Luego, hay un gran Chile de izquierda o centro izquierda dispuesto a aprobar una Constitución que incluya a los pueblos originarios, y a acercar el Estado a dichos pueblos originarios de muchas maneras, y a reconciliar la narrativa histórica oficial con los pobres del país y también con los pueblos originarios. Pero es muy distinto redactar una Carta Magna que desplace la chilenidad, de la que finalmente la mayoría de los chilenos se siente orgullosa, del centro de gravedad de la nación, y fue exactamente lo que hicieron los redactores del texto constitucional, y en el preámbulo, nada menos.
Por otro lado, aunque existe un Chile conservador, el Chile liberal, centro izquierdista o izquierdista es más grande y está dispuesto a aprobar una constitución con enfoque de género y que luche contra la violencia de género, pero es posible que este mismo Chile se haya preguntado en qué casos corresponde la paridad y qué otros la meritocracia, o si lo que quería era una Carta Magna abiertamente feminista o una para todos los chilenos y que incluyese las justas reivindicaciones de las mujeres y las minorías sexuales. Porque ambas cosas no representan lo mismo.
Dos sentidos comunes
Alguien dijo, que, tras el resultado del referéndum constitucional, Chile es un país de centro derecha: es un absurdo. Querría decir que Chile fue comunista hace un par de años cuando eligió su Convención Constitucional. Chile transita, cambia, se transforma, necesitaba hacerlo. “Ha hablado fuerte y claro”, como señaló Gabriel Boric, su joven presidente.
Pero la vanguardia de la izquierda cultural del siglo XXI comienza a presentar síntomas de agotamiento, se agrieta, sus tonalidades radicales comienzan a ser trocados por la moderación-progresista mayoritaria (moderación-progresista no es un oxímoron). Queremos reformas sí, pero dentro del marco constitucional y sin dejar de ser quienes somos. Ojo, esto cuando la batuta no la llevan los conservadores que las últimas dos décadas han proliferado por todo el mundo y explican, junto con la referida izquierda cultural, la actual polarización mundial.
Chile nos aventaja en algo (en mucho), tiene políticos, de los buenos. Su centro izquierda influyó mucho en el triunfo del rechazo pues varios partidos de esa tendencia lo abrazaron, y es desde esas tiendas políticas desde donde debe surgir el proyecto constitucional que atempere los excesos del neoliberalismo y los lleve por la senda de los derechos del siglo XXI, pero sin el grito destemplado, y siempre de la mano de los derechos fundamentales, los de todos y todas, sin excepción, aquellos en los que se avanza, y se evoluciona sí y solo sí se está seguro que no se pisotean los derechos de alguien más.
Este es el fallo de Chile, ojalá se ejecute, para que la victoria no sea conservadora, nadie quiere volver a los años cincuenta del siglo pasado, a la Coke y la familia patriarcal. Chile, América Latina, el mundo, necesitamos urgentemente un centro político democrático y progresista, de lo contrario este siglo se parecerá al anterior mucho más de lo que nos imaginamos.
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