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Opinión archivos | Página 211 de 342 | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Opinión

 

Utilizo para mi columna de hoy el concepto utilizado por Pierre Rosanvallon para caracterizar lo que actualmente pasa por los regímenes políticos occidentales. El historiador señala que actualmente -en las democracias liberales- vivimos un tipo de accionar ciudadano y político que impacta de manera negativa en el régimen, desgastándolo y vaciándolo del contenido representativo.

Esas acciones pasan por judicializar, vetar e imputar cualquier tipo de política gubernamental, discurso y proyecto político. No es negativo ello, pero el punto de inflexión está en tener en cuenta que dichas características quedan en el aspecto reactivo. Ante tal contexto, cuando la opinión pública exige cambios importantes, la acción propositiva queda en el vacío. No hay eco que sea recogido por cualquier iniciativa que reconstruya el escenario político representativo. Se queda solo en el aire, como un llamado de atención. Eso es lo que actualmente estamos viviendo por el mundo.

Y eso es por lo que el país transita, desde hace varias décadas. Así entramos a la transición a la democracia. En un escenario político, que transita entre la fragmentación y la organización mínima, las minorías activas de toda índole (políticos y sociales) impulsan discursos y acciones que no generan capacidad de síntesis de aquel contexto que vivimos; por el contrario, acentúa aún más la capacidad de normalizar dicha de coyuntura crítica. De estar conformes de la crisis permanente.

Eso lo podemos evidenciar en la poca capacidad que tienen las minorías activas de movilizar gente por las calles o de reconstruir grandes relatos y proyectos que generen confianza en la mente y corazones de los peruanos. Lo que podemos ver también es que dichas minorías generan agendas que repercuten en la opinión pública (medios y encuestas), así como en la capacidad de canalizar la indignación a través del voto. Ya hemos podido apreciar cuales han sido los resultados de dicha situación en esta última elección: Pedro Castillo y su forma amateur de hacer política.

Me surge una pregunta a partir de dicho contexto: ¿es posible que transitemos a escenarios desencadenantes que impacten negativamente en el país? Vale decir, ¿podemos llegar a tocar fondo, mediante una elección, en la que elija a alguien más nocivo (léase populista) que el actual presidente del país? La entrada teórica propone que los populismos surgen como situación excepcional entre la dictadura y la democracia. Otra propone que el populismo no es excepcional, que es parte de nuestra cultura política y que gira entre ella y las dictaduras, en la que la democracia se vuelve algo no regular.

¿Por dónde va nuestro rumbo? Por generar proyectos democráticos que conecten de abajo hacia arriba -mediante proyectos de partido-escuelas- la necesidad de reconstruir la política representativa tan venida a menos desde los años noventa. Eso pasa por discutir reformas de los partidos que vayan más allá de la cuestión electoral.

 

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Gobierno, Pedro Castillo

 

Las escuelas y universidades son para que personas que, en general, no producen ni se reproducen se preparen para hacerlo en otros lugares; como casas —o habitaciones de cierto tipo— donde padres e hijos, puede ser que otros parientes, resuelven tareas ligadas al ciclo de vida socio afectivo; o como oficinas, tiendas, fábricas, negocios, en los que se crece desde el punto de vista económico y profesional.

Todo lo anterior parecía un orden natural, actividades y espacios indiscutibles, de los que derivaban protocolos, costumbres, reglas. Casi podría decirse que se trataba de un escenario inamovible en el que todos hacíamos lo nuestro. Por supuesto que es una exageración, que estamos hablando de instituciones, por lo tanto sometidas a una historia que las vio transformarse con matices en diferentes culturas. Pero como que era el default.

Hasta que vino la pandemia y se hizo evidente que el lugar donde habitualmente hacíamos ciertas cosas, por ejemplo trabajar, es menos determinante de lo que asumíamos y que se puede realizar con iguales o mejores resultados desde otras coordenadas. El trabajo y el estudio remotos eran posibles, un nuevo mundo se abría, los horizontes laborales y educacionales se ensanchaban. Antes del virus habían precursores que en la década previa iban en ese sentido, pero ahora se trataba de un camino sin retorno.

 

Hablemos solo del trabajo.

¡Flexibilidad es la voz! Los ejecutivos no están dispuestos a seguir trabajando para organizaciones que no ofrecen alternativas: tanto tiempo en la oficina, tanto fuera de ella. Trabajo híbrido, a pesar de que el término de asocia a seres contrahechos. Y aunque muchas organizaciones parecen creer que traerá lo mejor de ambos mundos, de la presencialidad y la virtualidad, los datos que poseemos hasta ahora no son tan claros.

En primer lugar ambas circunstancias tienen modelos mentales diferentes. Desde las maneras de focalizar, para hablar de un asunto neuropsicológico, hasta la susceptibilidad a la crítica, para hablar de uno que es esencialmente emocional, responden a variables distintas en remoto y presencial. No importa el arreglo, pasar de un modelo a otro requiere de ajustes y esos ajustes demandan energía. Ya se comienza a escuchar voces sobre el agotamiento de la hibridez.

No solamente eso. El clima laboral también cambia cuando uno tiene a una parte de los equipos lejos y otra dentro. ¿Tendrán los presentes más ventajas ante los ojos de sus jefes que los ausentes, se llevaran los segundos las cosas más fácilmente?, ¿tendrán los líderes —para quienes todo lo anterior significa ajustes mentales y conductuales importantes— que ceñirse a nuevos ejercicios de inclusividad al no olvidar dirigirse, además de a ellas y ellos, a virtuales y presenciales?

La cosa no está, literalmente, en el lugar. El asunto, por el contrario, es qué parte y tipo de  trabajo se hace dónde y cómo. Quizá la revolución radica en que iremos a un lugar que no es la oficina para documentarnos e inspirarnos, a la oficina para lo operativo, nos quedaremos en la casa para profundizar y documentar, y acudiremos a otro sitio para negociar, dar o recibir retroalimentación muy importante. Algunos de esos lugares serán propios de cada empresa, otros comunes a varias empresas, algunos estarán en la nube otros en la interacción cara a cara.

Para terminar, no es dónde trabajamos, sino en qué lugares vamos a hacer qué parte de nuestro trabajo. Seamos sinceros: no la tenemos clara y durante un tiempo lo híbrido será un viaje por territorio desconocido y nos deparará muchas sorpresas, requiriendo de todos creatividad y coraje.

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Teletrabajo

 

Es realmente grotesco que el gobierno de Castillo pretenda vanagloriarse de las buenas cifras macroeconómicas, a propósito de la excelente calificación obtenida en el índice de riesgo país de Bloomberg, que nos coloca en primer lugar en la región, desplazando a Chile.

Por lo pronto, habría que señalar que ese índice no es precisamente referencial, no es considerado muy solvente como real indicador de la buena o mala marcha de una economía (que Argentina, que es un desastre económico y financiero, aparezca en cuarto lugar en la región, bastaría para desacreditar el mismo), pero, además, aquello por lo cual se ubica al Perú en primera ubicación no es, precisamente, por algo que haya hecho este gobierno, sino, al contrario, a pesar de él.

La ausencia de liderazgo presidencial y la carencia de políticas públicas eficientes y tecnocráticas en sectores claves de la economía y la producción, van a hacer que el país crezca apenas 2% este año, cuando el contexto internacional nos debiera permitir aspirar a tasas de 4 o 6%, inclusive, como sucedió en el segundo gobierno de García.

Castillo y su ineptitud le cuestan al país, por lo menos, ocho mil millones de dólares anuales. Eso es lo que la economía peruana deja de crecer por la política de mediocridad administrativa y el copamiento partidario de sectores claves del Estado, sin ninguna consideración por la meritocracia o algún respeto por la pátina tecnocrática que se ha ido forjando a lo largo de las décadas en muchos ministerios u oficinas públicas.

 

Hay que saludar que Castillo haya arriado las banderas radicales estatistas y que el afán de convocar una Asamblea Constituyente le sea imposible de llevar a cabo, y en esa medida, es bienvenido que se mantengan, gracias a la Constitución del 93, las líneas maestras del modelo -ello, por sí solo, ya asegura un crecimiento económico del país-, pero estamos muy lejos de ser un ejemplo de políticas proinversión o promercado. Muy por el contrario, se está destruyendo la calidad estatal y se está desperdiciando un momento de oro para disparar las tasas de crecimiento y acelerar la reducción de la pobreza y de las desigualdades sociales. Ello sí es atribuible al régimen de Castillo y no debiera ser, como es obvio, motivo de vanagloria.

La del estribo: estamos en medio del siempre recomendable festival internacional de teatro y danza Temporada Alta -en su séptima edición-, que anualmente convoca la Alianza Francesa. Esta semana estarán Livalone (España) el 21 y 22 de febrero, Pocahontas o la verdadera historia de una traviesa (España) el 23 y 24 de febrero, Nuestros cuerpos sin memoria (Perú/Francia) el 26, 27 y 28 de febrero. Hay, además talleres y clases maestras. Vea la programación en la página web de la propia AF y las entradas las adquiere en joinnus. ¡Buen teatro presencial!

 

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Pedro Castillo

 

Corría la mitad de la década de los noventa y era tradición ir en el mes de julio con mi mejor amiga Carmen del Prado, mi tío Pedro Pablo y otras personas interesadas a la fiesta que se le rinde a la Virgen del Carmen, más popularmente conocida como «Mamacha Carmen», celebración colorida, llena de fervor, en el hermoso pueblo de Paucartambo. Fue en ese contexto que conocí a Doris Bayly.

Ocurrió poco después de su terrible accidente en bicicleta en Cuzco. Ella había sufrido una caída dos días antes de visitar Paucartambo por la fiesta de la Mamacha. Desde el primer momento pude notar su calmada manera de establecer el diálogo, su profundidad de pensamiento, su ponderación de las palabras y la forma mágica con que nos involucraba en cada conversación. Sus pausadas intervenciones provenían de una manera tranquila, sabia, de enfrentar la vida.

Los fierros que le pusieron por la caída no le impidieron ir a Paucartambo. Al contrario, nos llevó con su imparable entusiasmo hasta “Tres cruces” y tuvimos conversaciones intensas. En ese momento se encontraba escribiendo los textos de su primer poemario, Retrete para huérfanos, que José Antonio Mazzotti le publicó con la editorial ASALTOALCIELO en junio de 1996 desde Filadelfia, donde a la sazón vivía el reconocido poeta y promotor cultural. Esos cien ejemplares publicados en edición artesanal hoy constituyen pequeñas joyas de la literatura peruana.

Recuerdo cuando surgió uno de los poemas del libro. Estábamos en la pizzería que quedaba debajo del «Ayllu», el legendario café cusqueño, sentadas las cuatro puntas en una mesa, y de pronto surge el siguiente poema, que escribió al vuelo:

“X”

juego colectivo escrito sobre la gran mesa de madera

de una pizzería en el cusco

ándese con rodeos

de palabra y diccionario bajo el brazo

para encontrar la ruta

al centro mismo de la nada

 

pero escuche

ESCUCHA TE LO PIDO

el rumor gorjeante

a sangre espesa

que sube atropellando la garganta

y se detiene

al borde del suicidio

 

en

MEDIO

de la calle (26).

 

Esa era Doris, intensidad bajo un ropaje de calma, «rumor gorjeante / a sangre espesa /

que sube atropellando la garganta». Sus poemas parecían simples, pero ya se notaba una voz con garra y gran sentido de la economía del lenguaje. Como ella.

Dos años más tarde publicaría en Lima con la editorial Campodónico su segundo y último libro, Chico de mi barrio, donde reafirmó su original escritura.

Esta querida poeta y sagaz periodista sabía mantener conversaciones llenas de hondura, de análisis, para ir más allá y hacer que una se cuestionara lo que daba por sentado. Creo que todos los que la conocieron experimentaron un cambio ante un ser tan especial. A mí me hizo pensar en mi realidad, pues ella también venía de una familia de clase media alta, pero buscaba y anhelaba la justicia social, la equidad de la vida y la bondad. Sus convicciones eran muy parecidas a las que yo anhelaba. Hubo una simpatía desde el principio; realmente era una guerrera, una artista, una poeta, una periodista de otro nivel, todo a la vez.

El pasado miércoles 16 de febrero un maldito camión la atropelló mientras montaba su bicicleta, hábito que practicaba cada mañana, en la carretera cerca de Máncora, donde vivía con su familia desde hacía unos años. La dejaron abandonada en el camino y falleció a las pocas horas. Qué cruel es el Perú a veces con sus hijos.

Se le va a extrañar, porque mujeres como ella, auténticas, luchadoras, justas, espirituales, hay muy pocas. Que su luz nos acompañe siempre.

 

 

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Doris Bayly, poesía

 

Las aparentes muestras de cordialidad que se han brindado en las últimas horas los representantes del oficialismo y la oposición ojalá no transiten por una tregua política basada en el pacto de mantener el statu quo y preservar las gollerías mutuas.

Claramente, la mayor responsabilidad para evitar ello, anida en las filas de la oposición parlamentaria que tiene, frente a sí, la encomienda política primera de definir si le otorga o no el voto de confianza al gabinete Torres. Y, adicionalmente, la urgencia de fiscalizar la presencia de ministros altamente cuestionables que el régimen ha presentado en su parrilla ministerial.

De arranque, hay por lo menos seis que no deberían estar en el cargo que ocupan: el de Transportes (léase la reveladora carta de renuncia de la viceministra), Interior, Defensa, Energía y Minas, Cultura y especialmente el de Salud, sin contar otros que también tienen antecedentes críticos. ¿Con ese combo de inefables puede el Congreso pasar por agua tibia el envite y mirar de soslayo el tema?

Creemos que el Legislativo debe hacer con el gabinete Torres lo que debió hacer con el gabinete Bellido, negarle la confianza. Es una falta de respeto al país la presencia de personajes sin el menor valor administrativo o experiencia en la gestión pública, cuya presencia en el gabinete obedece a componendas políticas entre el presidente Castillo y Vladimir Cerrón, o con agrupaciones como Somos Perú y la facción provinciana de Acción Popular.

En términos generales, queda claro que va a ser muy difícil que la oposición consiga los 87 votos para vacar al presidente y no hay aún, además, las razones para justificar tamaño acto político. Puede recorrer también el camino de la acusación constitucional y dejar el camino expedito para que apenas se presente una inconducta presidencial proceder por esa vía. Es más sencillo, pero igualmente difícil de lograr.

En cualquier caso, antes de pensar en tales palabras mayores, puede y debe ejercer una actitud de vigilante fiscalización. Y ello pasa, en primer lugar, como hemos señalado, por negarle la confianza a un gabinete más impresentable aún que el de Guido Bellido. Y si por alguna sospechosa razón, o por un plato de lentejas, las bancadas del centro vuelven a darle los visos de continuidad al gabinete, es obligación de la auténtica oposición parlamentaria (y en este esfuerzo sí pueden contar con los votos), ir ministro por ministro, hasta despejar el horizonte gubernativo de sombras inaceptables.

 

 

 

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Congreso, Gabinete, Pedro Castillo

 

Desde octubre de 2015, cuando se destaparon casos de abusos mediante el libro “Mitad monjes, mitad soldados”, el Sodalicio nunca ha admitido ninguna responsabilidad institucional en las fechorías cometidas. Las declaraciones públicas de algunos de sus representantes pidiendo perdón se han limitado a disculpas por los abusos cometidos por algunos sodálites, que supuestamente habrían cometido actos incompatibles con los fines y el espíritu de la institución. Porque — repitiendo el esquema que se ha solido aplicar en toda la Iglesia católica ante la proliferación de casos de abusos— la institución siempre se ha considerado a sí misma como impecable y santa, y sólo algunos de sus miembros —cual “manzanas podridas”— habrían cometido actos repudiables, atribuibles a que “ también son humanos” y designados generalmente no como delitos sino como errores, faltas, deslices o simplemente pecados debidos a la fragilidad de la carne.

A fin de sellar y certificar esta impecabilidad institucional, el Sodalicio convocó a una comisión de tres expertos internacionales (Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite) supuestamente para investigar los abusos y resarcir a las víctimas, pero que en realidad sólo sirvió para lavarle las manos a un sistema enfermo que muestra señales de putrefacción en su organismo.

Eso se hace evidente en la carta de Alessandro Moroni, entonces Superior General del Sodalicio, del 14 de febrero de 2017, que sirve de presentación a los informes de los expertos del 10 de febrero del mismo año.

Cuando habla de la «investigación completa de las acusaciones contra miembros o exmiembros del Sodalicio llevada a cabo por un equipo de expertos internacionales», resalta que «se trata de hechos en su mayoría ocurridos en un pasado distante», lo cual «hace difícil poder sustentarlos con una evidencia probatoria irrefutable y señalar concluyentemente la responsabilidad penal de los agresores», aunque «la consistencia de los testimonios recibidos y el rigor metodológico de los investigadores nos permiten reconocer frente a las víctimas la verosimilitud de sus testimonios».

Moroni se atreve a decir que «el último presunto acto de abuso de un menor de edad por un sodálite ocurrió […] en el año 2000», aunque poco antes ha señalado que «en 2007, un sodálite [Daniel Murguía] fue arrestado por el abuso sexual de un menor, y fue inmediatamente expulsado del Sodalicio». ¿Por qué no incluye este caso en su estadística? ¿Porque fue absuelto por el Poder Judicial debido a un tecnicismo judicial? ¿O simplemente porque ya no es sodálite? Los hechos que se le atribuyen son verosímiles y aparecen como comprobados en la misma sentencia absolutoria: llevar a un niño de la calle, un menor de 11 años, a un cuarto de hotel, hacer que se desnude y tomarle fotografías. Esto ya constituye un abuso sexual, aunque la ley no lo tipifique. Lo que adicionalmente habría ocurrido y que no se llegó a aclarar sólo lo saben el menor y el mismo Murguía.

De manera estratégica, Moroni soslaya el tema de los abusos psicológicos y físicos que habrían sufrido personas mayores de edad en la institución, las cuales se hallaban en situación vulnerable debido al control mental que se habría ejercido sobre ellas gracias a un régimen disciplinario característico de las sectas y el ejercicio de una obediencia absoluta que restringía su libertad personal y su capacidad de decisión. Y aunque abusos sexuales en perjuicio de adultos también los hubo en el Sodalicio, Moroni sólo considera los abusos contra menores de edad para poner una fecha límite, con una certeza de visos cuasi-proféticos.

Si bien admite que «los expertos identificaron ciertos elementos dentro de la cultura del Sodalicio que, de alguna manera, permitieron que estos reprobables hechos hayan podido ocurrir», a la vez señala que en la última década ha habido mejoras significativas.

En resumen, los abusos en el Sodalicio pertenecerían a un pasado ya remoto; la responsabilidad respecto a ellos recaería únicamente sobre unos cuantos sodálites y exsodálites que habrían cometido estas acciones. Las razones para dar a conocer el informe, según Moroni, serían «para poder reparar adecuadamente a las personas que han sufrido a causa de lo que aquí se relata, para que hechos como esos no se repitan y para hacer justicia a los sodálites y miembros de nuestra familia espiritual que son personas de bien, íntegras y comprometidas con el anuncio del Evangelio y el servicio a los demás».

En fin, la perfecta lavada de manos para una institución que tendría unos cuantos miembros sucios pero mantendría el cuerpo limpio e impecable. Y donde ya se habrían tomado todas las medidas a través de «un programa permanente para contribuir a la sanación y reconciliación de las personas que han sido víctimas de cualquier abuso o maltrato relacionado con nuestra comunidad y trabajar para que nunca vuelvan a ocurrir hechos de esta naturaleza».

Todo muy bonito, a no ser por que ese “programa permanente” prácticamente no existe. Con el informe de los expertos internacionales el Sodalicio habría considerado cerrado y concluido el proceso de reparación de las víctimas, sin evaluar la posibilidad de que haya muchas más de las que la institución ha reconocido oficialmente. Además, el proceso no parece haber sido tan limpio y justo como pretende Moroni.

El informe preliminar (julio de 2019) de Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, recoge algunos testimonios sobre el proceso de reparación encargado por el Sodalicio, que estuvo a cargo del irlandés Ian Elliott.

Félix Neyra, por ejemplo —de cuya herencia materna se apropió el Sodalicio—, declaró que Elliott

«me citó para una segunda reunión. Me dijo que era una víctima del Sodalicio. Me garantizó que podían devolverme lo de mi herencia. Eran veinte mil dólares. […] Demoraron como 2 meses y nunca llegó el abono. Hubo correos con idas y vueltas con Ian y [José] Ambrozic. […] Después de estos dos meses me llamó Carlos [Neuenschwander], que era el encargado de la plata. Me citó a una reunión. También citó a Elliott. Me comunicó con ellos por Skype y me dice [Carlos] que han evaluado mi caso y que han llegado a la conclusión que no soy víctima en ningún aspecto. No hay pruebas de ese dinero ni voucher de depósitos. No me van a reparar con nada».

Algunos de las víctimas que quisieron negociar con Elliott el monto de su reparación se toparon con la barrera del idioma, pues Elliott se comunicaba en inglés y no manejaba la lengua castellana. El testimoniante “Arturo” cuenta:

«Yo pedí traductora la segunda vez que hablé con él, y la traductora nunca llegó. Tuve que traer a mi hermana para poder conversar. […] Me dio un monto y me dijo que no era negociable, pero que si quieres puedes ir por la vía judicial, aunque no me iban a dar mucho».

Del carácter no negociable de la reparación ofrecida por el Sodalicio también da cuenta “Mario”:

«Ian [Elliott] te escuchaba y luego el Sodalicio te hacía una oferta de “tómala o déjala”».

A “Mario” se le ofreció sólo el 12% de lo que en justicia pedía y le correspondía, por lo cual concluye que el proceso fue una «burla absoluta hacia las víctimas, porque te hacen ir a contarle tu vida privada a un desconocido con la esperanza de cerrar un capítulo de tu vida y no les interesa lo que tienes por decir».

Martín Balbuena, víctima de abusos no sexuales, describe un trato parecido:

«Ian [Elliott] me trató muy mal. Fue muy mala experiencia. Me hizo ir dos veces, me prometió muchas cosas que nunca me las dio. Me manipuló».

“Santiago”, por su lado, declaró:

«También estuve en la comisión Elliott. No hubo negociación, no estuve satisfecho. Ha sido una maldad lo que han hecho. La segunda comisión no le hace caso a las recomendaciones de la primera, contratan a unos gringos religiosos. Me entrevistó Elliott. Él considero que mi historia era creíble y me indemnizó. No puedo decir el monto. No me sirve ni para pagar buenas terapias. Me pareció autoritaria e insuficiente. Me dijeron: “tenemos esto, si quieres lo recibes, sino está ahí guardado para ti, cuando quieras vuelves”».

El testimoniante “Silvio” explica el motivo por el cual acepta una reparación que no le parece justa:

«Yo acepto esa reparación cuando llego a entender que no va a haber justicia, y que lo que debo hacer, además siendo manipulado por Elliott, es de que es mejor algo que nada. Eso, además, me lo escribe el mismo Elliott en un e-mail que me manda en este proceso, donde yo intento negociar, pero no hay ninguna negociación en el fondo».

El testimoniante “Sergio” tampoco estuvo satisfecho con la reparación ofrecida:

“Me dijeron que me pagarían unas terapias. Yo hasta ahora le pido al psicólogo que me dé el informe y no me lo ha dado. Fue un chiste. Yo creo que ellos revisaron mi sistema financiero. Yo tenía deudas. Eran bastante agresivos. Yo llegue a la Notaría Rivera creo, firmé y me dieron el cheque”.

Rocío Figueroa, víctima de abusos sexuales por parte de Germán Doig, también recibió una reparación. Su papel clave en el develamiento de los abusos sexuales en el Sodalicio fue convenientemente omitido en los informes de los expertos internacionales. Al respecto, comentó lo siguiente:

«También hablé en la segunda comisión, pero se portaron pésimo, no pusieron mi historia, pusieron que ellos hicieron todo. Me dijeron: “Debes estar molesta”. Les dije que sí, que los habían comprado. No esperaba mucho, recibí una reparación. Me ofrecieron una porquería y me dieron el doble. A mí me tienen miedo. Me hicieron firmar un acuerdo de confidencialidad, pero me importa un pepino. Nadie te puede callar».

“Rodrigo”, uno de los pocos que se manifestó relativamente satisfecho con la reparación que recibió, manifiesta sin embargo lo siguiente:

«A mí me indemnizaron, me pagaron los años de terapia que yo había usado, me lo reconocieron y me pagaron un año de psicoanálisis. Pero a mí me trataron como rey, comparado a otros que han sufrido muchísimo más y han sido muchísimo más abusados».

Cabe resaltar que una condición para conceder una reparación era la firma de un acuerdo de confidencialidad, por el cuales la víctima debía comprometerse «a mantener absoluta reserva y confidencialidad sobre las conversaciones y negociaciones sostenidas para arribar a esta transacción, sobre el contenido del presente acuerdo, incluyendo los montos indemnizatorios comprendidos (asistencia e indemnización), los hechos que lo motivan y las personas involucradas en ellos» (texto tomado de de uno de esos acuerdos de confidencialidad), además de renunciar a cualquier demanda futura y a reclamar ningún monto adicional.

José Enrique Escardó, el primer denunciante del Sodalicio en el año 2000, comentó al respecto ante la Comisión De Belaúnde:

«[…] muy orondamente salieron una vez a decir que creo que habían utilizado dos millones de dólares, ¿no? Para reparación, dijeron ellos. En realidad no lo han utilizado para reparación; lo han utilizado para silenciar víctimas con manipulaciones, con mentiras, con falsas promesas. Han hecho firmar a varias víctimas —en condiciones muy vulnerables, en depresión, con situaciones económicas muy lamentables, muy tristes— acuerdos extrajudiciales en los cuales han exigido el silencio de la persona y han pagado dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil dólares por ese silencio de toda la vida, y para que no les vuelvan a pedir nunca nada, ni un centavo».

Lo que finalmente hizo el Sodalicio es conceder a las víctimas que les dio la gana de reconocer —entre las cuales no me incluyeron a mí— una compra mafiosa de su silencio, a fin de limpiar su imagen institucional. De este modo, se ha lavado las manos utilizando las estrategias de una nada santa organización criminal, de un organismo pútrido hasta la médula.

 

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Religión, Sodalicio

 

De los 17 artistas nominados para ingresar este año al Salón de la Fama del Rock and Roll, solo 3 están relacionados directamente al rock y los 14 restantes son figuras importantes de otros estilos, algunos muy conectados con la evolución del género -new wave, pop, country, metal- y otros abiertamente alejados, como el rap, el soul y la música experimental. Y, aunque este asunto no es ninguna novedad, la falta de coherencia que actualmente exhiben los administradores de esta institución creada en 1983 es cada vez más sorprendente, por decir lo menos.

Desde hace mucho tiempo, el término «rock» perdió su sentido recto como sinónimo corto de «rock and roll», entendido como el ritmo que resultó del cruce entre country, blues, gospel y jazz a mediados de los años cincuenta y que tuvo entre sus primeros exponentes a personajes como Elvis Presley, Chuck Berry, Bill Haley o Little Richard, para convertirse en un membrete «paraguas» capaz de contener, sin limitación alguna, a las multiformes ramificaciones que las dinámicas creativas  de artistas de posteriores generaciones comenzaron a producir, prácticamente a partir de su primera década de existencia. El rock and roll es, más que un género musical de características únicas e indivisibles, un conglomerado de conceptos, actitudes, combinaciones y tendencias en permanente y constante movimiento.

Esto, que puede servir para entender el universo del rock sin hacerse muchas complicaciones en cuanto a cerradas definiciones semánticas -se trata, al final de cuentas, de una manifestación artística y, por ello, es ajena a las discusiones teóricas sobre cuáles son o deberían ser sus fronteras- se convierte en un verdadero problema cuando un museo o entidad cultural, que propone ser abierta e inclusiva, persiste en usar como identificación, un nombre que no corresponde a esa visión amplia de lo que es, sesenta años después, la música popular contemporánea.

El Rock and Roll Hall of Fame está inspirado en las galerías de bustos de personajes notables de las humanidades que, a finales del siglo 19 e inicios del 20, aparecieron en Munich (Alemania) y New York (EE.UU.), la misma lógica que sirvió para inaugurar el conocido Paseo de la Fama de Hollywood. Fue creado por iniciativa de Ahmet Ertegun (1923-2006), el legendario productor turco-norteamericano que fundó, en 1947, Atlantic Records, uno de los sellos discográficos más importantes de las épocas doradas del pop-rock, soul/R&B y jazz (actualmente parte del gigante Warner Music Group). El museo, un edificio de siete pisos, ubicado a orillas del lago Erie en Cleveland, Ohio, es un homenaje vivo a la evolución del rock desde sus inicios con exhibiciones de fotos, videos, objetos y eventos especiales sobre cada etapa y subgénero.

El lugar es una maravilla, en términos de organización, orden y estándares de calidad, como todo museo del Primer Mundo. Y las ceremonias anuales de inducción, realizadas en conocidos teatros de New York o Los Angeles, son un derroche de talento, camaradería y reconocimiento a las trayectorias de entrañables compositores, productores, grupos y solistas. Pero el “Rock Hall” tiene dos serios problemas que empañan sus merecimientos. En primer lugar, nunca debió llamarse Salón de la Fama «del Rock and Roll» pues, desde sus primeras promociones incluyó otras ramas de la música popular norteamericana: Sam Cooke, Smokey Robinson, The Drifters, Stevie Wonder o Aretha Franklin, ingresados entre 1986 y 1989, son todos extraordinarios iconos del soul, pero difícilmente podrían ser considerados como artistas de rock.

Y, en segundo lugar, el comité encargado de seleccionar a los nominados ha venido añadiendo a artistas que, a pesar de la importancia de sus contribuciones, no se dedican necesariamente al rock ni a ninguna de sus variantes -The Supremes en 1988, Bob Marley en 1994, The Jackson 5 en 1997, Public Enemy en el 2013-, dejando fuera a otros que deberían haber ingresado mucho antes. Como si en un Salón de la Fama de la Salsa estuvieran Daddy Yankee, Don Omar y Romeo Santos pero no Manny Oquendo Los Hermanos Lebrón ni Ismael Rivera. ¿Se imaginan algo así?

Cada año ingresan entre seis y ocho nuevos artistas al Rock and Roll Hall of Fame. Según su reglamento, un grupo o solista se hace elegible al cumplirse 25 años del lanzamiento de su primera producción discográfica. La relación de nominados es definida por un comité que, aparentemente, decide quién va y quién no sobre la base de sus gustos personales y/o las tendencias de moda. Los postulantes, generalmente entre 15 y 20 nombres, ingresan a un proceso que, en estos tiempos de redes sociales, permite que el público también emita sus votos para, finalmente, anunciar a los nuevos miembros del club, en eventos que incluyen premios, video semblanzas, discursos y presentaciones en vivo. La mala elección de nominados y los desencaminados votos del público han generado varias contradicciones entre los resultados y la naturaleza misma del museo. Porque el rap no es rock and roll, como tampoco lo son el R&B, la new wave o la experimentación electrónica.

Este 2022, por ejemplo, hay 17 nominados. Y, como mencioné al principio, solo 3 de ellos -MC5, New York Dolls y Pat Benatar- podrían ser asociados al rock desde un punto de vista estrictamente musical. Después tenemos a dos leyendas del soul y el R&B -Dionne Warwick y Lionel Richie-, tres de la new wave -Devo, Eurythmics y Duran Duran-, un pionero del heavy metal -Judas Priest-, dos innovadores de la experimentación de diferentes épocas -la británica Kate Bush y el norteamericano Beck-, dos ídolos femeninos del country y el soft-rock -Dolly Parton y Carly Simon-, un extraordinario músico africano -Fela Kuti-, un furioso cuarteto de rap metal -Rage Against The Machine- y dos raperos -A Tribe Called Quest y Eminem. Un salón de la fama que los contenga a todos no está mal, pero no debería ser «del rock and roll» sino del «arte musical contemporáneo» o algo así. Es como si el MoMA, el Museo de Arte Moderno de New York, se llamara «del cubismo», «del arte pop» o del «arte abstracto».

Pero la cosa se pone peor. En las votaciones online de este año, encabeza las encuestas Eminem, que tiene tanto de rock como Calle 13 tiene de salsa. No basta con que el talentoso rapero blanco incorpore un monótono riff de guitarra en Lose yourself (banda sonora de la película 8 Mile, 2002), tema que viene cantando, literalmente, desde hace 20 años y que repitió, por enésima vez, en el caótico y sobredimensionado show de medio tiempo del último Super Bowl, la final de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL, por sus siglas en inglés), vista por millones de televidentes en todo el mundo el pasado fin de semana. Es imposible asociar al lenguaraz Marshall Mathers con algo que tenga que ver con el rock, aun pensando en sus fusiones más modernas e híbridas. Por más que intentemos estirar el paraguas, para efectos de entender su inminente inducción, no alcanza para cubrirlo.

Y no solo es eso, sino que en el camino siguen quedándose verdaderos iconos de ese rock que, sin ser el original de Carl Perkins o Roy Orbison, tiene más nexos con guitarras, bajos y baterías que con cadenas doradas y jumpers con capuchas. Según los parámetros del salón, Eminem es elegible desde el 2021. Es decir, están a punto de aceptarlo apenas un año después de su primera opción. Sin embargo, bandas como King Crimson, Emerson Lake & Palmer, Thin Lizzy o Toto, elegibles desde 1994, 1995, 1996 y 2003, respectivamente, no han sido inducidos todavía.

Y solo he mencionado cuatro casos. La lista de rockeros no ingresados es inmensa. Tampoco están, entre muchos otros, Jethro Tull (elegible desde 1993), Sammy Hagar (2001), Suzi Quatro (1998), Iron Maiden (2005). Sin embargo, son reconocidos como «inductees» Michael Jackson (pop, 2001), Depeche Mode (electrónica, 2020), Nina Simone (jazz, 2018), Tupac Shakur (rap, 2017). Todos muy respetables y, en algunos casos hasta verdaderos genios como Miles Davis (ingresado el 2006) o los alemanes Kraftwerk (2021) pero con menos credenciales rocanroleras que los artistas mencionados, inexplicablemente ausentes.

Eddie Trunk, presentador de radio y televisión, ex conductor del programa de entrevistas That Metal Show y experto en hard-rock, es uno de los críticos más furibundos del Rock and Roll Hall of Fame. En más de una ocasión, Trunk se ha referido a su directorio como «una bola de irrespetuosos e ignorantes» a pesar de que, desde el 2016, el reconocido disc-jockey fue convocado para integrar el comité de votantes. Debido a sus constantes y agresivas campañas contra sus métodos de selección y decisión, el Salón de la Fama ha venido corrigiendo algunos errores imperdonables como la inclusión tardía de bandas emblemáticas de rock. Por ejemplo, Kiss recién ingresó el 2014 (15 años después de su primera opción). O la increíble demora de 23 años para Deep Purple y Yes, recién ingresados en 2016 y 2017. Si Judas Priest fuera aceptado este año, también será después de más de dos décadas desde que se abrió su posibilidad, en 1999. Pero quien se lleva el premio mayor en esto de las demoras son los Doobie Brothers, elegibles desde 1996 y aceptados 24 años después.

Otros casos insólitos son Phil Collins y Sting, elegibles como solistas desde 2006 y 2010, respectivamente. Y si revisamos la relación de «hall-of-famers» de esos años en adelante, notaremos con sorpresa que lograron ser inducidos raperos como Run DMC, The Notorious B.I.G., Public Enemy, Jay-Z (en su primer año de elegibilidad), o divas del pop y el disco como Whitney Houston, Madonna, Donna Summer o Janet Jackson por encima de los ex líderes de Genesis y The Police, bandas que sí figuran desde el 2010 y el 2003, respectivamente.

 

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Larga distancia es el film nacional que ya se encuentra en cartelera. Tiene a Miguel Iza de protagonista, acompañado de Denise Arregui y Valquiria Huerta. Además, presenta un reparto destacado con figuras como Víctor Prada, Fiorella Pennano, Diego Pérez, Ximena Palomino, Joaquín de Orbegozo y Eduardo Camino.

La ópera prima de Franco Finocchiaro presenta una historia sobre la desconexión generacional entre Miguel (Miguel Iza) y su hija Camila (Valquiria Huerta), contada con toques de comicidad, sin dejar su sentido dramático de lado y con una banda sonora integrada por bandas locales agrupadas en un playlist de Spotify bajo el nombre del film.

Conversamos con el director de la obra, Franco Finocchiaro y con su protagonista, Miguel Iza.

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El presidente Castillo ha vuelto a insistir en la necesidad de reforzar el proceso de descentralización. Si acaso no ha sido la suya una frase hueca, como muchas a las que nos tiene acostumbrados, debería repensar el proceso y darle auténtico impulso. Es, en ese sentido, un activo político que debiera ser empleado, su llegada a los sectores provincianos del país.

No va a ser posible reconstruir el Estado peruano, modernizarlo y adecuarlo a las exigencias de los tiempos que corren si no se emprende una transformación radical del modelo de descentralización aplicado desde el año 2000, el mismo que explica, en gran medida, por qué la prosperidad macroeconómica no se siente, en su justa medida, en buena parte del territorio nacional.

Los gobiernos regionales y locales han fracasado y se han constituido en antros burocráticos, donde autoridades corruptas o ineficientes dilapidan los ingentes recursos que reciben, propiciando que la ciudadanía no tenga salud, educación, agua potable, infraestructura de calidad, acorde a los años de crecimiento económico que el Perú ha tenido en las últimas tres décadas.

La más reciente encuesta de Datum lo confirma con meridiana claridad. El 71% de la población considera que los gobiernos regionales “no han sido solución” y es en el sur, significativamente, donde la insatisfacción es más grande: el 77% estima negativamente a las autoridades regionales, y es allí, precisamente, donde anida la mayor parte del voto antiestablishment, antilimeño, que sostiene aventuras electorales disruptivas.

Particularmente preguntada la población sobre la no ejecución de obras, un 38% culpa a los gobiernos regionales, un 28% a las municipalidades, y un 22% al gobierno central. Es evidente la ponderación inclinada en contra de sus propias autoridades locales.

De nada servirá que se reforme el gobierno central, que se modernice la gestión pública, que el sector estatal reciba crecientes ingresos fiscales mediante el aumento de la recaudación tributaria, si los gobiernos regionales y locales siguen siendo un hueco en el balde, donde se drenan millonarios recursos.

La agenda del futuro debe incluir no solo la reforma del Estado, un shock de inversiones privadas o un fortalecimiento democrático (mediante reformas por completar) sino, particularmente, una revisión a fondo del fallido proceso de descentralización iniciado hace 22 años y que ha demostrado su carácter equívoco.

Habrá que abrir un amplio escenario de debate. Resalta la notable ausencia del tema en la clase política peruana, que miopemente no percibe que mucho de lo que se pueda hacer en lo que concierne a un buen gobierno, se irá por la borda si no se cambia una estructura regional mal construida.

Ha habido un importante flujo de inversiones privadas hacia las regiones en las últimas décadas. Ese fenómeno es maravilloso, y no ocurría desde los tiempos aurorales de la República, pero no está siendo acompañado por la edificación de un sector público moderno, eficiente y, sobre todo, carente de corrupción.

 

 

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Descentralización, Pedro Castillo
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