Opinión

No hay que confundir la velocidad con la ligereza, tomada esta palabra en el sentido de banalidad. Esto es muy importante.

Dos personas contemplan un gran lienzo; la que más pronto se emociona, esa es la más moderna” (“El hombre moderno”, pp.34-35).

Con humor, ironía y agudeza, Vallejo va examinando distintos aspectos de la modernidad europea y su obvia relación con la técnica, la profundización de conocimientos científicos y ese a veces irrebatible sentido de progreso que ofrece la ciencia a cada paso que da. Reseña teorías, hurga en nuevos descubrimientos médicos y en nuevas miradas sobre el universo, en el impacto de la ciencia sobre el cine y la música o sobre la concepción del tiempo y la finitud de las cosas. Es realmente poco lo que puede resultar lejano o forastero al ojo del poeta, embebido de la vida moderna, pero sin sucumbir a sus cantos de sirena, pues señala: “Tan equivocados andan hoy los poetas que hacen de la máquina una diosa, como los que antes hacían una diosa de la luna o del sol o del océano. Ni deificación ni celestinaje de la máquina. Esta no es más que un instrumento de producción económica, y, como tal, nada más que un elemento cualquiera de creación artística, a semejanza de una ventana, de una nube, de un espejo o de una ruta, etc. El resto no pasa de un animismo de nuevo cuño, arbitrario, mórbido, decadente” (“Estética y maquinismo”, pp. 124-125).

Vallejo protagoniza así, junto con Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier y Salvador Novo, uno de los grandes momentos de la historia de la crónica latinoamericana, la situada entre guerras, escrita tanto en Europa como en ciudades de nuestro continente que fueron terreno fértil para el desarrollo de este ornitorrinco textual.

César Vallejo-Del Siglo al minuto

César Vallejo. Del siglo al minuto. Crónicas sobre máquinas y ciencia. Selección y presentación de Mariana Rodríguez, Yaneth Sucasaca y Rodrigo Vera. Lima: Casa de la Literatura, Colección Intensidad y Altura, 2021.

 

 

Si el Congreso actual hiciese estas cuatro tareas pasaría a la historia como uno de los mejores Parlamentos de nuestra vida republicana. Supondría hacer cambios estructurales relevantes y salir de la minucia en la que se regodea, en espejo de la mediocridad del Ejecutivo.

 

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Congreso, Ejecutivo, Gobierno

Cooper Hoffman interpreta a Gary Valentine, joven enamorado de Alana que tiene el talento de reinventar su vida con diferentes proyectos. Lo que equivaldría a un emprendedor con talento para la actuación y los negocios. También es el debut de Cooper, quien además es el hijo del fallecido actor Philip Seymour Hoffman. Recordado por su participación en Boogie nights, Sydney, juego, prostitución y muerte, Magnolia y The Master. En donde Anderson demostró su preferencia por el desaparecido actor.

La cinta tiene mucho de personal y familiar, al punto que cuando la prensa le preguntó al director de donde surgió el nombre. Él respondió entre risas: “No lo sé, pero me hizo recordar a mi juventud”. Licorice pizza fue una cadena de discos en los 70s que asociaba el tamaño de las pizzas al de los LPS.

No es casual que el film lleve el nombre de una cadena de discos. El interés que Paul Thomas Anderson ha demostrado por la música ha sido un sello destacado en toda su cinematografía. En esta cinta en particular, el tráiler oficial está acompañado de la canción de David Bowie: Life on

Mars? Y coloca nuevamente a Jonny Greenwood como responsable de la banda sonora. El bajista de Radiohead, ya obtuvo una nominación al Oscar por El Hilo Fantasma, del mismo director. Hoy es uno de los productores musicales más reconocidos que podría regresar a casa esta vez, con una estatuilla en mano por su trabajo en El poder del perro. Cinta que le ha permitido obtener su segunda nominación.

El cine de Anderson, es un cine clásico, de época, con historias que revelan la complejidad de sus personajes y la fascinación que estos producen a pesar de sus perversidades. No podría haber ningún cuestionamiento hacia su dirección actoral, ya que, además de la propuesta visual, es parte de una manufactura hecha con cuidado y gran calidad. Sin embargo, su narrativa no simplifica tiempos y la duración termina siendo muy extensa.

Hace 5 años presentó la mejor de sus obras, El Hilo Fantasma, con incorrecciones que demuestran a un cineasta de espaldas a las transformaciones y luchas, como las de género y culturales. Un realizador destacado, con historias particulares que contar y que por encima de todo, añora el pasado y se resiste a cambiar.

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Cine, pelicula

La lucha por los derechos humanos es también internacionalista. Malcolm X fue uno de los primeros en articular la lucha contra el capitalismo racial dentro de EEUU y el anti-colonialismo a nivel internacional. Viajó por el mundo para aprender y conectarse con otras luchas de liberación. Unos días antes que lo asesinaran, mientras Malcolm X se encontraba en Inglaterra donde se reunió con el Comité Asiático para ayudarles a combatir el racismo y otras exclusiones como negarles vivienda en barrios “blancos.” Asimismo, W.E. B. Dubois, uno de los más prominentes sociólogos (lástima que no se le estudie en Perú) estuvo presente en las negociaciones para exigir la independencia de las naciones africanas, incluyendo el fin del Apartheid en Sudáfrica en la reunión de Versalles luego de la Primera Guerra Mundial.

Hay mucho por aprender de la lucha radical de la comunidad negra en EEUU. Necesitamos una lucha de derechos humanos que sea liderada por las voces de los grupos oprimidos, con una visión que quiebre las estructuras y sistemas de opresión. La idea de Soros sobre democracia y justicia, “open society”, no es más que abrir el mercado al capitalismo e imperialismo con “revoluciones” o “primaveras” pro-capitalistas que nacen en la Casa Blanca. Esas “revoluciones manufacturadas” se esconden detrás de un discurso liberal, como en Ucrania, pero su alianza política es con grupos neonazis. Este tipo de acciones reaccionarias nunca darían lugar a cambios estructurales sustanciales.

 

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derechos humanos, EEUU, Malcolm X

 

Una pesadilla: un robo en la calle y usted parece culpable; al comienzo colabora, pero el policía le habla en Shipibo, idioma del que no entiende nada. Viendo que eso no va a funcionar, logra escaparse, corre, pero se resbala y cae, se golpea la cabeza y queda inconsciente.

Cuando despierta, un médico insiste en preguntarle sus síntomas en Quechua de Lamas, que reconoce porque lo ha escuchado alguna vez, pero no entiende; Finalmente, luego de hacerse entender por señas, termina en la comisaría. Está tratando de ordenar sus ideas, pero estornuda. Entonces, amablemente, uno de los policías le dice “Gesundheit”, usted lo mira, empieza a sonar el tema de la serie Black Mirror, y despierta, sudando.

 

Lengua Materna

 

Los derechos lingüísticos están orientados a garantizar que las personas puedan elegir los idiomas en los cuales comunicarse sin discriminación de ningún tipo. Esto cubre los procesos legales, administrativos y judiciales, la educación y los medios de comunicación. El 21 de Febrero de cada año se celebra el Día Internacional de la Lengua Materna con el fin de promover la diversidad lingüística y cultural y la preservación y protección de todos los lenguajes usados por la gente de este planeta. El lunes de esta semana, esta disposición de la Naciones Unidas cumplió dos décadas, pero, como veremos a continuación,  hasta ahora ha tenido poca repercusión en esta región del globo terráqueo.

 

Kay Pacha

En el Perú hay 3,8 millones de personas que tienen el Quechua como lengua materna, medio millón de hablantes en Aymara y cerca de 150 mil personas que emplean para comunicarse alguna lengua amazónica originaria; en este último caso hablamos de alrededor de 50 lenguas con universos de hablantes muy diversos y dispersos.

Probablemente no hay peruano de la tercera edad que no recuerde el Tawa Canal, Limamanta Pacha con que saludaba a su audiencia el canal 4 (tawa en quechua) bajo el impulso del gobierno militar de los años 70, que convirtió ese idioma en lengua oficial. Sin embargo, a pesar del valor simbólico de este y otros eventos, lo cierto es que no hemos tenido un gran desarrollo de políticas sobre el tema de derechos lingüísticos. Las buenas intenciones y algunos excelentes cuadros profesionales de los 70 en adelante chocaron con la restricción crónica de recursos de nuestro Estado y solo a partir de la década pasada se intensificó la tarea de elaboración de alfabetos para las lenguas originarias y, en el ámbito escolar, alcanzó masa crítica la Educación Intercultural Bilingüe (EIB). Eso nos pone aún a años luz de que el Estado garantice los servicios de salud, seguridad, justicia, etc. de quienes no tienen el castellano como lengua materna. Nunca se pensó cómo facilitar la atención cara a cara de hablantes no castellanos en los otros servicios del Estado.

 

Alternativas tecnológicas

En ese sentido, sin quitar mérito a los avances que pueda haber en Educación, ¿no será necesario atacar algunos problemas concretos de la interfaz estado-servicio público-ciudadanos? ¿Y no podría algún otro sector liderar esta alternativa?

Por ejemplo, explorar opciones tecnológicas:  en nuestros días quien tiene un smartphone puede, simplemente empleando una app, comunicarse con los hablantes de casi cualquier lengua que Google o Microsoft hayan incluido en sus traductores y convertir en texto todo el intercambio entre los interlocutores. No será algo perfecto en todos los casos, pero es un salto gigante en la comunicación humana. Nuestras lenguas originarias están actualmente fuera de ese canal, y, por tanto, bloqueadas en su acceso a la modernidad. Es cierto que tienen algunas características específicas (su oralidad, pueden tener alfabetos, pero no una literatura que soporte sus procesos de traducción; esto crea dificultades informáticas) que hacen más difícil emplearlas en un traductor.

Sin embargo, ha habido algunos avances en la “traducción” de lenguas originarias, especialmente el Quechua. Hace ya 20 años, la ONPE concibió usar alternativas de voz en lenguas originarias en la modalidad de voto electrónico; en nuestros días el profesor Walter Velásquez ha desarrollado un robot que puede procesar instrucciones en quechua hablado, y un equipo de profesionales quechua-hablantes que tuvo financiamiento de CONCYTEC y fue liderado por el ingeniero Luis Camacho, ha desarrollado un sistema de captura de voz a texto también en Quechua.

Atender a la ciudadanía mediante estos productos, mejorados, permitiría elaborar más fácilmente historias clínicas, denuncias policiales, diagnósticos médicos, sentencias judiciales y otros documentos bilingües de uso público, y, por encima de ello, restituir al menos parte de sus derechos a las personas que, por uno u otro motivo, hablan preferentemente un idioma distinto del Castellano.

 

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Cultura, Idioma, Lengua

 

West Side Story ha recibido siete nominaciones al Oscar, incluido Mejor Película y Director. Spielberg es el primer director en ser nominado al Oscar en seis décadas diferentes, y once de sus películas han sido nominadas al máximo premio.

Pero, como ha sucedido muchas veces, los Oscar no son sinónimo de calidad.  

La obra West Side Story es una historia de romance imposible a lo Romeo y Julieta. Él se encuentra con ella, se conquistan y llegan a amarse aunque pertenezcan a mundos opuestos y enfrentados. Se basa en la idea del amor sublime cuando excede a las banalidades de la sociedad. Una historia así solo funciona si se transmite de manera creíble y con firme convicción. 

Con esa hipotesis en mano, nada menos que Steven Spielberg levanta el telón de un clásico de Broadway y de Hollywood. Estamos en el Nueva York de mitad de siglo, sesenta años atrás. Lincoln Center aún no ha sido construido, viejos townhouses van a ser demolidos para dar terreno a futuros rascacielos y los autos aún no han copado todo con su mundanal ruido. 

Al ritmo conocido del chasquido de dedos, Spielberg nos presenta al primero de los dos mundos en conflicto, el de los hijos de migrantes europeos. Entre ellos está Riff, un joven mujeriego, vehemente y con ganas de defender su territorio en las calles. En el otro lado están los hijos de migrantes latinos. El líder es Bernardo, apasionado luchador, con ganas de hacerse respetar a puñetazos. 

Riff y Bernardo pelean durante toda la película por ver quien es el dueño del territorio habitado por ambos. Pelean por América. Y el protagonismo de ellos me hizo pensar por momentos que al guionista Tony Kushner se la había ocurrido hacer un West Side Story gay. Menudo giro plausible hubiera sido. Pero no. Tarde y desapercibido, hacen su aparición en escena María y Tony. 

A María su hermano Bernardo la quiere emparejar con su amigo Chino, por eso van a un baile. Y a Tony su hermano Riff lo quiere de vuelta en la batalla contra esos latinos mugrosos, por eso irán a arruinar el mismo baile. Pero María y Tony, quienes nunca antes se habían cruzado, apenas y se miran mientras todos bailan, y en dos minutos se aman y se besan. Es el amor fugaz inmediato sin necesidad de conquista, sin ningún esfuerzo. Es como una cita por Tinder o Bumble. Ni se han podido conocer bien entre ellos ni menos los conoce el público, pero ya se aman.

El West Side Story de Spielberg da por sentado el amor, único ingrediente vital para el éxito de su trama. Toda esa idea de Romeo y Julieta se cae pedazos cuando la bandera principal de la película no se trata de desarrollar el vínculo creíble e intenso entre María y Tony. No me creo sus motivaciones para estar juntos, la defensa de su supuesto amor, ni siquiera sus ganas de escapar para poder ser una pareja. 

Ella no es la mujer soñadora y aspiracional en búsqueda de un gran amor, sino parece una chica confundida y frustrada a la espera de una mejor vida para sí misma. Él no es menos egoista. Anhela para sí mismo para la salvación de su pasado y superar sus demonios personales. No es el chico inocente e idealista cuya habilidad para derretir corazones es suficiente pretexto para enamorarse de él. En el frenético juego de cámaras de Spielberg, no hay tiempo para entender su amor de una manera sublime, idealista y existencial. 

Lo empeora todo el error de casting de Rachel Zegler y Ansel Elgort. Hay una innecesaria diferencia de tamaños entre ambos. Ni siquiera se tocan hasta el final de la película y comparten poca pantalla. Ella tiene una mirada muy dura, parece preocupada siempre por algo, como si avisara todos los problemas. Nunca está feliz. Cómo se enamora uno sin alegría, siempre consternado por el siguiente paso desde el primer encuentro. Él tiene una mirada suspicaz y misteriosa, como un galán de película de mafiosos. Y entre los dos, no se construye química alguna. 

Descartada la construcción del amor, el guión se centra en los conflictos sociales. Intenta abanderar todas las causas del presente, aún cuando no se relaciona en nada a la trama. También hay un exceso de interés y pantalla en los personajes secundarios. El protagonismo de Bernardo, Riff, Anita, Valentina, Chino e incluso los policías es exagerado. Con ello, la atención del público se dispersa demasiado. 

Es admirable el tiempo y dedicación puesto a producir esta película. La factura técnica y la calidad de la producción son impecables. Cada detalle ha sido estudiado al milímetro. Y es precisamente ahí donde se identifica la falta de habilidad del director para rodar un musical. Las coreografías son excesivas y exageradas. Son cuerpos arrojados sin delicadeza a bailar en escenografías y planos hermosos, e impide a los personajes presentarse con naturalidad. 

Aplaudo la elección de los diálogos en español, aunque solo sirva para resaltar más el lío social. Pero han hecho algo con el montaje de sonido para exagerar las voces y no parecen salir de la boca de los actores. Sumado a la grandilocuencia de los diálogos, pegoteados sin cuidado de la obra original a pesar de estar a sesenta años de su debut en cines, es como asistir a una función atrapada en el tiempo.

Las películas de Spielberg siempre presentaron hombres ordinarios capaces de superar grandes retos. Y qué si esta versión del famoso musical hubiera dado más énfasis a Tony, su lucha interna por reformarse y la gesta imposible por conquistar el amor de María. Y que a ella también le cueste enamorarlo. Pero después de cuarenta años de carrera, donde el amor es totalmente ajeno al cine de este director, era de esperarse.

Spielberg ha estrellado un clásico al extirparle su esencia y alma. Con su ambición técnica le ha dado rigidez a su propuesta. Y decepciona al ser el cineasta más innovador del siglo pasado. No sorprende tampoco el fracaso en taquilla. Esta película errática no pudo competir jamás con el rezago de la pandemia, Spider-Man y Matrix. Pero tal vez sí, cómo no, ganar unos cuántos Oscar técnicos. Será la película enana de las salas vacías.

 

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Cine, Películas, Steven Spielberg

 

Sorprende que la juventud o los colectivos organizados no se expresen activamente en las calles, en protesta por los estropicios que se vienen perpetrando tanto en el Ejecutivo como en el Congreso de la República.

Somos, en general, un país poco dado a las grandes movilizaciones, como suelen suceder con frecuencia, por ejemplo, en Argentina o España, y más recientemente en Chile o Colombia (dos naciones que tampoco tenían esa tradición). Explicaciones puede haber varias, siendo la más manida la que le atribuye a la informalidad un poder desactivador significativo. El informal es un derechista pasivo, inactivo: su trabajo o su empresa informal vive el día a día sin posibilidad de suspender labores para protestar o expresar cívicamente su disconformidad.

 

Y ese es un problema serio de nuestra democracia. Como bien señala el filósofo Gonzalo Gamio en la Introducción de su más reciente libro (La construcción de la ciudadanía. Ensayos de filosofía política), “en sentido estricto, no existe democracia sin ciudadanos. El grado de libertad que requiere una democracia genuina procede en cierta medida de la disposición de los agentes a involucrarse de buena gana en procesos de deliberación, movilización y vigilancia del poder. El ejercicio de la ciudadanía puede otorgarle dirección y profundidad a la vida de las personas, si estas consideran la acción política como una potencial opción de sentido”.

Llama la atención que el Perú esté desmovilizado cuando, a priori, se suponía que detrás del voto a los dos contendores de la segunda vuelta (Pedro Castillo y Keiko Fujimori) existía una actitud recelosa anunciada como voto vigilante, debido a las sospechas de que ambos contenían elementos potencialmente perniciosos para las libertades políticas y económicas.

Razones hay de sobra para que la ciudadanía se indigne con lo que está haciendo el gobierno. La barbarie que se ha impuesto en sectores claves del aparato estatal (empezando por lo que se está haciendo en el sector Salud, de tan álgida relevancia en estos tiempos de pandemia) amenaza con producir el colapso de la gestión pública. También abundan los argumentos para sublevarse por la actitud reaccionaria del Legislativo, empeñado en tumbarse las reformas educativa y del transporte y ahora tratando de dinamitar la lucha anticorrupción.

Ojalá este marasmo vigente sea superado pronto y empecemos a ver actos de movilización ciudadana, protesta callejera y alzamiento de la voz popular. El país y la democracia lo necesitan. Los poderes mediocres y corruptos que se imponen, tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, no se la pueden llevar tan fácil, como si nada grave estuviera ocurriendo. En las calles debe desplegarse el germen de la renovación.

 

 

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Gobierno, Pedro Castillo
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