Opinión

Si las agresiones verbales y físicas se siguen tolerando contra políticos y periodistas, el tema va a escalar y podemos llegar a situaciones lamentables cuando la campaña electoral comience y los ánimos estén sumamente polarizados, como lo estarán en la que anticipadamente podemos prever será una de las contiendas más virulentas de nuestra historia política reciente.

Lo sucedido recientemente con el congresista Alejandro Cavero es inadmisible y se suma a una larga lista de personas agredidas, de uno y otro lado del espectro ideológico, cada vez con más violencia. La gente está irritada, es comprensible, pero la opinión pública -léase, líderes de opinión- no puede soslayar o celebrar que algo así ocurra, como ha sucedido en algunos casos.

Mañana a algún desadaptado se le ocurrirá utilizar un arma de fuego o propinar una golpiza mortal a un periodista o una autoridad porque le sale del forro y allí lamentaremos no haberle puesto coto a esta estúpida práctica de cancelación social.

Ya hemos pasado en el país años de violencia política, no solo en la época del terrorismo senderista o emerretista. En nuestra historia republicana ha habido muchos periodos signados por la agresiva conducta de grupos sociales, unos contra otros, con saldo de muertos. ¿Queremos repetir eso? ¿Ser testigos de un magnicidio? ¿Ponernos al borde una vorágine violentista en la que, qué duda cabe, pondrán su cuota las mafias ilegales que tienen intereses en la política y ya mandan matar a adversarios o autoridades que se les enfrentan?

Alegrarnos porque el agredido es de otro bando es inmoral y esa laxitud ética es la que va a conducir a alentar que se mantengan y prolonguen actitudes de ese tipo. Si la condena social recayera sobre estos agresores, podríamos ir conteniendo una práctica que debe ser desterrada del escenario político peruano.

Suficientes problemas tenemos en el país (mediocridad gubernativa, crisis económica, zafarrancho político, desmesura congresal, informalidad criminal, ineficiencia estatal, inseguridad creciente), como para sumarle a ellos violencia política.

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Alejandro Cavero

[La columna deca(n)dente] En El día de la bestia (1995), extraordinaria película española de Álex de la Iglesia, el padre Ángel, un sacerdote convencido de que debe salvar al mundo del Anticristo, toma una decisión chocante: robar la billetera de un moribundo. El acto, en su absurda lógica, forma parte de su misión: hacer el mal para infiltrarse en las fuerzas oscuras. Aunque grotesca, la escena es una sátira que nos invita a reflexionar sobre los límites de la moral y la ética.

Sin embargo, cuando la ficción se encuentra con la realidad, el impacto deja de ser reflexivo y se convierte en una herida abierta. En un caso reciente, dos policías, encargados de proteger la vida y la seguridad, robaron el dinero y el celular de un colega que yacía gravemente herido tras haber recibido un disparo en el rostro. La tragedia no reside solo en el acto, sino en lo que revela: un sistema profundamente descompuesto y carente de humanidad.

Mientras que el acto del sacerdote en la película está envuelto en el absurdo y justificado por una causa extrema, lo que hicieron estos policías no tiene más lógica que el egoísmo puro. Es una traición a los principios más básicos de solidaridad y decencia, un recordatorio brutal de cómo las instituciones, cuando fallan, pueden generar no solo incompetencia, sino también perversión moral.

Estos actos evocan la inquietante idea de la «banalidad del mal» de Hannah Arendt: el mal no siempre se manifiesta en grandes gestos de destrucción, sino en la rutina de pequeños actos egoístas, cometidos por personas comunes que renuncian a pensar en las consecuencias de sus acciones. En este caso, el robo no es solo un crimen, sino también un reflejo de cómo se ha normalizado la deshumanización, incluso en el ámbito de quienes deberían protegernos.

En la película, el robo del sacerdote es un recurso narrativo para desatar la reflexión. Nos muestra cómo, bajo circunstancias extremas, las nociones de bien y mal pueden distorsionarse hasta el absurdo. En la vida real, estos actos extremos no buscan provocar pensamiento crítico: son la evidencia de un sistema que no enseña ni refuerza los valores éticos necesarios para sostener una sociedad.

Este caso nos enfrenta a nuestra propia «bestia», no como una entidad sobrenatural, sino como un espejo de lo que hemos permitido que ocurra en nuestras instituciones y en nuestra sociedad. Cada acto de este tipo es un recordatorio de que la lucha contra la corrupción y la impunidad no es una cruzada idealista: es una necesidad urgente para evitar que el tejido ético que nos une siga desmoronándose.

Porque, al final, no se trata de un sacerdote enfrentándose al Anticristo. Se trata de nosotros, como sociedad, enfrentándonos a nuestra incapacidad de mantenernos humanos frente al caos y la miseria moral. 

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crimen, inseguridad, Policía Nacional, robo

La mejor noticia política que el Perú democrático, con proyección liberal y republicana, podría tener,es que el fujimorismo no pase a la segunda vuelta y empiece así su proceso de extinción.

Keiko Fujimori hoy encabeza las encuestas de preferencia electoral, pero con su tradicional piso cercano al 10%. No le alcanza para tener asegurado el pase a la jornada definitoria. Basta que un candidato de derecha o de centro despunte y así la sacaría de carrera (estamos dando por descontado que por lo menos algún candidato de la izquierda va a pasar: Antauro Humala, Guido Bellido, Aníbal Torres, Lucio Castro, entre los que más posibilidades tienen).

La actitud política puesta de manifiesto por el fujimorismo en este periodo congresal ya no deja lugar a dudas de su entraña crecientemente autoritaria, conservadora y mercantilista. Lo de PPK no fue un capricho, fue un sentimiento arraigado en el keikismo, que ha desnaturalizado la heredad fujimorista de los 90 en buena parte de sus contenidos.

Lo que está haciendo el fujimorismo en alianza con César Acuña, le va a costar caro. Su apoyo incondicional al régimen de Boluarte no se lava ni siquiera con una vacancia de acá a medio año. Es un pecado imborrable y el electorado lo tendrá en cuenta a la hora de acercarse a las urnas.

Ni siquiera su eventual libramiento judicial del mamarracho de acusación del caso cocteles le servirá a Keiko Fujimori para presentarse como una opción refrescada y renovada frente al electorado. Su actuación política en el Congreso la condena.

Cabe pensar, inclusive, que en el fujimorismo eso ya lo tienen claro. El otorgamiento de poderes superlativos al futuro Senado implica un menoscabo al Ejecutivo. ¿Acaso eso constituye el escenario ideal para un gobierno electo? Pareciera que ya el fujimorismo tiró la esponja, se ha percatado que teniendo predominancia congresal alcanza cuotas de poder enormes y beneficios mercantilistas ostentosos, sin necesidad de asumir los costos de tomar las riendas del Ejecutivo.

Una soberana cachetada ciudadana merece el fujimorismo. Ojalá las urnas así lo expresen en abril del 2026 y nos libremos de una vez por todas de una tara política que ya no merece la definición electoral y el beneficio del mal menor, como sucedió en la segunda vuelta con el inefable Pedro Castillo.

No hay en el panorama de la oposición un líder que encabece el malestar profundo que ocasiona el desacreditado régimen presidido por Dina Boluarte.

Hay sí algunos líderes que muestran su disconformidad y no escatiman críticas al gobierno (Rafael Belaunde y Jorge Nieto fundamentalmente, de los presidenciables), pero una cosa es prodigarse en medios de comunicación a lanzar un perfil divergente y otra erigirse en un líder opositor.

Era una ley en los primeros años de la transición que quien encabezaba la oposición luego se hacía de la presidencia. Lo fue Toledo respecto de Fujimori, García con relación a Toledo y Humala respecto de García. Ya después vino la disfuncionalidad con las elecciones del 2016 y el inicio de la grave crisis política por la que transitamos desde entonces, en la que nada es predecible y la lógica política perdió credenciales.

La izquierda misma es sumamente beligerante respecto del gobierno actual, pero no logra constituir un liderazgo opositor fuerte. Ni siquiera Antauro Humala, el más potente líder izquierdista se puede endosar ese perfil.

Los empresarios, los medios de comunicación, los movimientos regionales, los gremios sindicales y sociales, la sociedad civil casi en su plenitud, son hipercríticos del gobierno fallido que nos ha tocado en suerte, pero ese estado de ánimo no encuentra expresión política y nadie de la clase política parece haberse propuesto en serio representar esa actitud.

El secreto parece estar en acompañar el discurso crítico de la movilización callejera o de la activación de colectivos que expresen ese malestar ciudadano. No basta con aparecer en medios, en entrevistas televisivas, radiales o escritas para alcanzar esa dimensión opositora que se requiere, y que quien capture se asomará con mayores posibilidades en las elecciones del 2026.

Si hoy se hiciese una encuesta sobre quién es el líder de la oposición, probablemente aparecerán muchos, pero con escuálido porcentaje. No hay una figura que se encarame sobre el resto y eso, a su vez, va a contribuir a hacer de la fragmentación -de por sí una desgracia- un mal mayor al que ya por sí contiene.

La del estribo: vale la pena darse un salto hoy por el centro de Lima y acudir a la sala Alzedo del teatro Segura, y disfrutar una gran obra, Tiempos mejores, bajo la dirección de Roberto Ángeles y la dramaturgia de Mikhail Page y Rasec Barragán. Entradas en Joinnus. Aproveche que el tráfico está fluido ya que se acabó la procesión del Señor de los Milagros.

[Música Maestro] A mediados de noviembre de este año, el cantante y pianista Fito Páez (61) inició una gira denominada 4030, para celebrar los aniversarios de sus álbumes Del 63 (1984) y Circo Beat (1994), el primero y octavo de su discografía personal, respectivamente, tocándolos de principio a fin en varias ciudades de Argentina y algunos países cercanos como Chile y Uruguay.

Con motivo de ello, reescuché ambos discos después de varios años, en especial el segundo, considerado por los conocedores de su extenso catálogo como uno de sus mayores logros artísticos como compositor, instrumentista y líder de banda, combinando su larga experiencia en la escena gaucha –Baglietto, Charly, siete álbumes previos- con su dominio de diversos géneros -pop-rock, jazz, electrónica, folklore, tango-, rodeándose para dar forma a sus ideas de un conjunto de músicos y colaboradores de primera.

En once de las trece canciones del Circo Beat -dos de ellas, Dejarlas partir y Nada del mundo real, son grabadas con orquesta- brilla con luz propia el bajista Guillermo Vadalá (56), lugarteniente de Páez en aquel disco y en la gira que se desprendió del mismo -que lo trajo al Perú en 1996, para un alucinante concierto en la recordada Feria del Hogar-, al frente de una grupo integrado por algunos de los mejores nombres de la movida argentina de ese momento: Gabriel “El BambinoCarámbula, Augusto “Gringui” Herrera (guitarras), Fabiana Cantilo, Claudia Puyó (voces), Laura Vásquez, Fabián “Tweety” González, conocido como “el cuarto Soda” por su asociación posterior con Soda Stereo (teclados), Héctor “Pomo” Lorenzo (batería, histórico integrante de Invisible y Spinetta Jade), entre otros.

Fito Páez es un artista que despierta intensas diferencias, desde quienes lo consideran un genio hasta quienes lo detestan y se encrespan de solo oír/leer su nombre. Y en ambas orillas existen argumentos sólidos. Pero, desde el punto de vista de la interpretación del bajo, la versatilidad de “Guille”, como le dicen sus amigos, no admite discusiones pues se revela en estado de gracia durante casi una hora de musicalidad pura.

Después de los pianos y teclados de Páez, el bajo es el instrumento que más resalta en el colorido collage de arreglos que escribió el rosarino junto al orquestador Carlos Villavicencio y el mismo Vadalá, que funcionaba como una especie de director musical en la sombra, cubriendo a Fito cuando andaba demasiado distraído o pasado de vueltas. Desde las beatlescas Normal 1 o El jardín donde vuelan los mares hasta ese ejercicio sin descanso que colocó en el exitazo Mariposa tecknicolor o la menos difundida Lo que el viento nunca se llevó, el bajista se luce con fraseos y recorridos veloces.

Con varios modelos de Fender, Rickenbacker, fretless y hasta contrabajos -en el trágico tango Nadie detiene el amor en un lugar, en la balada jazzy Las tardes del sol, las noches del agua-, su rango de acción va del acompañamiento seco, básico –la funky Circo Beat, la romántica She’s mine-, a la cíclica sucesión de inesperados quiebressin trastes -Si Disney despertase, Tema de Piluso, homenaje de Páez a su paisano, el cómico Alberto “El Negro” Olmedo (1933-1988), al rock directo -Soy un hippie-, razones por las cuales el arsenal de Guillermo Vadalá en aquel álbum ofrece un placer auditivo para todos los amantes del instrumento de las cuatro (o cinco) cuerdas.

Si Charly García tuvo a Pedro Aznar y Luis Alberto Spinetta, a Javier Malosetti o a Marcelo Torres, Fito Páez tuvo el equivalente a estos extraordinarios bajistas en Guillermo Vadalá, a quien conoció durante las sesiones del legendario álbum La la la (1986), que Fito grabó a dúo con el padre fundador del rock albiceleste, líder de combos históricos como Almendra o Pescado Rabioso. En 1988, el pianista -entonces flaco y desgarbado, sumergido en profundas depresiones y vicios tras el asesinato múltiple a sus familiares en Rosario- invitó a Vadalá a integrarse a su banda estable, donde permaneció hasta el año 2006.

El experto bajo de Guillermo Vadalá se luce en todas las canciones del periodo más luminoso de Fito Páez, el de la tríada Tercer mundo (1990), El amor después del amor (1992) y Circo Beat (1994), sus primeros álbumes para el sello WEA International, división latinoamericana de Warner Brothers Records. Esos tres discos definieron el perfil de Páez como artista con proyecciones globales, un giro que, paulatinamente, lo fue alejando del estilo localista y ligeramente orientado a la experimentación electrónica y la fusión, para dar paso a una onda más sofisticada y voluptuosa, aunque no tan popular.

Aun así, canciones como Es una cuestión de actitud o Dos en la ciudad (Abre, 1999), de alta rotación en las radios, contienen el serio trabajo del bajista. Y para quienes prefieren escarbar entre lo menos conocido, les puedo recomendar la línea del fretless en Lázaro(Enemigos íntimos, 1998) o los cuarenta segundos finales de Urgente amar, uno de los temas del disco Naturaleza sangre (2004). Oro puro.

El primer disco de Páez en el que participó Guillermo Vadalá fue Ey! (EMI, 1988), el último de la etapa “desconocida” de Páez. En temas como Por siete vidas (Cacería), Dame un talismán o Polaroid de locura ordinaria ya se pueden oír los primeros trazos de ese bajo portentoso que aparecería después en canciones clásicas del rock en español como El amor después del amor (ídem, 1992), Yo te amé en Nicaragua (Tercer mundo, 1990), Llueve sobre mojado (Enemigos íntimos, 1998, a dúo con el español Joaquín Sabina) o Cadáver exquisito (Euforia, 1996). En paralelo, fue labrándose su propio camino como músico de sesión, primero con sus pares argentinos –Spinetta, Baglietto, el guitarrista de jazz latino Luis Salinas, entre otros- y luego para estrellas internacionales del pop, en Miami, ciudad donde reside hace ya algunos años.

Su trayectoria se había iniciado en 1985, a los 17 años, cuando ingresó a la segunda y última formación de Madre Atómica, ocupando el lugar de uno de sus héroes, Pedro Aznar. Esa banda de jazz y fusión, liderada por el guitarrista Lito Epumer y el tecladista Juan Carlos «Mono» Fontana, editó en 1986 su único LP epónimo, con Vadalá en el bajo. En esa época, el casi adolescente del barrio de Villa Luganotenía ya su estilo bastante redondo y buscaba hacerse un lugar en la competitiva escena bonaerense. Cuando Fito lo escuchó, en medio de sus sesiones con Spinetta, replicando nota por nota las canciones de su disco Ciudad de pobres corazones (1986), se convenció de que lo necesitaba para ampliar la paleta de sonidos que había construido hasta ese momento, con un toque más orgánico y sustancioso.

Vadalá, a medida que fue creciendo como bajista, fue también contribuyendo más en los arreglos que escribía Fito, quien incluso le pidió grabar todo con el bajo sin trastes, aunque al final solo se usó para determinadas canciones, desde Tercer mundo (1990) hasta El mundo cabe en una canción (2006), el último disco que grabó con Páez. Pero si en los estudios su aporte era importante, en los conciertos es donde alcanza Vadalá su máximo potencial. La libertad para improvisar y llenar espacios con creativos fraseos y vertiginosos solos le dan solidez a la banda en cada presentación en vivo.

Revisar, por ejemplo, el concierto de presentación del Circo Beat en el Teatro Ópera en 1994, es una muestra clara de su importancia para el sonido de la banda. O aquella presentación en Viña del Mar, en el 2004, en que Vadalá se lanza un solo en clave de jazz, al estilo de Jaco Pastorius (1951-1987), el idolatrado bajista de Weather Report, mientras Páez combina Circo Beat con el rap de Tercer mundo. En esos años, Fito y su banda fueron invitados al prestigioso Festival de Montreaux, la meca del jazz en Suiza, poniéndose al nivel de los mejores a una escala global.

En el 2009, Guillermo Vadalá fue convocado por Luis Alberto Spinetta (1950-2012) para tocar bajo y guitarra en el mega concierto Spinetta y Las Bandas Eternas, organizado para ofrecer una retrospectiva de toda la obra musical del «Flaco» con sus grupos originales reunidos para tal ocasión. Vadalá fue, además, director musical del espectáculo, realizado en el estadio de Vélez Sarsfield, en Buenos Aires, el 4 de diciembre, antes más de 40 mil personas. El bajista tuvo que aprenderse más de 200 canciones para el show y se desempeñó como una ayuda memoria portátil para Spinetta, recordándole tonalidades, cambios, letras y demás. Esa noche, Vadalácumplió uno de sus sueños, tocar con la formación original de Pescado Rabioso el tema Post-Crucifixion (1972), una joya del rock argentino clásico.

Ese mismo año, lanzó su primer disco, Bajopiel (Epsa, 2004), al frente de su propio grupo, tocando jazz fusión de alto calibre y contó con la colaboración de sus amigos Fito Páez, Lito Epumer, Juan Carlos «Mono» Fontana, entre otros. Siete años después, llegaría Alumbramiento (Sony Music, 2011), su segunda producción individual, en el mismo estilo. En paralelo, Vadalá decidió concentrarse en su trabajo como músico de sesiones, productor discográfico y educador.

Esta faceta la desarrolla a través de Let It Beat, una escuela de música que fundó junto a su esposa, Nerina Nicotra, que es también bajista –los conocedores de Spinetta la ubican pues tocó con él en su última etapa, entre 2005 y 2010. La academia, ubicada en Miami, ofrece cursos tanto para jóvenes aspirantes como para estrellas del pop que quieran nutrirse de su vasta experiencia acompañando a lo mejor de lo mejor del rock en español. Por sus aulas han pasado artistas muy conocidos como Juanes, Diego Torres o Carlos Vives, admiradores del rock argentino y sus principales exponentes.

Desde mayo del año pasado, Guillermo Vadalá decidió abrir las puertas de sus proyectos musicales y educativos al ciberespacio, lanzando una plataforma completa de canales en las redes sociales YouTube, Instagram y Facebook, y es ya toda una celebridad entre los consumidores de este tipo de contenidos, la comunidad internacional de músicos y, especialmente, de bajistas en búsqueda de información, tutoriales y ejemplos para desarrollar su técnica y mejorar como intérpretes.

«Mi intención es -dice Vadalá en una entrevista reciente- entregar al mundo lo que he aprendido porque entiendo que hay una necesidad por aprender, por saber más. Y lo que me diferencia de otros youtubersen este rubro es que, aunque pueden ser muy buenos, muy rápidos, uno revisa y no han tocado con nadie. Yo he tenido la suerte de haber tocado más de treinta años con algunos de los mejores artistas de la Argentina, en estudios y en estadios. Y cuando vos escuchás, te das cuenta de que están al nivel de los mejores del mundo».

En su canal de YouTube, que tiene ya más de 35 mil suscriptores, «Guille» enseña escalas, técnicas de slapping y digitación para tocar funk, jazz, rock, entre otros géneros musicales. También ofrece consejos sobre cómo mejorar el sonido en un estudio y ganar confianza al tocar en contextos laborales tensos.

Pero, sin duda, son sus videos tocando icónicas líneas de canciones que grabó con Fito Páez los que más visitas acumulan. Así, podemos ver al maestro replicando el bajo de Mariposa tecknicolor, Tráfico por Katmandú, El amor después del amor, A rodar mi vida, Y dale alegría a mi corazón, entre muchas otras. «Antes -dice el bajista- no teníamos estas herramientas. Uno se hacía músico sobre la marcha. Y, en el caso de los bajistas, alguien nos ponía a laburar sin saber tocar mucho el instrumento, porque no había bajistas en el barrio ¿viste? Si sabías tocar la guitarra, pasabas al bajo y conseguías trabajo. Después aprendías».

Guillermo Vadalá pertenece a una larga tradición de extraordinarios músicos que nadie conoce, por estar detrás de una estrella rutilante, que generalmente se lleva toda la atención del público y de los medios. Estar al lado de Fito Páez le significó una gran oportunidad,aunque siempre desde la oscuridad del perfil bajo, lo cual le permitió aprender y mantener esa humildad que, con el tiempo, se ve recompensada con el agradecimiento del público por tantas grabaciones notables.

Mientras que en nuestra pobre y siempre huachafa escena padecemos la antipática pedantería de limitados aspirantes a rockeros que se creen lo máximo por haber llenado un estadio local -los Libido jalándose de los pelos por dos o tres cancioncitas- y la ignorancia atrevida de sus seguidores, en Argentina vemos a verdaderas leyendas, de trayectoria brillante que, después de haberse codeado con la crema y nata del mundo musical, tanto del espectro comercial pop como de géneros no masivos, ofrecen su talento y su corazón, con una actitud sencilla, cercana al público.

Recientemente, Guillermo Vadalá ha regresado a la dinámica de las giras y conciertos, uniéndose a su colega y amigo Felipe Staiti, en una nueva versión de Enanitos Verdes tras dos años del fallecimiento de surecordado bajista/cantante, Horacio «Marciano» Cantero. Stati, guitarrista original y actual vocalista de la emblemática banda argentina de los ochenta y noventa, completa esta renovada alineación con el mexicano Bosco Aguilar (teclados) y José «Jota» Morelli (batería, en la banda desde el 2009).

Morelli y Vadalá se conocen desde los tiempos de Madre Atómica por lo que la química está asegurada para esta nueva etapa de la banda que registrara clásicos del rock en nuestro idioma como La muralla verde(1986) o Por el resto (1987). Además, es una nueva oportunidad para ver en acción a uno de los mejores bajistas de Latinoamérica. Un«grosso», como dicen coloquialmente los argentinos.

Normalmente, en un gobierno afiatado y funcional, el presidente de la república ratifica la designación de los ministros y los defiende a capa y espada frente a las turbulencias políticas que puedan surgir.

No es el caso de Dina Boluarte. A su expremier Alberto Otárola lo dejó caer víctima de una conspiración palaciega y no le importó un ápice que el susodicho se haya fajado hasta los extremos más impensados para defender al gobierno y, en particular, a la primera mandataria.

Lo mismo ha sucedido con el exministro de Energía y Minas, Rómulo Mucho, a pesar de que no era ninguna piedra en el zapato de Palacio (su ductilidad para aceptar el brulote de Petroperú demuestra que Mucho estaba dispuesto a ceder en lo que sea a costa de mantener el cargo). Boluarte simplemente dio la orden de mover todo el poderpalaciego para impedir la censura del ministro de Inclusión y Desarrollo Social, Julio Demartini y a Mucho lo entregó en bandeja a las barras bravas parlamentarias.

Nos hace recordar la actitud del taimado Vizcarra -sobre quien ojalá caiga todo el peso de la ley en estos días- respecto de su breve Premier, Pedro Cateriano. Lo nombró, pero nunca imaginó la vitalidad de Cateriano para encaramarse sobre el cargo que le asignaron. Ello no fue del agrado de Vizcarra y astuta y traicioneramente no movió un dedo para impedir que el Congreso le niegue la confianza y lo obligue a renunciar.

Boluarte juega a la política menuda en Palacio. Tiene a un Premier nominal en Gustavo Adrianzén, pero despacha primordialmente con el primer ministro en la sombra, Eduardo Arana, ministro de Justicia, probable sucesor de Adrianzén prontamente.

Como resultado de ello, eleva los niveles de precariedad política que de por sí ya exhibe el Ejecutivo. Con ministros en salmuera, sin seguridad respecto de su permanencia, con la certeza de que la palabra presidencial no vale nada a la hora de ser defendidos frente a una crisis -salvo que sean del círculo de poder cercano de la gobernante-, no hay estabilidad política posible.

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Dina Boluarte, Juan Carlos Tafur, Otarola

[La Tana Zurda] El libro más importante en el Perú de 2024 es  Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024) de Eduardo González Viaña, una obra publicada en Estados Unidos por la Academia Norteamericana de la Lengua Española y en el Perú por el Fondo Editorial de la UCV.

El libro ha sido comentado y aplaudido de esa forma por personalidades de disciplinas diversas como el diplomático y excanciller Manuel Rodríguez Cuadros; embajadora Marcela Pérez Silva, de la Asociación Amigos de Mariátegui; José Carlos Vilcapoma, de la Universidad Nacional Agraria La Molina; José Manuel Camacho, de la Universidad de Sevilla), y Joel Acuña, de la Universidad César Vallejo), entre otros.

Además, por el psicoanalista Max Hernández, los juristas Ronald Gamarra y Julio Arbizu González y los comunicadores Herbert Mujica, Edwin Sarmiento, Alonso Rabi Do Carmo y Gabriel Ruiz Ortega. Por fin, por el extrañado poeta y profesor universitario José Antonio Mazzotti.

Una lectura inolvidable ha sido Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024), un texto que combina innovación, profundidad y una sensibilidad única para capturar lo sublime dentro de lo cotidiano. Este libro, con su capacidad para ser tan honesto como esperanzador, no solo toca el corazón del lector, sino que también ofrece una reflexión sabia sobre el poder de la memoria y la ilusión. 

Escribir una autobiografía es un trabajo arduo y difícil porque, si bien hay hechos infatigables que suceden, incidentes inesperados y acciones muchas veces no cómodas, las emociones y nuestros sentimientos se validan cuando regresamos a ese tiempo que en algún momento significó el más bello éxito. Es ahí cuando la ilusión se pone en relieve y permite que uno se distancie y vea cómo la memoria recuerda optimistamente el momento en el que se vivió. Este ejercicio no solo exige un compromiso con la verdad, sino también una capacidad para recrear un tiempo que ya no existe. Así, se entrelazan el pasado y el presente en una danza constante entre lo vivido y lo recordado.  De esa manera se compone el último libro biográfico de nuestro querido escritor Eduardo González Viaña (Chepén, 1941): Memorias: El poder de la ilusión (Axiara Editions, 2024). Esta obra se erige como un testimonio de vida y una invitación a reflexionar sobre cómo la memoria y la ilusión pueden construir una narrativa llena de humanidad y esperanza.

Con un poema del autor brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) como epígrafe, el tono del texto se deja percibir humanamente, impregnado de empatía hacia los menos beneficiados de la tierra. Esta elección no es casual; expresa el compromiso de González Viaña con la justicia social y su profunda sensibilidad hacia las luchas de los marginados. La solidaridad con lo justo y equitativo, el apoyo incansable de ser la voz de aquellos que no tienen espacios en algunas comunidades, constituyen pilares fundamentales de su vida y obra. El libro está configurado por diez partes que destacan la vida cronológica de nuestro estimado narrador, permitiendo al lector adentrarse en las etapas claves de su existencia. Cada una de estas partes está marcada por momentos de lucha, aprendizaje y creación, ofreciendo un mapa emocional que guía al lector a través de las complejidades de su experiencia personal, literaria y profesional.

Después de haber dedicado varias obras a héroes históricos y culturales como Ramón Castilla, Inca Garcilaso de la Vega, José María Arguedas y César Vallejo, en este libro autobiográfico González Viaña nos dedica sus memorias y su historia, enfocándose en su vida como creador. Este giro hacia lo autobiográfico revela no solo su trayectoria como escritor, sino también su compromiso político, social e ideológico a través de sus escritos. Estas memorias son más que un repaso cronológico de su vida; son una exploración profunda de cómo las palabras y las ideas han sido su herramienta para intervenir en el mundo. Cada página muestra la interacción entre el individuo y el contexto histórico, resaltando cómo las grandes figuras que ha narrado también moldearon su pensamiento y su ética. Así, González Viaña nos muestra que la vida del escritor está íntimamente ligada a los ideales que defiende y a las causas que abraza.

Entre líneas, se puede ver el amor y la devoción hacia el acto de escribir, una actividad que para González Viaña no es solo un medio de expresión, sino una forma de vida. Su escritura es un testimonio de su pasión por las letras y de su talento para convertir toda palabra en una ilusión de la memoria. Este amor por las palabras no es un simple ejercicio estético; es una afirmación de la capacidad del lenguaje para resistir, transformar y redimir. A través de su obra, el autor nos invita a recordar que la literatura tiene el poder de trascender las barreras del tiempo y las limitaciones del espacio, conectándonos con lo más profundo de nuestra humanidad. 

Además, esta obra autobiográfica nos lleva a entender cómo la escritura puede ser un refugio frente a las adversidades y una herramienta para la esperanza. El enfoque de González Viaña sobre la memoria y la ilusión va más allá de la mera evocación personal; se convierte en un puente que une generaciones y contextos. Al relatar su vida, el autor no solo comparte sus experiencias, sino que también construye un diálogo con los lectores, especialmente aquellos que buscan en la literatura un espacio para encontrar sus propias voces. 

Este libro, entonces, se convierte en un testimonio colectivo, donde las historias individuales se entrelazan con las luchas y sueños de una comunidad más amplia.  Por otro lado, la autobiografía también sirve como una afirmación del poder transformador del arte y la narrativa. González Viaña nos muestra cómo la literatura puede ser un espacio de resistencia frente a la injusticia, un medio para preservar las tradiciones y un acto de amor hacia quienes han sido silenciados. En este sentido, Memorias: El poder de la ilusión no es solo un recuento personal, sino una invitación a repensar el papel de la cultura en la construcción de un mundo más justo. El libro de González Viaña es, en última instancia, una celebración de la vida y de la capacidad del ser humano para imaginar y construir nuevas realidades. Con su tono melancólico y optimista, y mirada de acertados guiños pícaros, el autor nos recuerda que incluso en los momentos más difíciles, la memoria y la ilusión pueden ser fuentes de fortaleza y creatividad. Así, Memorias: El poder de la ilusión se erige como una obra imprescindible para quienes desean comprender cómo la literatura y la vida pueden entrelazarse en una búsqueda constante de significado y trascendencia.

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Cultura, ilusión, Literatura, Memorias, narrador

No me parece una mala noticia que el gobierno haya decidido tomar distancia del empresariado, dejando de asistir en bloque (ningún ministro ni la presidenta acudieron al último CADE) al evento empresarial más importante del año.
Claramente, ello ha obedecido a los pronunciamientos críticos de varios gremios empresariales respecto de decisiones gubernativas, siendo la cereza del postre una encuesta de Ipsos a los propios asistentes al evento que mostraba una enorme desaprobación de la gestión presidencial.
Los organizadores lamentaron esa ausencia, aunque la revistieron de sensatez al considerar que ello era un acicate a seguir propendiendo a un acercamiento del gobierno con la inversión privada. La verdad es que veo más bien como una buena noticia esa ausencia y esa distancia premeditada.
No les hace bien a los poderes fácticos de la derecha ser asociados con el régimen. Ya suficiente con que la ciudadanía identifique a este gobierno como el resultado de una coalición de derechas afincadas en el Congreso como para que el núcleo duro de la derecha -el empresariado- también se vea metido en la colada.
No pierde nada el inversionista privado con esta lejanía. Igual, sus decisiones de invertir o no se van a mantener, hayan visto presencialmente a ministros o a la gobernante o éstos hayan brillado por su ausencia.
El empresariado debe seguir con el pie en alto siendo vigilantes y críticos de la mediocre gestión gubernativa. Este es un gobierno que no ata ni desata y el empresariado se equivocó garrafalmente al inicio de la gestión de Boluarte cuando ponderó la relativa estabilidad que ofrecía -luego del caos castillista-y le endosó un apoyo superlativo. Después, felizmente, ha enmendado el error.
No hay que darle tregua al gobierno. Sus actos son de una ineficacia e indolencia tales que ameritan una actitud crítica no solo de los medios de comunicación -que felizmente es mayoritaria-, sino también de la sociedad civil, dentro de la cual el empresariado es pieza fundamental.

Se está discutiendo en el Congreso la posibilidad de que se permita el financiamiento a los partidos por parte de personas jurídicas privadas. Eso es bueno siempre y cuando no sea anónimo, como pretende un sector del Parlamento, sino abierto y transparente.

Al haberse cerrado esa posibilidad, lo único que se logró fue que los sectores de las economías delictivas, con claros intereses de influencia política, se acercaran a los candidatos y les financiasen sus campañas, como sucedió con Pedro Castillo y muchos otros, que luego retribuyen ello con leyes propicias o vistos buenos estatales a su quehacer delictivo.

Al abrir la cancha a la posibilidad de financiamiento privado se reduce esa influencia, pero no se logrará acotar plenamente. Nada impide que el narcotráfico, la minería ilegal, los tratantes de personas o los transportistas informales hagan bolsas de dinero para apoyar candidaturas a cambio de favores posteriores.

El mejor remedio a esa desestabilizadora posibilidad -afecta directamente la gobernanza democrática- es dotar a la ONPE de mayores dientes para fiscalizar el tema. Por lo pronto, que sea obligatorio bancarizar no solo los aportes sino también los gastos. Y, lo más importante, que si se descubriera un desbalance grosero, que revelaría el ingreso de dineros ilegales, la ONPE tenga la capacidad de suspender la presencia de ese partido en la lid electoral. Hoy no lo puede hacer, simplemente controla un par de veces o tres el proceso, pero no puede establecer sanción alguna.

Que la economía esté controlada en amplios sectores por mafias criminales es un tremendo problema que se debe resolver con celeridad. Pero que la política también lo esté, ya constituye un riesgo mayor, porque colocaría al Estado en manos de lógicas delictivas abiertas, desnaturalizando la esencia misma de la democracia y la gobernabilidad que se busca recuperar luego de haber sufrido dos gobiernos nefastos, como los de Pedro Castillo y Dina Boluarte.

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