Opinión

La muerte de Solsiret devino en un caso emblemático. Gracias al trabajo de mujeres como Kathe Soto, la muerte de su compañera fue el aliciente para incorporar la desaparición de mujeres en las Alertas de Emergencia de la Policía Nacional del Perú y su reconocimiento como forma de violencia de género en el reglamento de la Ley N° 30364. A pesar de todos estos antecedentes, el juez Roberto Sucno Jara no ha sido hasta la fecha capaz de resolver el caso, al punto que ayer, martes 17 de mayo, ha liberado a Kevin Villanueva y a Andrea Aguirre por “exceso de carcelería”. Bastará que paguen 60,000 soles y ya, continuarán desde sus casas viendo como al juez le interesa muy poco un feminicidio y todo el impacto que ha tenido en el sistema estatal y en la legislación nacional para proteger a las mujeres. Si el juez fuera consciente del lugar que ocupa al haber dejado libres a los asesinos, si hubiese recibido una capacitación con el enfoque de género para comprender el caso de Solsiret, no estaríamos con esta indignación en el pecho que nos provoca su indiferencia e irresponsabilidad ante un caso que le duele a todo el país. Que el congresista Muñante y sus aliados quieran retirar una capacitación urgente ya sabemos qué clase de consecuencias tendrá.

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Enfoque de género, hombres, jueces, violencia

El colapso del Estado, la degradación de la educación y salud públicas, el crecimiento desbordado de la delincuencia, ya están deteriorando la calidad de vida de los peruanos. Si a ello le sumamos la crisis económica, se entenderá que lo más probable es que el 2026 la ciudadanía acuda a votar aún más irritada que el 2021, en medio de la pandemia.

Con ese estado de ánimo buscará opciones fuertes, radicales, que hablen claro y sin tapujos. El centro y la derecha deben prepararse para una estrategia de campaña bajo ese formato si no quieren volver a ser derrotados por un radical de izquierdas, que, de ocurrir, conduciría al país, probablemente, a una hondura irreversible por un buen tiempo.

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política peruana

Podría objetarse que todo esto suena muy bien, pero 1) esto pone una gran carga adicional para los profesores, quienes también están sufriendo los estragos de la pandemia, y 2) una nota baja afecta permanentemente el récord académico de los alumnos, lo cual es injusto pues no necesariamente es su responsabilidad. Estas son objeciones interesantes, pero creo que hay maneras de contrarrestarlas. Respecto a (1), lo que se necesita es un sistema de apoyo a los profesores por parte de las instituciones educativas en las que trabajan: reducir el número de cursos, contratarles asistentes de corrección, etc. Respecto a (2), deberíamos incluir, en los certificados de notas de los alumnos, una nota al pie que indique que el rendimiento promedio de los alumnos bajó a causa de la pandemia. Cuando se trate de contenidos acumulativos, debemos tener cuidado de revisar, en otros cursos, parte del material del curso anterior, e indicar esto también en los certificados de notas. 

Si queremos resolver un problema tenemos que tener claridad sobre su real dimensión. Regalar notas va directamente en contra de esto. 


* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. 

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evaluaciones

Lo que más daño le haría al gobierno es que quien asuma la alcaldía limeña dé una demostración de manejo tecnocrático, eficiente, veloz, íntegro, de la administración municipal, que por ese solo hecho contraste con el manejo desprolijo, improvisado, incompetente del gobierno central.

 

En ese sentido, mucho se juega en esta elección. Puede abrir un camino de esperanza a la ciudadanía respecto de que el modus operandi de Castillo y Perú Libre (al peor estilo del más malo de los gobiernos regionales) no ha llegado a la Presidencia para instalarse por muchos años, sino que apenas se dé la oportunidad electoral del recambio, el país tendrá frente a sí opciones distintas que reenderecen la nave nacional por el camino de la sensatez. Ojalá los que postulan a Lima sean conscientes de ello.

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Gobierno, Pedro Castillo

¿Qué consecuencias está teniendo esto en el aprendizaje y la salud mental de los jóvenes? El mismo “Consorcio de Universidades” conformado por la Universidad del Pacífico, la Universidad de Lima, la Universidad Católica (PUCP) y la Universidad Cayetano Heredia (UPCH) realizó una investigación sobre los efectos de la pandemia en los hábitos de estudio y la salud mental, con alumnos de 3 universidades del consorcio, que nos dan algunas respuestas. Según dicha investigación:

  • 46% de los alumnos reporta que su motivación para el estudio es baja o muy baja
  • Más del 70% declara experimentar algún nivel de depresión
  • Casi el 40% considera que su rendimiento ha empeorado
  • El 58% considera que su rendimiento académico es entre regular y muy malo

Tanto este como diversos estudios a nivel global vienen demostrando que la educación virtual no debe reemplazar a la educación presencial, especialmente en los primeros años, donde los estudiantes no solo desarrollan habilidades académicas sino también blandas. Pero a pesar de que toda la data lo demuestra, las universidades peruanas no parecen tomar cartas en el asunto.

¿De qué nos sirve defender a la SUNEDU, si es que los jóvenes peruanos pasan más de la mitad de sus carreras sin pisar una universidad? ¿Qué rol debe cumplir la SUNEDU en fiscalizar que las universidades regresen a clases presenciales los próximos semestres? 

Si la educación no es presencial, no hay mucho que defender.

*Fuente: Data elaborada por el colectivo “Educación superior presencial”

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Presencialidad, universidades

Hay que tomar en cuenta también (aparte de los errores propios de los partidos) que cierta prensa y ciertos opinólogos (por no decir, la mayoría de ellos) optan por un elemento contraproducente para el fortalecimiento del joven régimen democrático: el impulso del “anti”. Eso podemos apreciar en medios escritos como televisivos. Este infantilismo político lo único a lo que lleva –como lo estamos apreciando en estas cinco elecciones nacionales- es al canibalismo político y a la destrucción de la figura política. La imputación, la judicialización y el desprestigio personal en reemplazo de las propuestas políticas-programáticas. 

Todo lo mencionado conlleva a que el ciudadano desconfíe de la clase política, porque sienten que no los representan. ¿Qué hacer frente a este escenario crítico permanente? La respuesta es complicada, por los múltiples factores que involucran al problema, pero se puede avanzar en señalar que los viejos partidos como los nuevos tengan incentivos como castigos con respecto al trabajo de docencia política más allá de las elecciones. Este punto –entre otros- podría ayudar a mejorar en algo la confianza pública sobre los partidos.

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política peruana

Castillo se va a quedar hasta el 2026. Es lo más probable. Es una ilusión absurda creer que está a punto de caer o que va a dar un giro al centro. Va a quedarse reinando en medio de la misma mediocridad izquierdista. Requiere, en consecuencia, una oposición que sepa trazar una estrategia en ese sentido. Ya, gracias a sus votos en el Congreso, ha logrado contenerlo y tirar al tacho el plan de gobierno de Perú Libre. Ahora toca hacer control de daños y evitar que el colapso del Estado que está perpetrando termine por beneficiar a otro como él, en el proceso electoral venidero.

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Derecha

Tu envidia es mi progreso

Entonces, primera lección de los 90. Perú, país de emprendedores. No importan las reglas de juego si esas te llevan al progreso. Curiosa palabra esa del progreso. Que nos lleva a la segunda reflexión. Durante los 90 y durante todos estos años, la lógica de progreso ha sido desigual. Como lo ha planteado Willy Nugent en su genial La desigualdad es una bandera de papel, pero también como lo hemos vivido expresamente estos años, la búsqueda del progreso siempre ha estado desligada de una lógica común o nacional. Ha sido un progreso desordenado, impuesto y asimilado.

Las imágenes que logramos recuperar en tres décadas de buscar ese progreso siempre nos hablan del esfuerzo como motor de cambio. Pero nunca se habla -otra vez volviendo a Nugent- de bienestar. Mucho menos de comunidad. Eso siempre lo podemos ver en las mediciones que año a año hacemos de evaluación de la situación personal y del país. Somos un país que siempre está mejor a nivel individual y que siempre tiene mejores indicadores de futuro que a nivel país. Aprendimos a prescindir de los demás para buscar nuestro propio avance en la vida.

El progreso se entiende siempre en primera persona. El fracaso también. Hay pocos esfuerzos colectivos que se asimilan así. ¿No lo creen? Tratemos de pensar en lo que peor hicimos desde los años 90, competir colectivamente. Nuestro querido fútbol, siempre repleto de imágenes de blanco y negro y de Pocho Rospigliosi en los 90 y 2000 y 2010 tocó fondo una y otra y otra y otra vez. Pero preguntemos quién era el responsable. Siempre lo fue Popovic, o Pepe, o el Pacho o el Chemo o Uribe o Company o quien quiera. Siempre individual. Jamás nos preguntamos qué hizo que nuestros deportes colectivos relativamente exitosos finalmente desde los 90 se hundieron sucesivamente. Pensar en el vóley es una lágrima también.

Mientras el país iba hacia adelante imparable, con un PBI que ya lo quisieran tantos países que estuvieron por delante nuestro, nuestros emblemas de colectividad se desvanecieron. El progreso y por lo tanto el futuro nunca fue grupal, nunca fue nacional. Siempre individual. Por eso cuando pensamos en los procesos que dieron luz a los años 90 siempre tenemos en mente personas. Nunca colectivos. Jamás los construimos.

El emprendimiento y el progreso como ideas de uno marcan el derrotero del país durante tres décadas (y me temo que serán muchas más). Lo que han sido las “generaciones” artísticas y culturales en otras partes del continente y el mundo acá han sido apellidos. Tal vez el mejor esfuerzo fue la movida subte de fines de los 90, pero se quedó allí, entre botellas de Jirón Quilca. Aprendimos a destacar de entre los NN como sea y al costo que sea. Por eso el recuerdo es sobre personas y no sobre grupos. 

La herencia 

En ese contexto en el que la sociedad pasó a ser una suma de gente que iba a destacando a punta de apoyarse en la cabeza de los demás, el “progreso” económico del país nos ha acompañado durante décadas. Entendimos la modernidad no como homogeneización sino como tecnificación. Acceso se convirtió en gadget y no en igualdad. De pronto el ejercicio de la ciudadanía se transformó en cuántos gigas teníamos a disposición. Ese progreso también lo vivimos a un ritmo no natural. Las clases medias pusieron más enchufes en casa y aprendieron a conectarse. Pero tampoco con un sentido colectivo, sino como manifestación de lo privado. No en vano somos un país con tanto Facebook y con tanto Instagram. Buscamos representarnos y dejar testigos de nuestro “progreso”, y la interacción se basa en eso. Lo que se busca no es comunicación, es expresión, huella, testimonio. Yo soy quien digo que soy. No es un fenómeno peruano, pero vaya que lo asumimos bastante bien.

El último fenómeno colectivo podría haber sido el freno al gobierno de Merino y sabemos que fue un hipo. Que no se construyó nada. Ni siquiera en la memoria de Inti y Bryan pudimos generar un consenso. Porque fue una reacción emocional, visceral, que buscaba un equilibrio. Y que lo logró. Una vez que ese equilibrio se obtuvo volvimos a nuestro propio progreso y esfuerzo. En las siguientes elecciones elegimos igual. Ni media reflexión ciudadana. Ni un solo grupo quedó de aquello. Reaccionamos al cliché, a las etiquetas de auto ayuda, a los metalenguajes que nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Somos los genios de los memes pero los más aburridos en el estadio y los conciertos.

Así las cosas, pasarán 200 años más de Perú como república y podremos volver a escribir letra por letra y palabra este artículo. Sin quitarle una sola coma. No hay OCDE, Mundial o movimiento que haya construido algo sólido. Mañana podríamos perder la palabra Perú y a nadie le importaría. Pero no es pesimismo. Es lo que nos toca vivir.

Nuestra Amazonía es un espacio singular. Ocupa el 60% del territorio peruano y guarda una riqueza insospechada de especies animales y vegetales que apenas han llegado a ser estudiadas por la ciencia moderna. En la Amazonía peruana se hablan 44 lenguas originarias, algunas de ellas en serio peligro de desaparición. Habitan ese amplio y difícil espacio por lo menos cincuenta pueblos originarios, de los cuales doce viven en aislamiento voluntario o en contacto inicial, lo cual quiere decir que se trata de comunidades que han estado ahí por cientos de años, incluso antes de la llegada de los europeos a Sudamérica, viviendo en armonía con el medio ambiente y aprovechándolo de manera sostenible. 

Nuestra selva es nuestro pulmón y nuestro futuro. Pero no se trata de depredarlo con doctrinas como la del «perro del hortelano» que propalara el tristemente célebre Alan García. La selva hay que conocerla y respetarla. Y por eso esta FIL Iquitos le pone dignidad a la producción literaria y editorial de la Amazonía y del resto del Perú con más de sesenta actividades en tres salas simultáneas. 

Si Ud, está con ganas de charapear esta semana, vaya al portal de la FILIQUITOS en https://www.filiquitos.pe/. No se arrepentirá. 

Felicidades a los organizadores y a todos los participantes.

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Feria Internacional del Libro en Iquitos, FILIQUITOS
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