Opinión

[La columna deca(n)dente] La decisión de Keiko Fujimori de proponer a su padre, Alberto Fujimori, como candidato presidencial de Fuerza Popular para las elecciones de 2026 se inscribe dentro de una estrategia política cuidadosamente orquestada. Varios factores son relevantes a tener en cuenta.

Fujimori fue presidente entre 1990 y 2000, un período caracterizado por cierta estabilidad política, económica y social. A pesar de haber sido condenado por delitos de corrupción y tipificados como de lesa humanidad, aún cuenta con un significativo apoyo entre ciertos sectores de la ciudadanía, especialmente aquellos que valoran su «mano dura» contra el terrorismo y su capacidad para estabilizar la economía tras el desastroso gobierno de Alan García (1985-1990). Keiko Fujimori busca aprovechar este legado y la imagen de su padre como un líder «fuerte y efectivo», apelando a la nostalgia de aquellos que añoran la estabilidad de su gobierno y de quienes recibieron beneficios durante su mandato.

Con la candidatura de Fujimori, Keiko Fujimori busca revertir la imagen negativa que rodea a su familia debido a la corrupción y violaciones de derechos humanos durante el gobierno de su padre. Esto le permitiría posicionar a los Fujimori nuevamente como una opción política viable, apelando a aquellos que aún creen en el «fujimorismo» como una alternativa política. La intención es crear una narrativa que subraye los logros de su gestión mientras se minimizan o justifican sus delitos.

Postular a Alberto Fujimori, creador del «pensamiento Fujimori», como lo resalta la congresista Rosangella Barbarán, permitiría a Fuerza Popular mantener su presencia en el escenario político nacional, pretendiendo unificar al «pueblo fujimorista» en torno a la figura del ex presidente y movilizar la base electoral «albertista». Esta estrategia busca consolidar a los seguidores más leales y, al mismo tiempo, atraer a nuevos votantes que se identifican con la narrativa de un liderazgo fuerte y eficaz.

Tras la excarcelación de Alberto Fujimori en diciembre de 2023 por «razones humanitarias», Keiko ha estado preparando el terreno para su regreso a la política. A pesar de saber que su postulación es inconstitucional, no duda en anunciarlo, buscando distraer a la opinión pública del juicio que enfrenta, pautar la agenda política nacional y reafirmar la identidad de Fuerza Popular en torno al legado de Fujimori. La candidatura también puede ser vista como una forma de consolidar su liderazgo dentro de Fuerza Popular, su desprendimiento y generosidad al comunicar la declinación de su candidatura presidencial a favor de su padre.  

Sin embargo, esta estrategia no está exenta de riesgos. La candidatura de Alberto Fujimori podría movilizar no solo a sus seguidores, sino también a una oposición antifujimorista decidida y vehemente. La memoria de las violaciones de derechos humanos y la corrupción de su gobierno sigue siendo un punto de conflicto significativo. Además, en la actual coyuntura, oponerse al fujimorismo implica también hacer oposición al gobierno de Dina Boluarte y a sus aliados en el congreso. Estos aliados tienen muy poco de partidos políticos y se asemejan más a unas organizaciones criminales.

Ya hay inscritos 30 partidos, de los cuales 20 son de centroderecha. Están en lista de espera veinte más, de los cuales por lo menos 10 también pertenecen a ese sector ideológico. En suma, lo más probable es que para el 2026 haya treinta candidatos de la centroderecha aspirando a llegar al poder.

Una vana ilusión. La fragmentación del voto, ante la ausencia de un líder aglutinador o superlativo respecto del resto, hará que el voto se divida. ¿A quién beneficia ello? A dos grupos políticos puntuales: la izquierda radical y el fujimorismo.

El autoritarismo que se vislumbra en las encuestas hará carne en estas elecciones gracias a la supina irresponsabilidad de quienes estaban llamados a armar frentes y coaligarse para presentar opciones sólidas, potentes, con capacidad de atracción popular lo suficientemente grande para asegurar, primero, el pase a la segunda vuelta con una buena representación parlamentaria y luego ganar las elecciones en la segunda vuelta, asegurando un lustro de estabilidad política.

Hoy se frotan las manos los desquiciados políticos de la izquierda (los Antauro, los Bellido y demás) y el entorno de Keiko Fujimori. Podrán repetir la fatalidad del 2021: el fujimorismo versus el radical antisistema, solo que esta vez pretenden que sea el padre, Alberto Fujimori -de dudosa posibilidad legal de poder hacerlo- quien sea el candidato y ya no la tres veces derrotada Keiko.

Quienes esperan que el 2026 se dé vuelta a la página a la crisis democrática que sufrimos desde el 2016, con mayor intensidad, se darán de bruces con la realidad: la derecha liberal o moderada ha cometido suicidio advertido al hacer que primen los egos individuales por encima de los intereses colectivos.

Es posible aún que se armen alianzas, pero las leyes desaniman ese propósito al exigir una valla más alta a tales agrupamientos, y, además, por lo que se ha visto, no hay el menor interés en casi ninguno de los candidatos de este sector en ceder a sus propias aspiraciones presidenciales.

A este paso, el país se encamina a un mayor debilitamiento de la democracia. Lo que hoy vemos con un Congreso destructor desatado será cosa de juegos respecto de lo que, en principio, se viene.

Tags:

candidatos 2026, elecciones 2026, Partidos políticos

Según la última encuesta del IEP, un 47% de la ciudadanía no apoya a la democracia. El 2022, el 19% se mostraba satisfecho o muy satisfecho con la democracia, este año ha caído a 13%. En sentido inverso, el 2022 el 81% se mostraba insatisfecho/muy insatisfecho, ahora lo está el 87%.

Asimismo, según la misma encuestadora, respecto de la posibilidad de un golpe militar -el caso extremo de violentamiento democrático-, mientras en mayo del 2022, el 43% -que ya era alto- lo justificaba, este año lo hace el 57%.

De otro lado, en otra pregunta del cuestionario, un 22% señala confiar mucho en las Fuerzas Armadas, mientras que solo el 4% lo hace en la Fiscalía de la Nación, 3% en el Poder Judicial y 2% en los partidos políticos.

Para seguir llenando el vaso, un 52% de la población dice no sentir ningún respeto por las instituciones políticas. Adicionalmente, ocho de cada diez personas señalan que sus derechos básicos no están protegidos por el sistema político. A la par, un 68% está poco o nada interesado en la política, la indiferencia letal que suele acompañar el “vaciamiento de la democracia”, concepto ampliamente estudiado en el recomendable libro Democracia Asaltada, que editan Rodrigo Barrenechea y Alberto Vergara.

Se cierra el círculo cuando se pregunta por la autoidentificación ideológica. Tanto en la derecha como en la izquierda predominan los extremos radicales por sobre las posturas moderadas.

No se puede culpar, por supuesto, a la ciudadanía de semejante brulote, porque la clase política peruana -si existe tal categoría en nuestro ecosistema- se ha encargado de demoler la confianza en la viabilidad democrática desde el 2016 en particular, pero también desde antes, cuando no había crisis políticas, pero la falta de reformas estructurales (salud, educación, justicia, seguridad, etc.) incubaron el enorme grado de insatisfacción con la supuestamente recuperada democracia después de la dictadura de los 90.

Lo que preocupa es el valor predictor que dicho estado de cosas puede tener sobre la contienda electoral del 2026, donde, de no cambiar las cosas, vamos a tener en auge candidaturas autoritarias, despectivas del Estado de Derecho democrático y que augurarán, de hacerse con el poder, un lustro complicado con la ya crítica institucionalidad democrática.

La del estribo: imperdible la obra Personas, lugares y cosas, del dramaturgo inglés Duncan Macmillan, bajo la dirección de Juan Carlos Fisher y la dirección adjunta de Diego Gargurevich, con un elenco de primera que encabeza Jimena Lindo. Va solo hasta el domingo 28 de julio en el Teatro La Plaza. Entradas en Joinnus.

Tags:

encuestas IEP

[Música Maestro] Desde que se anunció su fallecimiento, el domingo 7 de julio a los 74 años, no he dejado de pensar en aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor”. Ya sé que es un lugar común y que, en muchos casos, sirve como coartada para quienes nos acusan de “no dar cabida a lo nuevo”, que los encuentros generacionales siempre tienen esa característica, etc. Por lo tanto, se trata de un argumento esencialmente subjetivo y como tal, carente de peso. Sin embargo, en este asunto la frase sí tiene sentido. Y muy potente.

Las canciones para niños que grabó Yola Polastri Giribaldi durante los setenta y ochenta contenían giros idiomáticos graciosos, amplitud de vocabulario, ritmos alegres y metáforas juguetonas que funcionaban como complemento para maestros y maestras de Educación Primaria en cualquier institución educativa pública o privada, melodías y letras que tenían la invalorable capacidad de generar interesantes conversaciones entre una madre y su hija de 8 o 10 años. Hace unas semanas, en una esquina, una pequeña de aproximadamente esa edad, con uniforme escolar y mochila colgada, le contaba a su mamá, muy emocionada, que a su maestra se le había ocurrido la genial idea de pedirles representar una coreografía de un tema de Karol G. ¿Necesito explicar más mi punto?

Yola Polastri representa, más que cualquier otra figura artística de su tiempo, el verdadero espíritu del uso educativo de la televisión, sepultado por esa idiotez moderna que sentencia que hablar de valores en la pantalla chica es «anticuado», «cucufato», «poco cool». Antes, en las fiestecitas infantiles y caseras, nos ponían sus divertidos LP. Hoy, pegados a sus teléfonos, los niños juegan a ser futbolistas con tatuajes de maras salvatruchas y las niñas usan pelucas rosadas. Pero no para emular a las inocentes burbujitas sino para parecerse a las recorridísimas divas de la farándula reggaetonera que tanto admiran ellas, sus mamás y, muchas veces, hasta sus profesoras.

Como alguien ya dijo por ahí, Yola Polastri inició su primer programa infantil durante el gobierno militar del Gral. Juan Velasco Alvarado. Inclusive se han reseñado unas declaraciones suyas en las que resalta eso y hace, con cierta amargura, una comparación entre la importancia que dio a la educación aquel régimen frente al desprecio por la misma que mostró Alberto Fujimori durante los noventa, refiriéndose a su salida de la televisión, que se dio en 1994 para ser exactos. Y se justifica el contraste, aunque de manera subjetiva, ya que a primera vista no tendríamos mayor asidero para pensar que Yola haya sido peligrosa, por lo menos de manera directa, para el fujimorato y sus planes de embrutecimiento masivo. 

En realidad, la razón que hizo perder vigencia a “La Chica de la Tele” fue más ramplona. Resulta que, a sus 44 años, Yola ya no era tan “chica” y fue desplazada por los sebosos planes marketeros de los viejos dueños de Panamericana Televisión, que motivaron la creación de otros programas conducidos por jovencitas de trajes cortos y coloridos que parecían cantarles más a los padres que a los hijos. Cuando uno lo piensa por segunda vez, quizás sí sea pertinente establecer una contraposición directa y no tan subliminal entre las prioridades de los sistemas educativos estatales de los setenta y los noventa. Después de todo, a mitad de camino de la nefasta década fujimorista, la banda sonora del país la ponían las orquestas de cumbia femeninas y los noticieros de farándula digitados desde el poder que padecemos hasta hoy, cuando su oscuro reinado en el rating y los gustos populares apenas empezaba.

Cuando Yola comenzó a hacer sus primeros programas para niños, no era una novata en la televisión nacional. Entre 1967 y 1972 tuvo ocasión de participar, por sus estudios de teatro, en papeles secundarios de novelas de la época como Simplemente María, Matrimonios y algo más, entre otras. En paralelo, fue integrante del conjunto femenino de baile Las Cincodélicas, una troupé que aparecía acompañando con sus alocadas coreografías, inspiradas en los ritmos de moda (twist, a go-gó, pop-rock nuevaolero), a Los Shain’s, Pepe Cipolla, Los Steivos, entre otros artistas, en programas musicales como Ritmolandia, del Canal 5 (de ahí su nombre). Además de Yola, la otra Cincodélica que se mantuvo en la televisión fue Jenny Negri, quien hizo carrera como actriz cómica en recordados programas ochenteros como El Show de Rulito y Sonia (1981-1982) y Los Detectilocos (1983-1985).

En la década que va de 1975 a 1985 se ubica el legado discográfico más importante de Yola Polastri, lleno de canciones que en estos días han vuelto a sonar, recordándonos no solo nuestra infancia sino que, además, en esos años de convulsiones sociopolíticas -caída de Velasco, traición de Morales Bermúdez, recuperación de la democracia, inicios de Sendero- por lo menos los niños teníamos una opción agradable y divertida. Compitiendo con el vaso de leche de El Tío Johnny (Juan Salim, 1936-1997) y “El Loro Lorenzo” de Mirtha Patiño (1951-2019), de estilo aun más pedagógico, Yola se metió en los corazones de la gente con su simpatía, frescura y creatividad. 

Aunque se le asoció principalmente al mundo de la televisión, con escuela de talentos incluida de donde salieron, entre otros, el periodista deportivo Alberto Beingolea, el cómico Jorge Benavides, la cantante Roxanita Vargas o la actriz Ebelin Ortiz; y un elenco de personajes que, bajo su férrea y disciplinada dirección -algo que siempre se anotó como un rasgo negativo de su personalidad detrás de las pantallas-, protagonizaban disparatados sketches en cada capítulo, Yola Polastri complementó su trabajo ante cámaras en los estudios de grabación de los sellos Odeón del Perú/Iempsa, con más de veinte discos entre LP y 45 RPM, con todas las melodías que musicalizaron sus sintonizados programas El mundo de los niños (1972-1974), Los niños y su mundo (1975-1978) y Hola Yola (1980-1994), transmitidos siempre por la señal de América Televisión, Canal 4.

Polastri armó su repertorio adaptando las canciones de Enrique Fischer, más conocido como “Pipo El Pescador”; y del trío de payasos “Gaby, Fofó y Miliki”, conformado por los hermanos Aragón Bermúdez (Gabriel, Alfonso y Emilio), integrantes de una tradicional familia cirquera. Títulos indispensables del cancionero de Yola Polastri como El auto nuevo, Don Pepito, El eco, La gallina turuleca, entre otros, fueron compuestas por estos artistas que eran, dicho sea de paso, contemporáneos con ella y muy conocidos en Argentina y España, sus respectivos países. Las versiones grabadas por Yola Polastri en los vinilos Hola Yola (1975), Las palmaditas y La semillita (1976) respetaron siempre sus créditos. A lo largo de su discografía, estas y otras canciones aparecieron en los recordados popurrís de álbumes como La parrandita de Yola (1977) y Pa’ rondas y pa’ ronditas (1978).

Para su marco musical, Yola Polastri tuvo la colaboración de destacados arreglistas peruanos como el trompetista chiclayano Roberto “Tito” Chicoma (1936-2010), experto en salsa y boogaloo, además de haber trabajado previamente en los programas infantiles de El Tío Johnny. Chicoma fue el compositor de Las palmaditas, tema de introducción de varios de los espectáculos y programas de Polastri, en las diversas variaciones que tuvo a lo largo de los años. La versión original apareció en el LP Las palmaditas (1976). Otro de sus arreglistas fue un reconocido músico que ha trabajado con infinidad de artistas locales, tanto del género criollo como de baladas, nueva ola y música cristiana, Víctor Cuadros, en discos como Yola y sus muñecas (1982) y La banda de Hola Yola (1985). A pesar de que en todos sus álbumes e incluso en la introducción de Hola Yola, su programa televisivo más recordado, aparece escrito con y griega al final -Polastry-, el apellido real de la animadora es “Polastri”.

Sin dejar nunca lo infantil, Yola Polastri supo incorporar en sus grabaciones ritmos peruanos -huaynos, marineras, festejos-, latinos -cumbias, merengues, sambas-, siempre usando como base la psicodelia nuevaolera y las rondas españolas, conformando un estilo fresco y divertido, con coros de niños, videos de psicodélicos efectos visuales, muñecos y colores pastel por todas partes, además del sonido inconfundible de la trompeta de Tito Chicoma. Canciones como El telefonito, La feria de Cepillín (Pa’ rondas y pa’ ronditas, 1978) son buenos ejemplos de eso. 

Para la década de los ochenta, su repertorio clásico fue ampliándose con nuevos temas como La chica de la tele, que se convirtió en su sobrenombre oficial (Disco Yola, 1980) o La banda de Hola Yola, que identificó al programa en sus últimos años. La canción fue incluida en el disco del mismo nombre, editado en 1985, y llegó para reemplazar a su cortina anterior, Los niños y su mundo (Yo… Yola… Y, 1978). En esos años, fue muy común ver a Yola Polastri en shows públicos, como los que hacía anualmente en el auditorio de la desaparecida Feria del Hogar, espectáculos con los que llegó a llenar dos estadios de fútbol en Lima, el Nacional y el de Alianza Lima (Matute), los años 1981 y 1987, respectivamente. Y cómo olvidar la imitación que de ella hacía la actriz Nancy Cavagnari en el espacio cómico Risas y Salsa. 

Paralelamente, comenzó a grabar géneros más modernos, a medida que su propio elenco iba pasando de la niñez a la adolescencia. Covers de artistas como Donna Summer (Buscando, 1985), Sly & The Family Stone (Solo tú, 1985) o Sheena Easton (Canta y sé feliz, 1982), sugerían que Yola poseía un panorama musical que iba más allá de las simpáticas canciones que la hicieron conocida. Un punto aparte fue el disco Yola discoteque (1983), en el cual recrea temas de pop electrónico como Da-da-da, del conjunto alemán Trio, muy popular en ese entonces; o el exitazo de Yazoo, la banda del tecladista británico Vince Clarke, fundador de Depeche Mode y Erasure, Don’t go (con el título No, no). En ese disco, Yola incluyó un tema de la cantautora española Massiel de ese mismo año, Hello América. En todos estuvo acompañada de sus característicos coros infantiles, pero en clave de pop. 

Esta tendencia innovadora se replicó en sus dos últimos álbumes oficiales. Canciones como Sabor a miel o Dame un besito, incluidas en Yola a todo ritmo: Sabor a miel (1986), fueron compuestas por Frank Privette, cantante y bajista de la banda nuevaolera Los Steivos -que había grabado la segunda de las mencionadas en 1966– y amigo suyo desde las épocas de Las Cincodélicas. Ambas mostraban intenciones de renovación, aunque en sus programas combinaba, por supuesto, esa onda más juvenil con las clásicas canciones de siempre. 

Poco antes de finalizar los ochenta apareció el LP Yola Rocker (1989), título de un programa alterno a Hola Yola, con el que trató de subirse en la ola de pop-rock peruano. La artista reemplazó los sobrios trajes y sombreros de colores por atuendos y pelucas que tenían de Tina Turner y Nina Hagen para grabar medleys de los Beatles, los Rolling Stones y Elvis Presley. Aunque no perdía su prestigio en la televisión, estas canciones jamás alcanzaron la popularidad de su repertorio más antiguo.

La primera mitad de los noventa vio a Yola compitiendo con El Show de July y Nubeluz, una batalla que terminó perdiendo. En entrevistas posteriores, ya convertida en un recuerdo lejano y extravagante -aunque se mantuvo ofreciendo shows privados hasta muy entrado el siglo XXI-, Yola Polastri lanzó duras y acertadas críticas a la televisión nacional y la degeneración de sus contenidos. Sobre los programas infantiles que la desplazaron llegó a decir que los productores desnaturalizaban el entretenimiento infantil, al hacer que las animadoras usaran trajes “en los que se les veía hasta el alma”. A buen entendedor, pocas palabras.

El legado de Yola Polastri se sostiene en aquellas canciones que promovían la importancia de ser niños, la sana diversión, la solidaridad y el amor familiar. Entre todos sus clásicos, quizás los que mejor resuman ese anacrónico mensaje son, por un lado, El niño y el abuelo (Disco Yola, 1980) o Todos los niños del mundo (La parrandita de Yola, 1977), letras idealistas y tiernas que colisionan con lo que padecieron desde siempre los niños en extrema pobreza o aquellos que, teniéndolo todo, nunca están conformes y quieren ser adultos antes de tiempo. Y, por el otro lado, el pedagógico, los ejemplos abundan. ¿Quién, de nuestra generación, no ha aprendido a recitar los nombres de los océanos escuchando Capitán de los siete mares (Yo… Yola… Y, 1978) o las palabras sobreesdrújulas con la divertida La sin sin (Yola y sus muñecas, 1982), basada en la composición El tiempo de los apostóles del trovador uruguayo Quintín Cabrera (1944-2009).

En el contexto latinoamericano, la obra televisiva y musical de Yola Polastri es equiparable a lo que hicieron, en Argentina, María Elena Walsh (1930-2011) o, en México, Francisco Gabilondo Soler (1907-1990), el recordado Cri-Cri, a quien muchos de nosotros conocimos a través de los programas de Roberto Gómez Bolaños “Chespirito” (1929-2014) quien, dicho sea de paso, también escribió varias inolvidables canciones para niños. La reacción que su fallecimiento ha generado en sus seguidores y amigos en el medio televisivo local, habla por sí sola. Ojalá los niños de ahora se conectaran con esas canciones y recuperaran así esa irrepetible oportunidad de vivir su niñez sin poses ni disfuerzos inapropiados para su edad.

Tags:

Música infantil, Música peruana, Nueva Ola, pop-rock, Yola Polastri

Más allá de las consideraciones éticas o legales que se puedan enarbolar al respecto, respondamos una pregunta muy simple y directa: ¿si Alberto Fujimori postula puede ganar?
De hecho, el albertismo es una fuerza ciudadana poderosa. A ella apeló Keiko Fujimori para poder pasar a la segunda vuelta el 2021, a pesar del inmenso estropicio causado por su bancada y el desprestigio en el que había caído su partido luego del sabotaje inescrupuloso al que sometieron al régimen de Pedro Pablo Kuczynski.
En entrevista a Beto Ortiz hace unos días, Keiko Fujimori claramente le cede la posta electoral a su padre. Si no recrudecen sus problemas de salud o no surge un impedimento legal, Alberto Fujimori va a ser candidato, eso queda claro.
En medio de una situación donde el panorama muestra una centroderecha brutalmente fragmentada, y una izquierda cada vez más radicalizada, la presencia de Alberto Fujimori puede ser lo suficientemente disruptiva para crecer en las encuestas y, de pasar a la segunda vuelta, imponerse, sobre todo si enfrenta a un Antauro o un Bellido (el panorama se le complicaría si la definición es con un rival de la centroderecha).
Queda por ver, sin embargo, cuál sería el perfil ideológico de Fujimori. Si acaso reverdece el centrismo populista que definió su periodo gubernativo o si enfatiza el lado autoritario en respuesta a la inmensa demanda por seguridad ciudadana. ¿Veremos un Alberto Fujimori reconvertido o a uno que se reafirma en sus valores aurorales, que incorporan un irrespeto abierto por el Estado de Derecho?
De ello va a depender mucho si el electorado termina por adherirse a una candidatura que cuenta con varios pasivos extraideológicos ya mencionados, siendo el principal la edad del candidato y sus problemas de salud, y la casi imposibilidad que despliegue una campaña de modo presencial. ¿Veremos un Fujimori arrepentido del 5 de abril, del grupo Colina, del copamiento a las instituciones democráticas, del avasallamiento a la prensa, o veremos a un candidato que revierte esa actitud y más bien rescata los aspectos reformistas que le dieron tanta popularidad en los 90?
Hay aún mucha tela por cortar, pero lo que está decidido, al parecer, es que en un país donde las sorpresas abundan, se ha sumado una impensada, la postulación de un expresidente que estuvo preso por corrupción y violaciones a los derechos humanos.

Óscar Málaga es un poeta cosmopolita, esa es su mejor definición. Desde su aparición en una célebre antología de José Miguel Oviedo, Estos trece, célebre tanto por los poetas allí reunidos como por los ausentes, se transparentaba la energía expresiva de alguien que, en esencia, es un lector de diversas tradiciones literarias. El poeta no es su circunstancia, como decía Ortega y Gasset, el poeta es su experiencia. ¿Y qué ha hecho Málaga, sino traducir en versos ese conocimiento adquirido golpe a golpe, en cada triunfo secreto, en cada fracaso, en cada ascenso y por supuesto en la caída?

Por ahora no quiero alejarme de lo que dije inicialmente. Una de las primeras cosas que se pueden detectar en la poesía de Málaga es el influjo beatnik. No diré que Málaga es un poeta beat, no, es decir, no es un imitador. Es alguien que los “leyó mal”, como aconsejaba Harold Bloom en La angustia de las influencias y a partir de esa lectura construye la propia voz. Lo mismo cabría decir de su conocimiento de la poesía china. No puedo cansarme de agradecer sus versos, versos que colocan a Málaga en el lugar de los inclasificables, en el podio de aquellos que levantan el mundo con intuiciones poderosas, guiados por el instinto y la música.

He mencionado China. Y esa palabra tiene amplias resonancias en la poesía peruana y no solo porque aquí existan escritores de ascendencia china. Me refiero más a un plano temático, que se engasta en experiencias de lectura y de vida. Caligrafía china (2014), de Marco Martos o varios poemas de Mirko Lauer van en esa dirección. No quiero dejar de mencionar dos novelas de interés, que ofrecen una mirada contemporánea sobre la antigua Catay: Los eunucos inmortales (1995), de Oswaldo Reynoso y Babel, el paraíso (1993), de Miguel Gutiérrez. Sin embargo, en Málaga hay una fuerza vital, una expresión exultante, una necesidad de transformar la lectura en visiones, en conocimiento sobre la vida a partir de la lectura de textos clásicos. Este orientalismo tiene un nuevo rostro, uno que rompe cercos coloniales porque habla desde la periferia, es, como dice uno de sus versos, “un extranjero en un país extranjero” y lo es a tiempo completo.  

Otro aspecto interesante de este libro es la manera en que la voz poética se refiere a sí misma. Lo hace en un estado de permanente ironía. El hablante es un letrado, alguien que no tiene complacencia para sí mismo, por eso habla de su “vieja y gastada alma de letrado”, de sus “pobres caligrafías de letrado” y su “gastado gorro de letrado”. Pero no todo es una representación cuyo fin pretende desacralizar la figura del poeta, aunque lo logre con creces. Un rasgo que sin duda conecta a Málaga directamente con su generación y esa ironía con que los poetas se miraban a sí mismos. En otros momentos el letrado alcanza la condición de médium de la expresión poética: “El letrado solo caligrafía el lenguaje de los pájaros que en los laberintos del bosque todas las aves cantan”. La ironía sobre el trabajo del poeta alcanza una cima de exquisitez: “Aspiro a la perfección de este inútil trabajo de transcribir el canto de las aves, que en las mañanas al despertarme pueda sentir su batir de alas en mi corazón, que pueda morir en paz entonando una frase de su hermoso canto”. La escritura es también conjuro: en otro poema se lee, “caligrafiar diez mil veces la misma palabra para no tener miedo a la muerte”. 

La poesía tiene un papel trascendente, constituye el núcleo espiritual de la comunidad. Y no solo por sus evidentes conexiones con la naturaleza y la cultura. En un alarde casi mítico, el yo poético dice: “A veces un país alcanza en un verso si este es dictado por diez mil pájaros que nunca han sentido fatiga en sus alas”. El poeta como ser marginal es otra presencia en estos versos. “me dormiré soñando que nunca estuve en estos jardines” muestra la voluntad de autoexiliarse, de reservar para la intimidad del anonimato y el silencio la posibilidad de cantar. 

Quien desee leer este libro puede acercarse a Inestable, en la calle Porta, en Miraflores, donde recibirá un ejemplar gratuito de este magnífico poemario de Óscar Málaga.  

Tags:

Baladas de la Rivera de los Sauces, Oscar Málaga, poesía

En reciente encuesta de Ipsos se le pregunta a la ciudadanía sobre el matrimonio igualitario. Aumenta la aprobación respecto del año pasado (sube de 25 a 30% la gente a favor), pero hay un sólido 66% que lo desaprueba (aunque disminuye del 69% que exhibía el 2023). Y es claramente en los sectores populares que hay mayor rechazo: en el A, 43% lo aprueba, en el E, apenas el 20%.

Respecto de que puedan adoptar niños, un 31% lo aprueba y un 63% lo desaprueba. Y todo ello en un contexto en el que, sin embargo, se admite que hay discriminación hacia la población homosexual, trans y bisexual. Un 41% considera que es muy discriminada.

He aquí una de las batallas contraculturales en la que los sectores liberales no deben cejar. Somos un país conservador y ha prendido la narrativa de la derecha radical en contra de los derechos civiles y sexuales (su campaña contra las políticas de género la han convertido en una guerra de vida o muerte, como parte de su arsenal ideológico contra los derechos humanos, la globalización, la multiculturalidad, etc., que libran acá, en la región y en el planeta).

Pero hace mal el sector liberal escamoteando el tema porque lo considera menor, que causa costos políticos o que puede afectar electoralmente pronunciarse a favor. Por el contrario, cuánto bien le haría a un candidato expresarse abiertamente a favor de un derecho a la igualdad, consustancial a un Estado laico y liberal.

No se puede ceder en esta batalla contracultural. Si la aspiración a ser un país moderno es válida y auténtica no se puede arriar en un tema que afecta a millones de personas (porque son millones los peruanos que pertenecen a la comunidad LGTBIQ+).

Corresponde a un Estado de Derecho laico, como el que cabe, establecer paridad normativa respecto de los matrimonios igualitarios y la posibilidad de adopción de niños, además de todos los derechos colaterales que ese reconocimiento implica.

La caverna reaccionaria que lidera, entusiasta, un sector de la derecha (e increíblemente también un sector de la izquierda radical), no puede terminar convirtiéndose en narrativa dominante y menos aún en política pública.

Tags:

adopcion liberal, LGTBIQ, matrimonio igualitario

Entre los dos líderes regionales que mayor expectativa generan, el ánimo ciudadano peruano se inclinará más por la figura del mandatario salvadoreño. El problema de la delincuencia y la corrupción es considerado el principal del país por encima de la crisis económica y ésta, a su vez, no se le asocia a un Estado intervencionista sino, lamentablemente, a las políticas “neoliberales” (una falacia, pero así es el sentido común).

Un 62% de peruanos considera que la delincuencia ha aumentado en su vecindario en los últimos doce meses y solo el 44% estima que la policía hará algo para remediarlo, según encuesta regional de Ipsos. De otro lado, un 71% desaprueba la labor del Poder Judicial y un 69% la labor de la Fiscalía. Junto con el Congreso son las entidades que la mayoría de la población considera que deben reformarse. No encuentro una encuesta sobre la policía en particular, pero debe tener altísima desaprobación y junto con el Poder Judicial y el Ministerio Público constituyen la tríada llamada a combatir el delito.

Lo preocupante es que el mensaje de mano dura y lucha contra la delincuencia es un mensaje más proclive a la derecha, pero hasta en eso se está dejando ganar la mano por la izquierda radical, en particular por Antauro Humala que promete fusilar corruptos y se llama a sí mismo como el Bukele peruano.

Sería una bandera más que la derecha se deja arrebatar por la izquierda. Ya ocurrió en los 80 con los derechos humanos, en los 90 con la democracia y el presente siglo con la lucha anticorrupción. Con una narrativa insistente y una proliferación de ONG izquierdistas que contribuyen a asentar narrativas, la derecha se ha ido arrinconando, por pasividad, en la sola defensa del modelo económico.

Para el 2026 es importante que la derecha sepa aquilatar la demanda ciudadana prioritaria por la seguridad ciudadana y elabore una propuesta seria y vendedora al respecto, si no quiere ser arrasada en las urnas, más aún cuando la pasmosa e irresponsable fragmentación de este sector ideológico marcha viento en popa sin ningún viso de reversión.

Tags:

Bukele, Milei.

El ver en las redes miles de sentidos comentarios de despedida a Yola Polastri y el nostálgico recuerdo compartido por sus canciones, ha despertado en mí (y en muchos más) preguntas acerca de la carencia actual de una Yola y sobre todo del fin de proyectos televisivos como el que trajo consigo. Haber empezado durante la televisión velasquista, como ella misma manifestó, trajo consigo el apostar por construir un nuevo modelo de niña, de niño peruano. Para conseguirlo, el programa de Yola, con canciones propias y covers, tomaba lo cotidiano, lo hacía música, lo hacía baile, juguete, colores, chistes bobos, coreografía. 

Si bien, la producción estaba centralizada en la ciudad de Lima, sus programas que abarcaron casi dos décadas, se veían en todos los lugares del Perú al que llegara la señal abierta de canal 4. Se puede afirmar, entonces, que una generación de peruanas y peruanos con acceso a la televisión, nacida entre 1968 y 1980, compartió un mismo universo de bailes y canciones. Una posibilidad de referencias, de contenido compartido a pesar de ser diferente: en estos días, sus canciones las tararea tanto un rico como una pobre, una juninense como un limeño, un zurdo como una ferviente evangélica de esa (de mí) generación.

Se podría afirmar por lo tanto, que por razones tecnológicas y políticas, un gran segmento de peruanos diversos entre sí compartió referencias infantiles en sus hogares. Luego, los programas para niños se estandarizaron, varios países empezaron a realizar producciones similares de entretenimiento infantil que pronto se pudieron comparar en la televisión por cable. Ese cambio tecnológico fue muy intenso para los programas de ese corte, pues llegaron con dos, tres y cada vez más canales de televisión dedicados solamente a programación para un público infantil. Dibujos animados, programas de aprendizaje, entretenimiento a escoger. Por ser infantes, sus criadores los apegaron más a ciertos canales según su estilo: algunos llenos de súper héroes, otros más muy lúdicos y estimulantes, otros más cómicos y seriales. Esta generación ya tuvo gustos muy distintos, aunque reconocidos por el otro, porque los vio para poderlos descartar. 

Actualmente, cuando la difusión de la televisión se realiza por streaming, complementándose con los miles de canales de YouTube que intervienen y reproducen fragmentos de los programas, y desde hace poco con los infinitos videos de TikTok, pregunto si podemos seguir pensando en una suerte de identidad generacional creada por contenido compartido, o si más bien nos encontramos ante una identidad que lo que comparte es tan solo el aplicativo y que ante la incertidumbre de no reconocer el contenido del otro (la responsabilidad es la de los algoritmos), no queda más que aferrarse a los gustos que uno tiene como un gusto absoluto, incuestionable, impositivo. 

Es cierto que algo ayuda el streaming. Limitado por la cantidad de producción posible de programas, su público infantil comparte los personajes de sus series y películas, que adornan fiestas infantiles. Aún Disney es muy protagónico y la producción japonesa su principal competencia. El Estado peruano tiene un canal para niños, limitado de competir con las grandes industrias. Así, la identidad o pertenencia ya no la provoca la televisión local compartida. La televisión/pantalla actual agrupa a seguidores de personajes del mundo entero, que tienen en las redes un espacio para conocerse y cerrarse sobre su gusto común. Hay una idea de comunidad distinta entonces, no producida porque “con eso viene el país”, sino voluntaria, cambiante, de duración que depende de cuanto dure el gusto. 

Mientras tanto, el público infantil que no tiene acceso a cable o internet, carente de una Yola, sólo accede a una producción nacional a la que ha de adecuarse, una que combina el fútbol peruano y su farándula con los pocos programas como Esto es Guerra y Al Fondo hay sitio. Las películas animadas de Disney aún llegan en DVD. Estamos pues ante una generación y un acceso a contenidos escindidos por la tecnología. Otra brecha, poco discutida, que impide en el país estar unidos ante los desafíos que nuestra clase política nos presenta. 

x