Opinión

Antaño era en los grandes medios, especialmente los televisivos, que se definían las campañas electorales. Un buen debate, una buena entrevista o un buen spot publicitario definía la diferencia necesaria para obtener el ansiado resultado en las urnas.

Después se le dio más importancia a la radio y últimamente a las radios regionales, como la clave del éxito. Rápidamente, en cuestión de una década, las redes sociales reemplazaron a los medios radiales como principal vehículo de comunicación.

Hoy tampoco es así. Las cosas varían aceleradamente en un mundo tan cambiante. Son los medios digitales y los microsegmentospoblacionales los que marcan la pauta. Una buena performance en La Encerrona, en El diario de Curwen, en el podcast de Hildebrandt en sus trece o en Sin Guión, pesa más que una entrevista en el principal diario nacional o en el principal canal o radio nacionales.

Adicionalmente, ya no es tiempo de los grandes mítines. Lo que impacta, y profundamente, son los microsegmentos poblacionales representativos. Una visita al mercado Unicachi o a la feria artesanal de Puquio, tienen más efecto de irradiación que organizar un gran encuentro en la plaza de Armas de la ciudad.

Claro, a uno lo escuchan treinta o cuarenta personas, pero el efecto de propagación posterior que ello tiene es inmenso. A la postre, produce un efecto de divulgación mayor que acudir a un recurso tradicional y manido de las estrategiaselectorales de antaño.

Esto hace más compleja e interesante la contiendaporque obliga a los equipos de campaña a salir de la caja para llevar a sus asesorados candidatos al triunfo. Las famosas Escuelas Naranja del fujimorismo, por ejemplo, tienen un efecto político mayor que un road show mediático de la lideresa del partido.

El rey de la campaña de Pedro Castillo, hace casi tres años, fue el whatsapp. Hoy, a pesar del poco tiempo transcurrido, ya no funciona así. Los tiempos cambian aceleradamente y obliga a que los candidatos afinen sus estrategias y sus equipos de campaña. Ya no basta con ver Al Fondo hay sitio o leer El Trome, para entender la psicología popular, como decía hacer el estratega brasileño Luis Favre.

El panorama informativo de hoy es el siguiente: mucho contenido + poca rigurosidad. Buscar, confiar, aprender, y —principalmente— dialogar es difícil. Lo fácil es el odio, la emocionalidad, la intolerancia, la opinión, la discusión, la batalla, el debate, la tontería y la generosa ignorancia. Las redes sociales son la máxima ejemplificación de la perversión de la verdad y la autoridad. Hoy, es la masa, el mercado y el capital económico, quienes deciden a quién dar autoridad y, en consecuencia, a quién creer. Prueba de ello son los miles de seguidores que tienen los sujetos que muestran sus zapatillas, sus cuerpos, o lo maravillosa que es su vida. Pero no solo son seguidores que dan likes, sino receptores de mensajes y opiniones cuya única exigencia para evaluar la importancia de estos es si el personaje gusta o no en función de lo anteriormente mencionado. Es muy peligroso.

Quienes hemos trabajado en periodismo sabemos lo que esto significa y es inevitable no sentir desesperanza por el devenir de este fenómeno. Basta con el revisar superficialmente las redes sociales de cualquier medio local o sus mismas páginas web —incluso las de los medios más serios— para comprobar que la inversión de publicidad y producción está puesta directamente en ‘lo que vende’. ¿Qué es lo que vende? Lo mismo que siempre persiguió la prensa del corazón: sacadas de vuelta, farándula local y extranjera, escándalos políticos. En resumen: titulares, fotos, show. Rara vez, contenido, profundidad, investigación. Que no nos sorprenda el programa que cierto cacaseno ofrecía hasta hace poco en la televisión local…

El capitalismo obsceno que representan las redes sociales, defendido en un cuestionable discurso democrático de libertad de expresión, nos ha llevado a eliminar toda rigurosidad y respeto por la autoridad. Hoy los referentes y las autoridades no son otros que “los que venden”. X, Instagram y el ya más olvidado Facebook están repletos de opinólogos que para muchos de mi generación y la de mi madre son fuentes de “conocimiento” constante (información). El culto al individuo nunca se había visto más expuesto. La falacia de autoridad es cuestión todos los días. Cualquier crítica al usuario como autoridad será aplastada —tanto por derechas como por izquierdas— bajo el precario argumento famoso entre los peruanos de ‘es mi opinión’ y el reclamo será tildado inmediatamente de elitista. Adjetivo que se ha vuelto sumamente negativo, ignorando que —como bien señalaba Luis Jaime Cisneros— toda institución que se respete debe estar dirigida por una élite. ¿O acaso confiaríamos nuestras inversiones a opiniones y no a estudios financieros? ¿O confiaríamos en la opinión del vecino antes que en la de un cirujano cuando se trate de operarnos el corazón? ¿O recurriríamos a un piloto cuando tengamos que diseñarnos una casa? Quiero creer que no hemos llegado tan lejos (no aún). Pero cuando hablamos de cultura o de política, toda autoridad se anula…

El culto al individuo, exacerbado por las redes, vive mucho de la discusión y de la aprobación masiva (no del reconocimiento por la rigurosidad). Si bien Husserl, entendió que la intersubjetividad es lo que más nos acerca a la verdad, es difícil creer en la masa cuando está no está preparada sobre el tema, y es emocional y no racional. Las verdades, así como los diálogos, son ajenas a las opiniones. Bien entendió Platón que el conocimiento verdadero (episteme) nada tenía que ver con las meras opiniones. El conocimiento verdadero, decía Platón, es objetivo, universal y solo se alcanza a través del razonamiento filosófico y la dialéctica. Mientras que la opinión (doxa) es la percepción subjetiva y mutable de la realidad sensible, es decir, del mundo material y cambiante que nos rodea. Así para el autor de La República, las opiniones se basan en las apariencias y son influenciadas por los sentidos, por lo tanto, son inconsistentes y relativas. Platón critica la forma en que las opiniones afectan el gobierno y la justicia. Al igual que quien escribe, argumenta que la mayoría de las personas, incluidos los gobernantes en las democracias, operan basándose en opiniones en lugar de en el conocimiento. Esta dependencia en opiniones lleva a decisiones irracionales y corruptas. Por eso, Platón propone que los filósofos, que buscan y alcanzan el conocimiento verdadero, sean los gobernantes.

Nunca me ha gustado la vocación antidemocrática de Platón, pero sí creo importante la distinción que hace. Si bien jamás apostaría por una política autoritaria, creo que la autoridad y la meritocracia son cuestiones esenciales para mantenernos en una sociedad que no pervierta la realidad (algo que sucede en nuestros días todo el tiempo). 

A veces pienso que, precisamiente, el mal entendimiento de lo que es una democracia nos lleva a tal situación. Que exista la libertad de expresión no implica que se otorgue el mismo valor y que no se filtre rigurosamente los actos y enunciados de todas las personas. Es democrático en tanto las exigencias deben ser las mismas independientemente de quién sea el individuo. Pareciese que las opiniones hubiesen empezado a ser consideradas como verdades y he ahí el problema. Jean Paul Sartre (pensador al que no suelo volver) explica con claridad lo inútiles que resultan las discusiones cuando recuerda las que solía mantener con Raymond Aron cuando joven. Y, sí, es lo que tenemos en los medios y en las redes. Discusiones, no diálogos. La discusión sigue el modelo del idealismo clásico que busca arrinconar a alguien en el momento en que su pensamiento falquea. Se trata de quien gana. Una pelea de egos. En ese sentido, no aporta nada. No acerca a la verdad. No construye. 

Por el contrario, los diálogos, constuyen en tanto buscan trabajar en conjunto y presuponen la posibilidad de equivocarse. Ya decía Gadamer en Verdad y método, que solo es posible ampliar tu horizonte si es que aceptas que el del otro debe tener algo de verdadero que, de momento, te es invisible. Así, explica que el entendimiento no es un proceso aislado, sino un diálogo continuo en el que el horizonte del intérprete se fusiona con el horizonte del otro, permitiendo una comprensión más profunda y matizada.  Esta fusión de horizontes implica una apertura a lo nuevo y un reconocimiento de la historicidad y la influencia mutua en el proceso de interpretación. 

Es todo lo contrario a los embistes retóricos que vemos en televisión y en redes. Los usuarios que participan en ellos solo persiguen la sensación del triunfo (como los participantes de los clubes de debate) y olvidan la resolución del problema en cuestión. Se trata de individuos defendiendo sus opiniones para alcanzar la validación social. 

Como bien explicaba Sarte, no deja de ser interesante escuchar lo que la gente puede decirle. Pero, claro, —y esta es la cuestión— siempre sin olvidar que son meramente comentarios, opiniones. Craso error sería entrar en la discusión cuando de opiniones se trata, pues estás se construyen en base a impresiones y preferencias subjetivas. De ahí a que tanto oigamos el dicho de los gustos y colores… Los diálogos constructivos son relaciones lingüísticas que implican una acción en común para decidir algo en conjunto. En resumen, una búsqueda o pretensión de acercarse a la verdad con respecto a algo. Y, para acercarse a la verdad o al conocimiento, las opiniones no nos sirven de nada. 

Pero no me tomen en cuenta. Finalmente, esta es solo una opinión más.

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Es una obligación política y moral del gobierno sacar adelante proyectos mineros como Conga o Tía María, más aún en circunstancias que los precios de los metales han alcanzado niveles récord en el mundo.

Ambos proyectos contaron con resistencia social en su momento, pero es dable pensar que la misma haya amainado ante la constatación de que sin inversión minera no hay canon ni regalía y que los gobiernos locales viven de eso para poder tener fondos de inversión. El aumento de la pobreza puede ser un acicate para que los ciudadanos de las zonas de influencia acepten, por fin, que la inversión privada es la única forma de derrotar la miseria.

Cabe recordar, además, que ambos proyectos estuvieron a punto de salir, si no fuera por las torpezas del gobierno de Humala y de la propia Southern en los orígenes de los mismos, respectivamente. Ya se ha corregido en gran medida esos dislates y se espera, en consecuencia, que el gobierno pueda prosperar en el intento.

Ambos son, además, proyectos emblemáticos y de salir adelante darían una señal a la comunidad inversora que podría desatar el nudo que hoy ata a la inversión privada, a pesar de la estabilidad macroeconómica, no obstante el relativo descontrol fiscal que el MEF está permitiendo (y que puede agravar si insiste en la tozudez de apoyar al reflotamiento de Petroperú).

El mejor ejemplo de cómo la inversión privada reduce la pobreza es el gobierno de Alan García, que la redujo de 50 a 27%, la mayor rebaja de la historia peruana y de América Latina. Si el gobierno, con el empeño de Rómulo Mucho en el Minem, logra sacar adelante Conga y Tía María, verá cómo se despiertan los impulsos capitalistas, hoy contenidos, y podría arrojar al final de su mandato cifras de mejora en los indicadores de pobreza que hoy vienen aumentando.

Si logra ello, podría uno perdonarle al régimen que de acá al 2026 haga poco en otras materias, como lucha anticorrupción, inseguridad ciudadana, regionalización, salud y educación públicas. Un pueblo menos pobre, que retorne a la clase media, sería la mejor noticia como antecedente sociopolítico para las elecciones del 2026. La pandemia nos trajo a Castillo. Que la parálisis de la inversión privada no nos traiga otro radical en el futuro.

En un mundo absurdamente paralelo, donde la frivolidad y la corrupción reinan con desparpajo, la política peruana se ha convertido en una telenovela de lujo digna de un Oscar. La protagonista de este drama, la presidenta DB, más que una lideresa, parece una figura decorativa exquisitamente adornada con joyas, movida por los hilos invisibles de su titiritera principal, K. Mientras tanto, la democracia, esa paciente en cuidados intensivos, agoniza bajo los estragos de un Congreso que actúa como el villano principal de esta tragicomedia, con la complicidad silente de un público que parece disfrutar del espectáculo.

Desde su malhadado ascenso al poder, DB ha dejado claro que sus prioridades brillan tanto como sus diamantes. ¿Cientos de miles de peruanos víctimas de delitos durante su mandato? Para ella, son simples números que no alteran su ostentoso estilo de vida, más parecido al de una reina de la farándula que al de una mandataria. Lo verdaderamente importante es la liberación de N, el primer hermano de la nación, celebrada con un entusiasmo que roza la histeria por DB y sus allegados. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es el bienestar de un país comparado con el bienestar de la familia presidencial y su séquito de aduladores?

DB parece tener un don especial para utilizar el poder del Estado con un propósito verdaderamente noble: mantener a su familia lejos de las garras de la justicia. La dedicación a su familia es inquebrantable, al igual que su descaro para obstruir la justicia. Desde intentar sobornar a coroneles probos hasta desmantelar equipos policiales anticorrupción, su compromiso con la impunidad es realmente admirable.

Dedicación inquebrantable que brilla por su ausencia a la hora de gobernar. Si alguna vez hubo un gobierno más desorientado que el de DB, es difícil de imaginar. Su administración, incapaz de abordar los problemas más sentidos del país, parece estar más interesada en salvar su propio pellejo y enriquecerse a costa de “préstamos” oportunos de joyas, relojes y diamentes. La delincuencia y la pobreza son apenas detalles menores cuando hay que asegurarse de que los familiares y socios políticos estén bien protegidos y cómodos. Y si de pobreza se trata, se puede intentar evitar que el INEI publique cifras de pobreza, porque, claro, son malas noticias que podrían arruinar la falsa atmósfera de prosperidad que pretende mostrar. Nada mejor que un poco de censura para mantener las apariencias de que el país anda estable rumbo a la OCDE, mientras la pobreza aumenta sostenidamente. 

En medio de este teatro del absurdo, los partidos políticos democráticos, los que no forman parte de la coalición corrupta que sostiene a DB, deberían actuar con más decisión, o al menos fingir que lo hacen. Es urgente que ofrezcan alternativas, cursos de acción posibles, no solo para mantener las apariencias, sino para rescatar al país del marasmo en el que se encuentra. La descarada manipulación de las instituciones por parte de DB y su séquito, de sus aliados congresales, no puede pasar desapercibida. Es hora de que los partidos demuestren que están aquí para algo más que ser meros «vientres de alquiler».

Así que, estimados partidos, este es su momento de brillar, o al menos de intentar hacerlo. Demuestren que son mucho más y están a la altura de las circunstancias que demanda el país, o al menos que pueden fingir que lo están. Tracen una hoja de ruta clara y viable que nos saque de este lío, o al menos que parezca que lo están haciendo. La renuncia de DB, seguida de una transición bien organizada, podría ser el primer paso, pero no el único. ¡Vamos, sorpréndannos con su capacidad para liderar y construir un futuro mejor para el Perú!

El reloj sigue avanzando, y con él, la necesidad de acciones decisivas, o al menos de fingir que se toman. Porque, después de todo, si no es ahora, ¿cuándo? ¡Tic, tac, partidos políticos el tiempo corre! ¡No nos defrauden!

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Congreso, corrupción, Ejecutivo, frivolidad, Partidos políticos

[TIEMPO DE MILLENIALS] Ayer, 20 de mayo, se celebró el Día Mundial de las Abejas, con la finalidad de concientizar sobre su importancia y necesidad de protección. Esta fecha coincide con el nacimiento de Anton Janša, quien -en el siglo XVIII- fue pionero de la apicultura moderna en su Eslovenia natal y elogió a las abejas por su capacidad de trabajar tan duro y necesitar tan poca atención.

¿Por qué las abejas son tan importantes?

Las abejas son responsables de la polinización, que es la transferencia de polen entre las flores para que se reproduzcan y los polinizadores contribuyen directamente a la seguridad alimentaria. Según los expertos en abejas de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), un tercio de la producción mundial de alimentos depende de las abejas.

Cuando los animales e insectos recogen el polen de las flores y lo esparcen, permiten que las plantas, incluidos muchos cultivos alimentarios, se reproduzcan. Polinizan las aves, los roedores, los monos e incluso las personas, pero los polinizadores más comunes son los insectos, y entre ellos, las abejas.

Las abejas proporcionan alimentos de alta calidad -miel, jalea real y polen- y otros productos como la cera de abeja, el propóleo y el veneno de abeja.

La apicultura también es una importante fuente de ingresos para muchos medios de vida rurales.  

¿Por qué están desapareciendo?

Las poblaciones de abejas han disminuido en todo el mundo en las últimas décadas debido a la pérdida de hábitat, las prácticas agrícolas intensivas, los cambios en los patrones climáticos y el uso excesivo de productos agroquímicos como los pesticidas. Esto, a su vez, supone una amenaza para una variedad de plantas fundamentales para el bienestar y el sustento de los seres humanos.

También se cree que la contaminación del aire afecta a las abejas. Las investigaciones preliminares muestran que los contaminantes del aire interactúan con las moléculas de olor que liberan las plantas y que las abejas necesitan para localizar su alimento. Las señales mezcladas interfieren con la capacidad de las abejas para buscar alimento de manera eficiente, haciéndolas más lentas y menos eficaces en la polinización.

Unos datos interesantes de las abejas 

  • La abeja occidental es el polinizador más extendido a nivel mundial.
  • Una sola abeja visita 7 mil flores al día.
  • Una colmena puede polinizar 250 millones de flores.
  • Se necesitan 4 millones de visitas para producir un kilo de miel.
  • Durante su vida, una abeja vuela 800 kilómetros y produce media cucharadita de miel

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Abejas, Polinización, Sostenibilidad

Considero a Víctor Raúl Haya de la Torre un personaje entrañable. Por esta razón la Constitución de 1979, que representa su testamento político, me resulta especialmente afín, tanto como ejemplificadora la calidad de los representantes que la redactaron, la docencia de sus debates, las lecciones de política, ideología e historia vertidas en cada discurso pronunciado. La Constitución del 93, en cambio,  proviene de una dictadura y por eso, al margen de sus contenidos, o en virtud de algunos de ellos, genera fuertes resistencias.

Más allá de eso, desde siempre en el Perú ha existido el imaginario de “la Constitución Providencial”. En otras palabras, cada cierto tiempo se elevan voces clamando por una nueva Carta Magna. Una a través de la cual el Perú renacerá siendo otro distinto: moderno, republicano, con instituciones de una solidez nórdica, con una sociedad armónica y solidaria, amante del bien común, que repentinamente dejó de ver al Estado como la ocasión del propio enriquecimiento en desmedro de la colectividad. Pero soñamos, desvariamos, alucinamos: en las actuales circunstancias ninguna nueva Constitución variará absolutamente nada.  

El otro imaginario que acompaña a “La constitución providencial” es “el momento constituyente”. ¿Dónde se inventaron esa? Sé que la expresión se utiliza en varias latitudes y que ha motivado alguna producción teórica y unos cuantos foros, pero la única conclusión seria es que tal “momento constituyente” sólo puede desprenderse del sentido común, a lo más del análisis de cierta coyuntura. Pero no es posible establecer sobre bases empíricas que existe un “momento constituyente”. Este no es más que una intuición, se desenvuelve en el terreno de la especulación, no existe una realidad que podamos denominar “momento constituyente” 

¿Qué pasa en el Perú?

En la última década hemos pasado de la fragmentación social y la crisis institucional a la desintegración más absoluta debido al vertiginoso avance de incontenibles virus, encabezados por el más nocivo del todos: la corrupción. Este es el átomo que se desagrega en múltiples moléculas: copamiento institucional, pésimos servicios del Estado, imparable drenaje de recursos públicos a manos privadas, diversas modalidades del crimen organizado y un largo etc. 

¿En una sociedad con estas características creemos ver un “momento constituyente”? Entiendo la lógica:  “estamos tan mal que necesitamos una nueva Constitución”. Pero el razonamiento me resulta absolutamente errado: una Constitución concebida en el fango solo podrá hundirse en él, fundirse con él, convertirse en su simbiosis, en su más funcional sinergia. 

En el Perú no hay clase política, no una de verdad, y la gestión del Estado hiede en el moho impuro que la reviste. Por ello, el punto de partida, si es que existe uno, es la creación de una clase política con mínimos requisitos morales y formales para iniciar la reconstrucción de la institucionalidad el país. Esa misma clase política establecerá las pautas para avanzar algunos pasos indispensables en dirección hacia la mejor gestión del Estado y de sus recursos. 

Solo entonces podremos ver al país, podremos observarlo, podremos comprenderlo a cabalidad pues lograremos algún mínimo control sobre él -control entendido como gobierno- y podremos implementar las reformas constitucionales indispensables -para lo cual la Carta Magna actual presenta los mecanismos- para consolidar dicho sistema político -clase política- y dicha gestión del Estado, en sus niveles nacional, regional y provincial. Y solo entonces podremos alcanzar un diagnóstico más certero respecto de la necesidad de una nueva Carta Magna en el Perú u optar por la constante reforma de la actual -esto quiere decir gradualismo- más allá de la ojeriza que pudiese generarnos la Constitución de 1993. 

Habría más que decir, colocar sobre el tapate la discusión del Contrato Social, traer a colación a Jean Jacques Rousseau y otros tantos teóricos de la política y del Estado. Pero en estas líneas he querido establecer una base: un edificio se construye después de los cimientos, no al contrario. Una Constitución, salvo si se trata de la fundacional, de la primera -ojalá en nuestro país la primera hubiese sido la única con adendas, como en USA- necesita una base sobre la cual poder enraizarse en la realidad. Esa base no existe en el Perú, la sustituye el imperio del lumpen y el patrimonialismo, los que han creado un fétido pantano en cuyas profundidades yacen ya once constituciones republicanas. ¿Cuántas más queremos echar al cementerio de la historia? 

Vamos a suponer que efectivamente logran éxito las coordinaciones que se están efectuando entre algunos grupos de la centroderecha y se arman uno o dos frentes en este segmento ideológico, que de ese modo puedan darle batalla a los candidatos radicales de izquierda que asoman con fuerza y expectativa.

Allí, sin embargo, no acaba el problema sino que, probablemente, comienza uno mayor: encontrar al candidato propicio para representar tales conglomerados. Ya he citado a Enrique Chirinos Soto y su consideración de que un buen candidato tenía que tener “orgasmo por el poder”, pasión por ser presidente, y trasmitirle eso al electorado.

Lo tuvo Belaunde, lo tuvo Alan García, para mencionar a los dos últimos más importantes. En alguna medida también Toledo y Ollanta Humala (aunque éste venía ayudado por el envión que le había dejado de herencia su hermano Antauro). Sin esa pasión, sin ese biorritmo electoral, no hay forma. Si el candidato no rompe el vidrio que lo distancia del electorado, no hay frente ni campaña que valgan (el mejor ejemplo es Mario Vargas Llosa, quien parecía estar abrumado por la responsabilidad de ser el candidato, pero no tenía el ansia de poder que estos menesteres requieren).

La izquierda radical, representada por personajescomo Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, si acaso Guillermo Bermejo, tiene candidatos con esa característica. ¿A quién tiene la centroderecha? ¿Roberto Chiabra? Sí. ¿Carlos Anderson? También. ¿Rafael Belaunde? Le falta algo de pasión vital. ¿Jorge Nieto? Puede prender. ¿Carlos Álvarez? Empezó bien, pero se ha desinflado por sus propias indecisiones. ¿Carlos Añaños? Imposible. ¿Alguien de Lo Justo o los morados? No se ven en el horizonte.

La campaña del 2026 va a ser brutal. Se va a jugar en todos los frentes. Por eso se necesitan buenos candidatos, con fuste y preparación, que es el otro factor necesario para afrontar el desafío, alguien que tenga claro qué hacer con la economía, la crisis política institucional, la regionalización, la inseguridad ciudadana, la lucha contra las mafias ilegales, la lucha anticorrupción que está sangrando al Estado, etc. Poner a un improvisado en Palacio sería letal.

El tema viene complicado. Quedan poco menos de dos años para la campaña y eso es tiempo corto para las tareas pendientes de resolver. Es necesario exigir decisión y sentido de urgencia a los voceros de la centroderecha para que aceleren el paso.

Hasta la fecha, son seis los ministros del Interior que han asumido la dirección del sector encargado de velar por el orden interno y la seguridad pública del país desde que Dina Boluarte asumió el poder el 7 de diciembre de 2022. En promedio, hemos tenido un ministro nuevo cada tres meses. 

En ese mismo periodo, se han producido 1 435 211 millones de denuncias por delitos y faltas a nivel nacional. Si está cifra alcanzó las 77 503 denuncias en enero de 2023; se elevó a 86 256 en enero de 2024. Para el caso de las denuncias por extorsión, 1348 incidencias fueron registradas en enero del 2023, mientras que esta cifra subió a 1549 para enero de 2024. La tendencia se repite en el caso de la gran mayoría de modalidades delictivas relevantes para el grave panorama de (in)seguridad que afronta el país en la actualidad: robo agravado (enero 2023: 2146; enero 2024: 2525); estafa (enero 2023: 2016; enero 2024: 3162); asalto y robo de vehículos (enero 2023: 480; enero 2024: 553). Y así con otras modalidades más. 

Ninguno de ministros del Interior de Dina excluyendo al recientemente nombrado Juan José Santivañez ha podido liderar una reducción de las cifras anteriormente mencionadas. Todo lo contrario, parece que cada uno ha tenido una tarea concreta que cumplir durante sus breves designaciones: César Cervantes duró menos de dos semanas en el cargo y su misión fue aplacar (bajo cualquier medio necesario) las protestas masivas que se desataron luego de la salida de Pedro Castillo de Palacio de Gobierno; ante su rochosa salida, Víctor Rojas Herrera asumió la cartera por un par de semanas más para continuar con la tarea de amilanamiento de las manifestaciones; luego, Vicente Romero Fernández asumiría el cargo por un periodo más largo, diez meses, con el objetivo de defender a la presidenta ante la ola de críticas en su contra, como también intentar limpiar la imagen de la Policía Nacional del Perú (PNP) por las irregularidades cometidas durante las tareas de control y restablecimiento del orden; finalmente, sería censurado por el Congreso de la República por “manifiesta incapacidad técnica de liderazgo y falta de idoneidad para el ejercicio del cargo”; su sucesor, Víctor Torres Falcón, fue el encargado de absorber políticamente la destitución de, Jorge Angulo, comandante general de la PNP quién lanzó fuertes acusaciones en contra de la mandataria por supuestas intrusiones en la institución policial; y, por último, todo parecería indicar que Walter Ortiz asumió el cargo con la única consigna de desactivar el Equipo Especial contra la Corrupción en el Poder (Eficcop) compuesto por personal policial especializado e involucrado en las investigaciones en contra de la presidenta Boluarte por el caso conocido como Rolexgate antes de renunciar al cargo por “razones personales”. Cada ministro ha tenido una bala de plata que quemar. Una bala de plata que claramente no ha tenido en la mira resolver la grave situación de (in)seguridad que el país afronta, sino más bien deshacerse de cualquier obstáculo político y penal que pueda aparecer en el camino de Dina Boluarte.

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Este pasado 15 de mayo se cumplieron 61 años de la muerte de Javier Heraud (1942-1963), un caso muy particular en la historia de la poesía peruana. Su corta vida y trágica muerte, sus veintiún años de existencia, su destacada figura en los deportes y en la labor intelectual le dieron un perfil brillante, el más relevante en su momento dentro de su generación, que luego sería bautizada como ‘Generación del 60’. Aunque no muchos se hayan acordado del luctuoso aniversario, lo traigo a colación porque su caso, después de todo, tiene ciertas implicancias con la situación política actual del Perú.

Desde sus primeros poemarios, El río (1960), El viaje (1960, primer premio compartido con César Calvo en el concurso «El poeta joven del Perú) y Estación reunida (1961) se revelaba su precoz aporte dentro del llamado «británico modo», un estilo de poesía que asumía de manera directa el lenguaje conversacional, la frase sencilla y el ritmo fluido, propio de lo que el poeta mexicano José Emilio Pacheco llamaría en 1979 «la otra vanguardia», es decir, la poesía que derivaba de la tradición anglosajona más que de la francesa (como el surrealismo, por ejemplo) o de cualquier otra escuela de vanguardia europea continental. En inglés, la vanguardia se encarnó en la escuela imaginista, que preconizaba la escritura directa, derivada del habla común, así como las imágenes visuales, sin retorcimientos semánticos.

También se nota la influencia del Neruda de las Odas elementales (1953), con sus versos cortísimos y su ritmo «vertical», como un chorro de agua, que, sin embargo, al reunirse, evocaba a veces formas tradicionales del español como el verso endecasílabo y el alejandrino.

Heraud era ya un poeta consagrado desde sus primeros años de universidad. Le hubiera sido muy fácil acomodarse al «establishment» cultural, convertirse en catedrático, o quizá en miembro de la Academia de la Lengua, o en un caserito más de la mamadera estatal, como tantos y tantas hoy en día. Pero al alejarse del Perú en 1962, atraído por el socialismo y el triunfo reciente de la revolución cubana en 1959, Heraud se fue politizando de manera cada vez más visible. Viajó a Cuba supuestamente a estudiar cine, pero se enroló en las filas del Ejército de Liberación Nacional y regresó al Perú como guerrillero. Con este gesto, que algunos necios calificaron de ‘absurdo’, ‘ingenuo’ o ‘muestra de inseguridad personal’, sorprendió a todo el mundo, particularmente a la clase media y oligárquica peruana, que no podía entender cómo un muchacho tan joven, de ‘buena familia’ y con un futuro brillante, podía haberse metido en actividades que hoy fácilmente serían calificadas de terroristas. Sus poemas de esa época, bajo el pseudónimo de Rodrigo Machado, nos presentan a un poeta muy explícito en sus creencias políticas. Su lenguaje literario se volvió, a su vez, todavía más directo, casi panfletario (lo cual, claro, es una pérdida para la literatura).

El resto ya es bastante conocido. Él y su grupo fueron avistados en la selva de Madre de Dios y el 15 de mayo de 1963 fue baleado con proyectiles explosivos (las famosas y vedadas balas «dum dum») mientras trataba de escapar, ya que la bandera blanca de rendición que él y su compañero Alain Elías enarbolaron desde su canoa en el río no sirvió de nada. No solo fue la policía la que lo masacró, sino muchos civiles desaforados, que mostraron así su rabia y su pánico, aplicando una ejecución sumaria sin justificación alguna.

La crueldad de la muerte de Heraud nos deja hoy palidecidos. Su vida y su entrega a sus ideales lo revelaron como un mártir del fervor revolucionario de esos años. Hoy algunos dirían que solito se colocó «fuera de la sociedad» y por lo tanto, incluso de haber sobrevivido, no merecería una vida civil ni una reintegración al tejido social peruano. Para esos cuantos, Heraud debería permanecer eternamente como un paria.

Piénsese en lo que ocurre hoy con aquellos condenados por terrorismo que ya han pagado con largas condenas de cárcel sus acciones equivocadas. ¿Hasta cuándo seguirán siendo castigados? ¿Son mejores moralmente quienes saquean el estado, mienten descaradamente y se mantienen en el poder con uñas y dientes?

Heraud, al menos, sobrevive como ejemplo de excelente poeta y hombre íntegro, por muy equivocado que haya estado. 

Quedan tan pocos en el Perú.

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