Opinión

[EN EL PUNTO DE MIRA] Efectivamente, Sol Carreño trató de justificar prácticas políticas poco saludables para nuestra vida democrática. Evi­denció un desconocimiento profundo sobre lo que implica militar en un partido político, el cual engloba disciplina par­tidaria y disidencia.

Obvio que no se le pide mi­litancia política para poder comprenderlo a cabalidad, pero sí un mínimo de rigor sobre lo que representan los partidos políticos para la joven democracia de nuestro país. Porque si no sabemos la real dimensión que representan, seguiremos teniendo –como viene sucediendo desde los años noventa- piratas de la política o políticos ambiciosos, que están más allá de nuestro precario sistema de partidos.

Desde analistas políticos hasta constitucionalistas sostie­nen que debe ser permisiva la norma para la supervivencia política de personas, más que de instituciones. ¿Paradóji­co no? Estos académicos que con tanto esmero en un aula universitaria instruyen a fu­turos sociólogos, politólogos y abogados que todo poder del Estado debe tener un con­trapeso político (o una nor­ma que sancione el transfu­guismo), pues en la práctica no hacen más que desdecirse lo que enseñan.

Los partidos políticos pue­den –actualmente– tener in­numerables errores, pero no se ha encontrado otra fórmula política que pueda reempla­zarlos. No la hay. Por lo tanto, en vez de seguir apostando por el cambio de camiseta política, debería pensarse en las res­tricciones (o sanciones) para fortalecer nuestros precarios partidos, sobre los políticos ambiciosos.

En suma, tratemos de bus­car una agenda mínima en la que se sancione el transfu­guismo y se regule la vida partidaria postelecciones. Una regulación tipo presupuesto por resultados en la que el Jurado Nacional de Elecciones (junto a la ONPE y el Reniec) otorgue incentivos y castigos al des­empeño partidario postelecciones. Actualmente, es muy débil este tipo de regulación.

Como reza el viejo dicho: quien tiene oídos que oiga, quien tiene ojos que vea.

 

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Jurado Nacional de Elecciones, ONPE, Partidos políticos, RENIEC, Sol Carreño, transfuguismo

Se cumplen hoy 20 años de la entrega del informe de la Comisión de la Verdad al país y fue y sigue siendo un hecho fundamental que es menester destacar.

Primero, se dejó muy bien establecido que los principales responsables del baño de sangre fueron Sendero Luminoso y el MRTA, dos movimientos terroristas que emergieron en la década de los 80, y que en ese trance murieron cerca de 70 mil peruanos.

Segundo, se dejó muy en claro que la mayor parte de los muertos ocurrieron a manos de los terroristas y en menor medida, pero no menos importante, por las propias fuerzas armadas y policiales.

Tercero, se fijaron cifras que mostraron que, contrariamente a lo que Toledo quería utilizar como munición contra el fujimorismo al crear la CVR, la mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos ocurrieron durante los gobiernos democráticos de Belaunde y García (por eso, de paso, no se explica el sesgo antifujimorista mayoritario de la muestra del Lugar de la Memoria).

Cuarto, se fijaron pautas de reparaciones y atribución de responsabilidades que luego han servido para acciones judiciales eficaces, aunque aún incompletas, a pesar del tiempo transcurrido.

El país maduró democráticamente con la dación del Informe y no se explica, honestamente, la reticencia de cierto sector de la derecha a administrarlo y apoyarlo, al amparo de tonterías como que se use el universal y legal término “conflicto armado interno” que no rebaja responsabilidad alguna a los terroristas y no les otorga rango jurídico de protección.

El Informe de la CVR es un hito liberal en la defensa de los derechos humanos y debe ser visto así, por ende, por los sectores pensantes de la derecha, sin que sorprenda ya la reacción cavernaria de los sectores conservadores que quizás hubieran querido que se eche tierra por encima de las violaciones ejecutadas por los institutos armados, como si ello fuera posible y saludable.

La verdad repara, la memoria es socialmente terapéutica y ayuda a que sucesos semejantes no se repitan. Y, por último, se trata de un acto de justicia histórica con las decenas de miles de deudos de las víctimas del terror originado en las demenciales tesis senderistas y las sanguinarias tácticas del “guevarismo” emerretista, grupo que no merece mejor consideración que los radicales maoístas de Sendero.

 

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[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Entre el jueves 24 y el sábado 26 de agosto se realizaron en la ciudad de Tacna las II Jornadas Históricas Tacna y Arica después de la Guerra del Pacífico, organizadas por el Instituto Riva Agüero de la PUCP, el Departamento de Humanidades de la misma casa de estudios, la Universidad Jorge Basadre de Tacna y el Archivo General de dicha localidad, bajo la dirección de la destacada narradora Giovanna Pollaloro. Fueron tres intensas jornadas en las que académicos de diferentes edades y distintas áreas del conocimiento sacaron a la luz documentos inéditos, así como mostraron al público asistente aspectos desconocidos respecto de una relación que el premio nacional de historia de Chile, Dr. Sergio Gonzáles Miranda, en conferencia magistral, definió como transfronteriza.

En realidad, el vínculo entre dichos ciudad y puerto fue transfronterizo desde antes de producirse la Guerra del Pacífico, pues en décadas previas su población, incluida la de la provincia de Tarapacá, tenía un alto componente demográfico chileno y boliviano, y por ello, debe ser pensado, hasta hoy, incluyendo a la ex provincia salitrera y a sus zonas altoandinas que contienen la triple frontera peruano, chilena y boliviana.

Fueron muchos los temas abordados en el Congreso y el difícil periodo de la ocupación chilena no podía estar ausente. Sin embargo, este fue enfocado desde múltiples perspectivas: la administración de justicia, sus aspectos demográficos, la mortalidad infantil, las visiones del cautiverio desde la prensa escrita, e inclusive manifestaciones artísticas y musicales como las publicadas en El Cancionero de Lima y las grabaciones de valses polkas y marineras con contenido patriótico que, en 1911, registrasen el legendario dúo criollo Montes y Manrique con el sello Columbia en New York. No faltó tampoco una mesa dedicada al rol de la mujer durante este difícil periodo histórico, así como dos destacadas ponencias dedicadas a las figuras de Dora Mayer y Clorinda Matto de Turner.

Hacernos cargo del dolor

Tratar a Tacna y Arica después de la Guerra del Pacífico, en tanto que periodo histórico dista de ser sencillo, como no pueden serlo ni una guerra que implica la anexión del territorio de un Estado vecino, ni la ocupación de parte de él durante 50 años. Eventos así dejan huellan y nos equivocamos mucho si pretendemos dejarle al tiempo, ¡pobre tiempo!, la responsabilidad de sanar estas heridas él solo.

Los estados que han vivido el trauma de una guerra fratricida y una larga ocupación militar han sanado sus heridas gestionando su pasado desde políticas estatales binacionales mantenidas en el tiempo. Por ello, en la II Jornadas Históricas se dedicó una mesa al análisis de la enseñanza escolar de la historia de la Guerra del Pacífico en la que cuatro académicos, dos peruanos y dos chilenos, coincidieron en lo cerca que se encuentran nuestras narrativas escolares de las historias épicas del siglo XIX, las que exaltan las hazañas de héroes militares, y lo lejos que se encuentran de la reflexión madura de un acontecimiento con la intención de que no se repita jamás.

Entre las ideas vertidas al respecto, se expuso la importancia de que los docentes pudiesen hacerse cargo del daño generado por la guerra, así como se planteó la necesidad de un gesto chileno de solidaridad hacia el Perú y hacia el dolor que la ocupación y los excesos del conflicto le causaron a nuestra sociedad, como base para una política de reconciliación más amplia que nos permita resignificar el pasado y relacionarnos de manera distinta con él y a través de él.

Mesa “Abordajes pedagógicos en torno al conflicto Tacna – Arica”, figuran de izquierda a derecha Daniel Parodi (Perú) Patricio Rivera (Chile) José Chaupis (Perú) Carlos Cortés (Chile)

A manera de conclusión

II Jornadas Históricas Tacna y Arica después de la Guerra del Pacífico ha sido un éxito rotundo y está destinada a convertirse en el gran espacio anual de encuentro peruano-chileno. Por ello, sugerimos a sus organizadores ampliar las miras a los aspectos sociales, comerciales, económicos e internacionales presentes de la relación bilateral. Nos referimos, por ejemplo, a tratar y problematizar el paso fronterizo entre Tacna y Arica -transitan más de cuatro millones de personas por año-  que toma demasiado tiempo, o las actuales relaciones sociales y comerciales entre tacneños y ariqueños, las que son estupendas; la positiva situación de la migración peruana en Chile, principalmente en Santiago; el análisis conjunto de las relaciones internacionales, incluida la Alianza del Pacífico, los intercambios comerciales, las inversiones bilaterales y los TLC, así como, reiteramos, las políticas que son necesarias para hacernos cargo y gestionar el pasado doloroso, para que no duela más y deje una enseñanza ejemplificadora para las nuevas generaciones.

Desde esta columna felicitamos a la Pontificia Universidad Católica del Perú, por este enorme esfuerzo para contribuir con la integración de dos países que, desde que se fundaron como tales, se necesitaron y se necesitan el uno al otro.

p.s. Para ver el programa completo con las mesas y los ponentes, visitar la página del Instituto Riva Agüero

https://www.facebook.com/institutorivaaguero.pucp

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Giovanna Pollaloro., Guerra del Pacífico, II Jornadas Históricas, Montes y Manrique, TACNA Y ARICA

Propongo una iniciativa cívica Ciudadanos por las reformas, que empuje a las autoridades a hacer algo respecto de la urgencia de reformas de segunda y tercera generación, que permitan que el país salga del entrampamiento económico en el que se encuentra.

Los ministros del sector económico y productivo y los titulares de las comisiones respectivas del Congreso deben sentir la voz de la calle exigiendo que retorne la espiral de inversiones privadas, la única capaz de dinamizar la economía, el empleo y la reducción de la pobreza.

Hay mucho por hacer en pesca, minería, agricultura, industria, construcción, turismo, servicios. Y mal que bien se ha abierto una ventana de oportunidad con la perspectiva de que el gobierno dure hasta el 2026 y con la confluencia de autoridades que, a pesar de la mediocridad de muchos, por lo menos están alineados en una mirada promercado y proinversión.

Según la última encuesta de Ipsos, el 54% de la población considera que su ingreso familiar ha disminuido y 39% que sigue igual. Un 72% considera que la posibilidad de encontrar trabajo está peor hoy respecto de hace un año. Por ello, la reducción de la pobreza es la tercera de las preocupaciones principales (con 28%) solo por debajo de la inseguridad ciudadana y la corrupción.

Se requiere en el país un remezón institucional que reforme la salud y la educación públicas (y las mafias que allí funcionan, enquistadas hace décadas), la seguridad ciudadana, la corrupción, entre otros temas de ese perfil, pero hoy por hoy, lo que urge es que haya un shock de inversiones privadas, capaz de movilizar capitales y salir de la trampa recesiva que nos acecha. Es un tema de agenda nacional.

Como la clase política afincada en el Ejecutivo y el Legislativo no reacciona, tendrá que ser la ciudadanía activa -y desde este humilde espacio periodístico nos sumaremos- la que promueva, aliente y empuje a que las mismas se desplieguen.

El país productivo y empresarial que apuesta por el Perú quiere seguir haciéndolo, pero deben darse las normas y tomarse las decisiones políticas que favorezcan que ello ocurra. A esa causa nos plegaremos.

La del estribo: ameno, entretenido e informativo el último libro de Christopher Acosta, periodista de investigación, Presidentes por accidente, publicado por Aguilar, donde se llega a conocer mejor la personalidad política y hasta psicológica de los dos principales protagonistas de la historia política reciente: Pedro Castillo y Dina Boluarte.

 

 

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De un tiempo a esta parte viene prodigándose en sus redes sociales, el cómico Carlos Álvarez, pero no con apariciones satíricas o humorísticas (sus famosas imitaciones) sino con rollos claramente políticos y hasta ideológicos sobre diversos temas de coyuntura.

Todo lleva a pensar que estamos ante los tanteos iniciales de una incursión en la política seria, si cabe tal término para la atribulada política nativa. Y la pregunta que corresponde hacer es si tal posibilidad tiene visos de realización.

Antecedentes internacionales, al menos, hay. El más famoso hoy es el de Volodimir Zelenszki, presidente de Ucrania, que se ha puesto al hombro el liderazgo de su país en el conflicto bélico contra Rusia. El mandatario ucraniano era un actor cómico de poca monta. Otro caso reciente es el de Jimmy Morales, un comediante que el 2016 se hizo de la presidencia de Guatemala.

Álvarez tiene varias ventajas. Sus spitchs políticos agarran carne, se centran en la crisis de corrupción y de seguridad ciudadana, leyendo mejor que otros políticos cuál es la demanda real de la ciudadanía. Es ultraconocido, donde acude arrastra público, luego de una trayectoria televisiva de más de tres décadas. Tiene ideas claras (según trascendidos, salió de Willax por negarse a seguirle el amén a un úkase de Erasmo Wong, propietario del canal). Llena un vacío de arraigo popular que ningún candidato de la centroderecha -salvo Keiko Fujimori- puede exhibir.

La centroderecha adolece de candidatos con capacidad política y, sobre todo, electoral, de hacerle frente a los disruptivos de izquierda que de todas maneras van a ser protagonistas gracias a la indolencia de la derecha, a la alineación de los astros (el “pacto derechista Ejecutivo-Congreso” ha agarrado carne popular), y a la apuesta del sur andino y las zonas rurales del país en favor de un candidato de ese perfil (si no se hace nada, esas regiones van a votar en la primera vuelta del 2026 como votaron en la segunda vuelta del 2021).

Un personaje como Carlos Álvarez, que es disruptivo, pero no antisistema, sí podría hacerles frente a los Antauro, Bellido, Bermejo, Huillca y compañía, quienes ya se alistan para ser protagonistas de la jornada definitoria, felices de la vida de ver la proliferación de candidatos de centroderecha “pechofríos” que surgen en el firmamento. Vamos a ver si lo quiere hacer.

 

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[MÚSICA MAESTRO] La primera vez que vi The Last Waltz (Martin Scorsese, 1978) fue en muy malas condiciones, a través de la señal distorsionada que llegaba del Canal 27 UHF a los receptores caseros de televisión a finales de los ochenta, en alguna noche de fin de semana sin fiestecita de barrio -los recordados “tonos” de nuestra generación- en los que las patotas de antaño jugábamos a ser adultos brindando y bailando canciones de los Hombres G, Soda Stereo y The Cure. Borrosas y entrecortadas, esas imágenes me pusieron en contacto, por primera vez, con una de las bandas más importantes y, a la vez, más olvidadas por el público masivo consumidor de radios “rock and pop” y amantes superficiales del rock clásico.

La semana pasada, el culto por The Band se reactivó en medios culturales del mundo entero tras el fallecimiento, a los 80 años, del guitarrista y cantante Robbie Robertson, líder de facto y autor de las más grandes canciones de este grupo conformado por cuatro canadienses y un norteamericano, ocurrida el pasado 9 de agosto. Robertson, quien desarrolló una muy interesante carrera en solitario, con álbumes como Storyville (1991), How to become clairvoyant (2011), Sinematic (2019) o sus experimentos con música de las reservas aborígenes canadienses y estadounidenses -de las cuales provenía su familia materna-, Music for the Native Americans (1994) y Contact from the underworld of Redboy (1998), sucumbió finalmente a una larga batalla contra el cáncer de próstata, según fue conociéndose en los días posteriores a su deceso.

Al reescuchar los discos de The Band, me reafirmo en aquello de que la música es, de las artes mayores, la más cercana a un amigo(a) cuando se trata de buscar consuelo o simple y llana compañía. La naturaleza cambiante del estado de ánimo se sosiega cuando en el aire vuelan notas agradables al oído. Pueden ser vertiginosas y violentas, para generar distracción y catarsis. O pueden ser calmadas y acompasadas, para acompañarse en soledad. En ese sentido, The Band dejó registradas algunas canciones que califican en la segunda categoría. Los arropadores acordes de temas como The unfaithful servant o Rockin’ chair me hacen sentir una profunda y sincera lástima por las nuevas generaciones que abdican de su potencial sensibilidad, aislándose en las cacofónicas vulgaridades del reggaetón y afines, haciéndose voluntariamente incapaces de entender este derroche de musicalidad, no exento de humanos altibajos y tanáticos demonios internos.

The Band es, probablemente, el primer grupo de rock que, antes de recibir los aplausos y reconocimientos del público y la prensa especializada, gozaba de una muy buena reputación, construida desde las sombras del anonimato, como acompañantes de artistas “más mediáticos”, por utilizar un término común al lenguaje coloquial de nuestros tiempos, un camino que después replicarían bandas como Eagles, forjados como músicos de apoyo de Linda Ronstadt; o Toto, cuyos integrantes se pasearon, durante años, por estudios de grabación e hicieron giras con nombres establecidos como Steely Dan o Boz Scaggs, antes de lanzar su primer disco.

Cuando apareció aquel álbum debut, en 1968, el quinteto ya llevaba casi una década tocando juntos. A comienzos de los años sesenta, el cantante de rockabilly Ronnie Hawkins (1935-2022), nacido en Arkansas, se reubicó en Canadá y despidió a todos los integrantes de su banda, convenientemente llamada The Hawks, conservando solo al baterista, su paisano Levon Helm, y cubriendo las demás plazas con cuatro jóvenes de Ontario: Garth Hudson (teclados), Richard Manuel (piano), Rick Danko (bajo) y Robbie Robertson (guitarras). Esta nueva versión de The Hawks se hizo legendaria en Canadá y fue sentando las bases de lo que, poco después, se convertiría en una de las colaboraciones más trascendentes en el desarrollo del rock clásico hecho en los Estados Unidos.

A pesar del éxito que tenían junto a Hawkins, los cinco músicos sintieron constreñido su espacio creativo y decidieron, con su venia, separarse para componer material propio. Mientras cumplían una residencia en una pequeña taberna de Toronto fueron vistos y oídos por Bob Dylan, quien quedó sorprendido por las habilidades del combo. De inmediato, Dylan inició conversaciones con Helm y Robertson -voceros oficiales de aquel grupo de amigos, aun sin nombre- para armar una gira que le daría un vuelco radical a su carrera, el primero de los tantos que caracterizaron su trayectoria. En aquella gira cargada de rock y anfetaminas, que duró aproximadamente un año, Dylan añadió a su tradicional set acústico una segunda parte con instrumentos eléctricos. Esta movida no fue del agrado de un grueso sector de sus públicos que le endilgaron durísimas críticas y rechazos.

Casi al final del último concierto del tour, en Manchester, Inglaterra, un enardecido asistente resumió esa indignación gritándole “¡Judas!” a lo que Dylan respondió ordenándole a sus nuevos músicos que subieran el volumen y se arrancaran con una rabiosa versión de Like a rolling stone. El episodio -que, erróneamente, fue ubicado en el Royal Albert Hall de Londres por años- ha sido estudiado por expertos en el catálogo dylanesco e incluso podemos verlo, como escena final del documental No direction home (Martin Scorsese, 2005). Curiosamente, casi nunca se comenta que el grupo que lo acompañó aquella vez era, precisamente, The Band. Robertson incluso metió varias guitarras en el álbum Blonde on blonde (1966), uno de los más celebrados del autor de Blowin’ in the wind y Vision of Johanna.

Pero la relación entre ellos no quedó ahí. Luego del accidente en moto que por poco y lo mata en julio de ese mismo año, Bob Dylan se recluyó durante casi medio año en una casa de campo cercana a Woodstock, con los cinco músicos de The Band, para “hacer música como se debe hacer: sin público, haciendo círculo, frente a una fogata y un perro durmiendo al lado”. En total se grabaron más de cien canciones que, según ellos, nunca estuvieron pensadas para hacerse públicas. Sin embargo, ocho años después apareció -tras varias filtraciones piratas- un compendio doble de 24 temas extraídos de aquella encerrona bajo el título The basement tapes (1975), un disco de culto que hasta hoy es elogiado por la síntesis, profunda y respetuosa, de todo el bagaje musical estadounidense a través de clásicos de folk, blues, gospel y composiciones nuevas que, décadas más tarde, han sido reconocidas como los cimientos de un subgénero del country-rock muy popular y aun vigente, llamado comúnmente “Americana”.

Después de eso acompañaron a Dylan en su décimo cuarto álbum en estudio, Planet waves (1974) y, ese mismo año, salió un extraordinario disco doble en conjunto, Before the flood -esta práctica de salir al ruedo con una banda famosa como acompañamiento fue usada por Dylan en dos ocasiones más, con The Grateful Dead y Tom Petty & The Heartbreakers-. Muchos años después apareció una caja de seis discos, como volumen 11 de la colección The Bootleg Series titulada The basement tapes complete, 139 canciones en total, lanzamiento que se convirtió en uno de los acontecimientos culturales más destacados del 2014 en los Estados Unidos. En el 2019, Magnolia Pictures lanzó el documental Once were brothers: Robbie Robertson and The Band, contando detalles de su inicio, cenit y debacle.

Un año después, en 1968, los muchachos decidieron grabar su primer álbum, titulado Music from Big Pink, en referencia directa a la cabaña donde se produjo aquel íntimo retiro musical, en West Saugerties, en la zona rural New York, y en la que fueron concebidas las once canciones de este debut. Los sofisticados arreglos del disco llamaron mucho la atención de la comunidad de músicos, arrancando comentarios halagüeños de personajes ilustres como Paul McCartney o Eric Clapton. Durante sus andanzas con Dylan -con quien compusieron This wheel’s on fire y Tears of rage-, como aun no tenían nombre fijo, sus colegas se referían a ellos como “la banda”, a secas. Por eso, cuando llegó el momento, se quedaron con “The Band” que sonaba, a un tiempo, sencillo e importante.

The weight, escrita por Robertson, se convirtió en la canción emblema del disco y del grupo, además de hacerse popular como parte de la banda sonora de la madre de las “road movies”, Easy rider (Dennis Hopper, 1969). También destacan I shall be released -escrita por Bob Dylan-, y otras composiciones de Robbie como Caledonia mission o To kingdom come. Para su segundo disco, titulado sencillamente The Band, composiciones como The night they drove Old Dixie down, King Harvest (Surely come) o Up on Cripple Creek mostraron la vocación tradicionalista de Robertson, con temas asociados a la lucha por los derechos civiles, historias de las primeras poblaciones de Norteamérica así como mensajes de sentido social, búsqueda de justicia y solidaridad.

Ambos discos confirmaron la versatilidad de The Band. Según las necesidades de cada canción, Levon Helm pasaba de la batería a la mandolina y Richard Manuel, el pianista, se sentaba detrás de los tambores. Del mismo modo, Robertson, cuya principal función era la guitarra, tomaba el bajo para que Rick Danko, bajista oficial, se hiciera cargo del violín y la guitarra quedaba en manos de Helm. Por su parte, Hudson, el único con formación musical académica, era el arma secreta del grupo con su extraordinario dominio de teclados, acordeones y todo tipo de instrumentos de viento, además de dedicar tiempo para enseñarles jazz y música clásica a sus compañeros.

Gracias a sus conocimientos de electrónica, fue él quien armó todo en la cabaña para sus primeras grabaciones. Vocalmente, The Band tenía en Helm, Danko y Manuel “a los tres mejores cantantes blancos de rock de todos los tiempos”, como alguna vez dijo Bruce Springsteen. Así, pasaban del tono ronco y country de Levon Helm -The weight, Up on Cripple Creek-, a la voz cálida y aguda de Rick Danko –When you awake, Long black veil- y la sensibilidad de Manuel, decorada con bien colocados falsetes -I shall be released, Whisperine pines, Tears of rage, Across the great divide-, registros que además usaban en armonías muy bien amalgamadas.

The Band tocó en el Festival de Woodstock pero, por cuestiones contractuales, su presentación no fue incluida ni en el documental ni en el álbum triple original. Tras esos dos exitosos discos, siguieron más logros artísticos como Stage fright (1970, que produjo dos clásicos más, The shape I’m in y Stage fright), Cahoots (1971), el doble en vivo Rock of ages (1972) y un disco de covers de blues y R&B, Moondog matinee (1973). A medida que Robertson tomaba mayor control de The Band, comenzaron las fricciones internas, especialmente entre él y Helm, conocido por su carácter irascible. Para 1975-1976, Robertson manifestó su deseo de acabar, en buenos términos, con el proyecto grupal. Para hacerlo por todo lo alto, The Band organizó un concierto de despedida en el auditorio Winterland de San Francisco, regentado por Bill Graham, el mismo que se realizó el 25 de noviembre de 1976, la noche de Acción de Gracias (Thanksgiving).

En esa gala, ante un público de aproximadamente cinco mil personas y durante casi seis horas, Robertson, Danko, Helm, Manuel y Hudson compartieron su escenario con un elenco de distinguidos invitados: Eric Clapton, Neil Diamond, el pianista de Mardi Gras Dr. John, el ex Beatle Ringo Starr, la leyenda del blues Muddy Waters, Paul Butterfield, Van Morrison, Ronnie Wood de los Rolling Stones, sus mentores Ronnie Hawkins y Bob Dylan, y sus compatriotas Joni Mitchell y Neil Young. En 1978, dos años después, el concierto fue lanzado como álbum triple acompañado por un documental, bajo el título The Last Waltz, filmado y dirigido por Martin Scorsese. En el año 2019, esta película fue catalogada como patrimonio de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos por considerarla “significativa cultural, histórica y estéticamente”.

El grupo, ya sin Robertson, se reunió en los años ochenta para realizar varios conciertos pero, lamentablemente, la tragedia llegó en 1986 cuando Richard Manuel, acorralado por su alcoholismo, se suicidó en un hotel de Florida, a los 42 años. Rick Danko, quien se había librado de milagro de varias sobredosis, falleció a los 52, en 1999, de un ataque cardiaco. Mientras que Levon Helm, tras haberse peleado públicamente con Robbie Robertson, a quien acusó, al parecer de manera infundada, de aprovechar el abuso de drogas de los demás para apoderarse de sus regalías, sucumbió al cáncer a los 71, el 2012.

Aunque nunca llegaron a reconciliarse, Robertson acompañó a Helm en su lecho de muerte, convocado por una de sus hijas. “Lo tomé de la mano y le dije nos veremos en el otro lado, hermano”. Tras el fallecimiento de Robbie, Garth Hudson es, a sus 86 años, el único miembro de The Band vivo. Aunque hizo música hasta el 2015, los últimos reportes indican que estaría viviendo en una casa de reposo en New York, donde a veces ofrece recitales de piano. Bob Dylan, de 82, lamentó en sus redes sociales la partida de su “amigo de toda la vida” mientras que el Primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau, manifestó que Robertson «fue una gran parte de las contribuciones que ha hecho Canadá a las artes”.

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[CARTAS A MANUELA SÁENZ] Querida Manuela,

El lunes me acorde de tÍ y de tu amado Simón Bolívar porque me invitaron al Congreso de la República. Para llegar al Congreso, la referencia siempre es la Plaza Bolívar, ubicada delante del Congreso en los Barrios Altos, centro histórico de Lima. Tu la conociste como la Plaza de las Tres Virtudes Cardinales​ o, más comúnmente, como Plaza de la Inquisición. En 1822 fue rebautizada por Bernardo de Monteagudo como Plaza de la Constitución, ya que reubicaron la universidad y el mercado para que en su lugar se establezca el Congreso. Dato curioso, en 1825 el Congreso modificó su decisión al disponer que en dicha plaza se ubicara un monumento en honor del libertador José de San Martín a favor de uno en honor de Simón Bolívar. Así nace la Plaza Bolívar.

A lo largo de mi carrera he ido al Congreso por diversos motivos referentes a opiniones técnicas para sustentar proyectos de ley. El lunes fui a pedido de la congresista Susel Paredes a dar mi opinión técnica respecto del Proyecto de Ley N° 5633/2023-PE, que crea la Policía de Orden y Seguridad.

Como te he comentado en las últimas cartas, la preocupación por la inseguridad cada vez es más aguda, se necesitan acciones a corto plazo, para ayer, soluciones certeras. No basta con modificaciones normativas. Ahora, si estas se van a proponer, que sean de acuerdo a la constitución, las leyes y las políticas públicas que son de obligatorio cumplimiento. El Estado moderno debe regirse por sus normas, muchas vienen de acuerdos internacionales que dan metas para toda la humanidad, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas como parte de la agenda 2030 (Objetivo 5: Igualdad de Género).

Te quisiera compartir mis observaciones con respecto de ese Proyecto de Ley que podría constituir una oportunidad de mejora a largo o mediano plazo, si se ve de manera sistémica con dos pilares importantes anticorrupción e igualdad de oportunidades para jóvenes mujeres. En resumen, se propone la creación de la Policía de Orden y Seguridad que en 2025 estaría compuesta por 8000 agentes. Para 2024 se captarían 6000 jóvenes, 3000 aspirantes de convocatoria abierta quienes estudiarían 12 meses académicos y otros 3000 aspirantes licenciados de las Fuerzas Armadas que estudiarían por seis meses. Estos últimos estudiarían en dos grupos de 1500 estudiantes por seis meses cada grupo. Tendrían contratos de hasta tres años con una remuneración mensual de S/ 2153.83 y posibilidades de ingreso directo a la Carrera Policial. Los costos proyectados de la formación de estos jóvenes serían de S/ 6295.08 por aspirante para vestuario, gastos de admisión y enseñanza. Costo total de formación por año para 6000 policías de Orden y Seguridad es de S/ 49.2 millones.

Es una fuerte inversión en capacitación y puestos de trabajo para jóvenes a nivel nacional. De las muchas observaciones técnicas, quisiera darle un enfoque diferente, el de género. La violencia contra la mujer no se resuelve llenando las cárceles de hombres violentos, sino con educación y trabajo para las mujeres. Actualmente hay brechas entre hombres y mujeres peruanas en acceso a la educación, trabajo y esas diferencias son una forma de violencia contra las mujeres y adolescentes. En la medida en que las mujeres podamos tener independencia económica, oportunidades y acceso y control sobre sus vidas, evitarén caer en los círculos de violencia. Sabes a lo que me refiero, luego de que murió Bolivar, tuviste que vivir en la miseria, expulsada de Colombia, prohibida de ingresar a Ecuador para reclamar la herencia de tu madre. Felizmente pudiste sobrevivir en Paita gracias tus conocimientos en inglés, costura y repostería. Una mujer sola tiene retos sociales que superar hasta la fecha.

Los estados modernos están para evitar discriminaciones y promulgar la igualdad. Por ello, en la exposición de motivos no se menciona este componente, por el contrario, favorece a los licenciados del Ejército Peruano, compuesto mayoritariamente por varones. Ahí hay una discriminación clara. Te pregunto, porqué se tendría que facilitar a esta población masculina el ingreso a la esta policía comunitaria y preventiva.

En el Ejército Peruano solo el 11% son mujeres y en la Policía Nacional del Perú son el 17.84%. Si bien el texto no ha excluido expresamente a las mujeres, tampoco se promueven de manera paritaria los puestos, ya que los requisitos son bastante generales (edad, nacionalidad y certificado de colegio). Por el contrario, al facilitar el ingreso a los licenciados de las Fuerzas Armadas, la mayoría hombres, hay un grupo muy reducido de mujeres, casi nada significativo con respecto a la cantidad de reservistas varones. Esto determinaría la incorporación de hombres a la Policía, aumentando la brecha y la desigualdad, haciendo que esta norma sea inconstitucional.

No solo debemos ver la convocatoria, sino el impacto de esta nueva población sobre el desarrollo de las mujeres policías. Las Fuerzas Armadas y policiales tienen porcentajes de personal femenino bastante menores a los propuestos en la Política Nacional de Igualdad, así como las estadísticas de la Autoridad Nacional del Servicio Civil – Servir. Este porcentaje varía según la categoría, jerarquía y grado que ostentan. Mientras las funciones del personal policial femenino se acerquen más al desarrollo de labores de vinculadas a los cuidados y la prevención del delito la participación de las mujeres es mayor, y es menor en tanto las funciones están asociadas a funciones operativas y de comando. El personal policial femenino se encarga de familia, participación vecinal, tránsito y turismo. Cómo se van a relacionar con esta Policía de Orden y Seguridad que vienen a desempeñar casi las mismas funciones.

Si bien las mujeres han alcanzado los grados máximos en las categorías de oficiales de servicios, suboficiales de servicios y suboficiales de armas, el grueso es muy joven, cómo se va a proteger y garantizar la no violencia contra ellas por parte de esta Policía del Orden y Seguridad si no están dentro de las leyes policiales de disciplina y jerarquia. Va a ingresar un grupo joven que no son parte de la carrera policial Ley No 1267, cómo se va a evitar la violencia, teniendo en cuenta que estos jóvenes van a poder portar armas con una capacitación corta y en algunos casos militar.

Las leyes actuales deben tener una motivación clara, para qué se necesitan y este proyecto levanta cuestionamientos por varios frentes, en mi caso desde la igualdad de género y de oportunidades para las mujeres peruanas. En la década de 1980, debido a los constantes ataques terroristas que se dieron en el país y con la finalidad de evitar atentados en el local del Congreso, la Plaza Bolívar fue enrejada y cercada y su acceso fue restringido. Actualmente no se puede cruzar ni ingresar a la plaza, una metáfora de lo que es hoy el Congreso: un lugar ajeno al ciudadano. Es la Plaza San Martín el espacio de las marchas y reclamos políticos. ¿Que opinarían ellos?

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Se requiere una reforma urgente del Código Penal. El que existe es un disparate que permite que a un excongresista como Michael Urtecho, por mochar sueldos, le claven 22 años de prisión.

Producto del populismo penal de nuestros anteriores Congresos, poco a poco se ha ido incrementando penas para supuestamente disuadir a los delincuentes, pero en la práctica eso no ha resuelto absolutamente nada.

Haría bien el Congreso actual en formar una comisión revisora de dicho instrumento legal y proceder a dar penas más justas por delitos que no son graves, como sí lo son, en cambio, la violación de menores, la pedofilia, el asesinato, la corrupción grande, etc.

Los fiscales y jueces, aunque también ponen su granito de arena exagerando los cargos, no pueden, en la práctica, hacer mucho si la ley les manda imponer esas penas absurdas.

Lo que corresponde es ajustar e invertir en establecimientos penitenciarios (ya el 2025 colapsan y no pueden recibir un preso más), activar las unidades de flagrancia, acelerar los plazos judiciales, devolverle a la policía la capacidad de investigación, evitar la impunidad para delitos menores, ya que sancionándolos se evita la gran delincuencia.

Las penas altas no son disuasivas, deben ser justas simplemente y apartar de la sociedad a los delincuentes. La mejor demostración de ello es lo ocurrido con Pedro Castillo. Está Fujimori en prisión por corrupción, entre otros delitos, está Toledo, luego de una persecución judicial internacional, han pasado meses en la cárcel Keiko Fujimori, Ollanta Humala y Nadine Heredia, y llega un señor de Chota y desde el primer día se dedica a asaltar el erario público (se calcula que debe haber robado cien millones de soles en el corto periodo en el que fue Presidente).

Incrementar penas con afán disuasorio no solo no funciona sino que altera el sentido de una pena, que debe ser justa por sí misma, sin fines subalternos o colaterales.

El caso de Urtecho debería dar pie, como señalamos, a una comisión revisora del código penal, el mismo que ya tiene tal cantidad de perforaciones y alteraciones que se ha convertido en un cajón de sastre, medieval y anticuado, además de injusto y desproporcionado.

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[PAPELES VIRTUALES]

UNO

Fue a inicios de mes. Exactamente un domingo 05 de agosto de 1973. Tengo recuerdos de ese momento. Estábamos –en familia– viéndolo en casa, contaba con 7 años. De repente, la emisión se cortó –problemas con el satélite– y nos pusimos a escuchar el relato de Martinez Morosini. Al finalizar, un manto de tristeza cubrió la Ciudad Blanca. Si, vivíamos en Arequipa, en el barrio mesócrata de Vallecito. Fue mi primer contacto con la selección peruana. Semanas antes, habíamos ido al estadio a ver a Universitario, cuando se enfrentó al Melgar. Mis viejos y hermanos eran hinchas cremas. Al final, la U fue goleado inmisericorde. Aquel equipo characato era bueno, destacaban tres argentinos.

  • Romero, Tanque Gómez y Bastida.

Todo arequipeño futbolero se acuerda de ese team, que terminó tercero en el descentralizado. Eran otros tiempos, el futbol peruano en aquellos tiempos era uno de los mejores del continente. Todo a raíz del Mundial 70. Vivíamos la secuela lógica, de aquella eclosión futbolística.

Universitario, el año anterior, había salido subcampeón de la Copa Libertadores. En abril –de ese año– el diario El Mundo eligió a Teófilo Cubillas como el Rey de América.

A Sotil lo vinieron a buscar los directivos del club culé, incluido Rinus Michels.

  • Esa noche, después de un partido, llegué a mi casa y la muchacha que trabajaba con nosotros me dijo: Señor, hay cuatro gringos esperándolo. ¿Gringos?, pensé; aquí vienen indios, cholos, pero gringos, no. Eran el entrenador, el presidente y dos dirigentes más. Rinus Michels (el técnico culé) me preguntó si quería viajar a España. Y yo le dije que sí y ni siquiera sabía para qué equipo era.

Y sucedió la eliminación.

DOS

A lo largo de la década del setenta y ochenta, traté de encontrar la razón del porque Perú, con la generación más brillante que tuvo en su historia, fracasó en clasificar al Mundial de Alemania 74. Conversé con gente de futbol, leí comentarios de los periodistas más avezados y revisé los diarios de la época.

Había diversas razones. No solo una.

Al terminar el Mundial de Méjico, los directivos peruanos pensaron – cojudamente– que Didí se equivocó, grandemente, en el partido ante Brasil. Motivo por el cual lo despidieron. A mediados del 71, pensaron en un técnico europeo, y contrataron al prestigioso técnico húngaro Lajos Baroti. Responsable principal del team Campeón Olímpico del 64; también, del desempeño magiar en los Mundiales 58, 62 y 66.

Baroti no se andaba con vueltas. Era un tipo que criticaba, sin tapujos, las deficiencias del futbol peruano. Pasamos de un Didí, que era comedido y agradable en el trato, a un gringo cincuentón sabio, que les marcaba la cancha a los sabihondos dirigentes.

Sin embargo, fue Lajos quien vaticinó que Teófilo Cubillas seria la estrella preponderante de los setenta. Al año siguiente, se planificó la famosa Gira por los Tres Continentes. El húngaro declaró.

  • Vamos a Europa para que se les caiga la venda de los ojos, que comprueben que allá los jugadores no son troncos.

Esa franqueza no gustaba a los jerarcas. Estos pensaban que Perú estaba entre las cinco mejores selecciones del mundo. Lo cual no era cierto. En Europa, deslumbraba el Ajax y su futbol total.  Los clubes europeos entrenaban 2 veces al día. De esta manera, le ponían énfasis al estado físico. En Perú, los jugadores entrenaban solo en las mañanas. Vino un alemán a dirigir al Cristal, quiso hacer doble turno y fue expectorado al poco tiempo. Estudiantes de la Plata, era un equipo competitivo y violento, en muchas ocasiones; pero entrenaba mañana y tarde. De ahí, que definía muchos partidos en los últimos minutos.

Amén que Sotil y Cubillas jugaron lesionados, el equipo decepcionó. Perdimos ante Holanda, Escocia, URSS y empatamos con Rumania. Los resultados le dieron la razón al DT, pero esto recién empezaba.

Entonces a un jugador se le salió la cadena. Hurtó un casete en una tienda en Feyernoord y fue detenido. Si bien se pudo resolver el problema, cuando llegaron a Lima, se desató el escándalo. Los popes aprovecharon ese incidente para echar al húngaro.

  • ¿Y el proceso?

A la sazón contrataron a Roberto Scarone, el Director Técnico de Universitario.

TRES

El entrenador uruguayo era un ganador total. Bicampeón de América con Peñarol. Campeón con Universitario el 69 y 71. A continuación, sucedió la escena bizarra.

Se reunió con los periodistas más importantes del medio y les solicitó sus opiniones sobre que jugadores deberían ser parte del seleccionado. Por último, tomó nota de cada una de los juicios vertidos. Pareciera que buscaba la aprobación de la prensa deportiva. Insólito para cualquier técnico que se dice serio y respetable. Jamás lo hubieran hecho Tele Santana, Menotti, Brandao, Giudice, Zubeldia, entre otros.

El 25 de octubre de ese año se jugó la Copa Ramón Castilla, contra una Argentina que contaba con nuevos valores. Estaban todos por parte de Perú, incluido Julio Meléndez. Perdimos claramente dos a cero. Los argentinos se renovaron y demostraron que eran mejores. Un año después, nos volvieron a ganar, en Buenos Aires, por tres a uno. Lo del 69, quedaba en el pasado.

Con respecto a Chile habría que indicar el contexto. El técnico era el Zorro Alamos, quien también dirigía al Colo Colo, que justo ese año jugó una espléndida Copa Libertadores, llegando a la final. Debió ganarla. Decisiones arbitrales frustraron su coronación. El país sureño tenía una interesante cantidad de jugadores de calidad, incluso desperdigados por Brasil y Méjico.

Encima en las Eliminatorias no jugó Elías Figueroa. El Internacional – su club– no le dio permiso.

CUATRO

El 29 de abril se jugó el primer partido en Lima. Las crónicas señalan que Chile vino por el empate. Se resguardó atrás, a esperar un contragolpe. Perú atacó incesantemente los primeros veinte minutos. Luego el partido entró en una meseta. Entonces, Sotil, definió en el área chica después de un paso a rastrón. En el segundo tiempo, el Cholo, nuevamente, con un tiro desde el borde del área, consiguió el segundo. Increíblemente, el equipo se dejó estar. Como si esos dos goles fueron suficientes. Scarone sacó al Nene y puso a José Fernández. Defender el marcador era primordial. Incluso, Chile tuvo algunas ocasiones. La mayoría coincidió que el rendimiento no fue bueno. Los mejores fueron Chumpitaz, Challe y Sotil. En tanto, que el Rey de América jugó cuidándose las piernas. Estaba próxima su venta a Europa.

Hubo una euforia desmedida para el partido de vuelta, un 13 de mayo. Terminado el partido, las estadísticas fueron demoledoras. Chile remató 13 veces al arco, Perú solo 2 veces. Páez anuló al Nene y Lara –con muchas dificultades– se encargaba de Sotil. Mientras tanto, el cero se mantenía. La táctica de Scarone estaba dando resultados. Al menos, hasta el minuto 65, cuando reemplazó al 10, para dar ingresó a Muñante. Don Roberto buscaba aprovechar los pases largos de Challe y la velocidad del tándem Muñante-Cachito Ramírez para generar más peligro.

Y sucedió la hecatombe, en tres minutos vinieron los goles chilenos, como una ráfaga.

En Montevideo, Cubillas no jugó. Se adujo una lesión. Para unos, arrugó; para otros, Scarone y Chiarella – su asistente– no soportaban su divismo. Encima, alineó en el medio a Mifflin y Challe, Se olvidó de Quesada y Mayorga. Entonces Reinoso y Valdez se desplazaron con total libertad en la mediacancha.

Alinear a Chicho Uribe fue un craso error. Ni siquiera era titular en su club. No se entiende. El lateral Carbonell cometió la falta que derivo en el gol del empate chileno. En otras palabras, el uruguayo hizo cambios que no repercutieron en un mejor accionar. Ni siquiera la presencia de Orlando La Torre fue gravitante. A Perú le faltó, incluso carácter. No mostró personalidad en momento claves, como si lo tuvo Chile para dar vuelta el marcador. Considero que a Roberto Scarone le superó el momento. Era un buen técnico, pero cometió errores en los tres partidos. Igual los jugadores tienen su cuota de culpa.

Y nos quedamos sin Mundial Alemania 74.

Cuatro años después, la mayoría de esos jugadores se redimieron.

El futbol siempre da revancha.

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