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Opinión archivos | Página 215 de 342 | Sudaca - Periodismo libre y en profundidad

Opinión

 

UNO

Sinatra odiaba el rock y, por ende, a los rockeros. Hay que poner las cosas en contexto. En los años cuarenta, cincuenta e inicios de los sesenta, ser joven no significaba nada. No contaba tu opinión. Eras minusvalorado. Recién adquirías relevancia, cuando cumplías los treinta.

Al inicio, en el rock solo se usaban 3 acordes. Era muy simple y básico. Idem, sus letras. Sin embargo, sus cantantes comenzaron a tener cada vez mayor popularidad. Eso, era lo que no soportaba el ego de Sinatra.

  • “Yo tengo mejor voz que esos zamarros”.

Y tenía razón.

En diciembre de 1965, Harrison usa la citara en la canción “Norwegian Wood”, cuya letra difiere de otras. Nótese la influencia de Dylan, en otras, como “Nowhere Man” e “In my Life”. El “Rubber Soul” fue el punto de partida para el espléndido Álbum “Pet Sounds” de los Beach Boys. “Revolver” (1966) era otra cosa. A partir de estos tres, los álbumes ya no eran una réplica exacta de un concierto en vivo; como era la característica, intrínseca, en esos tiempos.

DOS

Los Beatles eran culturalmente voraces.

Un Paul de veinticinco años, y George Martin, en el estudio, a finales del 66.

  • “Vi el Concierto de Brandenburgo (Bach) por la tele, y había una trompeta que me llamó muchísimo la atención”, acotó el joven Dios.
  • Esa se llama trompeta piccolo y el tipo que la toca es David Mason, es amigo mío.”
  • “Tienes que traerlo”.

 

McCartney no sabía escribir, ni leer música. ¿Te imaginas esa imagen? Un joven, de veintipocos años, indicándole, a un miembro de la Filarmónica de Londres, que sonido desea que reproduzca con su trompeta. En tanto, George Martin escribía la partitura. Al final de la misma, le pide una nota altísima.

 

  • “Ni con un piccolo puedo reproducir lo que deseas” añadió David
  • Paul, con un gesto, le indicó que si iba a poder.

 

y DM tocó, desde la primera toma, de un modo excepcional.

Penny Lane es una descripción surrealista de esa calle, donde había vivido John, y que el resto de los Fabfour conocían.

Pasamos gran parte de nuestros años de formación, por esos lugares” añadió Paul.

Grabaron cada instrumento por separado: Piano, batería, campana de bomberos. Se compuso una partitura de flautas, trompetas, flautín, oboes, trompa y contrabajo. Mas, la trompeta barroca de David Mason.

Y solo habían pasado 12 años, de la aparición de Bill Haley y sus Cometas.

TRES

“Vivir es fácil con los ojos cerrados,

Sin entender todo lo que ves.

Se vuelve más difícil ser alguien,

pero todo sale bien.

A mí no me importa mucho”

 

“Decidimos que las canciones, iban referirse a recuerdos de nuestra infancia”, indicó Lennon.

“Strawberry Field” era un orfanato, y junto había un parque, donde John iba a jugar con sus amigos. Ante la muerte de su madre, la afinidad de Lennon con los niños huérfanos era evidente. Todo eso, está presente en la canción.

La letra combina nostalgia, surrealismo, psicoanálisis y filosofía. Era una exposición creativa, sin igual.

“Siempre, no algunas veces,

Sé quién soy yo,

pero tú sabes,

que yo sé cuándo es un sueño

Creo que sé que quiero decir un “Si”

pero todo está mal, eso es, creo

No estoy de acuerdo”

“Intentaba describirme a mí mismo y lo que sentía, pero no estaba muy seguro de lo que sentía. Así que decía que a veces, no siempre, pienso que es real. Pero de pronto estuve seguro: “Sí, eso es lo que estaba sintiendo… Duele, y de eso se trata”. Lennon entrevista de 1970

 

Usaron el mellotrón, bongos, piano, guitarra slide y eléctrica, sitar, batería (con el sonido al revés), trompetas. Violonchelos, maracas, panderetas. Musicalmente hablando, se mezclan rock, psicodelia, clásica e india, en total armonía.

El rock había alcanzado el Estado de Madurez. Habían subido el listón. Era música para escuchar, como la música clásica.

Brian Wilson al escuchar la canción, por primera vez, mientras conducía, se sintió tan impresionado, que paró el auto y dedujo.

“Los Beatles han alcanzado el sonido que habíamos querido lograr”.

Paul Revere & The Raiders resumieron lo que sintieron los demás grupos de rock.

 “Ahora, ¿qué carajos vamos a hacer? Con este sencillo, ellos aumentaron las expectativas sobre lo que debe ser un disco rock”.

Penny Lane/Strawberry Fields Forever se editó como single el 13 de febrero de 1967.

Ah, y Sinatra acabó interpretando canciones de los Fabfour.

 

 

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Música

 

La Luna va a estrellarse con la Tierra. El único satélite natural del planeta va a causar su inevitable colapso. Y con ello, claro, la extinción de la especie humana. La Luna va a caerse, o más precisamente, va a salirse de órbita. Y ese argumento es solo el pretexto de un carnaval de desastres. Tsunamis, terremotos, cataclismos, edificios derrumbándose, lo que fuera. 

Roland Emmerich mete treinta años de carrera haciendo películas de desastres en Hollywood en una misma película. Eso es Moonfall. Están todos los tipos de catástrofe vistos en The Day After Tomorrow o 2012, y también algunas dosis de mundo extraterrestre similar a Independence Day o Stargate. El resultado no termina de definirse por ninguno. Es en efecto un carnaval de lo todo.

La película empieza con un innecesario discurso científico. Pues, qué más da por qué la Luna se está cayendo. No importa si se trata de una coherente razón astronómica, o si son más bien teorías conspirativas, políticos estafadores o información clasificada. Igual se va a caer. Y poco importan las razones cuando hemos venido a presenciar su destrucción en pantalla grande. 

Entonces Emmerich demora en llegar al punto focal de la historia. Hay demasiada marea informativa nublando el rollo principal. Si salimos con vida de esos somníferos cuarenta minutos, la historia presenta un simple duo protagonista entre los astronautas Brian y Jo, dos antiguos colegas cuya gran duda es si serán el equipo capaz de salvar al mundo. A la pareja se suma el conspiracionista K.C. que está destinado a ser el gordo bufón subvalorado de la trama.

Mientras ellos tres se preparan interminablemente, en la Tierra quedan un sinnumero de personajes secundarios innecesarios. Los ex esposos de Brian y Jo, sus respectivos hijos (llegué a contar al menos cuatro niños), el hijo mayor de Brian recién salido de prisión, el nuevo esposo de la ex esposa de Brian, una joven mujer asiática que acompaña al grupo sin ningún motivo y unos aleatorios adolescentes merodeadores que han conquistado el mundo pre-apocalíptico. 

Y entonces al cumplirse una hora de película, Moonfall es un maremoto de datos y argumentos cruzados sin importancia. De hecho, todo parece muy estúpido. Hay una civilización mundial rendida a la catástrofe sin ningún liderazgo más que de tres renegados desconocidos. En todas las películas previas de Emmerich había cuando menos una figura política mundial para darle legitimidad.

De hecho, la misión central de la película queda reservada para el final. Antes de ello tendremos un enredo de imágenes extrañas donde se ha confundido la geografía norteamericana con Asia o el Polo Norte, una NASA sin ninguna infraestructura ni poder casi en absoluto que debe sacar naves espaciales de museos tomados por la delincuencia juvenil, y una explicación al argumento final futurista bastante original para ser honestos, pero arrojada al espectador sin ningún aviso previo para intentar ser creíble o verosimil.  

Si tan solo Emmerich se hubiera librado un poco de toda esa densidad de personajes, argumentos y variables informativas para entregarnos lo que vinimos a buscar. Eso que ha sido su inspiración personal y musa durante toda su carrera. Ese momento épico donde el planeta se acaba, o pende de un hilo, y entonces estamos satisfechos a pesar de uno que otro bochorno en el camino.

Pero no. Moonfall solo cuenta con algunos atisbos muy lejanos de genuina emoción. Vale la pena si extrañas grandes producciones fastuosas de catástrofes, estás bien descansado y quieres verla en pantalla grande. De lo contrario, The Day After Tomorrow es aún una mejor propuesta, incluso veinte años después. Y si no, pues, cualquier otra.

 

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Cine, Películas, Roland Emmerich

 

Hola amigos. Soy Pedro Guevara y esto es “En pellejo ajeno”. La tétrica introducción musical que acaban de escuchar, no es sino una manifestación de lo alucinante y dramática de la situación política que vive el Perú actualmente.

La incompetencia del presidente Castillo ha quedado más que demostrada, no sólo en las entrevistas que concedió hace unos días, sino, sobre todo, a través del caos, los serios indicios de corrupción y la destrucción institucional del Estado peruano que se ha venido generando en los seis primeros meses de su gestión. Con la designación de este nuevo gabinete de choque, que tiene a Aníbal Torres como Premier, queda recontra claro que, por el bien de los más de 32 millones de peruanos, el presidente Castillo y su Gobierno no deben seguir al mando del país, pues todo parece indicar que están como títeres del comunismo internacional, a las órdenes del G2 cubano, con sus adláteres venezolanos y bolivianos.

 

¿Qué se puede hacer entonces para que Castillo deje el poder, respetando escrupulosamente el orden constitucional?

El camino de la renuncia del presidente Castillo, sería lo más rápido y menos costoso para el país. Sin embargo, todo parece indicar que no lo va a hacer. A no ser que aparezca el destape de alguna inconducta personal que hubiera sucedido, antes de que llegara a la presidencia, y ello lo fuerce a renunciar.

Entonces, definitivamente, gran parte de la resistencia a la destrucción de la democracia en nuestro país, tiene que venir de lo que haga o deje de hacer el Congreso de la República.

Entre estas alternativas, el Congreso debe estar considerando plantear: (1) la acusación constitucional, (2) la suspensión del presidente o (3) la vacancia presidencial.

 

 

¿Qué le diríamos al presidente en estas circunstancias?

Para empezar, AMA LLULLA: No seas mentiroso. Lamentablemente en estos primeros meses de su gestión, hemos escuchado muchas mentiras y engaños de boca del presidente y sus ministros: Muchas promesas incumplidas.

En segundo lugar, AMA QUELLA: No seas ocioso. En estos primeros seis meses de gestión, no se han atendido muchos temas urgentes e importantes para la población, como la reactivación de la economía y la generación de empleo, la atención del tema de la seguridad que cada día se torna más preocupante, la atención de la salud de la población, no sólo de la pandemia, sino también de otras enfermedades que aquejan a la población, el retorno a las clases presenciales o la reconstrucción del país.

En tercer lugar, AMA SUA: No seas ladrón. En estos seis meses de gestión hemos encontrado que la corrupción ha aumentado, que los lazos con la corrupción son crecientes, y que el aparato estatal se utiliza como botín para repartir empleos del sector público a cambio de coimas.

 

 

En cuarto lugar, AMA AUQQA: No seas traidor. Y es que muchos peruanos, principalmente los más humildes, depositaron su confianza y su ilusión en el profesor y han sido traicionados.

Por nuestra parte, no dejaremos que nos arrebaten nuestro país. Y por eso, renovamos nuestro compromiso de luchar para reestablecer la libertad y la democracia plenas en el Perú.

¡Bendiciones!

 

 

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Pedro Castillo

 

La designación de Aníbal Torres como flamante presidente del Consejo de ministros, y la negada conformación de un gabinete plural, tecnocrático, meritocrático y de limpia foja de servicios (ya la reiterada presencia del inefable ministro de Transportes nos ahorra comentarios), le debería otorgar al gobierno de Castillo un corto tiempo de vida. Ha persistido en el error de nombrar un equipo mediocre y sombrío, como el apreciado en los sucesivos gabinetes Bellido, Vásquez y Valer.

La derecha congresal, lejos de deponer las armas y extenderle un periodo de gracia al flamante gabinete, las va a levantar. Y probablemente tendrá compañía en el centro congresal que verá este gabinete con una mirada de decepción. Ya de por sí, es un pésimo indicador que el cerronismo haya ingresado con fuerza al gabinete, para calibrar que no estamos ante la puerta de salida de la crisis, sino, más bien, ante la perspectiva de su mayor hondura.

La incólume medianía del presidente Castillo exigía un equipo ministerial de otras características. Al parecer, no le quedó claro al Primer Mandatario que necesitaba enmendar la plana, para borrar cómo se estaba escribiendo el itinerario de su propia salida del poder.

Se necesitaba la conformación de un gabinete de salida de la crisis, que lo primero que tenía que hacer era reconstruir las partes dañadas del Estado, por obra y gracia de la cooptación corrupta y gris del entorno castillista.

A renglón seguido se tenía que fijar claramente algunos parámetros mínimos de acción. Y en ese sentido, más que exigencias ideológicas fuera de lugar lo que correspondía era esperar lineamientos básicos estructurales: que se respetase, por lo pronto, la estabilidad macroeconómica, y que los ímpetus reformistas y de cambio, que un sector de la población espera, se ciñesen a dos políticas públicas esenciales: la salud y la educación, sectores dejados a la mano de dios, a despecho de la bonanza fiscal disfrutada en los últimos treinta años.

No obstante, se ha optado por todo lo contrario, por debilitar aún más el tejido institucional de la administración pública (baste ver el paso del nuevo Premier por la cartera de Justicia), que ha sido tan golpeada por las gestiones precedentes que se teme, con razón, el colapso del Estado, como ente ejecutor de gasto y de acciones políticas concretas.

Torres no va a tener, ni merece tenerla, luna de miel. La pésima actuación administrativa del gobierno le deja mecha corta para actuar. No le va a ser posible recomponer los lazos con la clase política, primero, para lograr el voto de confianza, y con la ciudadanía, de inmediato, para trazar un horizonte de gobernabilidad hasta el 2026, como correspondería constitucionalmente. Es el suyo un gabinete que nace muerto.

 

 

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anibal torres, Pedro Castillo

 

Durante décadas, en los libros de historia se representaba la organización social de toda cultura mediante una pirámide dividida en estamentos. La organización del virreinato, por ejemplo, distribuía los niveles del triángulo por grupos raciales: en la cima estaba el español, seguido de criollos y mestizos, luego indios y en la base más ancha, negros y mulatos. Una vez terminado el año en que se estudiaba el periodo colonial, los escolares nunca más volvíamos a encontrarnos con una pirámide similar sobre la sociedad contemporánea. Aparentemente, gracias a la democracia, una organización así y sus relaciones de poder habían quedado en el pasado,

Se suponía que al convertirnos en una república y considerarnos iguales, el Perú había conseguido reemplazar la pirámide por una escala alfabética de niveles socioeconómicos, de la A hasta la E, como suele aparecer en los informes estadísticos. Los hitos de ese logro habían sido resultado de la independencia, la liberación de los esclavos y de la tardía reforma agraria. Pero como bien nos hizo notar Gonzalo Portocarrero, en una sociedad donde la ley pública jamás llegó a tener prestigio, la independencia solo consiguió que otros extranjeros y los criollos más blancos reemplazaran a los españoles, que la prohibición de la esclavitud no pusiera fin a la discriminación racial y a la pobreza de la población afrodescendiente, y tampoco consiguió que la reforma agraria lograra terminar con la pobreza de la población indígena y su acceso a educación de calidad.

Doscientos años después de la independencia, la presidenta del Congreso, Maricarmen Alva, le demanda a la alcaldesa de un distrito rural arequipeño que cambie el tono de voz porque está prohibido en “su casa”. El recurso de considerar su casa al Congreso, el lenguaje corporal que utilizó y el silencio posterior a los reclamos de demás autoridades públicas, dan cuenta de cómo con ese discurso ella se coloca en la blanca cima de la vieja pirámide y le quita la voz a la autoridad de una localidad rural. Con este acto, Alva pone a Marilú González en la base inferior de la pirámide y transparenta cómo su reclamo no puede ser aceptado porque rompe con el orden establecido. Se ha metido a su casa a protestar, sin importar que sea justo o no.

Doscientos años después de la independencia, los electores peruanos dieron preferencia a un maestro rural sindicalista para que fuera presidente, mostrando su hartazgo por la heredera de la mafia fujimorista que azota al país desde los años noventa. De la base fue llevado hasta la cima. Pero el presidente no quiso esa casa. Prometió que la convertiría en museo y mantuvo otra casa en Breña para visitas, yendo directamente contra la ley, desconociendo sus verdaderas funciones, pero con la esperanza de transmitir “al pueblo” que no lo traicionaba, sino que sufría el no saber cómo gobernar junto con él.

Estas buenas intenciones son para él razón suficiente para justificar el sentirse víctima de los grupos de poder que promueven sistemáticamente su vacancia, pero el querer permanecer en la base piramidal no tiene por qué justificar que se lave las manos, que eluda sus principales tareas, que dé sus cargos a personas sin experiencia en el sector o, peor aún, que los mantenga sabiendo bien que están implicados en mafias viejas o nuevas de los sectores informales y delincuenciales del país.  En ninguna de las dos casas, el Palacio de Gobierno o el Congreso de la República, alguno de sus dirigentes ha sido capaz de pedir disculpas. Lo único que se ha conseguido es que el presidente se quite el sombrero.

8 de febrero de 2022

 

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Congreso, Maricarmen Alva

 

 

La noción de incapacidad moral permanente no debe ser entendida en términos éticos, sino psicológicos. Por lo tanto, en vez de ensayar interpretaciones descabelladas e incoherentes, harían bien los analistas en exigirle al Tribunal Constitucional que la defina en términos objetivos, por ejemplo, como la ausencia de facultades cognitivas para operar funcionalmente (estar en coma, etc.)

El análisis ético/filosófico no nos va a dar criterios objetivos, y por lo tanto va a dejar la puerta abierta para que el congreso abuse de la noción de vacancia, tal como lo ha venido haciendo desde el 2017 (o, más precisamente, desde el 2000).

En términos éticos, definamos como incapaz moral permanente a la persona que no tiene ni va a tener la capacidad de distinguir entre el bien y el mal (o, para los relativistas morales: una persona que no tiene ni va a tener la capacidad de emitir juicios acerca del bien y el mal). Voy a analizar tres de las perspectivas éticas más importantes para mostrar que ninguna nos da guías de acción para identificar si alguien en particular es incapaz moral permanente.

Según la ética de la virtud de Aristóteles, las personas que cometen acciones inmorales pueden caer en dos categorías. Por un lado, encontramos al vicioso, que es una persona a la que no le importa la distinción entre lo bueno y lo malo, y se guía simplemente por su placer inmediato (por ejemplo, se copia en un examen y solo siente placer por haber obtenido una buena nota). Por otro lado, encontramos al incontinente, es decir, alguien que sabe que lo que hace está mal pero no puede resistir la tentación de hacerlo (sabe que copiarse está mal, pero se deja seducir por el placer de obtener una buena nota, aunque experimente también remordimiento por no haber hecho lo que sabe que tenía que hacer). Bajo nuestra definición, el incontinente definitivamente no sería incapaz moral, y el vicioso no necesariamente, pues su rechazo a ocuparse del tema podría no deberse a una incapacidad. Y en principio, ninguno lo sería permanentemente.

Según la ética del deber, de Immanuel Kant, no es el contenido de la acción en sí lo que determina su moralidad, sino el estado mental del sujeto que actúa. Esto no significa que Kant haya sido un relativista moral. Al contrario, Kant pensaba que, en cierto sentido, nuestras percepciones morales son similares a nuestras percepciones matemáticas, pues, a pesar de ser privadas, son objetivas y universales, y no arbitrarias. Debido a que solo tenemos acceso a nuestras propias motivaciones internas, y no a las de las demás personas, en sentido estricto no podemos juzgar a los otros como morales o no, solo a nosotros mismos. En cuanto a nuestra discusión, es imposible bajo esta perspectiva juzgar si alguien es inmoral, mucho menos si es incapaz moral permanente.

La tercera perspectiva es el consecuencialismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill. Bajo el consecuencialismo, el contenido moral de una acción se decide de acuerdo a las consecuencias que genera. En el caso de Bentham y Mill, se trata específicamente del balance neto que se genera entre los agentes con intereses morales (que incluyen a cualquier ser capaz de experimentar placer y dolor: un pez, una gallina, una persona, tal vez en el futuro un robot). Crucialmente, para Mill no todos los placeres y dolores son equiparables: si doscientas personas deciden esclavizar a una porque la suma de sus placeres supera al dolor de la persona esclavizada, eso igual sería inmoral porque se estaría maximizando el tipo incorrecto de placer. En palabras de Mill: es mejor ser un ser humano insatisfecho que un chancho satisfecho, aunque el chancho sea incapaz de notar la diferencia. Bajo esta postura, solo aquellos seres incapaces de calcular las consecuencias de sus actos serían incapaces morales. Dependiendo de cómo se defina ‘calcular’, todos podríamos caer bajo esa categoría, lo cual la hace irrelevante para fines jurídicos o políticos.

La frase incapacidad moral permanente ha sido usada como excusa para justificar deseos políticos de corto plazo. Mientras se insista en interpretarla filosóficamente van a seguir habiendo debates interminables, pues la noción tiene diferentes contenidos dependiendo de la perspectiva filosófica que se adopte. Pretender llevar ese debate a la esfera pública sería contraproducente: lo más probable es que los implicados no busquen debatir sino adoptar la postura filosófica que justifique las decisiones políticas que han tomado de antemano, tal como ha venido sucediendo.

La dinámica de la discusión vacadora está llena de argumentos del tipo: “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral permanente.”, ignorando de plano los matices que interponen las nociones de “incapacidad” y “permanente”: para Nuevo Perú la corrupción de PPK en el pasado no justificaba la vacancia, pero los Mamani-audios sí. Para APP y el fujimorismo haber mentido en el caso Richard Swing no ameritaba la vacancia de Vizcarra, pero los presuntos actos de corrupción cuando fue gobernador en Moquegua sí, y así sucesivamente.

La verdad es que no les interesa lo que dice la constitución. Si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral pluscuamperfecta, los vacadores se apresurarían corriendo a decir que “esto sí es muy grave y revela incapacidad moral pluscuamperfecta”. Y si la constitución dijera que la vacancia solo se justifica por incapacidad moral waka-waka, los vacadores inmediatamente comenzarían a bailar el waka-waka.

 

* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas.

 

 

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Filosofía, Pedro Castillo, Política

 

A Castillo lo sostiene aún un importante respaldo ciudadano. Según la última encuesta de Ipsos, 48% del sector E, 31% del D, 27% del C y un 22% del B. Analizado por regiones, lo apoya el 56% del sur, 43% del oriente, 41% del centro y 33% del norte.

¿En qué se puede basar ese apoyo? Una probable explicación es que el presidente ha tejido una alianza, en algunos casos tácita, en otros explícita, con los sectores informales de la sociedad peruana (maestros radicales, transportistas, mineros, comerciantes, traficantes de terrenos, dueños de universidades no licenciadas, constructores medianos, etc.) y sus respectivas redes de influencia.

Esa amalgama de intereses sociales, con cierto arraigo popular en algunos casos, parecería ser el basamento social y político de Castillo. Es su “pueblo” y su “élite”. La lógica de satisfacer sus expectativas es la que permitiría entender, entre otras cosas, algunos nombramientos burocráticos en el Estado.

No es, por supuesto, un elogio de la informalidad el que estamos haciendo. No es buena noticia pasar de un mercantilismo blanco a uno cholo, con igual perjuicio de los valores de un mercado competitivo y, a la postre, con la misma perversión del Estado y su deriva paulatina hacia fórmulas autoritarias (la democracia suele ser un estorbo para tales prácticas encubiertas).

El problema para Castillo, además, es que es imposible sostener un gobierno en base a esas alianzas pragmáticas y mercantiles. Que lo diga si no Kuczynski, respaldado por el gran capital y toda la red de “influencers” financieros habidos y por haber. Al primer ventarrón, la política se lo llevó de encuentro. Con el gobernante del lápiz puede pasar exactamente lo mismo.

Su lista de whatsapp, sin duda, no es la misma que tenían los que lo antecedieron en el cargo. Los lobbistas de siempre no saben a quién escribirle cuando tienen un problema que requiere de un bypass burocrático. Es el reino de las Karelim López. Este emergente sector social está aprovechando la cercanía con el Estado para prosperar y capitalizar. Igual que los grandes grupos de poder lo hicieron con PPK, García, Toledo o el propio Fujimori.

 

 

Hoy Castillo se puede sentir arrullado y protegido por los Bruno Pacheco o Bibertos que lo rodean, pero, sin embargo, la burbuja en la que lo han encerrado no le está permitiendo ver el país real, que poco a poco se va desgajando del régimen. Ya solo la mitad de los que votaron por él lo sigue respaldando. A ese paso, no tardará mucho en trasponer el punto de quiebre. El mercantilismo popular también llora.

 

 

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Pedro Castillo

 

Rara vez pensamos en agradecer a las personas que deciden apostar por trabajar por el país. La mayoría de los funcionarios públicos nos decepcionan tanto, que nunca reflexionamos sobre los costos que implica para una persona de buena fe aceptar un cargo público.

A los pocos días de dejar el cargo, Mirtha Vásquez se colocó como foto de perfil de Instagram la caricatura hecha por Andrés Edery, donde se la retrata como una bombera triste, cansada de intentar apagar el fuego causado por el Presidente de la República. Admite en una entrevista con la República que la situación actual del país le genera mucha preocupación, pero también tristeza. ¿Cómo no empatizar con Mirtha Vásquez? Por más que nos encontremos en orillas opuestas del espectro político, la preocupación y tristeza por el incierto futuro de nuestro país, nos une.

 

Su gestión no fue maravillosa. Duró muy poco como para realizar alguna reforma relevante. Tuvo algunas cosas positivas a mi parecer, sí, como presionar por un ministro de educación alejado del FENATE, y establecer el retorno a clases como prioridad, que era de las cosas más importantes y urgentes que se tenían que hacer. ¿Se imaginan estar hoy, 07 de febrero, sin una fecha para el retorno a las aulas?

Tuvo también un enfoque distinto en términos de conflictos sociales, que permitió resolver algunos sin violencia, sin embargo, sus lamentables declaraciones sobre el cierre de minas en Ayacucho borraron parte de lo logrado en ese sector. Logró colocar algunos ministros mejores a los que probablemente hubiera colocado el Cerronismo, y finalmente, se mostró intransigente ante la evidente corrupción que denunció Avelino Guillén en el sector interior. Su principal función, claro estaba, era ser el tapón de algo mucho peor. Y vaya que algo mucho peor llegó.

Me considero una persona de derecha, y nunca he votado por el Frente Amplio, y probablemente no votaría por Mirtha Vásquez en una elección futura, porque tenemos visiones muy distintas de cuál es el mejor camino para construir un país más próspero. Sin embargo, también creo que el Perú está entrampado entre nuestras rivalidades, y no ser capaces de dialogar entre nosotros es parte de lo que ha generado la debacle política en el que estamos. Nos hemos convertido en un país donde somos “anti- algo” antes que “pro- Perú”, incapaces de encontrar consensos mínimos y construir una visión país en común. Esto me hace reflexionar sobre la importancia de valorar lo bueno de quién está en la orilla opuesta, y poder ver la paja en el ojo propio.

Vásquez se despide con sencillez, en esta entrevista con La República. Menciona que no renunció antes porque el país no podía darse el lujo de enfrentar más inestabilidad. Reconoce que trabajar con Pedro Castillo era cercano a imposible. Que el desorden es total. Sabe que haber sido parte de este gobierno le pasará factura, pero considera que el país lo vale. Efectivamente, aceptar ser funcionario público nunca es fácil: ¿cuántos de nosotros estaríamos dispuestos a dejar la seguridad de nuestros trabajos en el sector privado, por un puesto inestable, en el cual se reciben ataques y cuestionamientos diarios de todos los sectores? Considero que Mirtha Vásquez sirvió al país con errores, pero finalmente estuvo ahí cuando se la necesito para darle una salida a un gabinete tan nefasto como el de Guido Bellido. Merece el agradecimiento del caso por los pocos meses dedicados al país, que le deben haber parecido años.

 

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Mirtha Vasquez, Pedro Castillo

 

Sobrecoge la incapacidad del presidente Castillo de enmendar rumbos y de percatarse de la hondura de la crisis social y política a la que ha conducido al país en apenas seis meses de gobierno. Sin propósito alguna de enmienda vuelve a cometer los mismos errores una y otra vez, carente de perspectiva política o, inclusive, de parámetros morales para tomar las decisiones correctas.

 

 

Lo volvió a poner en evidencia en su ridículo mensaje a la nación el viernes último, cuando anunció el recambio del gabinete, donde no mostró signo alguno de autocrítica y, más bien, enfiló sus baterías contra el Congreso y la prensa acusándolos veladamente de la parálisis que aqueja a su gobierno.

Es previsible, en consecuencia, que la designación del gabinete de reemplazo del que presidía Héctor Valer, no satisfará las mínimas expectativas del país. Castillo se reafirmará, seguramente, en su mediocridad, en la designación de funcionarios incompetentes o cuestionables, en la grisura como horizonte ejecutivo.

 

 

La sociedad civil y la clase política, por supuesto, no tienen por qué seguir tolerando tamaño desparpajo o incompetencia. No se puede dejar cinco años el poder en manos de un personaje que no califica para el cargo, como ocurre, lamentablemente, con nuestro presidente.

Maldita pandemia, que produjo un desbarajuste social de tan enorme magnitud, que trastocó las tendencias políticas e ideológicas vigentes. Penosa gestión la del inefable Martín Vizcarra, que produjo una crisis económica y sanitaria tan descomunal, que sirvió de sembrío al hartazgo ciudadano respecto del statu quo, y permitió así la aparición y prosperidad electoral de un sujeto inefable como Pedro Castillo.

 

 

Normalmente, la democracia es un sistema que, a pesar de sus deficiencias, logra procesar en el voto popular una cierta sabiduría que lo hace finalmente la mejor solución institucional. Así ha ocurrido en el Perú, mal que bien, desde el retorno a la democracia plena el año 2000: el 2001 fue mejor que Toledo le ganara a un Alan García aún heterodoxo y populista; el 2006 el pueblo eligió bien a Alan García sobre un Ollanta Humala chavista que hubiera llevado al Perú a la órbita bolivariana; el 2011, un Humala ya reconvertido, era mejor opción que una Keiko Fujimori sin plenas convicciones democráticas y evidente riesgo autoritario; el 2016 fue preferible un PPK tecnocrático, pero democrático, a una segunda ocasión de Keiko Fujimori, que también hubiera supuesto el peor retorno del mercantilismo autoritario y conservador (como se demostró luego con el comportamiento de su bancada); el 2021, el pueblo se equivocó: aún una Keiko mercantilista (la mayor desgracia del fujimorismo es su liderazgo), era infinitamente mejor opción que el desastre que hoy sufrimos con Castillo.

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Hector Valer, Pedro Castillo
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