El candidato de Perú Libre resume lo peor de la política peruana. Autoritario, conservador y antimercado. La suma de todos los males en la perspectiva de un Perú bicentenario.
Sorprende leer en las redes sociales a muchos votantes de Verónika Mendoza cambiar su voto a favor de Castillo por considerar que el de Juntos por el Perú es un voto perdido. Es verdad que en la práctica lo es, Mendoza tiene remotas posibilidades de pasar a la segunda vuelta, pero debería ser irreconciliable para quien hace unas horas votaba por ella trasladarle su voto a alguien que va en contra de todas las libertades civiles (matrimonio gay, aborto libre, equidad de género, etc.), que Mendoza propugnaba.
En la derecha sí cabe el voto perdido. López Aliaga no llegará a la segunda vuelta y sus electores no deberían tener reparo en votar por Keiko Fujimori o Hernando de Soto. Es más, propiamente hablando estarían haciendo un upgrade notable. Pero eso no equivale a la migración que algunos proponen en la izquierda.
Castillo es alguien funcional a los intereses de facciones subversivas. No solo por sus cercanías claras con el Movadef sino por la presencia en sus listas parlamentarias de gente que abiertamente dice adscribir la ideología senderista. No es terruqueo, es simplemente verdad.
Castillo no es demócrata. Solo utiliza los mecanismos electorales para alcanzar el poder y una vez allí disolver el Congreso y convocar a una Asamblea Constituyente, que entre otras perlas incluirá, sin duda, la posibilidad de la reelección (con medidas populacheras seguramente tendría alta aprobación).
Para remate, el candidato de Perú Libre -al menos hay que agradecerle su honestidad- se quiere tirar abajo el modelo económico que, ya hemos dicho, con remiendos mercantilistas y enorme corrupción, ha sido capaz, a pesar de ello, de generar prosperidad en los últimos veinte años, reducir la pobreza y acotar las desigualdades (la gran falencia fue descuidar la salud, educación, seguridad y justicia, reformas institucionales de segunda generación que ningún gobernante de la transición tuvo el empaque de emprender).
No hay voto estratégico en la izquierda. Los votantes de Verónika Mendoza, si son consecuentes, deben morir en su ley. Votar por Castillo sería una traición a sus principios.
El viaje es un tópico central en la tradición latinoamericana. Tanto en el terreno de la historia, la literatura (basta recordar al cubano Alejo Carpentier) y el ámbito de lo que hoy clasificamos bajo el paraguas de “no ficción” (que por cierto no excluye los discursos autobiográficos), el viaje y los discursos de los viajeros ofrecen una amplia gama de posibilidades interpretativas, pues se vinculan con distintas áreas de reflexión: la expresión de la experiencia colonial, la acumulación de saberes dirigidos a los centros de poder europeos, las heridas y costuras de la otredad o la necesidad de construir identidades propias.
La marca del viajero es la marca del forastero. Pero eso no limita la figura del viajero a la condición extranjera. En el Perú, por ejemplo, libros emblemáticos como Paisajes peruanos, de Riva Agüero (publicado en 1955 en edición póstuma al cuidado de Raúl Porras) o Costa, sierra y montaña (1938), de Aurelio Miró Quesada, constituyen exploraciones en pos de lograr un concepto, una idea, acaso esbozar un fragmento de eso tan inestable y resbaladizo que llamamos la identidad nacional. El viaje, en todo caso, se convierte en una experiencia de conocimiento del propio territorio.
La condición extranjera juega inicialmente otro papel. La conquista española, por ejemplo, puso en acción toda una maquinaria narrativa uno de cuyos objetivos era llevar a la práctica un registro minucioso y exhaustivo de los nuevos territorios que iba dirigido a la corona, información valiosísima para un imperio en plena expansión y atacada por la ansiedad de expandir sus fronteras económicas. La puerta de entrada de este universo es el Diario de Cristóbal Colón, la primera mirada europea sobre América.
Durante el siglo XIX numerosos viajeros recorrieron el Perú, acumulando en muchos casos información geográfica, económica, biológica que alimentaría estrategias de inversión y penetración de capitales por parte de potencias como Inglaterra y Francia, principalmente. Estuardo Núñez y Edgardo Rivera Martínez, entre otros, han estudiado prolijamente este significativo segmento de nuestra literatura y han sido responsables, en más de un caso, de impecables reediciones.
Estas reflexiones se han suscitado por la lectura de una reciente publicación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y el Instituto Francés de Estudios Andinos: Una vida en los Andes. Diario (1864-1896) de Théodore Ber, un ciudadano francés cuya biografía está llena de momentos rocambolescos y fascinantes. Nació en 1820 en Francia, en la localidad de Figeac, en una región conocida también como Mediodía-Pirineos. Aprendió el oficio de sastre, trabajó como obrero en talleres textiles y llegó a ocupar una gerencia.
En 1860, Ber decide “hacer la América” y se instala primero en Valparaíso, Chile y luego, en 1863, en Lima, oficiando de maestro de francés. Cuando comienzan a sonar los clarines de la Comuna de París, en 1870, regresa a Francia y participa activamente de la revolución que culminaría con el primer régimen socialista europeo de inspiración obrera. Luego de esta aventura vuelve al Perú donde, entre otras actividades, funda un diario en francés, titulado L´Etoile du Sud.
Desde entonces dedica múltiples esfuerzos a realizar estudios arqueológicos en distintos lugares del Perú, en misiones avaladas por el gobierno francés que no tuvieron un final exitoso. En 1879 se instala en La Merced donde hace de todo un poco, desde cultivador de café hasta juez de paz, pasando por jefe de Correos e incluso gobernador de la ciudad. Finalmente regresa a Lima en 1884, donde permanecería hasta 1900, año de su desaparición. Dejó un diario, que resume su vida en el Perú, una existencia marcada por una curiosidad cultural militante y un ansioso deseo por la escritura.
Pascal Riviale y Christophe Galinon, editores de este valioso texto, refieren: “Théodore Ber es un hombre lleno de curiosidad, una mente crítica, movido por una pasión avasalladora por escribir. El deseo de testimoniar, transmitir, se satisface hilvanando anécdotas y recuerdos inscritos en simples cuadernos o bien en imponentes registros (…) entre 1864 y 1896” (p.26).
El diario, como género, puede darse el lujo de registrar simultáneamente las experiencias, la temporalidad que media entre los hechos y su traspaso a la escritura se estrecha de modo notable; de ahí que su conexión con la cotidianidad del autor sea, con frecuencia, un rasgo central. El diario de Ber no escapa a esta regla, pero tiene además otras lecturas: es pergamino íntimo, pero también documento cultural, vivencia de la otredad.
Lo cierto es que a Ber le tocó vivir momentos importantísimos de nuestra historia. Estuvo presente en el combate del 2 de mayo y sobrevivió a la Guerra del Pacífico, así como también a una epidemia de fiebre amarilla que provocó una espeluznante mortandad en Lima y Callao en 1868.
Un ejemplo de su escritura minuciosa tiene que ver con un pasaje del Combate del 2 de Mayo: “Durante el combate, el Loa y el monitor Victoria, ambos blindados, pero de pequeñas dimensiones, utilizaron con provecho sus cañones, sin haber sido incomodados por los españoles. Unos pequeños barcos de madera, como el Colón, el Sachaca y el Tumbez, han podido participar del combate sin ser seriamente averiados. Todos se extrañan de la retirada de los españoles, a sabiendas de que una hora más de combate les confería una apariencia de victoria. Se terminó por saber que el almirante [Méndez] Núñez había sido herido a bordo de la Numancia y los hay que dicen que está muerto” (p.157).
No te privo más, lector, de bucear por ti mismo en las páginas de este importantísimo rescate bibliográfico, cuya lectura recomiendo desde ya con total entusiasmo.
Una vida en los Andes. Diario (1864-1896). Pascal Riviale y Christophe Galinon (editores). Traducción de Isabelle Tauzin-Castellanos, José Gabriel Castellanos y Mónica Cárdenas Moreno. Lima: Universidad Nacional Mayor de San Marcos e Instituto Francés de Estudios Andinos, 2021.
Nuestro país vive su hora más difícil. Este domingo 11, en medio de la muerte, la miseria y la desesperanza, los peruanos tendremos la difícil misión de elegir a quienes pasarán a la segunda vuelta electoral, para que de ahí salga la persona que nos gobernará –esperamos- los próximos cinco años. Esta elección es especialmente importante porque en ella nos jugamos nuestro destino como nación. Se presenta, tal vez, la última oportunidad que tenemos para consolidarnos en una auténtica república o seguir siendo la caricatura que hemos venido siendo durante los últimos doscientos años.
El panorama se presenta desolador. Las últimas encuestas que conocimos nos dejan atónitos ante una situación en la que los grupos de poder, esa oligarquía que nunca quiso ser una élite dirigente, se niega a dejar de lado sus privilegios y sus negocios. Hace doscientos años se opusieron a la independencia y ahora tampoco quieren que una opción popular y de izquierda llegue al poder y gobierne con el pueblo y para el pueblo. Su miopía ante las urgencias de los que mueren asfixiados por la incompetencia de un gobierno fantoche y un sector privado angurriento, los ha hecho encaramarse en una derecha que ha tomado la forma de un monstruo tricéfalo que encarna la corrupción, el fanatismo y la farándula.
La primera cabeza de este monstruo es la derecha corrupta. Parece asombroso que a veinte años de la debacle del fujimorato corrupto y asesino aún haya quienes piensen que éste represente algún tipo de opción política. Después de los Vladivideos, del dinero robado, las esterilizaciones forzadas, las desapariciones y asesinatos cometidos; luego de que hemos visto como condujeron el Congreso de la mototaxi, del encubrimiento a los hermanitos, etc., nos debería quedar claro –como nos lo mostró a nivel nacional el correcto fiscal José Domingo Pérez- que el fujimorismo es una organización criminal antes que una organización política. Votar o apoyar la candidatura fujimorista sería un suicidio moral y la constatación de nuestra inviabilidad como república.
La otra cabeza de este monstruo es la que representa la derecha farandulera. Aquella que no tiene ningún escrúpulo en trabajar para dictadores, vacunarse por lo bajo y acudir a un oscuro personaje, muchas veces ligado al abominable delito de la trata de personas, para ganar una elección que sólo significará saciar el ego del octogenario que la representa. Hernando de Soto no sólo ha mostrado su enorme soberbia sino también su profundo desprecio por el pueblo peruano. Él representa esa oligarquía acostumbrada a los privilegios, sus intereses particulares y que se siente por encima de la ley. El vacunarse a escondidas, mientras miles de aquellos a los que quiere representar mueren a diario, no sólo es un acto cobarde sino también deshonroso para quien tiene algo de honor. No conforme con eso, acudir a lo más chabacano y pútrido de la farándula para que su mensaje llegue al pueblo muestra su profundo desprecio por los sectores populares a los que quiere representar. Con él el Perú asegurará otros cinco años de crisis e inestabilidad, reeditaremos lo que fue el gobierno de PPK, del que ya sabemos cómo terminó.
La tercera cabeza del monstruo es la derecha fanática. Esta opción representada por un candidato que, mimetizado con el cerdo al que lleva como emblema, sólo es capaz de balbucear incoherencias cuando tiene que defender ante otros candidatos su programa. Un Rafael López Aliaga que quiere gobernar un país cuando ni siquiera tiene el patriotismo de pagar sus impuestos, que dice ser ultraconservador pero hace negocios con Soros, que aparece involucrado en los Panamá Papers, que dice luchar contra los monopolios y es dueño de uno, que con el cuento de luchar contra corrupción amenaza con expulsar a Odebrecht –algo que un presidente no puede hacer- cuando sabe que con eso sólo lograría traerse abajo todo el caso Lava Jato y de paso librar a su socio Luis Castañeda y a su abogado Humberto Abanto, ambos investigados por este caso. Esa es la derecha fanática y sin escrúpulos que hará de nuestro país un lugar donde reine la intolerancia, que sea una sucursal del franquismo. Esta derecha fanática, como decía en 1931 el inmenso José Ortega y Gasset, “es síntoma de una concepción democrática perfectamente ridícula – patriarcal, bíblica, de ínsula Barataria”.
A eso se reduce la oferta que la oligarquía nos ha podido ofrecer para estas elecciones. Entre estos andrajos quiere que escojamos este domingo. Pero, el panorama de la izquierda no es menos alentador. La derecha y sus medios de comunicación han tenido que levantar la candidatura de Pedro Castillo a quien han utilizado como tonto útil para intentar bloquear la única opción viable de una izquierda democrática y liberadora. Castillo encarna las taras de la izquierda, el machismo, el clasismo, la intolerancia y la mirada puesta en el pasado. Con una ineludible y atávica vocación autodestructiva, pasa la factura de la desunión de una izquierda más ocupada en sus propias cuitas que en el país.
Lo mejor que le podría pasar este domingo al Perú es que pasen a la segunda vuelta dos opciones diferentes. Seguramente alguna de las cabezas de este monstruo, junto a la opción popular de una izquierda con reales posibilidades de triunfo electoral como la representada por Verónika Mendoza. Sólo en ese escenario podremos elegir de verdad. En ese sentido, todos aquellos que quieren un país con justicia social, cultural, epistémica y liberadora deberán optar por un voto estratégico por su la candidatura de Mendoza como esperanza del cambio que el país necesita. Hace poco más de doscientos años Napoleón dijo a Goethe: “Hoy, el destino es la política”. Es decir, lo contrario del capricho o el simple gusto. Y, como enseña Ortega y Gasset: “Política no es hacer o pedir que se haga lo que a uno le gusta, sino lo que irremisiblemente hay que hacer, coincida o no con nuestras preferencias”.
Usted es el voto perdido de la derecha. No tiene posibilidad de pasar a la segunda vuelta y aún si ocurriera el improbable caso de que el milagro se produjese, usted no le ganaría a nadie, ni a Pedro Castillo.
Es imperativo, en salvaguarda del modelo económico que usted dice defender, que renuncie a su candidatura y permita que sus votantes se vayan donde Keiko Fujimori o Hernando de Soto, y de ese modo evitar la catástrofe que sería una segunda vuelta entre Yonhy Lescano y el ultraradical Pedro Castillo.
El país se juega mucho en esta elección. Con mediocridades mercantilistas que siempre hemos denunciado, y con tremenda corrupción de por medio, a pesar de ello, la estabilidad macroeconómica y las reformas incompletas que se hicieron básicamente en los 90, han permitido que en las últimas dos décadas el Perú crezca, se reduzca la pobreza y disminuyan las desigualdades.
Lo que cabe es cortar de un solo tajo los nudos de privilegios mercantilistas que inundan nuestra legislación, transitar del Estado proempresa al Estado promercado, reformar el Estado y lograr tener una salud, educación, seguridad y justicia mínimamente decentes. Eso solo se logra profundizando el modelo, no destruyéndolo o cambiándolo por populismos o estatismos reaccionarios.
Usted, López Aliaga, perdió la ocasión por su virulencia, intolerancia y ánimo autoritario. Creció en las encuestas por disruptivo, pero su personalidad lo traicionó y desengañó al electorado que le quitó la confianza y así frenó su ascenso. Se convirtió en el líder de la derecha bruta y achorada al pretender convertir al Estado peruano en una filial política del conservadurismo religioso. Felizmente fracasó en su intento, pero ahora tiene la oportunidad de reivindicarse.
Tiene que haber por lo menos un candidato de derecha en la segunda vuelta, que genere alguna expectativa razonable. Idealmente, podrían ser dos. Pero no está usted invitado a esa fiesta. Más bien, puede depender de su generoso gesto de renuncia que ello se logre. Sus votantes y el país se lo agradecerán.
En múltiples ocasiones señalamos cómo los astros se alineaban para favorecer la aparición de candidatos disruptivos en esta contienda electoral. Ya había aparecido uno, de extrema derecha, ahora aparece otro, de extrema izquierda, rompiendo todos los pronósticos precedentes. Justamente por su naturaleza disruptiva, son impredecibles.
Vivimos una atmósfera lo más cercana posible a la de finales de 1990, con una crisis económica pavorosa, que ha llevado a millones de la clase media a la pobreza; un Estado colapsado, sobre todo en materia de salud pública; una crisis de corrupción generada por los escándalos sucesivos Odebrecht, Club de la Construcción, Cuellos Blancos, etc.; una tormenta política desatada desde el fatal desencuentro entre el Ejecutivo de Kuczynski y el Legislativo de Keiko Fujimori; una catástrofe producto de la pandemia que ha producido casi 200 mil muertes y ha generado la rabia natural de los deudos por la desatención recibida. La tormenta perfecta.
Si a ello le sumamos los problemas estructurales propios del Perú, con un Estado desastroso en asuntos de convivencia social mínima, como educación, salud, seguridad y justicia, se puede entender perfectamente el malestar ciudadano. El 11 de abril la gente va a ir a votar de malhumor y eso, obviamente, genera apego a fórmulas estridentes, disruptivas, disonantes del statu quo.
El centro, que era por donde tradicionalmente se llegaba al poder en el Perú ha sido devorado por las fuerzas centrífugas, tanto de derecha como de izquierda. Lo que no se percibía al inicio de la contienda es que estas fuerzas llegaran a los niveles extremos a los que han llegado.
Nada está dicho aún, por cierto. Los días que faltan para la elección van a ser decisivos, pero sea cual sea el resultado, hay un fenómeno de disidencia política que es menester entender y acotar, porque si no se va a repetir en todos los procesos electorales venideros, sembrando zozobra e incertidumbre.
Ojalá el país más equilibrado reaccione y evite que cualquiera de los dos extremismos pase a la segunda vuelta. Superada la pandemia, a partir del 2022 seguramente, se necesitará mano firme y, sobre todo, sensata para conducir el país, no arrebatos beligerantes ni ánimos confrontacionales de alta peligrosidad para la democracia peruana.
Ganará la derecha pero las encuestadoras se resistirán a decírtelo. Este once de abril a las 7 de la noche, los dueños del sondeo a boca de urna te mostrarán cifras ajustadas, muy pegaditas, juntitititas, y comentarán que nada está dicho, que todo puede pasar, que el margen de error aquí, que el margen allá o que lo otro. Son tan predecibles. En consecuencia, este domingo de elecciones no habrá flash. Así que ni te molestes ni te aburras ni te hagas viejo. No esperes sentado. Es que hay una predisposición de la prensa a no reconocer el triunfo de la derecha.
Al final del día de la elección tampoco esperes resultados de la Onpe, eso, para empezar, jamás se ha visto. O no te acuerdas de que siempre nos han paseado por semanas con resultados del conteo al 5 %, al 15 % ó al treintaitantos por ciento y con el cuento de que faltan los votos rurales o que el camión con las cédulas no llega o cualquier otra excusa que le ponga suspenso al evento, como si fuera esto una película de terror o de acción con efectos especiales. ¿No te acuerdas? La Onpe es la institución burocrática más lenta del mundo y, con pandemia o sin pandemia, en el día más importante de su razón de ser siempre hace gala de su lentitud. En cada elección general es lo mismo. La rapidez no es virtud de la Onpe. Mucho menos lo tiene que ser ahora que no es políticamente correcto hacer celebrar a la derecha.
Y mientras todos se toman su tiempo, y pasan los días, la incertidumbre crecerá aun más rápido que el dólar. No tendremos candidatos claros de segunda vuelta y las inversiones ni tocarán la puerta. Y por si fuera poco tendremos, además, que esperar cerca de dos largos meses para definir al presidente. ¡Dos largos meses! Mucho tiempo, lo necesario para dar cabida al calentamiento fuera de la cancha de personajes autocalificados como inmaculados que siempre te dicen por quién debes votar y —por supuesto— siempre equivocadamente, guiados por el resentimiento personal histórico. Uno de ellos, el abanderado: el señor Mario Vargas, el escribidor. ¡Ah! Llosa es su segundo apellido.
Siempre, el señor Vargas, aparece en el escenario de la segunda vuelta electoral. Es como el as bajo la manga del caviar, de aquel que no quiere salir de la planilla del Estado. Mario Vargas siempre sale para dar el espaldarazo a quien compita con Fujimori, quien sea pero que sea el competidor. Esta vez me pregunto, entonces, si apoyará a Rafael López Aliaga. Qué dilema para el señor Mario Vargas.
Un once de abril con movidas raras nos espera. Pero no nos inquietemos. Hagámonos la idea de que todo está bajo control. Ya sabemos que no, pero hagámonos esa idea para no aburrirnos.
¡Ah!, una cosa más. Esta columna, por supuesto, asume que el once de abril habrá elecciones.
En estas elecciones para el Congreso de la República podremos votar 9,830,538 mujeres y 9,764,762 hombres. Pero es muy probable que, de los casi veinte millones de votantes, adultos mayores, personas que tendrán que cuidar a pacientes y familiares, y quienes debían desplazarse interprovincialmente prefieran pagar la multa. Sólo la siguiente semana sabremos cuántos votos quedaron tras esta comprensible deserción. Los votos de quienes sí caminaremos hacia nuestros centros electorales estarán distribuidos en 27 distritos electorales: el de cada departamento, el de Lima Provincias, el de la Provincia Constitucional del Callao y el de Peruanos en el extranjero.
Cada distrito electoral no tiene el mismo número de congresistas. Hasta el Congreso actual, varios departamentos han tenido solo dos congresistas: Amazonas, Apurímac, Huancavelica, Moquegua, Pasco, Tacna y Tumbes. Madre de Dios tiene solo uno. Arequipa tiene 7, La Libertad tiene 8. Lima 37. Esa desproporcionada diferencia sin duda afecta al país porque inevitablemente centraliza la producción legislativa desde la perspectiva de la capital. Sin embargo, esta aparente mala distribución de las curules siempre culmina en otra distribución organizada de acuerdo con los intereses económicos que representa cada partido político. Surge de este modo una apariencia sumamente fragmentada entre los partidos políticos más relevante que la departamental.
Esta fragmentación que proyectan las encuestadoras entre 6 y máximo 20 curules por partido político no es una novedad, pues el actual Congreso ya presenta esa estructura. No obstante, si observamos como se comportó debido a ello, podemos imaginar cómo rápidamente, incluso desde antes de saber los resultados, qué alianzas se configurarán a partir del 28 de julio, día del Bicentenario de nuestra República.
Las bancadas de Soto, López y Fujimori se unirán espontáneamente. Ya vimos en este Congreso cómo los integrantes de Solidaridad Nacional y Fuerza Popular se reacomodaron rápidamente en los partidos de alquiler. Distribuidos ahora en este triada, se llevarán armoniosamente bien en tanto comparten intereses comunes como el dar carta blanca a redes de corrupción, defender la evasión tributaria, el monopolio y liberar la informalidad en los grandes sectores económicos como minería, turismo y agroexportación. En otra alianza, las bancadas de Acuña, Urresti y el FREPAP cerrarán filas para defender sectores menos rentables pero fundamentales en nuestra economía como la educación y los cultivos ilegales. Frente a este desmadre, las bancadas de Guzmán y Mendoza representan una alianza que representa los intereses económicos del sector público y cultural, que agrupa un amplio abanico técnico y profesional vinculado a servicios del Estado, instituciones artísticas, educativas, de investigación y organizaciones no gubernamentales. Eventualmente, las bancadas de Forsyth y Lescano, que representan otros sectores económicos como la mediana construcción, industria y exportación, estarán usualmente en alianza con el grupo de Soto y compañía, pero que ante situaciones de trastabilleo de la democracia o derechos fundamentales, se aliarán con Guzmán y Mendoza. Como vemos, no se trata de una fragmentación de fondo, sino de alianzas locales y nacionales que prefieren trabajar en paralelo y fortalecer sus propias redes políticas y económicas. Son cuatro sectores claramente definidos en un campo en el que se juega muchas veces tres contra uno, pero a veces dos contra dos.
Los resultados que se publicarán la próxima semana, dejarán en claro que nuestro voto habrá respondido a los ideales que cada peruana, que cada peruano tenemos entreverados con nuestra situación socioeconómica. Más aún en esta situación de pandemia. Pero si hay algo que nos une, nuestro dos contra dos debe ser nuestra apuesta: no queremos corrupción y no cejaremos de pelear. Preparémonos porque para eso necesitamos dos tareas: asegurar que sea quien sea que ocupe el sillón presidencial por primera vez este 28 de julio, cuente con una cantidad de congresistas necesaria, entre 40 y 50, que aseguren el contrapeso necesario para un gobierno estable y vigilado en la defensa de nuestros derechos y nuestra salud. Y la segunda es terminar, a punta de protestas, referéndum y acuerdos colectivos, las reformas políticas necesarias para que el 2026 tengamos un congreso sin delincuentes y con capacidad para legislar fuera de la corrupción.
Tengamos en cuenta que podemos votar por un partido para Presidente y otro para congresista, pero no se puede votar por dos congresistas de diferentes organizaciones políticas. Tiene que ser una sola. El número total de votos por cada partido determinará cuántos congresistas tendrá. Como no sabemos quiénes de ellos tendrán más votos, verifiquemos que los primeros 30 candidatos aseguren que saldremos dignamente de esta crisis, sin pisar a nadie para correr detrás de un billete. El lapicero azul está en sus manos.
Sin lugar a dudas, la gran sorpresa de esta elección la constituye Pedro Castillo, el maestro radical, candidato de Perú Libre, cuyo crecimiento amenaza inclusive con alcanzar la segunda vuelta o restarle tantos votos a Lescano y Mendoza que los podría sacar de la misma y ocasionar una final de derechas.
Según las últimas encuestas publicables, en Ipsos, Castillo pasaba de 3 a 6%, en IEP de 4.3 a 6.6% y en CPI de 4.3 a 6.2%. Si mantiene esa tasa de crecimiento puede dar el batacazo el 11 de abril.
De hecho, su candidatura expresa una radicalidad de izquierda que ha podido cosechar por el centramiento de Mendoza y por las falencias ideológicas de Lescano, sus dos contendores en la semifinal de izquierda que se disputa. Y su base magisterial ya demostró en la huelga de hace algunos años que tiene cierta representatividad. No debería sorprender. Hay un porcentaje pequeño de radicales en el país, pero cuyo peso crece relativamente en una elección tan atomizada como la que estamos viviendo. En una elección normal, como las últimas que hemos tenido, Castillo no pasaría de ser una expresión disruptiva ubicada en el sexto o séptimo lugar.
Pero también hay que analizar otro fenómeno, subyacente a la existencia de Castillo, y es el de la vigencia plena de vidas políticas subregionales, totalmente excéntricas al estatus limeño o costeño. La alta votación de Castillo en el centro se debe a la influencia probada de Vladimir Cerrón en la zona. Y en el sur confluyen los Aduviri, Cáceres Lliclla y demás. Eso le da sustento a Castillo.
Es buena la ocasión para reflexionar sobre la urgencia de recrear la bicameralidad en el país y que se permita en la Cámara de Diputados, la postulación de movimientos regionales, no solo nacionales. Hay un país en las regiones que necesita representación política desde hace décadas y no la encuentra en el sistema electoral y político vigente.
El fenómeno Castillo es también expresión de ello. No es solo la radicalidad de izquierda, presente indudablemente en un país plurideológico como el nuestro sino también una voz de protesta anticentralista que merece ser atendida.