesta del IEP, el candidato de Perú Libre tiene 8% de intención de voto en el sur y 3.5% a nivel nacional. Si Mendoza sumase esos votos estaría segunda en las encuestas.

Verónika Mendoza está congelada desde hace meses. Habrá que ver en el transcurso de los días, y con la siguiente encuesta en mano, si le funcionó la estrategia de radicalización. Anticipo que sí, que la gente está esperando formatos confrontacionales, sean de derecha o izquierda, y no las de un malaguoso centro. La crisis simultánea de salud, economía, social y política nos ha conducido a eso y quienes lo han entendido están cosechando fructíferamente.

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Adapto el famoso término de Guy Standing para llamar precariato al 85% de peruanos cuyo salario mensual tiene como tope superior un poco más del sueldo mínimo. Es sencillo contrastar este dato en redes y bibliografía específica, pero una clara señal de su realismo es que el 75% de la economía peruana es informal; es decir, sólo un 25% de nosotros tiene la capacidad productiva suficiente para generarse ingresos y/o pagar salarios superiores al mínimo establecido, además de cumplir con el pago de sus impuestos. Agrava el escenario que más de la mitad de los precarios peruanos reciba menos de 500 soles de ingresos, lo que incluye a los micro-productores del sector agropecuario, los peor remunerados del empleo nacional.

 

Dado que el capitalismo global está en crisis, precariatos hay en todo el planeta. El del primer mundo occidental, por ejemplo, congrega al cada vez mayor número de ciudadanos que trabaja en la informalidad, mientras declinan sus estados de bienestar y los derechos universales que éstos implican. En el subdesarrollo sucede lo contrario: el precariato es la condición histórica permanente de las mayorías excluidas. Varios autores ven en los precariatos potenciales clases sociales, sugiriendo que podrían convertirse en frentes republicanos y democráticos, cuyos gérmenes empiezan a manifestarse en la sociedad civil actual. Mientras en paralelo se observa que grandes grupos precarios hacen eco a narrativas xenofóbicas o religiosas radicales, así como autoritarias y violentistas. No sin lógica, todo precariato tiende a ser crítico a los grandes poderes del orden económico, y luego sus contextos nacionales y sociales explican sus particularidades interpretativas frente al sistema que rechazan.

 

En lo que a nosotros concierne, el precariato peruano es mayoritariamente igualitarista y conservador. Lo dicen las encuestas sobre cultura política contemporánea de varias instituciones, y lo dice el reparto de las preferencias electorales frente a la muy próxima elección presidencial. De dónde proviene este sentido común contradictorio, y hacia dónde puede o debe ir, es una pregunta relevante para todo observador político interesado en el desarrollo del país.

 

El precariato peruano es inevitablemente igualitarista, porque padece una situación cotidianamente hostil, consecuencia de operar en contextos micro-empresariales de baja productividad (que corresponden al 95% de nuestra economía). No existe estabilidad laboral posible en estos entornos, pues la mayoría de sus emprendimientos quiebran al año y contratan por periodos breves, ofreciendo a cambio salarios de subsistencia, de aquellos que no permiten obtener los insumos básicos para conservar la salud y las capacidades productivas. El mundo rural, con sus particularidades, reproduce estas incertidumbres. Y entonces el precario peruano, que es todo menos tonto, se da cuenta de que la gran mayoría vive tan ajustada como él, salvo unos cuantos millonarios corruptos. De ello, reclama un mínimo de igualdad material y de oportunidades. No es socialista ni comunista, es simplemente un igualitarista pragmático.

 

Sin embargo, y pese a haber padecido históricos y deliberados atropellos, el precariato peruano es mayoritariamente conservador en lo económico. Es decir, asume que todos podemos progresar en el capitalismo liberal si el Estado arbitra adecuadamente el mercado, y cree que la receta para ello es universal e indiscutible: hay que esforzarnos y competir para hacer los méritos suficientes. A nuestro precariato no le resulta obvio que la mecánica de robo, abuso y explotación a la que es sometido por un grupo de grandes empresarios – que controlan a casi toda la clase política protagónica – le impide el progreso material.

 

Este contenido funcional al libre mercado, que se manifiesta con diferentes niveles de complejidad y conciencia – dependiendo del contexto y su nivel de degradación -, es suministrado y reforzado con diferentes dinámicas. Una de las más potentes es el bombardeo mediático: todos los informativos y programas políticos de alcance masivo protegen el modelo económico y su sentido común, y ningunean a sus críticos o los buscan apabullar. Abundan entre sus argumentos las causalidades absurdas, ignorantes y manipuladoras, como aquella que vincula todo acto regulatorio al comunismo que termina en inflación, o la que responsabiliza a nuestros pocos gobiernos heterodoxos e industrializadores del subdesarrollo nacional, cuando es exactamente lo contrario. Todas son tesis que provienen de los pregoneros locales de una economía que se presenta como rigurosa, lógica y absoluta, pero que fue inventada para promover el capitalismo y está lejísimos de la neutralidad sofisticada que pretende aparentar.

 

En paralelo, los grandes medios también intoxican al precariato peruano con mensajes subliminalmente consumistas y evasivos. El mercado aprovecha, y vende todo lo que puede a diferentes públicos, incluso facilitando el crédito. Y así el distraído precariato peruano anhela el éxito capitalista individual, y piensa que corresponde buscarlo hasta alcanzarlo, como personas y como país. Esta prédica engañosa también penetra el mundo rural, que tiene sus particulares consecuencias predatorias. Y el conservadurismo económico de nuestro precariato se termina de enraizar a partir de la muy deficiente oferta educativa del país: entender la conspiración mafiosa del gran capitalista peruano, y el orden económico con que la disfraza, demanda un nivel de abstracción que se consigue con experiencia reflexiva y registro de conocimiento, o con explicaciones muy didácticas y detenidas, que no abundan entre nuestros liderazgos progresistas.

 

De otro lado, el precariato peruano es políticamente conservador. No hemos construido democracia, y más bien nuestra generalidad de gobierno ha sido el régimen militar. La institucionalidad política peruana siempre estuvo al servicio de los intereses de la clase empresarial privilegiada y corrupta. En consecuencia, el precario peruano tiene un espíritu autoritario y muy ajeno a las formas democráticas, que se manifiesta en el cotidiano y en la elección de sus autoridades políticas. Ciertamente, tres siglos de sumisión pesan mucho en las costumbres y creencias, sobre todo si el imaginario colonial ha permanecido casi intacto hasta hace muy pocas décadas. A esto se suma una serie de vivencias habituales en el precariato, todas adversas a la posibilidad de conformar una ciudadanía activa, informada y crítica: desequilibrio emocional por estrés laboral y angustia frente al futuro, degradación familiar, aislamiento social por urgencias de tiempo, violencia e inseguridad en el entorno.

 

Finalmente, la mayoría de nuestro precariato padece conservadurismo sexual y de género, lo que además de ocasionar crímenes machistas y reforzar nuestro retrógrado y anti-democrático patriarcado, petardea el disfrute pleno de la intimidad y la felicidad sentimental entre las gentes. Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el catolicismo cristiano en el Perú. Algún día cada vez menos lejano, los peruanos redescubriremos la espiritualidad pre-hispánica y sabremos de la inmensurable riqueza valorativa que se pretendió extirpar: fomento de la empatía recíproca como una necesidad de equilibrio personal y colectivo, apertura a la diversidad de creencias y patrones morales, entendimiento de la sexualidad como un evento cósmico saludable, tolerancia a la diferencia sexual, cultivo masivo de la vida espiritual y de la experimentación con energías naturales profundas, desprendimiento material y preocupación por el bienestar colectivo. No es verdad que el Estado debe ser laico en el ideal, salvo simplismo materialista de fuente occidental: debe fomentar la vida espiritual de sus ciudadanos y ser neutral frente a su diversidad religiosa.

 

¿Hay posibilidades de desarrollo nacional con un precariato que demanda igualdad material y de oportunidades pero rechaza lo único que podría asegurarlo a largo plazo? ¿Hay futuro con un precariato de sexualidades insanas y machistas que quieren subordinar a la mitad femenina del país para seguir abusando de ella, física y emocionalmente? Es muy difícil, y pareciera que imposible, pero la verdad es que el cambio sigue acercándose, pues el capitalismo global no tiene respuestas para la actual crisis, y la sociedad digital facilita la organización y emergencia de contrapoderes insurgentes. Al final son élites ideológicas las que inician el cambio de sentido común, si tienen la capacidad de ubicarse y unirse, de trabajar con disciplina y paciencia, de estudiar (con o sin libros) para intentar ser visionarios, de cultivar sus vidas espirituales, de afinar sus capacidades didácticas y lógicas, y de ganar elecciones para tomar atajos en el largo camino que cualquier transformación social profunda demanda. Mentes progresistas hay entre precarios y no precarios, hay que construir y fortalecer todas las redes posibles.

 

Según la filosofía política prehispánica, ningún pasado colectivo está muerto, y mucho menos si ha sido construido durante 20 mil años. El nuevo amanecer de nuestro mundo andino peruano sigue procesándose, lentamente, así como la nueva síntesis civilizatoria que tarde o temprano vendrá, porque el hábitat natural planetario se cae a pedazos. Debo divulgar que el historiador sistémico y lógico irreductible que fue Pablo Macera, dejó esta vida asegurando que existe una élite inca activa en la sierra peruana, cuya misión es conservar en secreto los rituales y contenidos de la cosmovisión prehispánica, mientras termina el actual pachakuti (o crisis transformadora), que habría empezado en la década de 1970. Llegado el momento, estos contenidos de tiempos ancestrales podrán hacerse públicos a través de sus guardianes, cuando no haya peligro de persecución, violencia y desprecio, y puedan ser bien recibidos y aprovechados.

Es verdad que en primera vuelta se produce un desfleme de propuestas y que recién en la segunda vuelta -en la búsqueda de conquistar el centro- éstas se morigeran, pero de por sí, si nos guiamos por el formato discursivo de los candidatos, el panorama que se viene para los siguientes cinco años no es muy alentador.

Yonhy Lescano y Rafael López Aliaga, los dos candidatos más potentes (a pesar de la aparición de George Forsyth en la última medición de Ipsos), han hecho gala de un populismo desmadrado. Lescano ha anunciado controles de precios y tasas, presiones al BCR por plata, empleos en base a inversión pública; López Aliaga ha arremetido contra los monopolios mediáticos, lechero y farmaceútico con clara connotación intervencionista.

En ambos casos, no proponen el libre mercado competitivo como mecanismo de solución de los problemas que se puedan encontrar sino la intervención estatal.

A esa situación de riesgo populista se agrega el escenario de un Congreso tan o más fragmentado que el actual y, por ende, lleno de competencias internas por ver quién lanza la iniciativa más populista y demagógica. Y el problema es que a diferencia de lo sucedido con PPK, Vizcarra o el propio Sagasti, lo más probable es que esta vez estas iniciativas tengan eco en el Ejecutivo.

El último bastión contra propuestas de este tipo ha sido en los últimos tiempos el Tribunal Constitucional, pero a la vez hay que tener en cuenta que será el nuevo Congreso hiperfragmentado el que designará a los seis reemplazantes de los magistrados con mandato ya vencido. Así pues, probablemente toque en suerte un TC a la medida del populismo desembozado del flamante Legislativo.

Ya que no está Verónika Mendoza en lugar expectante, se podría descartar un cambio del modelo económico, pero sí vamos a ver infinidad de perforaciones populistas. No veremos expropiaciones, pero sí regulaciones ad hoc contraproducentes; no veremos empresas estatales creadas, pero sí injerencia en procesos privados.

No se ve muy halagueño el panorama. Queda un mes todavía por delante y podría ocurrir que los candidatos más liberales (Keiko Fujimori o De Soto), o menos populistas (Forsyth), logren crecer o mantenerse en lugar expectante y variar la perspectiva, pero la foto de hoy nos muestra un panorama sombrío.

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George Forsyth: ha detenido aparentemente su caída. Es el candidato antipolítico. La encuesta de Ipsos le da nuevos bríos. La del IEP lo debe haber postrado en la depresión. Puede jalar los votos de quienes están dispuestos a votar por cualquiera con tal de evitar que López Aliaga pase a la segunda vuelta.

Rafael López Aliaga: sigue en crecimiento. Creo que está pronto a llegar a su techo. Si hubiera empezado su rush actual de acá a dos semanas no solo pasaba a la segunda vuelta segundo sino que podía amenazar a Lescano. Lo han empezado a atacar de varios frentes no solo políticos sino también mediáticos. Hay quienes creen que los ataques ayudan porque colocan la marca. No, los ataques hacen daño. Pronto se detendrá su ascenso y probablemente empiece a descender.

Keiko Fujimori: está condenada a no salirse de su eje de campaña y apostar a que el voto duro fujimorista -mucho del cual está escondido- a la hora de acercarse a las urnas se manifieste. Si desciende López Aliaga ese voto se dividirá entre Keiko y De Soto. Para la lideresa de Fuerza Popular es una partida de póker. No puede perder la calma.

Verónika Mendoza: es mala candidata. Lo ha sido y lo es. La izquierda debió buscar otro rostro. Su discurso es inasible, oenegero. Encima, equivocadamente trató de migrar al centro sin percatarse de que ésta era una elección polarizada. Sus huestes se han dedicado a pelear con los morados de Guzmán en lugar de confrontar con Lescano, que es quien los ha pulverizado en sus bastiones históricos.

Daniel Urresti: es un buen candidato, pero debió buscar otro convoy electoral. Ir de la mano con el conspirador Luna Gálvez, el mandamás de la principal universidad trucha del país y además comprometido en procesos judiciales, ha terminado por complicarle vida a quien, corriendo en otro vehículo, pudo y debió haber sido quien ocupase hoy el lugar de Lescano.

Hernando de Soto: reaccionó tarde, pero al final lo hizo. Tendría que duplicar su intención de voto para entrar a la segunda vuelta. Pero crecer cinco o seis puntos en un mes es perfectamente factible. Todo depende de que sepa sostener su campaña y no desaparecerse por temporadas como hizo hasta hace poco. Hace bien en confrontar con López Aliaga: son sus mismos votantes. De taquito, también podría intentar quitarle algo a Keiko.

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«Las carreteras correrán solas, buques y aviones en pelotón y las corvinas, sobre las olas, nadarán fritas con su limón». Siempre, en cada proceso electoral peruano -sea para elegir Presidente/Congresistas o Alcaldes/Gobernadores Regionales- resuenan en mi cabeza estos versos que, con socarrona chispa criolla, grabó el recordado «Carreta» Jorge Pérez, en su etapa como cantante del dúo Los Troveros Criollos, allá por 1954.

Ese valsecito picado, compuesto por la poeta y periodista limeña Serafina Quinteras (1902-2004) -madre de Blanca Varela, nada menos- hace casi setenta años, lleva por título Parlamanías y es, por supuesto, una aguda y graciosa burla de todas las ridículas promesas que suelen hacer los candidatos para llegar al poder. «Haremos casas de ochenta pisos, ómnibus nuevos ¡más de cien mil!» secunda entusiasta Luis Garland, el otro trovero, para complementar al «Carreta» que en la primera estrofa anuncia que, con sus «mil planes de todo tamaño, de todo calibre, de toda extensión y gracias al rey mago, vueltas de campana dará la Nación».

Pero esta vez es diferente. Lamentablemente, las múltiples indigencias -intelectuales, ideológicas, lingüísticas y, las peores de todas, las espirituales- que exhiben (casi) todos los aspirantes a la Presidencia del Perú en estas elecciones del Bicentenario hacen que uno deje de sonreír, incluso recordando la mencionada cancioncita que, por cierto, nadie propala en radios criollas en estos días a pesar de su aplastante vigencia, merced de una ingeniosa y palomilla letra que podría funcionar como antídoto de buen humor ante tanto descaro.

Y es que una revisión ligera de este elenco de extras, algunos con un poco más de experiencia que otros sobre las tablas del teatro de máscaras que es la politiquería local, produce tanta rabia, frustración y vergüenza que ya no basta el escapismo que nos ofrece nuestra tradición musical, tan pródiga en salidas jocosas para todo tipo de situaciones. Pero si nos fijamos, hay una enorme cantidad de canciones, de todo género y época, que podemos dedicarles a nuestros abnegados aspirantes al sillón presidencial que, en esta campaña tan corta, vienen alcanzando picos nunca antes vistos de ridiculeces y bajezas.

A veces me pregunto, ¿acaso soy el único peruano que siente deseos de callar a Acuña, a Urresti, a Forsyth o a De Soto con The five year plan, clásico de 1987 de D.R.I., el políticamente incorrecto cuarteto tejano de thrash y hardcore? ¿Soy el único que quiere subirle el volumen al máximo a God hates us all (Slayer, 2001) para que los gritos blasfemos de Tom Araya silencien las peroratas fanáticas de López Aliaga, de Arana, de Beingolea, de Keiko? ¿No dan ganas de vestir cada entrevista, reportaje o comercial de Guzmán, Salaverry, Lescano, Mendoza o Humala con las divertidas notas de Mentira (álbum Clandestino, 1998) del gitano trashumante Manu Chao? ¿Nadie más que yo se pone a tararear el tema central de Los Pitufos (Hoyt Curtain, 1981) cuando escucha, de casualidad, apellidos como Santos, Vega Antonio, Cillóniz, Gálvez, Alcántara, Castillo, asociados a noticias electorales?

A riesgo de «oler a espíritu adolescente» como el título de aquel himno grunge que vociferaba Kurt Cobain en 1991, declaro mi absoluto desprecio por el presente proceso electoral. Y cuando imagino alguna banda sonora para acompañar los rostros contrahechos y los discursos retorcidos, las palabras y promesas vacías de los candidatos, los “debates” en los que brillan más las chavetas que las ideas, las preguntas insulsas de periodistas jóvenes que no tienen lo que hace falta para exponer a los embusteros y los análisis y entrevistas grandilocuentes de los programas dominicales, expertos en no llamar a las cosas por su nombre; pienso más en las diatribas lisurientas de los vascos de La Polla Records que en esos jingles de América TV, Canal N o Frecuencia Latina que pretenden hacer que esta campaña caricaturesca suene a rally norteamericano entre demócratas y republicanos y no al circo de horrores que es.

 

Pero si de rock en nuestro idioma se trata, podemos acudir a La marcha de la bronca, aquel himno de protesta compuesto en 1970 por Miguel Cantilo, pionero del rock gaucho, para el primer LP del dúo Pedro y Pablo –que completaba Jorge Dieritz. O a Los Prisioneros. Jorge Gonzáles, líder indiscutible del trío chileno, escribió canciones como Nunca quedas mal con nadie (1984), ¿Por qué los ricos?, Quieren dinero (1986) o Usted y su ambición (1987), que podríamos dedicar a cualquiera de los candidatos, en especial los de corte empresarial y ultraderechista.

«El problema, señor, será siempre sembrar amor», cantaba el cubano Silvio Rodriguez (álbum Rodríguez, 1998) después de reflexionar, en el marco de una desolada melodía arrancada a su preciosista guitarra acústica, sobre las cosas que aquejan al mundo, como la política rapaz, la religión, la incomunicación, las revoluciones fallidas. Y si a alguien le da urticaria la mención al cantautor del castrismo, entonces le propongo A quien corresponda del catalán Joan Manuel Serrat (álbum En tránsito, 1982), una carta abierta al Dios de su preferencia en la que le reclama, entre otras cosas, «que el mar está agonizando, que no hay quien confíe en su hermano, que la tierra cayó en manos
de unos locos con carnet».

Y así, entre trovadores, metaleros extremos y dibujos animados, la campaña con sus encuestas, los mohínes disforzados de sus personajes de ocasión -que van desde impostadas sonrisitas hasta fingidas indignaciones y abiertos cinismos-, se va oscureciendo hasta acercarse a su verdadera dimensión: un agujero negro de naderías y lugares comunes con la coral Ave Satani, compuesta por Jerry Goldsmith para el clásico film de terror La Profecía (Richard Donner, 1976) de fondo, la misma que, dicho sea de pasada, identificaba en ciertos programas cómicos al Alan Damián que padecimos en dos ocasiones (1985-1990 y 2001-2006).

Pero si se trata de describir con precisión de cirujano la pobreza de la política local y mundial, ninguna canción supera a Cambalache, un tango compuesto por Enrique Santos Discépolo (1901-1951) y popularizado por el uruguayo Julio Sosa (1926-1964) en los años cincuenta, la misma década en que Los Troveros Criollos lanzaron las Parlamanías. Mi generación conoció el genial libelo argentino gracias a Juan Ramírez Lazo, legendario hombre de radio que lo ponía todos los días al iniciar su programa de noticias en las recordadas estaciones de AM y FM Radio Victoria y Radio Cora.

Es difícil, casi imposible, encontrar expresiones musicales nativas que describan la desazón política actual sin necesidad de caer en el insulto subte, con excepciones como el primer álbum de La Sarita de 1999 (Más poder, ¿Qué pasa?) o el cantautor Jorge Millones quien, en discos como Crítica de la miseria pura (Kskabel Producciones, 2014) lo hace con cierta imaginación y moderado lenguaje, aún cuando su relación conyugal con una de las candidatas en carrera sea, para muchos, más que suficiente para cuestionar su imparcialidad.

Quinteras escribió Parlamanías quizás pensando en el Apra y la Unión Nacional Odriísta. O en el Parlamento del gobierno inconcluso de Bustamante y Rivero. Pero sus estrofas le van como anillo al dedo a nuestra actualidad: «Vamos al Congreso a hacer firuletes, una vida nueva vamos a empezar. Vamos a rajarnos hasta los juanetes, no defraudaremos la fe popular». ¿Le suena familiar?

BONUS TRACK: En su espectáculo de 1999 Unen canto con humor, el extraordinario conjunto humorístico y musical de instrumentos informales Les Luthiers hacen un retrato fidedigno de cualquier candidato a la Presidencia, en su rutina Vote a Ortega. Dicen en la presentación: «… el doctor Alberto Ortega siempre supo poner por encima de los mezquinos intereses partidistas, los supremos intereses personales; porque cada vez que lo creyó necesario, no vaciló en dividir a su propio partido, hasta convertirlo en el más partido de todos; porque es un prohombre respetado por propios y ajenos, insobornable custodio de lo propio, inflexible amigo de lo ajeno, y por último, porque es incapaz de una traición, es incapaz de una falsa promesa, es básicamente incapaz». Cambie usted “Dr. Abelardo Ortega” por el candidato de su preferencia y listo.

 

“Revolución Caliente (Una historia del Perú)” es la nueva entrega del polifacético Rodolfo Ybarra -poeta, novelista, ensayista y cuentista- quien siempre destaca en el ámbito artístico. Se trata de una novela que nos lleva a las décadas de los ochenta y noventa y nos recuerda lo difícil que era vivir en esa época.

 

Configurada en tres partes llamadas período autóctono, período colonial y período de independencia, en cada una de ellas encontramos la vida contracultural de ciertos artistas de distintos géneros musicales, los cuales van recobrando vida de acuerdo con la perspectiva con que el narrador protagonista relata ciertas anécdotas.

 

“Revolución Caliente” surge de un pregón popular que se encuentra como epígrafe de la novela: “Revolución caliente, música para los dientes; azúcar, clavo y canela, para rechinar las muelas. Por esta calle me voy, por la otra me doy la vuelta, la chinita que me quiera, que me deje la puerta abierta” (7).

 

Es decir, la incertidumbre, el tedio vital, la desesperanza, la falta de decisión y de control son motivos literarios que se perciben a través de toda la historia.  Definitivamente, esta novela nos sumerge en los problemas vitales que se dieron durante estas décadas de violencia y corrupción (aunque esta última no tiene cuándo acabar).

 

Es interesante mencionar que esta novela, narrada en primera persona, nos da una visión totalizante de lo que era el Perú, pero desde una perspectiva única. El ritmo y la intensidad del lenguaje son vitales en su conformación, puesto que a veces se encuentran ciertos párrafos que parecieran ser ráfagas lingüísticas, a la manera del flujo del inconsciente o monólogo interior joyciano, lo cual es un gran acierto.

 

De la misma manera que nos enfrentamos a novelas ya consagradas como “Rayuela” de Julio Cortázar, o “El obsceno pájaro de la noche” de José Donoso, “Revolución Caliente” propone una lectura interactiva, en la que el lector tiene que reconstruir distintas historias y darles un significado al juntar todas las piezas para lograr una visión global al final del rompecabezas.

 

Compuesta por distintas historias que se entrelazan resaltadas bajo perspectivas múltiples, “Revolución Caliente” es una novela posmoderna en su totalidad.  Está conformada por segmentos narrativos de distintas vertientes, de reflexiones, de historias, de orígenes y de búsqueda. Política, música, arte se confunden con problemas de violencia, con indagaciones personales y con coqueteos adictivos; los jóvenes de esa época pierden el control y la brújula en su entorno social y político.  Una nación que arrastra un pesar, una nación sola y tediosa que no ampara sino desampara y deja de lado a sus habitantes. “Revolución Caliente” propone una lectura intensa, ávida (son seiscientas páginas) en las que se reflexiona sobre la situación de un Perú enfermo. Desde lo personal, amoríos y problemas anecdóticos de parejas como conceptualizaciones y definiciones de búsquedas internas, “Revolución Caliente” propone una lectura de introspección, crítica hacia los políticos y las instituciones que de hecho no han servido durante el colapso de esta pandemia.  En uno de los últimos segmentos narrativos encontramos un cuestionamiento:

 

203. ¿Por qué nos levantamos?

 

Vivimos en un sistema injusto, donde el hambre y la opresión son la consigna de todos los días. Lo que llaman “democracia” es un invento burgués para justificar los abusos contra del pueblo. Los derechos no existen. Los deberes son el látigo con el que se castiga a los trabajadores, obreros, campesinos, empleados, amas de casa, jubilados, etc. Al pobre solo le quedan deberes que cumplir en nombre de esa triquiñuela que llaman “libertad”, “democracia”, “el gobierno de los pueblos por los pueblos” y toda esa mierda con la que tiene secuestrado a un país entero. Por eso, nos levantamos y tomamos las calles (569).

 

La voz narrativa cuestiona frecuentemente el abuso y la corrupción que han menguado las vidas de los peruanos desde hace muchos años atrás. Hastiada por todos los conflictos políticos y sociales, la voz narrativa hace frecuentemente llamados para concientizar y alertar a un lector activo.

 

Asimismo, la voz narrativa utiliza un lenguaje irónico donde hace guiños a la realidad y reflexiona con una introspección de su vida y su quehacer cotidiano.

 

Finalmente, “Revolución Caliente” trata también de los orígenes de movimientos contraculturales, del rock subte, de la letra de canciones configuradas por párrafos con un lenguaje intenso. Rodolfo Ybarra nos muestra la complejidad de un Perú pandémico que necesita una vacuna mental anticorrupción para mejorar nuestro futuro como nación, y sentir que llegamos a las puertas de un Bicentenario justo.

 

Muy recomendable.

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