Opinión

[Agenda País] Hace pocos días, el expresidente del Consejo de Ministros, Alberto Otárola, declaró ante la comisión de fiscalización del congreso que, efectivamente, la presidenta Dina Boluarte pasó por una cirugía facial en junio de 2023, que la alejó de actividades presenciales por casi dos semanas.

Hasta esa declaración, ningún ministro, ni la misma presidenta, habían comunicado este hecho y más bien, lo habían puesto en entredicho, como si nunca hubiese existido, a pesar que sí era de su conocimiento. 

Nadie le puede reclamar a la presidenta Dina Boluarte que se haga una rinoplastia porque no puede respirar bien o que quiera hacerse unos retoques estéticos. Es lo más normal que tanto mujeres como hombres queramos vernos mejor y disimular un poco el paso de los años, con menos arrugas, sin bolsas debajo de los ojos o recuperar el cabello perdido de nuestras melenas juveniles.

Ese no es el problema. Pero hay dos problemas.

El primero, y el más importante, es la falta de transparencia. Los funcionarios públicos están sujetos al escrutinio de los ciudadanos y tienen que rendir cuentas de sus actos y con más razón quien ocupa el sillón presidencial, la máxima autoridad elegida por todos los peruanos.

No es la primera vez que este gobierno esconde pecadillos o trata de disimularlos como el famoso caso de los relojes Rolex. Que no eran imitación sino réplica, que lo compró con sus ahorros de toda la vida y finalmente, cuando no eran uno sino varios relojes, que se los prestó su wayki.

¿No era más fácil, desde el principio, decir que se los prestaron y que cometió un error al aceptarlos? Porque más que el hecho en sí, lo que más duele es que habiendo tanta pobreza en el Perú se tenga que recurrir a un ostentoso Rolex para demostrar poder. 

¿Y no era también más sencillo anunciar que se ausentaba 2 o 3 días para hacerse una rinoplastia para poder respirar mejor, aunque de yapa la cirugía venía con su retoque más?

“ Ah la vanidad, mi pecado favorito”, diría Al Pacino encarnando a John Milton, el demonio, en el recordado film, “El Abogado del Diablo”.

El segundo problema es una posible infracción constitucional. El artículo 114 de nuestra Constitución Política dice claramente en su inciso 1, que, “ El ejercicio de la Presidencia de la República se suspende por incapacidad temporal del Presidente, declarada por el Congreso”.

Una rinoplastia con retoques estéticos requiere de anestesia general y una recuperación lenta y dolorosa. Es decir, que la presidenta no solamente ha estado inconsciente algunas horas, sino que también ha estado bajo sedativos los días posteriores, lo cual la inhabilitó de ejercer sus funciones presidenciales. 

La presidenta no estaba dormida, como quiere confundir a la población el ex magistrado Ernesto Blume, en una alocución radial de una realidad paralela, sino que, bajo los efectos de la anestesia, Dina Boluarte no podía ser despertada ni asumir ninguna función. 

En los Estados Unidos de Norteamérica, el actual presidente John Biden, transfirió sus poderes presidenciales a la vicepresidenta Kamala Harris mientras se le practicaba una colonoscopía de rutina. Pasada la intervención que normalmente requiere un breve período de anestesia general, Biden recobró sus poderes. Así de simple.

No pienso que la circunstancia de no seguir el proceso constitucional lleve a una vacancia de la presidenta Boluarte, sería demasiado drástico, pero sí es una raya más al tigre la falta de criterio que ha tenido este gobierno en su estrategia de comunicación, como si los miedos a perder el poder justifiquen una falta de transparencia y medias verdades, que al final, son nada más que mentiras.

Reflexione presidenta Boluarte, enfrente con la verdad y comunique de manera directa a los ciudadanos, que, de seguir en el oscurantismo de la falta de transparencia, solo va a generar mayor desconfianza de un pueblo que solo quiere paz y bienestar.

El próximo gobierno tiene que tener en claro que son dos las grandes responsabilidades que debe asumir en caso de llegar al poder: reconstruir el Estado, que está hecho flecos, lo que implica prácticamente todo el sector público y sus prerrogativas (salud, educación, seguridad ciudadana, justicia, regionalización, etc.); y poner el pie en el acelerador en la conversión del Perú en una economía de mercado proinversión, capitalista a la vena.

Tenemos que recuperar los niveles de inversión privada de la época Fujimori-Toledo-García, que lamentablemente Ollanta Humala empezó a ralentizar, que implique la disminución extraordinaria de la pobreza que hubo, además del crecimiento y la reducción de las desigualdades.

Eso implica recuperar la autonomía profesional de los organismos reguladores (lo que, dicho sea de paso, se está haciendo con Osiptel ahora, es de horror), relanzar Proinversión, sacar adelante la cartera de proyectos mineros estancados a pesar de tener todos sus papeles en regla (incluidos sus estudios de impacto ambiental), seguir firmando acuerdos de libre comercio, reducir los costos laborales; emprender, en suma, una revolución capitalista.

Alan García se preguntaba por qué si su gobierno había sido tan exitoso en materia económica y había sacado de la pobreza a millones de peruanos, cuando se presentó a las elecciones del 2016 tuvo tan desastroso resultado. La razón se explica en su abandono de la primera tarea: la de reconstruir un Estado ausente para la mayoría de los peruanos, incapaz de proveerles de servicios públicos básicos. Junto con García, toda la transición post Fujimori adoleció de ello y eso explica, entre otras razones, el triunfo de Pedro Castillo el 2021.

Pero esa tarea es imposible sin los recursos fiscales que una dinámica acelerada de crecimiento capitalista puede proveer. El Perú tiene un potencial enorme. Si se desatan los nudos que amarran el flujo de inversiones privadas, podemos alcanzar tasas de crecimiento significativas, sin mayor sobresalto y así alcanzar el círculo virtuoso de enriquecimiento y reforma del Estado que se necesita para salir del statu quo inmóvil en el que nos encontramos desde el 2016 y que alimenta, justamente, a los candidatos disruptivos de izquierda.

Un nuevo ataque a la débil democracia que tenemos está por concretarse. Se ha agendado está semana en el Pleno del Congreso de la República la discusión del Dictamen que modifica la Ley de la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI), lo cual pone en grave riesgo el derecho a la libertad  de asociación y participación.

Este dictamen acumula un conjunto de proyectos de ley (PL 06162, PL 06252, PL 07140, PL 07367 y PL 07354) para  limitar y  controlar la actuación de las organizaciones ciudadanas. 

Se  busca perseguir, hostigar y amedrentar a las organizaciones de sociedad civil que defienden derechos y son incómodas para el proyecto autoritario que está en marcha en nuestro país. 

La posible aprobación de esta propuesta normativa no solo afectará a las ONGs de derechos humanos, feministas y organizaciones ambientalistas; impactará gravemente en todas las organizaciones y asociaciones del país, así como pondrá barreras a la cooperación internacional en su conjunto. 

Estas iniciativas vienen de sectores con una tradición autoritaria y posturas contrarias a la lógica de derechos como : Perú Libre, Fuerza Popular y Renovación Popular, entre otros.

Para justificar un atropello de esta magnitud se suele difundir que las organizaciones de la sociedad civil no son fiscalizadas, sin transparentar que en el Perú existen mecanismos de supervisión y monitoreo exigentes, que las organizaciones más atacadas cumplen a cabalidad.

Claramente no hay sustento técnico para estás propuestas, pues las mismas son parte de un plan para seguir debilitando el derecho a la libertad de asociación y de participación. Dimensiones claves para toda democracia.

Los sectores corruptos que imperan en el Congreso, quieren el campo libre para seguir avanzando sin cuestionamientos en la toma del Estado y en la perpetuación de desigualdades que permitan afianzar narrativas autoritarias. 

Nada de derechos, nada de críticas, nada de ciudadanía. Ese es el plan. 

Está en manos de la ciudadanía y de los pocos actores políticos éticos y serios que nos quedan, contribuir a bloquear el avance de la corrupción y de las mafias que buscan blindarse y generar condiciones para que la impunidad en el país se perpetúe. 

Son tiempos complejos, en donde se ataca todo lo bueno, en dónde la indolencia prima y la indiferencia mata. No los dejemos seguir avanzando.

Retroceder más no tiene sentido. 

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Basta De Autoritarismos, Defendiendo El Desarrollo, No A La Modificatoria APCI

El escándalo de los Rolex y el más reciente de la cirugía plástica emprendida por la pretenciosa mandataria, no escalan al punto de promover una vacancia, como pretende la izquierda, pero sí constituye, por lo menos la segunda, una infracción constitucional que, como bien ha dicho el constitucionalista Aníbal Quiroga, supondrá una pena para la presidenta Boluarte una vez que acabe su mandato.

Pero lo relevante en términos políticos es el síntoma de carácter o de falta de él que estos hechos reflejan en nuestra gobernante. La vanidad, elevada a la n potencia, refleja un narcisismo patológico. El narcisismo en su justa medida es saludable porque ayuda a superar las adversidades cotidianas. Pero cuando se desborda -como claramente lo ha hecho en los dos casos citados- es síntoma de una personalidad frágil y endeble.

Personalmente, no entiendo la obsesión enfermiza en ciertos sectores sociales por los relojes y los vehículos de alta gama. Me parece una obscenidad sin fundamento utilitario. Pero, en fin, con el dinero producto de su trabajo uno puede hacer lo que quiera y el lujo también moviliza la economía de una manera impresionante (su cadena de valor es enorme). Lo que llama a escándalo es que ello se pretenda con dinero mal habido o sin justificación patrimonial, como es el caso de la primera mandataria.

El poder es la peor droga, la más adictiva, la que más marea a las personas que lo tienen. La circulina, ya lo hemos dicho, es peor que la cocaína. Su dependencia es letal cuando no se tienen los pies bien puestos sobre la tierra.

Y ese parece ser el caso de Dina Boluarte, que anda más pendiente de ostentar riquezas que no le corresponden, cuando lo que cabe a la investidura presidencial debería ser, más bien, la mayor de las austeridades.

Se confirman las razones del mal camino por el que andamos. Con una presidenta más pendiente de sobrevivir a como dé lugar hasta julio del 2026 -a costa de concesiones inaceptables- y de adquirir signos de riqueza inapropiados, se explica por qué el país anda a la deriva, sin el liderazgo de una gobernante sin empaque.

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Dina Boluarte, Rolex

Si las agresiones verbales y físicas se siguen tolerando contra políticos y periodistas, el tema va a escalar y podemos llegar a situaciones lamentables cuando la campaña electoral comience y los ánimos estén sumamente polarizados, como lo estarán en la que anticipadamente podemos prever será una de las contiendas más virulentas de nuestra historia política reciente.

Lo sucedido recientemente con el congresista Alejandro Cavero es inadmisible y se suma a una larga lista de personas agredidas, de uno y otro lado del espectro ideológico, cada vez con más violencia. La gente está irritada, es comprensible, pero la opinión pública -léase, líderes de opinión- no puede soslayar o celebrar que algo así ocurra, como ha sucedido en algunos casos.

Mañana a algún desadaptado se le ocurrirá utilizar un arma de fuego o propinar una golpiza mortal a un periodista o una autoridad porque le sale del forro y allí lamentaremos no haberle puesto coto a esta estúpida práctica de cancelación social.

Ya hemos pasado en el país años de violencia política, no solo en la época del terrorismo senderista o emerretista. En nuestra historia republicana ha habido muchos periodos signados por la agresiva conducta de grupos sociales, unos contra otros, con saldo de muertos. ¿Queremos repetir eso? ¿Ser testigos de un magnicidio? ¿Ponernos al borde una vorágine violentista en la que, qué duda cabe, pondrán su cuota las mafias ilegales que tienen intereses en la política y ya mandan matar a adversarios o autoridades que se les enfrentan?

Alegrarnos porque el agredido es de otro bando es inmoral y esa laxitud ética es la que va a conducir a alentar que se mantengan y prolonguen actitudes de ese tipo. Si la condena social recayera sobre estos agresores, podríamos ir conteniendo una práctica que debe ser desterrada del escenario político peruano.

Suficientes problemas tenemos en el país (mediocridad gubernativa, crisis económica, zafarrancho político, desmesura congresal, informalidad criminal, ineficiencia estatal, inseguridad creciente), como para sumarle a ellos violencia política.

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Alejandro Cavero

[La columna deca(n)dente] En El día de la bestia (1995), extraordinaria película española de Álex de la Iglesia, el padre Ángel, un sacerdote convencido de que debe salvar al mundo del Anticristo, toma una decisión chocante: robar la billetera de un moribundo. El acto, en su absurda lógica, forma parte de su misión: hacer el mal para infiltrarse en las fuerzas oscuras. Aunque grotesca, la escena es una sátira que nos invita a reflexionar sobre los límites de la moral y la ética.

Sin embargo, cuando la ficción se encuentra con la realidad, el impacto deja de ser reflexivo y se convierte en una herida abierta. En un caso reciente, dos policías, encargados de proteger la vida y la seguridad, robaron el dinero y el celular de un colega que yacía gravemente herido tras haber recibido un disparo en el rostro. La tragedia no reside solo en el acto, sino en lo que revela: un sistema profundamente descompuesto y carente de humanidad.

Mientras que el acto del sacerdote en la película está envuelto en el absurdo y justificado por una causa extrema, lo que hicieron estos policías no tiene más lógica que el egoísmo puro. Es una traición a los principios más básicos de solidaridad y decencia, un recordatorio brutal de cómo las instituciones, cuando fallan, pueden generar no solo incompetencia, sino también perversión moral.

Estos actos evocan la inquietante idea de la «banalidad del mal» de Hannah Arendt: el mal no siempre se manifiesta en grandes gestos de destrucción, sino en la rutina de pequeños actos egoístas, cometidos por personas comunes que renuncian a pensar en las consecuencias de sus acciones. En este caso, el robo no es solo un crimen, sino también un reflejo de cómo se ha normalizado la deshumanización, incluso en el ámbito de quienes deberían protegernos.

En la película, el robo del sacerdote es un recurso narrativo para desatar la reflexión. Nos muestra cómo, bajo circunstancias extremas, las nociones de bien y mal pueden distorsionarse hasta el absurdo. En la vida real, estos actos extremos no buscan provocar pensamiento crítico: son la evidencia de un sistema que no enseña ni refuerza los valores éticos necesarios para sostener una sociedad.

Este caso nos enfrenta a nuestra propia «bestia», no como una entidad sobrenatural, sino como un espejo de lo que hemos permitido que ocurra en nuestras instituciones y en nuestra sociedad. Cada acto de este tipo es un recordatorio de que la lucha contra la corrupción y la impunidad no es una cruzada idealista: es una necesidad urgente para evitar que el tejido ético que nos une siga desmoronándose.

Porque, al final, no se trata de un sacerdote enfrentándose al Anticristo. Se trata de nosotros, como sociedad, enfrentándonos a nuestra incapacidad de mantenernos humanos frente al caos y la miseria moral. 

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crimen, inseguridad, Policía Nacional, robo

La mejor noticia política que el Perú democrático, con proyección liberal y republicana, podría tener,es que el fujimorismo no pase a la segunda vuelta y empiece así su proceso de extinción.

Keiko Fujimori hoy encabeza las encuestas de preferencia electoral, pero con su tradicional piso cercano al 10%. No le alcanza para tener asegurado el pase a la jornada definitoria. Basta que un candidato de derecha o de centro despunte y así la sacaría de carrera (estamos dando por descontado que por lo menos algún candidato de la izquierda va a pasar: Antauro Humala, Guido Bellido, Aníbal Torres, Lucio Castro, entre los que más posibilidades tienen).

La actitud política puesta de manifiesto por el fujimorismo en este periodo congresal ya no deja lugar a dudas de su entraña crecientemente autoritaria, conservadora y mercantilista. Lo de PPK no fue un capricho, fue un sentimiento arraigado en el keikismo, que ha desnaturalizado la heredad fujimorista de los 90 en buena parte de sus contenidos.

Lo que está haciendo el fujimorismo en alianza con César Acuña, le va a costar caro. Su apoyo incondicional al régimen de Boluarte no se lava ni siquiera con una vacancia de acá a medio año. Es un pecado imborrable y el electorado lo tendrá en cuenta a la hora de acercarse a las urnas.

Ni siquiera su eventual libramiento judicial del mamarracho de acusación del caso cocteles le servirá a Keiko Fujimori para presentarse como una opción refrescada y renovada frente al electorado. Su actuación política en el Congreso la condena.

Cabe pensar, inclusive, que en el fujimorismo eso ya lo tienen claro. El otorgamiento de poderes superlativos al futuro Senado implica un menoscabo al Ejecutivo. ¿Acaso eso constituye el escenario ideal para un gobierno electo? Pareciera que ya el fujimorismo tiró la esponja, se ha percatado que teniendo predominancia congresal alcanza cuotas de poder enormes y beneficios mercantilistas ostentosos, sin necesidad de asumir los costos de tomar las riendas del Ejecutivo.

Una soberana cachetada ciudadana merece el fujimorismo. Ojalá las urnas así lo expresen en abril del 2026 y nos libremos de una vez por todas de una tara política que ya no merece la definición electoral y el beneficio del mal menor, como sucedió en la segunda vuelta con el inefable Pedro Castillo.

No hay en el panorama de la oposición un líder que encabece el malestar profundo que ocasiona el desacreditado régimen presidido por Dina Boluarte.

Hay sí algunos líderes que muestran su disconformidad y no escatiman críticas al gobierno (Rafael Belaunde y Jorge Nieto fundamentalmente, de los presidenciables), pero una cosa es prodigarse en medios de comunicación a lanzar un perfil divergente y otra erigirse en un líder opositor.

Era una ley en los primeros años de la transición que quien encabezaba la oposición luego se hacía de la presidencia. Lo fue Toledo respecto de Fujimori, García con relación a Toledo y Humala respecto de García. Ya después vino la disfuncionalidad con las elecciones del 2016 y el inicio de la grave crisis política por la que transitamos desde entonces, en la que nada es predecible y la lógica política perdió credenciales.

La izquierda misma es sumamente beligerante respecto del gobierno actual, pero no logra constituir un liderazgo opositor fuerte. Ni siquiera Antauro Humala, el más potente líder izquierdista se puede endosar ese perfil.

Los empresarios, los medios de comunicación, los movimientos regionales, los gremios sindicales y sociales, la sociedad civil casi en su plenitud, son hipercríticos del gobierno fallido que nos ha tocado en suerte, pero ese estado de ánimo no encuentra expresión política y nadie de la clase política parece haberse propuesto en serio representar esa actitud.

El secreto parece estar en acompañar el discurso crítico de la movilización callejera o de la activación de colectivos que expresen ese malestar ciudadano. No basta con aparecer en medios, en entrevistas televisivas, radiales o escritas para alcanzar esa dimensión opositora que se requiere, y que quien capture se asomará con mayores posibilidades en las elecciones del 2026.

Si hoy se hiciese una encuesta sobre quién es el líder de la oposición, probablemente aparecerán muchos, pero con escuálido porcentaje. No hay una figura que se encarame sobre el resto y eso, a su vez, va a contribuir a hacer de la fragmentación -de por sí una desgracia- un mal mayor al que ya por sí contiene.

La del estribo: vale la pena darse un salto hoy por el centro de Lima y acudir a la sala Alzedo del teatro Segura, y disfrutar una gran obra, Tiempos mejores, bajo la dirección de Roberto Ángeles y la dramaturgia de Mikhail Page y Rasec Barragán. Entradas en Joinnus. Aproveche que el tráfico está fluido ya que se acabó la procesión del Señor de los Milagros.

[Música Maestro] A mediados de noviembre de este año, el cantante y pianista Fito Páez (61) inició una gira denominada 4030, para celebrar los aniversarios de sus álbumes Del 63 (1984) y Circo Beat (1994), el primero y octavo de su discografía personal, respectivamente, tocándolos de principio a fin en varias ciudades de Argentina y algunos países cercanos como Chile y Uruguay.

Con motivo de ello, reescuché ambos discos después de varios años, en especial el segundo, considerado por los conocedores de su extenso catálogo como uno de sus mayores logros artísticos como compositor, instrumentista y líder de banda, combinando su larga experiencia en la escena gaucha –Baglietto, Charly, siete álbumes previos- con su dominio de diversos géneros -pop-rock, jazz, electrónica, folklore, tango-, rodeándose para dar forma a sus ideas de un conjunto de músicos y colaboradores de primera.

En once de las trece canciones del Circo Beat -dos de ellas, Dejarlas partir y Nada del mundo real, son grabadas con orquesta- brilla con luz propia el bajista Guillermo Vadalá (56), lugarteniente de Páez en aquel disco y en la gira que se desprendió del mismo -que lo trajo al Perú en 1996, para un alucinante concierto en la recordada Feria del Hogar-, al frente de una grupo integrado por algunos de los mejores nombres de la movida argentina de ese momento: Gabriel “El BambinoCarámbula, Augusto “Gringui” Herrera (guitarras), Fabiana Cantilo, Claudia Puyó (voces), Laura Vásquez, Fabián “Tweety” González, conocido como “el cuarto Soda” por su asociación posterior con Soda Stereo (teclados), Héctor “Pomo” Lorenzo (batería, histórico integrante de Invisible y Spinetta Jade), entre otros.

Fito Páez es un artista que despierta intensas diferencias, desde quienes lo consideran un genio hasta quienes lo detestan y se encrespan de solo oír/leer su nombre. Y en ambas orillas existen argumentos sólidos. Pero, desde el punto de vista de la interpretación del bajo, la versatilidad de “Guille”, como le dicen sus amigos, no admite discusiones pues se revela en estado de gracia durante casi una hora de musicalidad pura.

Después de los pianos y teclados de Páez, el bajo es el instrumento que más resalta en el colorido collage de arreglos que escribió el rosarino junto al orquestador Carlos Villavicencio y el mismo Vadalá, que funcionaba como una especie de director musical en la sombra, cubriendo a Fito cuando andaba demasiado distraído o pasado de vueltas. Desde las beatlescas Normal 1 o El jardín donde vuelan los mares hasta ese ejercicio sin descanso que colocó en el exitazo Mariposa tecknicolor o la menos difundida Lo que el viento nunca se llevó, el bajista se luce con fraseos y recorridos veloces.

Con varios modelos de Fender, Rickenbacker, fretless y hasta contrabajos -en el trágico tango Nadie detiene el amor en un lugar, en la balada jazzy Las tardes del sol, las noches del agua-, su rango de acción va del acompañamiento seco, básico –la funky Circo Beat, la romántica She’s mine-, a la cíclica sucesión de inesperados quiebressin trastes -Si Disney despertase, Tema de Piluso, homenaje de Páez a su paisano, el cómico Alberto “El Negro” Olmedo (1933-1988), al rock directo -Soy un hippie-, razones por las cuales el arsenal de Guillermo Vadalá en aquel álbum ofrece un placer auditivo para todos los amantes del instrumento de las cuatro (o cinco) cuerdas.

Si Charly García tuvo a Pedro Aznar y Luis Alberto Spinetta, a Javier Malosetti o a Marcelo Torres, Fito Páez tuvo el equivalente a estos extraordinarios bajistas en Guillermo Vadalá, a quien conoció durante las sesiones del legendario álbum La la la (1986), que Fito grabó a dúo con el padre fundador del rock albiceleste, líder de combos históricos como Almendra o Pescado Rabioso. En 1988, el pianista -entonces flaco y desgarbado, sumergido en profundas depresiones y vicios tras el asesinato múltiple a sus familiares en Rosario- invitó a Vadalá a integrarse a su banda estable, donde permaneció hasta el año 2006.

El experto bajo de Guillermo Vadalá se luce en todas las canciones del periodo más luminoso de Fito Páez, el de la tríada Tercer mundo (1990), El amor después del amor (1992) y Circo Beat (1994), sus primeros álbumes para el sello WEA International, división latinoamericana de Warner Brothers Records. Esos tres discos definieron el perfil de Páez como artista con proyecciones globales, un giro que, paulatinamente, lo fue alejando del estilo localista y ligeramente orientado a la experimentación electrónica y la fusión, para dar paso a una onda más sofisticada y voluptuosa, aunque no tan popular.

Aun así, canciones como Es una cuestión de actitud o Dos en la ciudad (Abre, 1999), de alta rotación en las radios, contienen el serio trabajo del bajista. Y para quienes prefieren escarbar entre lo menos conocido, les puedo recomendar la línea del fretless en Lázaro(Enemigos íntimos, 1998) o los cuarenta segundos finales de Urgente amar, uno de los temas del disco Naturaleza sangre (2004). Oro puro.

El primer disco de Páez en el que participó Guillermo Vadalá fue Ey! (EMI, 1988), el último de la etapa “desconocida” de Páez. En temas como Por siete vidas (Cacería), Dame un talismán o Polaroid de locura ordinaria ya se pueden oír los primeros trazos de ese bajo portentoso que aparecería después en canciones clásicas del rock en español como El amor después del amor (ídem, 1992), Yo te amé en Nicaragua (Tercer mundo, 1990), Llueve sobre mojado (Enemigos íntimos, 1998, a dúo con el español Joaquín Sabina) o Cadáver exquisito (Euforia, 1996). En paralelo, fue labrándose su propio camino como músico de sesión, primero con sus pares argentinos –Spinetta, Baglietto, el guitarrista de jazz latino Luis Salinas, entre otros- y luego para estrellas internacionales del pop, en Miami, ciudad donde reside hace ya algunos años.

Su trayectoria se había iniciado en 1985, a los 17 años, cuando ingresó a la segunda y última formación de Madre Atómica, ocupando el lugar de uno de sus héroes, Pedro Aznar. Esa banda de jazz y fusión, liderada por el guitarrista Lito Epumer y el tecladista Juan Carlos «Mono» Fontana, editó en 1986 su único LP epónimo, con Vadalá en el bajo. En esa época, el casi adolescente del barrio de Villa Luganotenía ya su estilo bastante redondo y buscaba hacerse un lugar en la competitiva escena bonaerense. Cuando Fito lo escuchó, en medio de sus sesiones con Spinetta, replicando nota por nota las canciones de su disco Ciudad de pobres corazones (1986), se convenció de que lo necesitaba para ampliar la paleta de sonidos que había construido hasta ese momento, con un toque más orgánico y sustancioso.

Vadalá, a medida que fue creciendo como bajista, fue también contribuyendo más en los arreglos que escribía Fito, quien incluso le pidió grabar todo con el bajo sin trastes, aunque al final solo se usó para determinadas canciones, desde Tercer mundo (1990) hasta El mundo cabe en una canción (2006), el último disco que grabó con Páez. Pero si en los estudios su aporte era importante, en los conciertos es donde alcanza Vadalá su máximo potencial. La libertad para improvisar y llenar espacios con creativos fraseos y vertiginosos solos le dan solidez a la banda en cada presentación en vivo.

Revisar, por ejemplo, el concierto de presentación del Circo Beat en el Teatro Ópera en 1994, es una muestra clara de su importancia para el sonido de la banda. O aquella presentación en Viña del Mar, en el 2004, en que Vadalá se lanza un solo en clave de jazz, al estilo de Jaco Pastorius (1951-1987), el idolatrado bajista de Weather Report, mientras Páez combina Circo Beat con el rap de Tercer mundo. En esos años, Fito y su banda fueron invitados al prestigioso Festival de Montreaux, la meca del jazz en Suiza, poniéndose al nivel de los mejores a una escala global.

En el 2009, Guillermo Vadalá fue convocado por Luis Alberto Spinetta (1950-2012) para tocar bajo y guitarra en el mega concierto Spinetta y Las Bandas Eternas, organizado para ofrecer una retrospectiva de toda la obra musical del «Flaco» con sus grupos originales reunidos para tal ocasión. Vadalá fue, además, director musical del espectáculo, realizado en el estadio de Vélez Sarsfield, en Buenos Aires, el 4 de diciembre, antes más de 40 mil personas. El bajista tuvo que aprenderse más de 200 canciones para el show y se desempeñó como una ayuda memoria portátil para Spinetta, recordándole tonalidades, cambios, letras y demás. Esa noche, Vadalácumplió uno de sus sueños, tocar con la formación original de Pescado Rabioso el tema Post-Crucifixion (1972), una joya del rock argentino clásico.

Ese mismo año, lanzó su primer disco, Bajopiel (Epsa, 2004), al frente de su propio grupo, tocando jazz fusión de alto calibre y contó con la colaboración de sus amigos Fito Páez, Lito Epumer, Juan Carlos «Mono» Fontana, entre otros. Siete años después, llegaría Alumbramiento (Sony Music, 2011), su segunda producción individual, en el mismo estilo. En paralelo, Vadalá decidió concentrarse en su trabajo como músico de sesiones, productor discográfico y educador.

Esta faceta la desarrolla a través de Let It Beat, una escuela de música que fundó junto a su esposa, Nerina Nicotra, que es también bajista –los conocedores de Spinetta la ubican pues tocó con él en su última etapa, entre 2005 y 2010. La academia, ubicada en Miami, ofrece cursos tanto para jóvenes aspirantes como para estrellas del pop que quieran nutrirse de su vasta experiencia acompañando a lo mejor de lo mejor del rock en español. Por sus aulas han pasado artistas muy conocidos como Juanes, Diego Torres o Carlos Vives, admiradores del rock argentino y sus principales exponentes.

Desde mayo del año pasado, Guillermo Vadalá decidió abrir las puertas de sus proyectos musicales y educativos al ciberespacio, lanzando una plataforma completa de canales en las redes sociales YouTube, Instagram y Facebook, y es ya toda una celebridad entre los consumidores de este tipo de contenidos, la comunidad internacional de músicos y, especialmente, de bajistas en búsqueda de información, tutoriales y ejemplos para desarrollar su técnica y mejorar como intérpretes.

«Mi intención es -dice Vadalá en una entrevista reciente- entregar al mundo lo que he aprendido porque entiendo que hay una necesidad por aprender, por saber más. Y lo que me diferencia de otros youtubersen este rubro es que, aunque pueden ser muy buenos, muy rápidos, uno revisa y no han tocado con nadie. Yo he tenido la suerte de haber tocado más de treinta años con algunos de los mejores artistas de la Argentina, en estudios y en estadios. Y cuando vos escuchás, te das cuenta de que están al nivel de los mejores del mundo».

En su canal de YouTube, que tiene ya más de 35 mil suscriptores, «Guille» enseña escalas, técnicas de slapping y digitación para tocar funk, jazz, rock, entre otros géneros musicales. También ofrece consejos sobre cómo mejorar el sonido en un estudio y ganar confianza al tocar en contextos laborales tensos.

Pero, sin duda, son sus videos tocando icónicas líneas de canciones que grabó con Fito Páez los que más visitas acumulan. Así, podemos ver al maestro replicando el bajo de Mariposa tecknicolor, Tráfico por Katmandú, El amor después del amor, A rodar mi vida, Y dale alegría a mi corazón, entre muchas otras. «Antes -dice el bajista- no teníamos estas herramientas. Uno se hacía músico sobre la marcha. Y, en el caso de los bajistas, alguien nos ponía a laburar sin saber tocar mucho el instrumento, porque no había bajistas en el barrio ¿viste? Si sabías tocar la guitarra, pasabas al bajo y conseguías trabajo. Después aprendías».

Guillermo Vadalá pertenece a una larga tradición de extraordinarios músicos que nadie conoce, por estar detrás de una estrella rutilante, que generalmente se lleva toda la atención del público y de los medios. Estar al lado de Fito Páez le significó una gran oportunidad,aunque siempre desde la oscuridad del perfil bajo, lo cual le permitió aprender y mantener esa humildad que, con el tiempo, se ve recompensada con el agradecimiento del público por tantas grabaciones notables.

Mientras que en nuestra pobre y siempre huachafa escena padecemos la antipática pedantería de limitados aspirantes a rockeros que se creen lo máximo por haber llenado un estadio local -los Libido jalándose de los pelos por dos o tres cancioncitas- y la ignorancia atrevida de sus seguidores, en Argentina vemos a verdaderas leyendas, de trayectoria brillante que, después de haberse codeado con la crema y nata del mundo musical, tanto del espectro comercial pop como de géneros no masivos, ofrecen su talento y su corazón, con una actitud sencilla, cercana al público.

Recientemente, Guillermo Vadalá ha regresado a la dinámica de las giras y conciertos, uniéndose a su colega y amigo Felipe Staiti, en una nueva versión de Enanitos Verdes tras dos años del fallecimiento de surecordado bajista/cantante, Horacio «Marciano» Cantero. Stati, guitarrista original y actual vocalista de la emblemática banda argentina de los ochenta y noventa, completa esta renovada alineación con el mexicano Bosco Aguilar (teclados) y José «Jota» Morelli (batería, en la banda desde el 2009).

Morelli y Vadalá se conocen desde los tiempos de Madre Atómica por lo que la química está asegurada para esta nueva etapa de la banda que registrara clásicos del rock en nuestro idioma como La muralla verde(1986) o Por el resto (1987). Además, es una nueva oportunidad para ver en acción a uno de los mejores bajistas de Latinoamérica. Un«grosso», como dicen coloquialmente los argentinos.

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