Opinión

[PIE DERECHO]  “De acuerdo con Lorenzo Eguren, en los últimos 30 años el Estado invirtió US$6,321 millones en Olmos, Chavimochic, Pasto Grande, Majes-Siguas, Jequetepeque-Zaña y Chira-Piura, que han añadido más de 200.000 hectáreas de tierras en la costa. De esta cantidad, el Estado solo recuperó US$462 millones (el 7% de lo invertido)”, señala Humberto Campodónico en su último artículo.

Ratifica lo que venimos diciendo hace tiempo: las irrigaciones son un caso de hipermercantilismo supremo, en el que se destinan ingentes recursos públicos para subsidiar una actividad económica privada en particular. En el caso mencionado, a los grandes grupos empresariales agrícolas, que aprovechan muy bien este regalito estatal.

Propuse que se establecieran unidades agrícolas más pequeñas para generar una red de medianos empresarios agrícolas. Se me dijo que eso no era rentable, por el costo técnico de disponer las tomas de agua. Bueno, pues, que las subsidie el Estado, como ya subsidia toda la operación.

En otros países, son unidades pequeñas y medianas las que componen el grueso de la actividad agroexportadora, formando consorcios absolutamente rentables. Algo así podría lograrse en estos proyectos de irrigación obteniendo un beneficio social inmensamente superior al que hoy se logra, al entregarle estas tierras subsidiadas a megagrupos inversores.

Si a quienes alientan este tipo de esfuerzo estatal, este gran subsidio no les importa, en aras de la mejora de un sector privilegiado, pues entonces, que no se hagan ascos en apoyar la ley de promoción de la industria que la Sociedad Nacional de Industrias viene promoviendo y que tantas críticas ha merecido. Al final de cuentas, los industriales no tienen por qué ser menos que los agroexportadores.

Desde un punto de vista ortodoxo liberal, no debería haber privilegios para nadie y debería dejarse al mercado actuar libremente. Pero eso no sucede en el Perú (por ejemplo, mientras existan las AFP de contribución obligatoria no habrá libre mercado en el país) y, todo lo contrario, con el tiempo se ha ido perforando el modelo económico liberal que parcialmente se había instaurado a mediados de los 90.

Beneficios para todos o para nadie. La segunda opción es la correcta, sobre todo en un país donde el Estado es débil e ineficiente, en alguna medida por falta de recursos. A quienes saltan hasta el techo, con razón, por el despilfarro de la refinería de Talara, quisiera escucharlos haciendo lo mismo con el impresionante apoyo estatal a actividades productivas privadas, como la reseñada al inicio de este artículo.

 

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Humberto Campodónico, Inversiones Estatales, Irrigaciones, Modelo económico

Resulta evidente que toda construcción jurídica debe tener presente su efectividad y que el sentimiento que de ello brota está fundado en la convicción de que determinadas normas escritas o consuetudinarias son convenientes y justas para convivir. Dice Pablo Lucas Verdú, el reconocido jurista español, que las normas jurídicas, siendo la Constitución la de mayor jerarquía, calan profundamente en la sociedad y se incorpora en la vida social cuando los ciudadanos la sienten como algo suyo.

Afirma ese autor, “cuando un ordenamiento jurídico es capaz de suscitar amplia e intensa adhesión efectiva a sus normaciones y, sobre todo, a sus instituciones que más enraízan con las bases sociales, entonces tal ordenamiento es algo vivo, (…) penetra en la entraña popular y entonces es ordenamiento sentido”. Cuando se dice que la ley se obedece pero no se cumple, el mandato legal no puede llevarse a cabo, simplemente porque no complace a los ciudadanos. En efecto, y cito nuevamente a Lucas Verdú,  una Constitución vívida lo es, en gran parte, porque es sentida por el pueblo y aparece como símbolo político que tiene sentido por su función integradora”.

Pues bien, eso no ocurre en el Perú de nuestros días. Hemos tenido varias Constituciones y es posible que la mayoría de los ciudadanos en cada ocasión no haya entendido su propósito. No es que no existan personas que entienden y desean vivir y practicar conductas y comportamientos que estén cercanos a ese sentimiento de unidad y de propósito que se expresa en una Constitución; claro que las hay, pero son minoría. Son varias las razones para que ello sea así. La primera es que la mayoría de la población no conoce el sentido de un acuerdo constitucional. Otra, el bajo nivel educativo que impide comprender las ventajas de un acuerdo de esa naturaleza. También la circunstancia de ser un país con marcos culturales diversos, tanto en sus orígenes como en la tabla de valores que propone, y que no han logrado una paridad en la estima de las mayorías. Finalmente, no puede olvidarse a los gobiernos alejados de los intereses mayoritarios y a una representación política de baja calidad. Todo ello hace difícil poder gozar de los beneficios de un pacto consensuado, armónico y con propósito duradero.

Se puede expresar de muchas maneras, pero la conducta de la mayoría de nuestros gobernantes y de las mafias que eventualmente los rodean tienen una evidente acción destituyente, porque lesionan y debilitan aquellas instituciones creadas para que los gobiernos sean eficaces y constructivos, dentro de las variadas propuestas políticas de carácter democrático. Los míseros intereses de corto plazo pugnan por establecerse transitando en compañía de aquellos que les ayuden a consolidarse. Hay que reconocer que son conductas que a muchos les parecen aceptables, pues consideran que son el necesario tránsito para obtener y gozar de las ventajas del poder o de la ausencia de éste. Son estas vías destituyentes las que hacen perder sentido a un acuerdo constitucional sólido. Prácticamente todas las tiendas políticas están implicadas en esa desventura, y no se aprecia en su fragmentación real una vía de superación. Encono, resentimiento, avaricia y ausencia de aprecio a la nación están vigentes.

Lo anterior supondrá para algunos que, como consecuencia de lo dicho, la campaña por una Asamblea Constituyente sea imprescindible y su reclamo justificado, creyendo que ello nos traerá paz, alegría y superación. El deseo es comprensible, pero no habrá ningún texto, en las circunstancias actuales, que haga posible un acuerdo armónico, ensamblado con esperanza y confianza en el prójimo, con un futuro pleno de posibilidades. No se trata de cambiar un texto por otro. Los males que nos agobian van mucho más allá de un texto constitucional.

En esa campaña destituyente que vivimos hay un par de elementos más a considerar. La información y la libertad de expresión  deben ser equitativamente distribuidas en el país, lo que no ocurre actualmente con medios de comunicación concentrados y descaradamente parcializados, y con tecnologías utilizadas para la ofensa y la maldad. La otra, la necesidad de superar el discurso religioso que pregona sin descanso, y así ingresa a los hogares, que lo que vale para “salvarse” después de la muerte es una ética de máximos supra racionales, que hace difícil entender la necesidad de una ética de mínimos, que pueda ser compartida y defendida por todos. Esta última significa la vigencia de una ética cívica que nace de la convicción de que somos ciudadanos, no súbditos, y capaces en consecuencia de tomar decisiones de un modo moralmente autónomo. Lo que comparten los ciudadanos no son entonces determinados proyectos de felicidad, porque cada uno tiene su propio ideal de vida buena, que son las éticas de máximos morales. Lo que se requiere es aceptar unos mínimos morales que sean compartidos porque los distintos grupos sociales han llegado a la convicción de que son valores y normas a los que una sociedad no puede renunciar sin hacer dejación de su humanidad. (Adela Cortina, 2000)

¿Qué significa un pacto roto? Pues que aquellos que han sido elegidos o nombrados para gobernar y trabajar en las instituciones y oficinas estatales son  a la fecha en amplia mayoría defensores de intereses mezquinos, y que están incapacitados para hacer posible un pacto común. Y que los más educados o con mejor situación no tengan verdadero interés por el futuro de su comunidad. Desgraciadamente, la mayoría de los promotores de una nueva ley de leyes sigue el mismo guion que el de las asambleas bolivarianas, como la actual de Venezuela, donde el proceso se ha dado radicalmente fuera de cauces democráticos mínimos. En efecto, la propuesta actual de una Asamblea Constituyente no tiene como finalidad encontrar un texto que convoque a todos haciendo uso de su función integradora. Tiene, más bien, un propósito partidario y coyuntural, para hacerse cargo de un gobierno, quizás totalitario. De otro lado, los defensores de la Constitución vigente, en especial de su régimen económico, son reacios a aceptar cualquier reforma, pues son dogmáticamente extremistas. Por cierto, esta calificación tiene excepciones, porque algunos creen que será un paso adelante formular una nueva Constitución para lograr la unidad nacional, dada la falta de legitimidad de origen, aunque no de ejercicio, de la actual Constitución fujimorista.

Es penoso comprobar que la actual generación del bicentenario ha fracasado, a diferencia de la correspondiente al centenario, pues ha neutralmente aceptado, con la excepción de una minoría patriota y austera, que se ha producido un vaciamiento democrático, ahondando una enemistad histórica con la institucionalidad y la confianza en el otro. Es inexistente, por ejemplo, el lugar que ocupa la política regional en el debate público. Por ahora no hay nada parecido a una carrera política que asuma como desafío revitalizar el proyecto país de unidad nacional. La mayoría de los actuales promotores para convocar a una Asamblea Constituyente, así como sus extremistas opositores, consideran inaceptables las varias reformas que deben incorporarse al texto de la Constitución del 93, tanto en el régimen político como económico. Son sin duda, ambas, conductas destituyentes y antidemocráticas. Cuando ello se supere, entonces habrá llegado la hora de plantearse formular una nueva Constitución que con gran exigencia nos haga a todos “firmes y felices por la unión”.

Es preciso luchar, entonces, para que pueda reconocerse una ética de mínimos común para todos los peruanos y que tenga como cimiento al concepto de dignidad humana, un principio de resistencia contra los tiranos. La dignidad es el bien verdaderamente universal. El artículo 1 de la Constitución vigente señala que “la defensa de la persona humana y el respeto a su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”, cláusula pétrea que soporta al actual –y esperamos también que al futuro- edificio constitucional peruano. El respeto a la dignidad humana se asienta en el reconocimiento que todas las personas tienen los mismos derechos y ella no puede existir sin libertad, justicia, igualdad y pluralismo político.

[PIE DERECHO] Sí hay un conflicto de interés en el hecho de que los congresistas actuales aprueben una reforma constitucional que permita la reelección congresal inmediata y eso los beneficie a ellos, como me señala Carlos Anderson, quien votó en contra por esa razón, pero en este tema, el bien superior supera cualquier atingencia formal menor.

La bicameralidad es superior a la unicameralidad. Bien diseñada -esperemos que lo haga en adelante el Congreso, tiene tiempo para ello- es un salto de calidad institucional política y ya lo apreciaremos en el futuro. Pero requiere reformas consecutivas: la realización de las primarias, la renovación por tercios o mitades, la puesta en marcha de un diseño institucional representativo distinto al distrito nacional, etcétera. Si no se hace ello, como bien ha dicho el constitucionalista Luciano López, solo se estaría reproduciendo la mediocridad.

De paso, nos parece una gran noticia que el Congreso vigente empiece a emprender reformas en lugar de dedicarse al oficio ruin de destruir la institucionalidad democrática del país (esperemos que no insista con su intento de descabezar la Junta Nacional de Justicia) o a dar muestras impunes de inmoralidad (niños, mochasueldos, viajeros irresponsables, etc.).

Si completara la reforma política y desplegase al menos una más -sugiero la de la regionalización- y reactivara la función fiscalizadora puesta de manifiesto esta semana con la justificada censura al ministro del Interior, Vicente Romero, ya habríase producido un upgrade congresal significativo.

El Congreso es una entidad desprestigiada acá y en las democracias de todo el planeta. Como alguna vez me dijo el excongresista Daniel Abugattás, “al día siguiente de haber juramentado, ya la gente me mentaba la madre en la calle”. Eso es inevitable, en gran medida, pero al menos se puede lograr tasas de legitimidad si se abocase a tareas que le importen a la ciudadanía.

No lo veremos ahora, nos queda claro. Este es un Parlamento infiltrado por las mafias delictivas, políticas y empresariales, y más que deberse al pueblo, la mayoría de congresistas se debe a ellas. Pero, quizás sin ser plenamente conscientes de lo que han hecho, con la aprobación de la bicameralidad y la reelección, han dado un paso virtuoso para la mejora institucional de la democracia peruana. Y eso hay que aplaudirlo.

La del estribo: si hay una persona que merece mi admiración es Mario Vargas Llosa. Por su brillantez intelectual, su entereza moral, su impresionante capacidad de trabajo y sinfín de otras virtudes que sería larguísimo enumerar. Como lector de todos sus libros, solo queda lamentar que haya decidido renunciar, por razones atendibles, a la escritura de novelas, pero se despide con una pieza magistral, Le dedico mi silencio, donde, a propósito del vals criollo, nos da una lección de peruanidad. Hay que respetar esa decisión. Quiero recomendar dos reportajes. Uno es el último capítulo -se supone- de la serie Una vida en palabras, una conversación entre nuestro novelista y su hijo, Álvaro, donde hablan de la última novela. El otro es un viaje que realiza con sus tres hijos (Álvaro, Morgana y Gonzalo) a Puerto Eten, lugar clave para entender la vida del protagonista de la novela mencionada. Documentales imperdibles. Ambos en Youtube.

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Bicameralidad, Institucionalidad, Legitimidad, Reelección congresal

La inconstitucional inhabilitación de dos miembros de la Junta Nacional de Justicia (JNJ) por parte del Congreso peruano ha desatado una intensa ola de indignación y preocupación en la sociedad civil nacional e internacional. Esta acción, impulsada por una alianza tácita entre Fuerza Popular y Perú Libre y otros partidos, no solo representa un ataque frontal a la democracia peruana, sino que también pone en peligro la autonomía e independencia del sistema judicial y electoral.  

Es evidente que el objetivo de esta destitución inconstitucional es evitar que la JNJ investigue y sancione a fiscales y jueces corruptos, muchos de ellos con estrechos vínculos con el Congreso. La impunidad con la que operan estos personajes es una amenaza para el estado de derecho y para la confianza de la ciudadanía en las instituciones democráticas.

La figura de Patricia Benavides, fiscal de la Nación suspendida en sus funciones, se encuentra en el centro de este escándalo. La fiscal que la investiga ha presentado indicios razonables que la señalan como responsable de negociar impunidad a cambio de votos para desmantelar la JNJ e inhabilitar a Zoraida Ávalos por cinco años para el ejercicio de la función pública. Estos hechos son un claro ejemplo de la cooptación de decenas de congresistas por Benavides. 

La actitud prepotente y el desprecio por las normas democráticas que imperan en la mayoría de las bancadas del Congreso nos retrotraen a los oscuros días del fujimorismo. Ebrios de poder, los congresistas, en un flagrante caso de conflicto de intereses, se han arrogado el derecho de destituir a miembros de la JNJ sin siquiera considerar las graves consecuencias de su accionar.

La alianza entre Fuerza Popular y Perú Libre, dos fuerzas políticas que aparentan ser antagónicas, es un factor que agrava aún más la crisis política. Esta unión, motivada por la búsqueda desesperada de impunidad para sus líderes, Keiko Fujimori y Vladimir Cerrón, no solo representa un peligro real para la supervivencia de la democracia, sino que también revela la profunda crisis moral que atraviesa el país. La alianza entre ambos partidos transmite el mensaje que los intereses personales y de grupo están por encima del bienestar común, y que la ética y la transparencia no son valores importantes en la gestión pública y el quehacer político. 

La grave crisis política que vive nuestro país exige un esfuerzo conjunto sin precedentes de diversos sectores para defender la democracia, la justicia, los derechos humanos y el estado de derecho. Si no actuamos ahora, las consecuencias serán graves: el estado de derecho se debilitará aún más, con graves consecuencias para la seguridad y la estabilidad del país; la corrupción seguirá siendo un problema generalizado, impidiendo el desarrollo económico y social; la calidad de la democracia se deteriorará, poniendo en riesgo la libertad y el bienestar de todos los peruanos; y el riesgo de una deriva autoritaria se acrecentará, amenazando las bases mismas de nuestro sistema político.

No existe una solución mágica ni un único responsable, sino una responsabilidad compartida que nos interpela a todos. Es hora de hacer política, una política democrática que priorice el bien común por encima de los intereses particulares, que fomente el diálogo y el consenso entre todos los sectores sociales y fuerzas políticas. Los partidos políticos democráticos, especialmente sus líderes, tienen la responsabilidad histórica de estar a la altura de las circunstancias tan delicadas que enfrenta el país y actuar en consecuencia. No podemos permitir que la indiferencia o la resignación nos arrebaten la esperanza. Es tiempo de actuar con firmeza y determinación para construir un presente y un futuro mejor para el país.

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Democracia, dictadura congresal, Fuerza Popular, JNJ, Perú Libre

Los últimos tres meses han sido los más calurosos registrados y, con febrero, son nueve los récords mensuales consecutivos provocados, de acuerdo con el último boletín climático mensual publicado por el Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S).

Según los datos de C3S, la temperatura terrestre en febrero superó en 1,77 °C, el promedio de la era preindustrial. En un lapso de 12 meses, comprendido entre marzo del 2023 y febrero del 2024, hemos vivido el año más caluroso registrado, con temperaturas que sobrepasaron en 1,56 °C los valores de referencia históricos

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) atribuye estas temperaturas extremas tanto al fenómeno El Niño como a la acumulación de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera, impulsada por las actividades humanas con el uso de los combustibles fósiles.

Así, si bien se baten records mensuales de calor también batimos otros récords que son producto de nuestras malas decisiones: 

  • El 26 de noviembre de 2023 se registró un récord de pasajeros en los aeropuertos de Estados Unidos. En total, hubo 2,884,783 millones de viajeros en un día.
  • El consumo de carbón en el mundo alcanzó un récord en 2023, después de que se quemaran 8.530 millones de toneladas de este combustible fósil.

Ya no hay que tener cuidado con el cambio climático si no que está pasando. Perú es uno de los países más afectados por la crisis climática debido a nuestra diversidad de ecosistemas y que nos pueden llevan a tener una inseguridad alimentaria además de un estrés hídrico.

 Es tan urgente como una obligación que todos nos involucremos y tomemos medidas, desde el sector privado y público pero también desde la comunidad.

También, debemos acelerar nuestra capacidad de adaptación. Realizar procesos de ajuste al clima real o proyectado.  Por ejemplo, nuevas variedades vegetales que resistan las sequías y el calor.

Como verán, este no es un llamado a la desesperación si no a la acción.

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calor, cambio climático, Febrero, temperatura

El pasado sábado 10 de marzo, el presidente chileno Gabriel Boric fue entrevistado por el Diario El País de España. Este diálogo encontró al joven mandatario en el mediodía de su gestión, luego de despertar enormes expectativas por representar el encumbramiento de una nueva generación de la izquierda latinoamericana. Sin embargo, la frustrada constitución, los conflictos sociales, el álgido debate político, y la cuestión de la inseguridad ciudadana, novísima en el vecino país, nos muestran a un mandatario más reflexivo y autocrítico, pero siempre optimista. 

1.Son cuatro las lecciones que Boric le deja a la región y, principalmente, a sus izquierdas. La primera tiene que ver con la vuelta a la tolerancia política, a la recuperación del diálogo y el talante democráticos. Se destaca su autocritica, enunciada en su discurso de homenaje pronunciado durante las exequias al trágicamente fallecido presidente Sebastián Piñera. Entonces dijo Boric que sus invectivas fueron más allá de lo razonable, al comparar al desaparecido mandatario con el dictador Augusto Pinochet. Admitió que  “comparar al presidente Piñera, con quien tuve muchas diferencias, con lo que fue la dictadura, banaliza lo que fue la dictadura”.

Esta autocrítica ofrece mucho en el plano metatextual. En el mundo, y en América Latina, ya no dialogamos, ya no intercambiamos posturas, no creemos en la quimera del bien común, ni nos guiamos por el sentido común democrático. La república democrática se ha convertido en un marco formal en la que se desenvuelven acciones, contenidos y formas autoritarias absolutamente aberrantes. Esto sucede tanto a la derecha como a la izquierda. 

2. Una segunda lección que nos deja Boric es el llamado a la moderación de la izquierda. Por ello considera imprescindible “para que avancen las ideas progresistas de justicia social e igualdad que la izquierda y la centroizquierda trabajen unidas”. El mandatario chileno ha cuestionado las agendas maximalistas de la izquierda radical, contrastándolas con lo posible y con la voluntad de la mayoría de los chilenos.

Para Boric, la aplastante derrota del proyecto constitucional de la izquierda en el referéndum del 4 de septiembre de 2022 convoca a hacer política sin fanatismos. Este llamado contiene otro aún más relevante. En Chile ya existe una derecha extrema plenamente constituida, liderada por José Antonio Kast, quien alcanzó la segunda vuelta en las últimas presidenciales. 

En tal sentido, el fenómeno de polarización política que es representado por Donald Trump a nivel mundial, por Jair Bolsonaro en Brasil,  Javier Milei en Argentina, entre otros, ha sembrado sus raíces también en Chile. Para Boric, la salida no es combatir el radicalismo con más radicalismo, sino recuperar la sustancia de la democracia y la deliberación, el concepto de representación plenamente identificado con las demandas del pueblo quien legitima dicha representación. 

3. Aunque Boric no descarta la justa batalla cultural de las mujeres y de las disidencias, encuentra que otra enseñanza legada por el rechazo a los recientes proyectos constitucionales -uno de la izquierda y el otro de la derecha- es la urgencia de atender las agendas económica, social y de la seguridad. Para Boric, la derrota del 4 de setiembre de 2022 ha motivado un impostergable cambio de prioridades, tanto como la exigencia de un reencuentro “con el sentido común del pueblo”. Por ello coloca su énfasis en la mejora material de la calidad de vida de los chilenos y en lograr que los servicios y prestaciones del Estado se sitúen mucho más al alcance de las grandes mayorías.

4. Una cuarta y última lección que nos deja Boric apunta a la condena de la izquierda a todo autoritarismo y violación de los derechos humanos vengan de donde vengan.  A diferencia de otros mandatarios progresistas de la región, el chileno ha condenado las dictaduras y violación de derechos humanos en Cuba, Nicaragua y Venezuela. También lo ha hecho para los casos de El Salvador, de la invasión rusa a Ucrania y de las abominaciones sionistas en Gaza. De lo que se trata, dice Boric, es de colocar los derechos humanos por encima de cualquier color político, lo mismo que la lucha contra la corrupción.

Sobre este último flagelo, el mandatario chileno respondió a la pregunta sobre el caso Convenios, que implicó en investigaciones a su cercano aliado Giorgio Jackson, quien fue separado de su cargo. Ha dicho Boric que las consideraciones de carácter personal deben dejarse de lado en estas circunstancias y que “el ejercicio de la presidencia siempre tiene una dimensión de soledad reflexiva”

 

¿Cuántas veces vimos en el Perú a activistas pseudo-democráticos de izquierda volcarse a favor de Hugo Chávez? Este controvertido viraje motivó algunas reflexiones en el libro Demócratas Precarios de Eduardo Dargent. En sus páginas evoca cómo sus compañeros de lucha contra el régimen fujimorista se convirtieron, súbitamente, en entusiastas defensores de la dictadura chavista. Sucedió lo mismo con políticos de izquierda investigados por corrupción y casi justificados por sus adherentes, como si la corrupción fuese punible solo al provenir del contrincante y en el bando contrario sucede exactamente lo mismo. 

Me quedo con la siguiente idea: tras dos durísimos años al frente del Estado chileno, Gabriel Boric ha constatado que sólo los contenidos y las formas deliberativas de la democracia pueden garantizar una ruta transitable hacia consensos sociales, políticos y económicos imprescindibles para alcanzar el desarrollo y garantizar el bienestar. Adoptar posturas deliberativas y democráticas desde la izquierda podría no obtener una reacción análoga desde la extrema derecha. En cambio, podría aislarla y dejarla sola gritando, descalificando y denostando.

Por ello, para izquierdas y derechas democráticas que comparten la vocación del bien común, recuperar las formas del republicanismo, actualizadas a las exigencias del siglo XXI, podría sustanciar la arena política y dirigir la deliberación hacia un cambio de paradigma: uno más constructivo y alejado del esencialismo y la radicalidad. 

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Boric, Chile, Pinochet

Johanna Beck, nacida en 1983, ha sido vocera del Comité Asesor de Víctimas de Abusos de la Conferencia Episcopal Alemana, puesto para el que fue elegida en el año 2020. Por su compromiso contra el abuso de poder en la Iglesia, fue galardonada en 2022 con el Premio Herbert Haag en Lucerna (Suiza), que se otorga a personas y grupos, ya sea por publicaciones, conferencias e investigaciones que “promueven la libertad y el humanitarismo dentro de la Iglesia”.

¿Pero cuál es la historia de esta católica comprometida que lucha desde dentro contra los abusos en la Iglesia católica? Ella misma lo ha contado en su libro “Haz nuevo lo que te quiebra” (“Mach neu, was dich kaputt macht”, Herder, Freiburg im Breisgau), publicado en 2022.

Johanna Beck creció y se educó en un ambiente católico tradicional y conservador, bajo la sombra de la Katholische Pfadfinderschaft Europas (KPE) —en español Asociación Católica de Scouts de Europa—, formalmente miembro de la Union Internationale des Guides et Scouts d’Europe (UIGSE).

La KPE, a la cual pertenecía su madre, define su misión de la siguiente manera: «A través de la educación scout promovemos de manera integral a niñas y niños. De esta manera, pueden convertirse en personas cristianas responsables, que desarrollan sus habilidades y talentos, configuran sus vidas desde la fuerza de la fe y asumen responsabilidad por la sociedad y la Iglesia».

Suena bonito, pero la realidad era otra. Johanna recuerda que a los seis años escuchó una prédica del Padre Hönisch, fundador de la KPE en 1976, donde hablaba de una purificación de la humanidad a través de catástrofes y desgracias, provocadas por el abandono de la fe y la búsqueda desmedida de progreso. Por eso mismo había que vivir habitualmente en gracia de Dios y recurrir a los medios que Él ofrecía, en particular los sacramentos, con insistencia en la confesión por lo menos una vez al mes y la comunión frecuente unida a la participación en la Santa Misa. Tampoco había que olvidar las oraciones diarias, sobre todo del Santo Rosario, y en casa mantener una vela encendida ante la imagen de la Madre de Dios. Se trataba de una lucha del Diablo por cada alma, para alejarla del cielo. En el rechazo de Dios, Satanás y los ángeles demoníacos caídos estaban unidos con la humanidad incrédula e impía. Ni qué decir, parecía la versión alemana del Sodalicio de Vida Cristiana.

Eso ocasionó que Johanna tuviera una infancia plagada de miedos. Miedo a haber cometido un pecado y, por eso mismo, a ser castigada por Dios con una enfermedad o incluso con la muerte. Miedo a quedarse dormida antes de haber finalizado su oración vespertina, y así abrirle una puerta al Diablo. Y sobre todo terrible miedo a la gran “batalla final” entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás, de la cual sólo podrían salir indemnes aquellos que hubieran llevado una vida libre de pecado. «Continuamente nos sugerían: has fallado, has hecho algo mal, has pecado. Es muy difícil salir de eso y con eso trabajan también grupos como la KPE. […] El miedo de los miembros y la baja autoestima les da poder a los líderes», señalaría Johanna Beck durante una presentación de su libro.

A los once años se une formalmente a las chicas scouts , estando obligada a cumplir mandatos como «una scout es pura en pensamientos, palabras y obras» y «una scout se domina a sí misma, ríe y canta en medio de las dificultades». Y es en ese momento que también entra en su vida un sacerdote, a quien llama con el seudónimo de Padre Dietmar, un clérigo de figura corpulenta, pantalones de pana negros gastados y mirada penetrante que le resulta desagradable desde un principio. De talante jovial y suelto, le gustaba contar chistes lúbricos que eran festejados por sus seguidoras femeninas con risas histéricas.

El Padre Dietmar era omnipresente en los campamentos de las chicas scout. Las acompañaba en sus actividades recreativas, durante las comidas comunitarias, celebraba Misa y otras actividades de oración, y se enfrascaba en largas divagaciones sobre “la pureza y la castidad”, su tema preferido. Y, por supuesto, las chicas debían confesarse con él, pero no en un confesionario con tabique separador, sino en el bosque, en salas de reuniones o en habitaciones libres de miradas ajenas. La sexualidad, bajo el pretexto de la “práctica de la castidad”, era un tema que siempre afloraba en él, no sólo en la confesión sino también en las charlas y ejercicios espirituales. Se sentía responsable de la castidad de las jóvenes, de modo que éstas debían vestir faldas hasta los tobillos y les estaba vetado usar ropas de baño incluso en el verano (“de otro modo me sentiría tentado por vosotras”). A las chicas sólo les estaba permitido bañarse tarde de noche en una zona protegida por lonas, las cuales no impedían ciertas maniobras voyeuristas del Padre Dietmar.

Todo esto lo había guardado y arrinconado Johanna en el baúl de su memoria de Johanna, hasta el verano de 2018, durante unas vacaciones en Italia con su esposo e hijos. En ese momento, leyendo en su teléfono móvil una noticias sobre abusos sexuales clericales en Estados Unidos, la asaltan flashbacks de un par de momentos con el Padre Dietmar:

«Estoy en un campamento, en el bosque, allí siempre tenemos que confesarnos (“para que sólo el buen Dios escuche tus pecados”). Tengo once años. He preparado un papelito, como me enseñaron en la catequesis de la Primera Comunión. Allí está escrito: “1. Contradecir a mis padres. 2. Molestar a mis hermanos”.

Eso es lo que expreso. Sin embargo, al cura del campamento, el Padre Dietmar, eso no le interesa: “Sí, sí, pero ¿qué hay de los pecados contra la castidad?” Indaga, utiliza palabras que como buena niña católica yo nunca había escuchado, quiere detalles que no entiendo. No entiendo nada y aún así me doy cuenta de que algo no está bien, que se trata de cosas que no vienen a cuento en una confesión. El sacerdote pregunta, indaga, quiere saber más, escucha y resopla ruidosamente. Este resuello se ha grabado tan fuertemente en mi memoria que casi puedo seguir escuchándolo aquí, en nuestra habitación en Italia. Soy incapaz de levantarme».

El otro recuerdo es más punzante:

«Soy un poco mayor. La sala de reuniones con cortinas cerradas y puerta cerrada, sobre nosotros un gran crucifijo. El mismo sacerdote, de nuevo solo le interesan las “faltas contra la castidad”. Estoy de rodillas en el suelo, él se sienta frente a mí. Muy cerca. Puedo oler su sudor, primero miro su cuello de sacerdote, luego al suelo. Sus muslos separados me rodean, sus manos se mueven hacia mí, de nuevo ese resuello. Tengo miedo, no quiero esta cercanía, no quiero sus manos y no quiero hablar sobre lo que me pregunta. Me parece enorme, amenazante, no me atrevo a liberarme de esta posición y huir. Él hace de nuevo sus terribles preguntas: “¿Te has tocado de forma impura? Y si es así, ¿también has tenido pensamientos impuros? ¿En quién has pensado entonces? ¿Qué has hecho exactamente? ¿Te has tocado en tu XX?”, etc. Tengo miedo. En realidad, no tengo nada que contar, pero puedo intuir qué es lo que realmente está pasando aquí. Una voz dentro de mí me dice: ¡TIENES QUE SEGUIRLE LA CORRIENTE! Dile algo, o algo mucho peor podría pasar. Así que lo dejo pasar e invento algo, solo para que esté satisfecho y finalmente me deje en paz, no sin antes inculcarme la mortificación de mi cuerpo y mis sentidos…»

Es entonces que Johanna reconoce recién con claridad que ha sido víctima de abusos sexuales, ocurridos principalmente de manera verbal y psicológica como abuso de conciencia, y que esos recuerdos habían estado reprimidos en su psique, pero que ahora surgían con una fuerza que sacaba su vida de sus carriles.

Ciertamente, tras terminar sus estudios escolares había mandado al cuerno no sólo a la KPE sino también su fe católica. Pero cuando muchos años después tiene su primer hijo, opta por dejarlo bautizar y comienza a estudiar teología por su cuenta, para descubrir que la estrecha ideología católica que le habían inculcado en la KPE poco o nada tenía que ver con la amplitud y riqueza de la auténtica doctrina católica, que habla de un Dios compasivo y amistoso, que ama la libertad y está al lado de los marginados y heridos. Descubre cuán falso, problemático y tóxico había sido todo lo que le habían insuflado de niña. Su regreso a la Iglesia católica pasará por el encuentro con una comunidad parroquial de Stuttgart, amable y comprensiva, guiada por un párroco empático que le presta oídos a su historia y la apoya en su proceso de superarla. Johannna Beck, atemorizada ante la posibilidad de estar sufriendo una especie de síndrome de Estocolmo, al final opta por regresar a la Iglesia católica, a la cual siente como su patria espiritual, pero con una condición que ella misma se impone: tiene que comprometerse y hacer algo a favor de cambios radicales en la Iglesia católica y, de esta manera, evitar en lo posible que sigan habiendo víctimas de abusos.

En el año 2021, Johanna Beck declaró ante la Comisión de Abuso Sexual de la Diócesis de Rottenburg-Stuttgart. Critica que en la jurisdicción del Obispado de Oldenburg no pudo presentar una denuncia contra el clérigo abusador, sino que sólo pudo hacer una declaración como testigo. Según el derecho canónico, el proceso se lleva a cabo como una infracción contra el celibato y no como una violación de la dignidad humana y de la autodeterminación sexual.

Entre las propuestas que ha planteado Johanna Beck para reformar la Iglesia están las siguientes:

  • Una investigación exhaustiva, rápida e independiente de los casos de abuso, así como justicia para los afectados.
  • Establecimiento de una comisión de la verdad, de carácter independiente.
  • Modificación del Código de Derecho Canónico: el abuso debe considerarse como una violación del derecho a la autodeterminación sexual.
  • El reconocimiento de la condición de demandante, en lugar de testigo, de los afectados.
  • Espacios de narración y lugares seguros para los afectados como sitios de empoderamiento, interconexión, asistencia y recuperación.
  • Puntos de contacto diocesanos competentes para el abuso espiritual y para los adultos afectados por el abuso sexual.
  • Ampliación de los centros de asesoramiento ya existentes.
  • Un sistema de reparaciones no retraumatizante que sea adecuado para compensar las consecuencias de por vida y la complicidad de la institución.
  • Protección de las víctimas por encima de la protección de la institución.
  • Desjerarquización, control y democratización de las estructuras de poder eclesiástico.
  • Una lucha decidida contra el clericalismo.
  • Una reforma de la moral sexual católica.
  • Igualdad de género.
  • Autonomía y libre toma de decisiones de conciencia en lugar de obediencia.
  • Valoración y promoción del derecho a la autodeterminación sexual y espiritual.
  • Más desobediencia pastoral, empoderamiento y movimientos de base entre los fieles.

De que se realicen estos cambios depende la supervivencia de la Iglesia católica. Sin lugar a dudas.

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Hasta hace algunos años, todavía era posible ver mujeres en la música latinoamericana que le hacían frente, con valentía, agudeza y talento, a una práctica social de antiguo origen y robusta vigencia, que de vez en cuando se critica, pero sin atacar los problemas reales que lo mantienen vigente: el sexismo. 

Pienso, por ejemplo, en Andrea Echeverri (58), vocalista y líder de la banda colombiana Aterciopelados, poseedora de un estilo único, con canciones como El estuche (Caribe atómico, 1998) o Despierta mujer (Claroscura, 2018) que dejan clara su postura, además de mostrarla cada vez más sola en eso de llamar a las cosas por su nombre a la hora de combatir lo que hoy se denomina, eufemísticamente, “empoderamiento femenino” y que es, en realidad, la defensa del derecho a degradarse a sí mismas a cambio de dinero y fama, que tiene su punta de lanza en un asunto al parecer irrebatible, la voluntaria y muy rentable auto cosificación. 

Esta forma de explotación de la imagen femenina, perpetrada en el music business desde siempre -de lo subliminal/sugerente a lo explícito/descarado, según épocas y propósitos de expresión o generación de impacto- exhibe, en la actualidad, unos niveles de degradación vulgarizada al extremo, únicamente superados por la incomprensible aceptación social y comercial de la que goza dicha degradación. 

Resulta inevitable reflexionar sobre estos asuntos, luego de que el mundo occidental “celebrara” ayer, como cada 8 de marzo, el Día Internacional de La Mujer, de espaldas al verdadero sentido de esta efeméride, validando una serie de prácticas que son, consciente o inconscientemente, causa y consecuencia de diversos vicios sociales derivados del maltrato a la mujer, la lamentablemente “de moda” violencia de género y toda una gama de comportamientos antisociales -algunos sutiles, otros directos- y hasta crímenes que se amparan en la interpretación/manipulación mañosa de conceptos como libertad, popularidad, urgencias naturales, obsesión por la imagen y el cuerpo, adulación e independencia económica, un río revuelto en el que las mayores ganancias se las llevan, por supuesto, pescadores hombres.

Y lo celebró, por ejemplo, anunciando con bombos y platillos el inminente lanzamiento del próximo álbum de otra colombiana, Shakira (47), en el que va a reunir todas las tonterías inspiradas en su sonado rompimiento con el futbolista español Gerard Piqué (37), que viene publicando de forma dispersa, desde el año 2022, a través de calculadas y sobre producidas pataletas reggaetoneras, las cuales recubre de un aura reivindicativa falaz que es fuente de delirios y fanatizada admiración en toda una generación de distraídas mujeres jóvenes -y algunas ya no tan jóvenes- con el supuesto paso adelante en esto de la defensa femenina, bajo el mantra “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, en clara alusión a lo ganancioso que le resulta hacer caja aireando su vida privada, sin importar las consecuencias negativas que ello pueda tener, en el futuro mediato o inmediato, en otras personas, incluyendo sus propios hijos.

Esta es solo una muestra de un estado de cosas que promueve la superficialidad en el discurso social y artístico, a contramano de las históricas, justas y duras luchas femeninas en búsqueda del reconocimiento de su humanidad, las cuales son hoy atropelladas a diario por el endiosamiento y la “puesta en valor” de aquello que antes se combatía: el exhibicionismo como herramienta de ascenso social, dominio sobre los hombres y palanca de poder económico. 

La confusión sobre los roles y cambios socioculturales en la relación entre géneros, iniciada hace más de cuatro décadas, ha provocado que hoy, la mujer más fuerte sea la más procaz/agresiva, capaz de replicar comportamientos y lenguajes abusivos y brutales antes asociados solo a los hombres y de poner los escrúpulos atrás cuando se trata de “superarse” o “alcanzar sus objetivos”.

De esta forma, la grotesca farandulización materialista de la sociedad o lo que llamara, en su momento, Mario Vargas Llosa, “la cultura del espectáculo” tiene, entre sus principales manifestaciones y vehículos de expresión, a la música popular de consumo masivo, a ambos lados del Atlántico. 

Por ejemplo, hoy es común que las máximas estrellas del pop femenino en inglés -Dua Lipa (28), Miley Cyrus (31) y la larguísima lista de sus clones que salen cada 15 minutos, parafraseando a Frank Zappa en la introducción hablada de su clásico Punky’s whips (Zappa at New York, 1976)- sean una combinación de la desfachatez colorida, sugerente y reivindicativa de los primeros años de Madonna (65) y Cyndi Lauper (70) -entre 1983 y 1989- con la estética de las modelos de pasarela/redes sociales y hasta la “industria” del soft-porn tan vigente en internet. Todo enlatado dentro de un estilo musical homogéneo y predecible, perfecto para banales discotecas y para musicalizar los intermedios del Super Bowl.

En cuanto a la música en español, esto se concreta, por supuesto, en el odioso reggaetón y su vocación por lo abiertamente explícito cuando se trata de mujeres y lo que de ellas dicen los intérpretes más conocidos de ese producto que, como una infección tropical multidrogorresistente, se ha instalado ya desde hace casi treinta años en los organismos de toda clase de públicos. 

Una de las imágenes más representativas de esa degradación nos la regaló hace pocas semanas la National Public Radio de Washington (NPR) al incluir, en su famosa serie Tiny Desk Concerts, a Karol G (Carolina Giraldo Navarro, 33), también de Colombia. Rodeada de libros, la reggaetonera lanza sus aburridas canciones cargadas de esa visión cortoplacista y obsesionada con lo hedonista/material de lo que significa en estos tiempos ser “una mujer empoderada” que hace fantasear a sus seguidoras. 

La cereza de este pastel de confusión/manipulación de conceptos la podemos entender más si miramos a su banda en esa tocada libresca, conformada íntegramente por jóvenes chicas que desperdician sus innegables talentos para la interpretación musical con su militancia, escogida voluntariamente, en la facción más reaccionaria de este “nuevo feminismo” porque eso les garantiza éxito, popularidad en redes sociales, adulación y premios. Para nadie es un secreto que, quienes pagan por ir a conciertos o comprar canciones de artistas como Karol G o Shakira son mayoritariamente mujeres, generándoles ingresos millonarios que serían, en su extraña escala de valores, bálsamo suficiente para soportar el desagradable hecho de ser vistas como objetos sexuales por los sectores más cavernarios del público masculino en escalas globales. La otra posibilidad, también válida, es que ese «ser deseadas» sea también fuente de gratificación para ellas, adicional a la fama, las ventas y los likes.

No quiere decir que todas deban dejar de tocar música latina para convertirse en versiones modernas de Jacqueline du Pre (1945-1987) o Martha Argerich, la sensacional pianista argentina que hasta ahora da conciertos a los 82 años. Pero tampoco debería aceptarse, sin una pizca de pensamiento crítico, que el ideal vendido a las niñas y adolescentes que escuchan extasiadas, mañana, tarde y noche, las canciones de Karol G y afines, sea convertirse en “bichotas” -aumentativo castellanizado de “bitch”, vocablo en inglés que significa… ustedes ya saben qué significa- listas “pa’ borrar de sus teléfonos to’o lo que hicimo’ en el baño” parafraseando una de las letras de esta cómplice de barrabasadas de su compatriota Shakira.

Atrás quedaron los años en que los referentes musicales de las mujeres dispuestas a hacer respetar su dignidad eran artistas “de peso y sustancia” -citando una de las frases más recurrentes del recordado Marco Aurelio Denegri (1938-2018)-, artistas que, desde su juventud y rebeldía, preferían exhibir inteligencia y capacidad de argumentación, aunque les tomara más tiempo llamar la atención. Y no me refiero únicamente a las letras poéticas de Joni Mitchell (80) o al activismo social de Joan Baez (83), cuyas largas vidas constituyen la contraparte contemplativa de lo que fue la furia incontenible de Janis Joplin (1943-1970), de vida difícil y final prematuro. 

Desde que Aretha Franklin hiciera suya la composición de Otis Redding, Respect, para incluirla en su décimo disco, titulado I never loved a man the way I love you (Atlantic Records, 1967), mucha agua ha corrido debajo de los puentes de la música popular interpretada por mujeres. Y, con diversos altibajos, propios de cada época y dependiendo de los gustos siempre cambiantes/manipulables del público, se mantuvo medianamente clara la noción de que, desde sus actitudes y canciones, buscaban rescatar al género femenino del estigma de solo servir para satisfacer al masculino, incluso en aquellos casos en que la belleza fuese una de sus principales características. 

Si antes, por poner un ejemplo, las comunidades femeninas afroamericanas tenían a mujeres fuertes, socialmente incorrectas e incómodas para el establishment como Nina Simone (1933-2003) o Tina Turner (1939-2023), hoy tienen a Beyoncé (42) o Nicky Minaj (41) que pervierten esa idea de fuerza interior y la trasladan a la estética disforzada de los desfiles de modas -la primera- y la pornografía caleta -la segunda- encubierta con fondo musical en clave de rap, reggaetón y hip-hop.

De hecho, fue el cine el primer medio que, al estar basado en imágenes en movimiento, instaló en la cultura popular moderna la idea de la femme fatale -un concepto existente desde los años treinta del siglo XX- que tuvo en Marilyn Monroe (1926-1962) o Rita Hayworth (1918-1987), solo por mencionar a la volada dos nombres, a las pioneras de todo lo que pasaría después, para bien y para mal. La subcultura de los videoclips, asociada generalmente a la aparición del canal musical MTV -aunque en realidad la producción de videos había iniciado mucho antes, solo que no contaba con ningún medio especializado para su difusión exclusiva- abrió las puertas a esta vertiente que, con Madonna a la cabeza, comenzó con fuertes cargas de ironía y, hasta cierto punto, irreverencia, a usar el exhibicionismo como nueva bandera de poderío, siempre y cuando fuese intencional y voluntario. 

La publicidad, la televisión y el cine, con el paso de las décadas, fueron haciendo lo suyo, atizando el fogón a medida que imponían el relativismo aplicado a todo lo imaginable y una visión que, con el pretexto de la no censura y del avance de las ideas sociales, promovía la desaparición de límites cuando se trataba de artistas femeninas y cómo se presentaban ante sus públicos. Aun así, había diversos contrapesos que lograban marcar pautas y permitían al público digerir y discernir mejor el amplio catálogo de opciones musicales, definiendo así de qué lado de la historia estaba. 

Por ejemplo, en el pop-rock de los noventa surgieron Britney Spears, Christina Aguilera y las Spice Girls -a quienes podríamos llamar “las hijas de Madonna” en términos de imagen- pero también teníamos cantantes contemplativas -Tori Amos, Sarah McLachlan-, bizarras -PJ Harvey, Björk- o, simple y llanamente, buenas cantantes -Celine Dion, Alanis Morisette, Dolores O’Riordan- que recogían el legado de otras, más antiguas, como Grace Slick (Jefferson Airplane), Kate Bush, Grace Jones, Barbra Streisand, Debbie Harry, Patti Smith o las rockeras Heart y The Runaways. Un caso especial, casi podríamos considerar de estudio, es el de Mariah Carey (54) quien hizo el tránsito de brillante vocalista de soul y R&B, en la línea de Whitney Houston (1963-2012) a sinónimo moderno de la Navidad romántica, primero y, luego, a otoñal y disforzada diva de pasarelas.

La música popular en Hispanoamérica, cuya degradación está 100% representada por la hipersexualización que venden actualmente Shakira, Karol G y similares -con una enorme contribución, desde el crossover latino-norteamericano, a cargo de Jennifer López (54)- también tuvo serias representantes del verdadero poder femenino, consciente de su valor como individuos provistos de inteligencia, desparpajo y creatividad. Podemos mencionar, entre otras, la liberación sexual de la italiana Raffaella Carrà (1943-2021), la ronca voz de la española Rocío Jurado (1944-2006) o los aclares furibundos de la mexicana Lupita D’Alessio (actualmente de 69 años). 

Elegantes o sugerentes, serias o sarcásticas, esa clase de artistas femeninas llevaban el estandarte de quienes tenían cosas qué decir, lanzando sus musicalizadas descargas emocionales, las mismas que inspiraban a sus congéneres comunes y corrientes, de paso que ayudaban a las sociedades de su tiempo a entender que las cosas habían cambiado y que, aun siendo glamorosas y/o atractivas, eran mucho más que eso. Haciendo el mismo paralelo que hicimos con el pop-rock de los noventa, artistas como Ella Baila Sola (España), Marisa Monte (Brasil) o Las Chicas del Can (República Dominicana), desde arenas estilísticas muy distintas -balada pop, MPB, merengue- supieron desarrollar  una clara propuesta que las alejaba del exhibicionismo barato.

La música popular interpretada por mujeres es muy rica en matices e intenciones –ver esta nota– con excelentes y desafiantes creadoras, instrumentistas e intérpretes, más allá de los géneros o épocas. Pero hoy vivimos un ambiente en el que actitudes tóxicas y desubicadas son celebradas con premios, ventas millonarias, llenos totales y, lo que resulta más increíble, son aplaudidas a diario por un grueso porcentaje de públicos femeninos que, en el fondo, no desearía que sus hijas repliquen esos modelos conductuales en sus propias vidas. Por mi parte, agradezco que por cada cien mil Shakira o Karol G todavía aparezcan una Tal Wilkenfeld (37), una Gabriella “H.E.R.” Sarmiento (26) o una Esperanza Spalding (39), dispuestas a enriquecer el lenguaje musical femenino a contracorriente de lo que se espera de ellas gracias al influjo de lo que imponen las modas y los parámetros de la industria de música de consumo masivo. 

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8 de marzo, Cosificación, Día de la mujer, Karol G, reggaetón, Shakira

A principios de este año, la Policía Nacional del Perú (PNP) designó a la coronel PNP Shirley Asto Vargas como la jefa de la División de Tránsito y Seguridad Vial marcando un hito en la institución, al ser ella la primera mujer en ocupar un cargo de tal envergadura. 

Y pese al importante logro que esta designación implica para el proceso de cierre de brechas institucionales, la mayoría todavía persiste.

Del total de aproximadamente 134 000 mil policías en la PNP, solo alrededor de 23 000 son mujeres (entre oficiales y suboficiales) alcanzado un 17 % del total. A nivel de comisarías, podemos ver que este patrón es similar: de los casi 50 000 efectivos que laburan en esas dependencias a nivel nacional, solo cerca del 13 % de este personal consiste de mujeres.

Ahora bien, cabe destacar que las brechas a las que nos referimos no solo se limitan a la disparidad numérica entre hombres y mujeres dentro de la institución. Desde el ingreso de las primeras mujeres policías a la PNP en 1956, muchas veces se han reproducido roles de género en las labores que estas cumplen. Es así que todavía persiste un sentido común colectivo que determina los espacios, papeles y labores concretas que ellas realizan dentro de la institución policial. 

Existen determinados espacios y puestos dentro del esquema organizacional de la PNP que han sido históricamente feminizados. Las Oficinas de Participación Ciudadana (OPCs), que existen en cada comisaría a nivel nacional para fortalecer el vínculo entre la ciudadana y la Policía, por ejemplo, son muchas veces espacios ocupados por mujeres suboficiales porque se les atribuye una sensibilidad “femenina” propia del trabajo que “supuestamente” realizan estas dependencias. Lo mismo sucede con la representación del personal policial femenino en las denominadas especialidades funcionales vinculadas a la salud dentro de la PNP, como las auxiliares en enfermería y odontología que ocupan una proporción más equitativa a los efectivos masculinos.

Sin dejar de lado las brechas salariales y laborales, también existen otras brechas que son transversales a la presencia de mujeres en la fuerza laboral, incluyendo la PNP. La denominada “penalidad por maternidad”, término acuñado para referirse a la proporción de trabajadoras que al convertirse en madres inmediatamente dejan sus empleos para cuidar a sus hijos y asumir tareas domésticas alcanza el 40 % en el Perú; esta cifra asciende a un 41 %, para aquellas mujeres trabajadoras que luego de tener su primer hijo no logran reincorporarse a sus labores según un estudio realizado por la Universidad de Princeton y la Escuela de Economía de Londres. 

¿Cómo afectan las situaciones descritas arriba la posibilidad de que más mujeres policías mantengan constante su desarrollo profesional, logren ascensos, y así alcancen mayores grados y posiciones dentro de la institución? 

Sin duda, la respuesta a esta interrogante tiene múltiples aristas e intersecciones. 

Nuestras instituciones son, finalmente, un reflejo de quienes somos. Por lo tanto, no debería extrañarnos entonces que, conforme se vayan solucionando algunos de los puntos mencionados, se hagan más visibles también cambios necesarios en nuestra sociedad. 

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8M, Día Internacional de la Mujer, igualdad de género, Policía Nacional del Perú
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