El concierto arrancó con Detroit rock city -que fue la del cierre la primera vez- y una batería de explosivos que parecían querer derribar el lugar. En la previa, extremadamente larga por culpa de los organizadores que no debieron hacer el show en ese sitio, desfilaron desde Aerosmith, Motörhead, Def Leppard y ¡Kool & The Gang! (como que ya no sabían qué más canciones poner). Finalmente, fue el himno Rock and roll de Led Zeppelin el que anunció que, por fin, comenzaría el concierto.
Lo que vino después fue un setlist que combinó la fuerza setentera de temas como Shout it out loud, Calling Dr. Love, Cold gin -con impresionante segmento de Tommy Thayer lanzando bombardas desde su brillante Gibson- con temas de su periodo sin maquillajes, como Lick it up, Tears are falling o Heaven’s on fire, más parecidas a la onda del glam metal de bandas como Poison o Mötley Crüe. Si bien la voz de Paul Stanley está un poco desgastada en comparación a lo que lograba hacer en poderosos álbumes en vivo como Alive (1976) o Alive III (1993), su carisma como showman y, especialmente, su talento como guitarrista, lo convierten en uno de los personajes más representativos de ese rock clásico que ya casi no es posible verse en ninguna parte.
La sensualidad andrógina de Paul Stanley y la risueña oscuridad de Gene Simmons se apoderaron del público en temas como Deuce, de su primer álbum, en el que aprovecharon para proyectar antiguas imágenes en blanco y negro de la banda. Los desplazamientos de la banda, conocidos para los fans más fieles, hicieron delirar a las casi 25 mil personas que esa noche fueron testigos de un espectáculo único en su género, inigualable. Cada una de las canciones fueron coreadas sin descanso y los miembros hicieron de las suyas en reciprocidad, dando todo de sí y cumpliendo lo prometido, a pesar de la mala organización.
Paul Stanley sedujo al público con sus sugerentes bailes y posturas, voló por los aires hasta la mitad del campo durante Love gun y la infaltable I was made for loving you e hizo añicos una hermosa guitarra delante del boquiabierto público, casi al final del show. Gene Simmons señaló a todo el mundo, desplegó todo su catálogo de gestos y movimientos, escupió fuego (al final de I love it loud) y vomitó sangre en la introducción de God of thunder, mientras observaba de brazos cruzados y con rostro severo, graciosamente endemoniado, al público. Tommy Thayer ofreció una vez más, una muy convincente combinación del virtuosismo inspirado e intuitivo de Ace Frehley y la prolija técnica de Bruce Kulick (guitarristas previos del grupo). Y Eric Singer, curtido hombre de tambores, estructuró estremecedores solos de batería sobre una plataforma que, casi como una nave espacial, parecía despegar hasta el infinito en medio de una lluvia de fuego y explosiones en Black diamond y 100,000 years, dos alucinantes canciones de su primera época.
Entre las sorpresas del setlist estuvo la inclusión de uno de los mejores temas de su último tramo antes de revelar sus rostros al público, War machine (Creatures of the night, 1982), además de Say yeah, del disco Sonic boom, su penúltima producción discográfica en estudio) y Psycho circus, con imágenes en pantalla alusivas al arte de carátula de aquel disco en que se reunieron los cuatro miembros originales, de 1998. El cierre llegó con Beth, la emotiva balada del álbum Destroyer (1976) que Eric Singer interpreta de excelente forma, Do you love me y una masiva lluvia de papel picado durante Rock and roll all nite. Sin lugar a dudas, este ha sido el mejor concierto que ha visto Lima en la era post-COVID 19, y será difícil igualarlo.
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