Opinión

[CASITA DE CARTÓN]  Esta casita de cartón abre sus puertas un nuevo año, viendo el amanecer en Santiago de Chile, con su sol fulguroso traspasando las ventanas y provocando emociones encontradas. Este año que se fue, probablemente sea el año más difícil que haya transitado, donde entendí que la ‘vida solo vale un segundo’. Y con esto que se entienda con lo singular y caprichoso que tiende ser. Y al perderme por lugares recónditas, como suelo hacer en cada ciudad que voy,  veo en pleno corazón de esta capital, un mural del inmenso cantautor, Víctor Jara,  con la frase de una de sus memorables piezas musicales, ‘El derecho de vivir en paz’. Y que va muy en consonancia con el año que ha pasado, que viene acarreando miserables guerras y derramamientos de sangres, donde los grandes perdedores como siempre somos nosotros, la población. Pero también se me viene a la mente, ‘Te recuerdo Amanda’, canción del cual en parte adopté el, Manuel, para mi álter ego en mi novela Generación Equivocada, ‘Manuel Esponja’. Me quedo perplejo ante su mirada del vate al cielo, lugar donde debe estar, en el parnaso sagrado de las letras. De pronto me pregunto, ¿cuándo volverá Manuel? En referencia a la canción. Y lo pongo en el celular, y me reencuentro por un momento con aquella persona retratada y su sentir, con la sencilla osadía de percibir sus sensaciones, y como años atrás, profundamente me conmueve, al punto de botar lagrimitas, en aquellas épocas cuando suspiraba sobre la esperanza de un mundo mejor o cuando dedicaba canciones de amor a mi compañera de vida por aquel entonces, de otros extraordinarios hermosos locos como Silvio Rodríguez o Joaquín Sabina. Qué serán de esas canciones como de ella, y como de aquel joven soñador, Manuel Esponja. Eran buenos tiempos más allá de toda tristeza, porque al final quedaba la frase de Miguel Abuelo: ‘Más allá de toda pena, siento que la vida es buena’. Y eso fue, aquellos tiempos de ensueño en un cambio social y en el amor. Con eso cumplí, así que tranquilamente ya puedo caminar por los círculos dantescos en el infierno. Y cada año que pasa, es un año menos de vida, como apuntalara el genio argentino, Charly García, o un año nuevo, un nuevo amanecer, como normalmente la gente profesa, dentro de la esperanza de que cambiarán su vida para mejor. Y ahora estoy en ese timón, por más que el surco de la cotidianidad muchas veces sea agobiante o desesperanzada, o ‘la luna una explosión’ ante la trágica y reiterativa historia del hombre y las guerras.

Creo que este año me ha acercado a definirme, de alguna manera, en lo esencial, por más que el dandi de la poesía, el vino y la elegancia, Oscar Wilde, señalara que ‘definirse es limitarse’. Pero es que hay cosas con las que uno nace y  que no se podrán diluir, por más que la corriente de los hechos traten de endurecernos o hasta fulminarnos, y es que no podemos ir contra natura, y sí, soy trágicamente sensible, pero eso no me imposibilita de ver la vida con los ojos de la neutralidad, o por lo menos lo intento. Y ahora, en esta etapa, después de quemar las cortinas de la noche, aceptando mis sombras. Y es que como señalaría Nietzsche: ‘Debes estar preparado para arder en tú propio fuego: ¿Cómo podrías renacer sin haberte convertido en cenizas? Y aquí seguimos, la historia del loco y el suicida todavía escribe su historia de vida en este año en qué aprendió a vivir. Para cuando me lleve la parca, me iré tranquilo, ya viví lo suficiente. O como cantaría al viento, el encantador de los lirios y los versos, Pablo Neruda, ‘Confieso que he vivido’. Ya no es ‘Me olvidé de vivir’, de Julio Iglesias, ya no. Así que la función debe continuar, hasta que el destino diga basta.

Esta casita de cartón cierra sus puertas agradeciendo a los que se toman el tiempo de leer estas líneas. Y a los que me escriben por eso. Buen año para todos esos hermosos locos lectores.

 

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Aceptación, Música, poesía, Vivencias

[LA COLUMNA DECA(N)DENTE]  En un intento por reforzar su imagen de liderazgo, los ministros y ministras del gabinete Otárola, en cada oportunidad que se les presenta, enfatizan que sus acciones son por decisión expresa de la presidenta Boluarte. Esta insistencia podría interpretarse como un intento de Boluarte de reafirmar su autoridad frente a la opinión pública.

Hace unos días, el primer ministro Otárola, ante el señalamiento de que es él quien se encuentra detrás de todas las decisiones gubernamentales, afirmó que solo es “el portavoz del gobierno” y que todos los ministros están bajo “el liderazgo de la mandataria”. “Parece una broma [lo que sostienen], pero no es así. Aquí estamos bajo el liderazgo de la presidenta de la República, quien no solo toma las decisiones y ve las orientaciones fundamentales del gobierno, sino que también impulsa las reformas políticas y públicas que requiere el país”, sostuvo enfático. Esta defensa de la presidenta Boluarte podría indicar que se encuentra en una situación vulnerable.

La percepción de la opinión pública de que Otárola es quien manda, y no Boluarte, tiene un impacto negativo en la figura presidencial porque merma la legitimidad de la presidenta. La legitimidad es la aceptación de un gobierno por parte de los ciudadanos y ciudadanas. Cuando la población percibe que el primer ministro es quien manda, se cuestiona la legitimidad de la presidenta como máxima autoridad del país. Esto se debe a que la legitimidad no se basa únicamente en el cargo que se ocupa, sino también en la capacidad para ejercer ese cargo.

Asimismo, lleva a cuestionarnos «¿quién manda a quién?». Esta pregunta cuestiona la capacidad de la presidenta para ejercer el poder. Si los ciudadanos y ciudadanas perciben que el primer ministro es quien toma las decisiones, es menos probable que perciban a la presidenta como Jefe de Estado y responsable de dirigir la política general del gobierno; y capaz de garantizar la estabilidad política, social y económica del país.

Esta percepción se ha visto reforzada por dos factores: las declaraciones públicas del primer ministro, que han dado la impresión de que es quien toma las decisiones importantes del gobierno; y la falta de presencia pública de la presidenta en espacios no controlados por su gobierno. ¿Podrá la presidenta Boluarte contrarrestar esta percepción? ¿Tiene las habilidades y capacidades necesarias para recuperar la legitimidad de su figura, demostrar liderazgo y ganar la confianza de la ciudadanía? Solo el tiempo dirá si la presidenta Boluarte podrá demostrar que las tiene para asumir un liderazgo presidencial democrático.

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Alberto Otárola, Dina Boluarte, Presidencia, Primer ministro

[TIEMPO DE MILLENIALS] La creación de empleos verdes constituye una de las herramientas fundamentales para la construcción de un modelo económico y social sostenible a largo plazo, según los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 establecidos por la Asamblea General de Naciones Unidas en el Acuerdo de París en 2015.

¿Qué es un empleo verde?

De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), los empleos verdes son empleos decentes que contribuyen a preservar y restaurar el medio ambiente ya sea en los sectores tradicionales como la manufactura o la construcción o en nuevos sectores emergentes como las energías renovables y la eficiencia energética.

Asimismo, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) indica que se tratan de empleos de calidad: aquellos que incluyen ingresos justos y suficientes, acceso a seguridad social y protección social, y la tranquilidad de un buen ingreso en la vejez a la hora de jubilarnos.

Por su lado, El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) define los empleos verdes como «los trabajos en agricultura, actividades de fabricación, investigación y desarrollo, administración y servicio que contribuyen sustancialmente a preservar o restaurar la calidad medioambiental».

¿Cuáles son los beneficios para una economía sostenible?

De acuerdo con la OIT los empleos verdes permiten:

  • Aumentar la eficiencia del consumo de energía y materias primas
  • Limitar las emisiones de gases de efecto invernadero
  • Minimizar los residuos y la contaminación
  • Proteger y restaurar los ecosistemas
  • Contribuir a la adaptación al cambio climático

A nivel empresarial los empleos verdes pueden producir bienes o prestar servicios que beneficien al medio ambiente y también pueden contribuir a procesos de producción más respetuosos con el medio ambiente en las empresas. Por ejemplo, pueden reducir el consumo de agua o mejorar el sistema de reciclaje.

¿Y en Perú?

De acuerdo con Vinatea & Toyama, en nuestro país, se identifican dos principales problemáticas con respecto a los empleos verdes:

  • La primera, relacionada a la presencia de empleos no verdes, es decir, los empleos formales e “informales” en la economía formal y los empleos en la economía informal dentro de los sectores verdes priorizados, que cumplen con todos, algunos o ninguno de los criterios de empleo decente, pero no cumplen ningún criterio ambiental.
  • La segunda, relacionada con el porcentaje de empresas que cumplen con los criterios ambientales: no superan el 10% del total.

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Desarrollo Sostenible, Empleos verdes, ODS2030, Sostenibilidad economica

[PIE DERECHO]  Como lo venimos sosteniendo desde hace años -y lo seguiremos haciendo hasta el hartazgo-, los riesgos de la democracia peruana y su proyección económica, no provienen solamente de una izquierda que, como la peruana, no tiene nada que aportar al país, como no sea autoritarismo y destrucción de la economía, sino también de una ultraderecha populista, que felizmente no ha agarrado cuerpo y difícilmente lo hará luego del fiasco gubernativo de Rafael López Aliaga.

Con mayor razón la urgencia de que se consolide un frente de centroderecha, cuya centralidad transite por la necesaria reconstrucción de instituciones como el Ministerio Público (hoy absolutamente degradado), el Poder Judicial, la Policía y las Fuerzas Armadas, la reforma política, la construcción de un eficaz sistema de salud y educación públicas, etc., pero que no descuide un ápice la urgente e imperativa apuesta por una vigorosa economía de mercado, capaz, solo ella, de hacernos recuperar la senda del crecimiento económico, única vía de reducción de la pobreza y de reinstalación en la pendiente progresiva que habíamos logrado entre mediados de los 90 y la primera década de este siglo.

En el Perú reciente no se ha hecho casi reforma alguna en los últimos lustros, ni siquiera en los tiempos de vacas gordas, y ese déficit nos estalló en la cara con el triunfo de Pedro Castillo. Lamentablemente, nos ha tocado en suerte un gobierno cargado de medianía como el de Dina Boluarte, del cual sería iluso esperar reformas de algún tipo, y esa estabilidad mediocre abona en favor de los candidatos que ofrecen patear el tablero del statu quo el 2026.

Con mayor razón se impone una urgente coalición democrática que no solo aumente las posibilidades de un triunfo electoral, sino que el mismo vaya acompañado de un respaldo parlamentario que la libre de las recurrentes crisis políticas que han hecho que en los últimos siete años tengamos cinco mandatarios.

Desde la sociedad civil sería saludable que haya presión hacia la clase política ubicada del centro hacia la derecha liberal, para que constituya un gran frente electoral, que sirva de contención a la izquierda en su conjunto (ni la versión moderada se salva) y a la ultraderecha conservadora y autoritaria que insiste en alcanzar protagonismo impulsado por la ola regional.

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#Reconstruccion Institucional, centroderecha, Democracia, Economía

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS]  Según narran Alberto Flores Galindo y Manuel Burga en su clásico “Apogeo y Crisis de la República Aristocrática”, durante el Oncenio de Leguía (1919-1930), el mayor de la Guardia Civil, Genaro Matos, no comprendía por qué el gobierno transaba con la debilitada casta terrateniente cajamarquina. Esta representaba al viejo civilismo y era liderada por el legendario hacendado y bandolero Eleodoro Benel Zuloeta. Sin embargo,  desde 1925, el Estado poseía fuerzas de sobra para aplastar al díscolo rebelde.

Pero existía una poderosa razón de Estado que Leguía alcanzó a ver aunque el Mayor Matos no: Benel Zuloeta tenía vínculos muy cercanos y hasta consanguíneos con varios de los oficiales de la Comandancia General de la Primera Región Militar, situada en Chiclayo. Por ello, a pesar de encontrarse casi vencido por las fuerzas de Matos, y refugiado en la clandestinidad, el díscolo bandido logró un acuerdo muy favorable con el gobierno que consistió en la entrega de armas por los dos bandos terratenientes en disputa (Los Benel y los Vásquez). Al final, Benel entregó poquísimas armas, mientras que sus contrarios fueron arrestados por los militares y desarmados totalmente, devolviéndole al bandolero chotano el equilibrio de fuerzas que Matos le había arrebatado.

Poco después, en 1926, se estableció en Chiclayo la Segunda Comandancia de la Guardia Civil, la que poseía 229 miembros y fue reforzada por 440 soldados del ejército en 1927. Ya con este fuerte contingente militar bajo su mando, Matos emprendió la búsqueda de Benel quien optó por suicidarse en La Samana, su hacienda chotana. Hasta hoy, Benel ha permanecido en el imaginario popular como un mito. Decenas de relatos cuentan sus hazañas y hasta el dúo folclórico “Sentimiento Serrano” le ha dedicado un huayno presentándolo como un guerrillero que enfrentó al poder terrateniente y jamás pudo ser vencido por el Ejército Peruano.

Para lo que nos toca, la historia -y el mito- de Eleodoro Benel es el reflejo de la complicada relación entre el Estado peruano y el poder terrateniente en la tercera década del siglo veinte. Este vínculo, sostenido impecablemente durante el periodo de la República Aristocrática (1895-1919) a través de alianzas de interés y reparto de puestos congresales o prefecturas, entró en crisis durante el gobierno de Leguía. El once años dictador, consecuente con su proyecto modernizador, no podía permitir lo que el Mayor Matos no alcanzaba a comprender: que en circunstancias en que militarmente las huestes de Benel podían ser aplastadas, el gobierno hiciese negociaciones de paz, como si se tratara de dos fuerzas semejantes.

Pero Leguía era un viejo zorro de la política y sabía que, en determinadas circunstancias, una previsible alianza entre terratenientes y sectores del Ejercito podía derrotar a las fuerzas del Estado. Por eso actuó donde pudo y cuando estuvo seguro. Como sabemos, el poder terrateniente en el Perú fue clausurado por el general Juan Velasco recién a partir de su radical ley de reforma agraria, aprobada el 24 de junio de 1969. Leguía solo dio los primeros pasos en la consolidación del poder estatal.

Más o menos por aquellos tiempos, en la década de 1920, el célebre político peruano, Víctor Raúl Haya de la Torre, planteó que la única manera de combatir el imperialismo norteamericano era conformando un bloque político y económico regional, que actuase como tal y le plantase cara. Aunque comenzando la década de los treinta, Haya dejó de lado el enfoque marxista, nunca dejó de sostener que era imprescindible una alianza regional -léase 1942, La Defensa Continental- para defender el régimen democrático.

Recordé a Benel, Matos, Leguía y a Haya cuando me puse a leer a conciencia sobre la difícil situación que actualmente atraviesa nuestro vecino Ecuador. Obviamente, 100 años de cambios espectaculares y dos realidades que aunque parecidas, distan de ser iguales, nos separan del difícil presente por el que atraviesa el vecino del norte.

Si para América Latina, el siglo XIX se constituyó en la era del centrifuguismo, cuando el Estado intentaba, aun infructuosamente, consolidarse contra diferentes poderes regionales y terratenientes; el siglo XX asistimos a la paulatina afirmación de nuestros estados y de su autoridad por sobre cualquier otro tipo de poder constituido en el territorio bajo su administración.

Sin embargo, hace unos pocos días, Cristina Papaleo, columnista de opinión para la DW, ha planteado la existencia de un ecosistema criminal latinoamericano sostenido por el narcotráfico. En este, los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación se disputan, en varios países de Centro y Sudamérica, el control de las redes de producción y distribución de drogas. En lugar de administrar todo el proceso, los cárteles establecen alianzas con bandas locales lo que facilita su labor. De hecho, Colombia y el Perú son claves en este esquema pues rodean geográficamente a Ecuador y lo proveen de toneladas de cocaína y derivados que, desde los puertos de Guayaquil y otros, se exportan al resto del mundo.

Si hablamos del Perú, a las redes del narcotráfico se le suman toda una gama de actividades ilegales que van desde la trata de mujeres, el tráfico de armas, la minería ilegal y la tala indiscriminada de los árboles de la Amazonía. A esto habría que sumarle la entusiasta participación en estas actividades de algunos sectores vinculados a los poderes económico y político formal e informal. De suerte que si un pronóstico podemos ofrecerle al Perú es que el Estado, en lo más esencial, no se encuentra en condiciones de afrontar un levantamiento coordinado de todas o parte de las mafias y actividades del crimen organizado que operan en el país.

El siglo XIX, durante la Era Victoriana, se hablaba del Estado Gendarme. Es decir, de un Estado cuya función principal debía ser resguardar la actividad económica de cualquier intento por interrumpirla o por negociar derechos que pudiesen disminuir su natural flujo y ganancias. Hoy, cabría preguntarse, después de lo visto en el Ecuador, si estamos al frente de varios estados latinoamericanos que actúan como gendarmes de las bandas dedicadas a actividades ilegales.

En el Perú, la situación descrita pareciera ya estar sucediendo y las pocas instituciones que aún permanecen independientes de este esquema sufren de un asedio constante que proviene de algunos sectores políticos representados en el Congreso.  ¿Qué pasaría si surgiese en el Perú un candidato que ofrezca la lucha frontal contra la corrupción como lo hizo el asesinado Fernando Villavicencio en el Ecuador? ¿Qué pasaría si se logra instalar un gobierno que se tome en serio eso de restaurar la autoridad del Estado por sobre las actividades ilegales con la intención de restringirlas o erradicarlas? Daniel Noboa anunció mayores medidas de seguridad carcelarias para los líderes de estas organizaciones criminales y a estas les ha costado muy poco reaccionar poniendo a su país de cabeza.

En 1942, Haya de la Torre planteó la alianza entre los Estados Unidos del Norte y los Estados Unidos del Sur -esos que todavía no existen- en pro de la defensa de la institucionalidad democrática. Me pregunto si lo que hace falta en el continente no es una verdadera y funcional alianza norte-sur para combatir a tan grandes enemigos.

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crimen organizado, Ecuador, Eleodoro Benel, Historia Perú

[PIE DERECHO] En el Perú, como bien señala Walter Bayly, ex CEO de Credicorp, en entrevista a Semana Económica, no vamos a crecer de modo superlativo de acá hasta el 2026 debido a que se va a mantener flotante la inversión privada, el principal motor de nuestro crecimiento.

Razones para ello hay de dos tipos. Una de responsabilidad gubernativa. Otra de responsabilidad de los partidos de centro y de derecha.

La primera pasa por el poco peso político de un MEF liviano, que no tiene la fuerza para detener los exabruptos fiscales de otros ministerios. La presidenta Boluarte debería hacer algunos cambios en su gabinete para consolidar uno más amigable con la inversión privada. Ello pasa por buscar un nuevo ministro de Economía y Finanzas, pero también otra persona que ocupe el cargo de ministro de Energía y Minas (el actual solo se desvela por relanzar Petroperú y no por alentar la inversión minera) y, ya si queremos redondear la faena, convocar a un nuevo titular de Transportes, que el actual no da pie con bola.

Quizás la salida del premier Otárola pueda esperar algunos meses. Es él el pivote de estabilidad de un gobierno precario, pero tendría que tener la cintura suficiente para saber sacar de sus cargos a sus propios alfiles (como el ministro Álex Contreras) y asumir que lo pueda reemplazar alguien con juego propio, como ha sido tradición con los mejores ministros de Economía que el Perú ha tenido en las últimas décadas, quienes tuvieron a presidentes del consejo de ministros que los supieron respaldar aún a sabiendas de que ello suponía un relativo compartimiento de poderes.

La segunda transita por la altísima incertidumbre que generan las elecciones del 2026, en las cuales la propia situación económica -con el consecuente aumento de la pobreza- alienta la creación de condiciones propicias para que discursos radicales prendan.

Y del lado de las fuerzas políticas pro inversión privada se aprecia una lamentable irresponsabilidad al no estar dispuestos a lanzar una suerte de Concertación chilena, pero de centroderecha, capaz de aplanar los riesgos de que uno o hasta dos candidatos disruptivos radicales pasen a la segunda vuelta definitoria, lo cual sería una tragedia de proporciones bíblicas para el futuro de la economía y la política peruanas. Mientras esa amenaza siga latente, no habrá inversionista privado que se la juegue.

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crecimiento económico, Economía, Inversión Perú, política peruana

[PIE DERECHO]  Uno de los pilares de la reforma política emprendida a medias en años anteriores, consistía en el financiamiento público a los partidos que hayan conseguido mantener la inscripción electoral, con el objeto de tornarlos menos dependientes del financiamiento privado, por lo general irregular y dado a pactos no santos entre intereses mercantilistas y poder político.

Lamentablemente, según lo acaba de demostrar la asociación civil Vigilancia Ciudadana, los partidos que reciben esos fondos malversan los mismos en usos irregulares y cuestionables.

La supervisión del uso de tales fondos corresponde a la ONPE, pero este organismo electoral no está cumpliendo con su labor, la misma que dado el caso debería escalar, inclusive, a instancias penales. Es más grave que se malempleen fondos públicos, de todos los peruanos, a que se maquille el ingreso de recursos privados. Lo segundo es perseguido de modo tan implacable como desmedido por el Ministerio Público. Lo primero, ni siquiera es tocado con el pétalo de una rosa.

Una de las razones por las que el Perú transita por una severa crisis política corresponde a la precariedad de los partidos. La democracia se debe sostener en la existencia de partidos sólidos, cada vez más flexibles de acuerdo a los tiempos desideologizados que vivimos, pero transparentes y dinámicos. Si hoy los organismos responsables pasan por alto las trapacerías que se cometen en los inicios de la reforma política, lo más probable es que la terminen por desacreditar y pervertir.

Esos dineros deberían derivar en capacitaciones, instalación de locales descentralizados, conferencias ideológicas, instancias de participación ciudadana, no en pago de sueldos a las autoridades partidarias o contrataciones irregulares (en un caso, se ha disfrazado el pago por aparecer en televisión como contratación del productor del espacio televisivo, en otro, un prófugo de la justicia, como Vladimir Cerrón, sigue cobrando).

Si con la misma laxitud se controla el ingreso de dineros de las economías delictivas a la política partidaria (narcotráfico, minería ilegal, tráfico de tierras, etc.), se entenderá por qué la degradación sostenida de la vida política peruana, la misma que, a contrapelo del crecimiento económico de las últimas décadas, ha ido cuesta abajo. La institucionalidad política no ha marchado a la par del desarrollo socioeconómico del país y allí anida una de las fracturas institucionales más graves por resolver.

La del estribo: ya viene La doctora en el Teatro La Plaza, para arrancar la temporada teatral del año. Entre tanto, continuamos la maratón cinematográfica. Recomendadas: Los delincuentes (Argentina), Trenque Lauquen (Argentina), The holdlovers (EEUU), Rustin (EEUU), Amerikatsi (Armenia), Blanquita (Chile), El sueño de la sultana (España), Saben aquell (España), Monster (Japón) y Bastarden (Dinamarca).

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Crisis política, Fondos públicos, ONPE, reforma política

[MÚSICA MAESTRO]  El encuentro del pequeño James Patrick con la guitarra fue una cosa fortuita, accidental. Lo cuenta con naturalidad, sin poses, durante la entrevista que concedió en el 2020 a Classic Rock Magazine, centrada en el lanzamiento, durante ese año pandémico, de Jimmy Page: The Anthology (Genesis Publications), autobiografía de 400 páginas que incluye registros fotográficos de cada etapa de su intensa y espectacular vida, desde su primera actuación en público, como corista en una iglesia, a los 8 años. Page, un verdadero referente mundial del rock como género musical, expresión artística y fenómeno de masas, cumplió 80 el pasado martes 9 de enero.

“En realidad, fue la guitarra la que me encontró a mí -dice Page-. Y lo alucinante en la ecuación es que en mi familia no había nadie que la tocara… Y cuando nos mudamos de Feltham a Miles Road en Epsom -Surrey, a 15 millas del sur de Londres- había una guitarra acústica vieja, desafinada pues nadie la tocaba quién sabe desde cuándo, que los dueños anteriores de la casa habían dejado abandonada ahí. Ese fue un acontecimiento revelador y extraño…” Desde ese momento, el instrumento de seis cuerdas se volvería parte de su organismo de forma casi literal.

No había lugar a donde Jimmy no caminara sin aquella vieja guitarra -la tienda, la iglesia, la escuela- y aprendió a tocarla solo, escuchando radio y buscando reproducir cada sonido, de oído. Su padre entendió rápidamente la vocación y talento del niño y le compró, como regalo doble por Navidad y su cumpleaños, una linda guitarra acústica Hofner Senator -la misma que usaban legendarios violeros del jazz como Charlie Christian (1916-1942) o Wes Montgomery (1923-1968)-, dándole sentido a su vida para siempre.

La trayectoria artística de Jimmy Page es brillante y excesiva, todo lo que se puede esperar de una superestrella de las etapas doradas del hard-rock de estadios. Su nombre es sinónimo de Led Zeppelin, el cuarteto que, en un periodo de doce años, realizó un trabajo discográfico cuya calidad, contundencia, inventiva e influencia resuenan hasta ahora. Desde Kiss hasta Greta Van Fleet, todos reconocen a Led Zeppelin como su principal inspiración y escuela sobre cómo debe verse y sonar una banda de rock pura y dura.

Led Zeppelin fue un monstruo de cuatro cabezas: la potencia inagotable de John Bonham (batería), el cerebral virtuosismo de John Paul Jones (bajos, teclados, mandolinas), la arrolladora sensualidad de Robert Plant (voz) y la magia endemoniada de Jimmy Page (guitarras), la suma perfecta de cuatro talentosas y carismáticas individualidades. Al mismo tiempo, todo en el cuarteto tuvo que ver con la impronta creativa de Page. Desde sus orígenes en 1968 hasta su abrupto final, el 25 de septiembre de 1980, día de la prematura muerte de “Bonzo” a los 32 años, tragedia que sucedió en la casa del guitarrista, principal compositor, productor e ideólogo de Led Zeppelin.

Pero la carrera musical de Jimmy Page no comenzó allí. En 1963, el futuro chamán de apariencia fantasmal inició un fructífero trabajo como guitarrista de sesión. Antes de llegar a los 20, ya lo contrataban para grabar en estudios para distintos artistas, muchas veces sin recibir crédito por ello, aunque sí muy buenas pagas para un joven de su edad. Page recuerda esas épocas como “muy didácticas” pues le permitieron entender cómo funcionaban la dinámica de hacer un disco, qué hacer y qué no en un estudio de grabación, cómo ir mejorando su técnica para ser más eficiente y aprovechar al máximo los recursos que tuviera a su disposición.

En esos años (1963-1966), Jimmy Page colaboró en grabaciones de los singles I can´t explain de The Who (1964), I’m not saying de Nico (1965), la vocalista alemana que se uniría después al combo psicodélico neoyorquino The Velvet Underground y en tres canciones del álbum debut de The Kinks (1964). Asimismo, tuvo ocasión de trabajar con los Beatles, haciendo música incidental para el film A hard day’s night (Richard Lester, 1964) y con el guitarrista original de los Rolling Stones, Brian Jones, en la banda sonora de la película alemana A degree of murder (Mort und totschlag, Volker Schlöndorff, 1966). Ya comprometido al 100% con Led Zeppelin, Page colocó su guitarra en la grabación más famosa de Joe Cocker (1944-2014), el cover de With a little help from my friends, incluido en su álbum debut de 1969.

A mediados de 1966, Page se unió a The Yardbirds, donde estaba su colega Jeff Beck quien, a su vez, había ingresado un año antes para reemplazar a otro amigo en común, Eric Clapton. Jimmy, de 22 años, llegó para cubrir la plaza de bajista abandonada por Paul Samwell-Smith. Poco después, intercambió instrumentos con Chris Dreja, segunda guitarra de The Yardbirds, e hizo dúo con Jeff Beck, como quedó inmortalizado en esta escena de Blow-Up (Michelangelo Antonioni, 1966). Con The Yardbirds, Jimmy Page solo grabó un puñado de singles como Happenings ten years time ago, Psycho daisies o Ten little Indians, además del larga duración Little games (1967), que incluye White summer, una composición instrumental suya que le sirvió, años después, de base para Over the hills and far away, uno de los temas del quinto disco de Led Zeppelin, Houses of the holy (1973).

Los otros integrantes de The Yardbirds, Chris Dreja, Jim McCarty y Keith Relf, un poco saturados después de años de imparables giras y abrumados por el filo experimental que Page iba imprimiendo al sonido del grupo, decidieron renunciar. En el 2017 se publicó un disco en vivo titulado Yardbirds ’68, donde podemos escucharlos con Jimmy Page al frente, tocando clásicos como Heart full of soul o Shapes of things pero también una alucinada versión pre-Zeppelin de Dazed and confused. En esta última etapa de The Yardbirds, Jimmy Page comenzó a tocar su guitarra eléctrica usando un arco de cello, extravagancia que le sugirió un miembro de la prestigiosa Royal Philharmonic Orchestra de Londres y que se convirtió en una de sus marcas registradas durante los setenta.

Jimmy Page decidió rearmar el grupo como The New Yardbirds. Para ello, convocó a Terry Reid, como reemplazo de Keith Relf (voz). Reid desistió y le recomendó a un colega, Robert Plant quien, a su vez, trajo consigo a su amigo de la infancia, el baterista John Bonham, para el lugar de Jim McCarty. Por su parte, John Paul Jones, bajista y arreglista que se había cruzado con Page en numerosas sesiones de grabación, ofreció personalmente su participación. Para la segunda mitad de 1968, lo que el mundo conocería como Led Zeppelin ya rondaba por el circuito londinense de conciertos.

La discografía oficial de Led Zeppelin consta de nueve discos en estudio y uno en vivo, el portentoso The song remains the same (1976), basado en la película del mismo nombre que documenta los conciertos que ofrecieran en el Madison Square Garden de New York, del 27 al 29 de julio de 1973. Como hablar de la fascinante historia de Led Zeppelin merece un artículo aparte, nos limitaremos a decir que se trata de uno de los cuerpos de trabajo más sólidos y con menos altibajos de la historia del rock. La química existente entre Robert Plant, Jimmy Page, John Paul Jones y John Bonham era imbatible. Cada una de sus grabaciones estimula y sacude los sentidos de quien decide entregarse a la catarsis del sonido pesado, voluptuoso y abrasivo de esta increíble banda.

Jimmy Page fue el responsable directo de ese ataque redondo y en constante evolución. Desde los primeros acordes de Good times, bad times, que abre su debut (Led Zeppelin I, 1969), hasta el lacerante solo y los envolventes teclados de John Paul Jones en I’m gonna crawl, que cierra el octavo y último LP (In through the out door, 1979), sus magistrales riffs, electrizantes solos e innovadoras técnicas de producción dominan esta avalancha de himnos rockeros que tienen de blues, proto-heavy metal, folk acústico, fusiones con texturas sinfónicas, progresivas y medio orientales.

Para los oyentes más convencionales tenemos clásicos como Rock and roll, Black dog (Led Zeppelin IV, 1971), D’yer mak’er (Houses of the holy, 1973) y All my love (In through the out door, 1979), de rotación regular en las programaciones radiales. O la poesía electroacústica de Stairway to heaven (Led Zeppelin IV, 1971) que uno no se cansa de escuchar por más que la repitan, sobre todo si recibe tratamientos como este (click aquí). Y para los más especializados, tenemos el vertiginoso minuto y medio inicial de The song remains the same (Houses of the holy, 1973), la fuerza telúrica de Immigrant song (Led Zeppelin II, 1969) o Out on the tiles (Led Zeppelin III, 1970), el intenso jam de What is and what should never be (Led Zeppelin II, 1969) o los misteriosos cambios de In my time of dying (Physical graffiti, 1975).

En total son 81 canciones de puro músculo, destreza interpretativa, autenticidad y emociones desenfrenadas, con momentos luminosos –Tangerine (Led Zeppelin III, 1970)-, oscuros –Nobody’s fault but mine (Presence, 1976)-, sublimes –The rain song (Houses of the holy, 1973), enigmáticos –Kashmir (Physical graffiti, 1975) o lujuriosos –Whole lotta love (Led Zeppelin II, 1969). Led Zeppelin lo tenía todo, gracias a la superdotada guitarra de Jimmy Page. Además de eso, su imaginación y búsqueda de elementos innovadores fueron redondeando un carácter inquieto, independiente y libre de prejuicios musicales, por lo que incorporó otras sonoridades como del Medio Oriente y el África Norte. O de la India, una pasión que compartió con otros contemporáneos como Brian Jones (The Rolling Stones) o George Harrison (The Beatles). De hecho, Jimmy Page fue uno de los primeros músicos británicos en tener un sitar, que le consiguió su padre a través de unos compañeros de la fábrica en la que trabajaba, migrantes de India.

Jimmy Page cautivaba al público con su imagen, sus vestuarios y hábitos sobre el escenario, con esa aura de ingravidez espectral que lo hacía amenazante y atractivo a la vez. Además de su carisma, Page desarrolló un interés muy serio por el ocultismo, especialmente por los trabajos de Aleister Crowley (1857-1947), el famoso filósofo y artista británico experto en magia negra y satanismo, lo cual aportó más misterio a su personaje público. En 1972 recibió el encargo de componer música incidental para un corto basado en Crowley, Lucifer rising. Page escribió media hora de espeluznantes sonidos generados con guitarras y sintetizadores pero jamás se usó en el film, presentado finalmente en 1980. En el año 2012, Page lanzó esas composiciones bajo el título Lucifer rising and other sound tracks, en formatos físico (vinilo) y digital (para descarga web).

La muerte de John Bonham produjo la separación definitiva de Led Zeppelin. Pero la conexión de Jimmy Page con el rock continuó a través de diversos proyectos de corta duración. El primero de ellos fue en 1981, un intento fallido de supergrupo llamado XYZ, un power trío junto a la base rítmica de Yes, Chris Squire (voz, bajo) y Alan White (batería). Aunque llegaron a grabar algunos demos –que circulan en YouTube-, XYZ se disolvió al poco tiempo. Luego, el guitarrista escribió la banda sonora de Death wish II (Michael Winner, 1982), película de acción policial protagonizada por Charles Bronson que en nuestro medio se anunció como El Vengador Anónimo. Y en 1984, participó en dos temas –I get a thrill y Sea of love– del proyecto de Robert Plant The Honeydrippers, un homenaje a la música de los cincuenta y sesenta. Ese mismo año colaboró con su viejo amigo Roy Harper, en su décimo tercer álbum Whatever happened to Jugula? Posteriormente, entre 1985 y 1987, integró The Firm, con Paul Rodgers (ex vocalista de Free y Bad Company), y dos reconocidos músicos de sesión, el baterista Chis Slade (posteriormente en Ac/Dc) y el bajista Tony Franklin. Aunque los dos discos que editaron -The Firm (1985) y Mean business (1986)- no tuvieron mucha resonancia, dejaron temas estimables como Satisfaction guaranteed, Closer o Fortune hunter.

En esos años se produjo la primera reunión formal de Led Zeppelin, en el concierto benéfico Live Aid, ante casi 90 mil personas en el Estadio John F. Kennedy de Philadelphia. En la silla de John Bonham se sentó nada menos que Phil Collins. Sin embargo, las cosas no salieron muy bien aquel 13 de julio de 1985, con pésimos comentarios por parte de los mismos músicos debido al reducido tiempo que tuvieron para ensayar. Jimmy Page cerró los ochenta con su único álbum en solitario, Outrider (Geffen Records, 1988), que contiene tres notables piezas instrumentales, así como contribuciones vocales de Chris Farlowe, John Miles y Robert Plant.

La década siguiente, se concentró en realizar colaboraciones que mantuvieron su estatus de ícono del rock en tiempos de cambio para la industria musical y los gustos del público. Primero, con el ex vocalista de Deep Purple y Whitesnake, David Coverdale, grabó en 1993 un poderoso album que, en su momento, no generó mucho entusiasmo. Un año después, se juntó con Robert Plant para un sintonizado episodio de la serie MTV Unplugged que fue lanzado bajo el título No quarter: Jimmy Page and Robert Plant Unledded, un fantástico viaje por el catálogo acústico/místico/étnico de Led Zeppelin, embellecido por la participación de una orquesta de 30 músicos, banda de rock y un ensamble de músicos de Marruecos y Egipto. En 1998, ambos volvieron a reunirse en Walking into Clarksdale (Atlantic Records), disco que ha envejecido muy bien con el paso del tiempo, algo que también ocurrió con sus producciones anteriores. Para cerrar el siglo XX, Page salió de gira con la banda norteamericana de blues-rock The Black Crowes, que generó un doble en vivo, Live at The Greek (2000).

Las últimas dos décadas han visto a un Jimmy Page más reposado, concentrado en la remasterización del legado discográfico de Led Zeppelin, con esporádicas y relampagueantes apariciones como aquella noche del 10 de diciembre del 2007, junto a sus compañeros de siempre, Robert Plant, John Paul Jones y Jason Bonham, en lugar de su padre, en el retorno definitivo de Led Zeppelin, un conciertazo ante 20 mil personas en el homenaje al legendario productor turco-norteamericano Ahmet Ertegun (1923-2006). O su participación en el documental It might get loud (David Guggenheim, 2008), recorriendo las viejas instalaciones de la cabaña Headley Grange donde se grabó Stairway to heaven y otros clásicos zeppelinescos y compartiendo experiencias con guitarristas de dos generaciones diferentes, The Edge (U2) y Jack White (The White Stripes).

En su autobiografía, Jimmy Page se define como una persona “que nunca puede estar sin hacer nada y que siempre está dándole vueltas a ideas para sorprender a la gente”, algo notable considerando su edad. Padre de cinco hijos y orgulloso abuelo de dos, ha superado toda clase de adicciones y de críticas, entre ellas múltiples acusaciones de plagio e incluso de copiarle el estilo a Bert Jansch (1943-2011), guitarrista escocés de folk acústico, un artista de culto a quien Page consideró siempre como una de sus principales influencias. Sin embargo, nada ha impedido que sus contribuciones sigan vigentes y reconocidas por varias generaciones, convirtiéndolo en un personaje fundamental para entender la cultura juvenil y el ambiente artístico y masivo del siglo XX.

 

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[EL DEDO EN LA LLAGA]  Meses antes de la publicación del libro, Patricia le envió el manuscrito a su hija. Cuando volvió a verla, ésta le dijo con tono de voz decidido: “Mamá, hay dos cosas que tengo que decirte. Primero, tienes que dejar todo hasta que termines tu libro. Y segundo, debes aceptar el hecho de que te criaste en una secta”. Patricia, quien había estado trabajando en el libro durante ocho años, escuchó impactada lo que le decía su hija, una estudiante de tercer año de universidad, quien ya conocía la historia de su infancia en el St. Benedict Center. ¿Una secta? ¿Lo que había sido su hogar de la infancia era una secta?

Al escuchar las palabras de su hija, le vinieron a la mente las sectas que habían aparecido en las noticias: el asesino Charles Manson y su harén de mujeres enamoradas; Jim Jones, quien guió a sus 900 seguidores a una “tierra prometida” en Guyana sólo para forzarlos a participar de un suicidio masivo; David Koresh y la rama de los Davidianos, que se atrincheraron contra el resto del país en una fortín cercado en las cercanías de Waco (Texas) en la década de los 90. Cuando la fiscal general de los Estados Unidos, Janet Reno, ordenó el uso de la fuerza militar contra Koresh y los ocupantes del rancho, confiesa Patricia que sintió una afinidad instantánea con los hombres, mujeres y niños asediados detrás de la cerca de madera. Por un momento se sintió regresando a un tiempo y un lugar cuando, siendo niña en el St. Benedict Center, le decían que todo el mundo estaba en contra de ellos. Sin embargo, aun así no veía rasgos comunes entre la forma en que fui criada y las sectas que habían ocupado los titulares a lo largo de su vida.

Al año siguiente de la publicación de su libro, Patricia relató sus impresiones en un artículo aparecido el 6 de mayo de 2020 en “America: The Jesuit Review”, con el título de “I grew up in a Catholic cult. I had to tell my story before I could accept that” [“Crecí en una secta católica. Tuve que contar mi historia antes de poder aceptarlo”].

El St. Benedict Center fue fundado por Catherine Clarke en 1940 como un lugar de encuentro para estudiantes universitarios católicos en el área de Boston. En pocos años, su popularidad llevó a la designación del renombrado sacerdote jesuita Leonard Feeney como su capellán a tiempo completo. Hacia 1948, sin embargo, el centro se redujo a alrededor de 60 seguidores del Padre Feeney, todos los cuales se adherían a una interpretación rigurosa de la doctrina católica “extra ecclesiam nulla salus” (“fuera de la Iglesia no hay salvación”).

De niña la vida de Patricia se centró en las actividades de los hombres y mujeres que eligieron seguir al Padre Feeney, incluidos sus progenitores, varios matrimonios. y hombres y mujeres solteros, todos los cuales se convirtieron en miembros de la orden religiosa no oficial que establecieron y a la que llamaron los Esclavos del Inmaculado Corazón de María. En pocos años, el número de miembros se había incrementado a casi 100, gracias a los 39 niños nacidos de los matrimonios.

Los primeros recuerdos de Patricia están llenos del sonido de risas, de estar en constante compañía de hombres y mujeres enérgicos e intelectuales de la comunidad. No sabía que se habían unido en este enclave jubiloso debido a desacuerdos con las autoridades locales de la Iglesia Católica y Roma. El Padre Feeney fue expulsado de los jesuitas y excomulgado en 1953 después de negarse a responder a una citación al Vaticano. Tampoco sabía que su padre, profesor en el Boston College dirigido por los jesuitas, había sido despedido junto con otros dos profesores a principios de 1949 debido a sus rígidas opiniones teológicas, cuando ella tenía solo siete meses de edad.

Recuerda bien que cuando solo tenía unos tres años de edad, los miembros de la comunidad abandonaron sus atuendos “mundanos” y comenzaron a usar ropa idéntica: trajes negros para los hombres y faldas largas y plisadas negras, con blusa blanca y chaqueta negra, para las mujeres.

Cuando tenía cuatro años, el Padre Feeney ordenó que todos cambiaran sus nombres “mundanos” y adoptaran nuevos nombres “religiosos”. A Patricia no le importaba que le prohibieran llamar “mamá” y “papá” a sus padres y que tuviera que dirigirse a ellos como Hermana Elizabeth Ann y Hermano James Aloysius. Ella sabía que la amaban, y ella los amaba a ellos. Pero se enojó cuando teniendo cinco años, el Padre Feeney cambió su nombre de Mary Patricia a Anastasia. Aun siendo tan pequeña, ya sabía entonces que el Padre —como lo llamaban— y la Hermana Catherine tenían todo el poder en el centro.

No le importó cuando los “hermanos mayores” —como se les llamaba a todos los hombres— construyeron una cerca alrededor de las siete casas que servían como sus hogares y los aislaron del mundo exterior, siempre y cuando todavía viviera junto con sus padres, tres hermanas menores y un hermano menor. Pero quedó desolada cuando, a la edad de seis años, junto con su hermana de cuatro años y su hermano de tres años, fueron separados de sus padres y de los dos hermanos menores. Ya no eran parte de una familia amorosa; de repente, estaban siendo criados por una de las hermanas mayores, una mujer de voz potente que administraba castigos corporales de manera regular. Patricia observó con agonía cómo su hermana pequeña, Mary Catherine, se volvía una niña frágil y asustadiza, propensa a pasar días sin comer. Su único recurso fue asumir, lo mejor que pudo, el papel de protectora, lo que a menudo significaba comerse en secreto las comidas de su hermana para que ésta no fuera castigada.

Hubo ciertamente esperanza cuando la Hermana Catherine anunció que dejarían su hogar en Cambridge y se mudarían al pueblo de Still River en el centro de Massachusetts, donde, según prometió, podrían correr por los campos y tener perros y gatos de mascotas, y caballos para montar. Pero lo que no dijo fue que una vez que se mudaran, a los niños ya no se les permitiría ni siquiera hablar con sus padres, quienes habían sido obligados a hacer votos de celibato y ya no podían vivir juntos. Empezaron a llevar una vida monástica; el silencio y la oración llenaban gran parte del día. A los miembros de la comunidad se les obligaba a cortar todos los lazos con sus familias, y los niños recibían educación escolar en los mismos locales de la comunidad.

En este entorno, el Padre Feeney y la Hermana Catherine les repetían una y otra vez que eran “los niños más afortunados del mundo, porque ustedes han sido consagrados a Dios desde el día en que nacieron”. Tenían la suerte de haber sido salvados del mal del mundo exterior, de los peligros para sus almas que provenían de leer periódicos y ver televisión y películas, de escuchar la música pecaminosa de los Beatles y de vestir la ropa pecaminosa que llevaba la gente “afuera en el mundo exterior”.

A pesar de sus esfuerzos, Patricia fracasó en ver lo afortunados que eran. El castigo corporal severo era parte de su vida diaria, y la Hermana Catherine les recordaba con frecuencia que debían abrazar el martirio porque era la forma más segura de llegar al cielo.

No obstante las interminables advertencias sobre el mal acechando en el mundo exterior, la curiosidad de Patricia hacia todo lo que se encontraba más allá de los límites de su aislada comunidad era insaciable. Ya adolescente, comenzó a darse cuenta de que el rumbo de su vida estaba fuera de sus manos. Estaba siendo entrenada para convertirse en una hermana mayor, como su madre, y una novia célibe de Cristo. Nada podría haber estado más lejos de sus sueños: como esposo un príncipe y una hermosa casa rodeada de un jardín de flores y muchos hijos. Cuando, a la edad de dieciséis años, la obligaron a convertirse en postulante, se sintió atrapada.

Al mismo tiempo, desarrolló una serie de enamoramientos hacia hombres adultos dentro de la comunidad. No se les enseñaba biología, y mucho menos educación sexual, y no sabía qué significaban estos sentimientos ni qué hacer al respecto.

Durante su último año de educación secundaria, la Hermana Catherine le informó que “no todos tienen un llamado para ser monja”. En una reunión que fue tanto extraña como aterradora, le hizo saber que abandonaría su hogar cuando se graduara en seis meses. Era una especie de sentencia de muerte: ser desterrada del único lugar en el mundo que era seguro.

En junio de 1966, no más de una hora después de su graduación y a dos meses de cumplir los dieciocho años de edad, Patricia fue expulsada del centro sin siquiera poder despedirse del resto de la comunidad, a la que consideraba su familia. Cuando, en los próximos días y semanas, algunos miembros de la comunidad le preguntaron a la Hermana Catherine sobre su partida, ella respondió, como pudo averiguar Patricia posteriormente, que ella “estaba destruyendo las vocaciones religiosas de los hermanos”.

La Hermana Catherine murió dos años después. Después de su muerte, varios niños en el centro informaron a sus padres sobre las palizas secretas y violentas que habían recibido, lo que llevó a una éxodo masivo de familias. A principios de la década de 1970, el Padre Feeney se reconcilió con la Iglesia Católica, aunque nunca se retractó de sus opiniones sobre “extra ecclesiam nulla salus”, motivo de su anterior excomunión. La comunidad de hombres se convirtió en una abadía benedictina, mientras que las mujeres quedaron bajo los auspicios de la Diócesis de Worcester. Aunque algunos miembros formaron una nueva comunidad cismática en New Hampshire, la comunidad de Still River está en plena comunión con la Iglesia Católica.

Después de la publicación de su libro, Patricia comenzó a compartir su historia en bibliotecas, clubes y programas de radio en todo el país. Se dio cuenta entonces de que su audiencia estaba de acuerdo con su hija: se había criado en una secta. Las señales que había pasado por alto ahora saltaban a la vista: obediencia ciega a una autoridad absoluta, control centralizado de los asuntos económicos, paranoia hacia el mundo exterior, separación de las familias, desprecio hacia aquellos que abandonaban la secta. ¿Por qué no había notado lo que ahora parecía tan evidente?

El centro había su hogar, y lo amaba, así como a las personas que formaban parte de él. Todas ellas habían sido su familia. Por lo tanto, a Patricia no le era indiferente cómo recibirían el libro aquellos que actualmente consideraban el centro como su hogar. Compartió el manuscrito de su libro con las cabezas de las comunidades masculina y femenina antes de su publicación y se ofreció a colaborar con los líderes actuales, pero ese ofrecimiento fue rechazado.

Su madre, en cambio, le dio todo su apoyo. Sus padres habían abandonado la comunidad con dos de sus hermanos en 1969, tres años después de la expulsión de Patricia, y sus otras dos hermanas se fueron en 1971. Su madre tenía más de 80 años y leyó cada capítulo del libro mientras Patricia lo escribía, animándola a seguir adelante. A medida que se acercaba al final, le decía: “Algunas partes me entristecen, pero todo es verdad y necesitas publicarlo”. Murió seis meses antes de la fecha oficial de lanzamiento.

Patricia concluye su artículo testimonio con las siguientes palabras:

«Me han preguntado cómo pude perdonar a mis padres por lo que a muchos les parece un abandono. Entiendo ese punto de vista, pero lo vi y todavía lo veo de manera diferente. Incluso de niña era consciente del control creciente que el Padre Feeney y la Hermana Catherine tenían sobre todos en el centro. Sentía que mis padres y yo estábamos sufriendo juntos, y cuando nos volvimos a reunir como familia, varios años después de ser desterrada, nunca sentí enojo hacia ellos ni la necesidad de perdonarlos.

También me preguntan cómo puedo seguir siendo católica. Nuevamente, la respuesta es sencilla, al menos para mí. Los pecados de algunas personas dentro de la Iglesia, o, por el mismo motivo, en otras iglesias, gobiernos o corporaciones, no invalidan el bien que se ofrece. No hay religión que no se halle ante un desafío de vez en cuando debido al comportamiento de sus líderes. Abandonar el catolicismo no haría nada para inspirarme a llevar una vida mejor. Ésta puede ser una respuesta simplista, pero creo en ella sinceramente.

Quizás la pregunta más profunda que me han hecho mientras estaba de gira con mi libro provino de un caballero: “¿Qué cambiarías en tu vida si pudieras hacerlo todo de nuevo?” Sopesé su pregunta: a los dieciocho años me encontré expulsada de mi hogar, sin padres que me aconsejaran, sin dinero ni posibilidades de acceder a una educación superior. Armada solo con fe y la determinación de no fracasar, enfrenté un mundo del que me habían enseñado que estaba lleno de pecado y peligro. El viaje fue largo y arduo, pero también en muchos aspectos emocionante, y con coraje, suerte y una serie de mentores, logré sobrevivir y eventualmente prosperar”. […]

Respondí: “No cambiaría nada”, y lo dije en serio».

Al igual que Patricia Chadwick, yo tampoco cambiaría nada. Soy quien soy gracias a que pasé por el Sodalicio, un pasado que no puedo cambiar pero al cual pude sobrevivir para acometer un viaje largo y arduo que aún no termina y que será el legado que le dejaré a mis hijos y a todos aquellos que siguen buscando justicia y reparación ante los abusos perpetrados en esa secta católica.

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