Si el exgobernador de Junín fuera más estratégico ya hace rato se habría dado cuenta que lo que a él y a su partido le convienen es tomar distancia de Castillo y llevar esa lejanía a sumarse a las filas vacadoras o propulsoras de un adelanto de elecciones generales. De lo contrario, si el 2022 lo ha dejado en la lona por sus resultados electorales, en las siguientes elecciones presidenciales, probablemente pierda hasta la inscripción.
Y, por cierto, haría bien la mayoría opositora en acercarse y sentarse a conversar con el líder de Perú Libre y coordinar acciones a las que se puedan sumar los votos del partido que llevó a Castillo al poder y que luego éste ha traicionado con olímpico desprecio (sin esos votos, por ejemplo, no hay vacancia posible).
En vista del objetivo de resolver la crisis que transitamos, que a todos hace daño (al país, a la economía, a la clase política), no debería haber problema alguno en que la oposición derechista converse con su opuesto ideológico, pero con el que bien podrían convenir acciones comunes para no seguir en esta vorágine de deterioro generalizado al que Castillo conduce el país, con las consecuencias terribles que ello va generar en el futuro inmediato.