Y también el Perú ha encarcelado presidentes de la República y espera seguir haciéndolo. Augusto B. Leguía, derrocado por Luis M. Sánchez Cerro, fue desembarcado cuando iba al exilio en Panamá. Pasó de El Frontón al Panóptico mientras su casa fue asaltada por la muchedumbre. Estuvo el último año de su vida sin luz, sin condiciones higiénicas y sin amigos (como anunciaron los compositores criollos tiempo atrás). Murió en el Hospital Naval del Callao. Por el contrario, Alberto Fujimori, quien purga 25 años por crímenes contra los Derechos Humanos, hoy cuenta con una cárcel excepcional, sin celdas y con amplitud de visitas, dentro de la Dirección de Operaciones Especiales de la Policía (DIROES). Tiene biblioteca, taller de pintura, cocina, sala de reuniones, enfermería y huerto. Francisco Morales Bermúdez, condenado en Italia por el Plan Cóndor, murió en prisión en su hogar, donde también está confinado Pedro Pablo Kuczynski por lavado de activos. Alan García no quiso enfrentar ni el juicio y se suicidó.
Ollanta Humala tuvo prisión preventiva por la misma razón y ahora libre espera los resultados del juicio. Aún se aguarda la repatriación de Toledo por la misma causa. El congreso consiguió que se interrumpiera la investigación del ministerio público contra Manuel Merino por las muertes durante las movilizaciones en su contra. Pero al mismo tiempo, un parlamento anterior consiguió la vacancia de Martín Vizcarra, y el actual busca ahora la de Pedro Castillo, investigados ambos por comisión de delitos contra la administración pública y aprovechamiento del cargo con la evidencia de los colaboradores eficaces. Ya la prensa peruana, dolida por el retiro de los fondos publicitarios del Estado, se encargará de contarnos con pasión y detalle cuáles serán las celdas o las estancias a las que su púbico exaltado los quiere ver llegar.