En 2016, sin embargo, un milagro cívico pareció emerger de la nada. Verónica Mendoza, joven cusqueña, quechua-hablante, surge de los confines olvidados del país y lo sacude con 18% de los votos. Todo el sur del Perú se vuelca hacia su nueva lideresa izquierdista, hacia su versión femenina y contemporánea del Incarri. Entonces la Vero, y no es primera vez que lo digo, solo tenía que decidirlo para que esa izquierda, que emergió electoral y espontáneamente, se trasformase en proyecto, en frente y en partido, pero la Vero no lo decidió.
Podría ir más allá y más allá, pero, aunque tengan toda la pinta, la intención de estas líneas no es tirar barro. Al contrario, es sacudir, despercudir. La imagen de Anahí Durán, dejando su partido por un cargo en el Estado, se explica sola. Ya fuera que se trate del Estado, la consultoría o la ONG, en rubros como derechos humanos, feminismo y ecologismo -sin negar la importancia de cada uno- la izquierda que estuvo en el poder desde Toledo hasta hoy está feliz como está y no tiene ninguna vocación por liderar un proyecto transformador. Esta histórica omisión, la hace corresponsable de un desastre respecto del cual el fujimorismo y adláteres tienen, por cierto, mucho que responder. Pero veamos el panorama completo.