Opinión

Se debe mirar con optimismo que algunos candidatos nuevos de la centroderecha estén dedicados a recorrer el sur andino con intensidad. Es un bastión electoral que hay que arrebatarle a la izquierda radical porque, de otro modo, puede ésta asegurarse el pase a la segunda vuelta, por lo menos con un candidato sino con dos.

Este cálculo ya lo hemos hecho, pero vale la pena reiterarlo: el gran sur andino representa casi el 20% del electorado nacional. Si persiste el nivel de beligerancia y contestación que hoy alberga este bolsón poblacional, lo más probable es que en la primera vuelta del 2026 vote como en la segunda vuelta del 2021, es decir, cerca de un 80% a favor del candidato de izquierda radical. Allí nomás ya tiene el 15% de la votación en el bolsillo.

Si a eso se le agrega el resto del mundo andino y los bolsones crecientes de pobreza en la costa norte y la selva (un nuevo pobre es un ser amargado y antisistema en potencia), la tasa podría crecer tranquilamente a 25 o 30% de la población electoral del país. Y si recordamos que Pedro Castillo pasó a la segunda vuelta con el 9% de la votación (su 18.9% oficial es resultado de la maniobra estadística de los votos válidos), no es difícil pensar que con un porcentaje cercano al 30%, coloque no solo uno sino dos candidatos radicales (por eso es tonto que haya quienes se consuelen señalando que la izquierda radical también va a ir dividida; por lo pronto, están Antauro Humala, Guido Bellido y Aníbal Torres).

Esa identidad política radical del sur andino y del resto del país debe ser rota. Y la mejor y quizás única manera de hacerlo políticamente es haciendo campaña allí. El gobierno ayudaría si hiciese buena política económica y rápidamente redujese la pobreza aprovechando el superciclo de las materias primas, pero ya se ve que eso no va a ocurrir por la medianía de su gestión. La cancha la tienen que recorrer, solos y con la adversidad a cuestas, los propios precandidatos.

Lo que está haciendo Rafael Belaunde, recorriendo Ayacucho, Cusco, el propio Puno, es formidable y digno de imitar por quienes, ojalá, luego se integren en un gran frente centroderechista. Allí está la clave del triunfo próximo.

-La del estribo: a ver, en el teatro de la Universidad del Pacífico, Inbestia, obra dirigida por Patricia Biffi y Mariela Noles y con la actuación de Liliana Trujillo, Cecilia Monserrate y Lupe Ramos. Entradas en Joinnus y va hasta el 8 de julio. Y gracias nuevamente al club del libro de Alonso Cueto, recomiendo leer Ciudad de cristal, novela corta que forma parte de Trilogía de Nueva York, del gran Paul Auster. Un placer su lectura.

No todo es malo en el Sodalicio, dicen algunos. Hay mucho de bueno en él, sobre todo en la vida comunitaria. No lo puedo negar. La razón por la que permanecí tantos años en la institución fue por los momentos de felicidad allí experimentados, que ayudaban a soportar los abusos que uno tenía que sufrir. No hay otra manera de explicar el atractivo que ejercía el Sodalicio sobre jóvenes y adolescentes, siendo quizás ésa la razón por la que la institución sigue contando con tantos defensores acérrimos y miembros cautivos.

En honor a la verdad, tengo que reconocer que era más frecuente ver a Figari sonriente que con rostro adusto; que Germán Doig, por lo general, siempre tuvo un trato respetuoso y cordial hacia mí; que las mejores Navidades de mi vida las pasé en las comunidades sodálites; que los momentos comunitarios, aunque a veces podían ser duros e invasivos de la privacidad de las conciencias, solían ser momentos de gozo compartido, de risas joviales y alegría contagiosa.

No extraña que la canción “Vivir entre hermanos” del grupo Takillakkta, una versión rimada y musicalizada del Salmo 133, se haya convertido en el Sodalicio prácticamente en un himno que ensalza la vida comunitaria:

Reunidos todos juntos / al calor de la hermandad / de cristianos combatientes, / amigos de la verdad, / muy alegres celebramos/y con el salmo cantamos:

Es cosa linda entre hermanos / el vivir en buena unión / como frasco de loción / derramado en abundancia / que llena con su fragancia / el poncho del viejo Aarón.

Sin embargo, toda esta felicidad sodálite tenía un precio muy alto, un costo humano cuyo valor no se llegaba a conocer hasta que aparecían las primeras grietas en ese muro de ensueño, y que tuvieron trágicas consecuencias de por vida para muchos de los que tomamos la decisión de separarnos de la institución. Pues lo que uno entregaba era su libertad, su proyecto de vida, sus oportunidades de desarrollo personal, su futuro, su pensamiento y su conciencia para poder gozar de esa felicidad que terminaba despojándolo a uno de su propia identidad. Era sólo una quimera, un canto de sirena que terminaba estrellándolo a uno contra las rocas de un mar proceloso y desconocido.

No se trata de un fenómeno nuevo. Algo semejante describe el escritor y periodista Sebastian Haffner (1907-1999) —cuyo verdadero nombre era Raimund Pretzel— en un su libro “Historia de un alemán. Los recuerdos 1914-1933” (“Geschichte eines Deutschen: Die Erinnerungen 1914-1933”, BestBook, Stuttgart/München 2004), terminado en 1939 pero publicado póstumamente.

Por consejo de su padre, Haffner había iniciado estudios en derecho. Una vez que Hitler llega al poder, como abogado en formación (pasante) tuvo que participar en el otoño de 1933 en una capacitación “ideológica” y entrenamiento militar en el campamento de pasantes de Jüterbog (Brandenburgo). Lo que describe en su libro sobre la “camaradería” de los participantes en el campamento apenas se diferencia de la “vida comunitaria” de los sodálites de las casas de formación y de comunidad.

«Gemí y traté con todas mis fuerzas de no seguir pensando. Me di cuenta de que estaba completamente atrapado. Nunca debí haber ido al campamento. Ahora estaba atrapado en la trampa de la camaradería.

Durante el día no había tiempo para pensar ni oportunidad para ser “yo”. Durante el día, la camaradería era una dicha. Sin duda alguna, florece una especie de dicha en tales “campamentos”, precisamente la dicha de la camaradería. Era una dicha correr juntos por el campo en la mañana, estar desnudos bajo los cálidos chorros en el cuarto de duchas, compartir juntos los paquetes que de vez en cuando llegaban de casa, compartir juntos la responsabilidad de algo que uno u otro había hecho, ayudarse unos a otros en mil pequeñeces y apoyarse mutuamente, confiar absolutamente el uno en el otro en todos los asuntos del día, tener batallas y peleas infantiles juntos, no diferenciarse en nada el uno del otro, nadar en una gran corriente de confianza y familiaridad ruda y segura… ¿Quién puede negar que todo eso es felicidad? ¿Quién puede negar que en el carácter humano hay algo que justamente anhela esto y que en la vida civil, normal y pacífica, rara vez obtiene  merecido reconocimiento?»

Con tono implacable, Haffner concluye por experiencia que «precisamente esta dicha, precisamente esta camaradería, puede convertirse en uno de los medios más terribles de deshumanización».

¿Se puede medir el valor de esta camaradería por el gozo que proporciona? Nuestro autor tiene sus dudas:

«El hecho de que haga feliz por un tiempo, no cambia nada en lo más mínimo. Corrompe y deprava al ser humano como ningún alcohol u opio lo hace. Lo incapacita para una vida propia, responsable y civilizada».

Los siguientes fragmentos también se pueden aplicar a lo que es el sentimiento comunitario en las comunidades sodálites. Si no supiéramos que está describiendo prácticas del nazismo, podríamos creer que está pintando un cuadro de lo que ocurre ad intra en el Sodalicio.

«La camaradería, para empezar por lo más central, elimina por completo el sentido de la responsabilidad personal, tanto en el sentido civil como, peor aún, en el religioso. La persona que vive en la camaradería está exenta de toda preocupación por la existencia, de toda dureza en la lucha por la vida. Tiene su campamento en el cuartel, tiene su comida y su uniforme. Su rutina diaria está prescrita de hora en hora. No necesita preocuparse lo más mínimo. Ya no está bajo la dura ley de “cada uno por sí mismo”, sino bajo la generosa y suave de “todos para uno”. Es una de las mentiras más irritantes que las leyes de la camaradería sean más duras que las de la vida civil individual. Son, más bien, de una blandura debilitante y solo se justifican para los soldados en la guerra real, para el hombre que debe morir: el pathos de la muerte es lo único que permite y soporta esta dispensa enorme de la responsabilidad de la vida. Y se sabe cuán incapaces son a menudo incluso los guerreros valientes que han vivido demasiado tiempo en el blando cojín de la camaradería para volver a encontrar su lugar en la dureza de la vida civil».

«…la camaradería ineludiblemente fija el nivel intelectual en el escalón más bajo, en el último nivel accesible. No tolera discusión; la discusión, en el compuesto químico de la camaradería, inmediatamente toma el color de queja y disputa, y es un pecado mortal. En la camaradería no prosperan los pensamientos, sino solo las ideas colectivas de la forma más primitiva, y éstas son inevitables; quien quiera escapar de ellas, se colocaría fuera de la camaradería».

«Era notorio cómo la camaradería activamente desintegraba todos los elementos de individualidad y civilización. El ámbito más importante de la vida individual que no se integra fácilmente en la camaradería es el amor. Pues bien, la camaradería tiene su arma contra eso: el chiste grosero. Todas las noches en la cama, después de la última ronda, se contaban chistes groseros con una especie de ritual. Esto forma parte del programa de hierro de toda camaradería masculina. Y nada es más erróneo que la opinión de algunos autores que ven en ello una salida para la sexualidad insatisfecha, una satisfacción sustitutiva y cosas por el estilo. Estos chistes no resultaban estimulantes ni lascivos; al contrario, su propósito era hacer que el amor pareciera lo más desagradable posible, acercándolo a la digestión y convirtiéndolo en objeto de burla. Los hombres que recitaban versos obscenos y usaban palabras vulgares para referirse a partes del cuerpo femenino, negaban así que alguna vez habían sido tiernos, enamorados, sinceros, que se habían esforzado por ser atractivos y habían usado palabras dulces para las mismas partes del cuerpo… Se mostraban rudamente por encima de tales dulzuras civilizadas».

Curiosamente, se trata de experiencias que yo mismo he vivido de manera muy similar en el Sodalicio de Vida Cristina. Las conclusiones de Haffner son demoledoras:

«…la tan alabada, inofensiva y bella camaradería masculina tiene algo verdaderamente demoníaco, profundamente peligroso. Los nazis sabían muy bien lo que hacían al imponerla como forma de vida normal sobre todo un pueblo. Y los alemanes, con su escasa aptitud para la vida individual y la felicidad individual, estaban terriblemente dispuestos a aceptarla, tan dispuestos y ávidos de cambiar los delicados, crecidos y aromáticos frutos de la peligrosa libertad por el embriagador fruto, cómodamente disponible a la mano, opíparo y jugoso de una camaradería general, indiscriminada y degradante…»

«Es como estar bajo un hechizo. Uno vive en un mundo de sueños y embriaguez. Se es tan dichoso en él y, al mismo tiempo, tan terriblemente minusvalorado. Tan satisfecho consigo mismo, y al mismo tiempo tan ilimitadamente horrible. Tan orgulloso, y tan sumamente vil e infrahumano. Uno cree estar caminando en las cumbres, pero se está arrastrando en la ciénaga. Mientras dure el hechizo, casi no hay remedio que valga contra él…»

Es ésta la felicidad que se ha vivido en el Sodalicio, cuyos efectos embriagadores se asemejan como copia al carbón a los de la camaradería nazi, la cual actúa —según Haffner— como un veneno: «los venenos pueden hacer feliz, el cuerpo y el alma pueden anhelar venenos, y los venenos pueden ser curativos e indispensables en su lugar. Sin embargo, siguen siendo venenos». Un veneno que la mayoría de los sodálites siguen dispuestos a tomar, ciegos al lado de oscuro de su felicidad sectaria.

Cuando yo era niño, uno de los nombres que más repetía mi papá -que habría cumplido 93 años el pasado 29 de abril- cada vez que hablaba de los más bravos de la música criolla era Lucas Borja, líder y fundador de Los Romanceros Criollos, una de las ententes jaraneras más importantes de la edad dorada de nuestra música costeña. En ese entonces, mediados de la década de los ochenta, era común que, en casa de la abuela, mi viejo y sus hermanos terminaran cantando valsecitos de la Guardia Vieja, esos de letras con sobreesdrújulas y nombres atípicos de mujer -Hermelinda, Zenobia, Anita, Alejandrina-, con las gargantas inspiradas por los vapores de peruanísimos y poco sofisticados piscos, aquellos tiempos en que el plateado brebaje no era orgullo turístico nacional como lo es ahora.

En mi distracción infantil, creía que Lucas Borja era el vocalista principal -todavía no entendía que no siempre el que canta es el cabeza de serie- de ese trío forjado entre los Barrios Altos y el Rímac que ha dejado un par de canciones que aun hoy son infaltables en cualquier setlist de música criolla que se respete. Los Romanceros Criollos eran una máquina criolla que funcionaba como un todo muy bien calibrado: si Guillermo Chipana era el guitarrista afilado, de los pocos en usar uñas de plástico; y Julio Álvarez era el inconfundible cantor de estentórea y aguda voz; era Lucas Borja quien llevaba la batuta, movía los contratos y hacía los arreglos musicales. Como Malcolm Young en Ac/Dc, don Lucas era el motor que hacía andar esos engranajes desde un saludable y estratégico perfil bajo. Y Los Romanceros Criollos eran su banda.

Vi la noticia de su muerte en redes sociales, anunciada por instituciones como Apdayc (Asociación Peruana de Autores y Compositores del Perú) o la Soniem (Sociedad Nacional de Intérpretes y Ejecutantes de Música). Y replicada por grupos de Facebook como Perú Criollo en el Mundo -una de las fuentes informales más interesantes de material fotográfico y reseñas de artistas de nuestra música- o personas pertenecientes a sus familias, tanto la sanguínea como la criolla: su viuda Luisa Ramos, Celeste Acosta Román, hija de don Manuel Acosta Ojeda (1930-2015); Alfredo Kato, legendario periodista cultural que, hacía pocos meses, le había organizado un sentido homenaje en el Centro Cultural Peruano Japonés de Jesús María que pasó, por supuesto, desapercibido para la gran prensa. Con pena, sus amigos, colegas, alumnos y seguidores lamentaban un deceso que, mirado objetivamente, era más bien un merecido descanso. Lucas Borja falleció el 10 de marzo a los 90 años, por complicaciones asociadas al Alzheimer que lo aquejaba desde hacía ya buen tiempo.

¿Cómo es que un hecho como este es olímpicamente ignorado -en los dos sentidos, tanto el de desconocer/no saber como en el de no dar importancia/despreciar- por los medios masivos? O sea, más allá de las notitas que más parecen pie de página y el post de condolencias del Ministerio de Cultura, no hubo ninguna cobertura acerca de la muerte de un artista criollo importante. ¿Qué nos pasa? ¿Por qué somos tan mezquinos con nuestros artistas? La semana pasada, en TV Perú-Canal 7, emitió un episodio de la nueva etapa de su programa Sucedió en el Perú, en el que abordaron, con extremada ligereza, el siempre interesante tema del ochentero rock subterráneo. Ningún rigor, ninguna dedicación para recuperar la memoria de nuestros sonidos. No importa que sea el sonido del pasado más antiguo -Lucas Borja lideró jaranas desde mediados de los años cincuenta- o que sea parte de la historia reciente, con implicancias políticas y todo. 

Esa misma mezquindad fue la que provocó comentarios irracionales e idiotas cuando circuló la noticia de que Susana Baca, la gran diva internacional del canto negro, admirada en todas partes, estaba en la Unidad de Cuidados Intensivos. Hace poco dejó el cuadro de gravedad y cumplió 80 años en su casa, recuperándose. Las redes y algunos medios celebraron este hecho, pero tampoco fue parte de ninguna portada. Si los grandes públicos de nuestro país no tienen idea de quiénes son sus artistas es por ese abandono intencional de los medios que abdicaron, desde hace muchos años, a su función de ser vitrina para las voces y sonidos que, a pulso, dieron forma a esa idiosincrasia musical que tanto utilizan cuando se trata de vender algo -una campaña publicitaria, una propaganda política.

La producción musical de Los Romanceros Criollos se remonta al año 1959 en que apareció su primer LP, bajo el sello MAG, del productor Manuel A. Guerrero (1917-1991). En aquel disco, Borja, Álvarez y Chipana dejan clara su vocación por el vals picadito y alegre, heredero de la Guardia Vieja y, a pesar de que la calidad de audio no es necesariamente la mejor, se siente el kilometraje que ya traía el terceto. Después de todo, venían tocando juntos hacía seis años, cuando Borja ensambló al grupo en 1953.

Antes de eso, Lucas Borja ya venía dando vueltas por la escena criolla, prácticamente desde su adolescencia. Primero, junto a Carlos Zambrano y Enrique Delgado formó Los Embajadorcitos, la versión joven de los Embajadores Criollos de Rómulo Varillas (1922-1998), a quienes acompañaban en sus encerronas de rompe y raja. Después de un breve paso por Los Troveros Criollos formó Los Rimenses, junto a Alberto Luque y Héctor García. Y, ya en medio de sus correrías con Los Romanceros Criollos, lideró a Los Palomillas, con García y Delgado. En este último grupo también participó, reemplazando al futuro líder de Los Destellos, otro gran guitarrista de nuestro folklore, José “Pepe” Torres Ventocilla. 

La aterciopelada segunda voz de Lucas Borja complementaba al potente y claro tono de Julio Álvarez, mientras hacía bordones y tundetes precisos para hacerle la camita rítmica -ante la ausencia de cajón y castañuelas- que necesitaba Guillermo “el chino” Chipana para sus trinos. En este disco destacan la polka Oh dinero, el valsecito Chinita linda (de Ángel Aníbal Rosado, el mismo que compuso la popular cumbia Cariñito), de interesantes arreglos vocales que recuerda a las canciones del “Carreta” Jorge Pérez (1922-2018) o Ambiciosa, divertido vals dedicado a aquellas mujeres que solo piensan en cosas materiales. 

Pero lo que más llama la atención de este debut son las primeras versiones, con arreglos ligeramente distintos, de las dos canciones más conocidas de Los Romanceros Criollos. Por un lado, el vals Engañada, escrito por Luis Abelardo Takahashi Núñez (1926-2005) -compositor nisei lambayecano que dejó al cancionero criollo algunas de sus joyas más recordadas como los valses Con locura, Embrujo o las marineras Sacachispas y Que viva Chiclayo, entre otras- que ha sido interpretado por infinidad de artistas, incluyendo al cantante argentino Juan Carlos Baglietto, quien la grabara en 1999 con su compatriota Lito Vitale (piano) y el peruano Lucho González (guitarra) para un álbum titulado Honrar la vida (1999). Aquí una alucinante versión en vivo que hizo este trío de polendas.

Y, por el otro, el conocidísimo China hereje, originalmente un tango escrito por el uruguayo Juan Pedro López y que había sido cantado, previamente, nada menos que por Carlos Gardel (1890-1935). La versión vals, con arreglos de don Lucas, fue tan popular en nuestro país que muchos estaban convencidos de que la había compuesto él. En el año 1999, la banda de hard-rock y fusión La Sarita incluyó en su álbum debut Más poder, un tema llamado China hereje, con letra que alude frontalmente a Keiko Fujimori y la satrapía que padecimos toda esa década. En medio, la banda introduce una versión alcoholizada del vals de Los Romanceros Criollos, en la que Julio Pérez simula el canto de cantina con efectos de distorsión para diferenciarla de la potente catarsis rockera del tema central.

De frac, de chalanes o con ropa casera, Los Romanceros Criollos aparecen elegantes y serios en las portadas de sus clásicos discos de larga duración, pero detrás de esos rostros adustos se escondía siempre la limeñísima chispa criolla y esos guapeos tan característicos de los valses de antaño. A menudo se le puede escuchar a Julio Álvarez -cuyo apellido paterno era realmente Serna- animar a su gallada gritando “¡Arriba Romanceros!”. Para cuando apareció el segundo LP, titulado ¡Vuelven! (1971), su sonido dejó de lado la influencia de Los Troveros Criollos para hacerse más señorial, sin dejar el sabor a callejón y jarana.

Ese LP, también lanzado bajo el sello de Guerrero, comienza con un interesante juego vocal en el vals Crepúsculo (del trujillano Alberto Condemarín, autor también de Hermelinda, éxito de Los Morochucos), donde escuchamos sus características armonías a tres voces. Así, quedó definido el estilo de Los Romanceros Criollos, que incluyó además polkas, marineras y hasta huaynos -su versión de Valicha (Mi serenata, 1981) es excelente. Para grabaciones posteriores, incorporarían al legendario cajonero Gerardo Fernández Lazón, más conocido en la escena criolla como “Pomadita”.

Entre 1973 y 1981 Los Romanceros Criollos lanzaron seis álbumes más, siempre con la misma formación, un hecho que los convertiría, años más tarde, en el único conjunto criollo que llegó al siglo XXI con sus integrantes originales. Cada una de sus grabaciones contiene éxitos como Todo se paga (China hereje, 1973), Ventanita (Los Romanceros Criollos, 1976), la polka Mi conejito (25 peruanísimos años, 1978), Rosa rosita (Vol. 3, 1975) -de interesantes armonías vocales- y varias de las composiciones del maestro Lucas como, por ejemplo, Cantar llorando (Bodas de plata, 1979), Consejo (25 peruanísimos años, 1978) o ¡Púchica! (Mi serenata, 1981). 

Las versiones de Engañada y China hereje que hasta ahora escuchamos -y que están incluidas en los CDs recopilatorios que produjera la recordada casa discográfica Distribuidora y Ventas S.A. (Disvensa)- se grabaron en 1973, para el LP China hereje (Discos El Virrey). En estos discos no faltaron, por supuesto, temas de la Guardia Vieja como El guardián, Blanca Luz, Hortencia, La pescadora o el alegre canto de jarana Marinera y resbalosa. Una de las más importantes contribuciones de Lucas Borja como compositor es Amorcito, popularizado por el trío mixto Los Kipus (LP Los Kipus en la TV, 1961). Los Romanceros Criollos grabaron su propia versión, algunos años después, aunque definitivamente no se hizo tan conocida como la cantada por Carmen Montoro. 

Lucas Borja fue, además de músico criollo, contador y abogado -trabajó mucho tiempo como funcionario público en el Ministerio de Transportes y Comunicaciones-. También fue torero pero bueno, nadie es perfecto. Además de todo eso fue un apasionado de la historia de nuestro país, especialmente las etapas de la Independencia (1821) y la Guerra del Pacífico (1879-1884). Su obsesión por temas patrióticos hizo que su amigo, Manuel Acosta Ojeda, lo apodara “Loco por el Perú”. Ya en las últimas producciones discográficas de Los Romanceros Criollos -Bodas de plata (1979) y Mi serenata (1981)- había comenzado a introducir valses de corte peruanista, como el tondero Ayacucho 1824 o los valses El Huáscar y A Miguel Grau. También en ese tiempo, Lucas Borja y Los Romanceros Criollos participaron de un EP de cuatro canciones, con el acompañamiento de la cantante chimbotana María Obregón y la orquesta Caballero de los Mares -dirigida por su esposo, Jorge Caballero-, con canciones escritas y cantadas por él como Guerra con Chile y Caballero de los Mares.

Esta última parte de la trayectoria de Lucas Borja, menos conocida, es acaso más interesante y quizás sea la razón por la cual el consuetudinario desprecio que por la cultura demuestran los medios convencionales desde hace más de cuarenta años se ensañó de manera particular con él. Durante las décadas de los ochenta y noventa, mientras personajes como Augusto Polo Campos (1932-2018), Los Hermanos Zañartu o Arturo “Zambo” Cavero (1940-2009) se codeaban permanentemente con el poder político, don Lucas se la pasó investigando, recopilando y difundiendo canciones peruanas con temas abiertamente nacionalistas, que no tenían ningún resquemor en demostrar, por ejemplo, su antichilenismo o su apoyo a la causa boliviana de tener salida al mar (sería, para muchos desubicados de hoy, un “progre rojete”). Los tres, Borja, Obregón y Caballero formaron el Trío Patria, en el año 1988, que se disolvería poco tiempo después.

Junto a la cantante Luisa Ramos retomó este proyecto de canciones patrióticas, bajo el nombre Dúo Patria, presentando homenajes a figuras de la historia como Andrés Avelino Cáceres, Miguel Grau, Francisco Bolognesi y rescatando del olvido los poemas que el ecuatoriano Numa Pompilio Llona (1832-1907) había escrito a fines del siglo XIX acerca de la noble gesta de Miguel Grau Seminario. A veces a dúo y, desde 1996, acompañados por el hijo de Borja, Lucas Jr., actuaban en peñas y colegios, auditorios como el de Derrama Magisterial y programas televisivos como Mediodía Criollo (TV Perú), cuando era conducido por la cantante alemana Ellen Burhum y con Pepe Torres como director musical. 

El Dúo Patria lanzó cuatro producciones: Gloria a las cautivas Tacna, Arica y Tarapacá (1991), Defendamos nuestra música peruana (1995), Gloria a Grau (2005) y Gloria a los héroes (2011), con sumo esfuerzo a través de grabaciones y financiamientos propios. ¿Alguna vez escuchó usted sus canciones de forma repetitiva en la radio o en la televisión, como se escuchan éxitos ligeros como Mal paso o Regresa? Yo tampoco. Por suerte, tenemos YouTube para solucionar ese problema.

Criollismo y nacionalismo definieron la carrera larga y prolífica de este “buen cantor, guitarrista y chupa caña” que hoy ya está junto a sus compañeros Guillermo Chipana y Julio Álvarez, fallecidos los años 2002 y 2014, respectivamente, jaraneando en otro plano. Vaya al diablo el perrito y la calandria… 

Una de las mejores noticias para el futbol peruano es la aprobación de la ley de viabilidad de los equipos profesionales de fútbol (proyecto 1137), en la comisión de Economía. Quienes quieren detenerla -Gremco y los compadres- están realmente desesperados para que no llegue a aprobarse en el Pleno del Congreso.

Puntualmente establece un régimen excepcional para lograr que los clubes puedan presentar un plan de viabilidad que garantice el pago total de su deuda concursal, tributaria y corriente, su recuperación financiera y deportiva y la protección de su patrimonio.

¿Qué se establece? Que sea la Sunat la que administre el club hasta el pago total de su deuda concursal, tributaria y corriente. Y la Sunat, mediante concurso público, nombra un administrador.

La ley complementaria establece una tabla de montos y plazos obligatorios para que exista certeza jurídica del cobro de sus acreencias a entidades públicas y privadas.

Su vigencia previa ha logrado resultadosextraordinarios. El caso de Universitario de Deportes es excepcional: viene avanzando de una manera acelerada con el pago de la deuda corriente, que incluye la tributaria a favor del Estado. Ha duplicado los ingresos del club y dejado de depender solamente de los derechos de transmisión. Debido al éxito deportivo, ahora la taquilla es su principal ingreso, batiendo sus récords de asistencia en 100 años y recaudando más de 25 millones de soles por ese concepto que el año pasado. Por esos mismos logros deportivos, el nivel de los sponsors del equipo ha aumentado en cantidad y sobre todo en rentabilidad. Las cifras de hoy son muy superiores a las de toda su historia. Hay nuevas unidades de negocio como Socio adherente que acercaron al hincha con el club y lograron ingresos nunca antes generados. Se ha modernizado totalmente el viejo estadio Lolo Fernández y levantado el coliseo Apuesta Total para sus otras disciplinas como el vóley y futsal down. Y la base de todos estos logros ha sido una nueva realidad deportiva con grandes éxitos que han despertado la ilusión de toda la familia crema que ha vuelto masivamente al estadio.

Después de un carrousel de administraciones concursales fallidas que llevaron al equipo a la quiebra económica y deportiva, la institución se ha levantado de sus cenizas para celebrar su centenario como campeón del fútbol peruano 2023 y ahora campeón del torneo Apertura 2024.

El fantasma de Gremco que llevó al equipo a sus noches más oscuras ha desaparecido por ahora gracias a la Ley 31279 y se espera que ello se consolide con la nueva ley. El Congreso no puede estar de espaldas a la realidad de millones de hinchas del fútbol.

Este año se conmemoran cien años del nacimiento de Sebastián Salazar Bondy y treinta años de la partida de Julio Ramón Ribeyro. La coincidencia de recordar esto en un mismo año es una anécdota menor, hay otras más trascendentes. Por ejemplo, que ambos pertenecieron a la Generación del 50 (del 45 la llamaba Salazar Bondy), ese brillantísimo núcleo de intelectuales y creadores que no ha vuelto a repetirse en nuestra historia cultural. 

Otro aspecto que los emparenta y muy de cerca, es su mirada sobre Lima. Salazar Bondy escribió, recordando a César Moro, Lima la horrible, un magnífico ensayo que derrumbó la mitología de Lima como arcadia colonial y mostraba una ciudad en su dimensión real y problemática, en su decadencia incuestionable, muy lejos ya del (notable hay que decir) registro humorístico y nostálgico de Palma. Ribeyro pobló su narrativa de seres que transitaban una ciudad en declive, que parece en muchos sentidos la cuidad descrita por su compañero de generación. Héroes grises, derrotados, incapaces de enfrentarse a su destino. 

Es interesante notar que tanto Salazar Bondy como Ribeyro cultivaron los mismos géneros. Ambos son autores de cuentos, novelas, ensayos y obras de teatro. Si el texto ensayístico más representativo de Salazar Bondy es Lima la horrible, lo mismo cabe decir de La caza sutil en el caso de Ribeyro. En el teatro hay también más de una cercanía entre ambos, desde dramas históricos como Flora Tristán y Atusparia, hasta sátiras y farsas como Amor, gran laberinto o Confusión en la prefectura.

La poesía distingue a Salazar Bondy y eso constituye una deuda crítica, porque sus poemas merecen algo más de lo que han obtenido hasta ahora: lecturas apresuradas y sin demasiado rigor. Sería un acto de justicia que el poeta que escribió poemas tan intensos y logrados como “Todo esto es mi país” o “Testamento ológrafo” recuperara su lugar. Por lo demás, se trata de una poesía que hacía ver la artificialidad de la separación de los poetas en “puros” y “sociales” muy en boga entre sus coetáneos, porque en los poemas de Salazar Bondy fluyen tanto el discurso íntimo y lírico como la observación del mundo social.

A Ribeyro, en cambio, lo distinguen los quehaceres autobiográficos, a través de dos libros que resultan ejemplares: Cartas a Juan Antonio y su monumental diario La tentación del fracaso, dos volúmenes que, dejando de lado los cuestionamientos al hecho de escribir sobre uno mismo y al valor referencial de esa escritura, constituyen ejemplos muy finos de algo que podríamos llamar una estética de la intimidad.

La práctica periodística tampoco les fue ajena, aunque en el caso de Salazar Bondy hay que señalar que su obra periodística no solo es mucho más voluminosa (se estima en más de dos mil crónicas y artículos) sino también más abarcadora: cultura, política, arte, literatura, etcétera. La caza sutil, de Ribeyro, siendo el libro brillante que es, resume colaboraciones eventuales en diarios y revistas y algunos textos de mayor calado, como el que dedica, precisamente, a los diarios.

Dice Ítalo Calvino que los libros clásicos son aquellos que nunca agotan lo que quieren decir, libros que a medida que uno cree conocer mejor, siempre sorprenden y ofrecen giros nuevos, inesperados, de manera que cada lectura o relectura es una suerte de aventura interpretativa. Añadía el escritor italiano que los clásicos deben leerse no bajo el imperativo del deber o del respeto, sino por mandato del amor. Hoy recordamos, pues, a dos clásicos peruanos. Leámoslos entonces como aconseja Calvino.

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Julio Ramón Ribeyro, Ribeyro, Sebastián Salazar Bondy

Va en el sentido correcto la afiliación del precandidato presidencial Fernando Cillóniz en las filas del PPC y su anuncio de que ya andan buscando alianzas con otros partidos que, como ellos, promuevan la defensa democrática y el respeto a la propiedad privada.

Ese es el camino a seguir. Ha mencionado a Avanza País, Libertad Popular, Renovación Popular e, inclusive, a Fuerza Popular (aunque ha anticipado que este partido no estaría interesado), como eventuales nuevos aliados del frente.

Sería claramente un frente de derecha o centroderecha. Si, por otro lado, la gente de Lo Justo se une con Jorge Nieto y llaman a otros partidos del mismo perfil centrista podríamos arribar al proceso del 2026 con dos grandes frentes, uno de centro y otro de derecha, que ayudarían a evitar la enorme fragmentación existente y, además, considerando que la gente está harta de la politiquería, podría tener mucho arrastre electoral.

Por cierto, partidos como el Apra o Alianza para el Progreso, o candidatos como Carlos Anderson y Alfredo Barnechea, no deberían ser soslayados en estos esfuerzos de integración multipartidaria.

Es un error pensar que estos pactos serán interpretados por la ciudadanía como enjuagues politiqueros, o imposturas ideológicas. Todo lo contrario, veremos cómo su conformación atraerá atención y preferencia cívica. En otras circunstancias históricas, tal vez podrían haber sido vistos, efectivamente, como componendas ambiciosas de poder, pero en los tiempos que corren, en los que la política es percibida como un mercado fenicio, plagado de ineficiencia y corrupción, esfuerzos que impliquen desprendimiento y trabajo colaborativo, serán bien apreciados.

Lo interesante de tales pactos es que aseguran, además, que las cuotas partidarias para las candidaturas al Parlamento tengan cierto filtro (cada partido tratará de colocar a sus mejores cuadros en el elenco) y de esa manera, poder aspirar a tener una mayoría parlamentaria o provocar un escenario propicio para que una posterior ampliación de la alianza, si gana las elecciones, le permita conformar una mayoría legislativa que le facilite la tarea ejecutiva.

Mis parabienes a Fernando Cillóniz. Sea en la lid presidencial o en la congresal, su presencia supone un aporte a la política peruana y su gesto debería ser imitado.

Esta Casita de Cartón abre sus puertas gratamente sorprendido ante la serie que se estrenó recientemente por Star +, ‘Feud: Capote vs. The Swans’. Y es que alguna vez si Nueva York fue el centro de la moda y la cultura, fueron sin duda por personajes particulares como Truman Capote y sus ‘Cisnes’, como les llamaba a aquellas musas ‘hermosas y malditas’, que le confiaban sus secretos más íntimos erróneamente. Ya que como alguna vez él mismo plasmaría en esa obra donde las desnudaría, ‘Plegarias atendidas’: ‘La mayoría de los secretos jamás deberian ser contados, pero en especial los que son más amenazantes para quien los oye que para quien los dice’. Como le pasaría también al ‘Duque’, Marlon Brandon, quien le confesaría en una noche en Japón, donde el actor la pasaría tomando agua y el escritor vodka, ‘que su madre era una alcohólica’. A lo que Capote, con su mordaz y deslumbrante memoria, no lo dejaría pasar y lo inmortalizaría en The New Yorker, sin temor al revuelo, con otros ‘pesados’ secretos. Curiosamente, esto va a la par de un libro original que pude comprar por unos 4.500 pesos (que serian como 13 soles acá), antes de llegar a Lima, en Argentina, de Liliane Kerjan, y que retrata la vida de aquel hombre que tocó las puertas y a los ‘becerros de oro’ del primer mundo y luego verse en la ignominia plena. Este es un pequeño homenaje al niño terrible de las letras norteamericanas, que se describía así mismo como: ‘Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio’.

Es que desde hace unas semanas, estoy leyendo las biografias de mis escritores favoritos de cabecera, y empecé con la obra de Richard Lehan: ‘El Mundo de Scott Fitzgerald’, texto imprescindible para saber quien fue aquel hombre que hiciera la novela del sueño americano por excelencia, para en un santiamén, continuar con esta. Los libros son mis mejores compañeros cuando el imsonio asola en horas indescriptibles de la noche, y que mejor de aquellos que marcaron distintos periodos de mi vida, y ahora entiendo por qué. Y es por la razón que ellos escribían con el mismo palpito del que palpita mi corazón. Y dentro de su más de 200 páginas detalladas sobre este irreverente autor, creo que no hay mejor definición de él, como la que alguna vez hizo el poeta Jean Cocteau, cuando este le presentó a la dama de las letras francesas, Colette, a quien Capote admiraba profundamente: ‘no te engañes querida. tiene el aspecto de un angel de diez años, pero su edad es infinita y su alma maligna’. Pues Truman, quien nació con el nombre y apellido de Truman Streckfus Persons, nunca perdonaría haber crecido sin amor y ese resentimiento hacia la vida lo llevaría hasta el ultimo día, ahogado en pastillas, alcohol y cocaína. Pero sobre todo recalcando lo de su infancia, que consideraba la más infeliz. El que su madre alcohólica, Lillie Mae Faulk, lo escondiera en un ropero u hoteles mientras se deleitaba con amantes adinerados, o lo mandara a vivir con sus tías para ella poder ‘cazar’ a un multimillonario y darle la vida que consideraba que merecía tener, esa pretención y angurria adoptaría Truman y que sería con los años parte de su destrucción. Y es que como muchas veces sucede en las familias, los padres depositan al hijo el sueño inalcanzable que no pudieron llegar, el sueño frustrado que llevan dentro. Y Capote, buscaba romper eso, ser conocido y estar rodeado de riqueza y fama que nunca pudo tener su madre. Y a medida que alcanzaba esa meta, creía que sería amado. Su logro fue el sueño que no llegó su madre. Llegó a la meta pero a qué costo. Prácticamente el mismo: morirse suicidados en distintas consonancias y tiempo.

Y en ese derrotero desmedido de ambición, Lillie llegaría a conocer al que sería el padrastro de su retoño y su mina de oro, Joe Capote, y con eso el apellido que eternizaría el pequeño Truman: ‘Capote’. Con los años y ya con fama reconocida (todavía no publicaba ‘A sangre fría’), la mujer que botaria las cartas con dibujos que hiciera un enamorado jovencito que sería el mítico fundador de la ‘Factory’ y emblema del ‘Pop art’, Andy Warhol, terminaría suicidándose, cruz que llevaría por siempre Truman, quien se sentiría al ser su único hijo, responsable de aquel fatídico suceso. De alguna manera, se puede percibir de ella su influencia de la personaje más recordada de sus novelas, la lunática y rebelde, Holly Golightly, de ‘Desayuno en Tiffanys’. Librito que tendría un eterno recuerdo en mí, razón por la cual importaría una edición especial conmemorativa de Anagrama y que lo conservo entre mis ‘joyas’ literarias. Aquel personaje siempre me rememoría a una empalagosa canción de la banda española ‘La mode’, ‘Aquella chica’. Como si hubiera sido compuesto después de leer esa novela. Pero la personaje que más influencería en su creación sería la ‘bomba sexy’, Marilyn Monroe, su mejor amiga, a la que llamaba una ‘hermosa criatura’. Y a la que hiciera un enternecedor escrito de despedida en otra obra monumental, ‘Música para  Camaleones’. Justamente quería que ella fuera la actriz de la película que se hiciera de esa novela, pero al final no lo fue sino Audrey Hepburn, a pesar de las regañadientes del autor de brillantes cuentos como ‘Miriam’. La cuestión es que sería retratada en el séptimo arte con la interpretación majestuosa de la actriz, y por el maravilloso y sublime fondo musical de ‘Moon River’, en composición del maestro Henry Mancini. Que en noches como estas, misteriosas, que esperan cubrir las estrellas del cielo con 20 Rosas, la escucho hasta el amanecer y así abrigo mi alma con su entrañable recuerdo.

‘Las palabras siempre me han salvado de la tristeza’, escribiría alguna vez. Y es que ‘el Proust norteamericano’, nunca se desprendió del lugar ni los sentimientos donde diera sus primeros pasos, del Alabama o New Orleans, donde el rio misispipi ondula sus aguas, como los recuerdos que siempre llegaban, como cuando oía The Sunny Side of the Street’ en voz del ‘Buda negro’: «Para mí, la dulce furia de la trompeta de Armstrong, la ronca exuberancia de sus gestos, son en cierto modo como la magdalena de Proust: hacen que vuelvan a levantarse las lunas del Misisipi, evocan las luces fangosas de las ciudades ribereñas y el sonido de las sirenas en el río, que se parece al bostezo de un caimán. Oigo la embestida del agua mulata contra los flancos del barco. Sigo oyendo el compás marcado con el pie de ese Buda burlón al tocar The Sunny Side of the Street, para acompañar sus rugidos…”. Siempre latían los sonidos de aquellos bosquecitos donde los mitos eran contados como cuentos, la magia dentro de lo fantástico que llevaría a la posición de ser considerado el nuevo Hemingway o Faulkner, cuando publicara su ópera prima, ‘Otras voces, otros ámbitos’, obra con matices claramente autobiográfico, principalmente en la búsqueda del amor de su personaje principal a su padre.

Con los años llegaría la novela que los llevaría al panteón eterno de las letras, ‘A sangre fría’, con el género al que abría las puertas, de ‘no ficción’, aunque años atrás hiciera lo mismo por estas latitudes, Rodolfo Walsh, con ‘Operación Masacre’. Que tuviera también la oportunidad de leerlo en las aulas de la Universidad de Buenos Aires. Texto que tranquilamente podría haber acoplado aquel título del terrible caso de Kansas por lo desgarrador de sus páginas, en aquel sangriento periodo de la dictadura militar Argentina. Y para celebrar el éxito total de su novela, aunque con la excusa de conmemorar a Katherine Graham, dueña del Washington Post, el 28 de noviembre de 1966 haría la legendaria fiesta del siglo, ‘The Black and White Ball’. Donde estarían toda la élite mundial, pasando por multimillonarios, políticos, célebres personajes del arte y la cultura, y demás. En sus mismas palabras, quería que pareciera un cuadro, inspirado en la película ‘My Fair Lady’. Y así fue. Lo tenía todo. Había llegado a la cima pero del que luego caería estrepitosamente al confesar los ‘bajos instintos’ de sus ‘Swans’. El escritor más perfecto de su generación, según dijera su amigo y enemigo literario, el antisistema, beodo y mujeriego, Norman Mailer, terminaría sus días en el ostracismo.

Esta Casita de Cartón cierra sus puertas pidiendo perdón por esta rayuela de emociones como rememorando la sincera confesión que hiciera en su apoteósico prefacio de ‘Música para camaleones’: ‘Cuando Dios te da un regalo también te entrega un látigo, y la sola función de ese látigo es la autoflagelación’. Perspicaz, siniestro, pero tan brillante como sus epigramas: ‘Siempre hacen más ruido las latas vacías que las llenas. Lo mismo ocurre con los cerebros’. Estas palabras como otras que he escrito han sido, sin duda, gracias a sus obras. Este no es el mejor homenaje pero si uno muy sincero, de un escritor que empezó a escribir gracias a él, entre otras imperecederas plumas. Por el ‘Camaleón de las letras’, Truman Capote.

 

De contrabando, porque no estaba así considerado previamente, en el proyecto aprobado en el Pleno que permite la reelección de gobernadores regionales y alcaldes, se ha eliminado de un plumazo la vigencia de los movimientos regionales, de modo tal de obligar a los ciudadanos a votar por partidos nacionales que no tienen arraigo o vigencia alguna en las regiones del país.

Uno de los problemas mundiales que agobia a las democracias, es su descrédito y pérdida de legitimidad, porque la ciudadanía no se siente efectivamente representada y porque resiente la distancia que se establece entre el elegido y los electores. No pasa mucho tiempo del proceso electoral y ya los índices de desaprobación suelen ser muy altos.

En el Perú, por propia decantación, sin nada que predisponga a ello, en las elecciones regionales, los llamados partidos nacionales -que en la práctica son ya partidos limeños- han perdido paulatina vigencia y surgieron movimientos endógenos que terminaron capturando la preferencia electoral del respectivo bolsón ciudadano.

Eso no es un problema. Es maravilloso para la democracia que surjan dinámicas políticas propias en cada región y se genere así paulatinamente clase política, burocracia regional y tecnocracia local. Es un gran paso a favor de la vigencia democrática y que la ciudadanía no se desencante aún más de un sistema como el democrático, que tiene, de hecho, muchas carencias, pero es el mejor sistema político conocido.

La regionalización en el país debe ser reformada radicalmente, porque es corrupta e ineficiente, pero eso no es problema de los movimientos regionales (probablemente, la situación sería peor si por obligación, sean partidos nacionales los que asuman el poder), sino de un sistema legal administrativo que lleva a ese escenario.

Los movimientos regionales deben mantenerse y ser alentados. Conectan mejor con las preferencias electorales de cada región, por lo general desalineadas de los parámetros capitalinos, y permiten que se practique el ejercicio democrático sanamente. Inclusive, con un control más eficiente de las fuentes de financiamiento de estos movimientos, podríamos arribar a un círculo virtuoso que imitaría los beneficios del federalismo en otras naciones.

En cada país, los grupos de poder siempre han tenido la intención de producir niñas, niños y adolescentes que respondan a los modelos de familia y ciudadanía que les resultan más convenientes. Siempre vinculados con la toma de los gobiernos, podemos considerar a los textos escolares como la más resaltante evidencia de tal intención. En los manuales podemos trazar las apuestas políticas, las revolucionarias y las represivas de los discursos en disputa de la hegemonía. Por esta razón cada vez son más las investigaciones que se realizan en ellos. España fue pionera en crear un centro para ello. Pasa por su experiencia. Al poco tiempo de que Francisco Franco tomara el poder tras la guerra civil, reescribió los textos escolares para que la juventud compartiera su anhelo de restaurar el imperio español. Y tras la muerte de Franco y la recuperación de la democracia, los textos escolares pudieron finalmente, enseñar el franquismo, aunque siguiendo la postura política de la editorial. Ante el último decreto sobre los saberes básicos (2022), la derecha más extrema se ha alzado en contra de la diversidad sexual y el que se haya reservado los estudios del bachillerato para un estudio político profundo de los siglos XIX y XX.

Augusto Pinochet cómo no iba a temer al programa Escuela Nacional Unificada de Salvador Allende, considerado comunista (cuando se trataba más de un modelo de gestión que de adoctrinamiento). Enfurecido, ordenó retirar todo material considerado extranjero, pues atentaba contra su patriótica educación. La historia se enseñaría a partir de heroicas biografías y las mujeres serían educadas para cuidar el hogar. Al igual que con el franquismo, una vez recuperada la democracia, la dictadura y los crímenes de Pinochet pasaron a los textos escolares para que las nuevas generaciones impidieran que se repitiera un gobierno tan atroz.  Sin embargo, los docentes no llegaban a trabajarlo por temor a que las familias reclamaran, lo reducían a un enfrentamiento entre dos bandos, o validaban opiniones que relativizaban los hechos. Hoy, las familias ya dejaron de oponerse y el tema cada vez interesa más a los estudiantes. 

Hasta hace poco, en Argentina la historia también se enseñaba desde un conjunto de símbolos patrios y de figuras heroicas. Por tal razón, Perón y Evita, aún en vida ya formaban parte de la imaginaría escolar y por la misma, el gobierno de Pedro Eugenio Aramburu prohibió los símbolos peronistas, encarceló y fusiló a los opositores. Al llegar la dictadura de José Rafael Videla, diseñó un sistema para controlar la subversión en la comunidad educativa, que trajo como consecuencia la desaparición de docentes y estudiantes. Sí, su gobierno fue el autor de la Noche de los Lápices. Aquella en que se secuestraron y asesinaron estudiantes de secundaria en septiembre de 1976. Recién durante los gobiernos de los Kirchner, los textos escolares presentaron una estructura más vinculada con los acontecimientos, como las dictaduras sufridas. Javier Milei aún no se ha referido al contenido, pero ha cancelado la compra de textos escolares de este año. 

En México, las quemas de textos escolares son tradición. Sobre todo desde la década de 1970 cuando se incorporó la educación sexual en los manuales. El año pasado, los opositores al gobierno del Presidente Manuel López Obrador encendieron nuevas hogueras. Los estados regidos por el PAN han rechazado los textos escolares por considerar que promueven el comunismo y la pedofilia y las familias han salido angustiadas a marchar.

En Perú, donde aún se extrañan los hermosos textos escolares del gobierno velasquista y del proyecto de Augusto Salazar Bondy, no ha sido necesario secuestrar, ni encender fogatas. Como los diversos grupos de corrupción han tomado el gobierno y las tareas públicas, ya consiguieron intervenir los textos escolares en nuestro país. El motivo es defender a Alberto Fujimori, negar el terrorismo de estado durante el Conflicto armado y ponerle fin a la educación sexual integral en el país. Así no cabe duda que la corrupción se alimenta de la ignorancia y el atraso, y por eso los fomenta. ¿Añadimos la indiferencia? 

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