¿De qué se trataba? De lo que se trata siempre cuando se busca amainar la desconfianza: de conocerse, de comprender que la otra parte también tiene sus razones y sus argumentos, y, en tal sentido, de asumir, como alguna vez dije en medios, que el mejor fallo era el fallo acatado. Ese era el mayor bien para ambos países, más allá de la previa búsqueda, hasta lo imposible, dentro del marco legal, del triunfo de la propia posición.
Pero como países civilizados ir a la Haya suponía atenerse a la decisión de la Corte más importante del planeta. Y así sucedió, la CIJ nos dio la razón en casi el 70% de nuestra demanda, y apenas dos meses después, barcos de las marinas de guerra del Perú y de Chile trazaron juntos las líneas de la nueva frontera marítima.
Rafael Roncagliolo tenía trayectoria, era respetado por tirios y troyanos, y aunque la derecha protestó un poco cuando lo nombraron, al correr de la semana todos bajaron la voz. Además, tenía estupendas relaciones en diversos sectores de la sociedad, por eso se lograron realizar, en diferentes áreas, tantos eventos y gestos bilaterales, como el que acabo de reseñar.
Roncagliolo no era internacionalista, pero tenía el suficiente cosmopolitismo y sentido común para moverse en las relaciones internacionales como Pedro en su casa. Su historia venía precedida de la búsqueda del consenso, no del enfrentamiento. Estas, y no otras, deben ser las principales cualidades de un canciller político, uno que pueda eventualmente sumar, desde su propia trayectoria, a lo que podrían hacer y ya hicieron, los grandes cancilleres de carrera, que hemos tenido en el Perú. Téngase presente.
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