Opinión

UNO

“Sus colegas se apiadarán de él, y no serán tan críticos con el seleccionado”, pensó Joao Havelange, entonces Presidente de la CBF, que lo contrató a inicios de 1969. Era un tipo con personalidad. Periodista prolífico, fue corresponsal de la 2da Guerra Mundial, lector ávido y miembro del Partido Comunista. Era ácido crítico de la selección brasileña en aquellos años. Su máximo y único antecedente como DT: había creado el Botafogo más brillante, el del 57 (Didi, Garrincha, Paulo Valentim, Zagalo, Nilton Santos, Quarentinha, etc.) Que ganó ese año, el Campeonato Carioca.

La derrota del Mundial de Inglaterra había calado hondo. Del 66 al 68 Brasil había cambiado más de 4 técnicos y no daba pie en bola. Recordemos que Brasil que vivía una dictadura militar en ese momento. Como es lógico a los militares les preocupaba la selección, necesitaban del Opio del Pueblo. La Dictadura lo necesitaba para legitimarse. Ergo, brindaron todos los medios y recursos al Presidente de la CBF. Lo único que hacía falta era el entrenador adecuado.

Entonces, Havelange lo contrató. Cuestión de supervivencia

Pele había renunciado a la selección y Saldanha lo convenció de volver.

DOS

Recuperó la identidad del futbol brasileño y le añadió la preparación física. Trajo los métodos de los NASA (que estaba en boga en aquellos tiempos) y los aplicó en el Scratch.

“Todos los entrenadores me veían como reserva de Pele” y Saldanha me dijo: “Se acabó, Usted es el primer nombre del equipo; por delante de Pele”, contó una vez Tostao. Aun con la lesión de su retina, esperó pacientemente la recuperación del nuevo ídolo. También Saldanha exigía a Pele despliegue defensivo. Y no le aseguraba la titularidad. Esto molestaba al Rey. Para el intelectual/técnico el Scratch era: Tostao y 10 más.

En las eliminatorias del 69 Brasil arrasó: goleó y gustó. A JS no le temblaba el pulso para elegir los mejores, su team se basaba en jugadores del Botafogo, Santos y Cruzeiro. En vez de Rivelinho, prefería a Edu, el puntero izquierdo del Santos. Piazza era volante de contención (su puesto verdadero en el Cruzeiro) mientras que Clodoaldo era su suplente. Y atrás, optaba por la defensa titular del Santos: Carlos Alberto, Djalma Dias, Joel y Rildo. Gerson y Jairzinho completaban el team. Esto, no era del agrado de la dictadura, que pretendía una selección más diversificada.

 

TRES

“Convoque 23 fieras. Tuvieron que ser 23. Y son fieras porque la fiera más brava es el hombre. Que es una fiera consciente. Nuestro equipo nunca provocó, ni va a provocar. Mas, toda vez que seamos provocados, va a reaccionar de la misma manera. A todas las insolencias, a todos los insultos y todas las provocaciones en cualquier terreno, en cualquier lugar.”

Dichas palabras fueron en alusión al futbol desplegado por los europeos en el Mundial inglés. Luego sendos amistosos, ante Perú (hubo batalla campal) e Inglaterra, reafirmaron sus dichos.

Los militares comenzaron a elucubrar que era un elemento incómodo para el régimen. Su carisma era evidente y el pueblo lo adoraba. Medici no iba a soportar, que, de la mano de un comunista, Brasil conquiste la preciada Jules Rimet. Sería el triunfo de la oposición al régimen fascista.

CUATRO

«Yo no le digo a usted a quién tiene que nombrar en sus ministerios, y usted no tiene que decirme a quién debo nombrar en mi equipo».

Le contestó al dictador, que había pedido por su jugador favorito Dadá Maravilla (goleador del Atlético Mineiro). Se dice que Coutinho, su preparador físico (era militar), cumplía el doble papel: de espía ruin para los milicos. Asimismo, la prensa adicta al régimen, destrozaba a Joao. Luego de un partido amistoso contra un Combinado Mineiro, el Dt Yustrich, técnico del Flamengo, lo insultó ante la prensa. “Joao Sem Medo” fue con su Colt 32 a buscarlo, en las instalaciones del Mengo, para exigir explicaciones. Antaño, había disparado al dueño de una farmacia por abusar de su empleada, o al portero Manga, del Botafogo, sospechado de venderse.

Pero la frutilla del postre fue la denuncia de las torturas y abusos del régimen militar ante los corresponsales extranjeros. Eso no.

Luego de una derrota ante Argentina en marzo del 70, lo destituyeron. Brito, el zaguero titular, hizo lo posible, junto con sus otros compañeros, para evitar su salida. Pero no se pudo. Pele, el mejor jugador del mundo, brilló por su ausencia.

El negro siempre estuvo ligado al poder por conveniencia. En esos años, su situación económica no era de las mejores. Incluso agradeció a Medici, cuando este le pidió que lo representara en la inauguración de la Plaza Brasil, en Guadalajara. Mientras, a Tostao le prohibieron que hable nuevamente de política.

Hubo una reunión de los caciques del grupo: Carlos Alberto, Gerson, Pele, Jarzinho y otro más. Decidieron como iban a formar y jugar. Se lo plantearon a Zagallo y éste lo aceptó. Diversificó el team: Incluyó a Rivelinho (gran acierto), Everaldo (Gremio), Brito (Flamengo) y llamó a Dadá Maravilla. Eso sí, no jugó ni un minuto.

Lo demás es historia harto conocida.

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1970, Brasil, Fútbol

Tal como el capitalismo occidental en el que florece, el sistema mundial de ciencia y tecnología es degenerativo para los países subdesarrollados. Es decir, a medida que pasa el tiempo, las economías desarrolladas avanzan en inventos muy sofisticados – veloz y acumulativamente – y nosotros seguimos prácticamente estancados, dando pasos de pigmeo o retrocediendo. Esto es consecuencia de la tendencia natural a la concentración que tiene el mercado capitalista, y de la histórica división mundial del trabajo, donde los que deciden nos han sujetado – por las buenas o las malas – a labores primario-exportadoras y de bajo valor agregado, desde hace 500 años. Mientras tanto, ellos acumulan, hacen infraestructura moderna e innovan tecnología. La escala de esta brecha – cinco siglos de degeneratividad -, nos saca de carrera en automático, y nos imposibilita de acceder al progreso tecno-científico globalmente competitivo, pues esto demanda un enorme esfuerzo financiero y gubernamental –  de largo plazo – del que no somos capaces (¿alguien lo duda a estas alturas?). Es verdad que a veces avanzamos, inercial y nocivamente durante las bonanzas falaces, o con músculo en medio de algunos esfuerzos desarrollistas, pero los progresos son casi nada en relación a los niveles de mejora de quienes nos subordinan económicamente.

En este orden estamos condenados a vivir en el rezago tecnológico con precariedad mayoritaria, y es ilógico pretender lo contrario desde nuestra capacidad económica y productiva. Nada como el mercado de la tecnología para saber que el disparate aquel de que la riqueza se crea, y está al alcance de todos, es otro de los lugares comunes propagandísticos y chapuceros del liberalismo, que prenden rápidamente en nuestras cabezas esnobistas y todavía colonizadas. En los rankings internacionales de producción tecnológica siempre están arriba los mismos: Estados Unidos, Alemania, los países nórdicos y, en las últimas décadas, Asia, con autoritarismo, mano de obra barata y sustitución de importaciones. Casi todo lo que consumimos, y nos resulta indispensable, lo producen ellos (tecnología informática, medicinas, maquinaria productiva, telecomunicaciones), sin contar que acá llegan sus productos de segundo nivel. Nosotros no sólo no producimos ni exportamos, sino que importamos poca y mediana innovación. Sino miren las polémicas vacunas: las menos malas se quedaron allá. No producir los bienes y la maquinaria que necesitamos hace que seamos presa fácil de la dictadura internacional del tipo de cambio y sus especuladores, y que nuestra producción pague muy elevados costos por importación de tecnología. Nos hunde cada vez más la degeneratividad productiva.

Las cifras hablan, pero hay que saber preguntar. El oficialismo económico mundial observa tendenciosamente, siempre, porque eso es parte del velo. Qué hacemos, por ejemplo, comparándonos con las economías desarrolladas en cuanto a porcentajes del PBI dedicados desarrollo tecnológico. Es seguir en la trampa de querer emular otras escalas y realidades productivas. Veamos las cifras en absoluto, los montos donde está la realidad radicalmente asimétrica. Según Cepal, en el 2012 Estados Unidos invirtió (entre Estado y privados) un aproximado 400,000 millones de dólares en ciencia y tecnología. El PBI peruano de ese año fue 192,000 millones de dólares. El presupuesto peruano (porque de eso dependemos inicialmente) fue de alrededor de 30,000 millones de dólares. Las distancias, en un año, están a la vista. Calcula brecha de siglos. De acuerdo al ex-presidente Sagasti, hacia 1910 la academia norteamericana había titulado a 2,500 doctores. En 1908, según Marcos Cueto, el Perú tenía 167 médicos, cerca de 100 ingenieros y alrededor de 30 personas con título de especialidad científica del extranjero (o profesionales que profundizaban en algunas de las líneas experimentales de su carrera). Son sólo ejemplos de esta realidad general: en cualquiera de los elementos de un ecosistema científico-tecnológico que pretendamos compararnos (facultades, centros de investigación, gasto privado, patentes, instituciones públicas, publicaciones científicas, y otros) veremos crecientes, históricas e insuperables brechas. Estamos cada vez más lejos del desarrollo y accedemos a las migajas del modelo global, que siempre son escenarios de precariedad mayoritaria y de subdesarrollo. 

No hacemos ni exportamos inventos en el Perú porque aquí no casi no existe la ciencia aplicada. No hay espacios institucionales dedicados a buscar nuevas soluciones tecnológicas a partir de premisas científicas, salvo algunas entidades públicas de poco volumen. Lo que tenemos es una reducida cantidad de investigación universitaria, que generalmente es observación de casos que busca validar, ampliar o retar a la teoría científica aceptada. Los países fabricantes de alta tecnología, cuyas economías inventan constantemente, lo hacen desde la neurociencia, la física cuántica, la genética, la informática y sus cruces. En nuestro subdesarrollo, todas son especializaciones académicas que apenas existen, sin capacidad de incidencia alguna. 

No todos los sentidos comunes que opinan sobre ciencia y tecnología en el Perú tienen la misma parada frente a la degeneratividad que padecemos. Pero, ciertamente, la gran mayoría es bastante conservadora y despistada. El progresismo que necesitamos apenas empieza a levantar la voz, según lo visto por el suscrito. Para la mayor parte de opinantes con registro e influencia en redes – de consumo relativamente comparable al de las clases medias acomodadas del primer mundo – estamos donde estamos por nuestras pobres capacidades y desempeños, la ciencia y su deriva tecnológica son neutrales, y los perdedores del sistema mundial podrían ser ganadores si estuvieran a la altura y se gobernaran como corresponde. No ven, desde sus entornos, que hay una asimetría radical entre ellos y la gran mayoría del país, y que competimos en el mercado mundial con la capacidad productiva de toda la nación, no con la de algunos distritos capitalinos. Todos ellos son víctimas del mito de la ciencia emisora de verdad definitiva y respuesta superior en cualquier contexto, lo que le da derecho a la opacidad y a la imposición de soluciones. Las vacunas son un caso elocuente. Más allá de su dudosa calidad y de la descarada voluntad de imponerlas sin explicación, es obvio que la mayoría las defiende – y agrede en su nombre – sin conocerlas. Lo dice la ciencia, suele ser el argumento final, cuando ésta se equivoca, tiene intereses millonarios y miente como cualquier colectivo humano. A este público le parece conspiranoico pensar que hay arreglos internacionales entre poderosos para hacer que las cosas sigan como están sin evidenciar voluntad interesada, o ver peligro en que las trasnacionales vinculadas a la creación científica tengan más poder que la mayoría de estados del mundo, y que con eso puedan bloquear a todo nuevo país que intenta competir en el mercado millonario de las tecnologías de punta, o escapar de él.

Luego está el grupo de los científicos y especialistas peruanos en asuntos de tecnología y ciencia. Muchos de ellos piensan exactamente igual a la mayoría de nuestras élites opinantes, en cuanto a su concepción de ciencia y en cuanto a su desinformación sobre el hecho tangible de que hay un norte productivamente sofisticado y de permanente mejora, y un sur tecnológicamente degenerativo. Llama la atención que, a pesar de estar familiarizados con una metodología hecha  para enfrentar la duda trascendental y permanente, terminen creyendo que dicho protocolo no tiene premisas contextuales, que es tan universal como sus resultados, y que si arroja resultados imperfectos, éstos se van superando en camino ascendente por obra del método. La ciencia, y toda institución canónica que se impone desde una centralidad y con mitos de pretensión absoluta, comete atrocidades en nombre de sus principios y del orden que les da primacía. Son también así el Estado, los grandes grupos políticos y la religión. La verdad de la institución científica es diferente a la de estos núcleos, pasa por diferentes exigencias, pero es igual de subjetiva, potencialmente política y débil frente al perfil de perfección del que vive. Y hoy más que nunca – con las redes sociales y su transparencia – dejan ver sus interiores. No digo nada nuevo: hace décadas que hay epistemólogos comentando estas verdades, que todavía tienen poca tribuna entre nuestra opinión pública más activa.

También hay un grupo reformista entre quienes tratan estos temas. Tienen algunas miradas interesantes hoy consensuales, pero niegan la carga política del tema. Uno de ellos es el congresista Edward Málaga, otro es el ex-presidente Francisco Sagasti. El primero dijo incluso que la ciencia podría desideologizar la acción política, porque trabaja con evidencias. Hoy no estamos seguros de si hay universo o multiversos cuánticos alrededor nuestro, y el congresista asegura que nuestros sentidos dicen verdad final, pues pueden encontrar evidencias indiscutibles en la realidad, y en la social. El segundo no llega tan lejos, pero sostiene que izquierdas y derechas son esquemas mentales, y que debemos enfocarnos en los grandes asuntos nacionales por medio de buenos gobiernos. Como si tomar adecuadas decisiones de Estado fuera una ecuación que arroja números, un modelo ingenieril, y no una elección entre poderes asimétricos y asumir las consecuencias. Argumentó, cuando era presidente, que algunos temas de su despacho (sobre todo los más polémicos y pro-empresariales) no tenían su respuesta rápida – por semanas – porque pasaban por el equipo de ministros y un protocolo que aseguraba el carácter técnico de la postura final. Como si se necesitara análisis técnico decidir, por ejemplo, si el gobierno eleva una denuncia constitucional para defender a las AFP que nos estafan. Se viene una tragedia financiera, dijeron, ya llega la demanda amenazaron. Cuando el congreso asestó el golpe y obligó a las AFP a aceptar los retiros, parece que las “razones técnicas” indicaron que ya no era necesario seguir metiendo miedo al país. No hubo más mención del asunto ni amago de ir al Tribunal Constitucional. La jerga tecnocrática había sido usada políticamente, para decirlo con eufemismo.

Durante el gobierno de Juan Velasco Alvarado – el que más ha hecho en este terreno – el ex-presidente fue una de las cabezas del proyecto de desarrollo tecnológico, y por entonces escribía de las relaciones norte-sur en el asimétrico mercado tecnológico, y hablaba de un desarrollo autónomo y endógeno para el tercer mundo, denunciaba la concentración de la oferta y la innovación tecnológica, y el uso subdesarrollante – en contra nuestra – que se da a este inmenso poder. Seguramente Francisco Sagasti tiene copiosos y pesados argumentos para explicar su cambio de perspectiva, y para deducir que no estamos impedidos de desarrollar tecnologías con este esquema internacional y bajo este modelo económico subordinante, pero no entiendo cómo ni desde cuándo la discusión y dinámica sobre los grandes temas nacionales – entre otros la producción y la tecnología – se volvió apolítica y exenta de intereses dominantes. No puede ser apolítica aquella realidad donde lo que es privilegio excluyente de algunas sociedades (la tecnología de punta) explica lo central del desarrollo de los pueblos. Al final no puede ser apolítico nada donde haya subjetividad, porque ahí se debe decidir por mayorías o por imposición de poder. Sí, por supuesto que todo es subjetivo y potencialmente político, sobre todo lo económico, donde hay un norte reducido y un sur interminable, y por tanto izquierdas y derechas, entendiblemente irreconciliables en el polarizante subdesarrollo. 

También es justo decir que este grupo es una de las fuerzas responsables de que nuestra actual normativa sobre desarrollo tecnológico – el Plan Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación 2006-2021 y la reciente Ley 31250 que regula y cohesiona el sistema en mención – contemple elementos progresistas, como cierta sensibilidad frente al potencial de las tecnologías pre-hispánicas para nuestro desarrollo, y sobre todo conciencia frente al hecho de que nuestro enfoque de innovación tecnológica debe partir de la realidad de nuestro territorio y sus necesidades, de nuestra escala productiva. Pero casi nada se ha avanzado en 20 años – más bien retrocedemos desde 1975 -, porque pese a lo que dice la norma, se sigue mirando el patrón de desarrollo occidental como norte, sin considerar la imposibilidad de alcanzarlo. La norma y la literatura especializada definen las elocuciones, pero al momento de las decisiones estratégicas y los arreglos institucionales, puede más la sujeción mental a los formatos y la creencias de procedencia europea, porque no se conoce de cerca a la mayor parte de nuestra realidad productiva, que es micro-empresarial, precaria y de subsistencia. También, en cuanto a sus resultados, los reformistas suelen ser víctimas del carácter apolítico del se enorgullecen, que es letal para reformar en sociedades convulsivas por alta demanda social. El punto es que siempre, entre sus propuestas concretas, se cuela el sueño del imposible aspiracional: el hallazgo sofisticado para el salto a la gran escala mundial; pretender aplicar conocimiento proveniente de especializaciones que casi no tenemos; promover más publicaciones académicas bajo estándares internacionales excluyentes, reduccionistas, disfuncionales para nuestros fines, y promotores de miradas conservadoras que no necesitamos; elevar el gasto según porcentajes y proporciones de otras realidades; crear la gran institución responsable que cuente  con la protección política necesaria y sea escuchada por el ejecutivo central (bajo orden del presidente). No sorprende esta última caricatura, piensan que la ciencia (la occidental que conocen) ofrece herramientas y contenidos para llegar a la verdad universal y así eliminar el motivo de conflicto en la acción política.

Y hay un tercer grupo multidisciplinario y joven, mucho más progresista, que asoma en las redes y que empieza a aproximarse a la inevitable politización que el tema demanda. En ese núcleo reflexivo-hacedor se empieza a sugerir que las ciencias naturales no tienen el monopolio de la verdad ni superioridad alguna sobre ningún otro saber, que las tecnologías no tienen por qué ser tema, actividad o decisión de ninguna élite política – pues son asuntos de sentido común perfectamente divulgables -, y que en nuestros planes de desarrollo tecnológico deben ser protagonistas las industrias tradicionales donde podemos competir (textilería, alimentación, bebidas, cuero, papel, lo que tenemos desde hace un siglo). Este germen regenerativo debe crecer y consolidarse en el camino elegido, lo que implica tener racionalidad política y postura económica explícita, porque construir demanda – y más en el subdesarrollo – disputar poderes y sentidos comunes hegemónicos. No hay cambio sin lograr el retiro del velo. Todo el mundo debe saber que pretender lo que no podemos nos degenera productivamente, y que hay poderes buscando que sigamos empeorando. También que el cambio traerá inevitables sacrificios de consumo, porque el desarrollo de nuestra oferta tecnológica e industrial demanda obligarnos a comprar lo que producimos aquí, en desmedro de lo importado. Lo han hecho así todas las potencias del mundo, aunque repitan y repitan el cuento del liberalismo para que caigamos en su mejor escenario: ellos se protegen y se fomentan millonariamente y, nosotros abrimos nuestro mercado a sus productos y maquinarias, y quebramos a nuestros productores. Los interesados en ver cómo nos mienten sin el menor rubor histórico pueden googlear a Ha-Joon Chang. No hay camino sin un gobierno nacionalista y promotor, muy pro-activo en ello. Antes y durante la primera revolución industrial, que fue inglesa, Reino Unido tenía los aranceles a la importación más altos del mundo. También prohibió la entrada de bienes que su mercado podía fabricar, para impulsar al productor local. Estados Unidos hizo lo mismo, en la segunda revolución industrial que encabezó. Para el resto del mundo, incluidos nosotros, recomendaron liberalismo y extorsionaron por ello, conscientes del extranjerismo colonial de nuestra opinión pública. Heraclio Bonilla y Pablo Macera lo han descrito, sus textos están en las redes sociales. No hay que tomar en serio a los políticos liberales con acceso medios, las sandeces económicos que les hacen hablar sus ventrílocuos son sólo propaganda para clases medias distraídas en su consumo. Y tampoco hay que creer que existe un camino republicano-regulador para el subdesarrollo capitalista, donde no hay riqueza limpia de origen. El millonario que se siente superior jamás va a aceptar límites en lo que considera su chacra, no hay que ser ingenuos como veedores ciudadanos.

También debemos introducir en el imaginario de la gente la enorme ventaja competitiva que puede significar aprovechar nuestro legado pre-hispánico. Hay, en el suelo rural peruano, un enorme tramado tecnológico agrícola, alimentario y de salud, a la espera de ser recuperado y puesto en práctica. No como complemento de la “tecnología moderna”, como dice la Ley 31250 recién aprobada, sino como fuente protagónica de nuestro contexto, cuyo contenido civilizatorio es accesible y muy útil para la mayoritaria agricultura familiar y de comunidades que hay en el Perú. Las recetas tecnológicas de nuestros ancestros podrían ser de gran utilidad para masificar el derecho a la salud y a la alimentación de alta calidad, lo que no hemos podido hacer en 200 años. También para conservar entornos naturales únicos en el mundo, y detener el deterioro del territorio peruano, refugio nuestro y codiciado entorno planetario dentro de pocas décadas. Nuestros camayoc, o innovadores andinos vivos, están llenos de soluciones ingenieriles funcionales a la sostenibilidad productiva. Siempre se está buscando hacer globalmente competitivos a los campesinos, pensando en que logren grandes volúmenes de exportación. La opinión pública debe saber que casi ninguno cuenta con dichas capacidades productivas, y que ese tipo de agricultura – de monocultivo – deteriora la riqueza naturalmente diversa de la sierra. Es en su universo cultural, con su epistemología, su escala y sus fines, que se les debe repotenciar, recuperando su tejido socio-económico para que, desde ahí, encuentren sus fusiones y caminos competitivos. 

De otro lado, la cosmovisión pre-hispánica tiene una perspectiva de ciencia y tecnología que podría servirnos de paradigma referencial; es tan increíble como triste que no se enseñe en las escuelas. Se trata de una mirada distinta del asunto tecnológico, propia de geografías adversas con temporadas de escasez, donde el razonamiento inventivo es parte de la vida cotidiana y el acervo de soluciones es de libre acceso, pues nadie quiere romper con cierta paridad de riqueza o hacerse glorioso con el aporte disruptivo, porque lo cooperativo es el patrón lógico frente a la inmensidad inescapable de la naturaleza. Esta concepción nos viene muy bien, porque aún con el mayor de sus esfuerzos, el Estado no puede sacarnos adelante solo, y debemos sumar entre todos. Cada civilización tiene su ciencia, no demos desperdiciar la nuestra, ni desaprovechar nuestra aporte civilizatorio al mundo entero. La ciencia de ellos piensa para ellos, obviamente, y es insensible a las desgracias que nos generan y a nuestras particularidades productivas. La nuestra – si la recuperáramos – es capaz de mirar como un sistema de innovación válido al entramado tecnológico micro-productivo que practica el 95% de nuestra estructura empresarial, donde está el emporio Gamarra, el parque industrial de Villa El Salvador, o la aglomeración El Porvenir de Trujillo. Desde ese barro hay construir. Nuestra filosofía de la ciencia originaria es mucho más útil frente un contexto donde no hay laboratorios ni universidades, sino maquinaria importada de segunda mano y ajustes artesanales permanentes. Nuestra cosmovisión pre-hispánica sostiene que ha habido ciencia desde que el hombre inventó su primer instrumento de piedra a partir premisas relativas a la realidad física, y divulgó la explicación ingenieril de su hallazgo entre los suyos. Nada de halos para ningún terrícola, todos somos humanamente iguales. A diferencia de la lógica privada, gratuitamente competitiva y ultra-autoral de la ciencia-tecnología occidental, nuestra narrativa constituyente más tradicional no empuja al mundo hacia una división entre pocos ricos hi-tec y ultra-especializados y muchos pobres precarios, porque no aspira a otra cosa que no sea la calidad de vida generalizada y la sostenibilidad del entorno, respetando diferencias culturales y, sobre todo, considerando escalas propias y ecologías. 

Sólo desde la desubicación histórica y geopolítica – que promueve la concepción científico-tecnológico occidental – se puede entender que el sector textil – potencia regional y competidor mundial alguna vez – no esté seleccionado como ámbito prioritario en el plan nacional de tecnología e innovación vigente. Más cuando tenemos un algodón de calidad mundial en la costa norte. No me hablen de CITEs raquíticas, sin oferta de financiamiento ni capacidad de afectar a más 1% superior del universo micro-empresarial. Por favor dejemos la jerga y la escala cosmopolita por un rato, y pensemos sin complejos desde nuestra austeridad: ¿qué gobierno cooperativiza Gamarra por medio de un esquema de propiedad mixta temporal, invierte en su productividad y su capital fijo, la hace mínimamente competitiva y reproduce el modelo a nivel nacional, para que nuestra textilería produzca en cantidad y calidad de protagonista mundial? ¿Qué gestión eslabona a nuestros micro-empresarios con los productores del muy buen algodón que tenemos, con precios preferenciales para que podamos penetrar el mundo con bienes baratos y de calidad? ¿Qué gobierno plantea fomento para empezar a producir nuestras propias maquinarias e impulsa los programas de capacitación técnica necesarios? ¿Qué política económica eleva al límite los aranceles para la importación de productos textiles, para que consumamos lo nuestro (quién lo hará si no)? Miles y hasta millones de empleos podría haber tras este esfuerzo, y para todos, porque la industria textil es de tecnología simple, y por lo tanto cualquiera puede aprenderla con algo de capacitación básica o experiencia. Y casualmente esto es lo que desanima a los gobiernos conservadores que hemos tenido, pues a sus “empresarios consultivos” no les resulta atractivo apostar por un mercado que, ciertamente, no es de los más importantes en términos de acumulación millonaria – como lo fue en el siglo XIX -, pero puede dar mucho empleo de mínima calidad a un país que tiene cerca del 75% de informalidad laboral. Pero resulta que así lo hizo no sólo Reino Unido en su periodo más imperial, sino todas las potencias textileras que han tomado el liderazgo mundial del sector, incluido el gigante chino que hoy lo encabeza. Obviamente, todos estos países valoraron la cantidad de empleo en juego cuando decidieron apoyar a esta industria hoy tradicional. Nadie dice que sea sencillo, pero éste es el único tipo de camino industrialista y micro-productivo que nos puede resultar factible, pues no necesita de laboratorios ni de grandes sistemas institucionales para andar, sino sólo de un ejecutivo que tenga claridad en relación al sistema científico tecnológico mundial y local, que cuente con mayorías congresales, y sepa legitimar el camino explicando sus necesidades y grandes objetivos sociales.

Esto, para terminar, debería ser paralelo al esfuerzo de crear una cultura científica nacional donde se fusionen las dos fuentes que explican nuestro código social, desterrando lo nocivo y retardatario del conservadurismo científico occidental. Lo básico es que el proyecto educativo escolar recupere y haga permanente la curiosidad libre y proactiva del inventor cotidiano, lo que se dice fácil. Y que nuestras universidades tengan claro que si nuestros científicos no son epistemólogos no nos sirven de mucho en el subdesarrollo. Eso sí que se puede hacer relativamente rápido. Además necesitamos que el MINCUL se convenza de que las tecnologías y sus explicaciones son también cultura a divulgar, y que debe asegurarse su oferta, porque es muy valiosa en términos de desarrollo. Es un largo aliento, como todas las cosas valiosas que necesitamos construir, pero la parte micro-productiva del proyecto está al alcance, y debería ser su primer ariete.

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Lo folklórico de la situación -que una inspección de Fiscalía encuentre veinte mil dólares escondidos en el inodoro del baño del secretario general de Palacio, Bruno Pacheco- no debiera hacernos soslayar, sin embargo, los serios alcances posibles de semejante situación.

De hecho, no son los ahorros personales del secretario renunciante (hasta ahora no le aceptan su renuncia, por cierto), tampoco es el acumulado de sus sueldos palaciegos guardado celosamente en un lugar privado, alejado de la curiosidad del prójimo.

Ese dinero tiene mala procedencia. O es una coima por alguna prestación irregular, producto del trasiego de influencias en el que fue descubierto (se le ha visto tratando de favorecer a un contribuyente frente a la Sunat), o el señor Pacheco fungía de emisario, hecho que conllevaría mayores y graves implicancias políticas, ya que comprometería al jefe de Pacheco, que es nada menos que el propio Presidente de la República.

El Ministerio Público tiene que actuar con mayor diligencia y celo respecto de cómo ha actuado hasta el momento, cuando ni siquiera ha sido capaz de retener el teléfono móvil del implicado, objeto clave en el rastreo del mapa de influencias irregulares en las que pueda haber estado comprometido Pacheco y que expliquen el origen de ese dinero sospechoso.

Circulan decenas de versiones empresariales respecto de intentos de varios “emisarios” palaciegos que solicitan dinero a cambio de favores legales o firmas de autorización finales para proyectos de inversión. Los empresarios, curtidos ya en el error de caer en ese juego, han rechazado los envites y los han dado a conocer a la prensa, que investiga los casos, con las dificultades que la falta de pruebas conlleva.

Pero el mensaje implícito es que habría ya corrupción instalada en las altas esferas palaciegas y que este caso de Pacheco podría ser solo la punta del iceberg de una red armada por aventureros e improvisados que habrían visto en su llegada al poder una vía de enriquecimiento rápido e ilícito. Y lo mismo parece estar sucediendo en sinfín de organizaciones públicas (ministerios y demás).

Después de la experiencia de Toledo, un personaje llegado el poder en el olor de anticorrupción y que no esperó a sentarse en Palacio para ya empezar a planificar sus fechorías, es conveniente mantener en alto las suspicacias y las prevenciones del caso. La corrupción, mal endémico de la República, sería el único pasivo que le faltaría al mediocre e incompetente régimen que nos gobierna.

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corrupción, dinero, favores legales, Palacio de Gobierno

Este jueves se conmemora el día internacional de la eliminación de la violencia contra las mujeres a nivel global, fecha emblemática para la lucha contra esta otra pandemia que año a año vulnera la vida de millones de mujeres. 

El origen de la fecha se remonta a la conmemoración del asesinato de las hermanas Mirabal, quienes fueron ejecutadas por el dictador Rafael Trujillo en República Dominicana. Las Mariposas, como desde el feminismo se les suele nombrar, fueron víctimas del autoritarismo y la violencia exacerbada contra las mujeres en contextos dictatoriales. Por ello, en 1981 en el Primer Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe se declara el 25 de Noviembre como el Día internacional de lucha contra la violencia hacia las mujeres, fecha que fue ratificada oficialmente por las Naciones Unidas en 1999. 

¿Cómo lo vivimos en nuestro país?. 

En el Perú esta emblemática fecha no ha pasado nunca desapercibida para el movimiento feminista y de mujeres, que desde hace 40 años vienen organizando acciones públicas y movilizaciones para evidenciar que la violencia contra las mujeres es un problema público y no privado; exigiendo que el Estado despliegue esfuerzos para su atención, prevención y erradicación. 

Este año los esfuerzos de articulación de las organizaciones feministas, de mujeres, colectivas y activistas diversas se dan desde la Asamblea 25N, espacio de confluencia desde donde se ha venido organizando una movilización descentralizada para este 27 de noviembre. En Lima la movilización partirá de la Plaza San Martín a las 3:00 pm. 

La consigna de este año es “Nuestras Voces contra el Machismo y el Fascismo”. Es importante anotar que la reflexión sobre el derecho a una vida libre de violencia no se encuentra aislada de los debates sobre democracia, lucha contra los fundamentalismos, el racismo y el cuestionamiento al modelo económico imperante. Esta ha sido una de las características del feminismo, su capacidad para vincular la reflexionar y no hacer de la lucha de las mujeres una lucha aislada sino articulada a la necesidad de promover un mundo más justo e igualitario. 

 

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25 de noviembre, 25N, Contra la violencia a la mujer, violencia a la mujer

Soy Cuevista. Me defino en el fútbol como un seguidor de lo Cueva, del Cuevismo. Considero que es una nueva palabra a inventar en el vocabulario futbolístico nacional y latinoamericano. Y por qué no Mundial. Soy hijo de Cueva, respiro de esa camiseta el olor a cerveza, a trasnoche, a campeonato mundial, a gambeta, a tiro libre milagroso, a abrazo con el Tigre Gareca.

Christian Cueva, Aladino, Cholito, Cuevita. La camiseta ocho cuando cede la diez al que reconoce superior. El pequeño, el aplicado, el egoísta, el sacrificado, el criticado, el rebelde, el impredescible. El gordito que corre todas las pelotas. El jugador del desconocido equipo árabe Al-Fateh. El trotamundos que cambia (o lo botan) de equipo más que de ropa interior.

Soy Cuevista porque voy a pedir que siempre esté convocado y como titular, aún cuando salga en un ampay de Magaly, rompa la burbuja del COVID o tire un penal a la luna en el partido más importante de la selección en cuatro décadas. Firmo en tinta indeleble y apuesto todos mis centavos a su titularidad, a su carencia de extinción, a su presencia absoluta cada nuevo partido. 

Porque Christian Cueva ha puesto al Perú, una vez más, en la carrera por el Mundial. Ya pasó en el 2017, cuando fue determinante para llegar al resultado. Y todo lo demás no importa, en realidad, pues eso pasa con los jugadores especiales, tocados por una varita. Suelen ser esos jugadores alcanzados además por el escándalo, golpeados por el exceso y afectados por la controversia.

Como Cueva han habido muchos a nivel latinoamericano. Ese volante diez que es la esencia del estilo del buen fútbol. El jugador que todo niño quiere ser, el talento soñado. El hincha natural del deporte es Cuevista por esencia, es consumidor de esa rebeldía en el césped tanto como en la vida regular. Ese que causa representación porque quieres ser cómo él, pero también lo eres. 

Como Cueva, hubo muchos en el futbol peruano. Uno que se acaba de retirar a los 26 años, Jean Deza, que pudo haber sido un volante endiablado a la altura o mejor que Carrillo. Reimond Manco, con las habilidades para haber entrado en la élite mundial. O algunos años más atrás, con el fallecido Kukín Flores, un jugador con tanto talento que pudo haber sido el verdadero Maradona chalaco. 

Cueva ha sido un jugador malcriado, ha estado al borde de caer en el saco de esas leyendas negras. Y quizás lo habría sido si no hubiera existido el padre fundador del Cuevismo, el propio Gareca. Cuando no existía un volante determinante para el estilo del llamado “talento del jugador peruano”, el técnico apostó por darle regularidad a un gordito desarreglado, uno más producto del fútbol nacional. 

Nadie habría imaginado en el 2016 que Cueva sería un jugador indiscutible en el equipo nacional. Tenía talento y era cumplidor en la San Martín, había aparecido sin pena ni gloria en Alianza Lima y más eran notorios sus excesos dentro y fuera de las canchas. Algo encontró Gareca en él, además del talento. Quizás fue su docilidad, el hacerle caso siempre al comando técnico. 

Cueva ha jugado 86 partidos en la era de Gareca, que tiene 90 en total. Es el segundo goleador de la misma, con 15 tantos, a penas tres detrás de Guerrero. Cuando anotó en partidos oficiales, más del 80% de sus goles, el equipo siempre sumó puntos. Y por si fuera poco, ha jugado más partidos por Perú que por ninguno de los clubes en los que militó en los últimos diez años.

El vínculo natural de Cueva con la selección y la perseverancia del técnico en acompañar su proceso han convertido su carrera en una realidad exitosa. Por probabilidades y situaciones en su carrera y vida personal, Cueva no debería tener el éxito que ha alcanzado. Pero ese gordito quimboso, vestido de rojo y blanco, se vuelve un jugador que nunca imaginó ser. 

El Cuevismo ha comprado con éxito futbolístico y triunfos su importancia. Y ha reafirmado que está listo para más faenas. Siete años sostenido en el equipo son suficientes para colocarlo como una leyenda nacional. Y es tan religioso el Cuevismo que hay una herida como revancha histórica por resolver. Retornar el gol fallado que nos sacó del Mundial, haciendo el gol que nos hará regresar. 

 

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El Thanksgiving es una de las celebraciones que adoptamos los y las inmigrantes al llegar a EEUU como parte de nuestra “americanización”. Cada último jueves de noviembre la Acción de Gracias o Thanksgiving reproduce, con deliciosos banquetes caseros, el agradecimiento de los peregrinos europeos a las naciones indígenas por salvarlos de la hambruna. 

Para los pueblos indígenas, sin embargo, esta festividad es revivir siglos de genocidio. Como inmigrantes, especialmente quienes venimos de países colonizados y de repúblicas racistas y excluyentes, el celebrar Thanksgiving nos pone al lado del poder que nos mantiene en las sombras. 

La historia oficial cuenta que en 1620 cerca de 100 hombres, mujeres y niñxs, salieron de Inglaterra huyendo de la pobreza y persecución religiosa en el barco Mayflower. Después de 66 días navegando, llegaron a territorio Wampanoag (hoy Massachusetts) donde fundaron la colonia Plymouth. Los Wampanoag les enseñaron a los peregrinos a cultivar alimentos, y en 1621, como agradecimiento, los peregrinos los invitaron a comer su primera cosecha. 

Lo cierto es que los Wampanoag llevaban casi 100 años luchando contra las plagas traídas por los colonos y los secuestros de indígenas para ser vendidos como esclavos a Europa. Cuando llega el Mayflower, los peregrinos se encuentran con naciones indígenas devastadas, casi exterminadas y luchando por su sobrevivencia. 

En 1863 Abraham Lincoln oficializó el día de Thanksgiving. Este jueves se cumplen 400 años de una narrativa falsa que empezó en 1621 y borra siglos de violencia económica y cultural que han mantenido a los pueblos indígenas en la pobreza y exclusión. 

No una nación de inmigrantes

El mito del Thanksgiving ha moldeado otro mito, que EEUU es una “nación de inmigrantes”. La historiadora y activista indígena Roxanne Dunbar-Ortiz nos explica en su excelente libro No una Nación de Inmigrantes (2021) cómo se fue creando este mito.

Cuando el aún senador John F. Kennedy, hijo de inmigrantes irlandeses católicos, preparaba su campaña presidencial, escribió en 1958 el libro Una Nación de Inmigrantes para sostener su candidatura en un sistema dominado por blancos protestantes. En su libro, JFK, sin embargo, crea una narrativa blanca nacionalista donde reconoce como inmigrantes a colonos blancos europeos, pero intencionalmente ignora a la importante comunidad mexicana. Igualmente caracteriza a los negros como inmigrantes, borrando siglos de esclavitud y tráfico humano. Pero lo más absurdo es que categoriza a los pueblos indígenas como inmigrantes, y aduce que los primeros habitantes en EEUU eran europeos.

JFK crea la retórica liberal de que “todos somos inmigrantes” muy usada por grupos pro-inmigrantes, pero que desaparece la existencia de las naciones indígenas en EEUU. Los colonos no fueron inmigrantes. Llegaron a exterminar una cultura existente. No se puede luchar por nuestros derechos usando una retórica racista.  

El concepto de que EEUU es un país de “inmigrantes” y “multicultural” ha servido para reforzar la propaganda imperialista y responder con demagogia los crecientes movimientos políticos de liberación. Según Dunbar-Ortiz, EEUU tenía la necesidad de crear una narrativa de ser el país benevolente, propulsor de la libertad y diversidad para competir con los valores de justicia social de la URSS.

Una historia de racismo y exclusiones

En 1875 la Corte Suprema de EEUU dio la orden de que solo el gobierno federal podía dar leyes de inmigración. Así empezaba legalmente las restricciones de inmigrantes que no fuesen europeos blancos. Los casi 2 millones de irlandeses que llegaron en la década de 1840 huyendo de la hambruna, no sufrieron ese nivel de restricciones. 

El Acta de Exclusión China en 1882 fue la primera ley racista que prohibía la inmigración de chinos. En los 1930s se establece la ley de Repatriación Mexicana, y en los 1950s durante el encumbramiento de JFK sale la Operación Espalda Mojada, nombre derogatorio usado para referirse a trabajadores mexicanos. Estas políticas migratorias blancas supremacistas estaban orientadas a la persecución de mexicanos o quien no se veía “blanco”, y produjo la deportación de millones de mexicanos y pérdida de sus propiedades.

Las políticas de inmigración de EEUU tienen un origen blanco nacionalista que ha sido reproducida tanto por presidentes demócratas como republicanos, quienes han continuado con la exclusión y persecución contra las comunidades racializadas. 

Desmontando narrativas falsas

Utilicemos este Thanksgiving para reflexionar sobre su origen colonial. Es urgente que los y las inmigrantes empecemos a descolonizarnos en EEUU y conocer la historia sobre los procesos de inmigración. A través de una mirada interseccional, de clase, racial y género, debemos dejar de usar narrativas como “todos somos inmigrantes” ya que nos coloca al lado del opresor.

La comunidad inmigrante no es homogénea, por lo tanto, debemos reconocer nuestros privilegios, como estatus social y económico, y en solidaridad eliminar la narrativa elitista del “inmigrante bueno vs. malo” que solo reproduce el racismo y clasismo usado para dividir nuestra lucha. No olvidemos que la inmigración es el resultado de la expansión colonialista, patriarcal y capitalista de EEUU en nuestra región.

Debemos empujar agendas más radicales e impedir que nos utilicen cada cuatro años en elecciones donde ni el partido demócrata ni republicano están dispuestos a llevar nuestra voz. Las posiciones de “centro” no ayudan a nuestra lucha. Construir una agenda radical también significa conectarnos con otras luchas emancipadoras para desmontar el sistema blanco supremacista que mantiene a los inmigrantes y toda clase trabajadora invisibles. 

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Desde el 16 de marzo de 2020, las universidades públicas y privadas permanecen cerradas. La suspensión de clases presenciales fue una medida decretada por el gobierno para contrarrestar la expansión del Covid19. A punto de terminar el segundo semestre académico, en la mayoría de universidades de las 94 universidades licenciadas del país, es importante conocer el impacto de la pandemia en el quehacer universitario. Dos documentos, de publicación reciente, permiten tener una idea más o menos aproximada del nuevo escenario y de los desafíos que supone en el corto y mediano plazo para la comunidad universitaria.   

El primero, “La Educación Superior Universitaria en el Perú post-pandemia”, elaborado por Rodolfo Benítez en abril del año en curso, analiza la educación superior universitaria en el país, discute sus características principales, propone cursos de acción y recomendaciones de política pública para su desarrollo en el lustro siguiente. El autor identifica cuatro aspectos centrales de la educación universitaria: 1. Tendencia a la masificación y privatización de la educación; 2. Participación desigual a la educación universitaria; 3. Bajos niveles de empleabilidad e investigación en la educación universitaria; y 4. La reforma universitaria y sus principales apuestas: regulación y gobernanza. Asimismo, analiza el tránsito de la educación presencial a virtual;  los impactos en el financiamiento de la educación; y los impactos en la matrícula y la deserción. 

El impacto de la pandemia se registra en diferentes niveles del quehacer universitario y plantea a las universidades un desafío sin igual para enfrentarlo. Por eso, se prestará atención, siguiendo al autor, solo en dos de esos desafíos. Así, de un lado, el paso de la educación presencial a la virtual tuvo que lidiar con algunos desafíos como la pobreza digital en la que se encuentran estudiantes en situación de vulnerabilidad y muchos docentes. Es decir, la carencia de medios tecnológicos y también la ausencia de habilidades para interactuar “en un entorno virtual con fines académicos”. O el que se relaciona con “las condiciones del entorno”. Si se cuenta o no con espacios adecuados para llevar a cabo las actividades de enseñanza y aprendizaje durante largos períodos de tiempo, los distractores presentes en el hogar de los estudiantes y las responsabilidades que ellos asumen en los mismos. Finalmente, otro desafío guarda correspondencia con la casi imposibilidad de interactuar con sus pares y docentes la que fomenta “la motivación, la confianza interpersonal” o de realización de actividades que “ayudan a establecer redes académicas y profesionales que perduran en el tiempo”. 

Por otro lado, los impactos en la matrícula y en la deserción. Para aproximarse a la deserción estudiantil, el autor la comparó entre los semestres 2019-II y 2020-I y encontró una diferencia de 293 mil 769 estudiantes. Sería interesante comparar los semestres 2020-II y el 2021-I para tener una idea si se mantuvo o disminuyó. Otra cifra más, según Minedu, en el 2020 el número de estudiantes universitarios matriculados fue de 1´007,766. En comparación con el 2019 disminuyó en 310,522 estudiantes. “Esta caída representa un 24.01% con respecto al 2019 y se observan importantes diferencias entre las universidades públicas (9.96%) y privadas (26.72%)”. 

El segundo documento, “Salud mental en universitarios del consorcio de universidades durante la pandemia”, publicado en noviembre, da cuenta del impacto de la pandemia en la salud mental de los estudiantes de pregrado de la PUCP, la Universidad de Lima y la Universidad Pacífico. Mediante una encuesta anónima en línea, aplicada el año pasado, se investigó como se expresaba la crisis sanitaria “en sus hábitos de estudio y de alimentación, en su organización del tiempo para el estudio y el descanso, y en los diversos estados emocionales a los que la educación virtual [los] había empujado”. 

Los resultados permiten un acercamiento inicial a los problemas que afectaron y siguen afectando a los estudiantes universitarios en su potencial de aprendizaje y desempeño académico. Así, los niveles de motivación por el estudio son muy bajos. El 56% de los  encuestados presentó “sensación de fatiga o poca energía, dolor de espalda, dificultad para dormir y dolor de cabeza”. Asimismo, se encontró una disminución de sus hábitos de salud relacionados con la alimentación, el sueño y la actividad física. De igual modo, presentaron estrés (32%), ansiedad (39%) y depresión (39%). “Entre los participantes, el 19.1% ha pensado en el suicidio; el 6.3% ha planeado quitarse la vida”. 

Evidencias categóricas que la salud mental de los estudiantes encuestados se ha visto afectada. Con los resultados a la vista, es perentorio que cada universidad realice sus propias investigaciones para aproximarse al impacto socioemocional de la pandemia no solo en sus estudiantes sino también en los otros miembros de sus comunidades académicas como sus docentes y personal administrativo. Solo así se podrán diseñar e implementar políticas que lo mitiguen.

Ambas investigaciones bosquejan el escenario en el cual las universidades desarrollan sus actividades. Como se ha visto, los desafíos son enormes y se espera que sean vistos como oportunidades para seguir mejorando la calidad de la prestación del servicio educativo y teniendo muy presente el cuidado y bienestar de sus comunidades respectivas.  

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A ver si el gobierno, sea a través del Presidente o de la lenguaraz e irresponsable Premier, escucha al pueblo trabajador de las minas afectadas por la arbitrariedad anunciada recientemente por Mirtha Vásquez. Su voz debe ser escuchada. A continuación, transcribimos la carta enviada por la Federación de trabajadores del sector.

 

Federación Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Siderúrgicos del Perú

 

Profesor

Pedro Castillo Terrones

Presidente de la República del Perú

Presente. –

De nuestra especial consideración:

 

Lima, 22 de noviembre del 2021.

 

Asunto: Solicita REUNIÓN para tratar la problemática de los trabajadores de la Minera Ares.

En nombre de la FEDERACIÓN NACIONAL DE TRABAJADORES MINEROS, METALÚRGICOS Y SIDERÚRGICOS DEL PERÚ – FNTMMSP, debidamente representada por los Dirigentes que suscriben, señalando domicilio procesal sito la Av. Brasil 1130 – Pueblo Libre – Lima; a Usted expresamos lo siguiente:

  1. Señor Presidente, hemos tomado conocimiento a través de los medios de comunicación y de la propia presidencia del Consejo de Ministros sobre un acta firmada por la Primera Ministra y autoridades del distrito de Cora Cora, provincia de Parinacochas- Ayacucho, donde se anuncia que no habrá ninguna ampliación para procesos de explotación y exploración, así como el cierre de las operaciones de cuatro operaciones mineras ubicadas en el sur de Ayacucho, entre las cuales se encuentran las tres bases mineras que están afiliadas a nuestra Federación Nacional: Inmaculada, Pallancata y Selene.
  2. Los trabajadores mineros nos encontramos preocupados ante la situación presentada. Consideramos que nuestra voz también debe ser escuchada a fin de que, desde el Estado, se implementen los mecanismos y normas que permitan garantizar nuestros derechos laborales y la seguridad del propio empleo. Como trabajadores exigimos del gobierno y de las empresas mineras que cumplan las normas y respeten nuestros derechos. Por ello, dejarnos oír, que para la próxima semana estarían llegando a la ciudad de Lima los 5 mil trabajadores y sus familias que laboran en las unidades mineras afectadas, en busca de diálogo y soluciones con las autoridades competentes.
  3. Señor Presidente, desde la FNTMMSP, exigimos se respete los derechos de nuestros compañeros. Es obligación del Estado protegerlos por lo que le solicitamos que a la brevedad posible nos conceda una REUNIÓN a fin de que podamos sustentar la problemática de nuestros compañeros. De igual modo, le solicitamos la instalación de una mesa de diálogo para alcanzar una pronta solución.

Sin otro en particular y a la espera de sus buenos oficios, nos suscribimos de usted. Atentamente,

JORGE JUAREZ CUEVA

Secretario General DNI: 40105606

GONZALO CRISTOBAL ROBLES

Secretario de Defensa DNI: 04056291

 

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Minas, Minería, Premier Mirtha Vásquez

Un criterio comúnmente utilizado para medir la labor parlamentaria es la cantidad de proyectos de ley que presenta un congresista. Sugeriría reconsiderarlo. No es la cantidad, sino la calidad de las normas propuestas la que debe medir su labor legislativa. De lo contrario, nos encontramos en un escenario en el que la creatividad lleva a los parlamentarios y sus asesores a indagar qué nuevas regulaciones o días conmemorativos pueden crearse, lo cual inevitablemente nos lleva a la sobrerregulación. Otra consecuencia de la sobre producción legislativa es que no se le dedica suficiente reflexión a proyectos de ley que tienen impacto en distintos aspectos de nuestra vida como la economía, salud o ambiente. 

Esta columna tiene el propósito de llamar la atención a un proyecto de ley presentado en la actual legislatura, cuyo adecuado debate e implementación podría llevar a una mejora sustancial la gobernabilidad. Se trata del proyecto de ley de reforma constitucional para la renovación por mitades del parlamento. Esta noción no es nueva. Es aplicada, con algunas variantes, en varios países de la región e incluso fue parte de nuestro sistema político hasta inicios del siglo XX. Ha sido, además, propuesta en varias oportunidades en periodos parlamentarios recientes, sin éxito en su aprobación.

Se trata de la convocatoria a elecciones hacia la mitad del periodo parlamentario, a fin de someter a renovación a la mitad del Congreso. De esta manera, se premiaría a aquellos congresistas que han venido desempeñando una buena labor de representación, y reemplazar a quienes no cumplieron adecuadamente con el encargo de los ciudadanos que los eligieron. Es, además, una herramienta que coadyuva a la relación Ejecutivo-Legislativo, en tanto la nueva mitad electa podría pertenecer al partido de gobierno, si este muestra ser efectivo en sus políticas, otorgándole mayor respaldo desde el legislativo. De esta manera, se asignan los incentivos tanto para que los congresistas como para el gobierno de turno.

No debe perderse de vista, no obstante, que para que esta propuesta sea beneficiosa, deberá ser acompañada de una reforma para la reelección de los congresistas, pues de lo contrario solo tendrá como consecuencia el recorte del periodo congresal de la mitad del parlamento a dos años y medio.

Si bien la propuesta del expresidente Martín Vizcarra respecto a la no reelección parlamentaria tuvo una amplia aprobación ciudadana, lo cierto es que esta se debió a una coyuntura política y al mal desempeño de gran parte de los congresistas durante los últimos periodos, reflejado en las bajas tasas de aprobación, mas no al sistema propiamente dicho. La reelección parlamentaria trae diversos beneficios, cuyo desarrollo escapa del tema de la presente columna. Sin embargo, un beneficio particularmente relevante para la materia bajo análisis es el incentivo que genera la reelección. Este es, en esencia, el mismo que se genera en la renovación parlamentaria. Un congresista que sabe que puede continuar con su trabajo si lo desempeña bien, tendrá los incentivos para proponer y desarrollar reformas a largo plazo. Por el contrario, parlamentarios que no podrán continuar con sus labores tras cinco años -o dos años y medio, según esta propuesta- en el cargo, no tendrán la misma proyección para emprender importantes cambios que trasciendan de cinco años.

Por otro lado, se deberá prevenir que esta reforma derive en la creación o refuerzo de relaciones de clientelismo, en las que los parlamentarios posponen sus labores y se dedican al cumplimiento de otras demandas que no son de su competencia y que muchas veces violan su mandato al generar gasto público. Para ello, el retorno a la bicameralidad será fundamental. Este sistema invita a un mayor debate y reflexión de las propuestas legislativas, evita aprobaciones express de propuestas que no han sido suficientemente tratadas y, estructurado adecuadamente, previene crisis de gobernabilidad como las que hemos sufrido en los últimos años.

Finalmente, amable lector, quisiera recordarle que todas estas reformas, adecuadamente implementadas, no serán de mayor utilidad, si renunciamos a nuestro derecho y deber de informarnos sobre los candidatos que buscan representarnos, así como de hacer seguimiento a su labor parlamentaria una vez elegidos, para lo cual, se deberá enfocar en la calidad de la participación de los congresistas, en lugar de la cantidad de producción legislativa.

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Auto, cuestión, Incentivos
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