Opinión

Hasta hace algunos años, todavía era posible ver mujeres en la música latinoamericana que le hacían frente, con valentía, agudeza y talento, a una práctica social de antiguo origen y robusta vigencia, que de vez en cuando se critica, pero sin atacar los problemas reales que lo mantienen vigente: el sexismo. 

Pienso, por ejemplo, en Andrea Echeverri (58), vocalista y líder de la banda colombiana Aterciopelados, poseedora de un estilo único, con canciones como El estuche (Caribe atómico, 1998) o Despierta mujer (Claroscura, 2018) que dejan clara su postura, además de mostrarla cada vez más sola en eso de llamar a las cosas por su nombre a la hora de combatir lo que hoy se denomina, eufemísticamente, “empoderamiento femenino” y que es, en realidad, la defensa del derecho a degradarse a sí mismas a cambio de dinero y fama, que tiene su punta de lanza en un asunto al parecer irrebatible, la voluntaria y muy rentable auto cosificación. 

Esta forma de explotación de la imagen femenina, perpetrada en el music business desde siempre -de lo subliminal/sugerente a lo explícito/descarado, según épocas y propósitos de expresión o generación de impacto- exhibe, en la actualidad, unos niveles de degradación vulgarizada al extremo, únicamente superados por la incomprensible aceptación social y comercial de la que goza dicha degradación. 

Resulta inevitable reflexionar sobre estos asuntos, luego de que el mundo occidental “celebrara” ayer, como cada 8 de marzo, el Día Internacional de La Mujer, de espaldas al verdadero sentido de esta efeméride, validando una serie de prácticas que son, consciente o inconscientemente, causa y consecuencia de diversos vicios sociales derivados del maltrato a la mujer, la lamentablemente “de moda” violencia de género y toda una gama de comportamientos antisociales -algunos sutiles, otros directos- y hasta crímenes que se amparan en la interpretación/manipulación mañosa de conceptos como libertad, popularidad, urgencias naturales, obsesión por la imagen y el cuerpo, adulación e independencia económica, un río revuelto en el que las mayores ganancias se las llevan, por supuesto, pescadores hombres.

Y lo celebró, por ejemplo, anunciando con bombos y platillos el inminente lanzamiento del próximo álbum de otra colombiana, Shakira (47), en el que va a reunir todas las tonterías inspiradas en su sonado rompimiento con el futbolista español Gerard Piqué (37), que viene publicando de forma dispersa, desde el año 2022, a través de calculadas y sobre producidas pataletas reggaetoneras, las cuales recubre de un aura reivindicativa falaz que es fuente de delirios y fanatizada admiración en toda una generación de distraídas mujeres jóvenes -y algunas ya no tan jóvenes- con el supuesto paso adelante en esto de la defensa femenina, bajo el mantra “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”, en clara alusión a lo ganancioso que le resulta hacer caja aireando su vida privada, sin importar las consecuencias negativas que ello pueda tener, en el futuro mediato o inmediato, en otras personas, incluyendo sus propios hijos.

Esta es solo una muestra de un estado de cosas que promueve la superficialidad en el discurso social y artístico, a contramano de las históricas, justas y duras luchas femeninas en búsqueda del reconocimiento de su humanidad, las cuales son hoy atropelladas a diario por el endiosamiento y la “puesta en valor” de aquello que antes se combatía: el exhibicionismo como herramienta de ascenso social, dominio sobre los hombres y palanca de poder económico. 

La confusión sobre los roles y cambios socioculturales en la relación entre géneros, iniciada hace más de cuatro décadas, ha provocado que hoy, la mujer más fuerte sea la más procaz/agresiva, capaz de replicar comportamientos y lenguajes abusivos y brutales antes asociados solo a los hombres y de poner los escrúpulos atrás cuando se trata de “superarse” o “alcanzar sus objetivos”.

De esta forma, la grotesca farandulización materialista de la sociedad o lo que llamara, en su momento, Mario Vargas Llosa, “la cultura del espectáculo” tiene, entre sus principales manifestaciones y vehículos de expresión, a la música popular de consumo masivo, a ambos lados del Atlántico. 

Por ejemplo, hoy es común que las máximas estrellas del pop femenino en inglés -Dua Lipa (28), Miley Cyrus (31) y la larguísima lista de sus clones que salen cada 15 minutos, parafraseando a Frank Zappa en la introducción hablada de su clásico Punky’s whips (Zappa at New York, 1976)- sean una combinación de la desfachatez colorida, sugerente y reivindicativa de los primeros años de Madonna (65) y Cyndi Lauper (70) -entre 1983 y 1989- con la estética de las modelos de pasarela/redes sociales y hasta la “industria” del soft-porn tan vigente en internet. Todo enlatado dentro de un estilo musical homogéneo y predecible, perfecto para banales discotecas y para musicalizar los intermedios del Super Bowl.

En cuanto a la música en español, esto se concreta, por supuesto, en el odioso reggaetón y su vocación por lo abiertamente explícito cuando se trata de mujeres y lo que de ellas dicen los intérpretes más conocidos de ese producto que, como una infección tropical multidrogorresistente, se ha instalado ya desde hace casi treinta años en los organismos de toda clase de públicos. 

Una de las imágenes más representativas de esa degradación nos la regaló hace pocas semanas la National Public Radio de Washington (NPR) al incluir, en su famosa serie Tiny Desk Concerts, a Karol G (Carolina Giraldo Navarro, 33), también de Colombia. Rodeada de libros, la reggaetonera lanza sus aburridas canciones cargadas de esa visión cortoplacista y obsesionada con lo hedonista/material de lo que significa en estos tiempos ser “una mujer empoderada” que hace fantasear a sus seguidoras. 

La cereza de este pastel de confusión/manipulación de conceptos la podemos entender más si miramos a su banda en esa tocada libresca, conformada íntegramente por jóvenes chicas que desperdician sus innegables talentos para la interpretación musical con su militancia, escogida voluntariamente, en la facción más reaccionaria de este “nuevo feminismo” porque eso les garantiza éxito, popularidad en redes sociales, adulación y premios. Para nadie es un secreto que, quienes pagan por ir a conciertos o comprar canciones de artistas como Karol G o Shakira son mayoritariamente mujeres, generándoles ingresos millonarios que serían, en su extraña escala de valores, bálsamo suficiente para soportar el desagradable hecho de ser vistas como objetos sexuales por los sectores más cavernarios del público masculino en escalas globales. La otra posibilidad, también válida, es que ese «ser deseadas» sea también fuente de gratificación para ellas, adicional a la fama, las ventas y los likes.

No quiere decir que todas deban dejar de tocar música latina para convertirse en versiones modernas de Jacqueline du Pre (1945-1987) o Martha Argerich, la sensacional pianista argentina que hasta ahora da conciertos a los 82 años. Pero tampoco debería aceptarse, sin una pizca de pensamiento crítico, que el ideal vendido a las niñas y adolescentes que escuchan extasiadas, mañana, tarde y noche, las canciones de Karol G y afines, sea convertirse en “bichotas” -aumentativo castellanizado de “bitch”, vocablo en inglés que significa… ustedes ya saben qué significa- listas “pa’ borrar de sus teléfonos to’o lo que hicimo’ en el baño” parafraseando una de las letras de esta cómplice de barrabasadas de su compatriota Shakira.

Atrás quedaron los años en que los referentes musicales de las mujeres dispuestas a hacer respetar su dignidad eran artistas “de peso y sustancia” -citando una de las frases más recurrentes del recordado Marco Aurelio Denegri (1938-2018)-, artistas que, desde su juventud y rebeldía, preferían exhibir inteligencia y capacidad de argumentación, aunque les tomara más tiempo llamar la atención. Y no me refiero únicamente a las letras poéticas de Joni Mitchell (80) o al activismo social de Joan Baez (83), cuyas largas vidas constituyen la contraparte contemplativa de lo que fue la furia incontenible de Janis Joplin (1943-1970), de vida difícil y final prematuro. 

Desde que Aretha Franklin hiciera suya la composición de Otis Redding, Respect, para incluirla en su décimo disco, titulado I never loved a man the way I love you (Atlantic Records, 1967), mucha agua ha corrido debajo de los puentes de la música popular interpretada por mujeres. Y, con diversos altibajos, propios de cada época y dependiendo de los gustos siempre cambiantes/manipulables del público, se mantuvo medianamente clara la noción de que, desde sus actitudes y canciones, buscaban rescatar al género femenino del estigma de solo servir para satisfacer al masculino, incluso en aquellos casos en que la belleza fuese una de sus principales características. 

Si antes, por poner un ejemplo, las comunidades femeninas afroamericanas tenían a mujeres fuertes, socialmente incorrectas e incómodas para el establishment como Nina Simone (1933-2003) o Tina Turner (1939-2023), hoy tienen a Beyoncé (42) o Nicky Minaj (41) que pervierten esa idea de fuerza interior y la trasladan a la estética disforzada de los desfiles de modas -la primera- y la pornografía caleta -la segunda- encubierta con fondo musical en clave de rap, reggaetón y hip-hop.

De hecho, fue el cine el primer medio que, al estar basado en imágenes en movimiento, instaló en la cultura popular moderna la idea de la femme fatale -un concepto existente desde los años treinta del siglo XX- que tuvo en Marilyn Monroe (1926-1962) o Rita Hayworth (1918-1987), solo por mencionar a la volada dos nombres, a las pioneras de todo lo que pasaría después, para bien y para mal. La subcultura de los videoclips, asociada generalmente a la aparición del canal musical MTV -aunque en realidad la producción de videos había iniciado mucho antes, solo que no contaba con ningún medio especializado para su difusión exclusiva- abrió las puertas a esta vertiente que, con Madonna a la cabeza, comenzó con fuertes cargas de ironía y, hasta cierto punto, irreverencia, a usar el exhibicionismo como nueva bandera de poderío, siempre y cuando fuese intencional y voluntario. 

La publicidad, la televisión y el cine, con el paso de las décadas, fueron haciendo lo suyo, atizando el fogón a medida que imponían el relativismo aplicado a todo lo imaginable y una visión que, con el pretexto de la no censura y del avance de las ideas sociales, promovía la desaparición de límites cuando se trataba de artistas femeninas y cómo se presentaban ante sus públicos. Aun así, había diversos contrapesos que lograban marcar pautas y permitían al público digerir y discernir mejor el amplio catálogo de opciones musicales, definiendo así de qué lado de la historia estaba. 

Por ejemplo, en el pop-rock de los noventa surgieron Britney Spears, Christina Aguilera y las Spice Girls -a quienes podríamos llamar “las hijas de Madonna” en términos de imagen- pero también teníamos cantantes contemplativas -Tori Amos, Sarah McLachlan-, bizarras -PJ Harvey, Björk- o, simple y llanamente, buenas cantantes -Celine Dion, Alanis Morisette, Dolores O’Riordan- que recogían el legado de otras, más antiguas, como Grace Slick (Jefferson Airplane), Kate Bush, Grace Jones, Barbra Streisand, Debbie Harry, Patti Smith o las rockeras Heart y The Runaways. Un caso especial, casi podríamos considerar de estudio, es el de Mariah Carey (54) quien hizo el tránsito de brillante vocalista de soul y R&B, en la línea de Whitney Houston (1963-2012) a sinónimo moderno de la Navidad romántica, primero y, luego, a otoñal y disforzada diva de pasarelas.

La música popular en Hispanoamérica, cuya degradación está 100% representada por la hipersexualización que venden actualmente Shakira, Karol G y similares -con una enorme contribución, desde el crossover latino-norteamericano, a cargo de Jennifer López (54)- también tuvo serias representantes del verdadero poder femenino, consciente de su valor como individuos provistos de inteligencia, desparpajo y creatividad. Podemos mencionar, entre otras, la liberación sexual de la italiana Raffaella Carrà (1943-2021), la ronca voz de la española Rocío Jurado (1944-2006) o los aclares furibundos de la mexicana Lupita D’Alessio (actualmente de 69 años). 

Elegantes o sugerentes, serias o sarcásticas, esa clase de artistas femeninas llevaban el estandarte de quienes tenían cosas qué decir, lanzando sus musicalizadas descargas emocionales, las mismas que inspiraban a sus congéneres comunes y corrientes, de paso que ayudaban a las sociedades de su tiempo a entender que las cosas habían cambiado y que, aun siendo glamorosas y/o atractivas, eran mucho más que eso. Haciendo el mismo paralelo que hicimos con el pop-rock de los noventa, artistas como Ella Baila Sola (España), Marisa Monte (Brasil) o Las Chicas del Can (República Dominicana), desde arenas estilísticas muy distintas -balada pop, MPB, merengue- supieron desarrollar  una clara propuesta que las alejaba del exhibicionismo barato.

La música popular interpretada por mujeres es muy rica en matices e intenciones –ver esta nota– con excelentes y desafiantes creadoras, instrumentistas e intérpretes, más allá de los géneros o épocas. Pero hoy vivimos un ambiente en el que actitudes tóxicas y desubicadas son celebradas con premios, ventas millonarias, llenos totales y, lo que resulta más increíble, son aplaudidas a diario por un grueso porcentaje de públicos femeninos que, en el fondo, no desearía que sus hijas repliquen esos modelos conductuales en sus propias vidas. Por mi parte, agradezco que por cada cien mil Shakira o Karol G todavía aparezcan una Tal Wilkenfeld (37), una Gabriella “H.E.R.” Sarmiento (26) o una Esperanza Spalding (39), dispuestas a enriquecer el lenguaje musical femenino a contracorriente de lo que se espera de ellas gracias al influjo de lo que imponen las modas y los parámetros de la industria de música de consumo masivo. 

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8 de marzo, Cosificación, Día de la mujer, Karol G, reggaetón, Shakira

A principios de este año, la Policía Nacional del Perú (PNP) designó a la coronel PNP Shirley Asto Vargas como la jefa de la División de Tránsito y Seguridad Vial marcando un hito en la institución, al ser ella la primera mujer en ocupar un cargo de tal envergadura. 

Y pese al importante logro que esta designación implica para el proceso de cierre de brechas institucionales, la mayoría todavía persiste.

Del total de aproximadamente 134 000 mil policías en la PNP, solo alrededor de 23 000 son mujeres (entre oficiales y suboficiales) alcanzado un 17 % del total. A nivel de comisarías, podemos ver que este patrón es similar: de los casi 50 000 efectivos que laburan en esas dependencias a nivel nacional, solo cerca del 13 % de este personal consiste de mujeres.

Ahora bien, cabe destacar que las brechas a las que nos referimos no solo se limitan a la disparidad numérica entre hombres y mujeres dentro de la institución. Desde el ingreso de las primeras mujeres policías a la PNP en 1956, muchas veces se han reproducido roles de género en las labores que estas cumplen. Es así que todavía persiste un sentido común colectivo que determina los espacios, papeles y labores concretas que ellas realizan dentro de la institución policial. 

Existen determinados espacios y puestos dentro del esquema organizacional de la PNP que han sido históricamente feminizados. Las Oficinas de Participación Ciudadana (OPCs), que existen en cada comisaría a nivel nacional para fortalecer el vínculo entre la ciudadana y la Policía, por ejemplo, son muchas veces espacios ocupados por mujeres suboficiales porque se les atribuye una sensibilidad “femenina” propia del trabajo que “supuestamente” realizan estas dependencias. Lo mismo sucede con la representación del personal policial femenino en las denominadas especialidades funcionales vinculadas a la salud dentro de la PNP, como las auxiliares en enfermería y odontología que ocupan una proporción más equitativa a los efectivos masculinos.

Sin dejar de lado las brechas salariales y laborales, también existen otras brechas que son transversales a la presencia de mujeres en la fuerza laboral, incluyendo la PNP. La denominada “penalidad por maternidad”, término acuñado para referirse a la proporción de trabajadoras que al convertirse en madres inmediatamente dejan sus empleos para cuidar a sus hijos y asumir tareas domésticas alcanza el 40 % en el Perú; esta cifra asciende a un 41 %, para aquellas mujeres trabajadoras que luego de tener su primer hijo no logran reincorporarse a sus labores según un estudio realizado por la Universidad de Princeton y la Escuela de Economía de Londres. 

¿Cómo afectan las situaciones descritas arriba la posibilidad de que más mujeres policías mantengan constante su desarrollo profesional, logren ascensos, y así alcancen mayores grados y posiciones dentro de la institución? 

Sin duda, la respuesta a esta interrogante tiene múltiples aristas e intersecciones. 

Nuestras instituciones son, finalmente, un reflejo de quienes somos. Por lo tanto, no debería extrañarnos entonces que, conforme se vayan solucionando algunos de los puntos mencionados, se hagan más visibles también cambios necesarios en nuestra sociedad. 

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8M, Día Internacional de la Mujer, igualdad de género, Policía Nacional del Perú

Este viernes 8 de marzo conmemoramos una vez más el Día Internacional de la Mujer, llamado hasta 1975 «Día Internacional de la Mujer Trabajadora». La ONU cambió esta denominación que había cundido en muchos países desde 1910 por iniciativa de las obreras finlandesas en protesta por las pésimas condiciones de vida a las que las reducía el capitalismo industrial. Luego el nombre pasó a Alemania y a los Estados Unidos y poco a poco se hizo más fuerte, pero la ONU, por razones de inclusividad, definió el día en función del género más que de la clase social a partir de mediados de los años 70. En cualquier caso, sean de clase media, alta y, sobre todo, trabajadora, las mujeres siguen sufriendo todo tipo de discriminación, desde empleos de menor rango que los varones hasta sueldos inferiores por el mismo trabajo, sin mencionar que la violencia doméstica suele tener como víctimas a una abrumadora mayoría de mujeres.

Estos hechos ya bastante conocidos llevan en el escenario peruano a todo tipo de manifestación, desde marchas y proclamas hasta espectáculos culturales. Abundan, por ejemplo, los recitales de poesía ofrecidos exclusivamente por mujeres, con lo cual se prolongan los ghettos de género a los que algunos grupos feministas dicen combatir. Se argumenta que los hombres ya tienen demasiados espacios de visibilidad, pero esto no resulta tan cierto cuando de manera consciente se les excluye de determinados ámbitos y fechas.

Como escribí hace dos años en esta misma columna: «En el Día Internacional de la Mujer hago un llamado a la conciencia de mis sororas para que extiendan su preocupación a todas las mujeres y a las personas en general que no tienen el privilegio de acceder a los medios de difusión ni mucho menos a la reflexión académica. Asimismo, para que amplíen sus criterios y dejen de encerrarse en los ghettos de género, haciendo exclusivamente recitales, antologías y mesas redondas de solo mujeres. Se necesita más acción y activismo conjuntos, presencia en todos los ámbitos». Me refería, obviamente, a la exclusión que se practica contra las mujeres más discriminadas del Perú, es decir, las mujeres indígenas y afrodescendientes.

Volviendo a la burbuja literaria, hasta se ha dado el caso de que un recital en el cual participan seis hombres y cuatro mujeres (después de que algunas de ellas se retiraron de la lista quién sabe por qué razones) ha sido impugnado apelando a la baja estofa moral de los varones (calificados desde depravados sexuales hasta masturbadores), según una poetita desequilibrada, sin prueba alguna y por puro afán difamatorio.

Doscientos años han pasado desde que una ola de comprometidos peruanos, peruanas luchara con la vida por convertir la colonia en la que crecieron en un orgullo de República y Nación. Año tras año, mientras el modelo de gobierno lo discutían singulares parlamentarios y agudos escritores con cada nueva Constitución promulgada, los líderes políticos se enfrentaban bélicamente con tal de tomar la Presidencia de la República, imponer su estilo y brindar el mayor de los provechos para su corte. Nos costó la dolorosa Guerra con Chile el haberlo tomado tan a la ligera; después la cosa de gobierno se tornó algo más seria.

La primera Constitución del siglo XX, la de 1933, fue capturada por el presidente pro fascista Oscar Benavides, quien hizo todas las modificaciones que requiriera su represivo gobierno. Una década más tarde, el general Manuel Odría da un golpe de Estado y, para calmar las aguas, convoca a unas elecciones en las que solo participó su partido. Así consiguió un parlamento integrado sólo por sus allegados. Pudo modificar la Constitución de acuerdo con sus intereses, como el de aprobar el voto femenino tan reclamado, que el quiso usar para conseguir la fidelidad de las instruidas votantes en las próximas elecciones presidenciales. No le funcionó.

Otra década después, el General Juan Velasco decretó que sí se seguiría la Constitución de 1933, salvo cuando los decretos de su gobierno la contravinieran; aquel maremoto duró un mandato y devino en la dura represión del general Francisco Morales Bermúdez. Protagonista del Plan Condor y de las consecutivas masacres durante las huelgas generales, convocó a una Asamblea Constituyente. Por primera vez los partidos políticos (viejos y nuevos) perseguidos a lo largo del siglo por todo el país pudieron participar libremente. La Constitución de 1979 parecía haber alcanzado un auténtico acuerdo nacional que reconocía derechos humanos y regulaba los principales sectores económicos del país. Fue la carta magna que vigiló al Perú durante la guerra contra Sendero Luminoso, el impacto del Fenómeno de El Niño, el crecimiento exponencial de la deuda externa y el colapso de los servicios del Estado. Cuando otra década después el Fondo Monetario Internacional planteó como solución contra el colapso socioeconómico la fórmula neoliberal, la Constitución resultó incompatible. El Presidente golpista Alberto Fujimori la culpó del caos y convocó a elecciones para el Congreso Constituyente (irónicamente) Democrático. El resultado fue la Constitución de 1993, que nos dejó con una sola cámara parlamentaria formada por congresistas que se podían reelegir. El Presidente de la República también. Aquello que se ofreció como una propuesta para poder culminar planes de desarrollo y estabilidad de mediano plazo, resultó una estrategia para mantener redes de clientelaje, violencia y corrupción. 

Reemplazando a Pedro Pablo Kuczynski, el primer presidente peruano encarcelado este milenio, el 2018 el Presidente Martín Vizcarra propuso un referéndum nacional para aprobar cuatro modificaciones acordadas con la población que podrían detener la corrupción en el país. Con amplia mayoría, aprobamos reformar el Consejo Nacional de la Magistratura, regular el financiamiento de las campañas electorales, prohibir la reelección de los parlamentarios y restituir el sistema bicameral en el Congreso. De pronto, Vizcarra alertó que los congresistas utilizarían la bicameralidad para reelegirse y por eso el 90% de los votantes, 10 millones de peruanos acordamos votar en contra. 

Este miércoles 6 de marzo de 2024, el actual Congreso de la República con 91 votos a favor aprobó el retorno a la bicameralidad y la reelección parlamentaria. El 2026, 60 de los hoy 130 congresistas que se están adueñando de los tres poderes del Estado, podrán conformar el nuevo Senado del país. Qué futuro nos espera si tan sólo en dos años bajo una dictadura parlamentaria hemos perdido 50 mil millones de soles por corrupción. Qué futuro si desde el mismo día quedamos en manos de un Presidente del Consejo de Ministros que considera que los culpables de las masacres con las que comenzó este gobierno, fueron los ciudadanos que salieron a protestar. Qué futuro será. 

El 8 de marzo se recuerda en todo el mundo el Día Internacional de las Mujeres. Esta es una fecha emblemática para el movimiento feminista, en la cual se recuerda la lucha histórica de miles de mujeres a nivel global que visibilizaron las condiciones de desigualdad, explotación y violencia en las que “naturalmente” se condenó a las mujeres.

Si hay algo que celebrar es la rebelión más importante de la historia de la humanidad: la de género. Las mujeres en diversas latitudes del mundo, hace más de un siglo, irrumpieron en el espacio público para hacer escuchar sus voces y exigir la dignidad y el respeto que como seres humanos merecemos.

Este día fue reconocido por las Naciones Unidas en 1977. Aunque el origen de esta fecha se remonta a mucho más atrás. De hecho, la lucha de las mujeres está vinculada al movimiento obrero y a las exigencias de condiciones dignas en el ámbito laboral desde inicios del siglo XX.

Pocos saben y muy pocos reconocen que es la lucha de las mujeres lo que ha permitido abrir camino para el reconocimiento de los derechos laborales de todos y todas. Así es que, si algo hay que celebrar es la inconformidad y la fuerza de millones de mujeres en el mundo, que actualmente arriesgan su tranquilidad y sus vidas para cuestionar la naturalización de la discriminación; exigiendo el derecho a tener derechos.

Desde las mujeres vinculadas a los movimientos obreros de inicios del siglo pasado, las sufragistas, las feministas de mediados del XX en adelante, que enfrentaron condiciones difíciles y autoritarias (especialmente) en la región de América Latina, hasta las defensoras de derechos hoy; todas merecen un especial reconocimiento por el trabajo de entrega diario y la convicción que atraviesa y acompaña sus vidas.

El camino de las feministas no es ni ha sido fácil. Siempre se han enfrentado a una serie de resistencias. El poder patriarcal no cede con facilidad los privilegios que detenta y la rabia es una respuesta que se traduce en más violencia contra las mujeres, insultos y estigma constante en todas las latitudes del planeta. Una de las preguntas constantes en esta fecha es: ¿Y por qué no un día del hombre? Esta interrogante, realizada sin lugar a dudas para deslegitimar la lucha de las mujeres, minimizarla o ridiculizarla; muchas veces surge del desconocimiento o la ignorancia (atrevida), pero otras veces nace de la rabia, del odio que permanece hacia las mujeres, una misoginia contra la que seguimos luchando y que lastimó profundamente la vida de miles de mujeres en tiempos no tan lejanos.

El feminismo nunca planteó una guerra entre los sexos, ni quitarles derechos a los hombres. Planteó desde sus inicios derechos y dignidad para la otra mitad del mundo, y, así dio un aporte fundamental para humanizar más nuestras sociedades. Aún ahora, el feminismo tiene la capacidad de vincularse con otras luchas históricas que empobrecen al ser humano como el racismo, el clasismo, la explotación económica y ambiental. Su aporte al mundo es y ha sido fundamental. Por ello, a veces, se le teme tanto.

El 8 de marzo, las mujeres de diversas latitudes del mundo no celebramos con flores, sino con una voz presente y fuerte, que el patriarcado aun con sus múltiples e insistentes intentos no logra apagar. Ni lo logrará.

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8 de marzo, Día de la mujer, feminismo

Jorge Coaquira Del Arroyo

Socio Fundador – GRUPO PRACDA

Las personas, en una mayoría, siguen un camino para tener resultados en sus vidas, el camino del “HACER y TENER”, es decir, hacen lo que supuestamente deben hacer para obtener lo que supuestamente quieren tener, pero tiempo después comienzan a darse cuenta que no están logrando los resultados esperados, es más, algunos empiezan a ver que esos resultados están cada vez más lejos, ¿sabes por qué sucede esto?; aquí tienes dos ejemplos:

Ejemplo 1: El gimnasio. Muchas personas se inscriben en un gimnasio y empiezan las rutinas y dietas por días, semanas e incluso meses, están emocionadas al inicio creyendo que con el sólo hecho de asistir y hacer lo que les dice el entrenador van a obtener los resultados que desean, pero tiempo después la mayoría entra en un estado de aburrimiento y abandonan antes de lograr el objetivo, volviendo así a su realidad.

Todos sabemos que el gimnasio puede darte resultados, nadie ha demandado a un gimnasio por estafa, por no haber obtenido el resultado esperado, entonces: ¿qué fue lo que sucedió con estas personas si hicieron lo que, se supone, tenían que hacer?

Ejemplo 2: El empleo. Más del 90% de personas en el mundo se encuentran atrapadas en lo que hoy se le llama “La Carrera de la Rata” (imagina un roedor corriendo dentro de una ruleta sin fin), que no es otra cosa que la rutina de levantarse, desayunar, salir a trabajar, regresar, descansar, cenar y dormir, para al otro día hacer exactamente lo mismo, y al otro día lo mismo y ¿al otro día?, lo mismo; y muchas veces sin notarlo siquiera, las personas pasan así no sólo días y meses, sino años, para finalmente darse cuenta que después de tantos años de trabajo duro no tuvieron los resultados que realmente esperaban cuando empezaron y es así que sus sueños se desinflaron a la altura de sus bolsillos y el tiempo ya no vuelve atrás, entonces: ¿qué fue lo que sucedió con estas personas, si hicieron lo que, se supone, tenían que hacer?

Tomar CONCIENCIA

Por distintos que sean ambos ejemplos, la respuesta es la misma, no siguieron el verdadero camino para lograr resultados en la vida, ese camino es: el SER, HACER y TENER.

El SER significa trabajar en tu mentalidad, cambiar tu patrón mental o tu forma de pensar para bien o para una mejora obviamente; entrenar tu mente, romper paradigmas o simplemente: Tomar Conciencia. Y es este detalle el que determina el tipo de resultados que obtienes al iniciar cualquier cambio.

Si hablamos del aspecto financiero, por ejemplo, tomar conciencia significa que debes abrir tu mente (o en algunos casos primero vaciarla) para recibir nueva información, entender conceptos básicos como Activos, Pasivos, Ingresos Lineales, Ingresos Residuales,  Deuda buena o mala, Impuestos, etc.; entender que en esta economía cambiante y en constante evolución, no puedes depender absolutamente de nadie respecto a tu economía, entender que ni tu jefe, ni el gobierno, ni la sociedad, ni tus padres, ni tus amigos son los responsables de lo que te sucede y, lo más serio, que probablemente ninguno de ellos va a cambiar, el único que puede y debe cambiar eres tú; asumiendo la total responsabilidad de tu futuro económico con una sola herramienta: el Conocimiento.

Lamentablemente, en esta era, la era de la información, el Sistema Educativo convencional no nos brinda el conocimiento necesario para alcanzar esa tan ansiada Libertad Financiera, es por eso que debes buscar ese conocimiento en herramientas como libros, audios, seminarios, etc. sobre la verdadera Educación Financiera, sobre Inteligencia Financiera; buscar a personas que ya hayan recorrido ese camino y asegurarte que sean coherentes.

Hasta que no seas “consciente de” el cambio que quieres realizar, hagas lo que hagas, así lo hagas mil veces, no te llevará a los resultados que realmente quieres, y lo más seguro es que con el tiempo te acostumbrarás a resultados mediocres y creerás que eso es lo “normal” en la vida, y todo lo demás, no era para ti.

El tomar conciencia es el primer paso en el proceso del cambio y requiere que salgas de tu zona de confort o comodidad; recuerdo escuchar alguna vez esta frase: “si eres flojo mentalmente, terminarás trabajando muy duro físicamente”; así es que valórate y cree que te mereces no lo bueno de la vida sino lo mejor de ella, empieza ya a tomar conciencia en aquello que realmente quieres CAMBIAR en tu vida.

Tomar una DECISIÓN

Todos los días tomamos decisiones en nuestras vidas, desde el momento en que decides levantarte de la cama, cepillarte los dientes y darte un baño, hasta el momento en que decides cambiar tu realidad mental, física, emocional, espiritual o financiera.

Estas decisiones te llevan sólo a tres situaciones: mejoran tu vida, empeoran tu vida o, la situación más crítica, mantienen tu vida en un estado de conformismo y mediocridad.

Una vez que has tomado Conciencia, es decir que “eres consciente de”, entonces no existirá absolutamente nada ni nadie que te haga cambiar de rumbo o abandonar tu camino porque entiendes, en lo más profundo de tu ser, que sólo alcanzando ese objetivo o meta que te trazaste estarás completamente realizado en la vida, en tal situación rendirse simplemente no es una opción. A esto se le llama tomar una Decisión.

Ten en cuenta que cualquier situación que estés viviendo hoy, ya sea tu salud, tus finanzas o tus relaciones personales, son simples resultados de las decisiones que tomaste tiempo atrás. Este puede ser hoy un punto de partida para que tomes conciencia de las situaciones actuales que te rodean,  antesde tomar una decisión.

Tomar ACCIÓN

Las palabras ‘coherencia’ y ‘congruencia’ pueden ser de mucha utilidad en esta parte, según el diccionario, coherencia es la relación lógica entre la forma de pensar y la forma de actuar de una persona; tomando en cuenta esta definición podemos llegar a la siguiente conclusión: tú eres lo que dices, tú eres tu palabra.

Existe mucha gente que se para frente a un auditorio, una cámara, un micrófono, un salón, un grupo de personas o simplemente frente a alguien, y por el derecho a la libre expresión se llena la boca de palabras que sólo son teoría y que jamás puso en práctica, o comparte opiniones personalesque ni siquiera se basan en resultados, o peor aun, gente que hace exactamente lo contrario a lo que dice.

Tomar acción quiere decir, que hagas lo que dices, que jamás te traiciones, que seas coherente respecto a tus palabras y congruente con tus acciones, y que una vez que estés preparado mentalmente y hayas tomado una decisión a conciencia, te muevas y hagas lo que tengas que hacer para lograr lo que realmente quieres en la vida.

Se dice que si no estás creciendo entonces estás muriendo, nada más cierto, no existen puntos medios, debes estar siempre en acción, cada instante de tu vida pregúntate ¿qué estás haciendo por lograr ese resultado que tanto deseas?

El miedo a empezar algo nuevo, a tomar riesgos, a cambiar, es un sentimiento que todos tenemos, y es algo natural, pero no hay nada más satisfactorio que tener una vida llena de cosas inesperadas, llena de aprendizajes constantes y eso sólo sucederá cuando tomes Acción.

Siempre tuve el deseo de ser independiente, pero no fue hasta que tomé conciencia de la situación en la que me encontraba, de las creencias que arrastraba, del entorno que me rodeaba y de la inteligencia financiera que tenía; que tomé la decisión, no sólo de convertir ese deseo en realidad, sino de lograr una seguridad y tranquilidad financiera para el resto de mi vida.

Hoy me mantengo en constante aprendizaje gracias a las experiencias vividas hasta el momento, a los aciertos y errores cometidos, entendiendo que los éxitos son para celebrar y los fracasos para crecer si y sólo si sacamos lecciones valiosas.

En conclusión, recordemos que para lograr un cambio real en nuestras vidas es recomendable seguir estos 3 pasos: tomar Conciencia, tomar una Decisión y entonces Tomar Acción.

Por mucho tiempo me definí progresista y por mucho tiempo lo fui. Cuando me interesé en la política, hace ya 4 décadas, ser progresista implicaba defender la justicia social. Creíamos que la riqueza debía distribuirse mejor e invertirse mejor. Los progresistas nos llamábamos así porque no éramos comunistas, no nos terminaba de cerrar eso de la dictadura del proletario o del partido único, éramos, si se quiere, más franceses. Es decir, creímos en la libertad, en la igualdad y en la fraternidad.

Entonces no pretendíamos la absoluta igualdad socioeconómica como planteaban los marxistas, creíamos, más bien que no debía haber pobres, o los menos posibles, que el Estado debía encargarse de eso, más que subvencionando, brindando servicios de calidad. Para nadie es un secreto que una buena educación y un buen servicio de salud, más que un gasto, es una inversión con enorme valor agregado y con mucho dinero que revertirá luego en el desarrollo humano y en la propia sociedad. Lo mismo la infraestructura, el transporte terrestre, vial y ferroviario, pero no solo el transporte, sino la base tecnológica para aventurarnos en el desarrollo a través de la industria, las comunicaciones y otros rubros.  

Creímos en los derechos de la mujer, defendíamos la igualdad, deplorábamos el machismo y acompañábamos las marchas feministas. El tema LGTBIQ era solo LGTB entonces, apenas aparecía, pero desde el progresismo también apoyábamos esta agenda cultural. Seguro manteníamos, sin darnos cuenta, muchos prejuicios heredados de las generaciones anteriores. Nos antecedían apenas los Hippies que fueron absolutamente liberales pero también las generaciones anteriores a ellos y más en el Perú. Nuestros padres y madres eran buenos, entrañables, pero seguro eran machistas sin darse cuenta, al menos para ojos contemporáneos. Entonces nos encontrábamos en una transición. Existía la familia patriarcal, con el padre trabajador y sustento económico del hogar y la madre ama de casa. Pero al mismo tiempo, el propio capitalismo y la ampliación de la educación superior, comenzaron a crear hogares igualitarios en donde padre y madre trabajaban, y luego, además, compartían las tareas del hogar. 

En el debate político, también la izquierda que participaba de la democracia mostraba vocación por el diálogo. A todos nos gustaba debatir, intercambiar ideas. En la universidad había debates antes de las elecciones gremiales, hablaba el uno, hablaba la otra. “Bajaban” los grupos políticos a las secciones, de diferentes tendencias, los estudiantes preguntaban, los activistas respondían, convocaban. Y se trataba de tiempos en donde lo que estaba en juego era nada menos el sistema político económico y social que debía regirnos, pues los marxistas querían socialismo y el socialismo -no la socialdemocracia- es la transición hacia el comunismo. El tema es que nadie te mandaba a callar, ni te “fusilaba” por pensar diferente, salvo Sendero, claro está.

Por todo lo dicho me cuesta aceptar las formas de hacer política que nos impone la realidad contemporánea. De pronto debo haberme convertido en un dinosaurio del Cretácico. Las razones sobran: defiendo el diálogo, la tolerancia, me opongo a la cultura de la cancelación, a la dictadura de lo políticamente correcto, a la rama radical del feminismo que usa las redes sociales como una hoguera sin verificar responsabilidades. Giambattista Vico lo señaló claramente y Friedrich Nietzsche lo ratificó: todo vuelve, nada es realmente original, corsi e ricorsi: la cacería de brujas nunca se fue del todo, siempre volvió cada cierto tiempo, como sucedió con las tropelías y los impunes ajusticiamientos de los nazis en la noche de los cristales rotos el 9 de noviembre de 1938. Hay una pulsión totalitaria en la especie, la refrenamos, pero vuelve a aparecer.

También soy Cretácico porque defiendo la democracia, así como la vigencia de la Constitución y de los derechos humanos universales que consagró la ONU en 1948. Pero defiendo todos los derechos contenidos en dicha carta y también los que se han conquistado después. No voy por ahí seleccionando y jerarquizando unos sobre otros, o pisoteando unos para consolidar otros, ni limitándolos, creyendo que su restricción y el incremento de la punición serán más efectivos que sus garantías. Hace cuarenta años no me gustaba el jacobinismo, de cualquier tinte o color político, tampoco me gusta ahora. 

Como ser humano contemporáneo deploro la esclavitud, la de los griegos, la africana y las terribles formas de esclavitud sexual que han proliferado a la vista y sapiencia de un Occidente que mantiene intacta su vocación por los holocaustos, antes que por combatir flagelos que afectan principalmente a niños y mujeres. Sin embargo, también soy historiador, fui formado en la comprensión del pasado en sus propios términos, a mí no me formaron como un juez del pasado que utiliza en sus sentencias los códices de justicia del tiempo presente. Por eso, me parece torpe cancelar a Thomas Jefferson por haber sido propietario de esclavos en el siglo XVIII. Junto con mi condena a cualquier forma de esclavitud,  sé que Jefferson no era un hombre de estos tiempos, como no lo fueron ni siquiera mis padres, ni mis desaparecidas abuelas, cuya forma de ver el mundo he descifrado, desgraciadamente, bastante después de que partieran. ¿Se trata de condenarlas por vivir conforme a los paradigmas de su tiempo? ¿acaso se escoge la época en la que se vive?

No he hablado de la derecha contemporánea en estas líneas, que peca de las mismas intolerancias que le he señalado al progresismo actual. Seguiré creyendo en la justicia social, en los derechos de todos y todas pero siempre en democracia, siempre en un ágora en la que se confrontan ideas y se adopta, como decisión, aquello que manda la mayoría. Soy un demócrata y no me dan los cambios paradigmáticos para renunciar a serlo. Desde esa mirada -que he actualizado a la luz de los derechos y conceptos que han ido poblando el espacio público las últimas décadas- seguiré el camino de la libertad, la tolerancia y la DEFENSA DE TODOS LOS DERECHOS FUNDAMENTALES. 

No sé si seré retro o vintage. Pero creo que la batalla por la defensa de todos los derechos fundamentales en democracia es una batalla por librar y un espacio político por poblar y ocupar para romper la nociva dicotomía de extremismos de derecha y de izquierda que se ha apoderado de la discusión pública hasta casi obligarnos a tomar partido. 

Por eso hoy no se habla con las palabras, o las palabras suenan a balazos pues su intención es desaparecer al otro, biológica o socialmente. Construyamos una tercera vía democrática contemporánea, derrotemos todo extremismo y, sobre todo, derrotemos el miedo: que nadie te prohíba la libertad de decir lo que piensas sin temer consecuencias por hacerlo, reivindiquemos la libertad de expresión, sin difamar ni violentar la dignidad humana, como un derecho fundamental consagrado en todas las constituciones de Occidente. Si acaso esto le importa a alguien todavía.

[PIE DERECHO] Uno de los deseos del año ha sido que la derecha y el centro se logren aglomerar y presentar máximo dos o tres candidaturas el 2026 o cuando se produzcan las elecciones generales. No parece ser ése, sin embargo, el ánimo de sus protagonistas, quienes parecen creer que es mejor ir cada uno por separado y recién en la segunda vuelta apoyar al que pase a ella.

Es un escenario de alto riesgo. Es verdad que esa perspectiva sí podría lograr un mayor número de congresistas del perfil ideológico señalado, pero atomizaría el voto presidencial hasta niveles equivalentes, en el mejor de los casos, a los del 2016.

Bajo tal circunstancia y teniendo en cuenta la potente vocación antiestablishment de la ciudadanía -según reflejan todas las encuestas que ya preguntan por preferencias electorales-, podría ocurrir tranquilamente que sean dos candidatos disruptivos radicales los que pasen a la jornada definitoria.

Si se toma en cuenta, además, que los dos candidatos de derecha que junto a Keiko Fujimori disputaron el pase en la anterior jornada -Rafael López Aliaga y Hernando de Soto- no gozan hoy del mismo predicamento, la eventualidad de que ocurra el escenario indeseado de dos candidatos de izquierda en la segunda vuelta crece en posibilidades.

Debería existir, además, una tendencia natural al agrupamiento. La diferencia ideológica entre muchos de los candidatos de centro o de derecha que asoman en el horizonte es mínima. Tranquilamente deberían haber sido partícipes de la misma agrupación. Es absurdo que vayan por separado a una contienda.

El Perú no puede correr el riesgo de que se repita el fenómeno Castillo, quien con poco más de un año de gestión arruinó el país y sus efectos aún se sienten hasta hoy. Sería calamitoso que el 2026 triunfe un candidato de la izquierda retrógada que nos ha tocado en suerte.

Es imperativo el llamado a la conjunción de esfuerzos por parte de los sectores ideológicos que al menos coinciden en defender el modelo de una economía de mercado y el sistema democrático formal como lechos rocosos de la sociedad peruana.

Debe tenerse en cuenta, además, que adicionalmente a competir contra el ánimo disruptivo de un sector importante de la población, se enfrentará la adversa situación de tener un gobierno de derecha terriblemente mediocre como el de Dina Boluarte y que puede ser una piedra atada al cuello de dicho sector.

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Candidatos Radicales, elecciones 2026, Fragmentacion del Voto, Unidad Política

Para todos los conocedores y amantes del pop-rock de los ochenta, las canciones de Daryl Hall y John Oates son tan importantes para describir el sonido de esa década como las de Dire Straits, The Police, Toto o Men At Work. 

Para cuando comenzaron a registrar un éxito tras otro, el dúo ya tenía más de diez años combinando sus raíces en el soul marca «Philly Sound» de los sesenta y setenta con contenidas y, por momentos, irregulares dosis de rock guitarrero y hasta progresivo, pero siempre con una marcada e intencional vocación por el pop elegante y comercial inspirado en las exploraciones soft-rock de bandas como Ambrosia, Atlantic Rhythm Section e incluso de Steely Dan, en sus extremos más ligeros y accesibles. Hall & Oates se especializaron en lanzar álbumes muy sofisticados en producción, de precisión matemática en los estudios y descargas intensas en vivo, gracias a la brillante musicalidad de ambos compositores y un infalible ojo clínico para elegir a sus bandas de apoyo. 

Como Air Supply o Tears For Fears, una idea de estabilidad y compañerismo definía la amistad de estos dos talentosos representantes de esa época en que las canciones no solo eran populares sino que eran, además, auténticas obras de arte sonoro y uso de los estudios de grabación como si se tratara de laboratorios. Aquella sólida amistad parecía irrompible. Sin embargo, una fría y amarillenta notificación legal, fechada en noviembre del año pasado, ha puesto fin a esta unidad que, apenas en el 2022, celebraba 50 años del lanzamiento de su primer LP (Whole Oats, 1972) con varias apariciones en TV, YouTube y conciertos. 

El documento en cuestión, sin entrar en los aburridos detalles legales, fue enviado por Daryl Hall (77) para detener a John Oates (75) y sus intentos por vender su porción de los derechos del legado artístico compartido entre ambos a una empresa editorial y administradora de copyrights llamada Primary Wave. Hall, indignado, declaró a la revista Rolling Stone que su socio había cometido «una traición imperdonable». Oates, por su parte, respondió primero que las declaraciones de Hall eran «exageradas e inexactas» para luego, semanas después, anunciar que «ya había dejado todo atrás».

El camino artístico de Daryl Hall & John Oates no fue nada sencillo. Sus primeros tres álbumes, publicados entre 1972 y 1974 no llamaron la atención de nadie, a pesar de contener composiciones de excelente factura como I’m sorry, Goodnight and goodmorning (Whole Oats, 1972), Everytime I look at you, Is it a star (Abandoned luncheonette, 1973) o You’re much too soon, Screaming through December (War babies, 1974), grabadas con suma meticulosidad y con el apoyo de destacados músicos de sesión y productores famosos como Todd Rundgren, Arif Mardin, Bernard Purdie, entre muchos otros. No fue sino hasta el single Sara smile -que anticipa una década al sonido de artistas como Simply Red o Sade-, que el público se percató de sus atildadas melodías y sus finas instrumentaciones. 

La canción, incluida en su cuarta producción discográfica, titulada simplemente Daryl Hall & John Oates (1975) -conocida también como «The Silver Album» y recordada por la apariencia andrógina, inspirada en el glam-rock, de ambos en la foto de carátula, empujó la carrera del dúo ligeramente hacia adelante, pero sin convertirlos todavía en un fenómeno de ventas. Al año siguiente, su disquera de entonces, RCA Victor, decidió relanzar She’s gone, uno de los temas principales del disco anterior, Abandoned luncheonette, tras el moderado éxito que había obtenido, en 1974, en las versiones de dos estrellas establecidas del R&B, el elegante crooner Lou Rawls (1933-2006) y el conjunto vocal de disco-funk Tavares. Rich girl, del álbum siguiente (Bigger than both of us, 1976), nuevamente hizo que los reflectores se posaran sobre ellos, así como la emocional balada Do what you want be what you are.

En pleno ascenso del dúo, Daryl Hall hizo un movimiento temerario, desde el punto de vista musical y comercial. El cantante y pianista de soul y R&B “de cuello blanco” se alió con una de las columnas vertebrales del rock progresivo y de vanguardia, el guitarrista británico Robert Fripp, quien estaba reenganchándose con la industria discográfica tras tres años de haber disuelto su propio grupo, los influyentes King Crimson. Juntos grabaron, en 1977, una docena de canciones que la casa discográfica de Hall rechazó por considerarlas poco vendibles. Sin embargo, Fripp sí logró lanzar muchas de estas sesiones en su propio álbum Exposure (E.G. Records/Polydor, 1979).

El disco terminaría lanzándose en 1980, bajo el título Sacred songs. Es un trabajo de alta calidad, con momentos notables como Babs and babs, NYCNY, The farther away I am o North star (con Phil Collins en la batería) en la misma línea de pop experimental que, en esos años, también siguieron artistas como Peter Gabriel, Brian Eno, Kate Bush o David Bowie. De hecho, Hall y Fripp intentaron armar un grupo nuevo con Tony Levin (bajo) y Jerry Marotta (batería) que, involuntariamente, terminó transformándose, sin Daryl Hall y con la inclusión de Adrian Belew (guitarra) y Bill Bruford en lugar de Marotta, en la renovada formación del Rey Carmesí, responsable de la trilogía Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a perfect pair (1984). 

Una de las cosas que más sorprende del reciente desencuentro legal entre Daryl Hall y John Oates, que incluye una “orden de alejamiento” impuesta a este último, es que se produzca al final de su exitosa carrera y, prácticamente, de un momento a otro. Si bien es cierto el dúo ya no tenía la misma presencia de antes en los rankings, debido al inevitable paso del tiempo y los cambios de la industria musical, era una banda fija en la agenda de conciertos nostálgicos hasta hace poco más de dos años. Esto solo confirma que cualquier relación, personal y/o artística, por fuerte y larga que sea, puede hacerse añicos cuando hay, de por medio, disputas por dinero.

Entre los años 1978 y 1984 se ubica el periodo dorado de este dúo de cantautores y productores, uno de los más vendedores de su tiempo. Durante gran parte de esos años, a diferencia de otras épocas en que se rodeaban de un elenco siempre cambiante de músicos de apoyo, la banda tuvo una formación fija. Además de Daryl Hall (voz, teclados, guitarra) y John Oates (voz, guitarra), se integraron G. E. Smith (guitarra), Tom «T-Bone» Wolk (bajo, guitarra, mandolina), Charles DeChant (saxo, teclados) y Mickey Curry (batería). 

Canciones como Kiss on my list, You make my dreams (Voices, 1980), Private eyes, I can’t go for that (No can do) (Private eyes, 1981), One on one (H2O, 1982), encabezaron los rankings a ambos lados del Atlántico. La cohesión de la banda les permitió insertarse en la subcultura de MTV con videoclips que resaltaban las personalidades de los integrantes del grupo, haciéndolos fácilmente reconocibles. De todos aquellos éxitos radiales y televisivos, Maneater (H2O, 1982) con su aura misteriosa, el inconfundible riff de bajo y ese saxo duplicado en el intermedio instrumental, conquistó a los consumidores de música ese año y es, hasta ahora, la canción emblema de Hall & Oates. 

Esa primera mitad de los ochenta los vio cosechando otros éxitos de como Say it isn’t so y Adult education, dos temas nuevos que incluyeron en su recopilación Greatest hits: Rock ‘n soul Part I (1983) y, al año siguiente, su décimo segundo LP titulado Big bam boom (1984), produjo otros dos singles de alta rotación, Method of modern love y Out of touch, con un sonido que incorporó más sintetizadores y trucos de estudio, sin afectar el estilo orgánico del grupo. Ambos estuvieron ese año entre las 47 superestrellas que participaron en la grabación del disco benéfico We Are The World (USA For Africa), muy de moda actualmente entre los Netflix-lovers por el documental recientemente estrenado acerca de aquel importante acontecimiento musical.

Otras canciones destacadas de ese periodo, aunque no tan conocidas como las mencionadas, fueron Wait for me (X-Static, 1979) -cuya excelente versión en vivo se incluyó en la recopilación Rock ‘n soul Part I-; It’s a laugh (Along the red ledge, 1978); Did it in a minute (Private eyes, 1981); y los covers de Family man y You’ve lost that lovin’ feelin’ clásicos de Mike Oldfield y The Righteous Brothers, en los álbumes H2O (1982) y Voices (1980), respectivamente. En este último también apareció la balada Everytime you go away, composición de Daryl Hall en su momento desapercibida, pero se convirtió en éxito global cuando fue grabada en 1985 por Paul Young. 

Durante un receso del grupo que comenzó en 1985, G. E. Smith aceptó una invitación del humorista y productor de NBC Studios Lorne Michaels para asumir la posición de primer guitarrista y director musical de la banda de su conocido programa Saturday Night Live, cargo que desempeñó durante toda una década. El baterista Mickey Curry, quien tocaba en paralelo con Bryan Adams, se dedicó a tiempo completo al grupo del exitoso canadiense. Mientras tanto, Charles DeChant y Tom «T-Bone» Wolk -quien también estuvo junto a G. E. Smith en The SNL Band entre 1985 y 1995- se dedicaron a diversos trabajos como productores y músicos de sesión, pero sin desligarse nunca de Hall & Oates, participando tanto en sus grabaciones en conjunto como en solitario. En el caso del carismático Wolk, lo hizo hasta su inesperada muerte, en el año 2010, a los 58 años.

Un personaje poco mencionado en la saga de Daryl Hall & John Oates es Sara Allen, coautora de varios de los más grandes éxitos del dúo. Sara fue, además, pareja de Daryl Hall durante más de 30 años, aunque nunca se casaron oficialmente. De hecho, Allen fue inspiración del tema Sara smile, quizás la más asociada al grupo, después de Maneater. En la comedia romántica Serendipity (2001), la canción es usada en una graciosa secuencia en que el protagonista, interpretado por John Cusack, intenta olvidarse de la misteriosa chica que encontró por casualidad una noche de Navidad, llamada Sara (Kate Beckinsale) y, en medio del tráfico, un ciclista con audífonos se la canta prácticamente a la cara (ver aquí).

Sara Allen y su hermana Janna -quien falleció trágicamente a los 35 años de leucemia- se unieron a la banda como compositoras y coristas a mediados de los setenta. Tras su separación en el 2001, Sara mantuvo una estrecha amistad con Daryl Hall, participando en su discografía como solista y sus proyectos televisivos, que incluyeron un programa de renovación de casas y otro musical, inspirado en los shows que condujeron sus colegas Elvis Costello (Spectacle with Elvis Costello, 2008-2010) o el pianista Jools Holland (Later… with Jools Holland, 1992-hasta ahora), pero con un toque más informal y abierto.

Live From Daryl’s House arrancó el año 2007 como un programa que se transmitía únicamente online, una vez por mes, y así se mantuvo hasta la temporada 2011-2012 en que comenzó también a aparecer en varias cadenas televisivas, de manera esporádica. En el espacio, Daryl Hall recibe, en su casa/estudio en New York o en un local que también posee en esa ciudad, a músicos destacados para tocar con ellos, conversar informalmente y hasta cocinar juntos. De hecho, John Oates ha participado en varios capítulos del programa, como por ejemplo aquel en el que ambos realizaron una retrospectiva de su carrera juntos (2009) o en el que recordaron la vida de su amigo Tom “T-Bone” Wolk, a quien le dedicaron una sentida rendición del clásico del soul de 1972 Harold Melvin & The Blue Notes, I miss you. En uno de sus últimos episodios, se le ve junto a su gran amigo Robert Fripp, tocando varios temas del Sacred songs y esta explosiva versión del clásico crimsoniano Red.

En los años posteriores a su máximo apogeo, la trayectoria discográfica de Daryl Hall & John Oates fue más o menos activa, con discos como Ooh yeah! (1988), que consiguió colocar un par de temas en los rankings de música adulto-contemporánea como Everything your heart desires o Missed opportunity. Sin embargo, sus espaciados lanzamientos posteriores -Change of season (1990), Marigold sky (1997) o Do it for love (2003)-, ya no tuvieron el impacto de antes, aun cuando conservaban su intrínseca calidad, potenciada por la experiencia y una actitud respetuosa de sus raíces musicales, como en el álbum Our kind of soul, en el que hacen homenaje a algunos de sus referentes fundamentales (Smokey Robinson, Aretha Franklin, Marvin Gaye, Al Green, entre otros). 

En compensación, el dúo siguió saliendo en giras mundiales, además de producir sus propios materiales por separado. Daryl Hall, por ejemplo, lanzó entre 1993 y el 2011 los álbumes Soul alone (1993), Can’t stop dreaming (1996) y Laughing down crying (2011); mientras que John Oates debutó como solista en el siglo XXI con el ultra funky Phunk Shui (2002) y ha publicado desde entonces cuatro discos más, siendo el último Arkansas (2018), en clave de country, blues y gospel. En medio, en el 2014, la banda fue incluida en el Rock And Roll Hall Of Fame, presentada por el baterista y productor de The Roots, Questlove. Lastimosamente, las últimas informaciones sugieren que, después del pleito legal y los puyazos que siguieron, las posibilidades de que Daryl Hall y John Oates limen esas asperezas son virtualmente nulas. Un opaco final para tan brillante trayectoria en el mundo del pop-rock.

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