Tu envidia es mi progreso
Entonces, primera lección de los 90. Perú, país de emprendedores. No importan las reglas de juego si esas te llevan al progreso. Curiosa palabra esa del progreso. Que nos lleva a la segunda reflexión. Durante los 90 y durante todos estos años, la lógica de progreso ha sido desigual. Como lo ha planteado Willy Nugent en su genial La desigualdad es una bandera de papel, pero también como lo hemos vivido expresamente estos años, la búsqueda del progreso siempre ha estado desligada de una lógica común o nacional. Ha sido un progreso desordenado, impuesto y asimilado.
Las imágenes que logramos recuperar en tres décadas de buscar ese progreso siempre nos hablan del esfuerzo como motor de cambio. Pero nunca se habla -otra vez volviendo a Nugent- de bienestar. Mucho menos de comunidad. Eso siempre lo podemos ver en las mediciones que año a año hacemos de evaluación de la situación personal y del país. Somos un país que siempre está mejor a nivel individual y que siempre tiene mejores indicadores de futuro que a nivel país. Aprendimos a prescindir de los demás para buscar nuestro propio avance en la vida.
El progreso se entiende siempre en primera persona. El fracaso también. Hay pocos esfuerzos colectivos que se asimilan así. ¿No lo creen? Tratemos de pensar en lo que peor hicimos desde los años 90, competir colectivamente. Nuestro querido fútbol, siempre repleto de imágenes de blanco y negro y de Pocho Rospigliosi en los 90 y 2000 y 2010 tocó fondo una y otra y otra y otra vez. Pero preguntemos quién era el responsable. Siempre lo fue Popovic, o Pepe, o el Pacho o el Chemo o Uribe o Company o quien quiera. Siempre individual. Jamás nos preguntamos qué hizo que nuestros deportes colectivos relativamente exitosos finalmente desde los 90 se hundieron sucesivamente. Pensar en el vóley es una lágrima también.
Mientras el país iba hacia adelante imparable, con un PBI que ya lo quisieran tantos países que estuvieron por delante nuestro, nuestros emblemas de colectividad se desvanecieron. El progreso y por lo tanto el futuro nunca fue grupal, nunca fue nacional. Siempre individual. Por eso cuando pensamos en los procesos que dieron luz a los años 90 siempre tenemos en mente personas. Nunca colectivos. Jamás los construimos.
El emprendimiento y el progreso como ideas de uno marcan el derrotero del país durante tres décadas (y me temo que serán muchas más). Lo que han sido las “generaciones” artísticas y culturales en otras partes del continente y el mundo acá han sido apellidos. Tal vez el mejor esfuerzo fue la movida subte de fines de los 90, pero se quedó allí, entre botellas de Jirón Quilca. Aprendimos a destacar de entre los NN como sea y al costo que sea. Por eso el recuerdo es sobre personas y no sobre grupos.
La herencia
En ese contexto en el que la sociedad pasó a ser una suma de gente que iba a destacando a punta de apoyarse en la cabeza de los demás, el “progreso” económico del país nos ha acompañado durante décadas. Entendimos la modernidad no como homogeneización sino como tecnificación. Acceso se convirtió en gadget y no en igualdad. De pronto el ejercicio de la ciudadanía se transformó en cuántos gigas teníamos a disposición. Ese progreso también lo vivimos a un ritmo no natural. Las clases medias pusieron más enchufes en casa y aprendieron a conectarse. Pero tampoco con un sentido colectivo, sino como manifestación de lo privado. No en vano somos un país con tanto Facebook y con tanto Instagram. Buscamos representarnos y dejar testigos de nuestro “progreso”, y la interacción se basa en eso. Lo que se busca no es comunicación, es expresión, huella, testimonio. Yo soy quien digo que soy. No es un fenómeno peruano, pero vaya que lo asumimos bastante bien.
El último fenómeno colectivo podría haber sido el freno al gobierno de Merino y sabemos que fue un hipo. Que no se construyó nada. Ni siquiera en la memoria de Inti y Bryan pudimos generar un consenso. Porque fue una reacción emocional, visceral, que buscaba un equilibrio. Y que lo logró. Una vez que ese equilibrio se obtuvo volvimos a nuestro propio progreso y esfuerzo. En las siguientes elecciones elegimos igual. Ni media reflexión ciudadana. Ni un solo grupo quedó de aquello. Reaccionamos al cliché, a las etiquetas de auto ayuda, a los metalenguajes que nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Somos los genios de los memes pero los más aburridos en el estadio y los conciertos.
Así las cosas, pasarán 200 años más de Perú como república y podremos volver a escribir letra por letra y palabra este artículo. Sin quitarle una sola coma. No hay OCDE, Mundial o movimiento que haya construido algo sólido. Mañana podríamos perder la palabra Perú y a nadie le importaría. Pero no es pesimismo. Es lo que nos toca vivir.