Al llegar a caja, demolido psicológicamente y exhausto por la espera, ni hablar de David que estaba famélico. No era para menos, eran las 2:41 pm. La cajera, una blonda veinteañera, que no estaba nada mal, me miró y con toda la alegría del mundo preguntó.
-Necesita factura señor
-No, gracias, contesté
Seguía pasando los productos y me volvió a preguntar lo mismo. Le volví a responder que no.
En tanto, la cuenta crecía invariablemente en la pantalla de su ordenador. Al terminar, el monto alcanzó la suma de todos los fines de semana y realice el pago respectivo. No sin antes, volverme a preguntar si necesitaba factura.
-¡No, carajo!
Había traído a David para que cargue las bolsas. Así se lo dije.
-¿Yo por qué? reclamó.
-¿Te di una buena propina el sábado pasado, te olvidas? Una con otra. Además, no me gustan los quejones, vamos.
–
Mientras el muchacho, encargado de llevar las bolsas, viendo que se quedaba sin nada, me mentó la madre con los ojos.
TRES
Al llegar a casa, nuevamente en taxi, introduje la mano en mi bolsillo derecho y no encontré la llave de la casa. Súbitamente, recordé que lo había dejado en el velador.
-Tócale el timbre a tu mamá
-No está, se fue temprano donde su amiga Lorena, contestó el flaco
-Carajo, no es mi día
Mientras mi hijo se sentaba, resignadamente en la vereda, esperando una solución al tema. Yo elucubraba.
Y aconteció algo, que me sucede generalmente 2 veces al año, se me encendió el foquito de 20 watts que tengo,
-Ya sé cómo entrar a la casa, hijo
-¿Cómo? preguntó.
En ese momento me desperté.
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