Opinión

Una de las inquietudes que más acompañan a los observadores de la política peruana es nuestro déficit de gobernabilidad. Por qué nunca hemos sido capaces de tomar grandes acuerdos e implementarlos en el mediano y largo plazo, se preguntan públicamente. Por qué seguimos fragmentados, polarizados y, en consecuencia, persistentes en el rezago mundial y el subdesarrollo. Por qué, nuevamente, una crisis de origen natural nos muestra incapaces de respuesta.

 

Hacer gobierno democrático no es otra cosa que buscar equilibrios estables en el tiempo. La  gobernabilidad suficiente es una oferta político-estatal que satisface a la gran mayoría de una demanda ciudadana, siendo que al interior de ambas fuerzas hay conflictos y alianzas. A esto se suma la preminencia legal de la autoridad pública, para fines de impedir el incumplimiento de las reglas acordadas y de dirimir conflictos. Los demandantes más poderosos influyen formal o informalmente sobre el gobierno, que también es capaz de realizar actos ilegales o inmorales.

 

Si esto es así, nuestros pendientes para alcanzar equilibrios políticos estables saltan a la vista: débil oferta estatal (institucionalidad política y aparato público muy disfuncionales), y orden económico sólo satisfactorio para una minoría privilegiada de la demanda ciudadana, que corrompe al Estado para sus fines y abusa de una mayoría depredada. Como es de esperarse, oferta y demanda están muy alejados de las valoraciones y formas democráticas, y de los equilibrios estables.

 

Se ha venido sugiriendo, desde hace algunas décadas, que gran parte de la solución a este déficit de gobierno es un paquete reformista exitoso, que abarque institucionalidad política y administración pública. En cuanto a lo primero, además de calidad de representación y participación, se plantean candados anti-golpistas en las relaciones ejecutivo-legislativo de nuestro sistema político. Y la verdad es que resulta hasta ingenuo esperar que una mayoría de congresistas y sus partidos quieran sacrificar poder político en nombre del país, y que sus financistas quieran exponer la legislación del modelo a una ciudadanía empoderada frente a sus representantes. Lo del aparato público eficiente también es quimera: de dónde van salir masas de buenos profesionales en una economía rezagada como la nuestra, donde hay una insignificante oferta educativa de calidad. El problema de fondo es económico: no hay equilibrio gobernante duradero – ni cerrojo que lo asegure – en la asimetría extrema favorable a unos pocos.

 

La historia de los países más gobernables manifiesta un orden opuesto al reformismo descrito, donde lo económico abre trocha a lo político. Se trata de sociedades que han ingresado a la lenta construcción de una democracia gobernante por medio de procesos que igualan clases sociales,  incluyendo en los beneficios del progreso a grandes grupos humanos. Ese fue el papel de las llamadas revoluciones burguesas, como la inglesa, la francesa, la norteamericana u otras europeas: igualaron a buena parte de sus grandes mayorías, que eran sus burguesías emergentes. Y a partir de ese equilibrio estable en el largo plazo, fueron perfeccionando sus instituciones políticas y estatales, y universalizando derechos sociales hasta consolidar estabilidades democráticas, en la segunda mitad del siglo XX. Desde luego, nada de esto fue barato: lo hicieron con las ventajas comparativas que produce colonizar por siglos, lo que les permitió industrializarse y, finalmente, costearse un Estado de bienestar.

 

El punto, harto conocido, es que nosotros tuvimos un destino radicalmente opuesto. Mientras ellos se empezaban a igualar para unirse y tomar históricos acuerdos fundacionales, nosotros heredábamos – de una España todavía muy medieval – un modelo económico primario-exportador inestable por naturaleza, y sin ninguna posibilidad de industrializarse para dar empleo masivo de mínima calidad. Eso nos catapulta como una sociedad profundamente asimétrica, conformada por una pequeña minoría hispanista privilegiada – coludida con políticos mafiosos – y una gran mayoría sin educación y depredada en diverso grado. El paquete incluye la voluntad de continuar subordinando política, económica y culturalmente al hombre del Ande, de explotarlo e incluso asesinarlo, si pretende oponerse a las inversiones del Perú oficial. Por último, el virreinato dejó un Estado corrupto, centralista y sin capacidad de penetración – represiva y simbólica – en extensos territorios del país.

 

Ese fue nuestro proyecto de nación en la práctica. Lo que para otros significó revoluciones igualitarias que posibilitaron democracias gobernantes, para nosotros implicó sólo un cambio de colonos y de ciertas apariencias formales, bajo la explícita intención de no modificar el orden económico precedente. En términos de gobernabilidad, la herencia inmediata es una sociedad política convulsiva y militarista, muy ajena a la estabilidad política y al afán de construir una democracia.

 

Cuánto ha cambiado de aquello en 200 años. Claramente no lo suficiente como para pretender equilibrios de gobierno duraderos. El modelo primario-exportador y su orden social resultante siguen vigentes: se calcula que el 85% de peruanos ganan del sueldo mínimo hacia abajo y que el 50% tiene salarios menores a 500 soles. El modelo sólo asegura calidad de vida a menos de un 15%, y hace millonarios a unos cuantos cacos de traje. La administración pública sigue siendo operativamente insuficiente, centralista y corrupta, aun cuando últimamente ha tenido cierta modernización inercial, básicamente tecnológica. Nuestra institucionalidad política es severamente deficitaria en cuanto a cantidad y calidad de representación, y desincentiva la aparición de nuevos partidos y liderazgos.

 

Lo que sí ha mutado es nuestra relación con el campesino indígena, aunque la agricultura familiar sigue olvidada, y por ello nuestros mayores bolsones de pobreza son rurales. Muy lentamente, recién a partir de finales del siglo XIX, empieza a haber mínimos cambios en el orden de explotación legal que seguía sometiendo a nuestra población andina: el gran golpe final a lo que parecía no ceder, lo asesta Juan Velasco Alvarado. Y la violencia terrorista, cuya principal víctima es el campesino de la sierra, completa la dramática lección histórica. Hoy el racismo es condenado públicamente y desde todo sentido común. Sigue habiendo desprecio y olvido estatal hacia nuestros andes, pero cada vez menos. Y de a pocos, comienzan a ser respetadas nuestras culturas ancestrales, salvo que sus peruanos no tienen existencia política en el congreso.

 

Desde la independencia a la fecha, hemos tenido 68 gobiernos (1 cada 2 años y medio), de los cuales sólo 21 obtuvieron el mando por elecciones, muy excluyentes hasta antes de 1980. Hemos estado sujetos a 12 constituciones (1 cada 15 años). Claramente ha habido un alto grado desgobierno; es decir, equilibrios inestables entre oferta y demanda políticas, y muy breves para lo que requiere un país que inicia su construcción republicana con las finanzas públicas en quiebra, y tras 300 años de servidumbre, explotación y asesinato, tanto humano como moral y cultural.

 

El bicentenario nos encuentra en nuestro tiempo más deficitario en términos de gobernabilidad, lo que se expresa en el rechazo general a la clase política y los partidos, en las dos renuncias presidenciales de los últimos cinco años, en la baja popularidad de nuestros candidatos a palacio, en el rápido declive de popularidad de nuestras gestiones de gobierno, y en varios otros. Nuestra demanda ciudadana está al límite de la insatisfacción, debido a que la oferta político-estatal fomenta, facilita y refuerza – mega corrupción incluida – el modelo primario-exportador en su versión más global y predatoria. Este se inició en 1990, y tras dos bonanzas pasajeras, está desbordado por la pandemia, y sin respuestas a sus naturalezas precarizantes luego del último ciclo exportador.

 

A esta inestabilidad crónica se suma otra de las caras de la globalización: las nuevas tecnologías de la información. Como se sabe, debido a su bajo costo y a su infinita capacidad divulgativa en tiempo real, han generado ciudadanías más reactivas, notorias e influyentes, y han transparentado la acción pública, lo que ha erosionado la legitimidad política a nivel mundial. Así, tenemos una demanda política mayoritariamente depredada pero mucho más conciente y poderosa, y una oferta político-estatal conservadora, hoy en pública alianza con el gran empresariado. De dónde podría haber gobernabilidad democrática.

 

La única solución realista para esta imposibilidad gobernante es ponernos al día con la historia, igualar de verdad. Sólo eso podrá consolidar un estado-nación legítimo, y nos dará gobierno en el largo plazo. Es claro que decirlo es muchísimo más fácil que hacerlo: no está al alcance de nuestra economía crecer lo suficiente como para repartir riqueza e igualarnos en calidad de vida: somos un país irremediablemente rezagado bajo el orden mundial vigente, donde el desarrollo es privilegio de países que colonizaron, se industrializaron y se democratizaron en siglos. El liberalismo económico no está hecho para llevar a países pobres hacia el bienestar, y el desarrollismo industrializador requiere de insumos y plazos con los que no contamos. De ello, no queda otro camino inicial de cambio que el de la austeridad compartida en democracia, con derechos sociales lo más extendidos posible.

 

Este modelo de desarrollo, pendientes de detallar en próximas columnas, implica sacrificios y tiene segura resistencia en los tiempos que corren, pero es tan lógico como la estrategia de una numerosa familia pobre que quiere progresar sin poner en riesgo su salud y unidad: hacer un pacto de ayuda mutua, consumir lo indispensable, y de a pocos ir alcanzando los insumos que le permitan competir para lograr sus mayores sueños. El gran problema de nuestro país, es que hay un grupo de familiares que no son pobres, y son los más reacios a dejar sus placeres consumistas. Unos cuantos de ellos quieren mantener el sistema que les permite seguir abusando, y complotan  en esa dirección. Y el resto – que podría empujar muy bien el cambio – no es concientes de la relevancia de un consumo inteligente para terminar con nuestro atraso, y más bien fomentan lo contrario desde sus alcances en redes. Salvando escalas, así de sencillo es el asunto, sobre todo si logramos mirarlo sin velo.

Según el IEP, un 39% de la población se define de centro, aunque, más allá de tal autoidentificación, el desplome vizcarrista y la polarización de la campaña han afectado el lugar aquel donde siempre se ha dicho que un candidato debe posicionarse si quiere llegar a Palacio.

Particularmente, en esta elección veo difícil que se reedite ese axioma según el cual se sube al poder por el centro y aquel candidato que lo conquiste tendrá los parabienes en las urnas. Por el contrario, la ciudadanía va a votar de muy malhumor, hastiada de la pandemia, de la crisis económica, de los escándalos éticos (el último, el vacunagate), de las crisis políticas sucesivas que venimos sufriendo desde el 2016, etc. Y ese votante irritado no va a buscar una fórmula acomedida ni moderada.

Cae Forsyth y cae Guzmán, son las dos principales caídas en la encuesta del IEP. ¿Quién más queda al centro? Ollanta Humala, con 2.4%, está en el juego. Muy bajo y difícil de remontar, siendo además el candidato con el mayor antivoto (más que Keiko Fujimori, inclusive), pero por las vueltas que dan las elecciones en el país podría crecer y de repente dar una sorpresa.

Lo que no se entiende es el giro estratégico de Julio Guzmán convocando a alguien como Richard Arce, quien personalmente me parece uno de los más lúcidos políticos de la izquierda peruana. Pero no le aporta nada. ¿Acaso Guzmán le va a quitar votos a Lescano, Mendoza o Castillo? Guzmán debe morir en su ley centrista, como reza su propio lema de campaña. Y lo que tiene que hacer es un giro radical de su perfil electoral porque él es el problema (la votación congresal del partido Morado triplica la del candidato presidencial).

Veinte años de centrismo, solo interrumpidos por la gestión claramente derechista de Alan García, de hecho han mellado los créditos de esa opción. Personalmente, creo que lo que mejor le vendría al Perú es un shock derechista promercado, pero no me resulta ininteligible que la gente también quiera esa radicalidad por la izquierda. Pero si eres consustancialmente de centro, termina pues en tu palo, que el disfraz no se lo va a creer nadie.

Parece mentira, pero encontrar música no convencional, que sea estimulante, diferente, en estos tiempos de YouTube, Spotify y Netflix es tan difícil como lo era hace 35 años, cuando las únicas fuentes de información que teníamos eran los medios alternativos, los piratas de la Av. Colmena y los canales 27 y 33 UHF.

Y la razón es la misma: el monopolio del mal gusto y la baratura que se ejerce desde los canales formales de difusión masiva que, para mantener la lógica de lo que sea comercialmente rentable a la primera y en el mayor volumen posible, privilegian los sonidos repetitivos, homogéneos del reggaetón, la cumbia y el latin-pop; promueven el consumo exclusivo de las cantaletas de moda para la fiesta, la juerga interminable y el “glamour” farandulero de lujos materiales y satisfacción de pulsiones primarias.

Los medios masivos, tanto los tradicionales como sus versiones online, se fijan a diario hasta en la última morisqueta de J. Lo o la nueva visera de Nicky Jam pero desprecian, desconocen e invisibilizan la existencia de otros universos sonoros, menos epidérmicos y superficiales, que exploran emociones y exigen un mínimo de inteligencia para ser entendidos. Eso no vende pues, eso no le gusta a la gente.

Solo a través de las revistas especializadas que se siguen editando en Inglaterra y Estados Unidos -y a algunos grupos de redes sociales nacionales e internacionales- uno puede enterarse de qué está pasando en la vanguardia mundial, más allá de los límites del pop-rock gringo que imponen las emisoras dedicadas a la categoría «anglo» (con la excepción honrosa de Doble 9, por supuesto), para las cuales solistas como Lady Gaga o Lana del Rey son lo más arriesgado que ha surgido en los últimos veinte años y grupos como Maroon 5, Muse o Coldplay son tan clásicos como Toto, Led Zeppelin o The Police.

A través de una de esas publicaciones de alta calidad gráfica y periodística (ojo, no son fanzines de bajo presupuesto, marginales) conocí a iamthemorning -así, todo junto y en minúsculas-, un dúo ruso que ya lleva más de una década produciendo música etérea y fantasmal, mezcla de la oscura sensibilidad de Tori Amos y la musicalidad virtuosa de Rick Wakeman.

Marjana Semkina (voz, guitarras acústicas y eléctricas) y Gleb Kolyadin (pianos, teclados) comenzaron su camino artístico en San Petersburgo, en el año 2010 y, desde entonces, han acumulado elogios y seguidores entre el público adulto-contemporáneo amante del rock progresivo pero también entre las comunidades universitarias que disfrutan del llamado «pop barroco», rótulo que suele aplicarse a un amplio y diverso rango de artistas, desde los escoceses Belle & Sebastian (bastión de los hipsters limeños) hasta la canadiense Loreena McKennitt.

El sonido de iamthemorning no puede, sensu stricto, ser considerado algo nuevo. De hecho, tiene más conexiones con la música de cámara, de salón decimonónico, que con las nuevas tendencias del prog-rock, género en el que se les suele ubicar. Gleb Kolyadin (31) es un pianista de formación académica que, en sus ratos libres, compone piezas sinfónicas para teatro y, hasta antes de la pandemia, se ha presentado como concertista de frac y corbata michi. Y Marjana Semkina (30) escribe historias lúgubres y decadentes, con referencias a la literatura victoriana y exploraciones psicológicas sobre la depresión, la tristeza y la muerte. Pero como ocurre en otras artes, la recuperación y uso de elementos del pasado, cuando se hace con creatividad, adquieren un perfil novedoso ante la falta de contenido de lo más moderno.

Para entender el rollo musical de iamthemorning, hay que despojarse de los prejuicios que forman el concepto masivo de lo que es pop y buscar la conexión con esas emociones dormidas, no todas positivas o luminosas, de las que normalmente queremos escapar. A primera escucha estas canciones pueden sonar lentas y aburridas pero esconden, en los entresijos de sus compases, extrañas melodías y progresiones inspiradas tanto en la música clásica como en compositores minimalistas de la vanguardia contemporánea (Philip Glass, Steve Reich). Música pop para mentalidades que buscan trascender lo cotidiano.

Luego de lanzar de manera independiente su primer disco en el año 2012, titulado ~, el dúo recibió el apoyo del multi-instrumentista, productor y líder de Porcupine Tree, Steven Wilson, una de las personalidades más influyentes del rock progresivo actual, quien los contrató para su sello discográfico Kscope Records, con quienes grabaron tres álbumes, Belighted (2014), Lighthouse (2016) y The bell (2019). En diciembre del 2020, la banda lanzó un EP titulado Counting the ghosts, cuatro canciones navideñas “para celebrar el fin de un año terrible”.

En el camino, el pianista Gleb Kolyadin lanzó su primera producción como solista con una banda integrada por legendarios músicos como Gavin Harrison (batería, Porcupine Tree/King Crimson), Steve Hogarth (guitarra, Marillion), Theo Travis (vientos, Gong/The Steven Wilson Band), Jordan Rudess (teclados, Dream Theater) y Nick Beggs (bajo, también de la banda de Wilson y ex integrante del grupo ochentero Kajagoogoo, que en 1983 triunfó mundialmente con la canción Too shy).

La mejor manera de escucharlos es a solas y con audífonos. En su perfil de BancCamp iamthemorning (bandcamp.com) están disponibles todos sus discos, sin interrupciones. Y, si quieren hacerlo gratuitamente, en YouTube, aunque tengan que aguantar los odiosos avisos de Claro, Telefónica o TikTok. Una buena puerta de entrada es Ocean sounds (2018), DVD en vivo desde un estudio en Giske, un pequeño y solitario pueblo de Noruega, con grandes ventanales que permiten ver el paisaje nórdico en toda su espectacular belleza. Semkina y Kolyadin son acompañados en esta tocada intimista por los músicos Karl James Pestka (violín), Guillaume Lagravière (cello), Joshua Ryan Franklin (bajo) e Evan Carson (batería, percusión). Canciones como Inside, 5/4 o To human misery valen la pena hacer la prueba.

Que no nos engañe su aspecto lánguido e infantil. Estos jóvenes llegan desde la fría y monumental Leningrado, la misma ciudad que vio nacer a Dostoievsky, Pushkin y Rimsky-Korzakov, para espiar nuestra interioridad, hurgar entre sus pliegues anestesiados por los ruidos urbanos y las noticias de baja calaña de la política local; para ver si todavía queda algo por conmover allí dentro, y así romper con esa distracción que nos aleja de nuestras propias emociones, muchas de las cuales no son tan divertidas como aseguran la publicidad y los artistas de moda.

Tags:

iamthemorning

Verónika Mendoza sigue en lugar expectante (entre segundo y tercer lugar, según las más importantes encuestas), pero está congelada desde hace tiempo. Ni sube ni baja.

Ha cometido un error estratégico hondo: tratar de buscar el centro, como, al parecer, algunos de sus asesores le han aconsejado. En esta elección polarizada, donde el asco cívico por el escándalo del vacunagate hará que los ciudadanos busquen opciones frontales y radicales, su centramiento no la ayuda sino que la perjudica.

Su mensaje de cambio de Constitución o algunas de sus propuestas (como la de “reordenamiento territorial”) son ininteligibles para la mayoría de ciudadanos. En ese sentido, no es casualidad que Yonhy Lescano le haya arrebatado el sur y el centro populares y sea hoy en día quien encabece las encuestas. Un populista de centro izquierda ha sabido dirigirse mejor al pueblo que una izquierdista orgánica como Mendoza.

Y en la búsqueda del centro ha perdido la posibilidad de capitalizar el desplome del voto antipolítico de Forsyth y ha albergado la posibilidad de que a su izquierda prospere una candidatura como la de Pedro Castillo (felizmente para ella, un desangelado Marco Arana parece condenado a no pasar la valla, aunque su logo puede pesar el día mismo de las elecciones), que le quita votos cruciales.

Que Mendoza no le atribuya después su eventual derrota a una conspiración mediática o a una jugada sucia de la derecha empresarial. Gracias a la nueva legislación electoral, el dinero casi no pesa en esta campaña, y que se vea, Verónika Mendoza recibe casi la misma cobertura que otros candidatos, en radios, televisión y prensa escrita.

Si la candidata de Juntos por el Perú no sube en las encuestas no es tampoco por falta de techo. Según diversas mediciones alrededor de un 30% de la ciudadanía peruana se define de izquierda. Margen tiene para crecer. Es por sus propios errores que no lo hace.

Por supuesto, el margen de varianza es altísimo en el Perú. Estamos a poco más de un mes de las elecciones y las estrellas en ascenso de hoy pueden languidecer y empezar a caer, y algunos de los que hoy parecen ya relegados pueden empezar a crecer y dar la sorpresa. Nada está dicho.

Siempre en momentos difíciles es bueno ocupar la mente y no pensar en esos políticos tan decadentes que se están presentando a la presidencia de nuestro país. Es una tortura escucharlos y constatar que con cualquiera de ellos nos quedan muchos años más de miseria porque nadie tiene la preparación suficiente ni se pone la camiseta por el Perú profundo, sino que hacen gala de su demagogia para sus propios beneficios personales o sus grupitos de poder.

Avanzando con mi Antología Poética del Bicentenario, estoy reencontrándome con lecturas valiosísimas y profundizando en la investigación de escritores que han sido poco estudiados y publicados en el Perú.

Este es el caso de la poeta Esther Margarita Allison Bermúdez (Huacho, 1918-Lima, 1992), de familia de periodistas, que siempre mostró gran interés por las letras y por la escritura. Su abuelo fue el fundador del periódico The Callao y de la Lima Gazette y ella recibió diversos premios por su labor periodística tras egresar de la universidad, donde estudió pedagogía.

En su poesía se encuentra una voz agradecida que canta la naturaleza y exalta su entorno sin ocultar su fervor católico. Asimismo, utiliza muchos símbolos, haciendo gala de una imaginería rica y de precisa expresión, pues demuestra un manejo absoluto de los ritmos del verso clásico sin dejar de ser moderna en el tratamiento de sus temas. No por nada el consagrado crítico y poeta Ricardo González Vigil ha dicho que está a la altura de Gabriela Mistral, la gran poeta chilena que recibiera el premio Nobel en 1945.

Tras vivir cerca de veinte años en Monterrey, México, volvió al Perú en 1984 y falleció en Lima en 1992, sin buscar fama, reconocimiento ni “visibilidad”, fiel a su humildad cristiana.

La investigadora mexicana Leticia Hernández le dedicó su tesis de maestría en la Universidad de Nuevo León, que se convirtió en el mejor libro sobre ella, titulado Esther M.Allison: una poeta peruana en Monterrey, publicado el 2008. Fue esa ciudad mexicana que la adoptó como poeta propia y donde se le guardan los mejores recuerdos.

Pero Esther Allison no es un caso aislado en nuestra tradición poética. Hay muchas mujeres que merecen mayor estudio y difusión y que solo en las últimas décadas han empezado a ser tomadas en serio en antologías y trabajos críticos, aunque estos terminan siendo parciales o eclipsados por la temática de género o por reivindicaciones “políticamente  correctas”.

A los nombres de Magda Portal y Catalina Recavarren hay que añadir los de poetas de la generación siguiente, la del 50, como Yolanda Westphalen (1925-2011), Julia Ferrer (1925-1995), Rosa Cerna Guardia (1926-2012), Sarina Helfgott (1928-2020), Lola Thorne (1930-1990) y Cecilia Bustamante (1932-2006). No olvidemos, dentro de la misma generación, a la super publicitada Blanca Varela (1927-2009), considerada por algunos como la mejor poeta mujer del Perú.

Luego vienen las poetas del 60 y el 70, como Carmen Luz Bejarano (1933-2002), Elvira Ordóñez (1934), Rosina Valcárcel (1947), Carmen Ollé (1947), Ana María García (1948), Sonia Luz Carrillo (1948), María Emilia Cornejo (1949-1972), Giovanna Pollarollo (1952), Marita Troiano (1953) y otras que no nombro por falta de espacio. Entre las poetas quechuahablantes del mismo grupo, destacan Gloria Cáceres (1947) y Dida Aguirre (1953).

¿Adónde voy con todo esto? A que es necesario revisar nuestro canon de manera cuidadosa para no reducirlo a las figuras tutelares de Mario Vargas Llosa y Blanca Varela como pareja fundacional que deja de lado a muchos narradores importantes de los años 50 y 60 como Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez y a poetas como Esther Allison y Rosa Cerna Guardia, entre otros posibles.

Es sintomático que sean Vargas Llosa y Varela los más promocionados por el estado y el aparato mediático y editorial, cuando se trata de dos escritores que han mostrado en repetidas ocasiones su clasismo y un fuerte tono racista en el tratamiento de algunos temas.

Pero a sus respectivas cortes eso parece no importarles, pese a su autorreclamada corrección política. Hay mucho que tienen que ofrecer las poetas olvidadas. Y si se usa como criterio una supuestamente objetiva “calidad”, recordemos que, después de todo, se trata de un concepto debatible y que muchas veces parte de privilegios heredados.

A investigar más y seguiremos encontrando joyas en el ajuar de nuestra literatura.

 

Lescano (11.3%, +4.2): ha sabido capturar el bolsón izquierdista de votos (30% de la población,según varias encuestas) que Mendoza ha dejado pasar. Es provinciano, tiene amplia trayectoria y ha forjado una imagen de anti aprofujimorista de la cual cosecha hoy. Tiene, además, el respaldo de una marca conocida como la de Acción Popular. Puede seguir subiendo. Populista como los tiempos parecen demandar.

Mendoza (8.9%, +0.7): se ha dejado desbordar por Lescano, por un lado, y por Pedro Castillo por el lado extremo (el candidato del radical Perú Libre tiene 2.4% de intención de voto y puede seguir creciendo aprovechando del asco disruptivo de buena parte de la ciudadanía). Insiste cansinamente en temas como el cambio del capítulo económico o abstracciones como el “reordenamiento territorial” que no calan en la imaginación del pueblo. No cae, pero apenas sube. Le aconsejaron mal que migre al centro.

Forsyth (8.1%, -5.2): su levedad ideológica no le permitió aguantar el perfil del antipolítico. Tenía un voto parcialmente vizcarrista y parcialmente antipolítico. Por ambos lados se ha venido abajo. Me atrevo a creer que ni siquiera va a pasar la valla.

Fujimori (8.1%, +1.4): ojo con ella. No deja de crecer. Lo hace lenta, pero sostenidamente. Le ha salido un gallo a su derecha y por eso empieza a endurecer su línea ideológica con el discurso de mano dura. Es probable que pase a la segunda vuelta. Su rival no es Lescano ni Mendoza, sino el candidato de Renovación Popular. Tiene voto escondido.

López Aliaga (7.6%, +5.2): la sorpresa de la encuesta, pero previsible que cosechara del desplome de Forsyth. El voto antipolítico lo ha capturado el ultraconservador celeste. Es probable que siga creciendo, pero juega en su contra que lo ha hecho con demasiada anticipación, el tiempo suficiente para que arrecie una campaña por partede sus adversarios políticos y mediáticos. No le va a bastar el apoyo de Erasmo Wong.

Urresti (4.8%, -0.8): la sombra de Luna Gálvez ha complicado la existencia de un buen candidato, cunda, respondón, articulado. No veo por dónde podría subir.

De Soto (4.2%, -1.4): ¡qué mala campaña! Ni media training le han hecho y lo requiere a gritos. Recién esta semana ha empezado a reaparecer, pero va a ser difícil que recupere el voto derechista que López Aliaga ya le quitó. El disruptivo liberal terminó convertido en un aburrido y enredado candidato.

Acuña (3.8%, +1.8): disruptivo ontológicamente, está desplegando correctamente una campaña que destaca su surgimiento de la pobreza a la riqueza. Ha tenido dos buenas entrevistas recientes. Quizás debería perderle el miedo a las entrevistas. Que no sea elocuente no es algo que al pueblo le moleste. Al contrario, lo ayuda a identificarse con él. No estáf fuera de carrera.

Guzmán (3.1%, -1.5): mala campaña y mal candidato. No veo posible que supere el incidente en el que se vio involucrado. Y juega en su contra que el partido morado gobierne con Sagasti (apenas 22% de aprobación), por un lado, y su identificación en el imaginario popular con el achicharrado Vizcarra.

En esta suerte de primarias de la izquierda, el centro y la derecha que se están desplegando, como bien las ha definido Juan de la Puente, las de la derecha son las que muestran en estos momentos mayor dinamismo y variabilidad.

La contienda está planteada entre una liberal populista como Keiko Fujimori, un liberal clásico institucional, como Hernando de Soto, y un ultraconservador proempresarial como Rafael López Aliaga.

Veo difícil que dos de ellos pasen a la segunda vuelta y sí muy probable que uno de ellos lo haga. Hasta el momento Keiko Fujimori encabeza las encuestas de la derecha. Crece lento, pero sostenido. Su estrategia es clara: asegurarse para la primera vuelta el voto duro fujimorista y apostar a que haya un voto escondido a su favor, luego de la cruenta espiral de desprestigio en la que se ha visto involucrada el último quinquenio.

Me arriesgo a pensar que en las siguientes encuestas López Aliaga ya pasó a De Soto. Ha logrado desplegar una campaña fresca -a contrapelo de sus postulados rancios e ideas ultramontanas- y ha podido proyectar una imagen antipolítica que sin duda debe estar ayudándolo a que vaya hacia él el trasvase de los votos que a diario va perdiendo el candidato más antipolítico de todos que es George Forsyth.

El caso de De Soto ya ha merecido nuestro análisis. Debería haber sido él el candidato derechista disruptivo, pero su campaña cayó en vacíos inexplicables. Recién en los últimos días parece haber salido de su letargo, dando entrevistas por doquier y lanzando propuestas de interés. Probablemente le sirva para remontar. Siete semanas para las elecciones es larguísimo plazo y podría recuperar el terreno perdido. No se le ve, sin embargo, una estrategia clara. Presentar con bombos y platillos a Marco Miyashiro y Francisco Tudela quizás le sirva para arrebatarle algunos cuantos votos al fujimorismo, pero su objetivo debería ser capturar el drenaje de votos de Forsyth y para ello mostrar dos rostros del elenco estable de la política peruana no le sirve de mucho.

El colapso del centro (Forsyth y Guzmán) debería incrementar los votos de la derecha. Muy pocos de los votantes del exalcalde victoriano o el líder morado recalarán en Verónika Mendoza (quizás alguna porción de Guzmán) o en Yonhy Lescano. Va a ser de sumo interés ver la partida de ajedrez derechista que se va a plantear en estas semanas que faltan para la primera vuelta.

Para quienes me siguen desde hace años no es ningún secreto que soy enemigo del sistema coactivo pensionario, tanto en su modalidad estatal como privada (ONP o AFP), porque le arrancha recursos a las clases medias que aportan y se los entregan a cuatro corporaciones privadas que lucran infinitamente con tales recursos, o se los dan al Estado que los gasta -para variar- ineficientemente.

Ello no es óbice, sin embargo, para no constatar que el proyecto que impulsa la congresista Carmen Omonte, que hace que de los actuales fondos privados, una parte se destine a un fondo estatal que los administrará para beneficio de quienes tienen menores pensiones, es un acto expropiatorio e inconstitucional.

Los llamados a decidir sobre sus fondos son los propios afiliados. Es más, de alguna manera ya lo hacen cuando, gracias a una ley reciente, pueden disponer de la casi totalidad de su fondo de retiro al cumplir la edad de jubilación, abandonando el esquema pensionario, porque consideran que tienen otras urgencias de mayor relevancia que tener una pensión permanente futura asegurada.

Para quienes tienen excedente de dinero, no es mala inversión una AFP. Otorga niveles de rentabilidad altos (aunque podrían serlo aún más si hubiera plena competencia en el sector y eso pasa porque se decrete la no obligatoriedad del aporte) y se manejan con profesionalismo. A ellos no puede venir el Estado a decirles ahora, luego de veinte o treinta años de aporte, que una parte del mismo ya no le será devuelta como pensiónsino que tendrá “fines sociales”.

Cabe indicar, por cierto, que este tipo de proyectos de ley es la consecuencia natural de que se generen nichos mercantilistas, no competitivos. Generan malestar ciudadano y la natural reacción de la clase política por tratar de satisfacer esa demanda (a eso se dedican los políticos acá y en cualquier país del mundo) los lleva a plantear iniciativas legales que, como en este caso, terminan siendo peores que el problema a resolver.

Insistimos: solo cuando sea absolutamente libre para un trabajador decidir destinar una parte de su sueldo a financiar una pensión de jubilación o no hacerlo y ese mejoramiento de sus ingresos destinarlo a su propia “cartera de inversiones” (salud, educación, vivienda, etc.), se habrá logrado asentar un principio de justicia y libertad en el sistema pensionario. Esa es la reforma madre que debemos alentar.

Es un fallo histórico que el Décimo Primer Juzgado Constitucional de la Corte Superior de Justicia de Lima haya ordenado al Ministerio de Salud y a EsSalud que se respete a plenitud la decisión personalísima de la ciudadana Ana Estrada Ugarte, de poner fin a su vida mediante el proceso técnico de la eutanasia.

Triunfa así el derecho a la vida digna. Y lo más importante, es una victoria gigantesca en la múltiple lucha por las libertades civiles que en el Perú venimos librando con retraso. Hay mucho que agradecerle a Ana Estrada en esta batalla por momentos solitaria, pero siempre muy acompañada por personas y colectivos que buscaban hacer prevalecer un derecho humano básico, como es el de disponer sobre la propia vida cuando las circunstancias clínicas o médicas no garantizan una vida dentro de los cánones que la propia persona considera que no ameritan seguir con ella.

Hay muchas batallas por librar en el país en materia de derechos civiles. La lucha feminista por los derechos de la mujer sigue su camino, aún incompleto, lleno de prejuicios machistas anacrónicos y primitivos. Los derechos sexuales y reproductivos han mejorado apenas unos centímetros en los últimos años, pero estamos a años luz de los parámetros de una sociedad moderna y liberal. La lucha porque niños y adolescentes sean respetados en sus fueros psicológicos y físicos supone una terrible lucha cultural en un país acostumbrado a utilizarlos de mano de obra o, lo que es peor, de desfogue violento de propias frustraciones.

Junto con todo ello, queda mucho por hacer en materia de reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas andinos y selváticos, a quienes se solivianta en sus derechos de propiedad, su respeto al hábitat o su libre voluntad de ejercer una mínima soberanía cívica sobre su quehacer cotidiano.

Deberá incorporarse también a la agenda de los derechos humanos, la lucha por las prerrogativas mínimas de los inmigrantes, víctimas hoy de la marginación legal, por ende laboral o de acceso a servicios básicos, y que en estos días sufren de una ola de xenofobia cruel y criminal.

Todas estas batallas, bueno es recordarlo, están en grave riesgo si en las elecciones venideras prosperan opciones conservadoras radicales, que no recalan tan solo en la derecha sino también la izquierda. Si queremos ser una sociedad inclusiva, moderna, liberal, debemos ponerle coto a las opciones cavernarias que pretenden hacerse del poder para imponer su agenda pasadista y reaccionaria.

x