No es un escenario catastrófico. Hace dos meses había 18 candidatos de centroderecha, cuya dispersión amenazaba con entregarle en bandeja el pase a la segunda vuelta electoral a un candidato de izquierda disruptiva, que se llevaría toda la bolsa poblacional izquierdista, dado el desprestigio enorme en el que se ha visto embarcada la supuesta izquierda moderada (Verónika Mendoza y adláteres).
Ojalá seamos testigos de una segunda vuelta entre dos candidatos de centro o de derecha, lo que aseguraría la continuidad del modelo económico, y se esperaría que las reformas urgentes (salud, educación, seguridad, descentralización, etc.) se empiecen a plasmar. En un ciclo virtuoso, con tranquilidad congresal (habrá que suponer que se ha aprendido la lección del 2016), el Perú podría dar vuelta a la página a la crisis política y la parálisis económica por la que discurre.
Al volver por el sentido contrario, buscando a los otros miembros del grupo, como uno que sufre de ceguedad, encontraría con la cabeza rota e inconsciente, alrededor de un charco de sangre desparramado a otra persona en plena esquina. Pedimos a la policía que deje de tirar gases y reprimir. Pero siguieron. Para entonces estaba tan ahogado y pasmado, que comencé a vomitar. Yo tengo problemas de salud en relación a la respiración. Pero de alguna forma tenía que vivir todo esto en carne propia para poder escribir y así dar la mayor objetividad posible a los que me leen. Estos son los gajes del oficio. Pero, a decir verdad, nunca imaginé que algo así pudiera desencadenarse. Me sentí como en las crónicas que leía muy joven de Hemingway en la guerra civil española. Y el solo hecho de pensar que pude haber sido yo o cualquiera de los del grupo alguna de las víctimas muertas o heridas, me aterra. En eso, entre los mareos y llantos, me detuve agitado y vi una pancarta en los suelos inscrito con las siguientes palabras: “Mamá, estoy aquí. ¡Volveré, te lo prometo!”. Pero muchos no volvieron como pasaría días atrás en el interior del país, y como esa noche tampoco volvería a ver más a su familia, Víctor Santisteban Yacsavilca.
Acompañé a la gente que lo llevaba al hospital EsSalud de Grau en una camilla. Del que entraría una familiar o esa era la intención, puesto que entró una chica que de la impresión ni podía esgrimir ninguna palabra. Dentro, había un tipo haciendo mimos burlescos, riéndose asquerosamente de lo que veía. Y que lastimosamente representa cierto sector fascistoide que ya no solo lo piensan sino que abiertamente dicen: “deben matarlos a todos”. Muchos de los presentes estuvimos allí, en espera y vigilia. Luego, como se ven en videos, la policía una vez más actuó de manera desproporcionada y sacó a la gente de la puerta de emergencia a golpes.
Esa noche otra vez Lima fue manchada de sangre. La única ciudad en donde si pareciera importar los fenecidos de nuestro país. Al escribir esto, sigo absorto y con la perplejidad en la mirada ante estos hechos que nunca pensé vivir y como del cual dudo mucho poder olvidar. Y ya al terminar, agradezco entrañablemente a las personas que me acompañaron el jueves después del accidente, como el abogado Arturo Morales, mi hermana, quien es mi mejor amiga, y una de mis compañeras de vida, Grecia. ¿Cuánto más seguirá todo esto como cuánto más podremos aguantar? Cuántas sangres más tendremos que ver derramadas para decir “ya basta”. Ahora hay un canto al cielo y me pregunto con una tristeza tan grande depositada en los ojos, a dónde irán sus esperanzas y sueños de todos nuestros hermanos peruanos fallecidos estas últimas semanas. A dónde…
Es entonces que hago un llamado a los creadores que nos sacarán de esta crisis de inestabilidad política. Quizás sea el reto más grande que esta generación de creadores de contenido pueda enfrentar: el poder hacer que la moderación y la complejidad sean emocionantes, capaces de captar la atención fugaz del ciudadano de hoy. ¡Acepten el reto! Y creen el contenido que el Perú necesita. Asimismo, el público tiene un reto quizás un poco más fácil: de vez en cuando consumir contenido que no consumiríamos normalmente, explorar la perspectiva de nuestros “enemigos” por un rato y cuestionar nuestras propias emociones y sesgos. Lograr entablar el diálogo que añoramos puede estar en nuestras manos, literalmente.
No queda claro si esta crisis política podrá solucionarse con una eventual aprobación del adelanto de elecciones al 2023, pero lo que sí queda claro es que el Ejecutivo y el Parlamento carecen de representatividad. Urgen nuevas caras, urgen personas capaces al mando del país, urge un pueblo informado, pero también urge escuchar al pueblo. No podemos seguir jactándonos del crecimiento del PBI para argumentar que el Perú está mejor cuando más de tres millones de peruanos no tienen acceso a agua potable, cuando la educación pública no es de calidad y nuestro Congreso se esfuerza por debilitar a la Sunedu, cuando la atención primaria de salud es muy deficiente y quienes no pueden pagar una clínica privada tienen que hacer largas colas y esperar horas para ser atendidos en un hospital.
Salvo que su intención sea tan solo sabotear que se apruebe una medida que ayude a asentar la paz social, bajo la insana y absurda creencia de que el caos y la anarquía son el mejor camino para la Constituyente (un despropósito mayúsculo creer que diez mil personas puedan torcer la voluntad de un gobierno, por más violentas que sean), lo pragmático y racional sería que la izquierda mire con entusiasmo la puerta que se ha abierto de precipitar un recorte del mandato de Dina Boluarte y del Congreso y que todo empiece de nuevo.
No todo está perdido, la política necesita -por estos tiempos- de discurso y acción que otorgue mirada política y socioeconómica. El contexto algido lo exige. Fueron estos momentos que permitieron pensar a Hobbes en el leviatán.
Si este Congreso, horas más tarde, persiste en la estupidez de hacer oídos sordos a la situación fuera de lo común que vivimos y cree que todo debe mantenerse incólume hasta el 2026, Dina Boluarte debería pensar seriamente en renunciar y obligar así al Legislativo a asumir los costos del Ejecutivo y convocar de inmediato a elecciones. Lo debió anunciar como mecanismo de presión, pero no es tarde para hacerlo si hoy el Congreso corrobora la pequeñez y mediocridad de la que ha hecho gala desde el 2021 y que tanta repulsa se ha ganado justificadamente por ello.
“Y de pronto aparece Lionel Messi, «pulga» atómica que todo lo puede, que patea pizarrones, tacha bisectrices, destroza libros de teoría, borra ángulos rectos con un despliegue de quiebres y gambetas, de velocidad pegada a la pelota, de zigzag eléctrico, de fútbol fiesta para finalmente —no se le cruzo ni siquiera un perro suelto— no tener más remedio que enviarla adentro. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que Messi inició la jugada? 11 segundos. El alemán Schuster, técnico del Getafe 2007, dejó un reproche a su defensa: «Faltó una patada». Quizás bajo su punto de vista, aunque yendo a un plano ideal, creyendo en la pureza del juego y las buenas artes de sus cultores —¡qué hermoso sería!— se produjo un fenómeno muy especial: los rivales se extasiaron tanto con la demostración de magia y talento de Messi que se limitaron a mirar cómo culminaba su creación para sentirse parte de ella.
Con los pies en la tierra, con una voz que surge de nuestra vieja raíz de hincha que precedió y dio base al periodista de hoy, sólo nos queda decir lo siguiente: loado sea el fútbol, único deporte que en 11 segundos, en tan brevísimo tiempo, puede montar cada tanto una obra de arte tan perfecta”.
La introducción del «yo» que aparece en las últimas líneas la podemos notar más nítidamente en el homenaje que le rinde —a propósito de su fallecimiento— al que, a su juicio, fue el mejor futbolista uruguayo: Juan Alberto ‘Pepe’ Schiaffino. En aquella nota se remite a su adolescencia, época en la cual iba al Estadio Centenario a verlo jugar desde el Talud —entrada que valía 25 centavos y le permitía al espectador observar el juego parado detrás del arco— para elaborar su ‘despedida’. No solo destaca su excelso juego; introduce, para completar la semblanza, episodios inéditos de su vida y un recuerdo personal en una cena junto a los campeones del A.C Milan en 1981. “Y al poner el punto final seguimos viendo al crack, pasando entre forzudos con quiebres de cintura, como si estuviera patinando sobre el verde y obligándonos a pensar en los 25 centavos del Talud para el partido que viene. ¡Nos vemos el domingo, Pepe!”, concluye ‘El Veco’.
Fuente de la imagen: El Gráfico.
En cuanto a las piezas dedicadas a deportistas que supieron brillar e imponerse en sus respectivas disciplinas como Luis Horna y Sofía Mulánovich o aquellas donde muestra sus conocimientos sobre automovilismo —especialmente la última de la obra, en la que rememora su entrevista a Juan Manuel Fangio en 1962— y boxeo —otra de sus especialidades— tampoco pierden interés. Aquí nos hemos centrado principalmente en lo futbolístico, pero no deja de ser sugerente la posibilidad de una recopilación de artículos que sea más equitativa en cuanto a la temática. Más allá de este último punto que puede ser un proyecto editorial futuro, Fútbol es pasión reluce lo señalado por Pedro Ortiz Bisso, a saber que ‘El Veco’ “era dueño de una pluma irresistible, generosa en imágenes y colores”, que “podía ser agudo sin necesidad de estridencias o entrañable sin suplicar por la lágrima fácil”; es un libro que, en definitiva, merece se retomado por haber reunido y presentado verdaderas notas antológicas en las que queda desplegado todo el talento de don Emilio Lafferranderie, maestro del periodismo latinoamericano.
Por eso no solo no tendremos elecciones el 2023, no unas que broten de la decisión parlamentaria, sino que tampoco hemos tenido reforma política los últimos 23 años, a pesar de que se pide a gritos. Porque esta tendría que ser aprobada por aquellos que serían los primeros en ser reemplazados por una clase política profesional, como consecuencia directa de la reforma política, la de los partidos y la electoral.
De suerte que nos hemos convertido en una versión nacional de esa cárcel en forma de panóptico circular que estudió Michel Foucault, en la que nadie, desde su celda, podía verse ni hablar con nadie. Lo único que se puede observar, tras esas rejas, es ese mismo centro pétreo, que representa el poder, y que todos buscan con exacerbada abnegación.