Opinión

El estado psicológico ideal de un votante que se acerca a las urnas es de optimismo y entusiasmo por la fiesta democrática que supone una elección de nuevas autoridades. Sin mayores otras preocupaciones, se acerca a definir quién manejará las riendas del país y su voto, en esa medida, se acerca mucho a ser un voto racional.Es el votante que analiza los planes de gobierno, compara propuestas, evalúa cualidades morales e intelectuales de los candidatos, sopesa los beneficios que para el país conllevaría esa elección, etc.

Tal cosa, sin embargo, es un espejismo ya que son las emociones las que juegan un rol determinante en todo proceso electoral cargado de tensiones, conflictos y afectos cruzados. La psicología del voto ha estudiado mucho el fenómeno y concluye que la razón no es el factor crucial a la hora de decidir en las urnas, aunque queda claro que igual hay un logos detrás de todo voto, hay razonesaunque no haya lógica racional.

En el Perú que se asoma a las ánforas el 2026 son dos los factores que van a jugar un papel determinante. Uno primero, de un peso mayor, es el de la irritación generalizada con el statu quo, en un paquete que incluye la inseguridad, la corrupción, el hartazgo de las trapacerías del Congreso, el descontento con las autoridades locales, el fastidio por la situación económica, etc. Es el voto antiestablishment que buscará al candidato que mejor represente esa pateada del tablero que en su fuero íntimo ansían. Era Antauro Humala el que mejor representaba ese estado de ánimo. Vamos ver quién lo sustituye en ese puesto.

Uno segundo es el del miedo. La inseguridad ciudadana se ha desbordado y afecta ya directamente a millones de peruanos, víctimas de asaltos, extorsiones y amenazas a la vida. La gente está con miedo y buscará un candidato a lo Bukele, que sin importar el Estado de Derecho haga lo necesario para conseguir la paz social. Es el miedo profundo el que movilizará a este votante que buscará el candidato que mejor exprese mano dura y cojones para enfrentar el problema, sin importar si racionalmente sus métodos lograrán su cometido.

Así, entre la irritación y el miedo se va definir quién gobernará este atribulado país, del 2026 en adelante.

[Agenda País] A escasos 14 meses y días de la primera vuelta electoral, comienzan a asomarse las candidaturas presidenciales que van desde los ya conocidos como Rafael Lopez-Aliaga (RLA), Keiko Fujimori, César Acuña, Verónika Mendoza y Marisol Perez-Tello, a nuevas figuras, algunas venidas de la política reciente como Carlos Anderson, Guillermo Bermejo, Carla García y Aníbal Torres, y otras de la diáspora del espectáculo como Philip Butters y Carlos Alvarez.

La ceguera de la vanidad y el egocentrismo de los políticos nos ha llevado a que la oferta de “Perú, yo te salvo” se haya multiplicado de tal manera y con tanta irresponsabilidad que los electores nos sentimos tan abrumados y hartos que, si Speed fuera peruano, por ahí ganaría la presidencia.

La última encuesta de Ipsos publicada por el diario Peru21 el pasado domingo 26 de enero, nos da unas luces del perfil presidencial que el votante está deseando, basado en los principales problemas que le aquejan.

En esta encuesta realizada a nivel nacional, tanto en zonas urbanas como rurales, el ciudadano afirma que los 3 problemas principales que percibe son la delincuencia (28%), la corrupción (18%) y el costo de vida (14%), yendo los dos primeros en terreno ascendente desde el 2023.

En paralelo, el ciudadano, considera que, para reducir la delincuencia y la corrupción, y tener un mejor bienestar, el candidato debe mostrar mano dura para poner orden (39%), tener la capacidad de promover la economía de mercado y el desarrollo económico (23%) y buscar consensos (11%).

No sorprende entonces que los primeros puestos de la encuesta si las elecciones fueran en estos momentos muestre a Keiko Fujimori liderando ampliamente (12%), seguida de Rafael Lopez-Aliaga (4%)y Carlos Alvarez (4%) . Keiko encarna el recuerdo de la mano dura y crecimiento económico en los primeros años de gobierno de su padre, RLA está demostrando que primero actúa para mostrar resultados y luego pide perdón, y Carlos Alvarez se ha lanzado al ruedo con un discurso muy directo frente a la delincuencia y la corrupción, faltándole el fundamento económico que evidentemente no posee.

Por ahora el voto de la izquierda está difuminado al igual que el del centro, pero a medida que pasen los meses, una candidatura igual de disruptiva de izquierda, con los mismos elementos de mano dura y mejora del bienestar del país, podría ser la antítesis de la candidatura fuerte de derecha.

El centro, más bien, parece perdido en las nubes del idealismo, sin ser ni chicha ni limonada, tratando de ser una alternativa a los extremos cuando el pueblo parece haberse cansado de tibiezas y requiere acción decidida de sus gobernantes.

Ya los mensajes comienzan a darse, algunos directo a la vena como el de Carlos Alvarez, otros con el tractor a toda marcha como RLA yKeiko con el perfil bajo con la confianza de tener una base sólida que le permita pasar a segunda vuelta.

La izquierda anda aún callada y candidatos emergentes empiezan a mediatizar sus propuestas como Carlos Anderson, Rafael Belaúnde y Marisol Perez-Tello, a veces con mensajes disruptivos, otras con propuestas demasiado técnicas que no dejan memoria en el elector.

No parece que el entorno vaya a cambiar de manera drástica de aquí al 12 de abril de 2026. Las preocupaciones de la ciudadanía se encaminan a ser la mismas que las mostradas en la encuesta como son la inseguridad, la corrupción y el bienestar.

Nos enrumbamos pues a unas elecciones con discursos disruptivos y propuestas radicales ( pena de muerte, muerte civil a corruptos, distribución del canon directo al ciudadano ) que opacarán temas no menos importantes, pero menos relevantes para el elector como la reforma del estado, el reforzamiento de la institucionalidad o el manejo del déficit fiscal.

Toca ahora a los candidatos buscar su posicionamiento, escoger las batallas ideológicas a pelear y tener un discurso disruptivo pero simple que pueda llegar al elector con un mensaje claro de contexto, acción y resultado tangible.

Se le anularon las posibilidades de postular a la presidencia de la república al anularse la conformación de su partido y no tener ya chance de inscribirse en otro que le permita la candidatura, pero, sin duda, Antauro Humala buscará postular al Senado o a Diputados, por medio de alguna invitación de alguna otra agrupación.

Mantendrá su arrastre, así que habrá que esperar a que coloque una buena bancada congresal. La pregunta es si ese arrastre se trasladará al candidato presidencial que lo lleve. ¿Antauro Humala será la María Corina Machado del candidato que lo incorpore en sus filas congresales? Si así fuera, le habríamos hecho un gran favor sacándolo de carrera porque encima jugará la carta de la victimización, tan fructífera en el Perú.

Se ve difícil, sin embargo, que ello funcione. Antauro tendría que adherirse a un candidato de similares características, un ultraradical en lo político y económico y que, además, contenga la propuesta bukeliana que tanto arraigo le otorgaba al líder etnocacerista. Nadie en la izquierda recoge ese mensaje. Por el contrario, les repele la fórmula del gobernante salvadoreño, por considerarla derechista y autoritaria.

No se ve en el horizonte a nadie que se acerque al pensamiento Antauro como para que se produzca un fenómeno similar de endose como el ocurrido en Venezuela entre María Corina Machado, la pugnaz lideresa opositora, y Edmundo Gonzáles, el presidente electo. Antauro será una locomotora de congresistas, más no así de votos presidenciales ajenos.

Nada asegura tampoco que su jale congresal termine por insertar en el futuro Parlamento a una horda de furiosos etnocaceristas, capaces de desestabilizar el funcionamiento de ese poder del Estado. Él va a concentrar la votación, dejando el terreno libre para que, gracias al voto preferencial, su casa matriz termine por colocar a sus cuadros en lugar de los antauristas.

Jugará un papel protagónico en las próximas elecciones así no sea como candidato presidencial, pero su rol será bastante mediatizado por el sistema electoral mismo. No se le ve llevando de la mano a la segunda vuelta al partido ni al candidato presidencial que lo lleve en sus filas, por más que, de hecho, le vaya a sumar votos  

 

Hay una estrecha vinculación entre el tema de la inseguridad ciudadana y el éxito de la derecha más extrema en el país. No es casualidad que, según ha señalado la última encuesta de Ipsos, sean Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga, Carlos Álvarez y Phillip Butters los que descollen, siendo los portavoces de la mano dura.

La última encuesta del IEP trae datos relevantes al respecto. Un 78% considera que la seguridad ciudadana está peor que hace un año; un 20% ha sido víctima de extorsión, es decir millones de peruanos; y el dato más relevante: un 55% estaría dispuesto a apoyar a un líder que acabe con la delincuencia, aunque sea sin respetar los derechos de las personas.

Ello va de la mano con la encuesta de autoidentificación ideológica que arroja resultados favorables a la derecha, en especial para su polo más extremo: 29% se identifica de izquierda, 33% de centro y 38% de derecha. La vocación antiestablishment, producto del hartazgo del statu quo, favorable a la izquierda, encuentra compensación en el tema de la inseguridad ciudadana.

Ello va a crecer con la ausencia de Antauro Humala, ya fuera de la contienda electoral, y quien astutamente centraba su campaña en venderse como el Bukele peruano, compitiendo con una narrativa más propicia para la derecha.

La salida de Antauro Humala cambia el proscenio electoral peruano. La izquierda radical pierde a su cuadro más fuerte. Seguramente se producirá un endose hacia candidatos como Aníbal Torres o Guido Bellido, pero ninguno de los dos tiene identificación con el tema de la lucha contra la inseguridad, el principal problema nacional según todas las encuestas.

El tema, además, está siendo monopolizado por la derecha más radical. La centroderecha, ahuevada, no reacciona, no dice nada al respecto, pierde el tiempo en preparar planes de gobierno sin exponerlos ya a la ciudadanía, en especial sobre este tema de la lucha contra la delincuencia.

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[Tiempo de Millenials] Desde que trabajo en sostenibilidad, me piden muchos consejos sobre cómo adoptar un estilo de vida más cuidadoso con el medio ambiente. Normalmente lo primero que sugiero es realizar compras conscientes y reciclar. Sin embargo, hacer un huerto en casa es una de las mejores opciones que, además, necesitamos con urgencia ya que contribuye al aporte de oxígeno y la captura de carbono y a la reducción de emisiones que implica consumir productos locales y sin necesidad de transporte.

Aun cuando parece, un huerto urbano no es un concepto de moda ya que desde la prehistoria las mujeres cultivaban semillas, sin embargo, fue durante la Segunda Guerra Mundial cuando comenzaron a desarrollarse los huertos urbanos como una forma de asegurarse los alimentos. En Estados Unidos, Reino Unido y Alemania se llegaron a utilizar los campos de fútbol o los parques para cultivar. Hoy en día los huertos urbanos son una forma de proveer productos ecológicos, cuidar el medioambiente y comer de forma sana y sin pesticidas.

¿Cómo podemos hacer un huerto en casa? Presta atención a estos consejos:

  1. Planifica tu espacio: Antes de empezar, evalúa cuánto espacio tienes disponible para tu huerto, puede utilizar desde un pequeño balcón o terraza hasta un jardín amplio. 
  1. Elige las semillas adecuadas: Opta por semillas de hortalizas que se adapten bien a tu clima y condiciones locales. Busca cultivar diferentes tipos de plantas.
  1. Prepara el suelo: elimina las malas hierbas, mejora la estructura del suelo con compost y asegúrate de que tenga un buen drenaje. 
  1. Haz un uso responsable del agua: Utiliza técnicas de riego eficientes para conservar el agua. 
  1. Evita el uso de químicos: Opta por métodos de cultivo orgánicos y evita el uso de pesticidas y fertilizantes químicos. 

[Tiempo de Millenials] No debe ser la primera vez que escuchas que la frase que dice que eres la suma de las 5 personas con las que más tiempo pasas, que en otras palabras también podría ser “dime con quién andas y te diré quién eres”. Y es que es cierto, terminamos adquiriendo valores, hábitos, patrones y comportamientos similares al de las personas con las que más compartimos nuestro tiempo. Esto es tan valioso como peligroso.

Por ejemplo, si nuestros amigos más cercanos son personas positivas, de esas que tratan de ver el vaso medio lleno en lugar de vacío, lo normal es que nosotros también tendamos a ser así. Aquí encontramos elo valor de rodearnos de estas personas. Sin embargo, si pasamos tiempo con personas que solo se quejan y se quedan con el lado negro de la vida, llegará un momento en el que inconscientemente empecemos a hablar y ver nuestras experiencias desde un enfoque negativo y esto es peligroso para nuestra forma de ver la vida y bienestar.

Por eso hay que saber muy bien con quién nos rodeamos y, ante todo, para tener una buena vida debemos tener muy cerca a gente que sume y no que reste.

Así, de todas estas personas que se cruzan en tu vida existen 3 tipos de personas que deberías mantener en tu círculo de relaciones.

  1. Tu opuesto

Es una persona sincera, que puede considerarse brutalmente honesta que te hará pensar claramente y ayudará a entender que estás equivocado cuando más lo necesitas. Puedes verlo como el agente de balance, se puede mostrar fuerte cuando te sientes débil y viceversa.

  1. Tu alma gemela 

Es este amigo que se siente como de la familia, como un hermano o hermana, es la definición de “amigos por siempre”. Hacen lo posible por seguir en contacto y simplemente están ahí en cada etapa de la vida,  incluso cuando las circunstancias de la vida los separen, siempre mantienen ese vínculo de conexión.

  1. Tu mentor

Es uno de los tipos de relaciones más importantes que puedes tener en la vida ya que nos ayudan e inspiran en nuestro camino. Un mentor puede venir en diferentes tamaños y formas: puede ser familia, puede ser un profesor, puede ser un amigo, etc.

Y por último, está quien debes ser tú. Piensa siempre en ser tu mejor versión para tus amigos y trata de ser el amigo que quisieras tener, no hay mejor regalo que sumar positivamente en la vida de otros.

La última encuesta de Ipsos publicada en Perú 21, anticipa lo que va pasar con la centroderecha si no hace esfuerzos extraordinarios de aglutinamiento. Serán pigmeos electorales que sucumbirán a la mayor fuerza del fujimorismo, la izquierda y la derecha radicales.

En la encuesta de marras, aparecen De Soto con 3%, Carla García con 2%, George Forsyth con 2%, César Acuña con 2%, Alfredo Barnechea con 2%, Fernando Olivera con 2% y Rafael Belaunde con 2%. Y la lista sigue con una pléyade de candidatos con 1% que ya no son mencionados en la medición.

El fujimorismo tiene un bolsón electoral fijo de 12 o 13%; la izquierda radical deberá alcanzar otro tanto, y la derecha radical lo propio (López Aliaga será, al parecer, el candidato que despunte en el sector, aunque por allí aparece expectaticio, Carlos Álvarez y de alguna manera Phillip Butters).

Entre esos tres sectores estará definida la contienda electoral, si la centroderecha no hace su tarea principal: unirse en conglomerados partidarios que potencien sus virtudes. Por el momento, no hay, al parecer, intención alguna de emprender semejante tarea y cada uno apuesta por ir solo, a la expectativa de que la ruleta de la fortuna electoral que funciona en el Perú los termine por beneficiar faltando una o dos semanas para el proceso en las urnas.

Si a ello le sumamos la posibilidad de que alguien como Jean Ferrari, quien está inscrito en un partido, el administrador exitoso del club más popular del Perú, se lance a la arena electoral, la suerte de la centroderecha está echada. Hay que agregarle, adicionalmente, que ninguno de sus candidatos es precisamente un dechado de virtudes políticas: elocuencia, carisma, carácter disruptivo, etc.

No basta con emprender un trabajo interno concienzudo de preparación de planes de gobierno. Es importante, pero no decisivo, menos en un país donde la gente no vota por programas sino por liderazgos (aunque en esta encuesta el 22% señala que se fijarán en propuestas y políticas de gobierno, apenas superado por un punto por aspectos personales del candidato).

Tampoco basta con recorrer el país de cabo a rabo, tarea que algunos ya están emprendiendo con gran ahínco. Eso es relevante, la izquierda ya lo está haciendo, pero la única manera de marcar una diferencia pasará por armar alianzas o pactos diversos que eliminen la fragmentación y aglutinen activos políticos ya presentes en cada uno de ellos.

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[Música Maestro] De todas las danzas peruanas, la marinera es quizás la que mayor admiración despierta en el mundo, por su vistoso vestuario, su romántica simbología y su sonido señorial. Los pañuelos en el aire lanzan, como acertadamente dice la letra de un antiguo vals criollo (Embrujo, 1956, de Luis Abelardo Núñez Takahashi), hechizos que hipnotizan y conquistan a quienes tienen la suerte de ver una marinera bien bailada. Sea norteña o limeña –las variantes más conocidas, aunque también hay en otras regiones- la marinera ha conservado, en líneas generales, su personalidad y constituye, junto con sus primas hermanas el tondero y la zamacueca, un motivo de orgullo para todos los peruanos.

Como el pisco, el cebiche y el suspiro a la limeña, la marinera también fue, en algún momento, motivo de controversia entre peruanos y chilenos. Y, como en estos tres casos contemporáneos, el veredicto de la historia inclinó la balanza a nuestro favor: el romántico y elegante baile de pañuelos blancos, vestidos de encaje y enérgicos zapateos es peruano por sus cuatro costados. 

La marinera como tal, se conoce con ese nombre desde 1879, año en que se inició la Guerra del Pacífico, y fue bautizada así por el cronista Abelardo Gamarra Rondó (1852-1924), más conocido en los círculos literarios y periodísticos de ese entonces como “El Tunante”. Gamarra recuperó para nuestro país este espectacular baile de pareja que había comenzado a ser llamado “chilena” por los vecinos del sur, poco antes del infausto conflicto bélico que tanto daño nos ocasionó.

De forma similar a tantas otras manifestaciones culturales del Perú, el origen de la marinera no está del todo establecido ni correctamente registrado, aunque queda claro que se trata de una más de las pruebas del intenso mestizaje que ha marcado nuestra vida como nación. Con todas las fallas que tenemos como país, parafraseando al entrañable humorista y escritor Nicolás Yerovi (1951-2025), fallecido hace unos días, uno se sorprende de que, a pesar de todas nuestras desdichas, con gestiones políticas desastrosas que desprecian la cultura y la decencia, aun haya personas que aprecien la intrínseca belleza de la marinera. 

Desde España, el fandango; los ritmos negros del África; y el folklore de raigambre andina fueron fusionándose y, en el caso de la marinera, refinándose con la práctica, hasta alcanzar el formato que hoy muchos conocen y admiran. Y, a pesar de no contar con registros fidedignos acerca de cómo se bailaba la marinera a finales del siglo XIX, no hace falta ser un experto en el tema para imaginar que no se vería como las coreografías grupales y disforzadas que vemos, desde hace algunos años, en las últimas ediciones del famoso Concurso Nacional de Marinera o en espectáculos diseñados para turistas que se presentan en locales como el restaurante y asociación cultural Brisas del Titicaca o su clon barranquino, La Candelaria.

La marinera está relacionada, por supuesto, al tondero piurano, un baile de campo, más rústico que la sofisticada danza que hoy nos ocupa. También hace uso de pañuelos y sombreros de paja, pero la vestimenta es mucho más sencilla, pueblerina, y tanto el hombre como la mujer bailan descalzos. Cecilia Barraza, una de las artistas de música criolla más conocidas, hizo suya la interpretación de tonderos clásicos como La apañadora (Alicia Maguiña), El forastero (Rafael Otero López), entre otros.

De lo que no cabe duda es que la marinera es una evolución de la zamacueca, baile de la costa de Lima que comenzó a practicarse en tiempos coloniales y que también es la base de otros géneros de música y danza sudamericanos como la cueca chilena y la zamba -así, con “z”, no como la samba brasileña, con “s”- argentina, con muchas similitudes en estructura rítmica entre ellas. 

El extraño nombre –zamacueca- es la unión de dos términos, “zamba” y “clueca” o “culeca”, porque en sus primeras formas, la bailarina simulaba los andares de las gallinas después de poner un huevo, sosteniendo la falda con ambas manos, movimiento que se mantiene en la marinera actual. La zamacueca se sigue bailando hoy, identificada con el acervo folklórico afroperuano, mientras que la marinera resultante se bifurcó en diversas vertientes, de las cuales dos se han mantenido como las más populares tanto nacional como internacionalmente: la limeña y la norteña. 

“Guitarra llama a cajón / cajón a la voz primera / escuchen con atención… / ¡Aquí está marinera!” proclamaba el folclorista afroperuano Nicomedes Santa Cruz (1925-1992) en la primera cuarteta de su décima de pie forzado Aquí está la marinera, escrita entre 1968 y 1970. En esta ingeniosa poesía, el recordado don Nico nos enseña la secuencia que debe seguir una pareja para bailar la marinera de manera correcta. Pero no se refiere a la norteña, la más conocida, sino a la “peruana… de Lima”, como aclara el prolífico compositor y musicólogo negro, a manera de introducción a la magistral interpretación de un tradicional canto de jarana, junto al guitarrista Vicente Vásquez, en la tercera edición de su famoso LP Cumanana (1974). 

Nicomedes Santa Cruz es, probablemente, el artista que dejó más grabaciones de marinera limeña respetando su tradición y estructura originales, como podemos apreciar en temas como Mándame quitar la vida, Soy la redondez del mundo o los estudios de marineras limeñas en notas mayores y menores que figuran en otro de sus álbumes emblemáticos, Socabón (1970).

La marinera limeña se caracteriza por su cadencia acompasada, su porte sobrio e instrumentación –guitarras, cajones y palmas- que remite a la forma en que se tocaba la zamacueca, con las guitarras, laúdes y palmas españolas del fandango. El coqueteo entre los bailarines es sutil y señorial, con el hombre generalmente vestido de frac negro y la mujer con elegantes vestidos blancos, azules, verdes o granates. Ambos usan zapatos y alzan sus pañuelos al aire en cada evolución, giro y contoneo. 

Hay muchas marineras limeñas, con coplas que se repiten indistintamente en canciones diferentes –estrofas, cantos de jarana y fórmulas o palabras claves, conocidas también como “llamadas”, que sirven para identificarlas. Un buen ejemplo de marinera limeña lo encontramos en la fuga de la clásica composición de Chabuca Granda, José Antonio, escrita en 1957 y dedicada a don José Antonio de Lavalle y García, un criador de caballos peruanos de paso que era amigo personal de la recordada cantautora. 

Alicia Maguiña fue la otra gran investigadora de este género nacional, con recopilaciones de cantos de jarana que le aprendió a artistas populares como el legendario cantor Manuel “Canario Negro” Quintana (1880-1959), a quien inclusive protegió hasta su muerte. Asimismo, era común verla en medio de los hermanos Elías y Augusto Ascuez (1895-1967 y 1892-1985, respectivamente), o bailando marineras limeñas, pañuelo blanco en alto, al lado de personalidades del criollismo más auténtico como Bartola Sancho Dávila (1883-1967) o Valentina Barrionuevo, “La Valentina de Oro” (1908-1984) en aquellas históricas jaranas “de padre y señor mío” realizadas en la cuadra 3 del Jr. Luna Pizarro, en La Victoria, el famoso “Callejón del Buque”.

A pesar de que la marinera llegó al norte desde Lima, es esta modalidad la que ha dado la vuelta al mundo por ser más visual y vertiginosa que la limeña. La marinera norteña destaca por su naturaleza más enérgica, aunque sin perder la elegancia y el garbo en su ejecución. Los bailarines pasan del cortejo sutil y elegante al zapateo frenético y ágil, siguiendo una estructura fija –que también rige para la limeña- de dos estrofas (“no hay primera sin segunda”) y la fuga o resbalosa, en la que el ritmo se aligera hasta llegar a un estado climático en que la pareja termina en perfecta sincronización con la música.

Las regiones de La Libertad, Lambayeque y Piura son el epicentro de la práctica de la marinera norteña, en especial las capitales de las dos primeras, Trujillo y Chiclayo, con un cancionero amplio de marineras dedicadas a estas ciudades del norte peruano, antes conocidas por su amabilidad y lamentablemente tomadas hoy por la corrupción política y la delincuencia. Así baila mi trujillana, del compositor trujillano Juan Benites Reyes, es probablemente la melodía más representativa, infaltable en todas las ediciones del Concurso Nacional de Marinera, un tradicional evento anual que se celebrará este año del 27 de enero al 2 de febrero, en su edición número 65. 

El bailarín de marinera se caracteriza por su traje de chalán –camisa y pantalón de lino blanco, sombrero de paja de ala ancha, cinturón grueso, zapatos negros- y su pareja, por sus hermosos vestidos de encaje en la parte alta y enormes faldas que ella levanta y despliega con elegancia y mucho arte. El pelo recogido con finas peinetas y tembleques, el maquillaje, los aretes de filigrana conocidos como “dormilonas” y otros accesorios -los escapularios y detentes, las flores-, completan un atuendo femenino que cautiva al público. Los rostros siempre sonrientes y las expresiones de fina coquetería abundan, así como los desplazamientos circulares y zapateos que simulan al caballo peruano de paso. Un detalle adicional: en la marinera norteña ella baila, a veces, sin zapatos. Como en el tondero.

La instrumentación tradicional de la marinera incluye voces, guitarras, cajones y palmas pero, desde hace ya varias décadas, se ha impuesto la interpretación de marineras norteñas con banda de música, ensambles a los que generalmente vemos tocando himnos y marchas de guerra. El repique de tarolas marca siempre el inicio de cada tema y la resonancia profunda de trombones, trompetas y tubas realza cada una de las canciones, definiendo la línea melódica y reemplazando a la voz humana. En las décadas de los setenta y ochenta se grabaron emblemáticos discos de marineras instrumentales. Los de la Banda de la Guardia Republicana, la Banda Santa Lucía de Moche y la Banda San Miguel de Piura son los más conocidos, grabados durante la década de los años setenta, en pleno auge nacionalista.

Una de las variantes más espectaculares de la marinera es aquella en la que el bailarín es reemplazado por un chalán quien, montado en un caballo peruano de paso, lo hace bailar con la mujer que gira y zapatea frente al hermoso animal, adornado con cintas y escarapelas con los colores de nuestra bandera. En la inauguración de los Juegos Panamericanos Lima 2019, que pasó de ser el evento más comentado como orgullo de la peruanidad frente al mundo a ser intencionalmente desaparecido de la memoria colectiva local por haberse realizado durante la gestión presidencial de Martín Vizcarra, se incluyó un segmento en que se lució esta forma de presentar la marinera. 

Otra versión, más moderna, es la que se baila en grupo, una modificación que los más puristas no aceptan del todo, ya que la marinera es esencialmente un baile de pareja. Se trata de unas coreografías planificadas con extremado cálculo y disfuerzo, ideales para restaurantes turísticos y para acercarlas a públicos de gustos homogéneos, que siguen la estética de los musicales de Broadway o las puestas en escena de música irlandesa, muy de moda en el mundo globalizado, pero que tiende a desnaturalizar las estampas auténticas de la romántica interacción individual que caracterizan a la marinera.

Todos los años, desde 1960, se realiza el Concurso Nacional de Marinera, en el que cientos de parejas de distintas edades compiten frente a jurados especializados. Aunque comenzó con mucho apoyo, en la actualidad el concurso tiene serios detractores que cuestionan la rigurosidad de los criterios de evaluación, algunos estilos de baile e incluso los resultados. Existen también denuncias de favoritismos, premios amañados y hasta boicots entre participantes. Por tercer año consecutivo, a raíz de diversos problemas de permisos no concedidos por un alcalde de Trujillo hoy vacado, el certamen se realizará en el Callao y no en la emblemática capital de La Libertad, hoy tomada por la delincuencia. No es que en el Callao o en Lima las cosas sean mejores o más seguras pero bueno, es lo que hay.

El concurso dura toda una semana, pero la atención se concentra en la gran final. Durante ocho horas, las parejas finalistas compiten para obtener los preciados primeros lugares, en una actividad que une a la comunidad de la marinera -familias, academias, personajes notables, profesores, campeones de ediciones pasadas- y también al público en general que interactúa con sus pancartas y matracas mientras disfrutan de conocidas melodías como La concheperla (Abelardo Gamarra/José Alvarado “Alvaradito”, 1892), El turrón (Juan Requena Castro), Así baila mi trujillana (Juan Benites Reyes, 1981), Que viva Chiclayo (Luis Abelardo Núñez, 1947), Sacachispas (Luis Abelardo Núñez, 1955), San Miguel de Piura (Artidoro Obando García, 1911), El sueño de Pochi (José Escajadillo), y muchas otras, no tan conocidas.

Las categorías regulares del Concurso Nacional de Marinera son: Preinfantes, Infantes, Infantiles, Noveles, Junior, Juveniles, Adultos, Master. Y las categorías especiales: De la Unidad, de Oro, Campeón de Campeones. Las parejas se preparan durante todo el año ensayando, mandando a hacer sus trajes y cuadrando sus coreografías para dar lo mejor de sí en cada etapa del concurso. Cada año, miles de personas se congregan para ver a los mejores. Algunos de ellos llegan de otras ciudades del mundo. 

La marinera ha llegado al siglo XXI como uno de los más importantes símbolos de identidad nacional. En toda la zona del norte peruano, la marinera sigue cultivándose entre niños y niñas, quienes la aprenden a bailar desde el colegio: “Yo bailo marinera desde los 9 años. Todos mis compañeros de clase bailan marinera. No todos han estado en clases de academia, pero el colegio incluía dos horas de baile en la semana”, nos cuenta una joven trujillana de la generación millenial, pero que ha desarrollado amor, identificación y respeto por esta linda danza nacional. “¡Bailar marinera me encanta!”, nos dice.

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[La columna deca(n)dente] Por décadas, Juan Luis Cipriani, figura destacadísima del Opus Dei y exarzobispo de Lima, fue presentado por sectores conservadores como un bastión de valores y principios. Para estos grupos, cuya expresión política se ha materializado en partidos de derecha y ultraderecha, como Renovación Popular, Cipriani representaba la «reserva moral», un faro ético en medio de las turbulencias políticas y sociales. Sin embargo, una mirada crítica revela que este discurso no solo fue falaz, sino también profundamente perjudicial para la salud democrática y ética del país.

El respaldo de Cipriani al régimen de Alberto Fujimori marcó un punto de inflexión en la relación entre Iglesia y política en el Perú. Durante los años noventa, mientras el fujimorismo consolidaba su control autoritario mediante mecanismos de corrupción, clientelismo y violaciones de derechos humanos, Cipriani se posicionó como un aliado estratégico. Su silencio frente a casos como las desapariciones o ejecuciones extrajudiciales en Ayacucho durante el conflicto armado interno, y su crítica constante a las organizaciones de derechos humanos, reflejan una subordinación de los valores éticos al poder político. Esta cercanía no puede interpretarse como neutralidad o mediación, sino como una forma de legitimación moral del gobierno fujimorista, que atentaba contra los principios democráticos.

Las denuncias de abuso sexual contra Cipriani y las sanciones impuestas por el Vaticano han destapado una crisis de legitimidad, no solo para él, sino también para los sectores que lo presentaron como un símbolo ético. Aunque Cipriani niega las acusaciones, las medidas disciplinarias de la Santa Sede confirman la seriedad de los señalamientos en su contra. Este desenlace ha expuesto la fragilidad del discurso conservador que lo erigió como «reserva moral», evidenciando que los valores que decía representar eran, en el mejor de los casos, selectivos y convenientes.

Resulta revelador que los partidos de derecha y ultraderecha hayan adoptado a Cipriani como su referente moral, mientras promovían agendas políticas basadas en el autoritarismo, la exclusión y el desprecio por los derechos fundamentales. Este fenómeno no es exclusivo del Perú; en América Latina, las alianzas entre sectores religiosos conservadores y fuerzas políticas reaccionarias han sido una constante, reforzando estructuras de poder que perpetúan desigualdades. Cipriani, lejos de ser un faro moral, fue una herramienta de estas agendas, un símbolo utilizado para justificar políticas que, en muchos casos, contradecían los principios éticos más básicos.

La figura de Cipriani como «reserva moral» fue, en esencia, una construcción política más que una realidad ética. Su legado es un recordatorio de los riesgos de mezclar religión y política, de convertir a líderes eclesiásticos en figuras intocables y de permitir que intereses políticos se disfracen de valores morales.

Para los católicos, las sanciones contra Cipriani han sido un golpe devastador a la confianza en sus líderes religiosos. Para la opinión pública, su caída representa una oportunidad para reflexionar sobre la necesidad de construir referentes éticos que no dependan de alianzas con el poder, sino de un compromiso genuino con la justicia, la verdad y los derechos humanos. En última instancia, la lección que deja el caso Cipriani es clara: la moralidad no puede ser monopolizada por una ideología ni instrumentalizada por intereses políticos. Solo cuando se pone al servicio de toda la sociedad, y no de unos pocos, puede aspirar a ser verdaderamente legítima.

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